La Pentecontecia (literalmente
?cincuenta años?) es el nombre que tradicionalmente ha
recibido el período de la Historia de Grecia que transcurrió
desde el triunfo griego en la batalla de Platea hasta el
estallido de la
Guerra del Peloponeso
y que supuso la época de esplendor del imperialismo
ateniense o la hegemonía de Atenas sobre el resto de las
polis.
Si bien la derrota de los
persas se debía fundamentalmente al genio militar de los
espartanos, durante las Guerras Médicas se dejo ver la
importancia de un nuevo arma militar, la flota, en la que
Atenas tenía una considerable ventaja sobre el resto de las
polis. Una vez terminado el conflicto, la secular rivalidad
entre Esparta y Atenas resurgió en los términos
acostumbrados, lo cual hizo imposible una hipotética unión
griega, situación que de todas formas nunca llegó a
plantearse.
Atenas disponía de una
situación geográfica privilegiada, favorecida con la
protección de las montañas por un extremo y dotada de un
inmejorable puerto por el otro, la ciudad tenía todo a su
favor par convertirse en una gran potencia hegemónica de la
Antigüedad, pero, no obstante, la ciudad había sido saqueada
y destruida por los persas en el reciente conflicto. Por
ello, Temístocles instó a los ciudadanos a aprobar su plan
de fortificaciones que consistía en la reconstrucción de una
muralla defensiva que acabase de una vez por todas con su
debilidad ante los ataques terrestres. Los planes de
Temístocles chocaban con la oposición de polis como Egina,
ciudad que se encontraba en guerra con Atenas en el 491,
cuando la Liga Helénica ordenó la paralización de todos los
conflictos entre los griegos; Corinto y Mégara, pero sobre
todo con la absoluta negativa de Esparta, que veía como la
refortificación de Atenas podía poner en peligro su
supremacía militar, por lo que llegó incluso a amenazar
abiertamente a Atenas para que no siguiera con las obras.
Finalmente, tras una serie de hábiles negociaciones Atenas
llevó a cabo, hacia el 478 a.C., la construcción de la
muralla, la edificación y fortificación del nuevo puerto de
El Pireo,
éste más que un puerto era todo un conjunto portuario con
varios embarcaderos, almacenes y una inexpugnable fortaleza
defensiva. Todo este complejo defensivo se completó entre el
458 y el 456 a.C. con la edificación de los conocido como
muros largos, una gigantesca obra arquitectónica
consistente en dos anchos muros de 7,5 y 6,5 km
respectivamente que bordeaban toda la ciudad hasta El Pireo
y que hacían imposible que esta fuese asediada y rendida por
hambre.
En la primavera del año 478 a.C.
la flota de la Liga Helénica, con una amplia participación
ateniense, se puso bajo la dirección de Pausanias con el fin
de acabar definitivamente con la amenaza persa sobre
territorio griego. La flota se apoderó de Chipre y Bizancio,
pero a pesar de estos éxitos, Pausanias era un personaje con
demasiados enemigos, una conjura, difamatoria o no, en la
que se le acusaba de complicidad con los persas, acabó por
costarle el puesto; fue sustituido por Dorcis. Entonces se
revelaron los verdaderos motivos de los conjurados, ya que
salvo los peloponesios, el resto de los aliados se negó a
servir bajo la órdenes del almirante espartano y solicitaron
un mando ateniense. Dorcis, humillado, se retiró de la Liga
llevándose con él a los barcos peloponesios. Desde ese
momento la Liga Helénica pudo darse por desaparecida, máxime
cuando en ese mismo año (478 a.C.) se creó una nueva alianza
que recibió el nombre de
Liga de Delos
y que se colocó bajo la dirección de Atenas. De este modo
Grecia se dividió entre la Liga del Peloponeso y la Liga de
Delos, o lo que es lo mismo entre aliados de Esparta y de
Atenas. La sorprendentemente nula respuesta espartana ante
la creación de la Liga de Delos pudo deberse a un error de
cálculo, la tarea que quedaba por realizar para que los
persas dejasen de ser una amenaza, es decir, liberar las
ciudades griegas de Asia Menor, exigía de la creación de una
poderosa escuadra y la disponibilidad de un ejército que
luchase de forma continua en territorios lejanos por una
causa que no le concernía directamente. Esparta no tenía los
recursos para permitirse construir una flota y además su
ejército difícilmente estaría dispuesto a luchar en Asia no
estando directamente amenazada la polis. A ello es necesario
añadir que Esparta se encontraba con problemas internos en
algunas de las polis sometidas bajo su influencia. Por todo,
para Esparta, que el liderazgo y por tanto el peso de las
operaciones bélicas pasase a Atenas fue visto con
satisfacción.
