El Corso de Guayama
Capítulo VIII
El Regreso
Escrito por: Héctor A. García
©Todos los derechos reservados escrito en 1989
Ya en Puerto Rico, un
tétrico y devastado Juan Carlos, confundido y desmoralizado con el más
amargo, profundo y doloroso golpe de su vida volvió a sus menesteres
como comerciante. Mientras tanto Elvira ajena a la paternidad y
matrimonio de Juan Carlos en Córcega, hacia planes para el futuro...
Elvira notaba muy raro a
Juan Carlos, aquel rostro alegre y risueño ahora era un rostro amargo y
hasta sombrío. Aquella chispa y vivacidad que tanto la habían cautivado habían
desaparecido, pero a los dos meses de haber regresado ella lo habría de
saber todo.
Era difícil para Juan
Carlos conciliar el sueño en las noches, no tenía paz mental desde que
llegara otra vez a Guayama. Aquellas palabras que pronunciara la hija del
ex-alcalde en el barco, le martillaban su mente minuto a minuto.
Él había
dejado de escribirle a Rafaela y ni siquiera deseaba saber de ella, la
aparente aventura de esta con el cura era la comidilla del día en el pueblo. Aquellos comentarios aparentaban tener fundamento pues el susodicho cura
había sido expulsado de la Iglesia.
Entonces, él,
desconcertado y lleno de ira, pensando que había sido engañado pasaba de
mal humor sus días. Serian las 2:30 de la tarde de un desacostumbrado
caluroso día de principios de diciembre, el cielo estaba despejado y el sol
castigaba con gran intensidad, el día anterior había llovido fuerte y ahora
la humedad del día estaba insoportable. Juan Carlos sudoroso llevaba a cabo
su labor de inventariar una mercancía agrícola que estaría enviando hacia la
isla de San Martín, estaba en el puerto de Jobos. Minutos atrás había
recibido una nota que le enviaba Elvira, citándolo para el día siguiente a
la hora y lugar acostumbrado en la playa de Las Mareas.
Él se preguntaba la razón
de aquella cita irregular y el tono de la nota. Mmmmmm... que raro, pensaría
este. Pero Elvira tendría una muy buena razón. El día anterior habían
estado juntos y antes de ambos despedirse a Juan Carlos se le cayó una carta
que le había enviado Rafaela, la cual ella cogió con disimulo y sin ser vista.
En la misma, Rafaela le solicitaba a él que escribiera cuanto antes pues ya
se había enterado por la carta de una amiga, que se decía en el pueblo que
su hijo era del cura lo cual ella rotundamente negaba y que ese niño era de
él, solo de él.
Con aquella evidencia en
la mano, Elvira le iba a pedir cuentas a Juan Carlos, pero ella no sabía que...
El desenlace
Al día siguiente y temprano
en la mañana, un trémulo y avergonzado personaje bultos en manos se disponía
a subir al barco que lo sacaría de la más oriental de las Antillas Mayores.
Fue acusado de profanar el templo de Dios y de no honrar el compromiso
célibe al cual estaba obligado convirtiéndose en la deshonra de la Iglesia
católica. Serian las 6:00 de la mañana, Juan Carlos llegaba al puerto como
de costumbre. -Sooooooo, caballo soooo- deteniendo su corcel y acompañado
de varias carretas llenas de mercancía.
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-Buenos días a
todos- saludando a pescadores, braceros, agricultores comerciantes y
todos los allí presente. Lo primero que hizo fue poner en orden el
despacho de mercancía que casualmente él enviaba para Córcega
periódicamente. Luego, de asegurarse que todo estaba perfectamente bien,
fue a saludar a su amigo de la infancia, Angelo Morey el cual era el
capitán de la embarcación. -¿Angelo, amigo mio, Angelo cómo estás?
