Tablas: "Las tablas de Bacon, afirma Carlos Péguy (1873-1914),
no han llevado nunca a hacer una invención o un descubrimiento. No
sirvieron nunca más que para que los historiadores de invenciones
explicasen cómo fueron hechas las invenciones, luego que éstas fueron
hechas... Las tablas de Bacon están hechas tal vez para el inspector. No
están hechas ciertamente para el conductor".
Según Bacon en la tabla de presencia deben consignarse todas las
experiencias en que la naturaleza, cuya forma o ley se busca, no obstante
la diversidad de los sujetos y de las circunstancias. En la tabla de
ausencia se anotarán todos los casos en que, no obstante su semejanza con
los primeros, la misma naturaleza está ausente, lo que conduce por vía de
exclusión (per rejectiones debitas) al descubrimiento de la forma, o de la
causa cuya ausencia produce la ausencia de la naturaleza o del efecto. La
tabla de los grados registra todos los casos en que la naturaleza dada
varía al mismo tiempo que otra naturaleza, aumentando o disminuyendo con
ella, lo que permite concluir su conexión.
Táctica: Conjunto de medios para conseguir un objeto.
Técnica operatoria: La técnica operatoria consiste en poner en
el lugar de nuestros órganos sensoriales un proceso material capaz de
manifestar (de una manera más imparcial) el desarrollo del fenómeno
percibido por nuestros sentidos (dilatación de una columna de mercurio
para la temperatura, despliegue de un espectro luminoso para los colores,
etc.). Se trata de una transferencia en el medio de encuentro con el
mundo, especie de intérprete que sustituye nuestros órganos sensoriales
por un instrumento apropiado. Por el hecho de que la técnica operatoria
acaba generalmente con la lectura de un cuadrante, de un gráfico, advierte
la coincidencia de dos rasgos, conserva radicalmente un carácter sensorial
elemental, por lo menos de un orden visual. Por tanto, aunque limitada, es
esta mediación sensorial la que asegura en último término la información
instrumental.
Es esencial comprender que la definición operatoria designa ante todo
una actividad racional; según G. Bachelard "en un tiempo en que la física
hacía profesión de positivismo absoluto... se llegó incluso a presentar
los hechos estudiados por el físico como conglomerados de lecturas de
índices... Se abusó de la reducción de los pensamientos del físico a las
medidas. El resultado de una medida es siempre pensado, no solamente con
el método de medida, sino también con el sentido teórico profundo del
método de medida" (L'áctivité réaliste)
Tecnócratas: Funcionarios que utilizan la técnica y la ciencia,
sin ninguna perspectiva filosófica.
Tematizar: Elaboración crítica y sistemática.
Temporalidad: En general, indica la unidad dinámica del tiempo
en el que se privilegia el futuro como posibilidad de proyección del
hombre.
Teología: La función de la teología (saber acerca de Dios) es
ayudar al crecimiento de la Fe exponiendo la densidad del ser de Dios
reconocido hace miles de años y sus múltiples relaciones con el hombre y,
por el hombre, con el mundo. Como todo saber, la Teología no debe
pretender interferir en los campos de otros saberes, pero tampoco puede
aceptar las limitaciones o exclusiones que otros pretenden imponerle.
Teología de la liberación: Movimiento teológico propio de
América Latina que supone una forma distinta de hacer y entender la
teología desde el compromiso con los oprimidos; es conocida la obra de
Gustavo Gutiérrez titulada Teología de la liberación publicada el 1972 en
el Perú.
Teoría: Es un conjunto de enunciados verdaderos (o falsos) sobre
un objeto determinado, es decir, sobre individuos y relaciones que existen
entre éstos. Se puede decir que una teoría es un lenguaje sobre un
universo: T = < L,U >. Pero una teoría T a su vez se puede convertir en
objeto de investigación. La teoría T1 que habla de la teoría T
se llama metateoría de la teoría T, cuya teoría, en este contexto, se
convierte en la teoría-objeto. El objetivo del trabajo científico es la
búsqueda de teorías ciertas.
Teoría científica: La ciencia tiende hacia la unidad cuanto está
en poder de las leyes y de los objetos científicos. El resultado
parcialmente adquirido por las leyes descubiertas, desea extenderlo y
universalizarlo en un esfuerzo general de síntesis, reagrupando los
resultados anteriores en una teoría general de tipo matemático cada vez
más profunda.
Mientras la teoría no está comprobada ni ha manifestado su capacidad
explicativa, sigue siendo una hipótesis (por ejemplo, la teoría atómica
durante el siglo XIX). Función esencial de la teoría científica es
procurar una explicación global, que proporcione la justificación de las
leyes descubiertas anteriormente. Esta función del saber científico era
bien conocida por los antiguos; santo Tomás había elaborado ya una
definición elemental de la misma, a propósito de las hipótesis
astronómicas (S.T. 1, q. 32, a.1). Además, la función consiste en hacer
posible la previsión de otras leyes, por la vía deductiva, surgiendo
nuevos experimentos (la historia de la ciencia está llena de estos
descubrimientos que la teoría ha hecho posibles, desde el descubrimiento
de Neptuno en virtud de la mecánica celeste de Newton, hasta el del
neutrino o el del electrón positivo, aunque estos descubrimientos sean de
un orden diferente); también permite dar un significado a un hecho bruto y
convertirle en un hecho científico, es decir, elaborado en función de ella
misma.
