El Corso de Guayama
Capítulo V
La Desgracia
Escrito por: Héctor A. García
©Todos los derechos reservados escrito en 1989
Por
aquellos días uno de los sacerdotes de la Iglesia San
Antonio Padua del pueblo de Guayama, se intranquilizaba
cada vez que veía a Rafaela, y su nerviosismo era tal
que no podía casi disimularlo.
Rafaela trabajaba
ocasionalmente en la parroquia del pueblo con su madre
en los quehaceres domésticos desde que llegara de
Humacao, hacían siete años.
Aquel cura que no hacia
mucho había llegado de Europa, estaba muy pendiente de
la criolla y no le perdía ni pie ni pisada, de
apariencia sutil y reservada era este, algo grueso y de
ojos saltones, entonces un día...
-Venga acá Rafaela, por favor- la llamaba el cura en el momento preciso
en que ella se aprestaba a marcharse, y había estado ella barriendo la
iglesia y ordenando las butacas, además del altar mayor, mientras él la observaba desde hacia largo rato sentado en una banqueta.
Aquella era una de esas mañanas barruntosas y frías en la que se
aprestaba a caer un gran aguacero acompañado de tronadas. Ya se sentían
llegar los truenos y relámpagos a lo lejos y la gente del pueblo iba
marchándose de la plaza y sus alrededores.
Rafaela de pronto se hizo la que no escuchaba al cura, pero este
insistió nuevamente. -Rafaela, por favor acérquese un momento si tiene
la bondad.- Ella por respeto se acerco para saber que deseaba el párroco.
-Usted dirá, señor cura ¿en que le puedo servir?-
-Por favor le deseaba pedir que antes de marcharse le pasase un paño a
los santos de la capilla, no se si usted habrá notado pero están algo
empolvados del sucio y creo que necesitan una pequeña lavadita de cara
¿no cree usted?- Rafaela ya apresta para marcharse y con sus aperos en
mano no le cayo bien la idea del cura, pero que otra cosa podía decir
sino...
-Mmmm, bueno pero, bueno esta bien, pero no alcanzo como podrá usted
notar-
-No se me preocupe que yo le consigo rápidamente una escalera- y en
menos de cinco minutos ya el cura llegaba de vuelta con una escalera en
mano. Para ese momento ya las tronadas comenzaban a sentirse bastante
fuerte en el interior de la iglesia y un tremendo diluvio de agua caía a
cantaros. Prrrrrrrtummmm... Puuummmmm... se oían los truenos sonar.
Llenó su cubeta de
agua y trapo en mano se dispuso Rafaela a limpiar cada una de las
imágenes que el cura le había pedido. Ella se disponía a hacer una labor
ajena a las intenciones de aquel hombre que ya tenía hecho planes de
antemano. Una vez subió por las escaleras comenzó a realizar su trabajo,
en tanto el cura subía algunos peldaños para diz, que sujetarla mejor.
Mientras Rafaela
trabajaba, él la contemplaba y con un poco de disimulo comenzaba a
acariciarla. Ella empezaba a ponerse nerviosa y apenas podía creer que
aquello fuera intencional, y con alguna discreción le echaba una ojeada
al cura, quien con cierta malicia sonreía al cruzar su mirada con la de
ella.
El corazón de
Rafaela comenzaba a agitarse y entonces ella tiro su trapo al piso,
obligando al cura a recogerlo, además con la intención de ver si este
desistía de su postura. Pero el hombre recogía el trapo, se lo entregaba
a ella y volvía a su posición anterior, con cierta mayor determinación.
¡Ay, San Alejo,
aléjame a este viejo! ¿Ay San Antonio que le pasa a este demonio? ¡Ay
Santo Padre, este cura esta de madre! ¡Ay Señor, quitame a este cura de
encima porque sino algo que me va a dar! Así pensaba Rafaela, presa de
la desesperación y nerviosismo a causa de un pícaro y descarado cura que
parecía no guardarle respeto a la casa de Dios.
-Por favor tenga
la bondad, permítame bajar- le decía ella
-Déjeme sujetarla
no sea que se pueda caer- le replicaba él
- No se preocupe,
por favor no se preocupe- y se le escurría ella rápidamente entre ambas
manos que sujetaban con firmeza la escalera. Prrrrrrrtummmm... Puuummmmm...
continuaban los ensordecedores truenos haciendo retumbar el altar y los
santos.
Ella insistió en
que no era necesario el que él le sujetara la escalera, pero sus ruegos
cayeron en un balde vació, y él continuaría a través de toda la Iglesia
y santo tras santo, tras ella.
Rafaela por más
que intento decirle al cura que no era necesaria su cooperación, el
hombre nunca desistió y ella confundida y ofendida continúo su labor. La mujer de esta época era muy sumisa y sometida a la voluntad del hombre y
sobretodo y aun más si ese es un hombre con autoridad eclesiástica. Cuando ya ella se encontraba casi al borde de una crisis por los
insistentes roces, ¡por fin! con magistral rapidez concluía su labor.
El cura que ya
comenzaba a sentir los intrigantes fluidos de la pasión, veía como se le
escapaba su presa de las manos. Ella se apresuro a recoger sus cosas
para marcharse, entonces el hombre la seguía y ahora en un tono muy
suave y sugestivo le decía -oiga Rafaela, yo sé que usted es una buena
católica pues no falta ni un solo domingo a misa, pero me ha estado raro
que nunca la vea yo venirse a confesar. ¿Es que ya se le olvidó a usted
que eso es un sagrado deber de todo buen cristiano?- le decía esto como
queriendo comprometerla a que se confesara en aquel preciso momento.