La isla de Delos se convirtió
en el centro de la nueva Liga, allí se reunían los
representantes de todos las polis aliadas. Todos los estados,
incluido Atenas, emitían un único voto por representante y
todos tenían un solo representante, pese a lo que Atenas se
hizo con el poder absoluto de la Liga al controlar el voto
de numerosos estados pequeños que bien por temor bien por
afinidad seguían los dictados atenienses. Los gastos se
repartían de forma equitativa, de igual manera que los
contingentes aportados por cada miembro. Todos los miembros
debían contribuir con tropas al ejército de la Liga,
contemplándose la posibilidad de retribuir con dinero (phoros)
al Tesoro de la Liga en caso de no poder contribuir con
soldados. El tesoro de la Liga, que llegó a ser inmenso, se
puso bajo la custodia del templo de Apolo de Delos, aunque
en el año 454 a.C. fue trasladado a Atenas. La Liga se
constituyó desde el principio como una alianza a perpetuidad
con el fin de combatir contra los enemigos, bárbaros,
comunes; pero en ningún momento se estipularon los derechos
y condiciones bajo los que una polis en concreto podía
abandonar la alianza. Ello motivó que Atenas, como cabeza
indiscutible de la Liga, se aprovechase del vacío legal para
castigar toda discrepancia o intento sedicioso. Se ignora
quienes fueron con exactitud los primeros miembros de la
Liga, aunque es de suponer que formaban parte de la misma la
mayor parte de las ciudades de las Cicladas, Samos, Lesbos y
Quíos, además de algunas de la península Calcídica y Asia
Menor.
Parece ser que el primero en
dirigir la Liga fue
Cimón,
hijo de Milcíades, el vencedor de Maratón; y que la primera
acción de la misma fue desalojar a Pausanias de Bizancio, el
cual, al parecer, jugaba entre la fidelidad a Esparta y a
Persia. Lentamente la Liga fue realizando una serie de
operaciones militares que, de forma indiscutible,
beneficiaban fundamentalmente a Atenas y que llegaron a su
punto extremo cuando Caristo fue conquistada y obligada a
ingresas en la Liga hacia el 472 a.C. Dos años más tarde
(470 a.C.), una vez superado el peligro persa y ante el cada
vez más evidente aprovechamiento de la Liga para el
beneficio ateniense, Naxos abandonó la alianza. Atenas no
podía consentir semejante acción, a riesgo de perder todo su
poder y el control sobre la Liga, por lo que se procedió a
reincorporar a Naxos por la fuerza. La inclusión de Caristo
y Naxos dio el poder absoluto a Atenas y creó una nueva
categoría de asociación, los estados sometidos, cuyo
número creció incesantemente.
En el año 464 a.C. Esparta,
tras los desastres de un terremoto y una sublevación general
de los ilotas y mesenios, se vio obligada a pedir ayuda a
Atenas. Cimón y 4.000 hoplitas atenienses acudieron, tras
una dura negociación, por parte de Cimón, con las Asambleas.
Pero una vez que pasó el peligro los espartanos expulsaron a
lo atenienses, lo que supuso la ruptura de las ?buenas?
relaciones mantenidas entre Esparta y Atenas. El desaire
espartano también tuvo importante consecuencias en Atenas.
Cimón fue condenado al ostracismo y el partido democrático
se hizo con el poder desplazando al aristocrático. Los
nuevos jefes de la política ateniense eran
Efialtes
y
Pericles
(462 a.C.). Ambos pusieron en marcha un proceso reformador
tendente a desplazar al Areópago como tradicional
fuente de poder, por lo que se privó a esta asamblea de su
labor supervisora de los magistrados y se le concedieron a
cambio labores meramente ceremoniales. Por las reformas
emprendidas fue asesinado Efialtes en el 461 a.C., pero
Pericles tomó el relevo y llevó la política reformadora, de
lo que después se dio en llamar democracia radical,
hasta sus últimas consecuencias que supusieron conceder al
demos la total soberanía política y judicial.