De este modo se establece una especie de movimiento de ida y vuelta
constante entre hipótesis y comprobación que permite que las teorías se
realicen y se perfeccionen. Finalmente, y es ésta la última función de la
teoría, llegando a fórmulas cada vez más simples y sintéticas, asegura una
gran economía de pensamiento, sentida sobre todo por los grandes
teorizadores, convencidos de que corresponde a la armonía que reina en la
misma naturaleza. Pues es en la investigación teórica donde el espíritu
científico se despliega con mayor satisfacción, utilizando el poder de las
matemáticas, con la finalidad de integrar y de coordinar en una sabia
jerarquía las leyes expresadas por ecuaciones y reduciendo el número de
entes científicos. En resumen, se trata de una obra gigantesca que intenta
aportar una inteligibilidad general de los fenómenos de la naturaleza,
procurando siempre no convertirse en ilusoria y demostrándolo mediante
nuevos progresos.
La clasificación más aceptada de las teorías científicas se manifiesta:
primero, según su forma usual en: teorías formales (lógica y matemáticas)
y teorías empíricas, que se dividen en físicas, naturales y sociales;
segundo, según la clasificación metateórica: la teoría en sentido amplio
incluye los siguientes tipos de teorías: La metateoría es la disciplina
que estudia las propiedades de las teorías científicas. Y desde este punto
se puede formular una clasificación novedosa:
a. Teorías perfectas: Una teoría es perfecta si cumple las siguientes
propiedades: 1) consistencia (libre de toda contradicción); 2) compleción
(todas las fórmulas verdaderas de la teoría pueden derivarse como teoremas
de teoría); 3) decidibilidad (existe un método infalible para saber si un
teorema de teoría es o no derivable dentro de la teoría); 4) categoricidad
(todas las interpretaciones de las fórmulas de teoría tienen la misma
estructura). La única teoría perfecta es la lógica proposicional clásica
que posee las cuatro cualidades mencionadas.
b. Teorías cuasiperfectas: las que poseen las dos primeras cualidades
de las perfectas: consistentes y completas (la lógica clásica de primer
orden).
c. Teorías cuasi-imperfectas: las que son consistentes, pero no son ni
completas ni decidibles (teoría de los conjuntos).
d. Teorías imperfectas: las que no tienen ninguna de las cuatro
propiedades mencionadas. En ellas hay contradicciones, pero lo que la
teoría enseña es tan importante que se mantiene a pesar de sus
contradicciones. Ejemplo de la teoría imperfecta es el cálculo
infinitesimal creado por Newton y Leibniz; y la base de esta teoría era el
concepto de infinitésimo que era un concepto contradictorio. De acuerdo a
su definición un infinitésimo era una cantidad menor que todas, pero que
no era cero. Y esto era contradictorio, pues una cantidad menor que todas
(en números positivos) es cero. Pero un infinitésimo era diferente de
cero. Un ejemplo moderno es la física cuántica que presenta algunos
aspectos contradictorios como la famosa paradoja llamada el "Gato de
Schrödinger", según la cual dentro de ciertas condiciones estipuladas por
la teoría, el gato resulta vivo y muerto.
Teoría de la evolución: Sucediendo a una visión estática del
mundo vivo (habría existido siempre tal como el hombre la conoce),
hallamos en el origen de la hipótesis evolucionista dos progresos
científicos importantes: por una parte, la anatomía comparada fundada por
Cuvier (1769-1832) que descubría las semejanzas y correlaciones entre los
diversos organismos; por otra, los principios de la Paleontología (debidos
también en gran parte a Cuvier), ciencia de los restos fósiles de los
seres vivos, enterrados en las capas geológicas cuya historia empezaba a
hacerse. La relación entre estos fósiles y esta historia de la tierra, de
la que constituían los puntos de apoyo, obligaron al hombre a hacerse la
idea de que la vida tenía un largo pasado detrás de ella, y sobre todo, de
que no había revestido siempre la forma actual. Por consiguiente, la vida
había evolucionado, había sufrido cambios. Hablar de evolución a este
nivel es hablar de una comprobación y de un hecho definitivamente
adquiridos.
Pero debe señalarse que la palabra evolución designa también otra cosa,
no ya el hecho mismo revelado por la paleontología, sino su
interpretación; y ¿cuál podía ser dicha interpretación? Ante la expresa
variedad de las especies en el curso de las edades, se hacía posible una
primera interpretación, la que dieron el mismo Cuvier y el fijismo: había
que explicar esta extraordinaria evolución y modificación de las especies
vivas por un número más o menos grande de renovaciones periódicas de la
fauna y de la flora en las diversas edades, ocurridas a causa de los
cataclismos, en forma de creaciones sucesivas. Además de las dificultades
teológicas (la idea de Dios rehaciendo continuamente su obra después de
haberla aniquilado, no tenía ningún fundamento tradicional), la hipótesis
parecía puramente gratuita y no aportaba nada en el plano científico;
dejaba el problema intacto.
