La accidentada parte
septentrional de la península Balcánica, surcada de ríos y
compuesta por pequeñas llanuras, constituía el territorio de
Macedonia. Fueron precisamente estos elementos geográficos los
que hicieron de Macedonia un lugar invertebrado políticamente
hablando, dividido entre varios poderes, pero con recursos muy
abundantes. Era el más extenso de los territorio griegos pero
carecía de unidad política e incluso cultural. Los macedonios
permanecieron al margen del devenir del resto de los pueblos
griegos por lo que, pese a que pertenecían al mismo grupo
étnico y hablaban la misma lengua, en numerosas ocasiones
fueron considerados dentro de los pueblos bárbaros. Pero desde
el siglo V a.C. esta situación empezó a cambiar, gracias
principalmente al impulso del primer rey conocido de Macedonia
(se sabe que hubo reyes anteriores pero las fuentes
historiográficas no han destacado sus nombres),
Alejandro I Fiheleno
(494-454 a.C.). Alejandro I logró que Macedonia fuera
reconocida por el resto de los estado griegos como uno de
ellos, al tiempo que reformó el ejército hasta convertirlo en
un instrumento adecuado para mantener sus fronteras y
consolidar las conquistas; no obstante, supo mantenerse al
margen de las Guerras Médicas. Su sucesor, Pérdicas II,
continuó la política de neutralidad para con los conflicto
griegos y logró mantenerse al margen de la Guerra del
Peloponeso. Arquelao I
(413-399 a.C.), su sucesor, fue el artífice de la organización
económica del reino y del traslado de la capital de Egas a
Pellas. Tras el caótico gobierno de Amintas III
(393-370 a.C.) subió al trono uno de sus hijos, Alejandro II,
el cual llegó incluso a enfrentarse al poder hegemónico de
Tebas. Perdicas III (365-359 a.C.) acabó de unificar toda
Macedonia bajo su mando y obtuvo importantes beneficios de su
alianza con Atenas. En el año 359 a.C. subió al trono de
Macedonia Filipo II
(359-336 a.C.), el más grande de los reyes macedonios hasta el
advenimiento de su hijo, Alejandro Magno.
Filipo II se encontró un reino al
borde de la desintegración, ya que tras la violenta muerte de
Perdicas III todos los estados limítrofes se lanzaron sobre
Macedonia con la idea de sacar algún tipo de provecho
territorial. Filipo acabó con todos sus enemigos, gracias a la
importante reforma del ejército que llevó a cabo y cuyo
aspecto más importante fue la creación de la falange
macedonia, una adaptación de la falange de Epaminondas,
pero con mayor fondo; que armada con la temible sarissa,
pica de cinco metros que Alejandro haría famosa en todo el
Mundo Antiguo, formaba una masa prácticamente inexpugnable.
Tras acabar con los problemas internos, Filipo se lanzó a la
expansión de las fronteras, para ello aprovechó la debilidad
de la Segunda Liga Marítima ateniense y los sucesos de la
Guerra Social (o de los Aliados) y conquistó Anfípolis,
Potidea, Metone y Pidna. Gracias a estas nuevas conquistas,
que le conferían buenos puertos, y a los recursos de ellas
obtenidos, Macedonia se había convertido en uno de los estados
más poderosos de la región; ahora Filipo sólo esperaba la
ocasión de lanzarse sobre Grecia. Entre el 355 y el 346 a.C.
Grecia se sumergió en la que se conoce como la Tercera
Guerra Sagrada, esta era la ocasión que esperaba Filipo
para imponer la hegemonía de Macedonia. La
anfictionía
de Delfos fue el origen de la disputa. Tebas, enemistada con
Fócide desde la batalla de Mantinea, acusó a esta de cultivar
terreno sagrado de Delfos, pero dicha acusación también
afectaba a Esparta; la reacción de los estados acusados
consistió en la ocupación de Delfos con tropas de Fócide
subvencionadas por Esparta. A consecuencia de estos hechos, el
Consejo de la anfictionía de Delfos declaró la guerra sagrada
en el 355 a.C. En el 353 a.C., bajo la excusa de ayudar a las
ciudades de Tesalia contra los tiranos de Feras, Licofrón y
Pitolao, Filipo II penetró en Tesalia al mando de su poderoso
ejército, pero fue expulsado por el fócido Onomarco.
