Grecia     Página 10

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Un poderoso enemigo: el Imperio persa

Los conflictos entre griegos y persas fueron la consecuencia del choque de dos formas diametralmente divergentes de desarrollo histórico. Los persas construyeron un imperio inmenso centralizado bajo el poder absoluto de una monarquía hereditaria; frente a ello, la compleja división territorial de Grecia, la proliferación de pequeñas polis independientes y celosamente defensoras de dicha independencia. Mientras que el Imperio Persa se extendía desde el Índico al Mediterráneo, el Ática ocupaba poco más de 2.000 km².

Entre persas y griegos se hallaba el reino de Lidia, pieza fundamental del comercio de la zona y uno de los estados más ricos de la época. Los persas codiciaban sus inmensos tesoros, mientras que a los griegos les interesaba su independencia como garante del mantenimiento del comercio. En el año 585 a.C. los lidios y los persas firmaron un tratado fronterizo que llevaba la paz a la región. Ello permitió a los lidios dirigir sus esfuerzos expansionistas hacia Asia Menor, donde sometieron a las ciudades griegas de Jonia. Mientras tanto, en el año 559 a.C., Ciro II el Grande (559-529 a.C.) se hizo con el trono imperial persa. Parecer ser que Creso, rey de Lidia trató de formar una poderosa coalición contra Ciro II, para lo que contó con el apoyo de Amasis de Egipto y Nabónido de Babilonia, e incluso trató de atraerse a Esparta, pero sin éxito. En el año 547 a.C. Ciro se presentó de improviso, al frente de su ejército, en Sardes, la capital de Lidia, y puso fin a la conjura.

Pero Ciro no detuvo a sus ejércitos en Lidia, de allí pasó a las ciudades griegas de Asia Menor, el reino de Babilonia y la región de Palestina. Estas nuevas conquistas por parte de Ciro situaron al Imperio en una inmejorable posición comercial, desplazando a los griegos; al tiempo que en las ciudades de Asia Menor el poder persa situaba al frente de las diversas polis a una serie de tiranos afines al ideario imperial. Las ciudades griegas de Asia Menor perdieron independencia pero a cambio vieron como el comercio prosperaba gracias a los beneficios que les otorgaba el aprovechamiento de las inmensas infraestructuras del Imperio persa y las facilidades de la unidad monetaria.

Cambises II (528-522 a.C.), hijo y sucesor al frente del Imperio persa de Ciro II, contó incluso con el apoyo de los griegos en sus conquistas, como ocurrió cuando se apoderó de Egipto gracias a la flota prestada por Polícrates de Samos. Tras la muerte o suicidio de Cambises II se abrió un proceso de luchas civiles que finalizó cuando en el año 518 a.C. Darío I el Grande logró hacerse definitivamente con el poder.

Darío I realizó una importante reorganización del Imperio, hasta convertirlo en una fabulosa máquina administrativa que le permitía controlar su ingente extensión territorial por medio de un magnífico ejército y un numeroso cuerpo diplomático. A resultas de dicha organización, los persas se hicieron con el control de Samos hacia el 518-516 a.C. como paso previo de su expansión hacia Occidente; por esas mismas fechas, Darío realizó la conquista de Escitia y Tracia, quizá como han propuesto algunos investigadores, como paso previo a su proyecto de conquista de Grecia. Parece ser que Darío tuvo serios problemas en Escitia y que de no haber sido por la fidelidad de sus súbditos griegos de Jonia, la expedición hubiese sido un completo fracaso. La derrota de Darío supuso un gran varapalo psicológico ya que hasta esos momentos se tenía al emperador persa por invencible. Los griegos de Tracia se sublevaron y Darío tuvo que regresar a marchas forzadas para recuperar el control del Imperio.