La segunda explicación fue la del evolucionismo científico. Había sido
sugerida por el sentido común y el deseo de hacer inteligible el hecho de
la evolución: puesto que la paleontología demuestra que hay numerosos
rasgos comunes que persisten a través de todas las variaciones
(correlaciones orgánicas, las mismas piezas del esqueleto se encuentran
modificadas a través de órdenes y clases de vertebrados, por ejemplo),
había que encontrar la causa de estas semejanzas profundas, puesto que una
unidad en la diversidad exige una explicación (principio de razón
suficiente). Ahora bien, en el mundo viviente, una semejanza persistente
se explica normalmente por un parentesco, un vínculo genealógico. Y la
idea de evolución no expresa suficientemente este sentido genealógico. Por
eso, muchos autores, sobre todo alemanes, prefieren hablar de "teoría de
la descendencia". Así nació la idea de evolución, como teoría explicativa,
sinónima en este caso de la teoría de la descendencia. Dicha teoría
vinculaba a todos los seres vivientes por una filiación general. De este
modo, todos los seres vivientes actuales no serían sino los últimos
descendientes de líneas geológicas que han ido divergiendo y
transformándose a lo largo de las edades. Se empezó a establecer así la
historia de tal o tal ramo (phylum) que había evolucionado más o menos
dentro de un marco limitado. Fueron descubiertos fósiles que presentaban
caracteres intermedios y parecían proporcionar algunos eslabones de
evolución. En todo caso, se podía esperar poder establecer teóricamente un
día un verdadero árbol genealógico de todo el mundo viviente, que
explicara el reparto actual de la fauna y de la flora, y que integrara en
lugares exactos los fósiles de cada época.
Considerada la evolución, a este nivel, en tanto que teoría de la
descendencia, ofrece evidentemente un carácter explicativo real y, desde
esta perspectiva, hay que señalar que ofrece una satisfacción mucho mayor
que los esquemas mecanicistas imaginados por la ciencia clásica, para
explicar las estructuras del mundo físico. Apelando a la idea de
descendencia permanece homogénea en su propio terreno; aplicando el
principio de razón suficiente reviste un carácter filosófico innegable, en
la medida, evidentemente, en que se refiere a hechos reales y documentos
suficientemente abundantes.
Está claro que la evolución por estar basada en el pasado, nunca podrá
ser probada, en el sentido de prueba física (un vínculo genealógico no
deja huellas; por eso, al nivel humano, las civilizaciones han subsanado
tal hecho mediante un acto jurídico o una presunción legal). Así, en este
terreno, la prueba adquiere un sentido especial. Además, se añade a esta
consideración el hecho de que los archivos del pasado de la vida (fósiles)
por definición son muy fragmentarios (la fosilización exige un conjunto de
condiciones que muchos seres vivientes no han podido realizar), sin hablar
del hecho de que la inmensa masa de estos fósiles es inaccesible,
enterrada en los estratos geológicos que no afloran a la superficie del
suelo. Como ejemplo de la idea genealógica básica de la evolución piénsese
en la comparación siguiente: recorriendo en un castillo una galería de
retratos, pese a la diversidad de los personajes y a las desemejanzas de
los mismos, yo advierto la permanencia de rasgos comunes, de una semejanza
de fondo, y deduciré que me hallo ante una serie de retratos de una misma
línea familiar.
Teoricismo: Desviación que supone un privilegiar la teoría en su
relación con la práctica.
Terminus a quo: Límite desde el cual...
Terminus ad quem: Límite hasta el cual...
Tétrada de los eruditos: Pierre Gassendi (1592-1655) formó la
tétrada de los eruditos con Gabriel Naude, ateo, Francisco La Mothe le
Varger, escéptico, y Elie Diodati, protestante.
Tiempo: El tiempo, en su acepción propia, sólo se realiza
plenamente en el alma o el espíritu que mide; por ello Aristóteles afirma
que si no hubiera ningún ser humano no habría tiempo.
Puesto que el tiempo en un lugar está ligado a este espacio, es
considerado como una cuarta dimensión de dicho espacio; de aquí la idea de
un universo concebido como un continuo espacio-temporal (modelo de Hermann
Minkowski '1864-1909'). Costa de Beauregard ha señalado que la
representación del tiempo en términos de espacio se situaba en la línea de
la concepción aristotélica del tiempo.
La relatividad, al vincular definitivamente el tiempo al universo, ha
prolongado el esfuerzo del pensamiento moderno, al descubrir la
importancia del factor temporal como inteligibilidad del mundo.
Tiempo absoluto y espacio absoluto: Newton introduce las
nociones de tiempo absoluto y espacio absoluto, que suscitaron grandes
debates y una viva oposición. "El tiempo absoluto verdadero y matemático,
en sí y por su propia naturaleza, afirma Newton, fluye de manera uniforme
sin relación con nada externo, y por otro nombre se le llama duración; el
tiempo relativo, aparente y común, es la medida sensible y externa ... de
la duración a través del medio del movimiento, y se lo utiliza comúnmente
en lugar del tiempo verdadero: es la hora, el día, el mes, el año." "El
espacio absoluto, que por su propia naturaleza carece de toda relación con
nada externo, permanece siempre semejante a sí mismo e inmóvil". Estos dos
conceptos de tiempo absoluto y espacio absoluto no tienen significado
operativo, son conceptos incontrolables empíricamente y, entre otras
críticas que se han alzado en su contra, se hizo célebre la de Ernst Mach
(1838-1916), quien en el libro La Mecánica en su desarrollo
histórico-crítico afirmó que el espacio y el tiempo absolutos de Newton
son "monstruosidades conceptuales".
