|
Las luchas entre los distintos
nomos acabaron por delimitar dos reinos: el Bajo
Egipto, en el norte, cuyas principales ciudades estaban
asentadas en el delta del Nilo, y el Alto Egipto, al sur del
primero. Realmente, la cualidad más esencial para distinguir
un territorio del otro eran las creencias: mientras que en
el Bajo Egipto el culto a la tríada egipcia clásica (Isis,
Osiris
y
Horus)
estaba ya fuertemente asentada, en el Alto Egipto el dios
más adorado era Set. Antes de continuar, es preciso indicar
que la prosperidad del Imperio Egipcio se basó casi en
exclusiva en la capacidad desarrollada por sus habitantes
para aprovechar las crecidas del río Nilo en su beneficio
económico; tal cuestión, por ejemplo, fue la que utilizó
Arnold Toynbee
para emitir su teoría de que las civilizaciones se basan en
el binomio reto-respuesta. En este sentido, el reto de la
civilización egipcia tuvo una respuesta tan satisfactoria
que se extendió durante más de tres milenios
El primer período se suele
denominar en la historiografía como pre-imperial debido a
que los dirigentes no fueron faraones de ambos reinos
unificados hasta el final del marco cronológico. Sin
embargo, las dinastías I y II, llamadas tinitas por proceder
de la ciudad de Tinis (Alto Egipto), ostentaron la hegemonía
en el gobierno durante más de setecientos años. Su monarca
más representativo fue
Menes,
que se autotitulaba príncipe del Alto Egipto y que
logró, hacia el 2200 a.C., unificar ambos reinos en su mano.
Aunque las fuentes para este período son escasas, se suele
atribuir también a Menes la fundación de la primera gran
ciudad del Imperio: Menfis, sobre el delta del Nilo, así
como la construcción de varios diques y empalizadas para el
desarrollo de la actividad agrícola. Las tumbas de las dos
primeras dinastías se encuentran en la necrópolis de Ábido,
cuyos restos son prácticamente las únicas fuentes para el
estudio de las dinastías tinitas, además de las
inscripciones halladas en el primer gran templo menfita,
dedicado al dios
Ptah
y construido por el propio Menes.
La organización política de las
dinastías tinitas es, asimismo, poco conocida, aunque las
hipótesis más actuales plantean que los diferentes nomos
egipcios acabaron derivando en los reinos del Alto Egipto,
cuyos faraones portaban la corona blanca, y del Bajo Egipto,
representado por la corona roja. Por ello, quizá la
aportación más importante para este período, al menos la que
perduraría en el futuro, fue que: "los faraones egipcios
reclamaron el status de dioses. A través de sus nombres de
Horus [...] afirmaron ser la encarnación terrenal de
esa divinidad". (Trigger et al., op. cit.,
p. 80). Cuando Menes logró ceñirse el pchent, la
corona del Egipto unificado, el proceso de deificación de la
autoridad faraónica había finalizado, pero no se dispone
actualmente de ningún dato que nos ofrezca una secuencia
cronológica fiable. Por último, la alianza entre la
aristocracia dirigente y los sacerdotes de los distintos
cultos comenzó a fundamentar el futuro estado imperial y
centralista que gobernaría Egipto durante tres milenios.
En la división del Imperio por
dinastías, el imperio antiguo abarca desde la III hasta la
X. El rasgo principal fue el traslado de la capital desde
Tinis a Menfis, inaugurando de esta forma el Egipto
imperial. El dominio de la institución faraónica fue
absoluto durante este período, que conoció a varios de los
más grandes faraones imperiales. El primero de ello fue
Zoser, de la III dinastía, que trasladó la frontera del
imperio hasta los límites de Nubia (actual Etiopía) y que
construyó su sepultura en la famosa necrópolis de Sakkarah.
Con todo, los más conocidos faraones fueron
Keops,
Kefrén
y
Micerino
(IV dinastía), que conquistaron la península del Sinaí y
sometieron a toda Nubia a la obediencia del faraón. Como
colofón, la construcción de las pirámides homónimas y la
Esfinge, en la necrópolis de
Gizeh,
les encumbró hasta límites históricos insospechados.
