El Corso de Guayama
Capítulo X
Encomienda
Postuma
Por: Juan Bautista García García
Estas son las cartas que
propiciaron la investigación y la historia
27
y 28 de Agosto de 1912
Era
una calurosa noche del mes de Agosto, tan parecida a las que en mis
travesuras de niño de mis 8 años había estado acostumbrado a pasar, sin
embargo, esta noche en particular me tendría reservada una insólita
sorpresa que dejaría una imborrable huella en el curso de mi vida.
Acababa de
repartir algunos encargos por los distintos cafetines que me habían asignado
en el colmado de don Jesús, en Guayama. Trabajé rápidamente, para así poder
llegar lo mas pronto posible a mi casa y atender a mi madre en su lecho
de enferma, que esperaba con todos nosotros el desenlace final de
aquella terca enfermedad que había buscado asilo en su frágil cuerpo
para destruirlo, sin percatarse que le había revelado a su alma el mas
sutil de los secretos.
Cuando subía por
la escalera rústica de mi casa, me encontré con mi abuela Doña Fanny (la
dulce mulata) que me había enseñado tantas cosas buenas, la que al verme
rápido me dijo -Mira Juan, tu mamá esta muy pero que muy mala y me dijo
que quería verte ahora para decirte algo (temiendo indudablemente su
muerte) muy importante.
¿Podía acaso yo a
mis 8 años de edad enfrentarme a mi angustiada madre y verla morir entre
mis brazos?
Abuela Fanny sabia
que aquello era demasiado fuerte para mi temprana edad, posiblemente era
algo tan siniestramente espectacular para mi tierna pubertad, que la
adolescencia hizo un guiño de duda ante la sombra expectante de mi
capacidad. Pero sin miedo subí hasta su cuarto, allí estaba ella
sudorosa y moribunda entre los reflejos de un ondulante quinqué que le
daba un tono aún mas sombrío a su rostro. ¡MADRE! -Hijo ven acércate...
confundiéndose en el mas tierno de los abrazos y así se me acerco al
oído y dijo casi balbuceando estas susurrantes palabras... -No busques
nunca al hombre que fue tu padre, no te ha hecho falta, ni jamás te la
hará- ¿Me lo prometes? - Si querida madre, te lo prometo- le conteste
llenos mis ojos de cautivas lágrimas que así conseguían su liberación...
A los 8 años, yo
era un muchacho duro, criado casi solo pues mi padre abandono a mi madre
apenas llegaron de la isla de Córcega. Mi padre era uno de estos
aventureros que se tiraron al nuevo mundo a buscar mejor vida y puesto
que mi madre era muy hermosa pero muy humilde, prefirió luego buscar
suerte en una hacienda con una adinerada dejándonos abandonados a mí y a
mi madre.
Yo no sentía un
temor natural por las cosas que empezaban a integrar mi vida de un modo
tan implacable. Mire las callosidades de mis tiernas manos y comprendí
rápidamente lo que mi atormentada madre me pedía con tanta desesperación.
Tenia toda la razón, abrazado a ella sentía como dentro de su pecho tan
joven (apenas 28 años) la vida iba extinguiéndose lentamente...
Mientras en mi
espíritu infantil, renacía una vida nueva una vida en que aquellas
callosas manos iban a ser el yunque que ella quería con las cuales yo
iba a labrar mi vida y futuro, sin la necesidad así, de romper la
promesa para buscar al hombre que había sido mi padre.
Este glorioso
éxtasis no podía durar mucho pues un acceso violento de una tos seca, me
sustrajo de aquellos raros pensamientos. -¡MADRE!- madre espera por la
virgen- acomode su cabeza sobre las almohadas y por un momento salí del
cuarto buscando alguna ayuda. -Abuela,abuela- yo gritaba pero nadie me
contesto y decidí enfrentarme solo a aquella situación. Entre de nuevo
en la habitación donde había una mesita de noche construida de Laurel
sabino y sobre ella marcaba el tiempo indiferente un viejo pero leal
reloj despertador que señalaba en aquel momento las 7:15 de la noche,
aparentemente todo marchaba dentro del plan de Dios...
