Los conflictos entre griegos y
persas fueron la consecuencia del choque de dos formas
diametralmente divergentes de desarrollo histórico. Los
persas construyeron un imperio inmenso centralizado bajo el
poder absoluto de una monarquía hereditaria; frente a ello,
la compleja división territorial de Grecia, la proliferación
de pequeñas polis independientes y celosamente defensoras de
dicha independencia. Mientras que el Imperio Persa se
extendía desde el
Índico
al Mediterráneo,
el Ática ocupaba poco más de 2.000 km².
Entre persas y griegos se
hallaba el reino de Lidia, pieza fundamental del comercio de
la zona y uno de los estados más ricos de la época. Los
persas codiciaban sus inmensos tesoros, mientras que a los
griegos les interesaba su independencia como garante del
mantenimiento del comercio. En el año 585 a.C. los lidios y
los persas firmaron un tratado fronterizo que llevaba la paz
a la región. Ello permitió a los lidios dirigir sus
esfuerzos expansionistas hacia Asia Menor, donde sometieron
a las ciudades griegas de Jonia. Mientras tanto, en el año
559 a.C.,
Ciro II el Grande
(559-529 a.C.) se hizo con el trono imperial persa. Parecer
ser que Creso,
rey de Lidia trató de formar una poderosa coalición contra
Ciro II, para lo que contó con el apoyo de Amasis
de Egipto y Nabónido
de Babilonia, e incluso trató de atraerse a Esparta, pero
sin éxito. En el año 547 a.C. Ciro se presentó de improviso,
al frente de su ejército, en Sardes,
la capital de Lidia, y puso fin a la conjura.
Pero Ciro no detuvo a sus
ejércitos en Lidia, de allí pasó a las ciudades griegas de
Asia Menor, el reino de Babilonia y la región de Palestina.
Estas nuevas conquistas por parte de Ciro situaron al
Imperio en una inmejorable posición comercial, desplazando a
los griegos; al tiempo que en las ciudades de Asia Menor el
poder persa situaba al frente de las diversas polis a una
serie de tiranos afines al ideario imperial. Las ciudades
griegas de Asia Menor perdieron independencia pero a cambio
vieron como el comercio prosperaba gracias a los beneficios
que les otorgaba el aprovechamiento de las inmensas
infraestructuras del Imperio persa y las facilidades de la
unidad monetaria.
Cambises II
(528-522 a.C.), hijo y sucesor al frente del Imperio persa
de Ciro II, contó incluso con el apoyo de los griegos en sus
conquistas, como ocurrió cuando se apoderó de Egipto gracias
a la flota prestada por Polícrates de Samos.
Tras la muerte o suicidio de Cambises II se abrió un proceso
de luchas civiles que finalizó cuando en el año 518 a.C. Darío I el Grande
logró hacerse definitivamente con el poder.
Darío I realizó una importante
reorganización del Imperio, hasta convertirlo en una
fabulosa máquina administrativa que le permitía controlar su
ingente extensión territorial por medio de un magnífico
ejército y un numeroso cuerpo diplomático. A resultas de
dicha organización, los persas se hicieron con el control de
Samos hacia el 518-516 a.C. como paso previo de su expansión
hacia Occidente; por esas mismas fechas, Darío realizó la
conquista de
Escitia
y
Tracia,
quizá como han propuesto algunos investigadores, como paso
previo a su proyecto de conquista de Grecia. Parece ser que
Darío tuvo serios problemas en Escitia y que de no haber
sido por la fidelidad de sus súbditos griegos de Jonia, la
expedición hubiese sido un completo fracaso. La derrota de
Darío supuso un gran varapalo psicológico ya que hasta esos
momentos se tenía al emperador persa por invencible. Los
griegos de Tracia se sublevaron y Darío tuvo que regresar a
marchas forzadas para recuperar el control del Imperio.