El faraón Userkaf, de la V
dinastía, unificó todos los cultos de Egipto e impuso el que
habría de ser el principal de ellos: el dios Ra, la
divinidad solar. Las megaconstrucciones de los faraones
anteriores fueron obviadas en la V y la VI dinastía, pues
sus monarcas prefirieron unas sepulturas más modestas pero
importantísimas para el estudio de la historia de Egipto, ya
que cada una de ellas se encuentra decorada con textos
religiosos, literarios y filosóficos del Imperio, así como
los acontecimientos más destacados. Casi todas ellas se
encuentran en la necrópolis de Sakkarah. Hacia el año 2200
a.C., los príncipes de Heracleópolis consiguieron la
hegemonía sobre el resto de las dinastías, y los miembros de
la VII y VIII gobernaron con autoridad gracias a la
decadencia interna de Menfis. Un poco más tarde, en el año
2170 a.C., la propia capital fue trasladada a la ciudad de
origen de sus soberanos, durante las dinastías IX y X. El
período se caracterizó por la inestabilidad interior y las
constantes disputas por el trono.
Este período también ha
recibido el nombre de Imperio Tebano debido a que la
capital y la ciudad más importante fue Tebas, y comprende a
los faraones de las dinastías XI-XVII. El culto tebano
clásico, el del dios
Amón,
se convirtió también en hegemónico en todo Egipto. Los
faraones más notables fueron los de la XII dinastía, que
crearon las bases sociales necesarias para extender la
influencia egipcia a todo el mundo oriental. La ciudad de
Tebas era un importantísimo emporio comercial dominado por
capas sociales de grandes mercaderes y comerciantes, quienes
prestaron todo su apoyo el gobierno de los faraones, tanto
político como, y principalmente, económico. Así, el faraón
Amenemhat I (2000-1970 a.C.) fue el primero en consolidar el
nuevo culto tras la construcción del templo de Amón en Tebas.
Otros faraones importantes fueron Senusret I (1970-1936 a.C.),
Senusret III (1887-1850) y Amenemhat III (1850-1800 a.C.),
de los cuales ya hablaba
Heródoto de Halicarnaso
como los gobernantes de un imperio floreciente que se
extendía desde el delta del Nilo hasta Nubia.
Tras la muerte de Amenemhat
III, el poder absoluto de los faraones tebanos se debilitó
progresivamente, facilitando la entrada de los reyes hicsos,
gobernantes que regían ciertas tribus de pastores del sur de
Egipto. La invasión de los hicsos estuvo acompañada también
de grandes contingentes de población asiria y semita,
atraídos por la riqueza y el esplendor tebano. Los hicsos
establecieron su capital en Avaris (posteriormente llamada
Tanis) y gobernaban en nombre de los faraones, dos en este
caso, pues la caída de la hegemonía de Tebas volvió a
dividir el imperio en Alto y en Bajo. La población egipcia
miraba con resquemor la intervención en el gobierno de los
invasores, con lo que, bajo la XVII dinastía, comenzó la
expulsión de los hicsos y demás extranjeros.
Comprendido entre las dinastías
XVIII y XX, se trata de un período muy conocido y sobre el que
existe mucha información, pues la ciudad de Tebas volvió a
recuperar el esplendor perdido como centro gobernante de un
imperio teocrático y centralizado hasta límites inigualables.
La expansión territorial egipcia fue enorme, aprovechándose de
la debilidad del imperio asirio y de la luchas internas de
Palestina.
El gran triunfador de la dinastía
XVIII fue Ahmés I (1580-1557 a.C.), quien logró acabar con el
poder de los hicsos expulsándoles de Avaris y obligándoles a
huir hacia el Sinaí. Posteriormente,
Amenofis I
(o Amenhotep) (1558-1530 a.C.) y
Tutmosis I
(o Tutmés) (1530-1515 a.C.) continuaron
la expansión hacia el noroeste, llegando en varias campañas
hasta los ríos Jordán y Éufrates, respectivamente. Con todo,
la hija de Tutmosis I, la faraona Hatshepsut (1505-1483 a.C.),
fue la figura más destacada en la consolidación del
centralismo tebano, pues gobernó de facto el imperio
nuevo tanto durante el reinado de su marido
Tutmosis II
(1515-1505 a.C.) como en el gobierno de su sobrino
Tutmosis III
(1483-1450 a.C.) durante la minoría de edad de éste. Durante
estos años, las campañas hacia el sur llegaron hasta la actual
Somalia, mientras que se consiguió firmar una tregua con los
sumerios del Éufrates. La construcción de templos dedicados al
dios Amón continuó siendo una de las máximas de los faraones
tebanos, destaca en este sentido la edificación del mausoleo
de Luxor en Karnak (Menfis), obra de Tutmosis III.
|
|
|
|
|
Fundación Educativa
Héctor A. García |