-¡Corsica, Patria Nostra¡- saludándose en su dialecto corso cosa
que muy pocos hablaban y que ellos practicaban al verse. |
Ángelo viajaba
ocasionalmente al Caribe para intercambiar mercancía que traía de los países
del Mediterráneo y Europa. Estuvieron hablando largo rato de sus respectivas
familias y de la vida de cada cual. Juan Carlos lo puso al tanto de su
desgracia mientras lloraba su pena con su amigo y le contaba que un cura de
apellido Pierluissi, corso casualmente pero que él no había hallado, era el
responsable de su vergüenza. Entonces le dice Morey a un miembro de la
tripulación. -¡Santini, tráigame la lista de pasajeros que van a Córcega!-
Juan Carlos lo miró con curiosidad, entonces Morey con la lista en mano le
dice -¿aquí está, es este el hombre del que me hablas?-
Juan Carlos, arrebatándole
la lista de la mano y sorprendido grito -¿hijo de perra, dónde está ese
desgraciado, dímelo que lo voy a matar? Ese mismo día partia para Córcega
el hombre que había puesto su vergüenza por el piso, en esta misma
embarcación. La Vendetta (venganza) había obrado sin prisa y lo había
dispuesto todo para que ellos dispusieran a su manera de su destino. Él quería actuar en el momento, pero su amigo lo advirtió que si
él actuaba con
inteligencia, le podría poner fin a su problema pero preferiblemente en
alta mar, en donde no había escrita ninguna ley. Juan Carlos no lo pensó dos
veces, bajo a prisa e hizo los arreglos para que se llevaran sus
pertenencias al negocio de su tío, dejándole una nota a él y otra a Elvira,
pues se vio en la obligación de partir sin previo aviso.
-Lo voy a matar, ese hijo
de perra me las va a pagar, juro por mi vida que no llega a su destino- Y
mortificándose a si mismo se seguía diciendo cosas, estando visiblemente
fuera de si. -Te juro que lo mato, Ángelo, te juro que lo mato- mientras se
quitaba su lazo y tiraba a un lado en el camarote del capitán su chaqueta.
Su amigo lo miraba
mientras echaba una bocanada de humo de su cigarro, toco entonces el silbato
de salida del buque. -bueno te dejo, no te muevas por ahora de aquí, no
cometas una torpeza, espera el momento oportuno, yo te voy a avisar- Morey
era un gran amigo de esos que pueden ser cómplices e incondicionales, su
propio orgullo le ayudaba a entender el de Juan Carlos.
-Maldición y no poder
coger en tierra al desgraciado ese, tenia que ser ahora- pensaba en voz alta.
El que hasta hacia poco
había sido cura estaba en su camarote encerrado y arrodillado con el rosario
en la mano llorando su desgracia, reprochándose a si mismo su indigna
conducta.
-Señor ten piedad de mí-
repetía ininterrumpidamente y se dejaba caer sobre su lecho mientras
continuaba llorando. La conciencia le torturaba continuamente y pensaba que
lo mejor seria suicidarse antes de llegar a su país siendo una vergüenza,
cuando salio a buscar fortuna en América.
Entonces la embarcación
zarpo... la espumosa estela blanca que dejaba tras si, no le dejaría rastro
a nadie en Guayama, para saber cual había sido el incierto rumbo de Juan
Carlos. Paso la primera noche de su primer día de viaje y estos personajes
seguían igual que como cuando subieron, nada había cambiado en sus ánimos,
Juan Carlos sólo esperaba el momento oportuno.
A la mañana siguiente en
un día tormentoso y lluvia insistente, el antes cura salio a caminar por la
borda no importándole en lo absoluto el mojarse, más bien pensaba en sus
adentros que aquella era una forma digna de limpiarse y purificarse. El
hombre se recostó sobre la baranda de proa a estribor, golpes de agua de mar
lo bañaban insistentemente así como un insistente aguacero. Sin darse cuenta,
a unos treinta pies de él, lo acechaba Juan Carlos, vestido con un
impermeable y botas de goma, pareciendo este otro miembro mas de la
tripulación. Él estaba esperando el momento preciso para atacar, pero el
movimiento fuerte y brusco de la embarcación que golpeaba las olas y el agua
golpeando su rostro casi no se lo permitían.
Comenzaba a llover más
fuerte y a tronar, Prrrrrtttttuuuummm, ppuuummm... -Maldición- se decía
Juan Carlos, mientras se sujetaba fuertemente para no caerse. El cura
miraba con los ojos semi cerrados hacia el mar una penumbrosa escena y le
parecía ver venir de las profundidades del mar una mano que salía
reclamándole por su mancillada reputación, era la mano del vicario a quien
el había usurpado su identidad, era la mano de Paolo Leccia.
