El descubrimiento del código genético ha permitido interpretar de modo
mecanicista fenómenos como la reproducción, la herencia, las variaciones
las mutaciones. Dicho código es universal y por lo tanto representa un
lenguaje común a todos los organismos, desde los virus hasta las bacterias,
las plantas y los animales.
Alienación: En oposición al marxismo, el cristianismo sostiene
que la razón profunda de la alienación no es simplemente el desorden
económico sino la división interna del hombre que alcanza niveles
profundos de alienación no sólo en el ámbito profano sino incluyendo el
dolor, la enfermedad y la manifestación suprema de la alienación (la
muerte). Por tanto, un proyecto alternativo a la alienación del hombre y
la sociedad debe ofrecer a su vez una solución total a dicha problemática
y esto no es sólo exigido por la globalidad misma de los problemas sino
por el alcance duradero y profundo de las alternativas. Si tal es la
cuestión, el mismo marxismo no está en capacidad de dar una respuesta
satisfactoria al mal radical del hombre: la muerte. Ante ella sucumbe todo:
la esperanza, el amor, y la misma praxis que se ve abocada en último
término a la aniquilación y a la nada.
Alma: Voltaire afirma: "después que tantos razonamientos
hicieron la novela del alma, vino un sabio que hizo modestamente su
historia; Locke desenvolvió en el hombre la razón humana, lo mismo que un
excelente anatomista explica los resortes del cuerpo humano". Entonces se
realiza la palabra profética de Le Bovier de Fontenelle, de que "la
verdadera física se eleva hasta convertirse en una especie de teología".
Alteridad: El ser otro, el situarse o constituirse como otro. En
la filosofía de la liberación es el ámbito más allá del sistema y de la
totalidad del ser.
Ambigüedad: Situación o connotación que implica varios sentidos,
designados o alternativos.
Anacronismo: Desusado, fuera del tiempo actual
Análogo: Es análogo cuando se aplica a los términos comunes en
sentido no entera y perfectamente idéntico o, mejor aún, en sentido
distinto, pero semejante desde un punto de vista determinado o desde una
determinada y cierta proposición (como "despierto" aplicado a un ser que
no duerme y a un ser que tiene una inteligencia viva).
La analogía es extrínseca (como lo muestra el ejemplo "sano") o
intrínseca (como lo muestra el ejemplo de "ser", que conviene a todos los
entes increados y creados, sustanciales o accidentales). En este último
sentido la analogía es llamada metafísica.
Es el concepto de sano el que se refiere a realidades muy distintas,
aunque todas con relación a una realidad en que tal concepto se verifica
de modo propio o pleno; de esta forma, cualquier realidad puede existir
como sustancia y cualquier otra como accidente, como materia o como forma,
como acto o como potencia.
Año-luz: La mayor distancia alcanzada por los radiotelescopios
gigantes actuales es del orden de 5 mil millones de años-luz, considerando
que el año-luz tiene, a su vez, 9,461 mil millones de km.
A posteriori: Después de la experiencia.
A priori: Antes de la experiencia.
Apropiarse: La manera típicamente humana de apropiarse de la
naturaleza para dominarla, ha sido siempre la de comprenderla, de
explicársela para penetrar sus secretos; el ser dirigirá esencialmente al
modo de explicación (animista y verbal, primero; racional después); la
antropología cultural moderna ha renunciado a la idea de que el hombre
primitivo habría tenido otra lógica y otra mentalidad distinta de la del
hombre moderno, mostrando con ello la permanencia de este comportamiento
humano, ante la naturaleza. Con mucha razón L. Lévy-Bruhl afirma: "Desde
la perspectiva estrictamente lógica, no hay ninguna diferencia entre la
mentalidad primitiva y la nuestra" (Les carnets de L. Lévy-Bruhl, en Revue
philosophique, 1947).
Arabes: Los árabes conquistados al pensamiento de Aristóteles
por los medios intelectuales de Siria, fueron su vehículo en occidente,
pero no sin haberle hecho sufrir grandes retoques (destinados a hacerle
encajar con las tendencias neoplatónicas presentes en su cultura desde
hacía mucho tiempo, y con el Corán). Esta interpretación árabe de
Aristóteles adoptó dos formas distintas, que llegaron a occidente en dos
oleadas sucesivas; la primera, de origen oriental (siglo XI-XIII) estaba
representada principalmente por Avicena, cuyo papel fue esencial en esa
transmisión; la segunda, de origen español, se vincula al gran nombre de
Averroes (2a. mitad del siglo XII); se le llamaba el "comentador" por
excelencia, y su tendencia panteísta no podía menos que comprometer
gravemente la fama de Aristóteles, tal como lo representaba, y suscitar
fuertes oposiciones. Tal introducción del aristotelismo representaba un
peligro real, una profunda ambigüedad, agravados además por el éxito y la
fascinación que ejercía sobre los espíritus por su amplitud.