Aunque aparentemente las ciudades griegas de Asia Menor no sufrieron ningún tipo de afrenta ni debió de cambiar su situación con respecto al anterior dominio lidio, lo cierto es que en el verano del 499 a.C. estalló una sublevación general contra el dominio persa. Según narra Herodoto, el líder de la revuelta fue el tirano de Mileto Aristágoras, el cual trató de este modo de no hacerse responsable de una fracasada expedición de conquista contra Naxos. La historiografía actual no da mucho crédito a la versión de Herodoto al que se ha acusado de antijonismo, y trata de buscar la explicación del levantamiento al secular odio de los griegos a la imposición de las tiranías, a su amor por la libertad y la independencia, a una supuesta recesión económica o a una mezcla de todos estos aspectos. El gran seguimiento de la sublevación, prácticamente la totalidad de las ciudades costeras la respaldaron, parece quitar argumentos a la teoría de Herodoto, ya que no es justificable que los motivos personales de un tirano fueran capaces de movilizar las fuerzas de multitud de ciudades celosas de su independencia.

Sea como fuese lo cierto es que los sublevados, bien fuera por no estar seguros del éxito del levantamiento o bien como único camino para que éste tuviese éxito, decidieron pedir ayuda a las polis del continente europeo. Aristágoras marchó a Grecia en el año 499 a.C. con el objeto de lograr el apoyo del gran poder militar griego de la época, Esparta; pero el rey Cleomenes rechazó ayudar a los insurrectos achacando que los recursos de Esparta estaban empeñados en los preparativos de la lucha contra Argos y que Jonia estaba demasiado lejos. Tan solo Atenas y Eubea mandaron algunas tropas, pero estas fueron más simbólicas que otra cosa. Pese a todo, los sublevados lograron algunos éxitos iniciales, pero una vez que la formidable maquinaria bélica de los persas se puso en marcha, los griegos estaban condenados. En el año 496 a.C. los persas tomaron la isla de Chipre y pasaron a controlar el comercio de la región, con lo que restaron importantes apoyos a los sublevados. Los persas sitiaron Mileto, el núcleo de la resistencia, y en sus costas, en la isla de Lade, tuvo lugar la gran batalla naval que decidiría el futuro de los sublevados. Tras la derrota griega en Lade, los persas acorralaron a los sublevados en Mileto y, finalmente, en el año 494 a.C. la ciudad fue tomada, arrasada y sus ciudadanos vendidos como esclavos. Tras el levantamiento y posterior represión de Jonia, sus polis, antaño el centro cultural del mundo griego, cayeron en un irreversible proceso de decadencia, pasando el relevo a las ciudades del continente europeo.

En el 492 a.C. Mardonio, yerno de Darío I, lanzó un ataque persa al interior de la Grecia continental, en el cual atacó Tracia y conquistó Macedonia. La ofensiva persa causó tal temor que estados como Tesalia, Beocia, Egina y Argos, no dudaron en prestar sumisión al Imperio Persa (491 a.C.), de hecho parece que tan sólo Atenas, y Esparta al frente de la Liga del Peloponeso, se negaron a someterse. La negativa ateniense, que nos es conocida a través de Herodoto, se considera en la actualidad como un anacronismo, ya que Atenas carecía del poder y de la representatividad necesaria para llevarla a efecto, además de estar profundamente dividida entre los que apoyaba a la antigua tiranía y sus detractores; si merece más crédito la de Esparta, que al fin y al cabo era el mayor poder militar de Grecia, con la Liga del Peloponeso detrás. De una u otra forma el ataque persa se detuvo ya que la flota de Mardonio naufragó tras la conquista de la isla de Tasos, por lo que las tropas regresaron. Para Herodoto y los historiadores clásicos, este sería el primer intento por parte de Persia de atacar y conquistar Grecia; sin embargo, la historiografía moderna cada vez es más remisa a dar crédito a esta versión y parece inclinarse por la opinión de que los persas sólo trataron de hacer lo que hicieron, esto es, conquistar Macedonia y someter Tracia.