-Si, yo comprendo a vuestra
merced, pero mañana lo haré con el reverendísimo Padre Infanzón-
refiríendose ella al padre a cargo de la Iglesia y casa parroquial.
-¿Ah, pero no sabia usted que
Padre Infanzón esta muy enfermo y que ahora seré yo quien oficie misa y
me haga cargo de las confesiones?- le preguntaba y replicaba ¿qué le
parece si aprovecha ahora que no hay nadie por aqui?, -además yo creo que
usted debe limpiar su alma de algunas cositas, bueno usted sabe- Y
reía haciendose pasar como conocedor de los pecados ajenos.
-Mire yo no dispongo de
tiempo, además mire como llueve a cántaros no creo que sea el mejor
momento que le parece si...
-Nada, nada, venga por aquí y
aproveche ahora,- Tomándola por su antebrazo y casi introduciéndola al
confesionario que estaba justo frente a ellos.
-Siéntese ahí, y ponga su alma ante la
presencia del Todopoderoso.- le decia el cura manipulador, mientras ella
no salía de su asombro por la insistencia de éste que de todas formas
queria sentarla a confesarse.
¿Ay Santo Dios y porqué tiene que ocurrirme
esto a mi? -pensaba ella.
Aquel sinverguenza estaba todo lleno de
sudor como si hubiera estado trabajando como un animal, pero no era eso,
su cuerpo ansioso aceleraba su metabolismo y de solo pensar en sus
deseos ya sudaba, a pesar de que aquella era una muy fría y tormentosa
mañana.
Una vez culminara Rafaela de confesarse, el
cura le dijo -hija rezate veinte padres nuestros, veinte ave marias y no
dejes de comulgar.-
-Si padre,- le contesto ella
Y antes de ella retirarse de la Iglesia le
dice el cura - hija venga acá que tengo algo que decirle-
¿Y ahora qué... no bien ella se
acerco a él, por sorpresa y repentinamente, la abrazo y llevo a la fuerza
al suelo. Ella estaba impresionadisima, muda y presa del terror
visiblemente afectada e inerme. Sus fuerzas le habían abandonado y aquel
hombre le intentaba subir su traje desmesuradamente tratando de abusar de
ella, ante la mirada indiferente de tantos santos y un Cristo
crucificado que nada habrían de hacer para protegerla en aquel instante.
Pero más luchaba este hombre con su
nerviosismo que con la propia Rafaela, la que sometida por este animal
casi no oponia resistencia. Las manos de él comenzaban a tirar
groceramente de las prendas íntimas de Rafaela, mientras intentaba hacer
lo propio con las suyas. Desmesura y desenfreno había en sus actos y ya
era el dueño y señor de la escena que el había creado cuando...
Prrrrrrrtummmm... Puuummmmm...
Un ensordecedor y aparatoso trueno retumbo y extremeció todo aquel
sacrosanto lugar y un viento huracanado penetró en las entrañas mismas
de la iglesia. ¡Por fin! Rafaela recupero la compostura y viendo aquella
absurda situación por la que estaba pasando comenzó a gritar y a tratar
de defender su honra.
-!Suélteme, suélteme,
suélteme sinvergüenza!... gritaba mientras golpeaba al hombre que la
humillaba. -¡No me toque suélteme! en tanto él dejaba caer su peso sobre
ella y sudaba copiosamente derramándole así su sudor. Le impregnaba
además un desagradable y nauseabundo mal olor que salía de su descuidada
boca, con dientes podridos y de donde bajaba una espumosa baba como
perro rabioso. El cura le tapo la boca a ella y le decía: -calla niña,
calla, que todo va a estar bien ya verás- mientras con su otra mano la
estrechaba hacia si, asida por la cintura acercando su rostro al de ella.
Rafaela giro su
rostro pues no deseaba ver aquella cara que le provocaba asco y terror,
y pensaba que hacer, mientras lloraba se le ocurrió algo muy oportuno. Mordió con todas sus fuerzas la mano de aquel hombre que pegó un grito
de dolor cual si le hubieran enterrado un cuchillo. Ahora el hombre
perdió el control de la situación y ella recupero sus fuerzas y dominó
al cura al que empujo, mientras le gritaba -sálgaseme de encima bandido-
dejándole enteradas sus uñas en el rostro, así pudo zafarse e iba a
ponerse de pie, ¡cuando de pronto!...
Para su desgracia
entraba sombrilla en mano la distinguida señora Vidal, esposa del
alcalde, junto a su hija y dos criadas, las que vieron a Rafaela
incorporarse mientras bajaba su falda rápidamente ante el rostro de
asombro de estas, con el cura tirado en el piso y con la sotana que le
llegaba al cuello.
El motivo de
aquella visita en ese día tormentoso era para solicitarle al vicario de
la iglesia la extremaunción del padre de la señora Vidal, que ya había
sido desahuciado por su médico de cabecera y urgía su presencia en su
hogar.
El padre se puso
de pie sumamente avergonzado por aquella triste escena en la que había
sido encontrado y se mostró conturbado y afectado por tan inesperada
visita.
La
Trama>
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