Luego Tomás de Aquino se esforzó en encontrar al verdadero Aristóteles,
para purificarlo y completarlo si era necesario con la investigación
personal. El resultado fue una obra inmensa que asombra aún por su
amplitud, aunque insuficientemente conocida, algo eclipsada por la de su
brillante discípulo; su principal mérito está en haber distinguido
claramente la filosofía de la teología, valorando los derechos de la razón,
y en haber realizado una amplia toma de contacto con la naturaleza,
estudiada en sí misma.
Aristóteles: (384-322 a.C.) Es bueno recordar la amplitud de su
empresa: Quiso reunir todos los conocimientos científicos de su tiempo.
Además de la Biología, a la que se aplicó con predilección (hizo el
inventario de la anatomía, la fisiología y la ecología animales conocidas
entonces), trató de casi todas las ciencias físicas (astronomía, física,
química, mecánica, meteorología...); hizo un estudio profundo del hombre,
tanto desde la perspectiva sicológica como de la social y política (así,
reunió en una compilación 158 constituciones políticas como base
documental de su Política); y todo ello prosiguiendo una obra aún más
importante de filósofo, de teólogo (en sentido natural) y de moralista:
por ella pasó todo, desde la naturaleza metafísica de Dios hasta el
régimen de los vientos o el comportamiento del más simple molusco. Por
todos estos títulos, afirma J. Chevalier, "no es excesivo decir que llevó
el pensamiento humano a su más alto punto de desarrollo" (Histoire de la
pensée, 1955).
El mismo Aristóteles, a la vez filósofo y hombre de ciencia, ha
desarrollado paralelamente y en el interior mismo de su visión filosófica
del mundo, una explicación científica (teorías de los cuatro elementos y
de los "mínimos" con que ha querido conservar lo mejor del atomismo). El
carácter caduco de estas explicaciones científicas de Aristóteles no puede,
por tanto, afectar el valor filosófico de su doctrina hilemórfica.
R. Lenoble sostiene que "es patente, pues, la injusticia que se comete
con el estagirita cuando se repite que él volvió deliberadamente la
espalda a la experiencia. Los aristotélicos siempre han sostenido, contra
los mitólogos e incluso platónicos,... que sus principios se fundaban en
la experiencia, y de hecho, no querían otra regla que ésa. Bien es verdad
que introdujeron en sus construcciones un cierto número de ideas a priori,
pero sabemos que, sin a priori, ninguna ciencia puede ni siquiera empezar.
Su ciencia se vio un día rebasada, no porque ellos se hubiesen negado
deliberadamente a la razón y a la experiencia, sino porque la descripción
que ellos nos dan de la razón es precisamente la que podían inventar unos
hombres de buen sentido en función de esa experiencia, cuando esa
experiencia permanecía ligada a una técnica y a un instrumental de la
mente todavía en sus comienzos. No es posible sentar un juicio sobre la
ciencia de este tiempo, si siquiera comprenderla, sin situarla en el
conjunto de las condiciones humanas y de las preocupaciones que entonces
se imponían. La historia recupera ahí todos sus derechos" (Origine de la
pensé moderne, Histoire de la science, 1957).
P. Brunet, actual historiador de la ciencia, hace una apreciación del
método aristotélico anotando: "Por la preponderancia que concede a la
investigación de los conocimientos, es decir, de los fenómenos que
acompañan al hecho estudiado, y que, aprehensibles por los sentidos,
forman la base del conocimiento científico, el estagirita llega a
reconocerle a la observación metódica el papel primordial en las ciencias
de la naturaleza" (La science dans l'Antiquité et le Moyen Áge, en
Histoire de la Science, 1957)
Aristotelismo: Uno de los grandes méritos del aristotelismo
consiste en enseñarnos la sumisión a la realidad.
