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L a G r a n E n c ic l o p e d i a
I l u s t r a d a d e l P r o y e c t o
S a l ó n H o g a r
DICCIONARIO
FILOSÓFICO CIENTÍFICOHacer con facilidad lo que es dificil
a los demas, es talento. Hacer lo que es imposible al talento, es el signo
de la genialidad. H.G.
Proyecto
Salón Hogar
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C-
D-
E-F-G-
H-I-J-K-L-
M-N-O-
P-Q-R-S-
T-U-V
Paideia: Término literalmente intraducible pero que quiere
referirse al ideal educativo cultural de los griegos plasmado a través de
la tradición desde Homero, los mitos y la reflexión sistemática de los
filósofos.
Palabra: La palabra, la leve agitación del aire, murmullo casi
imperceptible en el mar de ruidos naturales, carga la sustancia preciosa
del pensar. Es el ruido que produce el hombre, es un ruido suave, preñado.
Hemos tendido puentes de aire entre nosotros. En la palabra nos movemos,
vivimos y somos. Nos sostenemos en la red del lenguaje, suspendida sobre
el abismo verbal del mundo. Con la palabra hemos constituido horizontes
íntimos de comunicación, por la palabra habitamos islotes humanos en el
gran mar de las cosas. Gracias a la palabra nos decimos confidencias
metafísicas, religiosas, políticas, jurídicas, técnicas, económicas,
artísticas, confidencias de amor y de odio, de lucha y de paz, de codicia,
de inquina, de envidia, de pena.
Paradigma: Modelo fundamental desde el cual se piensa o se
realizan hechos y teorías predominantes. En nuestros días se hace
necesario retomar nuevos paradigmas.
Pedagogía Social: La expresión "Pedagogía Social" fue utilizada
en 1850 por primera vez por Adolfo Diesterweg (1790-1866), pedagogo alemán
que combatió con gran tesón el sistema llamado lancasteriano, que se
importó de Inglaterra a Alemania.
Pensamiento: Según Pierre Louis Moreau de Maupertuis
(1698-1759), más allá de todos nuestros conocimientos empíricos y
fenoménicos se esconde un número de "seres desconocidos", dotados de
fuerza para excitar nuestras percepciones. Tampoco es sustancia el
pensamiento, sino realidad fenoménica: lo constitutivo del alma es el
sentimiento de sí que acompaña a todas nuestras expresiones. Por encima de
la inteligencia (de la que distingue numerosísimos grados) hay en nosotros
un principio individual, que nos hace conocer a Dios y nos hace
conscientes de las ideas morales.
Hans Furth afirma que existe "existe un pensamiento sin lenguaje".
Pensamiento filosófico (Características del): Brevemente puede
señalarse las siguientes: En primer lugar, la filosofía, definida como
amor a la sabiduría, es: 1) un conocimiento en profundidad. Es decir, la
filosofía es una ciencia teórica autónoma cuyo objetivo es la búsqueda de
la verdad. No es una mera construcción o la descripción de alguna cosa,
realizada con el propósito de organizarla lógicamente. En el método
filosófico se incluye el análisis y la síntesis, con los instrumentos
lógicos de la inducción y la deducción. 2) La filosofía es sistemática y
continua. Las aserciones de la filosofía, aún las más profundas, no son
proposiciones desligadas, sino que forman un continuum (lógica y
ontológicamente), con todas las proposiciones organizadas según los
principios de la filosofía. 3) La filosofía busca el conocimiento y la
comprensión del universo real en un marco permanente y resistente. En esto
se distingue la filosofía de las ideologías que excluyen, por definición,
la posibilidad de comprender el universo de un modo permanente.
En segundo lugar, la filosofía de la evolución debe ser natural. Las
transformaciones orgánicas y cósmicas son fenómenos naturales y el tema de
este examen filosófico debe permanecer siempre en el orden de la historia
natural y la ciencia natural. Desde los inicios de la antigua filosofía,
los sistemas naturales que permanecían fieles a los hechos empíricos de la
experiencia y el experimento se distinguían fácilmente de los sistemas que
se abstraían de la naturaleza. E. Mayr se dirige al filósofo natural al
decir: "En mi opinión, el análisis del problema de las especies
progresaría considerablemente si, partiendo de términos empíricos tales
como fenotípico, morfológico, genético, filogenético o biológico,
pudiésemos penetrar hasta los conceptos filosóficos básicos. En estos
últimos decenios ha habido un profundo abismo, que tal vez se ha
ensanchado, entre la filosofía y la biología empírica. Parece que el
problema de las especies es un tema en el que es posible una fecunda
colaboración entre ambos campos" (The Species Problem, 1957).
Percepción: Thomas Reid (1710-1796, filósofo escocés fundador de
la escuela escocesa del sentido común) diferencia entre sensación y
percepción: la "sensación" es algo completamente subjetivo, mientras la
"percepción" no es solamente la aprehensión de un objeto externo, sino
también la presencia del objeto aprehendido.
La toma de contacto inmediata del hombre con el mundo la proporciona la
percepción, asegurando la estructuración y la significación objetiva de
los datos sensoriales. En tanto que presencia al mundo, la percepción es
la base de todo saber y de toda experiencia. Es ya la actividad del
espíritu encarnado (inteligencia) ejerciéndose sobre las sensaciones.
Estas, en efecto, aseguran el contacto físico y original del hombre con su
medio por la mediación de su cuerpo cuyos órganos son los sentidos (de
aquí el antiguo proverbio escolástico: nada hay en la inteligencia que
primeramente no haya estado en los sentidos). Este contacto se convierte
en presencia al mundo, asumida por el hombre, por la significación y
elaboración intelectual que es la percepción, ayudada por los recursos de
la memoria y la imaginación.
La percepción es la actividad básica, propiamente humana, por la cual
el ser de las cosas es percibido por el pensamiento, de manera más o menos
distinta. En efecto, por el hecho de que la sensación establece contacto
con el mundo real, es el mismo ser de la cosa sentida el que ya es
alcanzado de manera elemental por el pensamiento espontáneo (siempre
presente en el seno de una sensación consciente, es decir, de una
percepción). Ciertamente el contenido inteligible de este ser corpóreo no
nos es dado tal cual por los sentidos (corresponde a la inteligencia
descubrirlos), pero nos es dado en bloque, indistintamente, con sus
determinaciones físicas ya accidentales. Aprehendiendo confusamente en la
percepción, es el ser "vago" del que habla Maritain: "El ser del
metafísico está realmente aquí, dice algo al sentido común; es el nervio
secreto de todo lo que él conoce de las cosas del espíritu, pero no es
aprehendido como tal... el ser como tal, a este nivel, es aprehendido
ciegamente, en un signo, en un objeto del pensamiento que es como el
vicario y la máscara del ens quantum ens" (Sept leçon sur l'être). No es
este el lugar adecuado para desarrollar el importante problema del valor
ontológico de todo conocimiento en general. Digamos sencillamente que a
este nivel elemental se puede hablar de su valor "óntico", con preferencia
a "ontológico", para subrayar mejor el carácter global y vago de su
alcance. Este conocimiento no es un conocimiento adecuado del ser de las
cosas, pero asegura el contacto real con dicho ser, principio de otro
contacto más profundo, que es la obra propia de la inteligencia crítica
que elabora las percepciones. Ahora bien, como que la sensación es el
lugar original de este encuentro, conviene precisar cómo se realiza. Los
autores antiguos pensaban que la sensación nos proporcionaba ya esa
realidad, tal cual, en plena continuidad con ella misma. Actualmente
sabemos que existe cierta heterogeneidad entre ellas (la sensación es una
cosa, su estímulo físico, otra).
Personalismo: Conjunto de doctrinas sobre la persona cuyo
representante principal ha sido Emmanuel Mounier (1905-1950). Para Mounier
"el personalismo es un esfuerzo integral para comprender y superar la
crisis del hombre del siglo XX en su totalidad". Pues la persona es
imposible de objetivar; se encuentra en un cuerpo y en la historia; por su
propia naturaleza, es comunitaria. "La experiencia personal originaria es
la experiencia del "tú" ... El acto de amor es la certidumbre más firme
del hombre, el irrefutable cogito existencial: amo, y por lo tanto el ser
es y la vida merece ser vivida"
Plasma germinal: Poco después de haberse publicado el Origen de
la Especies (1859) de Darwin, Augusto Weismann (1834-1914) afirmó que la
herencia consistía en la transmisión de una sustancia a la que llamó
"plasma germinal". Brillantes investigaciones citológicas perfeccionaron
esta teoría, que se prestó finalmente a una expresión preformista. Otros
autores como Yves Delage (1854-1920), admitieron el valor del enfoque
fisicoquímico, pero dieron a los mismos datos una interpretación
epigenética. Según el primer grupo, las fases adultas se hallaban
presentes en acto en el plasma germinal en una forma fisicoquímica; según
el segundo grupo, la ontogenia o desarrollo no está plenamente presente en
las células originarias, sino que está en ellas en estado latente; los
caracteres potenciales se despliegan o manifiestan a medida que madura el
nuevo individuo.
Política: Al margen de las circunstancias históricas y políticas
de los escritos de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y aún de sus intenciones
particulares, El Príncipe se ha constituido en un momento clave de la
teoría política. A partir de aquí no se trata de pensar lo político desde
el horizonte metafísico, ético o incluso teológico (que fue ya pensado por
Platón) sino como un orden autónomo cuyo eje son las relaciones de poder y
su conservación, la política como un conjunto de técnicas, tácticas y
estrategias en función del poder; el discurso político es autónomo,
secularizado, pragmático, antiutópico y acorde con el realismo de las
ciencias modernas.
Se inaugura el realismo político que era la condición primera de la
futura ciencia política. La secularización de la teoría política operaba
no como ruptura filosófica pensada respecto a la filosofía política
clásica, aún cuando puede sospecharse de una cierta filosofía implícita en
El Príncipe. El realismo de Maquiavelo es de orden histórico y sicológico,
se trataba de codificar la experiencia de los hombres cuando luchan por el
poder, de ofrecer una radiografía de lo que puede ser capaz el hombre
cuando está de por medio la conservación del poder por el poder. La
perspectiva del poder por el poder es, sin embargo, sin quererlo, una real
muestra sicológica de las honduras de lo político en la psique humana y
aún cuando escandalice a muchos (la exposición de Maquiavelo) es un
diagnóstico certero de la lucha por el poder político.
Este realismo asumirá diversos caminos y versiones: El realismo
pragmático que comprende lo político como actividad puramente práctica
referida a la consecución y mantención de las estructuras de poder. Es el
realismo de las políticas imperiales, es la dinámica de la política como
dominación y subyugación. El realismo positivista del cual surge la
sociología y las ciencias políticas encaminadas, según la expresión de
Maurice Duverger (1917- ), al análisis del ser social, de las estructuras
de poder y que no implican para nada el deber ser social propio de la
filosofía, distanciamiento por tanto del horizonte ético, valorativo,
metafísico. El realismo marxista que supone una ciencia de la historia y
la sociedad (materialismo histórico) desde la cual lo político es visto y
analizado al interior de la estructura social y su dinámica específica ya
sea como ideología o como ciencia política.
La teoría política desde los griegos hasta el Renacimiento ve lo
político en relación con la teología, la ética, la metafísica. Desde el
Renacimiento con Maquiavelo, o mejor a través de él, lo político es un
discurso autónomo, secularizado, pragmático, antiutópico, acorde con el
realismo de las ciencias modernas. Es cierto que la filosofía política si
quiere seguir siéndolo debe reafirmar su carácter normativo respecto a lo
político, y en última instancia, esta modalidad tendrá referencias en lo
ético y lo metafísico, pero sería un error suponer que la praxis política
de por sí no supone ninguna referencia valorativa. Entonces se instaura
una dialéctica entre las dos instancias que reintroducen la instancia
política filosófica desde la misma praxis, pero esta misma puede ser
analizada con cierta autonomía por la ciencia positiva.
La política en ese sentido no se reduciría a un conjunto de tácticas y
estrategias sino que seguiría siendo una forma de vida que implica una
visión determinada del hombre y de la sociedad, un modelo de valores desde
donde se pueda realizar una visión crítica de las políticas concretas.
Polivalencia: El padre D. Dubarle, en un estudio muy sugestivo,
invita a sacar provecho de la polivalencia de las nociones aristotélicas,
a propósito del nuevo terreno explorado por la ciencia moderna (Cosmologie
thomiste et philosophie de la nature contemporaine, 1963); muestra que las
categorías y conceptos aristotélicos poseen suficiente elasticidad para
poder hacer quizás una nueva carrera.
Populismo: El año 1853, el padre Tapparelli d'Azeglio, en las
páginas de la "Civiltà Cattolica", acusaba todavía a Montalembert de haber
cedido a las nuevas doctrinas de la soberanía popular. Pero en 1919, Luis
Sturzo y los redactores del manifiesto titulado Llamada a los libres y
fuertes, con que el Partido Popular Italiano se presentaba a la opinión
pública, reconocía en la soberanía popular y en la colaboración social las
fuentes de la nueva autoridad política, oponiendo al Estado centralizador
"un Estado verdaderamente popular, que reconozca los límites de su
actividad, que tenga en cuenta a los grupos y organismos naturales - la
familia, las clases, los municipios -, que respete la personalidad
individual y que promueva las iniciativas privadas".
Ideología particular de América Latina cuya doctrina es difusa aunque
supone un caudillismo y una expectación mesiánica de cambio social.
Positivismo: Orientación filosófica del siglo pasado que cifra
en la ciencia la conducción ideal del conocimiento seguro y verdadero.
Históricamente el fundador del positivismo es A. Comte (1798-1857),
pero no es el autor de los excesos; no se debe olvidar que su cultura
histórica y sociológica le evitó caer en los errores del "cientificismo";
así, supo hacer una apreciación de la edad media mucho más objetiva que la
de bastantes otros historiadores de su tiempo; en efecto, él había
comprendido que la Edad Media, lejos de ser sinónimo de oscurantismo,
"apartó los principales obstáculos que se oponían al gran advenimiento
colectivo de la edificación del saber y a la explicación científica del
mundo" según afirma J. Chevalier en Histoire de la pensée (1956).
El positivismo designa esta mentalidad general que prevaleció en
numerosos medios científicos del siglo XIX, y que tomó la forma más
característica en lo que se ha llamado el cientificismo: pretensión de ver
en las ciencias exactas la única forma del saber humano, bastándose a sí
misma la certeza científica; negación a dar a la filosofía una función
específica; y modernismo materialista, reduciendo toda la realidad y el
hombre en particular a los solos datos materiales, y negando con ello a
toda doctrina religiosa revelada cualquier valor (racionalismo
materialista); el punto de partida era un fundamento radical (únicamente
cuenta el fenómeno; el dato sensible, "positivo", es lo único real) que,
en algunos pensadores, llegaba a un sensualismo general. Estuvo
representado por Stuart Mill en Inglaterra y por Ernst Mach en Alemania.
En este país se atacó los sistemas idealistas de los sucesores de Kant (Fichte,
Schelling, Hegel); en Francia revistió un aire profético y místico,
especie de religión de la ciencia que quería convertirse en la de la
humanidad nueva, vencedora de todas las supersticiones; sus representantes
fueron Comte, H. Taine en historia y M. Berthelot en biología.
El positivismo tuvo un nuevo brote de vitalidad en los años 1930-1940,
con Reichenbach, Carnap y Wittgenstein bajo la forma de neopositivismo de
la Escuela de Viena, que explotaba la herencia de Ernst Mach (1838-1916).
Esta escuela se interesó por la función del lenguaje en la investigación
científica y aportó una real contribución al proceso de la logística
moderna. El energetismo fue una variante a finales del siglo XIX.
Es innegable la contribución del positivismo al progreso de la ciencia
dando primacía a la observación y a los hechos, liberando el saber
científico de implicaciones antropomórficas o de prejuicios. Pero,
emborrachado por el éxito de la ciencia y cegado por su prejuicio
materialista, quiso erigirse a su vez en filosofía, pretendiendo ser la
única forma de comprender el mundo. La equivocación fue la de haber
querido limitarse a un puro fenomenismo, de no haber querido reconocer la
parte importante que tuvo la razón en el conocimiento científico. Nunca
quiso admitir que, si la ciencia debe partir de la experiencia, es ante
todo una obra del pensamiento abstracto. No supo ver que la experiencia,
aun en lo que se cree que es el puro "dato", "hecho" bruto, es ya en
realidad algo construido y abstraído por el pensamiento y que, por
consiguiente, la realidad sólo es inteligible bajo esa forma; pues es una
realidad compleja de la que los sentidos solamente nos dan un aspecto y su
esencia sólo se alcanza por el pensamiento (y en ciencia, por la
abstracción matemática).
Potencialidad: El concepto de potencialidad, antigua idea de
Laplace se desvanecía y volvía a aparecer en la física. Pues la naturaleza
es más misteriosa, más variable, más indeterminable y más potencial de lo
que jamás hubiesen podido imaginar los indeterministas clásicos. Nos
hallamos hoy en la era del indeterminismo. Los experimentos de Heisenberg
sobre la radiación del cuerpo negro descubrieron hechos que no concordaban
con el sistema mecánico de Einstein. Heisenberg demostró matemáticamente
que en el mundo de dimensiones nucleares es imposible efectuar
determinaciones precisas porque basta iluminar una pequeña partícula para
que la energía de la luz pueda desplazarla.