Tierra: Según el pitagórico Filalao, la Tierra no ocupa el lugar
central del cosmos.
Tomista (visión): No fue sólo el dogma de la creación el que
llevó a Tomás de Aquino a retocar la síntesis de Aristóteles; es toda la
visión cristiana del mundo la que entra en juego, exigiendo que todo sea
repensado a partir de ella. Por tanto, si Aristóteles se encuentra
materialmente completo en Tomás de Aquino, es después de haber sido
repensado en profundidad, en función de un nuevo contexto, incluido en una
vasta síntesis teológica, cuyos principales elementos fueron
proporcionados por san Agustín alimentando modificaciones en el campo de
la filosofía de la naturaleza.
El cambio más importante se refiere a la concepción misma del universo,
no en su representación astronómica, sino en su significación general:
Tomás sustituye el mundo de Aristóteles cerrado sobre sí mismo, sin
verdadera historia, permaneciendo siempre idéntico a sí mismo en su
movimiento cíclico, y constituido por el acoplamiento eterno de la
naturaleza y de la divinidad, por un universo radicalmente dependiente de
Dios, su obra siempre nueva, surgiendo del poder divino para realizar un
proyecto divino. Este universo está, de hecho, englobado en una historia,
un destino, orientado hacia un término escatológico desde y por la
encarnación de Cristo en la humanidad, llamada a desempeñar una función de
la mayor importancia en esta historia. Vemos cómo esta concepción
axiológica puede acoger (en forma muy distinta de la de Aristóteles) el
gran descubrimiento de la historia y de la evolución del universo. Tal
mutación implicaba una manera nueva de comprender el universo y al hombre:
1) Nueva visión del mundo. Tomás de Aquino refiere todo el universo a
Dios según una doble relación fundamental: Primero, como un movimiento
descendente (exitus), el mundo emana de Dios, extrae de su sabiduría
creadora su ser, su actividad, y su significación; por su acción
esencialmente polivalente y primera, Dios es la fuente de toda actividad
en el universo, que se diversifica en cada criatura según su modo propio
(causalidad segunda); esta relación íntima de dependencia respecto a Dios,
como fuente del ser, es permanente y constituye el sentido formal de la
idea de creación; el hecho de que ésta haya empezado en el tiempo es un
dato de la fe que subraya aún más esta dependencia; ésta revela, de una
parte, la trascendencia de Dios, radicalmente separado del mundo por un
abismo ontológico, porque es el único absoluto, el ser subsistente por sí
mismo en el más alto grado, sin necesidad de otro.
Además, está la dependencia, la inmanencia de Dios en el mundo, porque
éste para subsistir necesita constantemente el influjo divino que lo
penetra hasta lo último de sí mismo. "El mundo está como suspendido de
Dios, afirma J. M. Aubert, la fuente más íntima y a la vez más heterogénea
de su fluctuante existencia. Precisamente porque Dios es el Absoluto y el
mundo depende en todo de él, su inmanencia en el universo no destruye en
nada la infinita diferencia que hay entre ellos; por el hecho de estar el
universo como "colgado" de Dios, que lo penetra hasta sus raíces, esta
presencia divina sigue siendo trascendente" (Recherche scientifique et foi
chrétienne, 1965).
Segundo, como un movimiento ascendente (reditus), el universo es como
levantado por una finalidad que lo recorre en todas sus dimensiones y lo
empuja a volver a Dios, a remontarse hacia su Autor, para expresar su
grandeza; "puesto que todas las criaturas realizan, cada una en su orden,
una idea de Dios, un proyecto creador, vuelven hacia el cumplimiento de
sus designios, desarrollando sus propias perfecciones. Las obras de Dios
no son inertes y en la manifestación de su dinamismo realizan este entorno
y, por lo mismo, glorifican a su autor" (Aubert). Pero cómo estos seres
realizan tal movimiento ascendente? Lo hacen desarrollando aquello para lo
cual han sido hechos; pues el fin último de toda criatura (incluido el
hombre) es el de hacerse semejante a Dios, y esto en grados infinitamente
variables, en razón de la riqueza infinita e inagotable del divino modelo.
Estos dos movimientos, descendente y ascendente, se expresan con la
fórmula tradicional: Dios es el alfa y el omega de todo. Esta visión
implica una profunda valoración del mundo sublunar, el mundo terrestre,
sede de las mutaciones, del devenir y de la inestabilidad fundamental. La
ciencia moderna, al reducir a la nada la distinción entre mundo astral
(incorruptible) y mundo terrestre (corruptible) al generalizar las
características de este último mundo para todo el universo, hará posible
dar a esta visión religiosa de santo Tomás una extensión cósmica general.
2) Nueva visión de la función del hombre. En la concepción cíclica
griega de un mundo idéntico a sí mismo, la finalidad de la vida humana no
podía ser otra que la contemplación y la impasibilidad, de la sumisión al
destino inexorable; sumergido en un mundo que no estaba metido en una
historia, el hombre no estaba invitado a transformarlo, por ello un cierto
desprecio hacia la acción técnica y las artes utilitarias.