Aristóteles, enfrentado a una enorme documentación científica, no pudo
hallar el método plenamente adecuado para expresarla; a pesar de sus
inmensos méritos, no ha estado siempre a la altura de la tarea; influido
por la juventud de la obra, poco crítico, con frecuencia le faltó unidad,
ha mezclado los campos (a la vez filosófico y científico), traicionando
así la preocupación profunda de su autor, pues quiso reunir todos los
conocimientos científicos de su tiempo. Preocupado por descubrir lo que
son las cosas, creyó conseguirlo por la simple observación y una
experimentación titubeante y partiendo de definiciones dadas por el
sentido común. "La fuente principal de estos errores... , afirma L.
Bourgey, consistió, a nuestro modo de ver, en la forma apresurada,
enciclopedista, con que Aristóteles, que no quería suprimir nada, llevaba
a cabo sus encuestas. Resultó de ello un saber inmenso, pero a algunos
elementos del mismo les faltaba seguridad... Para llegar a la verdad
hubiera sido necesario multiplicar las observaciones, rectificándolas en
cierta manera las unas por las otras; el filósofo impaciente por alcanzar
el fin no lo hizo" (Observation et expérience chez Aristote, 1955). De
todos modos estas deficiencias no ponen en cuestión la doctrina filosófica
misma.
A pesar de que los árabes nos dieron un conocimiento parcializado de
Aristóteles, debemos reconocer que si Aristóteles se encuentra
materialmente completo en santo Tomás, es después de haber sido repensado
en profundidad, en función de un nuevo contexto, incluido en una vasta
síntesis teológica, cuyos principales argumentos fueron proporcionados por
Agustín de Hipona (que a su vez había asimilado lo mejor de Platón). En
este esfuerzo de integración es donde mejor se revela el genio de santo
Tomás. Tal integración se proponía, más que interpretar las fuentes
utilizadas en su propia estructura histórica, unificarlas en una síntesis
original que les confiere una vida nueva.
Tomás de Aquino sustituye el mundo de Aristóteles cerrado sobre sí
mismo, sin verdadera historia, permaneciendo siempre idéntico a sí mismo,
en un movimiento cíclico, y constituido por el acoplamiento eterno de la
naturaleza y de la divinidad, por un universo radicalmente dependiente de
Dios, su obra siempre nueva, surgiendo del poder divino para realizar un
proyecto divino. Este universo está, de hecho, englobado en una historia,
un destino, orientado hacia un término escatológico desde y por la
encarnación de Cristo en la humanidad, llamada a desempeñar una función de
la mayor importancia en esta historia. Esta concepción axiológica puede
acoger (en forma muy distinta de la de Aristóteles) el gran descubrimiento
de la historia y de la evolución del universo. De hecho, semejante
mutación implicaba una manera nueva de comprender el universo y al hombre.
Pero, la comprensión no siguió su ruta; por lo que es indispensable
distinguir en el aristotelismo que:
1) Los sucesores de santo Tomás no hicieron otra cosa sino continuar en
la misma perspectiva teológica, sin interesarse por la obra científica de
Aristóteles y por la corrección de la misma que se hacía necesaria a causa
de los nuevos descubrimientos; en vez de incitar a un esfuerzo de
renovación, cosa que hubiera estado en la verdadera línea del
aristotelismo, la admiración por la gigantesca obra del estagirita
desembocó (en filosofía natural) a una esterilidad y a un fijismo
doctrinal lamentables, y que acabarían comprometiendo gravemente su
reputación; la apelación a su autoridad erigida en absoluto (Aristóteles
lo habría resuelto todo) parecía dispensar a sus discípulos del final de
la edad media de todo esfuerzo hacia un progreso cualquiera, cosa que, en
el fondo, constituía la negación misma de la enseñanza del maestro que
pretendían seguir. "Se le reprochó (a Aristóteles) haber detenido así,
afirma A. Mansion, durante más de mil años, el vuelo del pensamiento
científico. Pero este último reproche alcanza más bien a sus discípulos,
quienes, faltos de iniciativa, en vez de continuar y perfeccionar su obra,
se contentaron, en muchos puntos, con comentarla" (Introduction à la
physique aristotèlicienne, 1945)
Se trata en este caso de un fenómeno, a propósito de la suerte del
aristotelismo de la antigüedad, más inclinado a admirar el carácter
enciclopédico de la obra de Aristóteles que a prolongarlo (los sucesores
de Aristóteles, a pesar de sus méritos científicos, fueron en general muy
inferiores a su maestro); asimismo, la amplitud de la síntesis teológica
de santo Tomás suscitó más la admiración, a causa de la grandiosa unidad
que atribuía al saber religioso, que un esfuerzo por conocer mejor el
universo y transformarlo para dominarlo; no había llegado aún el momento
propicio para ello; la edad media tenía que afirmar, primeramente, su
pasión de unidad religiosa y política contra las fuerzas disertadoras que
durante tan largo tiempo habían dominado el occidente desde la ruina de la
unidad romana antigua. Habrá que esperar los tiempos modernos para que se
empiece a vislumbrar una tendencia hacia este doble fin, profundamente
marcado, no obstante, por el aristotelismo cristiano: prolongar el método
científico de Aristóteles y extender el dominio y la regencia del hombre
sobre el mundo; la desgracia consistirá en que, para dar este paso, se
repudiará a la vez lo más válido del pensamiento de Aristóteles (indistintamente
confundido con representación anticuada del mundo y conservada tal cual
por los comentadores rutinarios) y el sentido religioso dado por santo
Tomás a este universo. La veneración hacia los maestros era tal que los
discípulos no tuvieron la lucidez y la audacia para realizar las
adaptaciones necesarias en un mundo en total renovación, y llegaron a una
especie de petrificación de una doctrina, cuyo profundo realismo hubiera
debido ser una invitación a integrar los nuevos campos conquistados por el
hombre.