Pragmatismo: Corriente filosófica que considera la verdad desde
el punto de vista de la utilidad social. El vocablo fue introducido por
Polibio (208-125 a.C.) al proponerse que su historia fuera pragmática, es
decir, dirigida al conocimiento preciso y técnico de los hechos políticos.
John Dewey escribió que "la esencia del instrumentalismo pragmático
consiste en concebir a ambos, conocimiento y práctica, como los medios
parra asegurar los bienes (excelencias de todo género) en la existencia
experimentada".
Praxis: En sentido general, la praxis indica la actividad de los
individuos que de acuerdo con determinados objetivos modifican la
naturaleza y la sociedad. Engels entendió por praxis la reacción del
hombre a las condiciones materiales de la existencia, su capacidad para
insertarse en las relaciones de producción y de trabajo y transformarlas
activamente.
En la antigüedad clásica la reflexión filosófica se constituye con una
doble caracterización: empírico-inductiva, en el trabajo conceptual de
pensadores ligados al demos (Anaxágoras), y racionalista-deductiva, en la
especulación de pensadores ligados a la aristocracia (Parménides,
Pitágoras, Platón). Estas concepciones afrontan de manera diversa el
problema de la transformación inteligente de la realidad; los empiristas,
aunque entre límites y dudas, reivindican el valor operativo de la
reflexión conceptual y sus conexiones con los problemas ético-políticos;
los racionalistas, sobre todo con Platón, congelan el flujo del devenir y
se dirigen al mundo inmutable de los universales, que está por encima y
más allá de la apariencia cotidiana. El primer pensador que plantea el
problema de la praxis fue Aristóteles al estructurar su enciclopedia de
las ciencias y distinguir las ciencias propias (las teóricas) de las otras
disciplinas (prácticas y poyéticas), pero reivindica también para estas
últimas la tensión intrínseca hacia la validez objetiva.
En el lenguaje filosófico (praxis) denota hoy la actividad histórica,
objetiva para la transformación de la realidad según determinados
objetivos a fin de hacerla cada vez más humana y justa. Para los griegos
este concepto viene a ser, más bien, la poiesis o acción del sujeto que
sale de sí y se objetiva en la realidad.
Precomprensión: Reflexión primera no temática o teórica que está
a la base de nuestros juicios.
Principio: Principio es aquello de donde, de alguna manera, una
cosa procede en cuanto al ser, al acontecer o al conocer. Los primeros
principios son los que en su orden no dimanan de otro; pro ello no excluye
que en un orden superior tengan también principios. El término principio
fue introducido por Anaximandro y sus significados, enumerados por
Aristóteles, son: 1) punto de partida de un movimiento, 2) punto de
partida mejor, 3) punto de partida efectivo de una producción, 4) causa
externa de un proceso, 5) lo que con su decisión determina movimientos o
cambios, 6) aquello de lo cual parte un proceso de conocimiento.
Para Condillac los principios abstractos, que no son propiamente
principios, puesto que no son conocimientos primeros, unos no conducen a
nada y otros no llevan más que al error, escribió en el Tratado de los
Sistemas (1754): "Hechos comprobados; he aquí propiamente los únicos
principios de las ciencias". Poincaré observó que un principio no es más
que una ley empírica, sustraída al control de la experiencia, mediante
oportunas convenciones y por razones de comodidad. Peirce ha denominado
principio al que "debe suponerse como verdadero para sostener la validez
lógica de un argumento cualquiera"
Los primeros principios son los que en su orden no dimanan de otro;
pero ello no excluye que en un orden superior igualmente tengan
principios.
Principio de correspondencia: Todo el progreso científico ha
intentado vincular racionalmente los dos dominios de la macrofísica y
microfísica (principio de correspondencia) por una continuidad expresada
por las leyes y las teorías científicas. Esta continuidad en el orden
teórico no implica la de la representación imaginativa de los fenómenos,
que no es continua de un campo a otro. Este es el punto de vista
frecuentemente olvidado por los vulgarizadores científicos, inclinados a "cosificar"
los entes científicos y a representar los de nivel microfísico como
reducciones de los del nivel macrofísico.
Producir: "Producir es dar nuevas formas a la materia" dijo
Etienne Condilac (1715-1780), rechazando así la idea de que sólo la
agricultura es productiva y añadiendo que la agricultura, sujeta a la
regla general, no puede hacer otra cosa que dar nueva forma a ciertos
bienes naturales. Un poco antes William Petty (1623-1687) refiriéndose a
los factores de la producción sostuvo que "el trabajo es el padre... de la
riqueza y la tierra es la madre".
Progreso: Se entiende por progreso cualquier "cambio en una
dirección deseable" en el campo socio-cultural, político y económico. La
noción de progreso está ligada a varios presupuestos propios de nuestro
mundo cultural, de manera que aparece incluso difícil de explicarla y
definirla. El concepto de progreso se puede considerar como un presupuesto
filosófico, una categoría historiográfica y una meta político-social,
aunque ciertamente estas diversas perspectivas no se puedan separar de
ninguna manera en la realidad. "Hemos hecho más progresos en cuarenta años
que en cuarenta siglos", afirmó Oppenheimer.
Progreso científico: Todo el sentido del progreso científico ha
sido sustituir el mundo de las cualidades sensibles por el de las
cantidades mensurables. Esto es lo que significa, sencillamente, la
técnica operatoria. Intenta esencialmente dar una medida del fenómeno
observado, hasta el punto de que éste no puede definirse sino por la
medida empleada (por ejemplo, decir que una determinada cantidad de agua
está a 90° de temperatura no tiene sentido si no se sabe qué es un
termómetro). Pero lo que interesa conocer es el vínculo abstracto
establecido entre la medida dada por el instrumento y la buscada del
fenómeno. En efecto, esta última no es directamente posible y, sin
embargo, es de ella de quien se trata; se llega a ella entonces por la
mediación de un instrumento que, vinculado al fenómeno que se estudia como
el efecto a la causa, revela, por su propia reacción, la intensidad o la
variación de este fenómeno; y lo hace de una manera visible y cómoda para
el observador. Al leer un termómetro, no es la dilatación del mercurio lo
que me interesa, sino el fenómeno subyacente que afecta al cuerpo en el
que el termómetro está sumido; este fenómeno, al que yo llamo temperatura,
expresa una referencia a una sensación de frío o de calor, pero en sí
mismo sólo tiene sentido por relación al termómetro; queda después por
explicar recurriendo a una hipótesis o teoría científica (excitación mayor
o menor de los átomos o moléculas). La temperatura se convierte entonces
en un ente científico dependiente de toda una teoría.
Por lo tanto, se trata de otro aspecto de la misma transferencia,
sensación a instrumento, transferencia entre dos fenómenos, uno de los
cuales no dice nada o dice poca cosa a nuestros sentidos (es el fenómeno
estudiado) y el otro, por el contrario, proporciona a nuestros sentidos,
sobre todo a la vista, una información que se presta a la medida. Por
consiguiente las propiedades de los cuerpos manifiestas por los diversos
fenómenos, objeto de la ciencia, sólo pueden definirse por el proceso
operatorio e instrumental que permite su medida, por el hecho de que ésta
indaga la magnitud o la intensidad del fenómeno estudiado. Entonces éste
sólo es accesible por la manifestación o el doble que constituye el dato
experimental medido; presenta también un carácter abstracto (no dice nada
directamente a nuestros sentidos); constituye lo que se llama un ente
científico, estrictamente dependiente de la técnica operatoria que lo ha
revelado y fuera de la cual pierde toda significación.
Por ello, el único lenguaje que puede utilizar la ciencia, por su
propio método, es el lenguaje de las matemáticas. Porque ¿qué es una
medida? Es, esencialmente, la comparación de una magnitud (dada por el
instrumento) y en cuya función el instrumento es concebido. Todo el
trabajo científico consiste, partiendo de una comprobación de medidas, en
interpretarlas y organizarlas, a fin de llegar a un resultado unificado en
forma de leyes y, finalmente, de teorías generales. Con ello queremos
decir que la lectura de medidas no es más que un punto de partida cargado
de intenciones teóricas; lo esencial del esfuerzo científico es ante todo
tarea del pensamiento racional que utiliza este dato experimental ayudado
por el cálculo.
Prolegómenos: inicio de una investigación o un análisis. Es el
estudio preliminar, introductivo y simplificado.
Letra "R"
Racionalidad: La gran novedad introducida por el pensamiento
griego en el diálogo del hombre con la naturaleza, desde el siglo IV a.C.,
es: un desprendimiento progresivo de la mentalidad animista y mítica
ancestral para llegar a una reflexión racional sobre la naturaleza; y el
resultado fue la renuncia a las personificaciones de los elementos
naturales, a las proyecciones de lo humano hipostasiadas, para
sustituirlas por explicaciones basadas en algunos principios racionales,
que permiten dar cuenta de la variedad y del dinamismo de la realidad. La
extraordinaria floración de las escuelas filosóficas de esta primera edad
de pensamiento griego que se desarrollaron en el Asia Menor o en la Magna
Grecia prepararon la síntesis de Aristóteles. Estos primeros defensores de
lo racional fueron ante todo cosmólogos o "físicos" (en el sentido antiguo
de la palabra); atentos a los fenómenos meteorológicos y astronómicos
intentaron unificar conceptualmente el resultado de sus observaciones,
obsesionados por la preocupación de hallar una razón unitaria a la
extraordinaria diversidad y a las mutaciones incesantes de los seres de la
naturaleza.
El espíritu más filosófico de Anaximandro le hizo rechazar toda
sustancia concreta para quedarse solamente con una sustancia primordial
abstracta, infinita y eterna que se encontraría en todas las cosas en el
devenir continuo. Sobre el apogeo del esfuerzo griego hacia la
racionalización de la naturaleza, según J. Chevalier, "no es exagerado
afirmar que ha llevado el pensamiento humano a un punto mas alto de
desarrollo" (Historia del Pensamiento).
El hombre de ciencia (como todo hombre enfrentado con el mundo) cree en
la existencia de un mundo exterior, con el que puede entrar en diálogo.
¿Cuál es el resultado de ese diálogo? El esfuerzo científico desemboca en
una racionalización y en una teoría que parecen muy alejadas del mundo
real. Y sin embargo, esa racionalidad, pese a su gran abstracción, parece
no ser una pura construcción del espíritu; se revela como rentable, como
verificable. Las leyes que el hombre de ciencia expresa mediante sus
ecuaciones parecen expresar algo real.
Racionalismo: Racionalismo significa literalmente filosofía de
la razón. En concreto se quiere decir que se trabaja preferentemente con
la razón o con la inteligencia (en un principio ambas cosas son lo mismo),
con el pensamiento y con conceptos. El término fue usado desde el siglo
XVII para designar tal actitud en el campo religioso: "Hay una nueva secta
difundida ente ellos (presbiterianos e independientes) y es, decía Eduardo
conde de Clarendon (1608-1674), la de los racionalistas: lo que les dicta
la razón lo tienen por bueno en el Estado y en la Iglesia, mientras no
encuentren algo mejor". Y Alexander Gottlieb (1714-1762) afirmaba: "El
racionalismo es el error del que elimina en la religión todas las cosas
que están sobre la propia razón" (Ethica philosophica, 1765).
Los racionalistas se sirven también de los sentidos, pero parten del
supuesto (y en esto se distinguen de los empiristas) de que la energía de
la inteligencia y de la razón es más que una integración de la actividad
de los sentidos, que la inteligencia y la razón representan todavía una
energía propia y que por tanto los resultados de las percepciones pueden
también leerse, interpretarse y juzgarse conforme a leyes propias, digamos
sencillamente apriorísticas. Entre los racionalistas de los siglos XVII y
XVIII descuellan Descartes, Spinoza y Leibniz.
Radares: Los progresos de la teoría y el empleo de los
aceleradores de partículas (ciclotrones u otros), llevó al descubrimiento
del neutrino (previsto por el cálculo) y del mundo extraño de las
partículas efímeras que son los diversos mesones (duración inferior a
millonésimas de segundo) y aquel no menos raro de las antipartículas.
Radiación: La ley de la radiación fue formulada por Max Carlos
Planck (1858-1947). En Berlín, Max Planck efectuó algunos cálculos sobre
la radiación de cuerpos calientes y halló que no quedaban comprobadas ni
la teoría corpuscular de Newton ni la ondulatoria de Huygens y formuló una
nueva teoría según la cual las radiaciones (luz, calor, etc.) no recorren
el espacio en forma de ondas continuas, sino en unidades de energía
discretas e indivisibles, que denominó quanta (en plural; en singular,
quantum).
Radioactividad: El descubrimiento más importante fue el de la
radioactividad natural que lo hizo Antoine-Henri Becquerel (1852-1908) al
observar en 1896 que ciertas sales fluorescentes de uranio poseían la
propiedad de ennegrecer una emulsión fotográfica a través de un papel
ópticamente opaco y una delgada lámina de plata aunque hubiesen pasado
varios días después de la última exposición de las sales a la luz solar.
Este nuevo fenómeno químico se denominó radioactividad. El fenómeno fue
prolongado y ampliado a otros cuerpos por Pierre M. Curie (1859-1906,
investigó en cristalografía, magnetismo y piezoelectricidad), y que podía
ser provocada artificialmente.
El análisis de esta radioactividad (desintegración) demostró muy pronto
que se trataba, de hecho, de reales transmisiones de materia. Ernest
Rutherford (1871-1937) descubrió que la degradación del átomo químico que
tenía lugar en el proceso de emisión de rayos y partículas a (alfa), b
(beta' ) g (gamma) afectaba de modo inmediato al núcleo, y haciendo el
análisis de esta radiación mostró que estaba compuesta de tres clases de
radiaciones: el rayo alfa (en realidad, un núcleo de helio), el rayo beta
(emisión de electrones ya conocidos) y finalmente el rayo gamma (radiación
electromagnética: rayos X muy penetrantes.
Con ello quedaba abierto el camino a la exploración del mundo intra-atómico,
consagrando definitivamente el éxito de la teoría atómica. "Todos
empezábamos a ver, afirmaba Robert Andrews Millikan (1868-1953), que los
físicos del siglo XIX se habían tomado demasiado en serio y que no
habíamos ido tan lejos como pensábamos en el estudio del universo".
Los Curie descubrieron también que la radioactividad desencadenaba un
fenómeno similar en otros cuerpos sometidos a tal radiación
(radioactividad artificial), y, sobre todo, que tal fenómeno sólo podía
explicarse por una gran inestabilidad de los átomos interesados, la cual
desembocaba en una verdadera transmutación material.
En el rápido progreso de la física y la química nuclear que se produjo
entre 1900 y 1935, quedó establecida la fundamental mutabilidad y
variabilidad de la parte más interior del microcosmos. El mundo del átomo
era más complicado ("más loco", dice el poeta) de lo que se había supuesto
antes.
Rayos X: Wilhelm Konrad von Röntgen (1845-1923) hizo su
descubrimiento al observar que los rayos catódicos, al tropezar con un
obstáculo metálico, adquirían propiedades enteramente nuevas y entonces
inexplicables (de ahí el nombre de rayos "X"), que no fueron elucidadas
hasta más tarde; en particular, se propagan en línea recta a través de los
diversos medios (siendo así que los rayos catódicos son detenidos por la
pared de vidrio de la ampolla de William Crookes '1832-1910', científico
inglés que descubrió el talio y los rayos catódicos); no son desviados por
un campo eléctrico o magnético; no pueden consistir, por tanto, en
partículas electrizadas (como los electrones); se propagan con la
velocidad de la luz; constituyen, pues, una gama de radiaciones
electromagnéticas.
Razón: Para Hobbes, la razón se reduce a una raciocinación, es
decir, a un método de pensar o mejor de contar según un cierto orden (De
Corpore), sirviéndose de los nombres generales convenidos para designar
una serie de objetos, expresar nuestro pensamiento y darlo a entender a
otro (Leviatan). Añade de una manera significativa: "los nombres son
signos no de las cosas sino de los pensamientos, o de los conceptos" (De
Corpore).
Voltaire, en su decimotercera Carta filosófica, luego de haber
sostenido que la proposición de Locke no implica en modo alguno que el
alma sea material y mortal, concluye: "La razón humana es tan poco capaz
de demostrar por sí misma la inmortalidad del alma, que la religión se vio
obligada a revelárnosla. El bien común de todos los hombres exige que se
crea en la inmortalidad del alma; la fe nos ordena; apenas se precisa más,
pues la cosa está casi decidida" (Obras Completas de Voltaire).
Según Kant lo que nos enseña la razón pura práctica en su enlace con la
razón pura especulativa y sus datos tienen un valor supremo y regulador
desde el punto de vista del conocimiento mismo, puesto que, en definitiva,
todo interés es práctico: el interés de la razón especulativa no es más
que condicionado, y tan solo se completa en el uso práctico. En efecto, si
la razón pura puede ser práctica por sí misma y si lo es realmente como la
prueba la conciencia de la ley moral, no hay nunca más que una sola y
misma razón, que desde el punto de vista teórico o práctico juzga según
principios a priori. Pero en este enlace de las dos razones la primacía
pertenece a la razón práctica; es ella la que extiende el dominio de la
razón y determina lo que la razón teórica dejaba indeterminado. Pero lo
determina desde el punto de vista práctico, como objeto de creencia, no
como objeto de ciencia.