En la síntesis tomista, la concepción cristiana del mundo no podía
acomodarse a semejante inmovilismo; el hombre, metido en este universo en
movimiento hacia Dios, debe también, de un modo especial, participar en
este dinamismo; es su misión más grande y se realiza a diversos niveles:
primero, en cuanto a sí mismo, siendo criatura, debe realizar el ideal
común, realizar el querer divino, el proyecto de Dios sobre él, es decir,
aquello para lo cual ha sido creado (conocer, amar a Dios e irradiarlo);
se trata de todo el terreno de la vida moral, que tiende a expansionar al
ser humano en su sentido más profundo, a hacerlo bueno y feliz; luego, al
nivel de su medio cósmico, del que es íntimamente solidario (pues su
cuerpo está sumergido en el mundo de materia); gozando de autonomía y de
libertad por su naturaleza espiritual, el ser humano está llamado también
a dominar este universo, a hacerse dueño de él; y es ésta una forma de su
misión, irradiación de su vida moral, expresada en el mandamiento divino
de dominar la tierra.
Este dominio humano sobre la naturaleza consiste en dar su plena
significación al retorno de las criaturas a Dios, para darle mayor gloria;
puesto que el sentido de la finalidad del universo es revelar a Dios,
realizar su voluntad, y, por tanto, parecérsele; la misión del hombre es
la de hacer con su acción esta semejanza más perfecta. No se trata, pues,
como para los antiguos, de contemplar pasivamente, sino que se trata de
actuar en un campo propuesto al hombre. Esta doctrina hace posible una
valoración del esfuerzo técnico, y funda una verdadera teología del
trabajo y de la investigación.
Esta vocación del hombre está históricamente condicionada por la
inserción de Cristo en la humanidad, hecho que ha tenido una doble
consecuencia: 1° la de curar este destino humano de toda ambigüedad,
impedir su limitación al puro provecho del hombre, colocándose
inútilmente, por el pecado, en el lugar de Dios (el gran obstáculo que
puede oponer el hombre al plan divino, deteniendo el movimiento general
para apropiárselo); 2° la de ofrecer al hombre la posibilidad de una más
completa semejanza con Dios, en una verdadera asimilación por la gracia;
pues por la encarnación, la humanidad e indirectamente todas las demás
criaturas reciben un nuevo significado: la vuelta hacia Dios se hace más
explícita, más segura y más plena.
La valoración del hombre en el plan divino expresada por Tomás de
Aquino es un esfuerzo para precisar considerablemente la antropología
aristotélica. Pues, los excesos de los filósofos árabes le habían mostrado
a dónde podía conducir una interpretación demasiado estricta de
Aristóteles. Utilizando datos platónicos, Tomás plantea el problema de la
dignidad humana sobre una base nueva, la del mundo de la individualidad
humana, de la persona humana. Por el hecho de ser el alma humana
independiente de la materia, no es posible situar el principio de su
individuación en esta materia, como para los otros seres, sino hay que
explicarla por la misma estructura del alma, cuya espiritualidad asegura a
la vez la suficiencia autónoma y la inmortalidad. Únicamente esta doctrina
puede explicar cómo el hombre es capaz de dominar el universo material,
hacerse independiente del mismo y convertirse en su dueño; pues participa
de otro universo, el del espíritu, participación mucho más próxima de la
naturaleza de Dios.
3) Consecuencias de esta síntesis. 1° Nueva extensión otorgada a las
categorías de Aristóteles. La idea de naturaleza primitivamente limitada a
los seres del universo material, para significar su dinamismo específico
(ya sea al nivel de cada ser, ya al del conjunto del universo), desde
Tomás se utiliza analógicamente para hablar de Dios (naturaleza divina).
Asimismo, la idea de infinito: para Aristóteles era sinónima de
imperfecto, de inacabado, porque sólo la había concebido y aplicado en el
orden material y cuantitativo (infinito cuantitativo); infinito
significaba, en este caso, indefinido, aquello que no está determinado,
acabado; en efecto, un ser material no es perfecto en su orden por la
finitud que le confiere su forma, que lo limita y distingue de los demás y
que, a su vez, recíprocamente, queda individualizada por la materia,
cuantitativamente determinada; en cambio, al aplicar santo Tomás a Dios la
idea de infinito, percibe que en el orden de la cualidad (o de modo más
general, a propósito de formas no limitadas por una materia), esa idea de
infinito implicaba, por el contrario, la de perfección (infinito
cualitativo). Por el mismo motivo, Tomás de Aquino utilizó también el
concepto de potencia en el nuevo sentido de potencia activa, aplicable a
Dios, por oposición a la potencia pasiva concebida por Aristóteles como
propiedad del ser cambiante; de este modo, esta idea que primitivamente
implicaba un mayor o menor no-ser (potencia por oposición a acto) se hace
aplicable al ser por excelencia en su máxima densidad (la omnipotencia
divina expresa entonces el acto puro).
2° Menor interés por la investigación científica. Si la síntesis
tomista ofrecía el marco y la posibilidad, con su teología de la acción
humana, de revalorizar el estudio de la naturaleza, hay que reconocer que,
de hecho, Tomás de Aquino y sus sucesores inmediatos no explotaron esta
apertura; el estancamiento científico y técnico, lejos de ser una actitud
exigida por el aristotelismo cristiano y la teología, debe explicarse por
otras causas.