2) Sin embargo, no hay que atribuir al tomismo de aquellos tiempos la
responsabilidad de esta petrificación del aristotelismo; porque no hay que
olvidar que el éxito del pensamiento y de la síntesis de santo Tomás no
fue tan rápido y general como con frecuencia se cree. De hecho, excepto
entre dominicos (y no de manera absoluta) el tomismo no tuvo la audiencia
de que goza en nuestros días en la Iglesia; "esta influencia es
indiscutible, afirma E. Gilson, sobre todo en ciertos ambientes, pero no
fue tan general como nos lo invita a creer el lugar que ocupa hoy en la
historia de la filosofía... En el siglo XIV, si hubo quien se adhirió al
tomismo, nadie continuó verdaderamente la obra del maestro" (La
philosophie au moyen Age, 1947). No hay que olvidar que hasta la segunda
mitad del siglo XVI la Suma Teológica no suplantó en la enseñanza las
Sentencias de Pedro Lombardo. Desde el siglo XVI tuvo que competir con
otro poderoso sistema doctrinal, que también se apoyaba en Aristóteles y
en los árabes, el de Duns Escoto; y estos dos sistemas se vieron muy
pronto suplantados, en numerosos ambientes, por el nominalismo, (los
conceptos no designan la realidad, lo que las cosas son, sino que sólo son
puros nombres sin referencia ontológica), de Guillermo de Occam, el cual,
reaccionando contra Aristóteles, orientó el pensamiento hacia una
dirección totalmente distinta, y preparó el camino al conocimiento
experimental de los tiempos modernos; hay que añadir también la
permanencia de un averroísmo filosófico y político. De este modo se
comprende que el final de la edad media estuviera caracterizado sobre todo
por una abundancia ideológica en la que las doctrinas más diversas se
oponían a un inmenso verbalismo estéril, y se agotaban en disputas
escolares interminables. En esta forma decadente conocería el siglo XVIII
a la escolástica, y la ridiculizaría (la "virtud dormitiva" del opio, de
Juan Bautista Molière '1622-1673'), olvidando que la gran escolástica del
siglo XIII había sido algo muy distinto.