La conflictividad entre griegos y persas

En el 490 un fuerte contingente de tropas persas se concentró en Cilicia al mando de Datis el ejército y de Artafernes la flota; en total serían unos 20.000 soldados y 800 jinetes. El ejército marchó sobre las Cícladas, tomó Naxos, respetaron Delos y pusieron rumbo hacia la isla de Eubea, tras cuya conquista se dirigieron hacia Grecia continental y procedieron a desembarcar en la llanura de Maratón, cerca de Atenas. Los atenienses, y sus aliados platenses, se apresuraron a presentar combate, mientras que el corredor Filípides fue enviado a Esparta en busca de refuerzos (cubrió la distancia que separa ambas ciudades, 225 km, en 36 horas). El ejército griego no superaría los 10.000 hoplitas pero, pese a la inferioridad numérica, logró la victoria gracias al genio militar del general ateniense Milcíades.

Tras la batalla de Maratón, Atenas dio un paso trascendental para su futuro esplendor. Pese a que la riqueza de la polis se debía al comercio marítimo, Atenas carecía de una flota poderosa, la fuerza militar se concentraba en el ejército de hoplitas, el mismo que le había dado la reciente victoria. La flota se nutría de thetes, el eslabón más bajo de la cadena social ateniense, con lo que crear una flota poderosa supondría dotar a este grupo de desfavorecidos de un poder del que hasta entonces carecían. Contra lo que pueda parecer, el motivo de la construcción de la flota no fue la amenaza persa, ya que tras Maratón se vivieron años de paz en este frente, sino la vieja enemiga de Atenas, Egina, cuya flota ponía en peligro los abastecimientos de Atenas. El magno proyecto de construcción de la flota se realizó durante el arcontado de Temístocles, entre el 493 y el 492 a.C., creándose doscientas embarcaciones.

Mientras Atenas construía su flota, Persia se veía envuelta en serios problemas internos. Maratón no había supuesto más que un pequeño contratiempo para la inmensa maquinaria bélica del Imperio, sin embargo, en Egipto estalló una revolución entre el 486 y el 485 a.C., justo a la muerte de Darío I. Por las mismas fechas se produjeron una serie de sublevaciones en Babilonia. El nuevo rey persa, Jerjes I (485-465 a.C.) se encargó de someter Egipto y Babilonia, devolviendo con ello la fortaleza al imperio. A partir del 483 a.C. Jerjes estuvo en condiciones de poner todos los medios del Imperio persa al servicio de la expansión occidental, esto es, al servicio del asalto de Grecia; el primer movimiento persa consistió en una ofensiva diplomática buscando aislar a los estados dispuestos a presentar batalla ante un más que posible ataque persa. Tras la diplomacia llegaron los preparativos bélicos. Los persas realizaron un ingente esfuerzo, se excavó un canal para facilitar el paso de la flota, se construyó un puente de barcas para cruzar el Helesponto, se colocaron enormes depósitos de víveres para asegurar el suministro del ejército, en definitiva, el Ejército persa desplegó toda su capacidad de conquista para poner fin al largo sueño de conquistar Occidente empezando por Grecia.

Ante los preparativos claramente belicistas de los persas, los griegos se dispusieron a resistir, concentrando sus fuerzas bajo el liderazgo de Esparta y Atenas. Bajo la guía de ambas polis se creó, en el 481 a.C., la Liga Helénica, de la que formaban parte todos aquellos estados dispuestos a hacer frente a los persas; los estados miembros acordaron acabar con sus rivalidades internas, mandar espías a Persia y embajadores a todas las colonias griegas en busca de refuerzos para la lucha y encomendar a Esparta la dirección de las actividades militares de la Liga. La respuesta a la solicitud de ayuda fue demoledora: Creta se negó, Corcira retrasó la salida de sus efectivos hasta el último momento, Argos se declaró neutral y Siracusa aceptó tras muchos debates; ni siquiera el oráculo de Delos apoyó a la Liga, ya que aconsejaba la huida o la sumisión.