Al año siguiente Filipo regresó sobre Tesalia con nuevas y más
numerosas tropas, a las que unió las de la confederación de
Tesalia; frente a él, de nuevo Onomarco, apoyado por la ayuda
de la flota de Atenas. En la batalla del Campo de Azafrán
Filipo arrasó a sus enemigos y Tesalia quedó bajo su control.
Posteriormente se dirigió a las Termópilas, pero un fuerte
ejército le esperaba y Filipo decidió retirarse sin presentar
batalla.
Durante el verano del año 349 a.C.
un nuevo conflicto vino a demostrar el poder de Filipo, la
Guerra Olíntica, en la cual, el rey macedonio haciendo uso de
su impresionante diplomacia preparó una sublevación en Eubea
que mantuviese ocupados a los atenienses, el tiempo suficiente
para que sus ejércitos se hicieran con Olinto y destruyeran la
ciudad. El año 346 a.C. supuso la gran consagración del poder
de Filipo II, por un lado firmó un ventajoso tratado con
Atenas, la paz de Filócratas, al mismo tiempo acabó por
controlar la totalidad de la Fócide y logró ser nombrado
presidente de la anfictionía de Delfos y de los
Juegos Píticos.
Ante la cada vez más imparable importancia de Filipo II de
Macedonia, y debido a una serie de incidentes de carácter
diplomático, Atenas acabó por declarar de nuevo la guerra en
el año 340 a.C. Filipo penetró en Grecia y se adueñó de
Anfisia, Quereto y Naupacto; posteriormente, en el 338 a.C.
los ejércitos macedónico y ateniense se encontraron en la
batalla de Queronea, donde las fuerzas de Atenas sufrieron una
estrepitosa derrota, pese a la cual, Filipo se mostró
magnánimo y firmó una paz muy ventajosa para Atenas.
En la primavera del 377 a.C. se
reunió el Congreso de Corinto, al que asistieron todas las
polis griegas a excepción de Esparta. El Congreso eligió a
Filipo como general en jefe de todos los ejércitos griegos y
le dio plenos poderes para realizar su gran sueño, la invasión
de Persia por parte de una unida Grecia. Pero Filipo fue
asesinado por Pausanias al año siguiente, sin poder cumplir su
sueño.
Las colonias griegas de Sicilia y
la Magna Grecia, formaban parte de la unidad cultural del
mundo griego, permanecían conectadas con sus respectivas
metrópolis, y con el resto de las polis, tanto en el ámbito
cultural como económico o político.
Sicilia, debido a que su
impresionante riqueza y lo mal distribuida que se encontraba,
estableció como modelo de gobierno la tiranía, precisamente,
como la única forma de evadir el poder de las oligarquías.
Todo ello favorecido por la continua amenaza de Cartago. Entre
el 491 y el 466 a.C. Sicilia estuvo gobernada por los
Deinoménidas, los cuales lograron mantener a Siracusa fuera de
las Guerras Médicas, siendo como era su gran problema la
amenaza de Cartago y no la de Persia, no obstante,
investigaciones recientes apuntan la posibilidad de que en el
año 480 a.C. se produjese un pacto entre Persia y Cartago para
atacar de forma conjunta al mundo griego. Contextualizada
dentro de estos conflictos entre cartagineses y sicilianos se
encuentra la figura del tirano
Dionisio de Siracusa,
que alrededor del 406 a.C. fue elegido strategos autokrator
para hacer frente a una invasión cartaginesa. Dioniso logró la
paz con Cartago y posteriormente se lanzó a una serie de
conquistas a costa de los restantes estados griegos de la isla,
que dotaron a Siracusa de un extenso imperio al conquistar la
zona oriental de Sicilia y algunas ciudades de la península
Itálica, también se le ha hecho responsable de la fundación de
ciudades costeras en la Galia. Posteriormente intervino
repetidamente en Grecia continental en apoyo de Esparta,
gracias a su poderosa flota, con la cual controlaba el
Mediterráneo de un extremo al otro. El caótico gobierno de su
sucesor, Dionisio II
(367-357 a.C.), motivó la sublevación de Timoleón y con ella
el fin de la tiranía siracusana que fue sustituida por una
serie de gobierno a medio camino entre la democracia y la
oligarquía. Finalmente en el 337 a.C. las ciudades siciliotas
se aliaron en una Liga bajo el liderazgo de Siracusa.