3) El renacimiento del siglo XVI apenas mejoró la situación: su
entusiasmo por las obras de la antigüedad habría podido desembocar en un
más auténtico retorno a Aristóteles; prácticamente no fue éste el caso;
ante una renovación del platonismo, hubo ciertamente en Italia toda una
corriente aristotélica; pero con un espíritu liberal que quería romper los
marcos de la escolástica (en la ignorancia de la del siglo XIII), cayó de
nuevo en las peores elucubraciones de los comentadores árabes, mezclando
con ellas consideraciones estoicas y sobre todo un inverosímil arsenal de
supersticiones (un ejemplo de este aristotelismo nos lo proporciona Pedro
Pomponazzi '1462-1525'). De hecho, el renacimiento, que la estampería
popular representa a menudo como una época de las luces, como el
advenimiento del racionalismo, no parece haber brillado en absoluto por su
lucidez y espíritu crítico en cuanto a filosofía natural; rechazo el
aristotelismo escolástico para caer en una especie de culto mágico de la
naturaleza; "la ruptura con Aristóteles, afirma R. Lenoble, libró a la
naturaleza de las pocas reglas que permitían, por insuficientes que fuesen,
darle un sentido; no se encontró otro mejor y desde este momento la
naturaleza se convierte otra vez en la magia universal de la imaginación
popular. Si la ciencia aristotélica está en esta época de acuerdo con el
estado del espíritu de los políticos y de los teólogos dispuestos a
imponerse una disciplina, la de la escuela naturalista empalma
maravillosamente con los espíritus aventureros y con la masa... A juzgar
por la opinión general, esta ciencia ha dado la preciada satisfacción de
una consagración racional" (Histoire de la science, 1957). Esta pretensión
de la ciencia "natural" iba acompañada, además, por un dogmatismo ciego,
que no tenía nada que envidiar a la de sus adversarios teólogos católicos,
especialmente protestantes. Pues "el enorme florecimiento de la
superstición en esa época, sostiene R. Lenoble, primeramente en Italia y
luego en Francia,... no es, sino una consecuencia lógica del éxito de los
primeros innovadores". Y J. Chevalier añade: "¿Acaso no se decía del
paduano Cremonini, como de Melanchton, compilador de Aristóteles al
servicio de la Reforma protestante, que se habían negado a mirar el cielo
por el telescopio, por miedo, decía Galileo, de alterar en algo el cielo
de Aristóteles?" (Historia del pensamiento, 1963).
Por esto, cuando la ciencia moderna empezó a tomar vuelo, no tenía ante
ella más que lamentables caricaturas del aristotelismo (el de la
escolástica decadente, y el del renacimiento antiescolástico), cuya
molesta autoridad tenía que destruir. Lo triste fue que lo hizo creyendo
que se trataba del verdadero Aristóteles y su nombre se convirtió durante
mucho tiempo en sinónimo del mayor obstáculo que había que destruir,
obstáculo contra el cual se cristalizó el esfuerzo de renovación. El
aristotelismo entonces se convirtió verdaderamente en la ciudadela
intelectual que había que destruir. El asedio se prolongó durante los
siglos XVII y XVIII, en varios asaltos dirigidos contra diversos baluartes
destinados a derrumbarse los unos después de los otros.
Pero es importante señalar, que la escolástica conoció en esa época un
renacimiento verdadero y fecundo: la famosa escolástica española (llamada
la segunda escolástica) del siglo XVI, cuyos principales representantes
fueron, y, fuera de España, el cardenal Belarmino y Lessius. Uno de sus
principales méritos es haber aplicado la doctrina escolástica medieval a
los nuevos problemas humanos, y en particular haber creado una moral
internacional y el derecho de gentes (sobre todo, Vitoria y Suárez).
Finalmente, debe anotarse que uno de sus representantes, Soto, hizo una
hermosa obra de cosmólogo y de pionero científico: más de medio siglo
antes de Galileo, enunció la ley de la proporcionalidad de la velocidad
con la duración de la caída de los cuerpos (los trabajos de P. Duhem y de
A. Maier la han sacado del olvido).
Armonía: La armonía no se establece por sí misma, sin luchas,
sin antagonismos y sin conflictos entre las razas, las naciones y las
clases, así como entre las especies naturales y los individuos. De lo cual
los economistas no tardaron en darse cuenta, ya que se manifestó a los
ojos de todos, cuando, en 1789, algunos años después de la caída de Turgot,
estalló la Revolución, a la que conducía toda la evolución económica,
financiera, política, intelectual y social del siglo.
Astronomía: Ciencia que estudia las posiciones de los astros,
las leyes que rigen sus movimientos y su constitución física, y también
los instrumentos y métodos que se emplean para su estudio. Comprende la
astronomía de posición, mecánica celeste, astrofísica o astronomía física,
astroquímica, radioastronomía y astroquímica práctica. En Grecia se
intentó, por primera vez, una explicación científica del Universo. La
astronomía de los primeros griegos se desenvolvió dentro de las escuelas
filosóficas, cuyos representantes, Filolao de Crota, Eudoxio y Aristóteles,
elaboraron distintos sistemas para explicar el movimiento de los astros.
En la escuela de Alejandría se reveló el genio griego a través de
Aristarco de Samos, precursor de Copérnico; de Hiparco, creador de la
astronomía matemática y descubridor de la precesión de los equinoccios, y
de Ptolomeo con su sistema geocéntrico, que subsistió durante catorce
siglos.