El cruel acceso de
tos la había extenuado por completo y se había quedado dormida, no
consideraba prudente despertarla. Es obvio que la naturaleza tiene su
rol asignado en este pequeño drama de la vida, por lo cual decidí
esperar un momento. Me senté junto a ella y con mis callosas manos
acariciaba su negra y alargada cabellera, mientras el tic, tac... del
reloj prolongaba infatigablemente el impaciente tiempo que nunca se
detenía y que nos acechaba constantemente. Así seguí yo la noche
recostado sobre el hombro de mi madre y note con asombro ya entrada la
madrugada que el quinqué tenia poco gas y la vacilante luz que apenas
producía la quemada mecha me infundía un raro y desconocido temor. Ahora
las sombras cada vez mas opacas que producía aquel quinqué parecían
generar imágenes de seres que rodeaban la cama de mi madre y que desde
ese mundo le parecían llamar para tranquilizar así su fatigada alma.
Yo nunca iba
olvidar aquel amanecer del 28 de agosto de 1912, de repente sentí una
alegría muy saludable pues por entre una de las muchas hendijas de la
pared de la casa hecha con tejamani, se filtro un tibio y milagroso rayo
de luz mañanera, eran las 5:35 de la mañana y ya comenzaba a amanecer.
Un fuerte aroma a plantas medicinales comenzaba a impregnar el cuarto de
mi madre en ese momento, al lado de nuestra casa don Domingo Gilormini
procesaba malagueta para hacer alcoholados y aquel fuerte olor perfumaba
a diario el vecindario. Apenas aclaro un poco mas, entro otro rayo de luz que se poso sobre el
pálido rostro de mi madre entonces ella abrió sus ojos y con ellos fijos
en mí casi sin mover sus apretados y resecos labios me hablo nuevamente...
-Yo se hijo mío
que has sufrido mucho por mi enfermedad, quiero que sepas que de lo que
voy a morír es de la pena de no poderte criar y verte crecer como un
buen hombre de provecho. No sabes lo que yo daría por estar ahí a tu
lado todos los días llevándote a tu escuela y ocupándome de tus cosas.
Quiero hijo mío que el día que decidas tener una familia, quiero que la
valores como la cosa más importante de tu vida, nunca abandones a tus
hijos, por favor júrame eso hijo mío.-
- Si mamá, cuando yo sea hombre y tenga familia los voy a cuidar bien, te lo juro y te lo
prometo por esa virgen mamá-
-Se un buen padre
y cuida bien a tus hijos, hazte de una profesión y dale a ellos una
buena educación, me prometes eso hijito, cof, cof, cof... Le volvía
otra vez un ataque de tos que ya presagiaba su final.
-Prométeme también
hijito que no vas a buscar a ese hombre que nos abandono
inmisericordemente, tu tienes unos buenos padrinos que se van a ocupar
de ti y con los cuales no vas a carecer de nada- Se refería esta a
Emilia Porrata Santaella y a José Vives personas acaudaladas y las que
irónicamente estaban emparentadas con la mujer con quien se había ido su
padre.
No se preocupe
madre lo que usted me diga así yo haré. Entonces mi madre tomo una de
mis manos, la derecha y llevándola hasta sus senos me indico con su
mirada que entre ellos reposaba un escapulario de San Francisco de Asís,
lo tome con mucho respeto y bastante temor mientras ella cerraba
nuevamente sus serenos ojos para abrirlos ahora ante la augusta
presencia de Dios, que por fin ya había dictado su hora de salida. Eran
justamente las 7:30 minutos de la mañana lapso de tiempo hecho en mi
vida una perdurable eternidad. Con el escapulario en mis manos
contemplaba casi hechizado el despojo de una mujer que había entregado
su alma a Dios en plena juventud. Yo pensé inocentemente que ella dormía.
