La expansión griega por el
Mediterráneo es, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos
más importantes y sorprendentes de la historia de Grecia.
Cronológicamente la colonización se extendió entre el 734 y el
580 a.C., durante este siglo y medio los griegos llevaron la
cultura griega arcaica y la constitución de las polis a todos
los pueblos ribereños del Mediterráneo y el Ponto Euxino (Mar
Negro). Los griegos conocieron el Mediterráneo por medio de
los mejores navegantes de la época, los fenicios, que ya lo
habían cruzado de un extremo a otro siglos antes, en busca de
metales. En este impresionante despliegue de medios e
iniciativa intervinieron muchas ciudades que en conjunto
carecían de un plan predeterminado y que eran impulsadas por
diversos motivos.
No existió una causa única que
explique el motivo de la Colonización, probablemente cada
polis tuviera las suyas para lanzar a sus ciudadanos a
semejante aventura allende los mares. No obstante se puede
hablar de ciertas grandes causas de las cuales la fundamental
sería el problema agrario. Como ya dijimos, la presión
demográfica iba en aumento en la Grecia continental, el suelo
libre para la agricultura, que nunca había sido demasiado, se
empezaba a agotar peligrosamente; a ello se sumaba la presión
ejercida por los aristoi en su continuado acaparamiento
de tierras. Ante todo ello, la única alternativa que parecía
viable era la búsqueda de un nuevo territorio en el que poder
establecerse y empezar una nueva vida. Otro de los motivos que
provocó este movimiento colonizador fue la búsqueda de
riquezas por medio de la ampliación de las redes comerciales,
lo que explica que muchas de las nuevas fundaciones se
situaran en lugares altamente estratégicos desde el punto de
vista comercial, aunque en ocasiones estuviesen muy expuestos
militarmente. Por último, un tercer factor digno de mención es
el político; existe la constancia de que en ciertos casos el
impulso colonizador se debió a una reacción de huida ante una
serie de medidas políticas injustas y arbitrarias.
Los griegos acuñaron el término
de apoikia o colonia, para hacer referencia a aquellos
individuos que marchaban de su polis y que al llegar a un
nuevo territorio establecían un asentamiento independiente,
política y administrativamente, de la polis de la que eran
originarios los fundadores. La apoikia era una ciudad
nueva, con todos sus derechos y con nuevos ciudadanos, los
cuales ya no pertenecía a su polis de origen (en griego
mhtrÕpolij ´metrópolis´) sino a la nueva fundación.
Frente a la apoikia se encontraba la klerouchia,
que hacía referencia a los asentamientos fundados por los
atenienses fuera del territorio de la polis pero que
permanecían siendo dependientes de esta en lo que se refiere a
la política y la administración.
Las nuevas fundaciones griegas
fueron, casi en su totalidad, ciudades independientes unidas
por lazos emocionales con la metrópolis, pero en muy escasas
ocasiones estos lazos se extendieron al plano económico y
mucho menos al político. Las nuevas polis, que normalmente se
establecieron en territorios fuera de Grecia, se esforzaron en
mantener sus rasgos distintivos como griegos, en mantener su
lengua, la pervivencia de su arte, su religión y en suma todos
los rasgos diferenciadores de su cultura. Pero las nuevas
ciudades tuvieron una fuerte influencia sobre las viejas
metrópolis, estas se encontraban en un proceso de cierto
estancamiento, en el cual cada vez era mayor el número de los
excluidos y menor el de los dirigentes, pero cuando muchos de
aquellos se marcharon para fundar nuevas ciudades, también
buscaron nuevas soluciones a los viejos conflictos, con lo que
no es de extrañar que el proceso colonizador sea contemporáneo
a una serie de importantes medidas innovadoras en las
metrópolis que acabarían desembocando en la famosa democracia
griega.
La expedición en busca de un
nuevo territorio era un acto solemne en el que intervenían por
un lado la metrópolis y por otro los propios colonos. Ninguna
expedición podía partir sin la figura del
oikistes,
el ciudadano encargado de organizar y fundar la nueva colonia
y que pertenecía a la oligarquía metropolitana. Una vez
fundada la nueva colonia, el oikistes se convertía en
el héroe mítico de la nueva fundación, al igual que los héroes
clásicos lo eran de las ciudades de la Hélade. Otro de los
aspectos imprescindibles antes de iniciar el viaje consistía
en visitar el Oráculo de Delfos,
que ya se estaba definiendo como el gran centro religioso
griego. Parece ser que en un principio la visita al oráculo se
hizo como medio de convencer a un pasaje temeroso de la bondad
del viaje, pero con el tiempo, la costumbre fue extendiéndose,
el Oráculo ofrecía información sobre la ruta a seguir y el
lugar más adecuado para fundar el nuevo asentamiento. De este
modo Delfos se convirtió en un preciso centro de intercambio
de información cuya visita era de obligado cumplimiento.
Una vez que los colonos
alcanzaban una nueva tierra era necesario realizar un rito
para fundar la nueva ciudad, el rito, en realidad una
ceremonia religiosa, corría a cargo del oikistes, el
cual debía prender en el nuevo pritaneo el fuego
sagrado traído desde la metrópolis. Una vez encendido el fuego,
el oikistes realizaba el trazado de la ciudad, a base
de calles rectilíneas y paralelas, ordenaba tanto el espacio
dedicado a las instituciones políticas como las religiosas, y
distribuía las tierras. Recientes investigaciones han
concluido que el reparto de tierra debía ceñirse a la
adjudicación de una vivienda y un jardín. Finalmente la ciudad
era rodeada de una muralla y el espacio exterior se repartía
entre los colonos. Los primeros colonos eran pues los que
dominaban las instituciones de la nueva ciudad, pasando los
que llegasen a continuación a un segundo papel tanto político
como social.
Tradicionalmente se ha pensado
que los colonos no llevaron mujeres a las expediciones, por lo
que los matrimonios serían mixtos. Por otro lado, la mano de
obra empleada por los griegos solía ser indígena o esclava, lo
que en muchos casos fue sinónimo.
Según la tradición, el primer
asentamiento griego fuera de Grecia se produjo en Sicilia y
corrió a cargo de los habitantes de
Calcis,
en la isla de Eubea, y de Corinto.
Hacia el 734 a.C., los habitantes de Calcis fundaron Naxos, en
el estrecho de Messina,
lo que les daba la llave de entrada al mar Tirreno
y Etruria.
Un año después los corintios fundaron Siracusa.
Tras estas primeras fundaciones, que llegaron a ser las
ciudades más importantes del mundo griego, los griegos se
expandieron por toda Sicilia y el sur de Italia, región esta
que recibió el nombre de Magna Grecia. Tarento
fue fundada por los espartanos
hacia el 700 a.C.; los aqueos
colonizaron el golfo Jónico. A continuación los esfuerzos
colonizadores se dirigieron hacia las costas de Macedonia y Tracia,
ambos territorios ricos en minerales, bosques y recursos
agrícolas, aunque sin buenos puertos; de nuevo fue la ciudad eubea
de Calcis quien tomó la iniciativa, y el número de colonias
fue tal que la península Calcídica
recibió por ello su nombre.