En particular, la orientación profundamente teológica de la obra del
doctor Angélico, la explotación del campo inmenso de la fe con la ayuda de
las categorías de Aristóteles, repensadas y ajustadas con esta finalidad,
todo esto absorbió casi exclusivamente su pensamiento; la magnitud de la
tarea y su novedad acapararon prácticamente todo su esfuerzo, e importa
medir en su justa proporción lo que esto significa en cuanto
documentación, reflexión y síntesis, para excusarle de haberse alejado de
la observación de la naturaleza. Y de hecho, excepto san Alberto Magno,
cuya obra científica fue considerable, hay que reconocer que la vuelta a
Aristóteles hecha por el tomismo no tuvo el sentido de una explotación y
una prolongación de su obra propiamente científica. Y lo más curioso de
esta historia es comprobar que este esfuerzo científico fue más bien tarea
de la escuela franciscana, de inspiración agustiniana y platónica (junto
con algunos dominicos que permanecieron extraños al aristotelismo, como
por ejemplo Roberto Kilwardby), con sus principales representantes de
Oxford, Roberto Grosseteste, Diectrich de Friedberg y sobre todo Roberto
Bacon, que supieron aliar la especulación metafísica con el estudio
cuantitativo de los fenómenos naturales; de hecho, hay que buscar entre
ellos a los precursores de la ciencia moderna.
Sin embargo, no hay que pensar que Tomás haya ignorado el progreso
científico realizado desde Aristóteles, del cual tuvo conocimiento sobre
todo por la ciencia árabe; así, por ejemplo, describe con frecuencia
(cerca de quince veces en sus obras) la precesión de los equinoccios
ignorada por Aristóteles (¿cuántos de sus modernos discípulos serían
capaces de explicarla?); pero sobre todo habla con frecuencia del sistema
astronómico, de Ptolomeo, sin atreverse, no obstante, a optar
definitivamente por esta representación del mundo mucho más perfecta que
la de Eudoxio y de Aristóteles. Sin embargo, todo esto es muy poca cosa, y
hay que confesar que Tomás de Aquino se preocupó mucho menos de describir
el universo que de integrar la visión aristotélica en una perspectiva
teológica; en este sentido no prolongó la profunda vocación de la obra de
su maestro, lo cual, paradójicamente, será llevado a cabo por los
detractores mismos de Aristóteles en el siglo XVII.
En todo caso, hay que notar aquí que el hecho de que la doctrina del
estagirita haya podido ser repensada por santo Tomás en un contexto
teológico, imprevisto por su autor, demuestra su profunda plasticidad y
ductilidad, una ambivalencia al nivel de las categorías y de las ideas,
que la hacen capaz de ser explotada por muy diversas orientaciones de
pensamiento. Después de su explotación teológica realizada por santo
Tomás, veremos que en el fondo la ciencia moderna, "desacralizando" al
Aristóteles cristianizado por la edad media, ha prolongado su método y ha
explotado (inconscientemente) unas categorías conceptuales, cuyo origen
estaba en él, pero no tuvo ni el tiempo ni las ganas de desarrollarlas. Se
plantea entonces la cuestión esencial de saber si es posible intentar un
esfuerzo de unificación entre estas dos corrientes de pensamiento,
profundamente divergentes desde hace tres siglos.
Tomismo: Se llama tomismo al sistema doctrinal
filosófico-teológico de santo Tomás de Aquino y de su escuela, consolidada
a partir del siglo XIV, la misma que se irradia hasta la actualidad con
eminentes representantes. El tomismo se caracteriza por la distinción real
de esencia y existencia, la doctrina de la individuación y del alma como
forma esencial única, considerando que Tomás aplica la teoría del acto y
la potencia no sólo a la materia y a la forma, concibiéndose entonces la
materia prima como pura potencia, sino también a la relación de esencia y
existencia en el ser creado cuya limitación se funda en la potencialidad
de la esencia. Por otra parte, el principio de individuación es la materia
determinada de manera espacio-temporal; y finalmente el alma espiritual e
inmortal es a la vez forma, y forma esencial única del cuerpo, de suerte
que el hombre resulta de ella y de la materia como únicos principios
esenciales.
Roberto Busa (1913-?) publicó el Index Tomisticus 1974-1979 en 49
volúmenes de 70,000 palabras presentando la semántica, la morfología y
tipología del discurso de Tomás de Aquino.
Totalidad cerrada: Visión del mundo donde todo ya está
determinado o contenido, y por tanto es imposible una novedad radical o
absoluta. En este sentido se opone a una totalidad abierta que supone que
realidad no es sólo lo que es o lo que existe, sino también lo inédito, lo
que puede existir.
Transformismo: Durante el siglo XIX, la idea general subyacente
a las hipótesis evolutivas fue la de que las variaciones evolutivas no
habían podido tener lugar sino gradualmente, en forma de transformaciones
sucesivas, de donde la apelación de transformismo a estas diversas
explicaciones. Cada una de ellas apeló a un factor especial de
explicación. Se obtuvo así la adaptación al medio (Lamarck, 1744-1829). Se
suponía que cada individuo podía transmitir a su descendencia los
caracteres nuevos adquiridos durante su vida por causa del medio (lo que
no ha sido demostrado). Surgió especialmente, la genial hipótesis de la
selección natural afirmando la sobrevivencia de los más aptos, debida a C.
