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El Corso de Guayama
Capítulo III
La Historia comienza
Escrito por: Héctor A. García
©Todos los derechos reservados escrito en 1989
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-¡Fabi,
Fabi!- le gritaba la
madre de Rafaela a esta por su apodo, la llamaba desde la puerta de su
casa aledaña a la Iglesia de San Antonio Padua donde trabajaba.
Fanny como le llamaban a María
Milagros, era la madre de Rafaela, una bella mulata en sus 40 años la
cual estaba a cargo de la limpieza y alimentación de los curas de la
Iglesia.
-Mande usted-
ripostó, -¿pa que soy buena? le preguntaba a su madre, mientras se
despedía de dos amigas de ella que habían estado compartiendo juntas en
la plaza del pueblo minutos antes.
-Rafaela, hija, te
tengo que pedil un favol, y ej pa' yá, al reverendísimo padre Infanzón,
le ulge jacel llegal al capataj de la Hacienda Verdegué, unos documentoj
y nénguno de loj hijoj del jaldinero estan porai, pa envialoj, mira hija
que ej ulgente.
-Pues a esos dos
bribones Emanuel y Armando los acabo de ver hace un momento por la plaza
molestando a las niñas- Le contestó molesta, pues tendría que caminar
bastante hasta la Hacienda.
-Anda ve y hazme este
favol mijita- Le pidió pasándole los papeles que le entregó el padre a ella.
De no muy buena gana
Rafaela acepto el encargo y se marcho a cumplirlo, sin saber que con ello se
estaría poniendo de frente con su destino. Ya de camino hacia la Hacienda de
Don Félix Masso, y al doblar la calle Palmer esquina Baldorioty, vio a un
bullicio de gente rodeando a dos gallos que se peleaban la vida a espuelazo
y picotazo limpio. Mientras a gritos, los bulliciosos galleros le apostaban
cada cual al suyo.
-¡Ban cinco rialej a doj
al giro!- gritaba uno.
-¡Ban los doj rialej!-
acepto otro - -¡pícalo giro, entrale abajo, así na mesmo, otra be, pa'
lante machazo!- -¡Ahiiii, ahiii, ahiii, ahiii, pícalo gallo, ahiii, ahiii...
Así gritaban eufóricos
estos hombres agitando a sus gallos, los que desesperadamente se hacían
tiros al vuelo, en su frenética lucha por la supervivencia.
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Mientras, proseguía ella
de largo ante el ánimo de aquellos indiferentes galleros con su presencia.
Dobló entonces hacia la calle Nueva, la mas encendida y transitada del
pueblo y se unió a los carreteros, verduleros, quincalleros, marchantes y
otros tantos que entraban o salían de Guayama. -¡Llevo aguacates, pimientos,
recao, llevo viandas!- gritaba el revendón
-¡Fuelzaa, fuelzaa, llevo
fuelza fresquesita, ven y lleva el rico mondongo, pa' que se te quite la
flojera, fuelzaa!- gritaba el mondonguero.
-¡Zaaaapaterop, zapaterop,
no te coma la suela vieja que yo te la arreglo y dejo nueva, zaaaapaterop,
zapaterop!- voceaba el zapatero
-¡Quincallero,
quincallerop, traigo betún, anilina, cabuya y trompo, traigo botones, hilo y
agujas llego el quincallero!-
Subía o bajaba la gente a
pie o en calesas, los acomodados subían en una máquina ruidosa y apestosa
que le llamaban automóvil.
Bajaba Rafaela la famosa
curva de la culebra y ya de buen ánimo, pues le gustaba caminar entre el
bullicio de gente. Ya de frente a la casa de los Porrata Doria, se topo con
Don Vicente Pales y Don Santiago Porrata (esposo de Micaela García, su tía) que la saludaron muy
caballerosamente, y al esta seguir decía Pales -Mírala como camina coño,
mírala como camina- Santiago le contesta -Sin lugar a dudas que esta es la
mas bella mujer de este pueblo, ella va ocasionalmente a
mi casa a visitar a mi mujer que adora a esa niña.- Y Vicente vuelve y le
dice -Mírala como camina, que belleza por Dios-
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Ya saliendo del pueblo Rafaela se apresta a entrar por la polvorienta
carretera que la llevaría a la Hacienda Bardaguez (No
Verdegué como decía su madre)
en medio de un bello túnel de frondosos Flamboyanes que la acompañaría
todo el camino. |
Cuando de repente se topa
con Julio Montes, un negro de ébano asador de puercos que llevaba
casualmente una crianza de ellos a cuestas y este la ve y le dice -Oiga
mulata, uste si se las trae con su caminal, je, je, je-... mientras reía y
se sacaba su pipa de la boca y secaba el sudor de la frente.
Rafaela evidenciando satisfacción y orgullo por el comentario de Don Julio
se hizo como si con ella no fuera la cosa, levantó su quijada y siguió su
camino orondamente culipandeando su caderamen, orgullosa de su herencia
española y africana por aquel hermoso camino.
El
Encuentro> |
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