En el siglo XVI se produjo el gran adelanto con la teoría de Nicolás
Copérnico (1473-1543) expuesta en De revolutionibus, que fue objetada por
los defensores del inmovilismo de la Tierra. Tycho Brahe (1546-1601)
elaboró un nuevo sistema geométrico, en que los planetas giran en torno al
Sol, mientras éste gira en torna a la Tierra. Juan Kepler (1571-1630) en
1627 resume la armonía de los mundos en las tres leyes: 1ra. Cada planeta
describe una elipse, uno de cuyos focos ocupa el Sol. 2da. El radio vector
de cada planeta recorre áreas iguales en tiempos iguales. 3ra. Los
cuadrados de los tiempos de las revoluciones de dos planetas, son
proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol. Los aportes de
Galileo, de Newton y de otros acentúan el desarrollo.
En el siglo XIX se abre una nueva época en la investigación astronómica.
Se descubre el primer asteroide, cuya órbita calculó Karl Friedrich Gaus
(1777-1855) por medio de su método de los mínimos cuadrados; Friedrich
determinó la primera paralela estelar.
La astronomía se abrió al sentido de la historia ampliada entonces a la
dimensión del universo, descubriendo, por ejemplo, que el estudio de las
estrellas no podía concebirse sino por la determinación de su edad, de su
grado de evolución (reparto de las estrellas según el diagrama de
Hertzsprung-Russel, por ser sus autores el alemán Ejnar Hertzsprung y el
norteamericano Enrique Norris Russell '1877-1957').
Atómica (Bomba): Robert Oppenheimer (1904-1967) es el padre de
la bomba atómica.
Atómica (Teoría): El positivismo no cesó, durante todo el siglo
XIX, de combatir la teoría atómica con un encarecimiento que debía
perderle. En esa lucha coincidía con los energetistas (Ostwald, Duhem), a
la manera de hermanos enemigos que se reconcilian ante un peligro común.
La teoría atómica pretendía no ser una simple hipótesis sin implicación
sobre la realidad; se negaba a entrar en las normas fijadas por el
positivismo; quería ir más allá de los simples hechos y ver en los átomos
algo real, aunque sólo fueran conocidos por razonamiento. Se demostró que
los átomos deducidos racionalmente por la teoría existían de hecho, pues
su energía, su velocidad (en los gases) y sus dimensiones eran mensurables.
Fue un mérito indiscutible de Jean Perrin (1870-1942, premio Nobel de
Física 1926) haber podido alcanzar este resultado en 1908 consiguiendo
determinar el número de Avogadro a partir de bases experimentales. El
volumen de los gases compuestos está en relación simple con el volumen de
los gases componentes. El estudio de los gases desemboca en la hipótesis
de Avogadro: En un mismo volumen y a la misma presión, las moléculas de
todos los gases son en igual número; el número de moléculas contenido en
22,4 1 de un gas a 0 grados y a la presión de 76 cm constituye el famoso
número de Avogadro (=6.023 * 1023); el establecimiento de este número fue
una de las primeras pruebas de la teoría atómica.
J. Ullmo nos dice: "La prueba suprema, el test - si se quiere emplea
este término expresivo - de todas estas teorías estrictamente positivas
que culminaron, a finales del siglo XIX, en las diversas formas de
energética, fue la discusión sobre la teoría atómica y el triunfo de la
misma. Ostwald, Duhem, Mach fueron antiatomistas por no querer admitir "objetos"
reales en la construcción científica; lo fueron con encarnizamiento y
pasión. El advenimiento del objeto científico "átomo", su fecundidad
ilimitada, sellaron la suerte del positivismo estricto" (La pensée
scientifique moderne, 1958).
Atomismo: Demócrito fue el fundador del atomismo, sistema que
tuvo un destino extraordinario en los tiempos modernos. Partiendo de la
idea del ser, uno e inmutable de Parménides, quiso salvaguardar, al mismo
tiempo, la realidad del cambio y la multiplicidad revelada por la
experiencia; para ello desmembró y multiplicó el ser hasta el infinito, en
partes de ser, los átomos, y de átomos homogéneos entre sí. En semejante
perspectiva unitaria, no habría más que una salida posible; la diversidad
sólo podía provenir del único dato susceptible de variar en este sistema,
es decir, el conjunto de las características cuantitativas y mecánicas de
los átomos, en sus relaciones mutuas (tamaño, forma, posición, movimiento).