Darwin (1809-1882), uno de los más ilustres nombres de la biología y cuya
influencia fue considerable. Estas tentativas se habían revelado
insuficientes para explicar la amplitud de las transformaciones y nacieron
otras hipótesis, a finales del siglo XIX (neolamarckismo, teoría de la
constitución del germen de Weismann), y en el siglo XX (teoría de las
mutaciones de De Vries, aportaciones de la genética y de la embriología,
estadística de la población, etc.).
Vacío: Aristóteles no retuvo la correspondencia establecida por
Platón entre los elementos de los cuerpos y los poliedros, pues, habiendo
eliminado de su doctrina la posibilidad del vacío (= no ser), no podía
retener, de todos los poliedros, más que el cubo y el tetraedro, los
únicos en no dejar vacío entre ellos, para ocupar un volumen cualquiera.
Valores: La fundamentación ontológica de los valores no descarta
de ninguna manera el hecho de que son valores en relación con el hombre, a
un sujeto histórico que evoluciona con la sociedad. Por ello los valores
tienen un carácter dinámico; no son formulaciones intemporales, sino que
deben ser continuamente reformulados, replanteados e incluso creados. Si
bien dicha relación se manifiesta como histórica y, por tanto, conexa con
los factores socioeconómicos, de la sociedad, los valores conservan una
autonomía relativa que les permite un a dinámica propia en virtud de la
cual no podemos mecánicamente señalar: crisis social-crisis de valores o
crisis de valores-crisis social.
El fundamento mismo de los valores y sus características, aunque se ven
dentro de ciertas condiciones materiales, no se reducen a ellas, y
corresponde a la filosofía una tarea decisiva en su clasificación.
Verbalismo: Las explicaciones de los antiguos en marea
científica (explicaciones en las que se manifiesta el verbalismo) abusaban
de una finalidad concebida según el modo humano, que, por lo mismo,
dispensaba de la investigación de la causa eficiente. Así, por ejemplo,
para explicar la ascensión del agua en la tubería de una bomba aspirante,
los antiguos invocaban el "horror al vacío" en la naturaleza (tipo de
explicación antropomórfica, verbal); Evangelista Torricelli (1608-1647,
discípulo de Galileo e inventor del barómetro de mercurio para demostrar
la existencia de la presión atmosférica) tuvo el genio de suponer que eso
era la presión atmosférica (peso de la masa de aire), pues, pese a todos
los refinamientos técnicos para obtener la estanquidad de los conductos,
el agua nunca subía por encima de un cierto límite: su horror al vacío se
detenía a un cierto nivel; había que hallar otra cosa: el equilibrio
ponderal entre la columna de agua y la columna de aire correspondiente.
Pascal confirmó la hipótesis variando la experiencia: la masa de aire
disminuía con la altitud, y la altura a que podía subir el agua disminuía
de modo proporcional.
Es comprensible que Francisco Bacon pudiese decir, a este respecto, que
la causa final era estéril como una virgen consagrada a Dios. La
investigación de la causa final supone normalmente el análisis del
determinismo, que, por otra parte, ella puede facilitar si es conducida
con rigor. Anotemos también que la investigación de una finalidad en el
mundo viviente (a propósito, sobre todo, del instinto animal) estuvo en
muchos casos motivada por una preocupación apologética: probar la
existencia de Dios; ciertamente ello es posible, pero ya no es cuestión de
la ciencia, sino solamente de la filosofía (y además no separando la
finalidad del determinismo).
Verdad básica: Una verdad básica gobierna todo problema: el ser
humano realiza una unidad profunda, simbiosis viviente, pese a una
dualidad de composición; en él, materia y espíritu no son dos realidades
autónomas y separadas, extrañas la una a la otra; pese a su diversidad,
estas realidades no destruyen la unidad de la persona. Ahora bien, el
mundo real, extrahumano, objeto de la ciencia, el mundo de la materia,
está en continuidad con el cuerpo humano, que está situado a su nivel como
su prolongación en el hombre (y cuyo conocimiento sensible asegura una
forma superior de contacto). Este hecho de la unión de la materia y el
espíritu en el ser humano puede ser muy esclarecedor para el otro hecho,
objeto del problema presente: la adecuación del espíritu humano y la
materia "mundana".
Continuamente experimentamos que nuestro pensamiento y nuestra voluntad
más espirituales (dirigidos a las realidades más depuradas, más
abstractas) se encarnan en nuestro comportamiento físico, en nuestros
gestos, nuestra mímica, nuestro lenguaje sobre todo; e inversamente, sólo
son posibles por el instrumento que es nuestro cuerpo en su función más
noble (sistema nervioso central). Todo nuestro ser es a la vez espiritual
y material, pero bajo dos aspectos diferentes; cuerpo y alma no son dos
realidades yuxtapuestas, sino que se compenetran íntimamente: el primero
toma su especificidad y su sentido de la segunda, y ésta, además, es capaz
de emerger de esa función animadora para tomar perspectiva y conocer su
cuerpo como porción del mundo. Lo esencial es comprender que el alma no
tiene solamente esa función "pensante" en la que la confinó el dualismo
cartesiano, sino que es también "forma" del cuerpo, principio de su
dinamismo vital, que se expresa en él y le da todo su sentido.
