El Corso de Guayama
Capítulo IX
El
Huérfano
(Éxtasis
en retrospectiva)
Escrito por: Héctor A. García
©Todos los derechos reservados escrito en 1989
Por: Juan Bautista García García
Estas son las cartas que
propiciaron la investigación y la historia
Mar Mediterráneo,
adiós Córcega jamás te olvidaré, oh abrupto y escarpado Monte Cinto. Desde
esta tierna edad os contemplo y soy felíz pues se que llevo en mis venas la
mezcla ultraterrena de las savias de vuestros pinos y de vuestros castaños.
Hoy han pasado poco más de dieciseis meses desde que he ingresado en este
mundo con la condición especial de guardar el más severo de los silencios...
Antes de emprender mi
madre y yo nuestro viaje de regreso, caminamos unidos sosteniéndome ella en
sus brazos por entre hermosísimos viñedos, orgullosos de su tierra hostil y
arisca, pero muy hospitalaria con aquellos que sabían hollarla con cariño.
Aquellos que al remover sus entrañas para sembrar la semilla, aspiraban con
fuerza el vaho sutil que constantemente exhalaba de ella.
Es de suponer que en
una edad tan tierna como la mía, no había sitio en mi alma para el rencor,
pero en cambio la vendetta sonreía pensando quizás algún día congraciarse
conmigo. Agarrado fuertemente al cuello de mi madre, embelesado con la
prolífica vegetación de aquel paraje, pensaba como si fuera un adulto en
ella.
Mi madre altiva,
orgullosa y hasta desafiante en su desgracia o su fortuna, vino hasta esta
tierra mediterránea impulsada por el más incauto de los amores. Que otra
cosa podía hacer una mujer que enamorada sigue como Francesca a Paoli (la
enamorada del líder independentista corso) o como la sombra a su dueño por
todos los lugares que va.
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Si es cierto, que
entre montañas y viñedos corsos y alejada de su isla caribeña, de su
isla antillana, allí respiro ella hondo para tener el más tranquilo de
los partos. Una humilde y pintoresca casa asentada ante caprichosos y
centenarios olivos fue el providencial amparo y el provisional refugio
de aquella gran mujer. Allí calladamente y como si fuera ella un gran
reproche contra la naturaleza, arranco de su rostro el verdoso antifaz
de la mentira. Y mirando cara a cara a Dios le dijo: -Aquí esta mi hijo,
ayúdame señor a cuidarlo, bendícelo mientras viva.- |
No es posible negarlo,
nuestras huellas, nuestro cariño, todas las cosas y personas que conocimos y
que de un modo o de otro formaron nuestra vida, estaban allí muy presentes
como solitarios testigos. Ellos fueron los testigos de lo que había ocurrido
de lo que habíamos vivido y de lo que no olvidarían mientras vivieran, por
muchos años. Mi madre y yo teníamos un compromiso con el destino, compromiso
ineludible cuya confrontación iba a convertir a mi madre en mártir y a mí,
en el más intrigante de los huérfanos.
Había pasado ya casi
año y medio y en esta romántica mañana en que mi madre y yo nos despedíamos
de aquella agreste tierra, donde aprendimos que el dolor es preferible a
cualquier otra condición de denigración humana. Que otra cosa puede ser la
decepción, que la afirmación constante de que el sueño de la vida al
terminarse puede dejar en el alma algunos vestigios de utilidad... Algún
día volveré, (el sueño profético) mi sangre transitará por tus montes llenos
de viñedos y olivares, de eso puedes estar seguro Monte Cinto, yo se que tu
entiendes el lenguaje inaudible de la selva, y tu Poggio de Olletta, porque
en tu arisca y tosca tierra di mis primeros pasos, también en tu naturaleza
conseguí el justo equilibrio la fuerza y la sensibilidad que iban a imprimir
en mi alma toda la sabiduría y ciencia de la vida.
Ya luego de abordar el
barco, un silbato anuncio su salida y lentamente tras una estela espumeante
que luego se desvanecía, nos marcharíamos de Córcega sin dejar ni siquiera
el rastro allí de nuestra presencia. Doncella del mediterráneo fuerte e
inaccesible, los fenicios los etruscos y los cartaginenses mordieron el
polvo de tus tierras para luego arrepentirse. Vándalos y Romanos apuraron la
misma copa de la desventura. Todos los que se aventuraron en tus tierras en
plan de conquista, entre otros Lombardos, Godos y Bizantinos que otra cosa
podían hacer que al fin desistir de sus empeños.
Tú eres pirámide
arborescente bañada por esas aguas legendarias del mediterráneo, no eres
otra cosa que ese yunque pétreo, sobre el cual y en el cuál forjaron tus
hijos su indómito y perseverante carácter, dirigidos hacia su propio y
autorrealizado destino.
Así fue mi nacimiento,
fue corso pero no lo seria por mucho más tiempo, malas noticias hicieron que
mi madre volviera sobre sus pasos, olvidando y dejando atrás un preciado
futuro para volver a un amargo presente, en donde hallaría que de nada
servirían los recuerdos del pasado. Es muy difícil comprender como un niño
de mi tierna edad fue sometido a tan terrible experiencia, pero teníamos una
cita con el destino y allá iríamos de la mano del Buen Dios.
Siempre recordaré la
noche sobre cubierta en que mi madre y yo hablamos con las estrellas, no
había que mover los labios, solo lo hacíamos con el corazón, estábamos en el
interior del cielo, que menos podíamos hacer que inclinarnos ante la
presencia de Dios. -Sean pródigos hijos míos, trasciendan vuestras
tristezas, yo les prometo un galardón, yo les prometo una recompensa-
(la promesa)
-Cuida de nosotros
Señor- le suplicaba mi madre
-Tranquilos, yo
estoy con ustedes, sepan que llevan en su alma el asomo de una gran
fecundidad-
-¿Es acaso eso
suficiente Señor?-
-Si, lo es-
Respiró muy hondo mi
madre y mirando al cielo se dio cuenta de la certeza del gran momento que
estábamos viviendo. Mi mente se transporta y pensé cual si fuera un adulto y
me convencí de que Dios se propuso experimentar con la solicita e inocente
generosidad de mi ánimo. Me vi mirando al cielo junto a mi madre y de pronto
comencé a perder ligeramente la claridad a causa de un banco de niebla en el
que estaba entrando el barco. En la súbita confusión de mi ánimo escuche a
mi madre toser, fue una tos seca que la molesto por un momento pero luego
paso. Yo me sujete fuertemente a su cuello y ella se dispuso a marcharse. De
camino volvió a toser nuevamente, ya en el camarote no volvería a toser pues
sus lágrimas y sus penas no le permitirían a su alma atormentada otro
malestar.
Serian cerca de las
7:00 de la mañana de un lunes cuando llegamos al puerto de Arroyo, nadie nos
esperaba nuestra llegada seria una sorpresa más, para el hombre que nos
había puesto de frente con nuestro destino...
Juan de adulto reflexiona:
1963 (a sus 58 años)
No voy a detenerme a
describir los inconvenientes e infortunios de esta extraña situación, pero
baste al entendimiento humano comprender la intención perenne de superarlos
en todo momento. En esta ocasión le toco a una mártir madre y a un presunto
peregrino huérfano. Aunque estaba con mi madre en el momento de este sufrimiento, me sentí solo, tal vez como se sentía ella. Comprendí que en
estos momentos las palabras hallan enormes dificultades para su salida por
el estado sutil en que se encuentra el alma. Razón por lo cual, como mi
madre nunca quiso hablarme de mi padre, quisiera que algún día alguien me...
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