Existe una gran dificultad para
hacer un estudio sobre las densidades demográficas de la Grecia
Clásica, debido a la escasez de datos de las fuentes del período.
De forma orientativa, y sin perder de vista que se trata de un
estudio estadístico, presentamos los datos ofrecidos por V.
Ehrenberg. Según éste investigador, la población ateniense total
para el período 480-360 a.C. variaría entre los 120.000 y los
250.000 individuos (de los cuales no más de 45.000 serían
ciudadanos libres, unos 100.000 serían esclavos y el resto
metecos); para período 480-371 a.C. en Esparta la población
total fluctuaría entre los 190.000 y los 270.000 individuos (de
los que menos de 10.000 serían ciudadanos de pleno derecho,
entre 40.000 y 60.000 serían periecos y entre 140.000 y 200.000
ilotas); finalmente, para Beocia (siglo V-IV a.C.) los datos
sería de 110.000-165.000 individuos (de ellos algo más de
100.000 serían ciudadanos libres y sus familias, unos 10.000
metecos y unos 30.000 esclavos). Estas cifras de población son
indicativas de los desastres demográficos que conflictos como
las Guerras Médicas o la Guerra del Peloponeso pudieron producir.
Los ciudadanos lo eran por
nacimiento y reconocimiento paterno, se definían por su
participación en la vida política y por la exclusividad sobre la
posesión de la tierra. Las personas libres no ciudadanos, sólo
en casos excepcionales podían llegar a alcanzar la posesión de
la tierra o de una casa, mientras que a los esclavos les estaba
totalmente vedada dicha posibilidad. Tan solo la asamblea
popular podía conceder la ciudadanía a un no ciudadano y en
casos extremadamente excepcionales, al no ser que por motivo de
una guerra fuese imprescindible ampliar el número de ciudadanos,
momento en el cual se concedía la ciudadanía de forma masiva. En
Esparta los ciudadanos conformaban una casta guerrera, dedicada
en exclusiva a las actividades militares, por lo que eran
mantenidos por el resto de los grupos sociales que trabajaban
las tierras de los ciudadanos; los ciudadanos espartanos estaban
obligados a participar y proveer los banquetes de ciudadanos y
en caso de que no pudieran contribuir a las comidas de
ciudadanos perdían inmediatamente la condición de tales. En el
caso de Beocia para que un ciudadano pudiese participar de la
vida política se le exigía un mínimo de fortuna personal; en
Atenas, por el contrario, todos los ciudadanos participaban de
la actividad política independientemente de sus rentas, pero
existía una clara diferenciación según la riqueza entre una
clase dirigente aristocrática y una masa de pequeños productores
o artesanos.
En la totalidad de los estados
griegos la mujer estuvo subordinada a la autoridad masculina,
primero al padre y luego al esposo. Carecía de representatividad
política y de hecho su situación social era inferior a la de los
esclavos, pues estos podían en un momento determinado acceder a
la ciudadanía y adquirir derechos políticos. Por el contrario,
las mujeres tenían un papel muy activo en el mundo religioso y
en las festividades, y en el caso concreto de Atenas eran
imprescindibles para transmitir la ciudadanía, ya que desde el
siglo IV a.C. era necesario que ambos padres fuesen ciudadanos
para que su descendencia tuviera tal status. La mujer ateniense
tenía incluso prohibido salir de casa sin el consentimiento de
su marido; por el contrario, en Esparta, éstas tenían libertad
de movimientos y se sabe que practicaban ejercicios gimnásticos
y recibía cierta formación.