Vida celular: La vida es un equilibrio dinámicamente activo que
se mantiene entre el organismo y el ambiente, un equilibrio que solamente
puede conservarse si el ambiente al que se adapta el organismo es adecuado
a las limitadas capacidades del animal o la planta. En toda la vida del
organismo, desde el nacimiento hasta la muerte, actúa la adaptación al
ambiente, estructural, funcional y operacionalmente.
Tradicionalmente se considera que: 1) Según Ll. Woordruff y G.A.
Baitsell, la vida es el resultado de la actividad del protoplasma (materia
viva), cuyas propiedades (características únicas) son: organización
celular, una composición química especial, metabolismo (en el que se
comprenden las facultades de mantenimiento, reparación y reproducción);
irritabilidad, de la que resulta la capacidad de adaptación. 2) La vida,
para el biólogo, denota la totalidad de las organizaciones metabólicas
autoreprodutoras de materia y energía comprendidas en el concepto de
"organismo". 3) Según E.S. Russell, un ser vivo es un organismo o unidad
organizada que presenta las actividades de mantenimiento, desarrollo y
reproducción dirigidas por el proceso vital a la realización del ciclo de
vida normal. Esta actividad directiva de los organismos individuales es lo
que distingue a los seres vivos de los objetos inanimados.
Un ser vivo es un sistema molecular peculiar que produce "orden a
partir de orden", como dice Schrödinger.
Jakob Johann Uexküll (1864-1944) es un resuelto campeón del vitalismo y
defiende el principio de la vida. La vida es una realidad última y que
depende de sí misma; no puede ser descrita o explicada en términos de
física o de química. Partiendo de este punto de vista Uexküll desarrolla
un nuevo esquema general de investigación biológica. Como filósofo es un
idealista o fenomenista, pero su fenomenismo no se basa en consideraciones
metafísicas o epistemológicas sino que se funda, más bien, en principios
empíricos.
Vida humana: Los hechos y las inferencias sobre la capacidad del
hombre de razonar abstractamente y elegir libremente forman la base del
estudio filosófico y teológico de la espiritualidad del hombre. Las
facultades propias del hombre, tan distintas, que lo diferencian de todos
los demás primates, pueden estudiarse a base de los efectos materiales que
producen en la naturaleza animal del hombre. Alguna de las facultades que
posee el hombre y algún aspecto de su conducta deben tener su fuente o
principio en algo no material, en algo espiritual. Esta es la constante
tradición de la filosofía y de la teología cristianas, basadas en un
análisis que va más allá de los métodos de la ciencia positiva.
El alma humana, principio espiritual de las actividades instintivas del
hombre, no es objeto de las investigaciones antropológicas, y el origen,
la naturaleza y propiedades del alma no entra en lo que explica la
ciencia. Los antropólogos, en cuanto científicos, permanecen neutrales
frente a tales consideraciones: la espiritualidad, la inmortalidad y sus
especiales orígenes divinos quedan fuera del área de estudios de la
prehistoria científica del hombre. Al filósofo y al teólogo les basta
saber que, en el momento de la prehistoria de los homínidos en que el homo
sapiens manifiesta inequívocamente la presencia de pensamiento abstracto y
libre elección, aparece en el mundo un animal con un alma espiritual.
Vitalismo: las limitaciones del mecanicismo y la imposibilidad
de aplicarlo al puro mundo viviente, inclinaron hacia el extremo
contrario, convirtiéndose el alma (o forma del ser viviente, según
Aristóteles) en un principio vital, especie de realidad indemostrable e
irracional. Con ello quedó comprometida durante mucho tiempo la vuelta a
la verdadera doctrina hilemórfica, mucho más equilibrada y realista.
El ejemplo típico de la reacción antimecanicista fue el de la famosa
escuela de Montpellier (P. Barthez sobre todo) que puso de moda, en el
siglo XVIII, el vitalismo, recurriendo para explicar la vida a un
misterioso "principio vital" extraño a los elementos físicos. La
esterilidad de esta doctrina en biología y el carácter gratuito de su
explicación hicieron que el mundo científico la olvidara rápidamente.
Vivir: Rousseau afirma: "Vivir es el menester que quiero
enseñarle. Al salir de mis manos no será, puedo afirmarlo, ni magistrado,
ni soldado, ni sacerdote: será primeramente hombre". Así, ya se trate de
"la primera educación", que "debe ser puramente negativa", o de la
educación positiva, que hacia los doce años vendrá a completarla y a
perfeccionarla, o en fin de la iniciación en las ideas y en las ciencias,
luego en la moral y en la religión que será enseñada al niño hacia los
quince años, cuando entre en la edad de las pasiones, en el orden moral, y
se encuentre en cierto modo colocado "fuera de la naturaleza" (entonces
"es tiempo de cambiar de método"), no es el preceptor quien le enseñará o
le impondrá las respuestas, sino que será el niño quien por sí mismo
marchará por delante de ellas y aprenderá de esta manera a elevarse a sí
mismo; en suma, "siempre hay que sacar de la naturaleza misma los
instrumentos apropiados para regularla".