Aunque aparentemente las
ciudades griegas de Asia Menor no sufrieron ningún tipo de
afrenta ni debió de cambiar su situación con respecto al
anterior dominio lidio, lo cierto es que en el verano del
499 a.C. estalló una sublevación general contra el dominio
persa. Según narra Herodoto, el líder de la revuelta fue el
tirano de Mileto
Aristágoras,
el cual trató de este modo de no hacerse responsable de una
fracasada expedición de conquista contra Naxos. La
historiografía actual no da mucho crédito a la versión de
Herodoto al que se ha acusado de antijonismo, y trata de
buscar la explicación del levantamiento al secular odio de
los griegos a la imposición de las tiranías, a su amor por
la libertad y la independencia, a una supuesta recesión
económica o a una mezcla de todos estos aspectos. El gran
seguimiento de la sublevación, prácticamente la totalidad de
las ciudades costeras la respaldaron, parece quitar
argumentos a la teoría de Herodoto, ya que no es
justificable que los motivos personales de un tirano fueran
capaces de movilizar las fuerzas de multitud de ciudades
celosas de su independencia.
Sea como fuese lo cierto es que
los sublevados, bien fuera por no estar seguros del éxito
del levantamiento o bien como único camino para que éste
tuviese éxito, decidieron pedir ayuda a las polis del
continente europeo. Aristágoras marchó a Grecia en el año
499 a.C. con el objeto de lograr el apoyo del gran poder
militar griego de la época, Esparta; pero el rey Cleomenes
rechazó ayudar a los insurrectos achacando que los recursos
de Esparta estaban empeñados en los preparativos de la lucha
contra Argos y que Jonia estaba demasiado lejos. Tan solo
Atenas y Eubea mandaron algunas tropas, pero estas fueron
más simbólicas que otra cosa. Pese a todo, los sublevados
lograron algunos éxitos iniciales, pero una vez que la
formidable maquinaria bélica de los persas se puso en marcha,
los griegos estaban condenados. En el año 496 a.C. los
persas tomaron la isla de Chipre y pasaron a controlar el
comercio de la región, con lo que restaron importantes
apoyos a los sublevados. Los persas sitiaron Mileto, el
núcleo de la resistencia, y en sus costas, en la isla de
Lade, tuvo lugar la gran batalla naval que decidiría el
futuro de los sublevados. Tras la derrota griega en Lade,
los persas acorralaron a los sublevados en Mileto y,
finalmente, en el año 494 a.C. la ciudad fue tomada,
arrasada y sus ciudadanos vendidos como esclavos. Tras el
levantamiento y posterior represión de Jonia, sus polis,
antaño el centro cultural del mundo griego, cayeron en un
irreversible proceso de decadencia, pasando el relevo a las
ciudades del continente europeo.
En el 492 a.C.
Mardonio,
yerno de Darío I, lanzó un ataque persa al interior de la
Grecia continental, en el cual atacó Tracia y conquistó
Macedonia. La ofensiva persa causó tal temor que estados
como Tesalia,
Beocia,
Egina
y Argos,
no dudaron en prestar sumisión al Imperio Persa (491 a.C.),
de hecho parece que tan sólo Atenas, y Esparta al frente de
la Liga del Peloponeso, se negaron a someterse. La negativa
ateniense, que nos es conocida a través de Herodoto, se
considera en la actualidad como un anacronismo, ya que
Atenas carecía del poder y de la representatividad necesaria
para llevarla a efecto, además de estar profundamente
dividida entre los que apoyaba a la antigua tiranía y sus
detractores; si merece más crédito la de Esparta, que al fin
y al cabo era el mayor poder militar de Grecia, con la Liga
del Peloponeso detrás. De una u otra forma el ataque persa
se detuvo ya que la flota de Mardonio naufragó tras la
conquista de la isla de Tasos, por lo que las tropas
regresaron. Para Herodoto y los historiadores clásicos, este
sería el primer intento por parte de Persia de atacar y
conquistar Grecia;
sin embargo, la historiografía moderna cada vez es más
remisa a dar crédito a esta versión y parece inclinarse por
la opinión de que los persas sólo trataron de hacer lo que
hicieron, esto es, conquistar Macedonia y someter Tracia.
En el 490 un fuerte contingente
de tropas persas se concentró en Cilicia al mando de
Datis
el ejército y de
Artafernes
la flota; en total serían unos 20.000 soldados y 800 jinetes.