Kant pretende escapar del escepticismo al que le conduce su idealismo
formal por un fideísmo que restaura los objetos supremos de la razón en
tanto que dados por los postulados prácticos. La razón no recibe con ello
extensión del conocimiento; únicamente la posibilidad, que no era antes
más que un problema, se convierte aquí en una aserción, que responde a una
necesidad que tiene fuerza de ley. No se trata aquí por lo demás más que
de una certeza moral. "Puesto que esta certeza descansa en principios
subjetivos (el sentimiento moral), yo no debo siquiera decir: es
moralmente cierto, sino: yo estoy moralmente cierto de que hay un Dios.
Esto quiere decir que la fe en un Dios y en una otra vida se halla de tal
manera unida a mi sentimiento moral que no corro ya riesgo de perder esta
fe, ni temo verme nunca privado de este sentimiento".
Para Hegel la razón nace en el momento en que la conciencia adquiere
"la certeza de ser toda la realidad". Las etapas fenomenológicas de la
razón consisten en las progresivas etapas dialécticas mediante las cuales
se va adquiriendo esta certeza de ser todas las cosas. Estas se dan
progresivamente: a) la razón que observa la naturaleza; b) la razón que
actúa; c) la razón que adquiere la conciencia de ser espíritu.
La razón ha sido entendida, por una parte, como: 1° guía autónoma del
hombre en todos los campos en los cuales le es posible el estudio, 2°
fundamento o razón de ser, 3° argumento o prueba de algo, 4° "razón
directa" o "razón inversa" en las matemáticas; por otra, como: 1°
procedimiento discursivo (Platón, Aristóteles, san Agustín, Tomás de
Aquino), 2° autoconciencia en Fichte y otros, 3° autorrevelación en
Husserl, 4° como tautología en Hume, que por primera vez distinguió entre
las "relaciones de ideas" y las "cosas de hecho".
Hoy, la racionalidad de un procedimiento se puede determinar sólo en
relación con la situación específica que tal procedimiento permite
afrontar. Y la consideración de la razón lleva en seguida a la
consideración de las esferas o de los campos específicos respecto a los
cuales sólo se pude decidir la racionalidad de un procedimiento.
Razonar: El arte de hablar y el arte de razonar se reducen,
pues, a un único y mismo arte: el análisis.
Real: Recordamos la íntima correlación puesta por el estagirita
entre la realidad física y las "cualidades" percibidas por nuestros
sentidos; de acuerdo con el sentido común pensaba que sólo es real y
corpóreo lo que nuestros sentidos nos revelan; después la inteligencia
podía obrar sobre estos datos. Las diferencias específicas entre los seres
corpóreos se manifiestan, pues, por estas cualidades sensibles; ahora
bien, estas son innumerables, y si se pretende llegar a las cualidades
últimas y elementales, cada agrupación explica la variedad de lo real, hay
que llegar a las cualidades fundamentales.
Para Jean Piaget lo real es pensable en virtud de un parentesco de
hecho entre el espíritu y el universo material. Esta posición es en sí más
sana, porque evita cualquier prejuicio, aunque después haga falta precisar
la naturaleza de este parentesco para explicar lo que distingue, a pesar
de todo, el espíritu de la materia, mostrando que la heterogeneidad de
ambos no destruye su posibilidad de correspondencia y de adecuación. Los
datos deben considerarse sin prejuicios.
Lo real aparece en dos formas indisolublemente ligadas, aunque muy
diferentes, e incluso contradictorias desde el punto de vista de su
representación en imágenes: por un lado aparece en un aspecto continuo,
evocado por las ideas de energía, de ondas, etc., y que no dice nada
material; por otro, aparece en un aspecto discontinuo, granular; es el
domino de lo que la ciencia llama la materia y que es evocado por las
ideas de molécula, de átomo, y a fin de cuentas por la de partículas
elementales (principalmente las constitutivas del átomo: protón, neutrón y
electrón).
Estos dos aspectos del mundo físico serían contradictorios si se les
atribuyese un significado real. Así, la idea de onda apela esencialmente a
la de medio continuo, homogéneo, sin desplazamiento de materia, y sólo
capaz de ser la sede de conmociones que se transmitan progresivamente; y
para las ondas electromagnéticas, ese medio no es material (en el sentido
científico) como lo es el aire para las ondas sonoras. En cambio, la idea
de corpúsculo es más o menos sinónima de grano de materia que puede
desplazarse en el vacío; por tanto, es una idea contradictoria de la de
onda. Esta contradicción no constituiría una dificultad, y revelaría
simplemente dos dominios de lo real separados, si en realidad se tratase
de dos explicaciones aislables, pero no es así.
Esos dos aspectos, tan diametralmente opuestos, de hecho, son dos
formas de lo mismo real, dos semblantes que lo real adopta según el tipo
de interrogación que le plantea la ciencia (según la técnica empleada),
pues el mismo fenómeno puede explicarse según uno u otro de esos aspectos
contradictorios, conforme a la experiencia utilizada. Además, todo cuerpo
material (el átomo esencialmente) es capaz de emitir una radiación o
energía cuando es excitado. Pero sobre todo, a cualquier sistema de onda o
de campo corresponde una partícula, un corpúsculo, que obliga a dar a éste
un significado especial (el fotón no es ni siquiera material). Por tanto,
no sólo hay paso de un aspecto al otro, si hay posibilidad de
transformación del uno en el otro; un corpúsculo (electrón por ejemplo)
puede "desmaterializarse" y transformarse en energía pura; hay
convertibilidad entre masa y energía; sólo se conserva el conjunto de
ambas.
La tendencia actual de la ciencia, con vistas a dar una representación
de lo real, es sustituir la noción de partículas elementales en
interacciones continuas por la de campos y sistemas de relaciones
geométricas y dinámicas entre fuerzas, relaciones que dan a la antigua
noción de espacio un significado físico, en el que energía y materia
aparecen como dos semblantes de un mismo substrato. Una "partícula" como
el electrón, por ejemplo, es concebida entonces como una región muy
pequeña del espacio en la que el campo (es decir, la carga eléctrica)
adquiere una densidad muy elevada, especie de "nudo de energía" que
confiere a ese campo una estructura granular; así, afirma L. de Broglie,
"el vacío es la sede de un medio oculto de estructura voraginosa y
violentamente caótica; los corpúsculos y las ondas a las que ellos
estarían incorporados serían asimilables a superestructuras que emergen, a
nivel microfísico, a la superficie de ese substrato profundo" (Histoire
général des sciences, 1964).
Realidad: La realidad no es una cosa única y homogénea; se halla
intensamente diversificada, poseyendo tantos esquemas y patrones
diferentes cuantos diferentes organismos hay. La realidad más densa, más
auténtica, no es necesariamente la que nos es dada por un dato sensorial,
sino la que exige para poderla descubrir, un esfuerzo de abstracción;
Aristóteles ha sabido mostrar que un mismo ser posee capas más o menos
profundas de realidad, pero no supo explorar esta intuición por falta de
un método de exploración de la realidad suficientemente elaborado. Una
realidad estrechamente unida al cambio es el tiempo, continua como él,
pues su medida sigue la relación de anterioridad y posterioridad; siendo
medida del cambio, el tiempo no es, según Aristóteles, una realidad
autónoma; supone un espíritu que mide, que adquiere conciencia del
desarrollo incluido en el cambio.
La fecundidad de la nueva ciencia se manifestó con todo su esplendor al
descubrir al espíritu humano una realidad que no habría podido sospechar
jamás, si se hubiera limitado a una física puramente cualitativa; desde
este momento sabemos que además de la estrecha gama de realidad que
nuestros sentidos pueden percibir directamente (protones y electrones),
existe un inmenso campo de realidad que no dice nada a nuestros receptores
sensoriales. Su existencia ha sido descubierta gracias a la deducción
matemática, manejando los datos proporcionados por un inmenso número de
instrumentos científicos (tales como el telescopio, el microscopio y, en
nuestros días, el aparato de radio o la cámara de Wilson, etc.) medidores
y prolongación de los órganos sensoriales, traduciendo a nuestra escala
los mensajes de una realidad, cuya sola representación posible es de orden
matemático (la noción de onda electromagnética, por ejemplo).
La mecánica cuántica no quiere significar otra cosa que un límite
puesto a nuestra manera de describir la realidad. En particular, rechaza
la posibilidad de representarnos las partículas elementales de forma
intuitiva, tanto si es en forma de ondas como de corpúsculos y el motivo
fundamental que da parece inatacable: al nivel de las partículas
elementales, la realidad no puede ser conocida sin tener en cuenta la
interacción que provoca sobre ella la técnica operatoria del observador.
Realismo científico: Sus defensores son quienes presumiblemente
conceden excesiva importancia al poder constructor del espíritu en la
aparición de los entes científicos, y que, por lo mismo, parecen prestarse
demasiado fácilmente a una explotación idealista. Estiman que el producto
de la reflexión científica corresponde a un orden de realidades
extramentales, las cuales, sin embargo, no son representables
imaginativamente, como lo son las señalables en nuestra escala. Se trata
del mundo de realidad que existe en sí y no solamente en el espíritu, pero
según un modo diferente del alcanzado por nuestros sentidos. Para ellos no
hay heterogeneidad absoluta entre esas entidades racionales y los
fenómenos sensibles (lo dado real); ellas constituyen un orden de
realidades encubiertas (parámetros ocultos). Estos dos órdenes de
realidades están unidos entre ellos por un vínculo acerca de cuya
naturaleza hay divergencias de opinión.
Recalcitrante: Obstinación, terquedad.
Relación: El concepto relación tiene su antecedente cultural en
el marco aristotélico de las categorías, y se recoge en la lógica. Un
ejemplo de su utilización nos lo ofrece con toda claridad Bertrand Russell:
Sustancia: Sócrates; cualidad: filósofo; cantidad: un metro sesenta y
cinco; relación: amigo de Platón; lugar: en el ágora; tiempo: a mediodía;
situación: en pie; posesión: mal vestido; acción: hablando; pasión:
agobiado de burlas.
La aplicación de los conceptos filosóficos clásicos a los datos
propiamente sobrenaturales de la fe para escrutar el misterio, lleva a
Tomás de Aquino a hacer estallar su limitada comprensión, tal como
Aristóteles la había fijado en vista del conocimiento del mundo material.
Por ejemplo, la oposición dialéctica entre sustancia y relación, no siendo
ésta más que un "accidente" de la primera y no pudiendo, por tanto, jamás
subsistir en cuanto tal (la relación de maestro a discípulo presupone la
existencia de dos seres humanos los cuales relaciona, como realidades que
pueden subsistir independientemente de ella y cuya misma consistencia
funda esta relación especial); a esta dependencia dialéctica entre
sustancia y relación Tomás le ha dado la vuelta con el fin de aplicarla al
dogma de la Trinidad, en el que, por el contrario, a la relación se le
atribuye la propiedad de subsistir por sí misma (relaciones subsistentes).
Así también la idea de generación, la cual, en el ámbito de lo creado,
está vinculada a la de causalidad (el ser engendrado es creado, producido
por su autor), se utiliza en este vínculo para expresar una "procesión"
trinitaria, etc. La aplicación de estos conceptos aristotélicos a un mundo
nuevo, el de la teología cristiana, resulta muy instructiva en cuanto a la
extraordinaria plasticidad de las viejas ideas de Aristóteles, que son
capaces de asumir un nuevo destino; con ello se manifiesta uno de los
aspectos más típicos del genio asimilador de santo Tomás.
Relaciones (modos de): Según J. S. Bruner los modos de
relacionarse del individuo con la realidad y de representarla son: 1)
representación activa, durante la cual los seres son representados a
través de la indicación de las acciones que respecto a ellos se pueden
cumplir; 2) representación icónica, en la que las cosas son representadas
a través de la referencia a su imagen; 3) representación simbólica, en la
que la persona se relaciona con la realidad a través de los propios
conceptos y de las propias hipótesis lingüístico-verbales.
Relatividad: La idea de la relatividad se remonta a los orígenes
de la ciencia, que siempre intentó descubrir las relaciones necesarias que
existen entre los fenómenos; pero relatividad no es sinónimo de
escepticismo, como se entiende con frecuencia en el uso corriente del
término (todo es relativo, en el sentido de: nada es cierto). Relatividad
significa una forma de determinismo (ya Aristóteles vio en la relación una
categoría de la realidad). Además, la relatividad no existe sólo entre los
fenómenos, también existe entre un fenómeno y su observador (este objeto
que yo veo a mi izquierda lo ve a su derecha un observador situado delante
de mí); igualmente existe entre un fenómeno y el lugar de observación (la
distancia hace aparecer a un objeto más pequeño que otro). Un ejemplo de
relatividad de observador proporciona la noción de hora local: de dos
observadores, uno en París y otro en Nueva York, los dos tienen razón, si
uno dice que es mediodía y el otro las seis; la verdad está en la
relatividad y no en los enunciados.
La relatividad es ante todo una visión matemática del mundo; pero las
matemáticas no forman un mundo real o separado. Esta teoría (que en su
forma restringida no ha superado la prueba de la experiencia) tiene
inevitablemente un alcance general, de acuerdo con la idea que el hombre
se hace del mundo y de su inserción en él. Esto es lo que queremos decir
cuando hablamos de alcance filosófico de la relatividad.
La relatividad nos obliga a abandonar la idea intuitiva de un marco de
referencia en cuyo interior se descubrirían los fenómenos, nos lleva a un
esfuerzo de superación de nuestra situación acostumbrada, pues el hombre
busca un punto de referencia, un marco fijo y familiar que erige en
posición privilegiada; con ello tiene la tentación de relacionarlo todo a
esta referencia humana. Este reflejo es la expresión de una visión
subjetiva o antropocéntrica de las cosas. Entonces la relatividad nos
ilumina sobre esta subjetividad, obligándonos a renunciar a toda
referencia terrestre para buscar una visión más objetiva de las cosas. La
relatividad concierne esencialmente a las medidas efectuadas por el
hombre; revela la limitación impuesta a nuestro conocimiento cuantitativo
de los fenómenos, por el hecho de que su transmisión jamás es instantánea
y hace imposible un señalamiento de referencia absoluta.
El mérito de Galileo consistió en entrever el principio general de la
relatividad, en el campo que le era familiar, la mecánica, y pudo hallar
este principio gracias a la luz de otro principio sacado de la
experiencia, el de la inercia: un cuerpo que no está sometido a ninguna
fuerza, o bien está inmóvil, o bien está animado de un movimiento
rectilíneo uniforme.
Albert Einstein (1879-1955) tomó el principio de relatividad de Galileo
(limitado a movimientos mecánicos) y lo extendió a las ondas
electromagnéticas. Sin embargo, esta relatividad de Einstein es llamada
restringida puesto que no afecta a los movimientos no rectilíneos y no
uniformes (acelerados): su principio se expresa así: todas las leyes de la
naturaleza son idénticas para todos los sistemas en movimientos
rectilíneos uniformes, unos con relación a otros. La luz no permite
descubrir la verdadera velocidad de un sistema; la noción misma de
velocidad verdadera pierde todo sentido, pues para ello sería necesario un
punto fijo de referencia; y la invariancia de la velocidad de la luz, al
no entrar en composición con la velocidad de un sistema dado, no puede
asegurar este papel de referencia absoluta; es una invariante a través de
todo el universo; en nada queda afectada por el movimiento de su origen o
de observador.
Todo ello hace señalar dos cuestiones: 1) no existe un espacio
absoluto, como una especie de medio ambiente que sirva de referencia fija;
cada movimiento tiene su propia verdad; ninguno no es más verdadero que
otro; la relatividad es la regla de su apreciación. 2) Hay una adquisición
de un algo absoluto: la invariancia de las leyes de la naturaleza,
independientes de todo sistema, invariancia que es el reflejo de la de la
inercia y de la relatividad de la luz. Estas constantes profundas expresan
una armonía universal de la naturaleza, desde esta perspectiva la teoría
de la relatividad bien hubiera podido llamarse también, por paradójico que
parezca, la teoría del absoluto físico.
Consecuencia de ello es descubrir la inutilidad del misterioso éter,
último vestigio del espíritu mecanicista en física, que quería imaginar la
realidad a partir de modelos familiares. Por otra parte, según la
experiencia, la velocidad de la luz no puede entrar en composición con la
de otro movimiento; sigue siendo la misma cualquiera que sea el
observador, tanto si está inmóvil como si está en movimiento. Es una
invariante universal; por tanto, no puede servir para apreciar la
objetividad de un movimiento. De este modo, el observador en movimiento
estará en la verdad al afirmar que dos acontecimientos son simultáneos,
como lo está también el observador inmóvil que los juzgaba simultáneos.
Ambos tienen razón porque no existe ningún tipo de referencia fijo o
absoluto (un medio ambiente inmóvil) para decidirlo. De qué modo Einstein
consiguió explicar este misterio y esta aparente contradicción, revelada
por la experiencia? ¿Cómo pudo conciliar la idea de que la velocidad de la
luz es una constante invariable con el hecho evidente de que dos
velocidades se untan o se restan?. Lo consiguió utilizando las fórmulas de
transformación de Albert Lorentz (1852-1931, físico norteamericano que
ideó un interferómetro y con él llevó a cabo el llamado experimento de
Michelson, mediante el cual demostró que la velocidad de propagación de la
luz no era influida por el movimiento de la Tierra), elaboradas
primitivamente para explicar el experimento de Michelson, sin contradecir
la física clásica (lo que sólo era pensable acudiendo a una hipótesis para
las necesidades de la causa, la de la contradicción de los instrumentos
por el viento de éter).