-¡Juan, Juan!-
me llamaba mi abuela Fanny que subía las escaleras rápidamente, la cual
sabía que yo madrugaba siempre para volver a los cafetines
del pueblo antes de ir a la escuela. -Mande uste- le grite yo. Hijo vete
cuanto antes pues me enteré que Jean Charles tu padre viene a buscarte
y tu madre me hizo jurarle que no te entregara a él. -Rafaela, Rafaela fue al cuarto a decirle a mi madre cuando -Ohhhh, virgen santísima si ya
tu madre se fue a morar con el señor, bendita sea su alma- Y abuela
Fanny comenzó a llorar desconsoladamente y a gritar tanto que levanto a
todos los vecinos cercanos. Cuando yo supe que no volvería a hablar mas
con mi madre se me hizo un nudo en la garganta que no me dejo hablar por
varios días.
Una vez mi abuela
volvió en sí, me tomo de un brazo y me llevo con ella a casa Doña Luisa viuda de Fernández y allí me quede como fuera de mi mismo y sin
conciencia de lo que pasaba por casi un mes. Solo miraba y miraba sin
parar el bendito escapulario que me dio mi madre aquella cruel mañana
del 28 de agosto de 1912. En aquel escapulario la única herencia que me
quedo de mi madre, se encerraba el sutil compromiso que iba a guiar a mi
vida continuamente y me ayudaría a realizar la encomienda póstuma de mi
madre.
Mi padre vivía muy
bien según luego yo supe y le vi varias veces en el pueblo de Guayama
pero yo me le escondía, pues no quería que él me viera. Se habia casado
con una joven adinerada llamada Elvira Porrata Doria, heredera de
una gran fortuna.
Al mi abuela morir
yo quede huérfano total y bajo el cuidado de mis padrinos y la familia
Fernández Bird, yo en mas de una ocasión les escuche decir que seria bueno
que yo me fuera con mi padre. Un día planearon llevarme con él, pero yo
que me la
pasaba debajo de la casa donde tenia una pequeña guarida y escondite al
oirlos me ocultaba y evitaba ese encuentro.
Me escapé de la
casa de los Fernández un día para no volver, me fui a caminar y a
aventurar por los pueblos cercanos, pero siempre trabajando. A mis 16
años ya hecho todo un hombre independiente un día me monte en una
Carreta halada por una yunta de Bueyes que iba para Cayey y seguí así
hasta llegar a San Juan, El viaje fue de todo un día de camino, conmigo
se fueron mi amigos Víctor Pillot, y Néstor Cora Vega para
acompañarme, pero
solo llegaron a Cayey ya de allí se regresaron a Guayama.
Fui cautelosamente
y sin arrogancia al encuentro con mi madurez, era una persona decidida y
comprometida con mi futuro, era un hombre muy trabajador y esa era mi
mejor carta de presentación. Al llegar a San Juan conseguí empleo y
alojamiento en la YMCA una institución norteamericana orientada a la
preparación fisíca de sus socios, allí viví los proximos 6 años. No vacile en casarme bien joven a mis 22
años con la buena mujer que Dios puso en mi camino y con la cual he
formado un hogar que ya cumplió su bodas de rubí y en donde son muy
felices 8 hijos y 2 hijas, además de 3 huérfanos a los que he criado
como hijos míos. Tenemos un hogar en donde todo esta en perfecto orden y
conforme a la voluntad de Dios. Aún hoy no le he revelado el secreto a
mi mujer e hijos de quien fue mi padre, quien murió apenas 5 años
después de mi madre, según supe tuvo otro hijo, Alejandro y una hija
Jacqueline, a Alejandro un día le vi en Santurce donde vivía, pero no me
relacione nunca con el.