Atenas llevó a cabo una
política continental tendente a reforzar bajo cualquier
medio su posición sobre Esparta, para ello, y aprovechando
la debilidad de Esparta como consecuencia de la sublevación
ilota, se lanzó a atraerse la fidelidad de los aliados
espartanos. De este modo logró la adhesión de Argos,
Farsalia, Mégara y Tesalia. Esparta no vio con agrado
semejante crecimiento del poder ateniense, pero su situación
interna le impedía hacer frente al poderoso enemigo
ateniense. No obstante, la incorporación de Mégara a la
órbita de Atenas provocó que Corinto, eterno enemigo de
Mégara, estrechase sus lazos con Esparta.
A la muerte de Jerjes en el 465
a.C., una serie de sublevaciones independentistas
recorrieron el Imperio. Una de ellas fue la del príncipe
libio
Ínaro,
que se levantó en Egipto y llamó a los atenienses en su
auxilio. Atenas invadió el Bajo Egipto pero no pudo
apoderarse de Menfis, donde se refugiaron los persas y sus
aliados. La respuesta persa fue contundente y los griegos,
junto con sus aliados, fueron masacrados en Prosopitis.
En el año 458 a.C. la situación
en Grecia continental dio un importante vuelco. En esas
fechas un ejército espartano penetró en Grecia central, en
teoría para defender a sus tradicionales aliados de la
Dóride frente a las agresiones de los habitantes de la
Fócide. Comenzaba así la que se ha dado en llamar Primera
Guerra Sagrada. Para semejante operación de castigo
Esparta movilizó a 1.500 hoplitas lacedemonios y 10.000
auxiliares aliados, es decir, un inmenso ejército para una
operación a priori tan nimia. Detrás de esta maniobra
espartana se encontraba la reacción de Esparta ante las
continuas provocaciones de Atenas; los espartanos no podían
tolerar el aumento de poder de los atenienses entre sus
antiguos aliados. Al mismo tiempo, los atenienses no podían
permitir una incursión espartana al norte de su territorio y
menos en defensa de una potencia hostil como era Tebas. Así
las cosas, la guerra parecía inminente. Pericles se encontró
con gran parte de su ejército inmovilizado en Egipto y en
Egina por lo que reclutó nuevas tropas en Atenas y exigió la
ayuda de Beocia. Ambos ejércitos se encontraron en
Tanagra,
donde la victoria se decantó del lado de Esparta, una vez
más su falange fue superior. No obstante unos y otros se
retiraron del campo de batalla y ni vencedores ni vencidos
sacaron provecho ninguno de ella. Al año siguiente (457 a.C.)
los atenienses, ya repuestos de la derrota anterior,
atacaron Beocia, esta vez sin la intromisión de los
espartanos, con lo que logró que tanto la Fócide como la
Lócride se uniesen a la Liga de Delos. Atenas se encargó de
alimentar los conflictos internos de Beocia y de apoyar a
todos los enemigos de Tebas. En esas mismas fechas Egina,
exhausta, se rindió y se unió a la Liga. Las costas del
Peloponeso fueron barridas por las incursiones piráticas de
Tólmides, que saqueó numerosas ciudades huyendo antes de que
llegasen los refuerzos, lo que ponía en evidencia el poderío
naval ateniense frente a las tropas de Corinto, incapaces de
frenar la rapiña.
Atenas empezaba, no obstante a
sus victorias, a dar síntomas de agotamiento,
fundamentalmente por el desastre de su expedición a Egipto.
Por ello, hacia el 454-453 a.C. Atenas firmó una tregua por
cinco años con Esparta. Posteriormente, hacia el 449-448 a.C.
firmó la paz con Persia mediante el misterioso tratado de
Calias, del cual se duda incluso si llegó a existir.
Pese a las sucesivas paces, los
conflictos prosiguieron ya que la paz con Esparta no llegó a
cumplirse. En el 448 a.C. ambas potencias se enfrentaron de
forma indirecta en la denominada Segunda Guerra Sagrada.