De la relatividad de la simultaneidad se derivan otras paradojas: la de
la relatividad en la medida de las distancias; pues medir una distancia
consiste en hacer coincidir en el mismo momento dos longitudes (la que hay
que medir y la que sirve de medida), lo cual implica la simultaneidad de
la comparación. Igual sucede a la medida del tiempo que marca un reloj;
pues toda medida aprecia una distancia, la recorrida por un móvil que se
supone animado de un movimiento regular (isócrono), desplazamiento de un
péndulo, espacio recorrido por una luz, cosas todas estas que suponen la
comprobación de la simultaneidad. Entonces, para todo observador en
movimiento, el espacio parece contraerse en el sentido del desplazamiento,
y el tiempo parece dilatarse. Esta relatividad, al afectar recíprocamente
a los observadores que pertenecen a sistemas diferentes, muestra que sólo
concierne esencialmente a las medidas. La relatividad del tiempo implica
la de las velocidades; cada observador apreciará una velocidad según su
manera de apreciar su propio tiempo. Por tanto, las velocidades no se
componen absolutamente; y en el caso de la velocidad acelerada, el cálculo
demuestra que la aceleración tiende a disminuir cada vez más. Ahora bien,
se sabe que la masa de un cuerpo se define por la oposición que crea una
aceleración (positiva o negativa); por consiguiente, la disminución de
esta última, su amortiguación en el caso de las grandes velocidades, se
explica por un aumento de masa; de aquí que el principio del crecimiento
de la masa de un cuerpo proporcionalmente a su velocidad. Y si esta
velocidad se aproxima a la de la luz, la masa tiende a hacerse infinita y,
de este modo, a ofrecer una resistencia infinita al movimiento. De aquí se
concluye que ningún cuerpo material puede desplazarse a la velocidad de la
luz, límite último de toda velocidad en el universo; de donde la
importante ley de la equivalencia de la masa y de la energía: E (energía)
= m (masa) x c2 (c = velocidad de la luz).
La equivalencia masa-energía ha explicado los fenómenos radiactivos
(que emiten partículas a velocidades enormes durante millones de años).
Así se pudo explicar la energía solar y estelar que irradia luz y calor
desde hace miles de millones de años. Esta equivalencia está en la base de
la utilización de la energía nuclear o liberación de las energías que
vinculan las partículas nucleares (bomba y pila atómica).
En 1916, Einstein franqueó el límite y dio a su teoría un alcance
universal, incluyendo en ella los movimientos acelerados (variables en
velocidad y dirección); quiso realizar la síntesis de la inercia y de la
gravitación.
Newton reconoció la igualdad entre inercia y gravedad, entre masa de
inercia y masa de gravitación; pero no pudo justificar esta igualdad;
enunció el "cómo" pero no dijo el "por qué"; ceñido al marco de un espacio
euclidiano, explicó una gravitación imaginando una misteriosa fuerza que
ejercía a distancia e instantáneamente.
Einstein destruyó este mito, volviendo a encontrar otro camino,
evidentemente, la antigua negativa de Aristóteles a admitir semejante
acción; lo hizo vinculando estrechamente inercia y gravedad, hasta el
punto de no poderse distinguir. Inercia y gravedad son completamente
convertibles. Einstein eliminó la idea antropomórfica de atracción, de
fuerza a distancia, vio en la gravedad un estado debido a una propiedad
del espacio; pues son las mismas masas las que causan e influencian las
propiedades del espacio, cuyo peso no es más que la curvatura producida
por la proximidad de los cuerpos pesados.
La relatividad nos muestra que, si cada una de las medidas considerada
aisladamente es relativa a cada observador, son de hecho componentes de
una única realidad en el universo espacio-temporal cuatridimensional, que
es su resultante que presenta un carácter invariable.
La relatividad al vincular definitivamente el tiempo al universo ha
prolongado el esfuerzo del pensamiento moderno, al descubrir la
importancia del factor temporal como inteligibilidad del mundo.
Por todos los rasgos, la relatividad constituye un ejemplo típico de la
superación de una visión mecanicista y positivista del mundo y con ello
muestra la verdadera naturaleza del conocimiento humano, obra de la razón
que aprehende la realidad en sus más íntimas leyes, porque lejos de
significar relativismo y escepticismo, la relatividad nos da a conocer las
verdaderas invariantes de la naturaleza.
La relatividad, como visión matemática del mundo, nos obliga a
abandonar la idea intuitiva de un marco de referencia en cuyo interior se
descubrirían los fenómenos; nos lleva a un esfuerzo de superación de
nuestra situación acostumbrada, pues el hombre, espontáneamente, busca un
punto de referencia, un marco fijo y familiar que erige en posición
privilegiada; con ello tiene la tentación de relacionarlo todo a esta
referencia humana. La relatividad nos ilumina sobre esta subjetividad (que
no tiene nada que ver con el subjetivismo), obligándonos a renunciar a
toda referencia terrestre para buscar una visión más objetiva de las
cosas. La relatividad concierne esencialmente a las medidas efectuadas por
el hombre (porque es el ámbito natural de una teoría científica). La
relatividad revela la limitación impuesta a nuestro conocimiento
cuantitativo de los fenómenos, por el hecho de que su transmisión jamás es
instantánea y hace imposible un señalamiento de referencia absoluta.
La relatividad sigue por el camino de todo esfuerzo científico
anterior, por el impulso mismo de toda ciencia. El sistema del mundo de
Aristóteles o Ptolomeo partía de un punto de referencia geocéntrico
universal. Copérnico y Galileo hicieron dar un paso más en el camino de la
objetividad, tomando el Sol como referencia. Newton avanzó cogiendo como
referencia la idea de un espacio absoluto, existente en sí, especie de
marco inmóvil que permitía situar todos los movimientos. Einstein se sitúa
en la misma perspectiva, haciéndonos renunciar a esta última referencia.
Con la relatividad general nos sitúa en un espacio-tiempo sin referencia
extrínseca.
La relatividad nos da a conocer las verdades invariantes de la
naturaleza.
Religión: Etimológicamente la palabra religión significa
"obligación", pero Cicerón la deriva de relegere: "Los que cumplían con
sagacidad todos los actos del culto divino y, por así decirlo, lo releían
atentamente, fueron denominados religiosos, de relegere, como diligentes
de diligere e inteligentes de intelligere; en efecto, en todas estas
palabras se nota el mismo valor de legere, que existe en religión".
Lactancio y san Agustín hacen derivar el término religión de religare y
Lactancio cita a este propósito la expresión de Lucrecio "desligar el
ánimo de los nudos de las religiones".
A pesar de que Pedro Bayle (1647-1706) afirmó que la religión y la
razón se oponen irreconciliablemente, no podemos negar que la garantía a
que apela la religión es sobrenatural, en el sentido de que va más allá de
los límites a los que pueden llegar los poderes reconocidos como propios
del hombre y que entre religión auténtica y ciencia no hay ninguna clase
de oposición, sino más bien, una complementaridad.
Renacimiento: El renacimiento del siglo XVI no mejoró la
situación de entonces; su entusiasmo por las obras de la antigüedad habría
podido desembocar en un más auténtico retorno a Aristóteles; prácticamente
no fue éste el caso; ante una renovación del platonismo, hubo ciertamente
en Italia toda una corriente aristotélica; pero con un espíritu liberal
que quería romper los marcos de la escolástica (en la ignorancia del siglo
XIII), cayó de nuevo en las peores elucubraciones de los comentadores
árabes, mezclando con las consideraciones estoicas y sobre todo con un
inverosímil arsenal de supersticiones (un ejemplo de este aristotelismo
nos lo proporciona Pomponazzi). De hecho, el renacimiento, que en la
estampería popular representa a menudo como una época de las luces, como
el advenimiento del racionalismo, no parece brillado en absoluto por su
lucidez y espíritu crítico en cuanto a filosofía natural; rechazó el
aristotelismo escolástico para caer en una especie de culto mágico de la
naturaleza; "la ruptura con Aristóteles, sostiene R. Lenolb, libró a la
naturaleza de las pocas reglas que permitían, por insuficientes que
fuesen, darle un sentido; no se encontró otro mejor y desde este momento
la naturaleza se convierte otra vez en la magia universal de la
imaginación popular. Si la ciencia aristotélica está en esta época de
acuerdo con el estado de espíritu de los políticos y de los teólogos
dispuestos a imponerse una disciplina, la de la escuela naturalista
empalma maravillosamente con los espíritus aventureros y con la masa... A
juzgar por la opinión general, esta ciencia ha dado la preciada
satisfacción de una consagración racional" (Histoire de la science).
Antes de la entrada en escena de los fundadores de la ciencia moderna,
un historiador de las ciencias describe esos espíritus ilustrados así:
"Ellos combaten lo sobrenatural en el sentido de que no admiten los
milagros ortodoxos de la sociedad católica en que viven. Y estas protestas
rituales y tradicionales en favor de "la razón y la experiencia", su
repulsa verbal del milagro, han bastado para que ciertos historiadores los
sitúen entre los predecesores de la ciencia y del racionalismo moderno.
Más valdría leer los textos. Entonces se advertirá inmediatamente que
ellos admiten, más que nadie, los prodigios, e incluso hacen de los mismos
su consumo asombroso; sin embargo, dijeron que tales prodigios eran
naturales, lo cual significa que las pocas reglas elaboradas hasta
entonces para definir la naturaleza y la ciencia desaparecen, que la
naturaleza vuelve a hacerse mágica como en las primeras edades del
pensamiento, y la ciencia, una especie de recetas para uso de los
astrólogos, de los cabalistas y demás echadores de cartas... El enorme
florecimiento de la superstición en esa época, primeramente en Italia y
luego en Francia, ... no es, de ninguna manera - como se está tentado a
creer -, una supervivencia de la época precedente, que, desde el
advenimiento de Aristóteles, la había mantenido mal que bien a raya, sino
una consecuencia lógica del éxito de los primeros innovadores".
Esta pretensión de la ciencia "natural" iba acompañada, además, por un
dogmatismo ciego, que no tenía nada que envidiar al de sus adversarios,
teólogos católicos o protestantes. Jacques Chevalier (1882-1962) nos
recuenta que en aquel tiempo acaso no se decía del paduano Cremonini, como
de Melanchton, compilador de Aristóteles al servicio de la Reforma
protestante, que se habían negado a mirar el cielo por el telescopio, por
miedo, decía Galileo, de alterar en algo el cielo de Aristóteles?.
Cuando la ciencia moderna empezó a tomar vuelo, no tenía ante ella más
que lamentables caricaturas del aristotelismo (el de la escolástica
decadente, y el del renacimiento antiescolástico), cuya molesta autoridad
tenía que destruir. Lo triste fue que lo hizo creyendo que se trataba del
verdadero Aristóteles y su nombre se convirtió durante mucho tiempo en
sinónimo del mayor obstáculo que había que destruir, obstáculo contra el
cual se cristalizó el esfuerzo de renovación. El aristotelismo de entonces
se convirtió verdaderamente en la ciudadela intelectual que había que
destruir. El asedio se prolongó durante los siglos XVII y XVIII.
Un tanto aparte de este movimiento, es importante señalar, que la
escolástica conoció en esa época un renacimiento verdadero y fecundo: la
famosa escolástica española (llamada la segunda escolástica) del siglo XVI,
cuyos principales representantes fueron, además de la escuela de
Salamanca, Vitoria, Soto, Báñez, Molina, Vázquez, Suárez, y, fuera de
España, el cardenal Belarmino y Lessius. Uno de sus principales méritos es
haber aplicado la doctrina escolástica medieval a los nuevos problemas
humanos, y en particular haber creado una moral internacional y el derecho
de gentes (sobre todo Vitoria y Suárez). También debe anotarse que uno de
sus representantes, Domingo de Soto (1494-1560), hizo una hermosa obra de
cosmólogo y de pionero científico: más de medio siglo antes de Galileo,
enunció la ley de la proporcionalidad de la velocidad con la duración de
la caída de los cuerpos (los trabajos de Pierre Duhem (1861-1916) y de
Anneliese Maier (1905-1971) la han sacado del olvido).
Renovación: La renovación de la visión del mundo, a partir del
siglo XVII, fue debida, principalmente, al progreso científico; y si bien
todos los sectores de la ciencia fueron objeto de dicha renovación, se
manifestó sobre todo en tres ámbitos esenciales, como en tres oleadas
sucesivas, extendiéndose en el tiempo hasta el final del siglo XIX, en
astronomía, en física (y química) y en biología. La filosofía moderna,
paralelamente y en íntima unión con este proceso científico, constituyó el
contexto ideológico de esta revolución intelectual.
Revolución copernicana: Frase empleada por Emmanuel Kant en el
prefacio a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, para
expresar el cambio radical del punto de vista gnoseológico. Lo
revolucionario en la obra de Copérnico está más en lo implícito que en lo
explícito; había en ella gérmenes de cambios radicales: de la nueva visión
del cosmos podía nacer el estímulo para la revisión de toda la
weltanschauung (concepto de cosmovisión introducido por Kant) en la que
estaba encuadrada la antigua visión; revisión filosófica, científica, que
afectaba incluso a las relaciones entre la razón y la fe.
Revolución industrial: No se puede olvidar la importancia del
maquinismo y de la revolución industrial que ha transformado completamente
nuestro mundo y ha creado una forma típica de civilización (confort,
iluminación, medios de transporte, comunicaciones, aparatos
electrodomésticos, medios audiovisuales, etc.); a través de todo este
cambio material, a través de este crecimiento técnico, es la ciencia la
que extiende su dominio sobre el hombre, y le asegura este progreso, que
algunos quisieran condenar en nombre de algunos excesos o de un pesimismo
irracional. Esta nueva manera de vivir, aunque es de origen occidental, no
deja de tender a universalizarse, a conquistar el mundo. De hecho todos
los países, antiguamente colonizados y actualmente independientes,
manifiestan una prisa y una avidez características por abrirse al progreso
científico y técnico de la civilización occidental; todos están atentos a
ver cuál tiene más pronto sus ingenieros, sus técnicos, sus centros de
investigación o su pila atómica.
Antiguamente la técnica era tenida por el sabio como una especie de
subproducto de la ciencia, considerándose a ésta en una perspectiva
desinteresada, nada utilitaria. En nuestros días no puede suceder así: la
ciencia necesita enormes medios técnicos para progresar, no puede
encerrarse en los laboratorios, se dirige directamente a aplicaciones
prácticas que, por otra parte, la estimulan; entre ella y la técnica la
diferencia disminuye sin cesar, por el juego de crecientes interacciones,
hasta el punto que no hay quizá ya ciencia pura y teórica. Ahora bien, es
evidente que la técnica ha modificado profundamente nuestra vida cotidiana
en todos sus detalles.
Revolución intelectual: La mentalidad primitiva, la conducta
original del hombre hacia su universo, se caracteriza por el animismo,
tendencia a ver y a proyectar hacia los seres exteriores lo que el hombre
experimente en sí mismo; es un sentimiento de participación, de simpatía y
de comunión con la naturaleza. Este animismo manifestaba, en forma
primitiva, el eterno deseo del hombre de explicarse el universo, de
hacerlo inteligible, situándose ante él, para apropiárselo. Esta tendencia
era la misma que la que motivará la ciencia, que tendrá la inmensa ventaja
de asegurar su realización efectiva. La revolución intelectual de
occidente estalló en el ámbito de la astronomía, en una especie de
"prólogo de los cielos" (Koyré), y a menudo fue debida a hombres de
Iglesia. En el siglo XV el cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464) fue el
primero en atacar directamente la antigua representación del mundo, dos
veces milenaria. Sustituyó el cosmos finito de Aristóteles por un mundo
infinito e ilimitado; "al hacer estallar las esferas celestes que rodeaban
el mundo y le daban su ser y su estructura, afirma A. Koyré, rechazando la
existencia de un centro del mundo ocupado por la tierra - el lugar más
bajo, ocupado por el cuerpo más débil - Nicolás de Cusa suprime la
bipartición del universo en región sublunar y celeste. El universo es uno,
diversificado y semejante a sí mismo, animado por todas partes de
movimiento y de vida. De este modo, la tierra se halla, en cierto modo,
elevada al cielo, promovida al rango de las estrellas. La tierra no es la
cloaca del universo, es una noble estrella, proclama Nicolás de Cusa" (Histoire
General).
El golpe decisivo lo dio otro hombre de Iglesia, Nicolás Copérnico
(1473-1543), canónigo de Cracovia; él sustituyó definitivamente la visión
aristotélica de un mundo jerarquizado (parte terrestre corruptible, parte
celeste incorruptible) por la de un universo homogéneo; además, ubicó el
Sol en el centro del mundo y consideró a la Tierra como un planeta que
gravita alrededor de él y dando vueltas sobre sí misma; Copérnico
simplificó considerablemente la explicación del movimiento de los astros
(es más sencillo, contra todas las apariencias, hacer girar la Tierra
sobre sí misma, que hacer girar alrededor de ella todo el universo,
especialmente el conjunto de las estrellas).