Se solucionaba al nivel de las diferencias cuantitativas; de aquí el
calificativo de mecanicista. La idea era sencilla y elegante; y si
Aristóteles la rechazó, fue porque semejante conciliación, a pesar de su
grandeza, le pareció demasiado simple, por no considerar toda la realidad
experimental que había de explicar.
Ciertamente la experiencia y el análisis racional parecían conciliados;
se conservaba la inteligencia del ser, a través de los cambios y de la
multiplicidad, pero ¿a qué precio? Se limitaba al orden puramente
cuantitativo y matemático.
El atomismo, como corriente de pensamiento matematicista de la ciencia
moderna, toca la realidad física mucho más cerca que el mecanicismo y el
dinamismo. Aunque el atomismo tiene dos milenios y medio de existencia, ha
revestido formas radicalmente distintas, que no hay que confundir. Durante
mucho tiempo fue una pura doctrina filosófica a priori. Sólo desde hace un
siglo y medio ha pasado a la categoría de teoría científica y desde hace
algunas décadas a la categoría de una comprobación experimental. El
atomismo de la ciencia moderna no tiene nada que ver con el de los
filósofos, y no se debe extender el prestigio de la ciencia atómica
moderna a la filosofía antigua.
Aristóteles lo rechazó porque la naturaleza de estos átomos, concebida
según la idea de Parménides, no podía explicar la variedad de la realidad.
En el fondo, era ya el germen del mecanicismo filosófico: explicar la
extraordinaria complejidad de los seres con la sola ayuda de los datos
geométricos, no puede proporcionar una completa inteligibilidad.
Cosa curiosa, de todo el edificio aristotélico, la doctrina de los
cuatro elementos es la que tuvo más larga vida en la historia de la
ciencia. La teoría de los cuatro elementos tuvo un solo opositor serio: la
teoría de los tres elementos (azufre, mercurio, sal) de Paracelso,
alquimista del siglo XVI. Durante largo tiempo, la química fue una ciencia
cualitativa (sobrevivencia de los criterios químicos: incoloro, inodoro e
insípido). Pero después de una mezcolanza de doctrinas secundarias, a
principios del siglo XVIII apareció una nueva teoría, que creía haber
hallado el agente universal explicativo de las reacciones químicas, la
teoría del "flogisto" de Jorge E. Stahl (1660-1734) que tuvo éxito
considerable durante casi todo el siglo.
Según esta teoría, todos los cuerpos combustibles encierran el mismo
principio: el flogisto o el fuego químico, que pierden al consumirse (oxidándose);
el carbón era así flogístico en estado puro; aunque primitivamente creada
para explicar la transformación de los metales en cales (u óxidos), la
teoría quería explicar también la mayor parte de las demás
transformaciones; el hecho de que no podía dar cuenta del aumento de peso
del cuerpo oxidado (siendo así que tendría que haber perdido peso en
virtud de la liberación de flogisto) no parece haber sido apreciado en su
justo valor por Stahl, quien ignoraba la existencia de los gases que
suponía, en consecuencia, que su flogisto era imponderable.
A finales del siglo XVIII la química se orienta hacia el camino del
porvenir, con la introducción de la medida cuantitativa, es decir, la
apreciación precisa de los pesos de los cuerpos que entran en reacción.
Lavoisier (1743-1794) permanece unido a este progreso decisivo; se
establecieron las principales leyes de peso que originaron el nacimiento
de la teoría atómica, la ley de Lavoisier: "el peso total de los cuerpos
en reacción no varía en la reacción"; la ley de las proporciones definidas
(ley de José Luis Proust '1754-1826', 1801): "cuando varios cuerpos se
unen para formar un nuevo cuerpo llamado compuesto, la combinación sólo es
posible según relaciones ponderables invariables".
El químico inglés Dalton (1766-1844) halló la tercera ley, la de las
proporciones múltiples: "cuando dos elementos dan varios compuestos, la
cantidad ponderal de un elemento sólo puede unirse a múltiples enteros de
la cantidad ponderal del otro elemento". Así, a 2 g de hidrógeno pueden
unirse 16 g de oxígeno para dar 18 g de agua; a esos mismos 2 g de
hidrógeno no pueden unirse más que 2 veces 16 g de oxígeno (=34 g de agua
oxigenada); 28 g de nitrógeno pueden unirse solamente a 1, 2, 3, 4,o 5
veces 16 g de oxígeno para dar compuestos diversos (44 g de protóxido de
nitrógeno, 60 g de bióxido de nitrógeno, 76 g de anhídrido nitrogenoso, 92
g de peróxido de nitrógeno y 108 g de anhídrido nítrico).