Pero el tiempo ese
cruel encubridor personaje que no me abandona ni un solo momento le iba
a tocar revelar ese misterio. Como cosa natural y sin darme cuenta me
convertí en artista, mis manos tenían habilidad para dibujar y hacer
muchas cosas creativas que ni yo mismo me habría imaginado, gracias a
ellas he vivido. Y así un día estaba dándole los toque finales a los
decorados interiores de la Iglesia San Francisco del Viejo San Juan,
cuando el padre Gregorio se acerco a los andamios y me llamo: - Don Juan
baje un momento que tengo que decirle algo muy importante- Azorado baje
rápidamente y hablándole entre Inglés y español ya que el cura era de
Penssilvania, le pregunte que había pasado. Bueno Don Juan, escuchando
los juegos de béisbol, el narrador Buck Canel, mencionó que una persona
de origen Corso, le deseaba enviar un mensaje al pueblo de Guayama y en
especial a Juan Bautista Romanacce, el cual creían que llamaban Juan
Bautista García y que ya debía andar por cerca de los 50 años ¿No cree
Don Juan que eso tenga que ver con usted?
En ese momento
vino a mi mente aquel 28 de Agosto de 1912, y metiendo mí mano en la
cartera busque aquel viejo escapulario, sagrada herencia que aún guardo
y llevo conmigo como mi más preciado y venerado tesoro. En eso recordé
las suplicas de mi madre -No busques nunca al hombre que fue tu
padre, no te ha hecho falta, ni jamás te la hará- ¿Me lo prometes? - Si
querida madre, te lo prometo- Y durante 38 años nada ha
interrumpido esa promesa...
Pensé en llamar a
mi esposa y preguntarle, pero algo que no entendía me contuvo, aquellas
expresiones me dejaron perplejo y confundido, había algo en mi alma que
me presionaba de un modo extraño. Yo comprendo que el alma tiene sus
vándalos que no son otra cosa que los malos pensamientos que llegan así
de improviso para devastar nuestras virtudes. Pero tanto mi madre y yo,
ella desde el cielo y yo acá en la tierra estábamos preparados para esta
singular emergencia.
Sin embargo, como
los juegos de béisbol son oídos por prácticamente toda persona que tiene
un radio aquí en el Puerto Rico de los años 50, ya todos se estarían
preguntando si de quien hablaban era de Don Juan Bautista García el
artista y pintor de Guayama.
Entonces baje
rápidamente del andamio en donde estaba trabajando y me acerque a la
imagen de San Francisco una hermosa guvia española y frente a el ore
intensamente... Abrí mis ojos y levantando mi rostro miré al magnifico
santo y note con asombro que una extraña sonrisa se dibujaba en sus
labios. -¿Se siente bien Don Juan?- me pregunto por sorpresa el padre
Gregorio, sacándome del dulce éxtasis en el que me encontraba.
-Si padre me
siento bien... Padre me quiere hacer un pequeño favor- suplique
-Si dígame Don
Juan, hoy es su día y se que me necesita y Dios y yo estamos dispuestos
enteramente para usted-
-Como en otras
ocasiones, tengo deseos de escuchar música religiosa para continuar con
mi trabajo-
-No se preocupe
usted, continué haciendo su buen trabajo de arte poniéndome bella la
capilla y yo me encargo de poner la música celestial-
Pronto subí
rápidamente al andamio y me dispuse a terminar con mi labor de
dibujar sobre la pared contigua a la capilla el rostro de la Virgen
Maria siendo visitada por el ángel Gabriel, y si darme cuenta mis manos
dibujaban el rostro... si de la mujer mas hermosa que hayan visto mis
ojos ¡Si era ella! Era mi madre la que mis manos bendecidas
habían retratado con su larga cabellera suelta y llena de una
arrobadora belleza, allí estaba ella frente al altar sonriéndome y
dejándome saber con su mirada que por siempre estaría conmigo, GRACIAS
DIOS MIO.
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