Se trataba de una revolución mucho más importante; fue una
transformación de mentalidad: el lugar central del universo no era ya el
más indigno; ocupado por el Sol se convertía en el más honorífico
(influencia pitagórica). El sistema de Copérnico no tuvo influencia
inmediata, porque estaba aún lejos de la verdadera explicación que más
adelante, con Galileo, daría la física clásica. Copérnico dedicó su obra
De Revolutionibus orbium caelestium al Papa Paulo III, y los ambientes
romanos de entonces no expresaron observación alguna contra la teoría
expuesta en esta obra, la misma teoría que más tarde habría de causar a
Galileo muchas contrariedades; en cambio, desde ese momento, afirma A.
Koyré, "las iglesias protestantes parecen haber sido mucho más
clarividentes. Ellas reaccionan acto seguido. Lutero, incluso antes de la
publicación de De Revolutionibus; Melanchton, antes y después, Calvino,
todos condenan la nueva doctrina como contraria a las Escrituras".
Con Giordano Bruno (1548-1600) la crítica a Aristóteles alcanzó una
amplitud y una audacia hasta entonces desconocida. La idea central de esta
crítica (que le costó la vida a su autor) era sobre todo la del carácter
infinito y homogéneo del universo, opuesta a la del cosmos cerrado, bien
delimitado y jerarquizado, del aristotelismo.
La astronomía de observación aportó su capital subsidio a la
verificación de estas ideas. Así, Tycho-Brahe (1546-1601), fundador de un
tercer sistema del mundo, de tipo intermedio entre el de Ptolomeo y el de
Copérnico (alrededor de la Tierra como centro gravita el Sol, alrededor
del cual gravita el universo), habiendo observado la aparición de una
estrella nueva (nova) mostró que los cielos no son inmutables y por tanto
incorruptibles.
Johannes Kepler (1571-1634) fue quien asestó el golpe final a esas
ideas. Su gran descubrimiento del carácter elíptico de las órbitas
planetarias redujo a la nada la veneración mítica hacia el movimiento
circular (el movimiento unívoco perfecto que podía convenir a cuerpos
celestes incorruptibles), e hizo inútil el complicado sistema de los
antiguos en epiciclos y deferentes, creado bajo el efecto de esta
veneración. Así se descubrió teóricamente lo esencial de la revolución
astronómica y se consumó la ruina de la representación antigua. Pero
faltaba aún dar un paso más: divulgar entre el gran público estos
descubrimientos y formularlos de manera más rigurosa.
Galileo Galilei (1564-1642) se convirtió en el símbolo mismo del
enfrentamiento entre la joven ciencia revolucionaria y la tradición
escolástica tardía que había vinculado la teología a una representación
del mundo de tipo aristotélico. Galileo fue uno de los fundadores de la
física moderna. En la astronomía su aportación decisiva fue doble: por una
parte, introdujo y vulgarizó el empleo de instrumentos de observación, que
pusieron de manifiesto rápidamente el carácter artificial e irreal de la
idea tradicional del mundo; el descubrimiento de montañas en la superficie
de la Luna y de manchas en el Sol dejó desprovistos a estos astros del
privilegio de la incorruptibilidad; en 1612 Galileo escribía: "yo presumo
que estas novedades serán los funerales o más bien el acabamiento y el
juicio final de la falsa filosofía; algunos signos de ello han aparecido
ya en la Luna y el Sol"; por otra, aunque no llegó a expresar el principio
de la inercia de una forma precisa, mostró que el movimiento de los astros
no necesita una acción motriz externa, que era un estado de los cuerpos
tan natural como el reposo.
Letra "S"
Saber: Es poseer intelectivamente la verdad de las cosas.
Aristóteles en las primeras líneas de la Metafísica afirma: "Por
naturaleza todos los hombres desean saber"; pero haciendo acentuación de
que estamos impulsados no a un saber cualquiera, sino a un saber en el que
estamos firmes en la verdad de las cosas. Y de que tenemos este deseo por
naturaleza es un signo (s h m e i o n ) la delectación, el deleite que
tenemos en el ejercicio de la función de sentir.
El hombre comparte este deseo de saber con los animales, porque un
primer esbozo de este saber está incardinado en el sentir mismo, en la
aísthesis. Porque, en primer lugar, el mero hecho de sentir es
efectivamente tener la mostración (muestra) de algo. En segundo lugar,
algunos animales (Aristóteles excluye de ellos a las abejas) tienen la
facultad de mantener, de retener, lo que han sentido. Y entonces el mero
sentir, que sería en sí mismo una serie de impresiones fugitivas, como un
ejército en desbandada, se va reorganizando gracias a este "retentiva":
una percepción queda firme; a ella se agrega la segunda, etc. Y así
sucesivamente se va organizando un orden. Este orden organizado por el
retentiva o memoria sobre el sentir, es lo que Aristóteles llama
experiencia, empeiría (e m p e r i a ). De tal manera que los animales,
cuanto más experiencia tengan, en cierto modo, decimos, que son más
inteligentes.
El hombre tiene otros modos de saber exclusivos suyos, de distinta
índole, pero todos apoyados en la experiencia, en la empeiría organizada
por la memoria: 1) t e c n h , traducido por los latinos como arte,
capacidad de producir algo; 2) j r o n h s i s, la prudencia; 3) e p i s t
h m h , ciencia en sentido estricto; 4) n o u s, propiamente inteligencia;
5) s o j i a , sabiduría. Según Aristóteles son los modos de a l h J e u w
(decir la verdad), un verbo denominativo de a l h J e i a (verdad). El
verbo suele traducirse brillantemente por "patentizar"; pero algunos
prefieren traducirlo en forma más literal por "estar en la verdad". Así,
los cinco modos de saber son cinco modos de estar en la verdad de algo.
Saber científico: Las insuficiencias de la inteligibilidad
propia del sentido común, en tanto que saber primitivo, explican la
formación progresiva del saber científico como búsqueda de un conocimiento
desinteresado, menos relativo al observador, por consiguiente, más libre
de toda subjetividad y, de este modo, comunicable y universal. Estos son
los principales aspectos de este saber, que floreció a partir de siglo
XVII.
Un idealista nunca podrá comprender que hay ciertas cosas que no han de
ser probadas, pues son evidentes por sí mismas; así, la experiencia
inmediata del mundo corporal. Encerrado en el reino del pensamiento puro,
donde todo es cuestión de razonamientos y de pruebas, el idealismo no
puede comprender que hay otro mundo, el de la experiencia de lo real, que
es algo dado y no el fruto de un razonamiento. Cuando tal idealista
tropieza con la vida cotidiana o experimenta un dolor cualquiera, se ve
obligado a admitir la inutilidad de una prueba. "Por tanto, decía, P.
Chambadal, no es a los idealistas a quienes incumbe la carga de la prueba,
sino a aquellos que afirman la realidad objetiva del mundo exterior. Ahora
bien, ya hemos visto que, por muy arraigada que esté en los cerebros, la
concepción realista nunca ha podido ser probada" (La physique moderne et
son interprétation, 1956).
El saber científico representa inmenso progreso con relación al saber
vulgar, alcanza una comprensión del mundo más profunda, situada en un
nivel de abstracción muy alto, y, por otra parte, inevitablemente
desemboca en cierto empobrecimiento desde el punto de vista antropológico.
Al describirle por estas diversas características, podría pensarse
equivocadamente que este saber no es sino un desarrollo homogéneo del
saber vulgar; por ello, conviene percibir claramente su profunda
originalidad, es decir, la forma en que realiza el contacto del hombre con
la naturaleza.
A primera vista podría pensarse que el conocimiento científico se
distingue esencialmente del vulgar por alguno de los criterios siguientes:
1) tendría, ante todo, un carácter teórico y sistemático. Ciertamente,
esto es exacto, pero sabemos que el saber empírico presupone también
elementos teóricos, aunque menos zarandeados por la crítica y menos
elaborados; emplea siempre, más o menos, representaciones teóricas; el
contacto con el mundo vivido no es puro pragmatismo. 2) Muchos autores
ponen estas dos clases de saber, limitando el primero (el vulgar) a los
datos cualitativos y el científico a los cuantitativos. Ciertamente cada
uno de ellos insiste especialmente en uno de estos dos aspectos de la
realidad, pero sin que pueda decirse que lo haga de un modo exclusivo. El
sentido común no puede ignorar el aspecto cuantitativo de las cosas, y la
medida científica supone una diferenciación cualitativa que la define
(tres voltios no designan la misma propiedad que tres amperios); pues
según F. Renoirte (1894-1958) "no deja de ser cierto que la ciencia,
aunque lo expresa todo en números, no es exclusivamente cuantitativa y
matemática, pues el estudio físico del mundo material se efectúa con ayuda
de muchos procedimientos de medida que son cualitativamente diferentes" (Eléments
de critique des sciences et cosmologie, 1945). Por tanto, conviene
discernir mejor el punto exacto que separa estas dos clases de saber y
éste es esencialmente el empleo del método que condiciona un tipo especial
de inteligibilidad y de limitaciones en la ciencia.
Saber conjetural: Es un saber probable, aproximativo.
Saber empírico: Se ha meditado acerca de este conocimiento
empírico del mundo vivido, sobre todo después del resurgimiento de la
ciencia moderna, que conviene subrayar sus méritos y su importancia. En
efecto, por una parte es ampliamente suficiente para las necesidades de la
vida cotidiana, hasta el punto que, fuera de su especialidad, todo
científico se convierte de nuevo en empirista, reanudando con la
naturaleza el diálogo eterno del sentido común. Por otra parte, no hay que
olvidar que dicho conocimiento, susceptible de afinarse por el sentido
crítico, ha sido el de toda la humanidad hasta la edad científica, y sigue
siendo el de las técnicas, de las artes utilitarias y de la vida social.
Pues, de hecho, conserva una prioridad en la vida práctica y, por ello, es
el punto de partida de cualquier conocimiento del mundo, en particular del
conocimiento científico: "Todo el universo de la ciencia, afirma M.
Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), se construye sobre el mundo vivido y si
queremos pensar con rigor la ciencia misma, apreciar exactamente su
sentido y su alcance, tenemos que despertar primero esta experiencia del
mundo de la que es su expresión secundaria" (Phénomenologie de la
perception, 1945).
Saber filosófico: La filosofía, respecto a su propia historia,
conserva un vínculo fundamental, pues dado su carácter itinerante y
siempre en constitución, como dice Javier Zubiri (1898-1983), vuelve
siempre en formas concéntricas o en forma de espiral sobre sus fuentes, su
punto de partida, su objeto, su método, sus problemas y sobre un núcleo de
respuestas y sistemas que no son un agregado de tesis sino una
articulación histórica relacionada con la historia misma del hombre y de
la cultura. La filosofía, como saber filosófico, no es estrictamente un
saber acumulativo progresivo como en las ciencias particulares, es posible
y factible un comenzar no desde cero sino desde los fundamentos de otros
puntos de partida.
Saber metafísico: Con el fin de distinguir mejor el grado de
inteligibilidad frente al de la ciencia, conviene ubicar las
características del saber metafísico:
a) La inteligibilidad metafísica se orienta a la totalidad. La
metafísica aristotélica ha podido ser definida por A. Mansion (1882-1966)
como la ciencia de todas las cosas de la realidad entera sin ningún límite
(L'objet de la science philosophique suprême d'après Aristote), concepción
recogida por muchos filósofos modernos. Para Martín Heidegger (1889-1976)
lo propio de la filosofía es la comprensión radical de todas las cosas.
Tal proyecto se justifica porque la ciencia no puede tener acceso a la
esencia de su propio dominio; para eso es necesario otro saber, más global
y total, y además susceptible de reflexionar sobre los presupuestos mismos
de la ciencia. La ciencia procura sólo una visión parcial, especie de
corte transversal de lo real, con ayuda de la herramienta matemática; pues
con razón afirma Georges Gusdorf (1912-?)_que "el espacio-tiempo de la
ciencia que pretende inmovilizar la totalidad en la cautividad de una
cifra dada de una vez para siempre no coincide con el espacio vivido ni
con el tiempo real de una vida personal, cualquiera que ésta sea" (Traité
de métaphysique); y Karl Jaspers (1883-1969) añade "lo que no se puede
tomar por representaciones del universo, nunca son más que mundos
particulares, conocidos según tal o cual método particular, y de los
cuales se ha hecho erróneamente lo absoluto, el ser universal mismo"(Introduction
à la philosophie, 1951).
La inteligencia, incluso en el plano puramente científico, no deja de
estar en busca de una verdad más vasta, justamente porque la inteligencia
esta destinada a alcanzar el ser de las cosas, su interioridad podríamos
decir (el "dentro" de las cosas, diría Teilhard de Chardin). La exigencia
metafísica no tiende a desembocar en un simple saber particular, junto con
los demás, sino que se inserta en todos los saberes, de los cuales ella es
como el alma, un impulso hacia la "totalización".
b) La inteligibilidad metafísica busca un saber radical y primero. "El
hombre de ciencia, afirma A. de Waelhens, no podría replicar a lo que él
piensa sin trasfondo metafísico. Creer que uno no hace metafísica, o
querer abstenerse de hacerla, es siempre implicar una ontología, pero no
crítica: del mismo modo que los gobiernos de "técnicos" no hacen política,
pero nunca dejan de tener una política, y casi siempre la peor de todas"
(Prólogo a La structure du comportement de Merleau-Ponty, 1953). G.
Gusdorf apunta: "un trasfondo de filosofía no discutida es a menudo el
refugio nocturno del hombre de ciencia. El cree que su filosofía es un
resumen de su saber, pero muchas veces no es más que una juventud de su
saber, un condensado de los primeros intereses que le llevaron a su saber.
El hombre de ciencia ni siquiera profesa siempre la filosofía clarividente
de su propia ciencia" (Le matérialisme rationnel, 1953).
Es legítimo e incluso necesario que ese dato fundamental, base de todo
diálogo del hombre con el mundo, sea objeto de una reflexión crítica, la
del metafísico, reflexión que ipso facto adquiere el privilegio de no
poder ser recusada (argumento de retorsión). Por ello G. Isaye afirma: "En
cuanto a los puntos de partida de la metafísica, lejos de ser inferiores
en certidumbre a las experiencias sensibles, tienen un privilegio: su
necesidad, su vulgaridad. Son tan necesarios que, si los niego, ipso facto
los afirmo" (La métaphysique et les sciences, en Nouvelle revue Théol.,
1961). Hay un mundo que desborda a aquel otro al que se aplica el hombre
de ciencia, mundo que se descubre en todos los contactos del hombre con la
realidad cotidiana, y que justifica un saber que lo estudia como propio,
saber aspirante al título de sabiduría: la metafísica.
Saber primario y saber primitivo: Conviene no confundir el saber
vulgar y empírico con el buen sentido o el ejercicio espontáneo de la
razón práctica, que se encuentra o se echa en falta tanto en ciertos
individuos incultos como en el hombre de ciencia o en el filósofo. Es una
cualidad humana básica que la educación o la cultura perfecciona, pero que
no crea, y que desde el nacimiento reside en germen en todo hombre. De
aquí que sea preciso distinguir en el saber vulgar dos niveles distintos,
dos actitudes diferentes, aunque de hecho, estrechamente vinculadas:
1) Un saber que puede llamarse "primario", toma de contacto con el
mundo, certeza de poder distinguir en él estructuras más o menos
universales; en efecto, ante la mirada humana del mundo no aparece como un
inmenso conglomerado caótico, juntando seres sin ningún vínculo entre
ellos. Inmediatamente el hombre se ve obligado a hacer comparaciones,
clasificaciones, agrupaciones; aunque sean erróneas o simplistas el mundo
no puede ser pensado (desde el hombre primitivo hasta el científico) si no
es a partir de este esquema, que distribuye a los seres en categorías más
o menos amplias; y, en particular, toda ciencia empieza así, y como
sabemos, uno de los aspectos de la obra científica de Aristóteles fue el
de empezar a poner un poco de orden en la variedad de los seres, antes de
integrarlos por medio de la experiencia.
2) Sobreponiéndose a este saber primario y fundamental, formando parte
de todo esfuerzo ulterior, ya sea científico o filosófico, el sentido
común comprende otro saber que puede llamarse "primitivo", que no es sino
el contenido no crítico que precisa el saber precedente. Comprende los
primeros materiales, a los que se referirá la investigación científica;
datos de la experiencia cotidiana enriquecida con las representaciones
históricas y sociales de cada época y clase social.
Estos dos tipos de saber, presentes en el conocimiento vulgar, no
constituyen dos terrenos extraños el uno al otro, sino que ambos expresan
el diálogo del hombre con el mundo. El primero es más bien una actitud
típicamente humana, inalienable, estructura de fondo que se encuentra en
el ejercicio de la razón ante la realidad; se trata, por consiguiente, de
un presupuesto a cualquier otro saber. El segundo es una simple etapa
primitiva, un intento de dar contenido a la actitud precedente, y punto de
partida que el progreso científico tiene que superar. Insistimos en la
importancia de esta distinción: sólo ella permite atribuir a la filosofía
de la naturaleza su función propia, frente a la ciencia en el estudio del
mundo material: reflexionar acerca de lo que significa este saber
primitivo, esta experiencia fundamental, que se halla en toda actuación de
la presencia del hombre en el mundo, es decir, en el ejercicio espontáneo
de la razón ante la naturaleza.