El ejército marchó sobre las Cícladas, tomó Naxos, respetaron Delos y
pusieron rumbo hacia la isla de Eubea, tras cuya conquista se
dirigieron hacia Grecia continental y procedieron a
desembarcar en la llanura de Maratón,
cerca de Atenas. Los atenienses, y sus aliados platenses, se
apresuraron a presentar combate, mientras que el corredor Filípides
fue enviado a Esparta en busca de refuerzos (cubrió la
distancia que separa ambas ciudades, 225 km, en 36 horas). El
ejército griego no superaría los 10.000 hoplitas pero, pese a
la inferioridad numérica, logró la victoria gracias al genio
militar del general ateniense Milcíades.
Tras la batalla de Maratón,
Atenas dio un paso trascendental para su futuro esplendor.
Pese a que la riqueza de la polis se debía al comercio
marítimo, Atenas carecía de una flota poderosa, la fuerza
militar se concentraba en el ejército de hoplitas, el mismo
que le había dado la reciente victoria. La flota se nutría de
thetes, el eslabón más bajo de la cadena social
ateniense, con lo que crear una flota poderosa supondría dotar
a este grupo de desfavorecidos de un poder del que hasta
entonces carecían. Contra lo que pueda parecer, el motivo de
la construcción de la flota no fue la amenaza persa, ya que
tras Maratón se vivieron años de paz en este frente, sino la
vieja enemiga de Atenas, Egina, cuya flota ponía en peligro
los abastecimientos de Atenas. El magno proyecto de
construcción de la flota se realizó durante el arcontado de
Temístocles,
entre el 493 y el 492 a.C., creándose doscientas embarcaciones.
Mientras Atenas construía su
flota, Persia se veía envuelta en serios problemas internos.
Maratón no había supuesto más que un pequeño contratiempo para
la inmensa maquinaria bélica del Imperio, sin embargo, en
Egipto estalló una revolución entre el 486 y el 485 a.C.,
justo a la muerte de Darío I. Por las mismas fechas se
produjeron una serie de sublevaciones en Babilonia. El nuevo
rey persa,
Jerjes I
(485-465 a.C.) se encargó de someter Egipto y Babilonia,
devolviendo con ello la fortaleza al imperio. A partir del 483
a.C. Jerjes estuvo en condiciones de poner todos los medios
del Imperio persa al servicio de la expansión occidental, esto
es, al servicio del asalto de Grecia; el primer movimiento
persa consistió en una ofensiva diplomática buscando aislar a
los estados dispuestos a presentar batalla ante un más que
posible ataque persa. Tras la diplomacia llegaron los
preparativos bélicos. Los persas realizaron un ingente
esfuerzo, se excavó un canal para facilitar el paso de la
flota, se construyó un puente de barcas para cruzar el
Helesponto, se colocaron enormes depósitos de víveres para
asegurar el suministro del ejército, en definitiva, el
Ejército persa desplegó toda su capacidad de conquista para
poner fin al largo sueño de conquistar Occidente empezando por
Grecia.
Ante los preparativos claramente
belicistas de los persas, los griegos se dispusieron a
resistir, concentrando sus fuerzas bajo el liderazgo de
Esparta y Atenas. Bajo la guía de ambas polis se creó, en el
481 a.C., la
Liga Helénica,
de la que formaban parte todos aquellos estados dispuestos a
hacer frente a los persas; los estados miembros acordaron
acabar con sus rivalidades internas, mandar espías a Persia y
embajadores a todas las colonias griegas en busca de refuerzos
para la lucha y encomendar a Esparta la dirección de las
actividades militares de la Liga. La respuesta a la solicitud
de ayuda fue demoledora: Creta se negó, Corcira retrasó la
salida de sus efectivos hasta el último momento, Argos se
declaró neutral y Siracusa aceptó tras muchos debates; ni
siquiera el oráculo de Delos apoyó a la Liga, ya que
aconsejaba la huida o la sumisión.