Los focidios atacaron Delfos, provocando la reacción de
Esparta que expulsó a los atacantes, pero cuando las tropas
espartanas se retiraron, los atenienses volvieron a colocar
a los focidios en Delfos. Hacia el 447-446 a.C. exiliados
beocios y locrios, apoyados por Tebas, se apoderaron de
Ocrómeno y Queronea. Atenas, capitaneada por Tólmides,
reconquistó Queronea, pero fracasó en Ocrómeno. En el verano
del 446 a.C. se produjo la sublevación de Eubea y casi al
mismo tiempo la de Mégara. Todas estas insurrecciones
simultáneas pueden indicar la acción oculta de Esparta, como
coordinadora de las mismas. Atenas tuvo que evacuar Beocia,
al tiempo que en Mégara sufrió una dura derrota. Los
espartanos por su parte invadieron el Ática. Entonces,
Perícles sobornó al rey espartano, Plistoanacte, y las
tropas de Esparta se retiraron. Tras esto Atenas se
concentró en recuperar Eubea y una vez logrado firmó una paz
con Esparta por treinta años y Atenas se comprometió a la
devolución de una serie de polis, entre las que pudo estar
Egina.
La Paz de los Treinta Años fijó
las fronteras entre Atenas y Esparta, así como sus
respectivas áreas de influencia. Las polis que no
perteneciesen a ninguna de las dos ligas, es decir, las
neutrales, podían adherirse libremente a cualquiera de ellas
o permanecer independientes.
La transformación de una
alianza interestatal encabezada por Atenas, pero en la que
todos los países conservaban su independencia, a un
imperio ateniense no se produjo de forma brusca o violenta,
sino que fue un proceso lento y evolutivo. Desde un primer
momento Atenas encabezó la Liga de Delos, y desde un
principio estuvieron claros los deseos expansionistas de
los atenienses. Es lógico pensar que para el resto de las
polis esto pudiera suponer un inconveniente, pero ellos
por su parte se beneficiaban de una formidable maquinaria
bélica que les mantenía a salvo de los ataques persas,
cuya dominación era mucho más odiada que la de los
atenienses. De este modo, en la evolución de la Liga en
Imperio hubo dos hitos importantes, el primero en el año
454 a.C. cuando alegando motivos de seguridad tras la
derrota en Egipto, los atenienses se adueñaron del Tesoro
de la Liga y lo transportaron a Atenas, lejos del control
de sus aliados; la segunda fecha importante fue la de
449-448, cuando se firmó el Tratado de Calias, por el cual
la Liga perdía todo su sentido de existencia, ya que al
firmar la paz con Persia no tenía sentido una Liga militar
creada para hacer la guerra a los persas. No obstante, la
Liga permaneció viva debido al empeño de Atenas, que veía
en ella el mejor vehículo para extender su poder por
Grecia.
Para afianzar su dominio
sobre la Liga Atenas recurrió a la fuerza de su
impresionante escuadra que le permitía desplazar sus
tropas a gran velocidad. De este modo atacó Naxos y Tasos
cuando estas trataron de salir de la Liga; es posible que
dicho ataque se realizase con el consentimiento e incluso
por orden del Consejo de la Liga; de todas formas, los
intentos de abandonar la Liga se repitieron a lo largo de
la segunda mitad del siglo V a.C. y fueron igualmente
reprimidos, en esta ocasión, de forma unilateral e
independiente por parte de Atenas. Por otro lado, Atenas
hizo un próspero proselitismo a favor del establecimiento
de instituciones en todos sus aliados, que en algunas
ocasiones llegó incluso a la imposición forzosa de
asambleas ciudadanas o al derrocamiento de gobiernos
autoritarios. Atenas dotó a algunos de sus aliados con
guarniciones militares atenienses, en teoría en beneficio
de su seguridad, pero en la práctica como método de
coerción y control; del mismo modo, enviaron comisarios
que vigilaban que se cumpliesen lo ordenado en un
principio por la Liga y posteriormente por Atenas
directamente. Atenas creó la proxenia, institución
por la cual un ciudadano de un Estado aliado, al servicio
de Atenas, se encargaba de defender y hacer respetar los
intereses de Atenas en esa ciudad. Con el mismo objetivo
de controlar a sus aliados, Atenas instituyó las
cleruquías,
esto es, la implantación de colonos atenienses en las
ciudades aliadas como propietarios de las tierras
confiscadas a los disidentes.