Saber sin sujeto: Que haya un saber sin sujeto es la
consecuencia inevitable de la interpretación exacta del inconsciente
freudiano afirmó J. Lacan (1901-1981)
Saber vulgar: A partir del contacto con el mundo, con el ser de
las cosas dado por la sensación confusa y globalmente, el pensamiento
espontáneo intenta instintivamente ir más allá, es decir, descubrir el
significado de las cosas, lo que son (la "quiddidad") de los escolásticos.
Y es fácil ver que a este nivel del saber vulgar, llamado empírico
propiamente hablando, la inteligibilidad alcanzada presenta caracteres
particulares: se limita a menudo a generalidades vagas y poco seguras,
carece de orden, de método y de certeza; pero, sobre todo, es
objetivamente limitada. Todo el esfuerzo del pensamiento crítico y
científico intenta mitigar todos estos defectos, a fin de seguir una
comprensión más objetiva, universal y comunicable.
Los caracteres de la inteligibilidad propia del conocimiento vulgar se
suscitan en que es interesada, prolongación del carácter antropocéntrico
de la sensación (sin ningún matiz proyectivo). Pues la sensación afirma M.
Merleau-Ponty, "presupone en mí cierto montaje general por el cual me
adapto al mundo" (Phénomenologie de la perception, 1945). Pues el hombre
es, ante todo, un ser en el mundo, sumergido en él como en su medio vital,
a partir del cual se construye y tiende a emerger, busca espontáneamente
su adaptación a él, en un encuentro asegurado por el saber del sentido
común. A este simple nivel, se trata ante todo de un mundo vivido, sin que
esto implique un pragmatismo que niegue toda objetividad. Esta adaptación
al mundo se realiza por un verdadero conocimiento, que llega al ser de las
cosas, pero de manera confusa y no desinteresada. No se trata de la
contemplación teórica del mundo hecha a distancia en una especie de
perspectiva (la ciencia o la filosofía), sino que se trata de lo que los
fenomenólogos llaman "la preocupación originaria del mundo". Por otra
parte, y en ello radica la importancia de este conocimiento espontáneo, no
puede eliminarse jamás efectivamente; tiene un carácter radical y
fundamental.
Sapiencial: Forma de saber derivado más de la práctica y la
experiencia humana directa, que de las ciencias o de la técnica.
Secretaria: La imagen de la secretaria se asoció a las máquinas
de escribir, de la misma manera que el origen de esta profesión se
relaciona con este instrumento que revolucionó la escritura y cuya
utilidad, tal vez, podrá compararse a la que tuvo la imprenta de Johannes
Gutenberg (1394-1468). La primera secretaria que registra la historia fue
Miss Liliam Sholes, quien el 4 de junio de 1873 logró dar al fin uso
comercial a la máquina inventada dos años antes por su padre, Christopher
Latham Sholes. El origen de este ingenioso invento se remonta al año de
1714, cuando un inglés de nombre Henry Mill patentó una rudimentaria
"máquina artificial, capaz de volcar cualquier escritura en papel, tan
limpia y exactamente que no puede diferenciarse de la imprenta". Pero la
historia sindica como inventor de la máquina de escribir, patentada en
Estados Unidos en 1868. En 1873 decide firmar un contrato con E. Remington,
quien intuye la utilidad comercial de la máquina.
Secularización: Proceso histórico de gradual autonomía de la
cultura respecto a la tutela religiosa o eclesiástica. La secularización
ha jugado un rol muy importante, quizá fundamental, en las recientes
reflexiones sobre la religión. Ello se debe a la amplitud y a la
complejidad de los problemas que lleva consigo. "La secularización no
puede interpretarse, manifiesta G. Palo, a la luz del pasado, volviendo a
asumir las categorías del mismo; no puede inscribirse en un horizonte que
confirma una concepción tradicional de la religión en virtud de la cual en
la actualidad no puede constatarse, por la misma definición, sino
decadencia religiosa". Parece que el término secularizare comienza a
utilizarse por vez primera hacia el año 1648 en un ámbito político (la paz
de Westfalia) para definir un tipo de acuerdo que se respeta de palabra,
pero no de hecho, para admitir y negar al mismo tiempo la laicización de
algunos territorios conquistados.
Para E. Troeltsch secularización significa "pérdida de cualidades
específicamente religiosas" e "implica que el contenido comprendido en una
forma religiosa se conserve y actúe incluso después de la pérdida de esa
forma específica". Y D. Bonhoeffer empleó, más que el término, el
significado mismo de secularización para indicar una nueva consideración
positiva de un mundo hecho adulto y desvinculado de la dependencia
religiosa; acercándose a F. Gogarten, quien concibió la secularización
como fruto de la fe cristiana.
Sensación: Según A. Burloud, "la sensación es, si duda, muy
diferente de la percepción; pero al pasar de la una a la otra no se va de
la subjetividad a la objetividad, sino más bien de la objetividad
indeterminada de la sensación a la objetividad definida de la percepción.
En primer momento, yo oigo un ruido que llega de fuera. En un segundo
momento, yo oigo el ruido determinado que hace el canto de los pájaros"
(La pensée conceptuelle).
Se trata de ver cuál es la realidad con la que la sensación pone al
hombre en contacto (en el seno de la percepción). Esta realidad que excita
nuestros sentidos, ¿es en sí misma, en cuanto proveniente del mundo
exterior, del mismo orden que lo que constituye la sensación?. Por
ejemplo, el color rojo de esta cortina que atrae mi mirada ¿existe tal
cual en el objeto, tal como lo veo, o bien no es sino una interpretación
de mi sentido, que reacciona a un estímulo físico para el cual el término
"rojo" no tiene ningún significado? En otros términos, ¿hay o no hay
continuidad y homogeneidad entre el dato bruto de la sensación y la
realidad física que ella nos da a conocer, pero tal como existe
independientemente de ella? Es importante precisarlo, pues la respuesta
dirige la concepción misma del encuentro del hombre con el mundo de la
naturaleza. Además, dada la importancia de la sensación para cualquier
conocimiento, conviene hablar aquí de ella, con ocasión del saber vulgar y
empírico, punto de partida de cualquier otro saber. Por consiguiente, no
se trata aquí de la discusión entre idealismo y realismo (esto corresponde
a la crítica del conocimiento), sino que más bien se trata de determinar,
en el seno de una concepción realista, qué se entiende por valor óntico de
la sensación?
1) El percepcionismo de Aristóteles y de la escolástica medieval fue la
primera respuesta: los datos de la sensación nos proporcionan toda la
realidad física. Habría continuidad mas o menos perfecta entre los dos (el
color rojo existente en el objeto como yo lo veo), homogeneidad entre la
realidad sentida y la realidad física. Sostuvieron también esta opinión
los neoescolásticos del siglo XIX (los siglos XX prácticamente la han
abandonado). No obstante, ha sido recogida en otra forma por algunos
autores modernos (J. Nogué en Esquisse d'un système des qualitès sensibles
'1943' ha defendido obstinadamente el carácter irreductible de los datos
sensoriales propios 'sonido, color' a otra realidad que le sería
heterogénea).
Esta idea no parece sostenible desde el momento en que hemos sido
conscientes de la relatividad parcial que afecta nuestras sensaciones.
Sabemos que la sensación es una reacción fisiológica propia de cada órgano
receptor, a partir de un estímulo físico, cuyo proceso la ciencia ha
revelado. La sensación del rojo que yo siento es el modo propio de mi
reacción sensorial a una ondulación electromagnética de una frecuencia
precisa; y tal o cual objeto, supuestamente iluminado con luz blanca, me
parece rojo porque la estructura molecular de su superficie absorbe todas
las radiaciones luminosas comprendidas en bloque en la luz blanca, salvo
la de la longitud de onda correspondiente al rojo, que es entonces la
única en ser difundida; se dice que un cuerpo es negro cuando absorbe
todas las relaciones, y no devuelve ninguna; blanco, cuando las devuelve
todas. Y si tal cuerpo no es ya iluminado por la luz blanca, sino por una
roja, por ejemplo, sólo volverá esta, y entonces parecerá rojo (así es
como en un laboratorio de fotografía iluminado únicamente en rojo, si una
hoja de papel blanco lleva inscripciones en rojo, éstas se hacen
invisibles; sólo devuelven la luz roja que las ilumina, por la misma razón
que la hoja blanca, la cual tampoco tiene más que esta luz por difundir).
Compárese esta enseñanza con la opinión de algunos autores medievales (que
la luz es la hipóstasis, el agente del color). Por tanto, lo que
corresponde a la sensación de rojo es una realidad plenamente objetiva que
resulta de la interacción de la luz con la superficie del cuerpo
coloreado.
Según esta concepción habría univocidad entre la sensación y el objeto
real que la causa. A guisa de comparación: en esa opinión en favor de la
univocidad entre la sensación y el objeto real, la sensación sería a la
realidad lo que un reportaje cinematográfico en directo es al
acontecimiento que él ha registrado fielmente: lo reconstruye en su forma
visual y sonora, sin interpretación.
2) El concepcionismo se encuentra en el extremo opuesto al
percepcionismo medieval, la mayoría de los neoescolásticos, queriendo
explicar la relatividad de la sensación e intentar su explicación
científica, se ha inclinado, en general, por una heterogeneidad entre
sensación y realidad física. La sensación conserva siempre su valor óntico,
pero de una manera no inmediata; lo que nos da, sería de una naturaleza
distinta que la realidad que la ha provocado (por ejemplo el color rojo
percibido por mi retina es una cosa, la ondulación electromagnética que la
ha provocado es otra cosa distinta). Sin embargo, esta opinión, a pesar de
la discontinuidad que admite, evita el exceso del criticismo para el cual
no hay ninguna correspondencia posible entre los dos órdenes de cosas. En
efecto, conserva una estrecha relación entre estos dos órdenes y con ello
explica la posibilidad de un conocimiento cierto de la realidad física por
medio de la sensación, concebida como su traducción.
Esta opinión, en su forma metafísica, se remonta a Demócrito (un cuerpo
es coloreado, dulce o amargo, etc. ... con relación a nosotros; en sí
mismo no es tal sino por átomos y el vacío). De nuevo se encuentra esta
opinión en el mecanicismo moderno, por ejemplo, en Descartes, después en
Locke, Leibniz y los dinamicistas, y en nuestros días en un gran número de
pensadores (así en Werner Heisenberg '1901-1976'), conscientes de la
heterogeneidad que reina entre las propiedades sensibles de los cuerpos y
los seres teóricos y abstractos concebidos por la ciencia para explicar
estas propiedades (átomos y corpúsculos elementales que, por definición,
nada dicen a nuestra intuición sensible). Los neoescolásticos que la han
adoptado lo han hecho en otro sentido: las cualidades sensibles de los
cuerpos no se explican solamente por los puros datos cuantitativos de los
elementos últimos de la materia, sino sobre todo por otras cualidades
ocultas situadas a este nivel microfísico.
De todos modos, esta concepción parece subestimar la unidad viva del
proceso sensorial; olvida que "las cualidades son propiedades del objeto
mismo, no del objeto tal como aparece a una conciencia dotada de
determinados órganos", según afirma Fernand Van Steenberghen (1904-?). Al
querer convertir la sensación en una especie de interpretación de la
realidad ¿no se corre el riesgo de disociar excesivamente los dos órdenes
de cosas y de no poder explicar su correspondencia?
Volviendo a la comparación anterior en favor de la univocidad, en esta
opinión en favor de la equivocidad entre la sensación y lo real, la
sensación ya no sería una reconstitución cinematográfica, sino una
descripción misteriosa en lenguaje cifrado; el cometido del espíritu
crítico sería entonces dar la clave o la cifra de esa misteriosa
traducción (con la incertidumbre y el carácter aleatorio de tal
desciframiento). Aunque sucede de modo enteramente distinto con la
correspondencia entre lo real entregado por la sensación y el ente
científico y abstracto encargado de ser el soporte de las relaciones
descubiertas; a ese nivel, se trata entonces de un verdadero descifrado.
Pues "los hechos, afirma J. Ladrière, no son más que un punto de partida y
los fenómenos no son más que un pretexto. La ciencia no se termina en los
hechos ni en los fenómenos. Apunta al más allá de los hechos, al hecho
inteligible, del cual aquellos no son mas que la huella, la proyección
tangible. Comprender en el sentido de la ciencia, es pasar del plano de
los hechos al plano del sistema. Es elevarse al punto de vista de la J e w
r i a . Por tanto, es necesario salir de uno mismo y de los estados de un
yo simplemente sicológico, para ir a la experiencia metasicológica del l o
g o s. Pues hay un l o g o s científico, es decir, un discurso organizado
que posee en sí mismo su propia claridad y en el que la oscuridad del
mundo sensible, en medio del cual nosotros erramos, deja sitio a la
trascendencia de las relaciones puras. Lo sensible es solamente signo.
Debe ser descifrado, como un mensaje en clave... Este discurso no se
reduce a nuestros símbolos. Es la verdad del mundo. Es como el alma
secreta, el tejido inteligible del mundo..., la ciencia es el l o g o s
del mundo que se dice en nosotros" (Intégration de la recherche
scientifique dans la vie chrétienne, 1960).
3) El realismo moderado de algunos autores recientes, para paliar estos
inconvenientes, se esfuerza por mantener un justo medio entre las dos
opiniones precedentes. Rechazando toda univocidad así como también toda
equivocidad entre sensación y realidad, ven entre ambas una relación real
analógica: continuidad y heterogeneidad de fondo, que representan dos
modalidades de una única realidad, siendo la una (la sensación) la
manifestación de la otra. En efecto, por una parte, la experiencia no nos
da jamás una cualidad sensible (un color, por ejemplo) aisladamente. Se
tata siempre de un cuerpo afectado de esa cualidad (un cuerpo coloreado).
La experiencia no nos pone ante un dualismo entre una cosa en sí y otra
que es sentida; ésta está indisolublemente ligada a la primera. Además, si
la realidad física fuera enteramente de otro orden que el que nos es dado
por los sentidos, nada garantizaría el paso del segundo al primero; y no
es hablando de "ser síquico" a propósito de la sensación como se puede
conservar el valor del encuentro que asegura con el mundo. Pues si no se
quiere caer en el subjetivismo, hay que admitir tal continuidad. En
efecto, si la realidad física en sí misma era enteramente de otro orden
que la que nos es dada por la sensación, no se ve qué garantizaría el paso
de la una a la otra y la correspondencia entre ambas; porque si la ciencia
manifiesta su poder y su eficacia sobre lo real, es porque alcanza algo de
ello a través de sus propias construcciones teóricas.
Esta opinión parece que evita los inconvenientes de las dos
precedentes. Por una parte, contra la primera, tiene en cuenta la
relatividad de la sensación y todo lo que la diferencia de la realidad que
la manifiesta. Por otra parte, contra la segunda, conserva mejor la
correspondencia entre las dos. Admite, ciertamente un dualismo, pero en
vez de colocarlo en el seno de la realidad constitutiva de los dos campos,
lo pone en la forma especial y analógica que esta misma realidad reviste
en los dos casos (siendo la analogía del orden de la manifestación). Es la
misma realidad la que tiene una existencia propia en el mundo de la
naturaleza y que se manifiesta por la sensación que la traduce según su
propio modo (propio de cada sentido). Volviendo a la comparación anterior,
en esta tercera opinión en favor de un vínculo real pero analógico entre
sensación y objeto físico, la sensación sería una traducción clara, y por
tanto ni reportaje cinematográfico ni mensaje cifrado. Evidentemente, aquí
sólo se trata de comparaciones, que no deben llevarse demasiado lejos.
Este modo, adaptado a la existencia humana, es el que condiciona el punto
de partida de la inteligibilidad del mundo vivido, del que vamos a tratar
ahora.
En otros términos, la realidad del ser físico no es algo
irremediablemente oculto, que sólo podría deducirse a partir de la
sensación; ésta lo da inmediatamente, a su modo, traducido en su propio
lenguaje; es la misma realidad pero manifestada en una forma adaptada a la
vida humana. La vocación del saber científico consiste entonces en
investigar bajo qué forma existe esta misma realidad, independientemente
del hombre y de su traducción sensitiva. Sólo lo puede conseguir por vías
muy abstractas, lo que no quiere decir que lo disuelva o lo haga
desaparecer (aunque la traducción dada por la ciencia de esta realidad -
por el ente científico - no está en continuidad completa con ella;
mientras que la traducción sensorial alcanza la realidad, la proporcionada
por la ciencia teórica no es más que un ente de razón fundado en la
realidad).
Finalmente, esta doctrina deja el camino abierto a todo progreso
ulterior en cuanto a la precisión de estas dos modalidades de la realidad.
En particular, no implica en absoluto que la única realidad sea la que nos
es dada por los sentidos; significa simplemente que lo que estos últimos
nos transmiten es un mensaje adaptado nuestra situación de ser en el
mundo, expresando una realidad ya existente en sí, antes de que el hombre
la conozca. Sabemos que la realidad desborda ampliamente aquello para la
cual están equipados nuestros registros sensoriales, y que más allá de la
estrecha ventana (limitada por los umbrales sensitivos) de nuestros
sentidos existe un mundo en continuidad con el que nos es familiar, mundo
que la ciencia nos descubre cada vez más grande y más complejo (sin la
certeza, no obstante, de poder llegar a explotarlo exhaustivamente). En
resumen, el conocimiento sensitivo, en continuidad con el mundo físico,
nos lo da a conocer en una forma típicamente humana; pero, sin embargo,
nos lo da a conocer con su contenido óntico global, aunque vago y aún
confuso. De este modo puede ofrecer a la actividad racional el material
con el que debe trabajar para descubrir su contenido inteligible.