Así las cosas, el ejército persa hizo su aparición. La Historiografía no ha logrado ponerse de acuerdo en lo referente al monto total de tropas que formaban dicho ejército, ya que mientras Herodoto hablaba de 1.700.000 soldados, 80.000 jinetes y 1.000 barcos, cifras a todas luces imposibles; los historiadores más revisionistas hablan de no más de 300.000 soldados en total. Sea como fuese, los persas avanzaron, con un ejército inmenso, de forma simultánea por mar y por tierra, de forma que ambas fuerzas se respaldaban mutuamente. Los griegos igualaron la maniobra y lanzaron por tierra una expedición que, comandada por el espartano Leonidas, y tan solo 300 hombres, debía bloquear el desfiladero de las Termópilas y retrasar la llegada de los persas en espera de la batalla decisiva por mar; mientras que por mar eran protegidos por la flota situada en el Artemisón al mando del también espartano Euribiades. Aquella batalla de las Termopilas ha venido a ser una de las gestas mas gloriosas de ejercito alguno, ya que antes de morir, aniquilaron a miles y miles de Persas.La segunda línea se situó en el istmo de Corinto y Salamina. En agosto del 480 a.C. el ejército persa se acercaba a las Termópilas mientras que la flota iba al encuentro de los griegos de Euribiades en Artemisón. El desfiladero de las Termópilas se convirtió en una trampa mortal para las tropas de Jerjes debido a que su superioridad numérica de nada servía allí; por su parte, el combate naval de Artemisón quedó en empate, pero los persas tuvieron que sumar a los barcos destruidos los que ya habían perdido en un temporal anterior, con lo que su flota quedó fuertemente mermada.

 

Ante el avance persa Atenas fue evacuada y Temístocles concentró las fuerzas atenienses en Salamina, donde pretendía dar la batalla final. En septiembre del 480 a.C., en la isla de Psitalia, frente a Salamina se produjo el enfrentamiento entre ambas escuadras. Los griegos, hicieron de la desventaja numérica una ventaja, al atacar por sorpresa y de flanco, lo que imposibilitó el movimiento de la inmensa escuadra persa cuyos barcos chocaban unos contra otros. Finalmente los persas tuvieron que darse a la fuga. Con la flota destrozada, Jerjes regresó a Asia, para recuperar sus barcos; no obstante, Mardonio quedó en Grecia al mando del ejército, que se conservaba intacto, pese a las pérdidas de las Termópilas. Mardonio se retiró hacia Tesalia donde pasó el invierno.

En el 479 a.C. la guerra regresó a Grecia de la mano, una vez más, de Mardonio. En esta ocasión Atenas logró la movilización general de las fuerzas griegas contra la amenaza persa. El grueso del ejército griego se colocó bajo las órdenes del espartano Pausanias y estaba integrado por miembros de la Liga del Peloponeso, a los que se unieron los importantes contingentes de Atenas y Platea, en conjunto unos 30.000 hombres. Los persas por su parte contaban con un contingente de unos 50.000 soldados, incluyendo unos miles de griegos aliados. En la llanura de Platea ambos ejércitos se encontraron y allí Mardonio perdió la vida en medio de las acometidas persas y la defensa de los espartanos. El ejército persa, tras la muerte de su general, se desmoronó hasta tal punto que su campamento fue saqueado por las tropas griegas. Poco después de la batalla de Platea, la flota griega, a las órdenes del espartano Laotíquidas, se dirigió a Asia Menor donde arrasó a las tropas de refuerzo que Jerjes estaba reuniendo para socorrer a Mardonio. Con esta acción, las ciudades griegas de Asia Menor fueron liberadas de la presión persa y recuperaron su independencia.

Con la derrota de los persas se puso fin a las denominadas Guerras Médicas, de las cuales los griegos salieron con una fortalecida conciencia de pertenencia a un único pueblo, pero sin llegar a crear una nación que los englobase a todos bajo unas mismas leyes o un mismo gobierno. Los griegos continuaron con su secular independencia, imponiéndose el sentimiento localista sobre la idea de un Estado general, incluso tras haber comprobado como sólo unidos eran capaces de derrotar a sus poderosos enemigos. Un buen ejemplo de este sentimiento fueron las represalias que los vencedores, atenienses y espartanos principalmente, tomaron sobre todos aquellos que apoyaron a los persas, como en el caso de Tebas, cuyos dirigentes fueron ajusticiados públicamente.

                                                                                       

Fundación Educativa Héctor A. García