En el caso de que no se pudiesen
cumplir los requisitos que cada Estado establecía se perdía la
condición de ciudadano y se pasaba a ingresar en un grupo
intermedio, el de los no ciudadanos libres. En Esparta, y
en otros muchos estados como Tesalia o Creta, existía un grupo
especial, el de los periecos, miembros de comunidades autóctonas
sometidas muy tempranamente. Estos vivían en sus propias
comunidades, las cuales gozaban de una cierta autonomía
supeditada a los intereses del Estado. En el caso concreto de
Esparta, el término lacedemonio hace referencia a la unión de
los espartanos y los periecos, pero estos carecían de voz y voto
en los asuntos políticos estatales. Frente a los periecos se
encontraban los metecos, grupos de desplazados que pululaban por
toda Grecia debido tanto a las actividades comerciales como a
las constantes guerras. Los metecos, ya fuesen griegos o no,
carecían de derechos políticos por ser considerados extranjeros,
pese a que estuviesen residiendo en una ciudad determinada. En
Atenas los metecos, que tenían la obligación de registrarse una
vez que llevasen un mes residiendo en la ciudad, debían de hacer
frente al pago de una serie de impuestos por su condición de
extranjeros, pero podían participar de la vida ciudadana e
incluso en el ejército, y estaban protegidos por el Estado. Los
metecos se ocupaban fundamentalmente de las actividades
comerciales, por lo que su importancia económica fue cada vez
mayor.
La categoría jurídica de los no
libres variaba de un Estado a otro dependiendo de su desarrollo,
de modo que en los estado más desarrollados el número de
esclavos era muy elevado, la excepción era Esparta, donde el
número de esclavos propiamente dicho era muy reducido, ya que
los espartanos contaban para realizar el trabajo con la mano de
obra ilota, los cuales no eran esclavos sino población indígena
sometida por medio de la conquista militar. Para los estados que
no contaban con estas poblaciones sometidas, el
esclavo-mercancía se convirtió en una pieza económica
fundamental ya que durante la Época Clásica no hubo actividad
económica o doméstica en la cual los esclavos no estuviesen
presentes, lo que hizo que su número aumentase sin cesar. El
esclavo carecía de cualquier tipo de derecho y era propiedad
bien del Estado bien privada, siendo considerado, en uno y otro
caso, como un bien mueble del que se podía disponer a antojo.
En prácticamente la totalidad de
los estados griegos la posesión de la tierra no era solo una
fuente de ingresos económicos, además era una fuente de
prestigio social. El ideal ciudadano, y en esto Esparta era el
paradigma, consistía en vivir de las rentas de sus propiedades
sin tener que trabajar, habitualmente se despreciaba el trabajo
frente a las actividades políticas o culturales, quizá la
salvedad más importante sea Atenas, donde por una ley de Solón
todos los ciudadanos estaban obligados a enseñar un oficio a sus
descendientes. El trabajo agrícola estaba considerado como el
más digno de cuantos existían y de hecho, a lo largo del período
Clásico, Grecia vivió una época de desarrollo agrícola, basado
en los monocultivos de cereales, vid y olivo, que permitió por
primera vez que la producción agraria no se destinase únicamente
al consumo inmediato y pudiera emplearse parte de ella en la
exportación. En los estados griegos existía una dicotomía
importante entre el campo y la ciudad, en el ámbito rural las
familias solían ser autosuficientes en sus necesidades, mientras
que la ciudad era el mercado de exportación por excelencia de la
producción rural. En conjunto, la máxima aspiración del Estado
era la autarquía, producir todo lo necesario sin tener que
depender de aprovisionamientos exteriores, pero esto no era más
que un sueño utópico que ninguna polis fue capaz de alcanzar. De
hecho, los problemas de abastecimiento de algunas de las más
importantes polis griegas, como el caso de Atenas, fue un
continuo foco de conflictos que en numerosas ocasiones estuvo
detrás de importantes guerras.