Sensibilidad cinestésica: Destutt de Tracy (1754-1836) descubre
la sensibilidad cinestésica.
Sensualismo: La doctrina que reduce todo el conocimiento a la
sensación y toda la realidad al objeto de la sensación. El sensualismo,
para Berkeley, es la actitud que consiste en atribuir importancia excesiva
a los placeres de los sentidos.
Sentido común: El sentido común y el espíritu científico
constantemente están al acecho de una explicación causal, ante un fenómeno
nuevo que despierta la curiosidad. Pero la diferencia entre el sentido
común y el espíritu científico radica en la mayor exigencia y rigor del
segundo para hallar una causa bien proporcionada, que explique bien el
fenómeno, que dé cuenta de su totalidad; para ello, solamente con el
método científico se puede llevar a cabo una elección cuidadosa entre
todos los factores susceptibles de ser responsables del fenómeno.
Examinar el conocimiento del sentido común es referirse, entre otros, a
las relaciones humanas, interpersonales o al descubrimiento de otras
intimidades. El ejercicio espontáneo del conocimiento vulgar, llamado
empírico, que se dirige al mundo físico, es el de los seres naturales, con
los que el hombre entra en diálogo con anterioridad a toda elaboración
científica.
Este conocimiento del mundo físico, que puede tener el hombre de la
calle, el hombre concreto en sus contactos con la vida cotidiana y metido
en una sociedad determinada, este saber ha sido tema de abundantes
discusiones entre científicos y filósofos. Unos sólo veían en él sus
limitaciones y sus radicales imperfecciones y con frecuencia lo
denigraron. Entonces olvidaban que, cuando abandonaban su laboratorio,
para reanudar su vida social, familiar o de descanso, encontraban de nuevo
espontáneamente este viejo estilo de pensamiento: "Por más que el sabio,
sostiene G. Gusdorf, como filósofo intelectualista, condene la vida
corriente, que carecería de verdad, y defienda que la verdadera vida está
en otra parte, no por eso deja de ser el habitante de la tierra de los
hombres, en la que los observatorios, los laboratorios, los gabinetes de
trabajo solamente por ficción gozan de una apariencia de
extraterritorialidad" (Traité de métaphysique, 1956).
Otros, por el contrario, filósofos tradicionales, han enlazado este
conocimiento vulgar, inclinándose a ver en él el único fundamento de un
conocimiento verdadero de las cosas. Un poco desorientados por la
matematización de la ciencia y su abstracción cada vez más profunda,
pensaban encontrar en la experiencia vulgar el confortable apoyo de una
filosofía llamada entonces el sentido común, como si esta experiencia
tuviese un carácter privilegiado y nos abriera de golpe el acceso a las
cosas. Por eso, es preciso desde un principio situar exactamente el valor
y los límites de esta manera de comprender el mundo, propia del sentido
común y de la percepción cotidiana.
Este saber del sentido común no es de suyo privilegiado con relación a
los demás. Aunque es más espontáneo que el de la ciencia, sin embargo
acarrea elementos muy diversos que lo hace ambiguo. En efecto, a pesar de
la apariencia, no es un saber virgen de toda implicación ulterior. Se
trata ya de un saber muy elaborado, que inconscientemente utiliza
representaciones complejas, de origen histórico y social y expresadas por
el lenguaje; la experiencia empírica, el sentido común del hombre de la
calle persuadido de no tener ninguna idea preconcebida, arrastra de hecho,
inconscientemente un bagaje conceptual que tiene una larga historia detrás
de él, producto de la educación, del ambiente social, etc. La sicología
moderna ha demostrado claramente la inanidad mítica del hecho puro; el
hombre más primitivo juzga cualquier acontecimiento, cualquier ser, en
función de un mundo de representaciones, sin hablar de los arquetipos
inconscientes que de vez en cuando pueden aflorar a la conciencia.
Sentimiento: En sentido genérico puede significar una forma o
tipo superior de emoción; por otra parte, toma el significado de opinión;
en tercer lugar, podemos decir que se lo considera como la fuente de las
emociones o el órgano que preside las emociones mismas y de las cuales
dependen. El uso del término encuentra justificación en una tradición
filosófica relativamente reciente, o mejor en la filosofía moderna. Pascal
utiliza las expresiones el "sentimiento", el "corazón", el "espíritu de
fineza" para indicar el principio y el órgano de las emociones. En el
siglo XIX se difunde como esquema más o menos constante la triple división
de las facultades del espíritu: conocimiento, sentimiento y voluntad;
Cousin hace corresponder a éstos los tres valores absolutos: lo Verdadero,
lo Bello y el Bien. Scheler y Heidegger reconociendo la importancia
fundamental del sentimiento lo consideran radicado en la sustancia misma
del hombre, o sea en la estructura ontológica. Finalmente Nicolai Hartmann
reconoce que el sentimiento es como la "sede primaria del darse de los
valores".
Georges-Louis Buffon (1707-1788) piensa que nuestros sentimientos,
fundamento de nuestros conocimientos humanos, no pueden darnos ideas más
que de los efectos y nunca de las causas. "No prestamos atención, dice, al
hecho de que alteramos la filosofía, desnaturalizamos su objeto, que es
conocer el cómo de las cosas, la manera como obra la naturaleza, y
sustituimos este objeto real por una idea vana, tratando de adivinar el
por qué de los hechos, el fin que ella se propone".
Marie Jean Antoine Nicolas Condorcet (1743-1794) sustituye el
sentimiento religioso por una religión del progreso de la humanidad.
Ser físico: El ser físico es un ser compuesto, no es
radicalmente simple. Más allá de todas las estructuras inteligibles
descubiertas por el sentido común o la ciencia, la reflexión metafísica
discierne una estructura aún más fundamental y radial absolutamente común
a todos los seres de la naturaleza, que consiste en una cierta
composición; ésta no consiste, sin embargo, en una separación entre dos
partes del ser que puedan existir aisladamente, sino que es una
composición de aspecto (aspectos diversos), cuyo género habrá que
precisar. En otros términos: todo individuo, toda porción de materia, no
limita a su propia individualidad la estructura específica que lo hace ser
tal más bien que tal otro. Por tanto, el principio que debe explicar que
ese individuo está separado de los demás y es aislable y localizable
singularmente, no puede ser el mismo principio que permite definir,
clasificar ese ser y decir lo que es; pues este último principio no le es
propio, está presente también en otros seres, realizado en todos ellos,
siendo así que cada uno de ellos no comparte su individualidad con los
demás.
El ser físico tiene una composición del tipo de potencia-acto; pues si
especificación formal e individualidad corresponden a principios de su
explicación, conviene precisar cómo se realiza tal composición. No es
posible concebir esos dos elementos como susceptibles de tener una
existencia propia; nunca son el uno sin el otro (y es lo que explica que
su diferenciación no sea advertida en muchas ocasiones); nunca hay un
individuo que no sea algo, que no sea tal o cual ser, que sea
absolutamente indeterminado; un ser material concreto es siempre de un
tipo de materia, posee una estructura. Los dos principios no pueden
concebirse como seres reales susceptibles de existir separados uno del
otro. No son entes de razón, creados por el espíritu para explicar a su
manera algo real situado a un nivel demasiado alejado de la percepción;
por el contrario, se descubren en todo contacto con el mundo; y todo ser
individual, que exista concretamente, sólo es pensable como resultante de
la interacción de esos dos elementos. Al ser uno más o menos universal y
el otro estrictamente individual, corresponden a algo diferente. Por esos
dos motivos habrá que decir que se trata de principios de ser, que
explican a la vez la existencia de todo ser y su inteligibilidad.
El ser potencial que da cuenta de la individuación de las estructuras
generales, de hecho, es también universal; y por tanto, siendo subyacente
a todas las determinaciones específicas posibles, por sí mismo no comporta
ninguna de éstas; no tiene estructura propia; en consecuencia, es llamado
"pura potencia" en relación a todas las formas susceptibles de ser los
"actos" de esa potencia. Sólo puede existir en una o en otra; por eso no
puede ser una realidad autónoma; es el ser en el grado más ínfimo de
consistencia, situado por Aristóteles entre la nada pura (no-ser) y el ser
real, determinado; es el ser en potencia. Su cometido es únicamente hacer
individuales todas las determinaciones específicas, sin proporcionar
ninguna él mismo. Toda determinación formal no es otra cosa que lo que la
tradición tomista llama sustancia.
La materia, así entendida (que no tiene nada que ver con lo que el
lenguaje corriente llama con ese mismo nombre), debe ser llamada materia
prima, en cuanto potencialidad abierta a toda determinación. En cambio,
esa materia, "actuada" por una forma, da un cuerpo individual de tal o
cual especie particular. Semejante ser individual, que tiene una
consistencia y un contenido real, ontológico, es entonces la sede de otras
determinaciones, accidentales éstas, que pueden variar en ciertos límites
(ejemplos: color, dureza, temperatura, etc.).
El ser físico se ofrece al conocimiento sensible por sus "accidentes"
situados al mismo nivel que él; lo importante es descubrirlos y situarlos
en sus relaciones mutuas y en su dependencia de la "substancia", a fin de
descubrir el contenido inteligible, a través y más allá de ellos; para
conseguir este fin, entre estos accidentes, la cantidad tiene una función
importante, puesto que es el primero y el más inmediatamente ligado a la
sustancia, y el soporte a la vez de los demás.
Las causas internas del ser son: la material, aquello de lo que una
cosa está hecha (con un ejemplo cómodo, en una materia segunda, será el
material en el cual se talla una estatua); la formal o forma, en el
sentido de estructura inteligible, que constituye al ser en su
especificidad; podrá ser también, de modo secundario, la forma considerada
como modelo ejemplar (en el ejemplo de la estatua será, en primer lugar,
la figura esculpida en la piedra, y en segundo lugar, la persona que ha
servido de modelo, vista la íntima relación formal entre los dos).
Ser metafísico: "El ser metafísico, afirma Jacques Maritain
(1882-1973), está realmente aquí, dice algo al sentido común; es el nervio
secreto de todo lo que él conoce de las cosas del espíritu, pero no es
aprehendido como tal... el ser como tal, a este nivel, es aprehendido
ciegamente, en un signo, en un objeto del pensamiento que es como el
vicario y la máscara del ens in quantum ens" (Sept leçons sur l'être).
El desconocimiento de la doctrina sobre la sustancia es frecuente en
algunos medios científicos (y muy competentes), que se representan el ser
metafísico como monolítico y congelado; así, por ejemplo, afirma J. Ullmo
al escribir: "El ser metafísico es o no es; no es susceptible de más o
menos" (La pensé scientifique moderne, 1958), confundiendo el vocablo
"ser", empleado como cópula verbal en una proposición y que no admite
entonces variación (es o no es), con el ser como realidad que tiene un
contenido esencialmente analógico. Así, por ejemplo, decir "el agua es
transparente" es dar al verbo ser un contenido unificador de los dos
términos (y entonces no puedo hacerlo más o menos); pero, en cambio, decir
"el ser que se llama agua es un líquido", y "el ser transparente es una
propiedad del agua" es dar al vocablo ser un contenido muy diferente; en
el primer caso, designa un cuerpo químico, en el segundo una pura
propiedad; sin embargo, en los dos casos, el verbo "es" tiene la misma
función. La confusión proviene del empleo del mismo vocablo para cumplir
dos funciones muy diferentes, una ontológica y otra lógica. Esta
confusión, vulgarizada por el neopositivismo, ha desembocado en juzgar
toda la filosofía aristotélica en función al lenguaje. Conviene estudiar
sobre el particular las luminosas páginas dedicadas por Maurice Blondel
(1861-1949) a la disociación del verbo y del nombre "ser" (L'être et les
êtres, 1935).
Seres (Multiplicidad de los): Si la doctrina hilemórfica explica
del devenir, la aparición de nuevos seres permite también explicar la
aparición de seres múltiples y variados, sea de la misma especie, sea de
especies diferentes (la palabra "especie" no hay que tomarla aquí en el
sentido de clasificación zoológica, sino en el de tipo formal que expresa
una estructura inteligible bien caracterizada).
En efecto, en el seno de la extraordinaria variedad de los seres
individuales que existen en la naturaleza, el espíritu discierne
semejanzas y diferencias; es capaz de elegir entre ellas y descubrir bajo
las variaciones individuales una estructura permanente, una estabilidad de
fondo, que le permite clasificar estos seres en una misma categoría; y se
da cuenta de que estas categorías no son simples etiquetas cómodas que
esconden su ignorancia; sabe que por una clasificación química o biológica
llega a algo real, que se expresa en la estabilidad de propiedades
específicas o de un comportamiento particular. Todo esto es explicable si
los clasificados, de este modo, realizan estructuras típicas, una
inteligibilidad propia. El filósofo afirmará que realizan todos una misma
forma, individualizada en la materia, a partir de la cual se han
constituido y que permite la multiplicación del mismo tipo formal,
encarnado y realizado en ella.
Lo mismo sucede con la multiplicidad, no ya de individuos en la misma
especie, sino de especies diferentes por sus propiedades, que sólo pueden
justificarse por una diferencia de forma; aquí se manifiesta también la
importancia de la noción de formas de seres, tipos estructurales que
revelan diferencias mucho más profundas entre individuos que pertenecen a
especies diferentes.
En todos estos casos, esa multiplicidad y diferenciación formales no
pueden provenir de un único principio homogéneo, sino de la
interpenetración de dos principios situados el uno con referencia al otro
en la relación de potencialidad y de determinación.
Ser (principios del): Los dos elementos del cuerpo físico,
materia y forma, no pueden tener una existencia aislable: la forma,
estructura inteligible del cuerpo, se da siempre encarnada en una porción
de materia, no puede ser un en-sí (un determinado grado de temperatura
sólo es concebible como propiedad de un determinado cuerpo); lo mismo
sucede con la materia; no existe jamás sin ser determinada por una forma,
puesto que el cambio consiste en la sustitución de estas formas sucesivas
que afectan a la misma materia; incluso si el cambio exige cierto tiempo
(por ejemplo, el agua que se calienta lentamente), habrá una serie
continua de formas intermedias; forma y materia no existen jamás en estado
puro; no son seres, sino solamente principios de ser; únicamente existe su
compuesto.
Todo esfuerzo de conocimiento de los seres naturales, que se expresa
por las diversas clasificaciones gracias a las que se los sitúa a los unos
respecto a los otros, presupone tal doctrina (la noción de metaloide es
diferente de la del azufre, aunque la primera pueda ser aplicada a la
segunda en un juicio afirmativo, y no viceversa). Es esencial comprender
que todo progreso, en el conocimiento de la naturaleza, supone esta
discriminación, esta repartición, que no es una simple operación lógica
(juicio "predicativo", que atribuye tal "predicado" o cualidad a un
sujeto) o una transposición ingenua del lenguaje humano a la estructura de
la realidad; se trata de la aprehensión objetiva de una realidad cuya
densidad puede variar, lo que revela precisamente el proceso de cambio y
que expresa el nivel en que se sitúa la relación materia-forma.
Signo: La doctrina del signo fue formulada por vez primera por
los estoicos, que denominaron signo en general a "lo que parece revelar
algo". Guillermo Occam (1295-1350) definió el signo como "todo lo que, una
vez aprehendido, hace conocer alguna otra cosa". Tomás Hobbes (1588-1679)
sostenía que "un signo es el acontecimiento antecedente del consiguiente;
y, por el contrario, el consiguiente el es antecedente, cuando antes han
sido observadas las mismas consecuencias. Cuanto más frecuentemente han
sido observadas, tanto menos incierto es el signo". David Hilbert
(1862-1943) afirma que "en el principio era el signo".
Según se refiera al objeto inmediato, el signo puede ser: de una
cualidad, de un ente, o de una ley. Y refiriéndose a su intérprete, el
signo puede ser: un rema, un dicente o un argumento, o sea un término, una
proposición o un razonamiento. Una clasificación de los signos un tanto
articulada es la de Charles Morris (1001-?) que distingue: los
identificadores, que significan la localización en el espacio y en el
tiempo; los designadores, que significan las características del ambiente;
los apreciadores, que significan un status preferencial; y los
prescriptores, que significan el requerimiento de respuestas específicas.
Ferdinand de Saussure (1857-1913) estima que la "lengua es un sistema
de signos que expresan ideas, y por tanto se puede confrontar con la
escritura, con el alfabeto de los sordomudos, con los ritos simbólicos,
con las formas de cortesía, con los símbolos militares, etc. Esta es
simplemente el más importante de dichos sistemas. Así pues, se puede
concebir una ciencia que estudia la vida de los signos en el marco de la
vida social y, en consecuencia, de la sicología general" (Cours de
linguistique générale, 1916).
Silogismo: originariamente significa cálculo y Platón lo empleó
como razonamiento en general; Aristóteles identifica el silogismo como el
tipo perfecto de razonamiento deductivo y lo define como "un discurso en
el cual, puestas unas cosas, otras resultan necesariamente". Así puede
razonarse: "Todos los hombres son animales; todos los animales son
mortales; por lo tanto, todos los hombres son mortales". A partir de
Teofrasto (372-288 a.C.), los aristotélicos tradujeron a los esquemas
aristotélicos los razonamientos anapodícticos de los estoicos, agregando
al silogismo categórico aristotélico, como otras especies de silogismo, el
hipotético y el disyuntivo. La doctrina del silogismo pasó a la filosofía
occidental por obra de Boecio que inspiró a los autores posteriores.