Así las cosas, el ejército persa
hizo su aparición. La Historiografía no ha logrado ponerse de
acuerdo en lo referente al monto total de tropas que formaban
dicho ejército, ya que mientras Herodoto hablaba de 1.700.000
soldados, 80.000 jinetes y 1.000 barcos, cifras a todas luces
imposibles; los historiadores más revisionistas hablan de no
más de 300.000 soldados en total. Sea como fuese, los persas
avanzaron, con un ejército inmenso, de forma simultánea por
mar y por tierra, de forma que ambas fuerzas se respaldaban
mutuamente. Los griegos igualaron la maniobra y lanzaron por
tierra una expedición que, comandada por el espartano
Leonidas,
y tan solo 300 hombres, debía bloquear el desfiladero de las Termópilas
y retrasar la llegada de los persas en espera de la batalla
decisiva por mar; mientras que por mar eran protegidos por la
flota situada en el Artemisón al mando del también espartano
Euribiades. Aquella batalla de las Termopilas ha venido a ser
una de las gestas mas gloriosas de ejercito alguno, ya que
antes de morir, aniquilaron a miles y miles de Persas.La segunda línea se situó en el istmo de Corinto y
Salamina. En agosto del 480 a.C. el ejército persa se acercaba
a las Termópilas mientras que la flota iba al encuentro de los
griegos de Euribiades en Artemisón. El desfiladero de las
Termópilas se convirtió en una trampa mortal para las tropas
de Jerjes debido a que su superioridad numérica de nada servía
allí; por su parte, el combate naval de Artemisón quedó en
empate, pero los persas tuvieron que sumar a los barcos
destruidos los que ya habían perdido en un temporal anterior,
con lo que su flota quedó fuertemente mermada.
Ante el avance persa Atenas fue
evacuada y Temístocles concentró las fuerzas atenienses en
Salamina,
donde pretendía dar la batalla final. En septiembre del 480
a.C., en la isla de Psitalia, frente a Salamina se produjo el
enfrentamiento entre ambas escuadras. Los griegos, hicieron de
la desventaja numérica una ventaja, al atacar por sorpresa y
de flanco, lo que imposibilitó el movimiento de la inmensa
escuadra persa cuyos barcos chocaban unos contra otros.
Finalmente los persas tuvieron que darse a la fuga. Con la
flota destrozada, Jerjes regresó a Asia, para recuperar sus
barcos; no obstante, Mardonio quedó en Grecia al mando del
ejército, que se conservaba intacto, pese a las pérdidas de
las Termópilas. Mardonio se retiró hacia Tesalia donde pasó el
invierno.
En el 479 a.C. la guerra regresó
a Grecia de la mano, una vez más, de Mardonio. En esta ocasión
Atenas logró la movilización general de las fuerzas griegas
contra la amenaza persa. El grueso del ejército griego se
colocó bajo las órdenes del espartano
Pausanias
y estaba integrado por miembros de la Liga del Peloponeso, a
los que se unieron los importantes contingentes de Atenas y
Platea, en conjunto unos 30.000 hombres. Los persas por su
parte contaban con un contingente de unos 50.000 soldados,
incluyendo unos miles de griegos aliados. En la llanura de Platea
ambos ejércitos se encontraron y allí Mardonio perdió la vida
en medio de las acometidas persas y la defensa de los
espartanos. El ejército persa, tras la muerte de su general,
se desmoronó hasta tal punto que su campamento fue saqueado
por las tropas griegas. Poco después de la batalla de Platea,
la flota griega, a las órdenes del espartano Laotíquidas, se
dirigió a Asia Menor donde arrasó a las tropas de refuerzo que
Jerjes estaba reuniendo para socorrer a Mardonio. Con esta
acción, las ciudades griegas de Asia Menor fueron liberadas de
la presión persa y recuperaron su independencia.
Con la derrota de los persas se
puso fin a las denominadas Guerras Médicas, de las cuales los
griegos salieron con una fortalecida conciencia de pertenencia
a un único pueblo, pero sin llegar a crear una nación que los
englobase a todos bajo unas mismas leyes o un mismo gobierno.
Los griegos continuaron con su secular independencia,
imponiéndose el sentimiento localista sobre la idea de un
Estado general, incluso tras haber comprobado como sólo unidos
eran capaces de derrotar a sus poderosos enemigos. Un buen
ejemplo de este sentimiento fueron las represalias que los
vencedores, atenienses y espartanos principalmente, tomaron
sobre todos aquellos que apoyaron a los persas, como en el
caso de Tebas, cuyos dirigentes fueron ajusticiados
públicamente.