En un rápido movimiento
Juan Carlos, se ubico detrás de él, cachiporra en mano para darle un golpe
al sacrílego por su cabeza y acabar allí con el causante de su vergüenza. Ya
lo tenía a la mano y para hincharse de valor repaso todo aquello de lo que
este hombre era responsable... De haberle creído a Rafaela y de haber
creído que era hijo suyo el hijo de él cura y de la vergüenza que le
esperaba en su casa. -Por Dios, como todo eso era posible- se decía y
entonces levanto la mano para atizar su golpe cuando...
...De homicida, paso a
ser testigo de un nefasto suicidio. Aquel hombre se tiro por la borda y fue
devorado por un hambriento mar. Dejo el suicida en su camarote una carta
donde lo explicaba todo y dejaba saber que el no era el padre del niño de
Rafaela como se decía en el pueblo. Además, que él le entrego una carta a
esos efectos al Padre Infanzón antes de irse de Puerto Rico e hizo su
confesión para limpiar sus culpas. Que solo había intentado aprovecharse de
Rafaela, pero que no pasó aquello de ser solo un intento, que dicha mujer no
tenía porque avergonzarse de nada, que él era el responsable por los
problemas ocasionados y que le pedía disculpa a ella por los daños causados.
Dejo dicho además en su
carta que el se había quedado en Puerto Rico, para cumplir con el último de
un compatriota suyo Paolo Leccia, un padre que venia para Puerto Rico y que
le dejo de encomienda entregarle una carta a su sobrino, el que casualmente
habia sido el propio Juan Carlos.
Juan Carlos y Ángel Morey
al leer aquella carta quedaron perplejos de lo cerca que estuvieron de ser
homicida y cómplice de un hombre que no era responsable de lo que se le
achacaba. Ahora se sentía Juan Carlos más tranquilo y hasta aliviado, se sentía liviano,
muy liviano y en paz. Hizo escala el buque en las Canarias y luego en
Mallorca para abastecerse de combustible.
Pensaba Juan Carlos en
Rafaela y en su hijo, mientras miraba la actividad en el puerto desde la
borda del barco. Ya no era el mismo de hacían dos meses atrás, se había
vuelto a humanizar y pensaba noblemente sin aquella vieja carga emocional. Su vendetta y reivindicada dignidad y orgullo habían sido ajusticiados por
un caprichoso y misterioso golpe del destino, pero había algo más...
Y así dejaba su fantasía
correr y se veía criando hijos con su mujer, viviendo como un rey en su
reinado corso. Mientras así soñaba y no salía de sus quimeras, frente a él, estaba otro buque que había llegado antes que el suyo y con su estruendoso
silbato Uuuuuuuuuuummm... daba el primer aviso de su
partida. Cientos de personas se aprestaban a subir al mismo en la búsqueda
de un nuevo destino o su propia aventura y leyenda en el nuevo mundo que ya
luego sus nietos y bisnietos se encargarían de desempolvar. Miraba una a
una a las personas que subían al barco buscando rostros conocidos cuando
repentinamente -¡POR DIOS¡- sus ojos vieron en la fila a una muy hermosa
mujer de larga cabellera negra que cargaba a un niño en sus manos y se
aprestaba a subir la embarcación, entonces...
Bajo rápidamente y
corriendo llego donde ella. Ya frente a esta lloró como no lo había hecho
nunca antes; era ella, sí, era Rafaela con su hijo en brazos que regresaba de
vuelta a Puerto Rico con sus hermanos. Y ante la mirada atónita de cientos
de personas el la abrazaba por su cintura mientras le juraba amor y
felicidad para siempre. Rafaela tomada por sorpresa e impresionada no salía
de su asombro sin saber siquiera que pensar.
Regresaron a Córcega, con
nuevas promesas de amor de parte de Juan Carlos.
Él le prometería terminar
cuanto antes sus negocios en Puerto Rico para regresar a ella
definitivamente. Así que se marcho otra vez a concluir sus asuntos. Al cabo
de cuatro meses, Rafaela recibió carta de una amiga, en donde le decía que
Juan Carlos se había casado.
Por Héctor A. García
Fin primera parte
Continuación>
El Hijo del Cura
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