Todas estas leyes no pueden tener más que una sola interpretación: ya
que las combinaciones sólo se hacen por saltos bruscos y de valor bien
delimitado ponderalmente, hay que suponer necesariamente que los elementos
que entran en reacción no son divisibles hasta el infinito (es decir, son
algo continuo), sino que están formados de partículas indivisibles.
El estudio de los gases de los que José Luis Gay-Lussac (1778-1850)
formuló en 1808 la ley de las relaciones volumétricas, contribuyó a
precisar la teoría distinguiendo átomo y molécula. Finalmente, la mejor
expresión de la teoría fue la tabla periódica de los elementos químicos
(1869) de Demetrio Ivanovich Mendeleiev (1834-1907) que puso de manifiesto
el vínculo entre la regularidad de las propiedades químicas y las
estructuras de los átomos.
El atomismo convertido en teoría atómica, continuó evidentemente
recurriendo a los recursos del mecanicismo y del dinamicismo, a los que
estaba vinculado históricamente; pero, una vez franqueado este período
intermedio (que duró casi un siglo), en el momento en que la ciencia pudo
descubrir las propiedades profundas del átomo (y no ya sólo las químicas;
descubrimiento de la radioactividad) y demostrar su existencia, se libro
de sus dos padrinazgos ya caducos.
Átomos: Lo que llamamos átomos o partículas elementales
corresponde a realidades observadas experimentalmente; no son puras
creaciones del espíritu; y sin embargo no son representables por la
imaginación, y eso radicalmente (así, hablar a su respecto de color o de
temperatura no tiene ningún sentido); no podremos conceder a estos entes
el estatuto o las propiedades de aquellos que experimentamos en nuestra
escala, pues son ellos los encargados de explicar esas propiedades; por
tanto, no podemos concebirlos partiendo de las nociones de las que ellos
mismos son explicación y fundamento
Axiología: Tratado o reflexión acerca de los valores. Doctrina
referente a los valores cuyo ámbito y objeto está hoy plenamente
constituido frente a la metafísica.
Letra "B"
Biología: Si bien se considera que Jean Baptiste Lamarck
(1744-1828) y Gottfried Treviranus crearon en 1802 el término biología,
cada vez se ve más en Aristóteles al verdadero fundador de la biología
haciéndole plena justicia, pues según P. H. Michel, "junto al de Pitágoras
y al de Hipócrates, su nombre puede figurar como el símbolo de uno de los
tres grandes creadores de la ciencia helénica: las matemáticas
demostrativas, la medicina, la biología... Es Aristóteles quien, en un
primer trabajo de conjunto, ha creado la zoología en tanto que disciplina
científica, y, cualesquiera que hayan sido sus lecturas, se puede afirmar
que han sido comprobadas por observaciones personales y con un agudo
sentido crítico, del cual no volveremos a hallar ningún ejemplo en la
ciencia antigua. Aristóteles utiliza los métodos comparativos, razona por
analogía, comprueba sus conclusiones y extiende su investigación a todas
las circunstancias de la vida animal: se interesa por las costumbres de
los animales, estudia la influencia de los climas sobre su modo de vida,
describe sus costumbres, sus enfermedades... Además, Aristóteles se
muestra indiscutiblemente superior por la comprobación personal y el
espíritu crítico" (La science hellène, Histoire général des sciences,
dirigida por R. Taton, P.U.F, 1957).
"Ciertamente, afirma M. Caullery, se le puede hacer hoy muchas criticas
al gran filósofo griego, pero al situar en su tiempo su obra zoológica,
ésta le hace honor plenamente. Por tanto, Aristóteles no era un mal guía"
(Les grandes étapes des sciences biologiques en Histoire des sciences,
1957); el gran Carlos Darwin (1809-1882) no vacila en escribir: "Linneo y
Cuvier han sido mis dos dioses de muy diferentes direcciones, pero no
pasan de ser unos escolares en relación al viejo Aristóteles" (Life and
Letters of C. Darwin, 1905).
La necesidad de introducir la noción de fuerza, y con ello la de
finalidad (Newton), mostró que el mecanicismo no podía limitarse a un puro
esquema geométrico. Esta limitación aún fue más evidente cuando se trató
de aplicar este mecanicismo al puro mundo viviente, en el que el animismo
parecía más justificado