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Capitulos

1-Rafaela   2-La Intriga   3-La Historia   4-El Encuentro   5-La Desgracia   6-La Trama   7-Corcega

8-El Regreso   9.El huerfano   10. Encomienda Postuma   11.El hijo del cura   12. Yacari  

13. Aguacero de Mayo

El Corso de Guayama

Capítulo III

La Historia comienza

Escrito por: Héctor A. García

©Todos los derechos reservados escrito en 1989

 

 

-¡Fabi, Fabi!- le gritaba la madre de Rafaela a esta por su apodo, la llamaba desde la puerta de su casa aledaña a la Iglesia de San Antonio Padua donde trabajaba.  Fanny como le llamaban a María Milagros, era la madre de Rafaela, una bella mulata en sus 40 años la cual estaba a cargo de la limpieza y alimentación de los curas de la Iglesia.

-Mande usted- ripostó, -¿pa que soy buena? le preguntaba a su madre, mientras se despedía de dos amigas de ella que habían estado compartiendo juntas en la plaza del pueblo minutos antes.

-Rafaela, hija, te tengo que pedil un favol, y ej pa' yá, al reverendísimo padre Infanzón, le ulge jacel llegal al capataj de la Hacienda Verdegué, unos documentoj y nénguno de loj hijoj del jaldinero estan porai, pa envialoj, mira hija que ej ulgente.

-Pues a esos dos bribones Emanuel y Armando los acabo de ver hace un momento por la plaza molestando a las niñas- Le contestó molesta, pues tendría que caminar bastante hasta la Hacienda.

 

-Anda ve y hazme este favol mijita- Le pidió pasándole los papeles que le entregó el padre a ella.

 

De no muy buena gana Rafaela acepto el encargo y se marcho a cumplirlo, sin saber que con ello se estaría poniendo de frente con su destino. Ya de camino hacia la Hacienda de Don Félix Masso, y al doblar la calle Palmer esquina Baldorioty, vio a un bullicio de gente rodeando a dos gallos que se peleaban la vida a espuelazo y picotazo limpio. Mientras a gritos, los bulliciosos galleros le apostaban cada cual al suyo.

 

-¡Ban cinco rialej a doj al giro!- gritaba uno.

-¡Ban los doj rialej!- acepto otro -  -¡pícalo giro, entrale abajo, así na mesmo, otra be, pa' lante machazo!- -¡Ahiiii, ahiii, ahiii, ahiii, pícalo gallo, ahiii, ahiii...

 

Así gritaban eufóricos estos hombres agitando a sus gallos, los que desesperadamente se hacían tiros al vuelo, en su frenética lucha por la supervivencia.

 
 

 

 

Mientras, proseguía ella de largo ante el ánimo de aquellos indiferentes galleros con su presencia. Dobló entonces hacia la calle Nueva, la mas encendida y transitada del pueblo y se unió a los carreteros, verduleros, quincalleros, marchantes y otros tantos que entraban o salían de Guayama. -¡Llevo aguacates, pimientos, recao, llevo viandas!- gritaba el revendón

-¡Fuelzaa, fuelzaa, llevo fuelza fresquesita, ven y lleva el rico mondongo, pa' que se te quite la flojera, fuelzaa!- gritaba el mondonguero.

-¡Zaaaapaterop, zapaterop, no te coma la suela vieja que yo te la arreglo y dejo nueva, zaaaapaterop, zapaterop!- voceaba el zapatero

-¡Quincallero, quincallerop, traigo betún, anilina, cabuya y trompo, traigo botones, hilo y agujas llego el quincallero!-

 

Subía o bajaba la gente a pie o en calesas, los acomodados subían en una máquina ruidosa y apestosa que le llamaban automóvil.

 

Bajaba Rafaela la famosa curva de la culebra y ya de buen ánimo, pues le gustaba caminar entre el bullicio de gente. Ya de frente a la casa de los Porrata Doria, se topo con Don Vicente Pales y Don Santiago Porrata (esposo de Micaela García, su tía) que la saludaron muy caballerosamente, y al esta seguir decía Pales -Mírala como camina coño, mírala como camina-  Santiago le contesta -Sin lugar a dudas que esta es la mas bella mujer de este pueblo, ella va ocasionalmente a mi casa a visitar a mi mujer que adora a esa niña.- Y Vicente vuelve y le dice -Mírala como camina, que belleza por Dios-

 

Ya saliendo del pueblo Rafaela se apresta a entrar por la polvorienta carretera que la llevaría a la Hacienda Bardaguez (No Verdegué como decía su madre) en medio de un bello túnel de frondosos Flamboyanes que la acompañaría todo el camino.

Cuando de repente se topa con Julio Montes, un negro de ébano asador de puercos que llevaba casualmente una crianza de ellos a cuestas y este la ve y le dice -Oiga mulata, uste si se las trae con su caminal, je, je, je-... mientras reía y se sacaba su pipa de la boca y secaba el sudor de la frente.

Rafaela evidenciando satisfacción y orgullo por el comentario de Don Julio se hizo como si con ella no fuera la cosa, levantó su quijada y siguió su camino orondamente culipandeando su caderamen, orgullosa de su herencia española y africana por aquel hermoso camino.

El Encuentro>

 

Fundación Educativa Héctor A. García