La Liga, una vez convertida
en un utensilio al servicio de Atenas, esto es, convertida
en el imperio ateniense, adquirió un importantísimo papel
económico. La fuerza principal de la Liga, y el objeto que
en última instancia mantenía su integridad, era la
impresionante flota, que pese a construirse en un
principio como arma contra los persas, acabó por
constituirse en el mejor medio para poner fin a la
piratería en el Mediterráneo oriental y facilitar de ese
modo la prosperidad del comercio de todos los miembros de
la Liga, aunque los atenienses eran los que salían más
beneficiados. Pero para muchos miembros de la Liga, esta
seguridad y los beneficios comerciales de ella derivados
no compensaban la pérdida de su independencia ni el pago
del tributo a la Liga (phoros), lo cual explicaría
la multitud de sublevaciones que se desarrollaron en su
seno. Al constituirse la Liga se estipuló, como ya se ha
dicho, el phoros como medio de compensar la no
prestación de ayuda militar por parte de algunos aliados.
Reunidos todos los fondos de la Liga y tras hacer frente a
los diversos gastos de defensa, el dinero sobrante se
ingresaba en el Tesoro de la Liga, del cual Pericles logró,
450 a.C., que salieran los fondos para reconstruir la
Acrópolis de Atenas.
La gran beneficiada del uso del Tesoro era invariablemente
Atenas, ya fuese directamente o bien por medios indirectos
como la contratación de su mano de obra para las
diferentes obras sufragadas a costa de los ingresos de la
Liga. Un paso muy significativo de la influencia de Atenas
sobre sus aliados se dio hacia el 449-448 a.C. o bien
hacia 425-424 a.C. y consistió en la unificación de moneda,
pesos y medidas de todos los miembros de la Liga según los
establecidos en el Ática.
En el 431 a.C. el
imperialismo ateniense, en su momento de mayor apogeo,
chocó frontalmente con los intereses de las otras dos
grandes potencias del momento, Esparta y sobre todo
Corinto. Dicho enfrentamiento, que se extendió de forma
intermitente hasta el 404 a.C., ha pasado a la Historia
con el nombre de la
Guerra del Peloponeso.
Al final de la Guerra del Peloponeso todos los
contrincantes se encontraban exhaustos, pero la gran
derrotada fue Atenas, la cual firmó la paz a costa de
renunciar a su Imperio, a las fortificaciones de la ciudad
y a su flota, la fuente de su poder. La hegemonía pasaba
ahora a Esparta, la gran triunfadora del conflicto.
Atenas cayó derrotada
precisamente por falta de aquello que la había encumbrado,
dinero. Llegó un momento, a medida que fue perdiendo
territorios, en que la polis era incapaz de seguir pagano
a sus ejércitos, de reponer sus bajas, de movilizar su
flota, llegó un momento en suma en que Atenas estaba
arruinada. Su retroceso político fue tal que pasó de un
sistema ampliamente democrático a reinstaurar la tiranía,
fue el período denominado de los Treinta Tiranos, en el
cual la ciudad estuvo gobernada por un consejo de treinta
oligarcas que ejercieron un poder ilimitado.
Esparta, por su parte,
representa el caso contrario, fue la vencedora de la
guerra y lo fue gracias al oro de Persia. Pero tuvo que
pagar un alto precio, la fractura social que se produjo
como consecuencia de la ruptura del equilibrio poblacional
entre ciudadanos e ilotas, lo que motivó numerosos
conflictos.
Tesalia apenas si sufrió las
consecuencias de la guerra, su rico y gran territorio le
permitió mantener perfectamente su economía en los valores
de antes del conflicto, e incluso se convirtió en uno de
los principales proveedores de grano de Grecia; al tiempo
que dio refugio a gran número políticos exiliados.
La confederación de Beocia
fue quizá la más beneficiada por la guerra, especialmente
Tebas, cuya población no dejó de crecer, en un período en
el que el resto de las polis perdían habitantes, y cuya
economía se benefició de una poderosa mano de obra y un
rico suelo que cultivar.