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Casualmente y sin ella
saberlo, varios meses atrás había llegado en el buque en el que ella
disponía marcharse proveniente de Europa, casi un centenar de clérigos,
rumbo a la cuenca del Caribe. En el mismo y por ventura del destino uno de
ellos enfermo gravemente y murió a mitad de la travesía. Se dirigía este al
pueblo de Guayama a ofrecer sus servicios vicarios como coadjutor o ayudante
del párroco. Al momento de su deceso le acompañaba un furtivo compatriota
suyo de nombre Pierre Emannuelli, de oficio carpintero y que estaba de
polizón en el buque y se las había arreglado para no ser detectado.
Poco antes de morir el
eclesiástico, le pidió de favor a Pierre, que le diera la carta que le
estaba entregando, a su sobrino Juan Carlos Romanacce, el cual el creía que
debía vivir en el pueblo de Coamo, Puerto Rico. En aquella carta se le
informaba a Juan Carlos, que su padre Phillipe, había muerto recientemente.
-Por favor Pierre, júrame que le vas a entregar esta carta a mi sobrino,
júramelo.- A lo que Pierre le contesto: -Te juro por Dios que lo haré, te lo
juro.- Una vez hecho aquel juramento, el clérigo murió en paz.
El capitán del navío
estaba en la obligación de disponer del cuerpo del difunto, y se vio
precisado a despedirlo como era costumbre en aquellos casos, en un apartado
rincón de la mar, ante los rezos y peticiones por su alma por parte de sus
compañeros de oficio. Quedaría aquella alma en manos de Dios y su cuerpo en
algún lugar del vasto Océano Atlántico, mientras; el buque proseguía
indiferente hacia su destino. Un increíble sentido del deber, además de la
oportunidad de asumir la identidad del cura, cambió los planes de Pierre, el
pretendía viajar hasta Venezuela. La primera parada del buque fue en el
puerto de Ponce. Allí Pierre con nueva identidad, paso la aduana inadvertido
como un pasajero mas, listo a cumplir con su sagrado deber.
***
Ahora, meses después, estaba
Rafaela esperando en el puerto al responsable de su preñez, arcano personaje
quien para evitar ser descubierto en su paternidad decidió llevar
disimuladamente a la joven a su país natal, a Córcega. La acompañaba una
hermana y hermano de esta, ya que por lo largo de la travesía y por el
desconocido idioma que iba a encontrar, debería tener a alguien a su lado
que la ayudara. Además deberían ayudarla a establecerse en tanto su amado
volvería de vuelta a sus negocios en Puerto Rico.
¡Entonces!... llego el
hombre que había embrujado su corazón y que le ofrecía un mundo de
esperanzas. Allá estaba el, y a una señal de este ella caminaría junto a sus
hermanos hacia la barandilla que la llevaría al buque, él mientras, hacia
los arreglos de la salida y se ocupaba de que una mercancía que despachaba
hacia su país estuviera lista y en orden.
Llegado el momento,
partió aquella nave con destino al mediterráneo. Atrás quedaban solo
recuerdos de una triste y afanosa infancia y ella en sus adentros se decia:
seguramente por allá me ira mucho mejor. Juan Carlos, el hombre del que
vivia enamorada se mantenia algo distanciado de ella en la embarcación, pues
no deseaba que se supiera de la relación que guardaba con Rafaela. Mientras,
el compartia en alegre camaraderia con varios pasajeros compatriotas suyos,
los Passalacqua,
Fantauzzi, Santoni, Santini, Giordani, Bernardi, Gierbolini algunos que
regresaban a su país despues de muchos años para quedarse y morír en Córcega
y otros solamente irian de visita.
Rafaela pensaba si
deberia estar alegre o triste dada su oculta y sospechosa situación de
abordaje, entonces echo una mirada al mar y con el viento golpeando su
rostro, volvió a recordar...
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