Los oficios artesanales en Grecia
se encontraban ya desarrollados con anterioridad a la época
Clásica, pero fue durante esta cuando se singularizaron y se
diversificó el trabajo. Surgieron los talleres, aunque nunca
fueron demasiado grandes, especializados en la manufacturación
de un producto determinado, pese a lo cual continuó siendo
habitual el trabajo de los artesanos de forma individual e
incluso, la realización de oficios artesanales en el propio
hogar, lo que contribuyó a que los talleres no adquiriesen
mayores dimensiones. El funcionamiento normal de los talleres
incluía la mano de obra esclava. No se produjeron avances
tecnológicos debido a que salía más barato adquirir más esclavos
que arriesgar el capital en invertir en desarrollo. De toda la
producción artesanal, el elemento más destacado fueron las
cerámicas, debido a que la arcilla era un elemento muy abundante
en Grecia, las cuales eran omnipresentes en la vida cotidiana
griega; las cerámicas de lujo se elaboran para la exportación y
para una muy limitada clase social rica dentro de la propia
Grecia. Algo semejante ocurría con la industria textil, casi
todos los estados poseían en mayor o menor abundancia cabañas
ganaderas y plantaciones textiles, en ambos casos la producción
se realizaba en pequeños talleres e incluso, a nivel particular,
en los propios hogares. Los recursos mineros por el contrario
eran muy escasos en Grecia y los pocos estados que disponían de
los mismos los suministraban al resto de las polis, con lo que
era una actividad altamente productiva, máxime si se tiene en
cuenta que el trabajo pesado era realizado por mano de obra
esclava. Las actividades extractivas se complementaban con las
metalúrgicas, normalmente eran las propias familias las que
realizan sus utensilios, aunque existían talleres de fundición;
el cliente más importante de la industria metalúrgica era la
industria bélica, en continuo crecimiento dado la multitud de
guerras de la Época Clásica.
Sin lugar a dudas, de todas las
actividades comerciales de los griegos, la que rindió mayores
beneficios y en la cual los griegos se convirtieron en
consumados especialistas, fue el comercio. El comercio al por
menor se realizaba en los mercados urbanos de cada polis, hasta
donde el pequeño productor, que normalmente gozaba de muy mala
reputación debido a su baja ascendencia social, llevaba sus
productos que vendía a sus vecinos, era un mercado local, de
gran importancia, pero de limitadas dimensiones. Por otro lado
se encontraban los grandes comerciantes dedicados a la
exportación, usualmente marítima dadas las dificultades de los
transportes por tierra, de sus productos. Atenas fue la ciudad
más destacada en cuanto al comercio se refiere, hasta el punto
de que a lo largo del siglo V a.C. se convirtió en el principal
centro comercial del Mediterráneo. Pero a pesar de la
importancia de las relaciones comerciales para el mundo griego,
ninguna polis alcanzó un desarrollo financiero relevante. El
dinero tuvo no pasó de un desarrollo incipiente, en parte debido
a que la importancia social no dependía tanto del dinero como de
otros valores, tales como la ciudadanía o la tenencia de tierras.
Los estados griegos carecían de los más rudimentarios sistemas
de previsión, no tenían de un presupuesto estatal, y vivían sus
finanzas al día, lo que fue especialmente grave durante los
períodos de guerras, ya que los estados tenían tendencia a
arruinarse en cuanto recibían los primeros reveses importantes.
Cuando los ingresos superaban a los gastos el superávit
resultante era bien repartido entre los ciudadanos, bien
empleado en donaciones religiosas o bien en gastos suntuarios.
Lo más parecido a un fondo de reserva que desarrollaron los
estados griegos fueron los tesoros de las diferentes ligas
supraestatales, por lo que era común que en momentos de
necesidad el Estado dominante se adueñase de dichos fondos con
la promesa, frecuentemente incumplida, de devolverlos en tiempos
de paz.
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Fundación Educativa
Héctor A. García |