George Boole (1815-1864) intentó cuestionar la validez y utilidad del
silogismo.
En los tiempos modernos vivamente se ha reprochado a Aristóteles el que
abuse de la lógica del silogismo, olvidando la parte que en su método
ocupa la inducción, todavía en sus comienzos, y que él no explotó lo
suficiente: "entre el intelectualismo inadaptado de los unos (los
eleatas), afirma R. Lenoble, y el sensualismo perezoso de los otros (los
escépticos), él se gana el mérito singular de crear una razón ya
organizadora y capaz de establecer los primeros principios de una ciencia
socialmente útil, al empezar a poner en la diversidad de las apariencias
el orden de las ideas. La ciencia ha concebido después otras ideas y un
orden más exacto: la historia debe poner en evidencia cuanto de
revolucionario y de fecundo tenían las primeras tentativas" (Origine de la
pensée scientifique moderne, Histoire de la science, 1957).
La forma sencilla de silogismo categórico es el silogismo constituido
por dos premisas y una conclusión. La conveniencia entre sujeto (S) y
predicado (P) se infiere de que tanto el primero como el segundo se
identifican con un término medio (M) común. Esta identidad se expresa en
las premisas (mayor y menor). Por ejemplo:
M - P
S - M
S - P
Las reglas de la consecuencia en el silogismo categórico fluyen de su
naturaleza. Las más importantes de ellas son: 1ra. M debe tomarse por lo
menos una vez en toda su extensión. 2da. La extensión de S y P en la
conclusión no puede ser mayor que en las premisas, debiendo tenerse en
cuenta para tal efecto que un concepto negado tiene extensión ilimitada.
De la diversa posición de M resultan las distintas figuras del silogismo,
y de las diferentes combinaciones de cantidad y cualidad de las
proposiciones (designadas en las letras A (universal afirmativa), E
(universal negativa), Y (particular afirmativa), O (particular negativa),
los modos silogísticos.
Síntesis inductiva: La "síntesis inductiva" es la fórmula
propuesta por el físico Jean-Louis Destouches (1909-?) y precisada por D.
Dubarle (Problèmes de la philosophie des sciences, 1949) para expresar el
proceso mediante el cual genéticamente el espíritu elabora el ente
científico con el dato empírico. Se dice síntesis para expresar la
aportación racional independiente de la experiencia y ligada al grado de
evolución del espíritu científico; inductiva para señalar el origen
experimental del proceso que estructura una realidad susceptible de serlo.
Pues, con tal expresión se designa un verdadero diálogo; un diálogo que
supone, en principio, una cierta correspondencia, una posibilidad de
comunicación. Y puesto que el éxito de la ciencia nos muestra que ese
diálogo es posible y rentable, eso es justamente señal de que hay una
cierta correspondencia y comunicación. La naturaleza se revela como
descifrable; el hombre puede llegar a "desentrañarla". Es lo que afirman
las siguientes palabras de Jean Ladrière (1921-?) "... el mundo está en la
conciencia y la conciencia en el mundo; no solamente hay armonía
preestablecida, misteriosa y providencial, correspondencia entre dos
términos paralelos, sino interioridad recíproca, circumincesión, paso
perpetuo del uno al otro. Todo sucede como si la conciencia poseyese en
ella, de antemano, las estructuras objetivas que el rodeo de la
experiencia le hará recuperar progresivamente, y como si el mundo
estuviese de antemano penetrado todo él de las categorías de la
conciencia, dispuesto a dejarse mirar por su iniciativa efectiva" (La
philosophie des mathématiques et le problème du formalisme, en la Revista
Filosófica de Lovaina, 1959)
Socialización: Proceso creciente de interdependencia a nivel
institucional, de valores e ideas. El término socialización designa el
extraordinario aumento de los vínculos sociales que hacen a todos los
hombres cada vez más solidarios: "uno de los rasgos característicos de
nuestra época es, sin duda alguna, la socialización: esas
interdependencias, cada día más numerosas, que han acarreado a la vida y a
la acción de los hombres múltiples formas de vínculos sociales..." (Juan
XXIII en Mater et magistra, n. 59); "piénsese, por ejemplo, afirma
Jean-Marie Aubert, en las innumerables interacciones humanas que supone la
fabricación del menor objeto de uso corriente, desde el estadio de la
producción de la materia prima hasta su distribución última; cada una de
las participaciones humanas, de la más humilde a la más importante,
depende de múltiples redes de otras colaboraciones que la hacen posible;
las interacciones son entonces en número ilimitado y constituyen una
solidaridad de hecho que expresa el poder de esta tendencia humana
fundamental; llegada al estado actual de interdependencia generalizada,
constituye el fenómeno de la socialización" (Ley de Dios, leyes de los
hombres, "El misterio Cristiano, 1969). "La ciencia y la técnica
científica aparecen como el primer valor tangiblemente ecuménico del
pensamiento y de la existencia del hombre" (Prólogo a J L. Cottier, en La
technocratie, nouveau pouvoir, 1959).
Sociedad: El siglo XVIII no solamente planteó y en cierta medida
elucidó los problemas que conciernen al origen, la naturaleza y las leyes
del desenvolvimiento de las sociedades humanas como especies naturales,
sino que, siguiendo en esto el camino abierto por John Locke (1632-1704),
se aplicó a escrutar, por un análisis exacto y gracias tan solo a los
recursos de la experiencia interna, los fundamentos, la extensión y la
certeza de nuestros conocimientos, refiriéndolos constantemente a su
origen, a su naturaleza y a su desenvolvimiento en el espíritu humano, sin
preocuparse de las cosas que nuestra sonda no puede alcanzar y que exceden
las posibilidades del entendimiento.
J. J. Rousseau (1712-1778) muestra que la sociedad condenó al hombre al
fracaso, a la desgracia y al vicio, por las desigualdades que consagra y
la servidumbre que engendra, pues "todo está bien al salir de las manos
del Autor de las cosas, pero que todo degenera en las manos del hombre";
es preciso, pues, volver a la naturaleza y seguirla, hacer una llamada en
el individuo al sentimiento de su existencia, del existir o del ser y
escuchar la voz de la conciencia, que es nuestro único guía seguro.
Sol: En el cuarto capítulo de la Astronomia nova, Kepler
describe el Sol como el "único cuerpo apto, en virtud de su dignidad y
potencia (para mover los planetas en sus órbitas), y digno de convertirse
en morada del mismo Dios, por no decir el primer motor". En el Epitome
astronomiae copernicanae leemos lo siguiente: "El Sol es el cuerpo más
hermoso; en cierta manera, es el ojo del mundo. En tanto que fuente de la
luz o fanal resplandeciente, adorna, pinta y embellece los demás cuerpos
del mundo ... En lo que respecta al calor, el Sol es el hogar del mundo,
que sirve para calentar los globos existentes en el espacio intermedio ...
En lo que respecta al movimiento, el Sol es la causa primera del
movimiento de los planetas, el primer motor del universo, a causa de su
propio cuerpo".
Sordomudos: Juan Wallis (1616-1703) fue uno de los creadores de
la enseñanza de los sordomudos.
Subdesarrollo: En la teoría de la dependencia, el
subdesarrollado es una estructura de dominación y una historia de
dependencia que explica las condiciones de atraso de Latinoamérica y otros
continentes.
Subjetivismo: En el contexto de la teoría de los cuantos, se
comprende que no ha lugar hablar de subjetivismo con respecto a la
incertidumbre. Habría subjetivismo si el espíritu del investigador quedara
cortado en la realidad, la cual no sería sino una proyección inconsciente
del mismo, ilusionándole acerca de la objetividad de lo que mide. Aquí, el
hombre de ciencia, a través de la abstracción y de la incertidumbre de sus
conclusiones, no se hace ilusiones. Tiene plena conciencia de conseguir el
último conocimiento objetivo que está al alcance de sus medios; sin hablar
del descubrimiento de invariantes universales absolutas, que expresan un
aspecto muy objetivo de la realidad (invariancia de la velocidad de la
luz, cuantos de acción de Max Planck '1858-1947, etc.), sabe que la
realidad observada es todo un complejo resultante de dos datos plenamente
objetivos, el fenómeno mismo tal como puede existir en sí, y la técnica de
observación que infiere con él, ofreciéndose los dos indisolublemente
ligados a su esfuerzo de comprensión.
Superestructura: Hace relación al nivel de las ideologías y las
instituciones jurídico-políticas. Término empleado por Karl Marx
(1818-1883) para designar en general la ideología de una sociedad.
Sustancia: La idea general que domina toda la cuestión es la
idea (grata a Aristóteles y a santo Tomás) de la extraordinaria variedad
de los grados de los seres, en realidad de contenido y densidad
ontológicos; unos no necesitan de ningún ser para existir, y los otros
sólo son propiedades o modalidades que afectan a los primeros y que van de
la cantidad o la relación hasta modos de ser tan fugaces y efímeros como
la posición en el espacio. La idea de sustancia quiere significar
simplemente que hay un nivel radical del ser que no puede ser eliminado,
fundamento de todo conocimiento cierto.
El vocablo de sustancia es el que en la historia de la filosofía ha
suscitado muchas discusiones e incomprensiones; unos, defensores de la
idea de sustancia, frecuentemente la han endurecido, la han concebido
demasiado en función de la sustancia humana, olvidando el carácter
esencialmente analógico de esa noción, reflejo de la analogía del ser;
otros, adversarios de esa idea (casi todos los modernos), se constituyen
en reacción contra los excesos precedentes y parten de una verdadera
caricatura de la doctrina de la sustancia.
Pero antes de centrar la noción de sustancia, anotemos aquello que no
es la sustancia:
1) No es una realidad oculta bajo las apariencias. La sustancia no es
otra realidad misteriosa y subyacente que existe separadamente de los
"accidentes" que la manifiestan. No es una realidad nueva por alcanzar en
una cosa o en un fenómeno ya conocido por otra parte; no es una realidad
oculta que escaparía en sí al alcance del físico y de su técnica. Si se
puede decir que la sustancia es algo escondido u oculto, es únicamente
porque sólo la inteligencia la descubre en la única realidad revelada por
los sentidos. Es ante todo una nueva formalidad, un nuevo significado de
ser por percibir en la única realidad que es conocida. La cuestión no es
preguntarse si hay una sustancia en tal o cual cuerpo físico (eso no tiene
ningún sentido), sino si ese cuerpo es una sustancia, lo cual es
enteramente distinto.
2) Se dice que la sustancia es una realidad analógica. Es otra
tendencia a extrapolar a todas las sustancias la noción de sustancia
humana, con su consistencia, su autonomía, su autoconservación en el ser.
No olvidemos que, entre todos los seres naturales, el hombre en cuanto
sustancia realiza esa noción en un grado eminente y único; por eso hay el
peligro de que, para hacer más comprensible la idea de sustancia, se parta
de su modo de realización en el hombre, lo cual es un procedimiento
pedagógico (predilecto, a veces, para algunos autores de manuales) por lo
menos dudoso. Cuando se piensa que la noción de sustancia es aplicable
tanto a Dios como al ser material más ínfimo, se debe estar advertido del
carácter profundamente analógico de esa idea. Y así, si se quiere dar una
definición exacta de ella, conviene partir de su característica, que debe
reconocerse en todas partes, a todos los grados de los seres, y no
solamente en el hombre por ejemplo, y hacerlo cuidando muy bien de
salvaguardar la analogía que esa característica debe revestir.
3) La sustancia no es necesariamente substrato ni permanencia. La
noción trascendental de sustancia (= aplicable a todo ser) no incluye
obligatoriamente: a) la idea de substrato, de soporte o de sujeto de otras
realidades que son los accidentes (en Dios la idea de sustancia no cumple
este cometido, pues tiene accidentes); inversamente, la idea de soporte de
accidentes no es propia de la sustancia, por ejemplo, la cantidad es el
soporte de las cualidades sensibles (un cuerpo tiene color porque es
extenso), pero no por eso es una sustancia. b) la idea de permanencia, de
estabilidad inmutable (los átomos de Demócrito). La sustancia no es
forzosamente una realidad que permanece igual bajo los cambios. Esa es una
de las graves confusiones y caricaturas de la sustancia, y ha motivado el
repudio de ésta en los tiempos modernos. Cuando se sabe que el
hilemorfismo hizo del cambio sustancial el punto de partida de su
dialéctica, se comprende que la sustancia no es contradictoria con el
cambio ni con un devenir incluso perpetuo: el pensamiento aristotélico
estaba persuadido de que todo cambiaba, hasta el punto de hacer del ser
cambiante (ens movile) el objeto mismo de la filosofía de la naturaleza.
Por ello Tomás de Aquino afirmó: "Puesto que todo lo material es
cambiante, el cambio es el sujeto de la filosofía natural" (Comentario de
la Física, I, lección 1). La sustancia corporal es modificada
intrínsecamente no sólo por los cambios esenciales, sino incluso por los
accidentales. Y en el mismo orden de las ideas, la noción de sustancia no
comporta de suyo la de inercia o la de inmovilismo; por el contrario,
puede ser foco de acción y fuente de dinamismo. "Rechazo un yo cosa,
afirmaba A.D. Sertillanges, es decir, un yo inmóvil, y de un modo general
una sustancia soporte, inerte e indefinible. Pero definir la sustancia y
el yo por su movilidad misma no es negarlos, al igual que los temas de una
sinfonía, que son también una movilidad esencial" (Avec Henri Bergson,
1941).
4) La sustancia rechazada por la ciencia moderna no es más que una
caricatura de la verdadera noción de sustancia. La idea de Demócrito (los
átomos son el substrato de los cuerpos y cambios, sustancia inmutable),
recogida por Descartes y en otra forma por Leibniz (las mónadas son las
sustancias que constituyen la realidad) es la idea que desde Heráclito ha
provocado las reacciones contra la idea de sustancia identificada a la de
substrato permanente y oculto. El ataque corrió primero a cargo de Hume
(las sensaciones son la única realidad) y después del neopositivismo de
Mach y el Círculo de Viena. Desde allí la negación de sustancia se
convirtió en algo común; para unos (los positivistas) es una negación
radical de orden filosófico, para otros más lúcidos (Gaston Bachelard
'1884-1962') es más bien el afán de rechazar una idea (la de substrato, de
"cosa") que es un obstáculo para el progreso científico.
A pesar de todo, debemos sustentar que la sustancia implica
esencialmente independencia y suficiencia del ser. No es una noción pasada
de moda y desalojada del mundo material por el progreso científico,
conserva su pleno valor cuando es definida por su característica esencial.
El ser subsistente es aquel que no necesita de otro para existir. La idea
que tradicionalmente expresa lo que es la sustancia es: independencia y
suficiencia en el orden de la esencia (la definición misma del ser) y en
el orden de la existencia. Un ser es llamado subsistente cuando no tiene
necesidad de otro para existir. Tal independencia no concierne más que al
ser en cuanto existente, lo que no implica que no necesite de otro para
nacer, para explicar su origen; ni quiere decir que el ser sustancial sea
una especie de bloque errático, encerrado en su aislamiento: puede tener
una permanente necesidad de otros seres, que le proporcionan los
materiales y las condiciones de su permanencia en el ser, a condición de
que presente una real unidad.
Además, la sustancia es descubierta solamente por un esfuerzo
intelectual; es una nueva formalidad de lo real, una inteligibilidad más
profunda, que el pensamiento discierne en el seno de los fenómenos. Sólo
la inteligencia humana puede hacerlo, y no descubriendo la existencia de
una nueva realidad, sino descubriendo un semblante del ser, una formalidad
única de lo real: la de su independencia en el modo de ser. Pues, si la
sustancia escapa al conocimiento sensible, es sin embargo descubierta en
la realidad percibida por nuestros sentidos, es en ella inteligible en
potencia.
Un ser, o bien existe por sí mismo, sin necesitar de otro ser como
sujeto de inhesión, o bien no se basta a sí mismo y entonces dice
referencia a otra realidad, para ser definido y para existir. La
alternativa así enunciada es propiamente disyuntiva. En los dos casos nos
encontramos con el concepto de sustancia; en el primero, es el mismo ser
en cuestión el que la realiza, en el otro es la realidad exigida por la
insuficiencia, detectada en el ser que necesita de otro para existir; ese
otro es llamado entonces sustancia. La idea de sustancia no puede ser
despejada ni rechazada por nadie, pues es lo que se concibe sin que para
eso haya que apelar a otra cosa que no sea ella.
Quienes rechazan esto no lo hacen sino porque tienen una idea diferente
de la sustancia partiendo de una idea falsa. Lo que es combatido es
generalmente la idea de una sustancia concebida como un substrato
absolutamente permanente y estable, y lo que es rechazado entonces no es
la sustancia aristotélica y tomista, sino lo que corresponde a la idea de
sustancia que sirve de base a la doctrina atomística de Demócrito.
El carácter inalienable de la sustancia se revela en el simple hecho de
que incluso aquellos que no admiten más que una realidad fluyente (devenir
perpetuo) atribuyen de hecho a esa realidad la verdadera noción de
sustancia. En resumen, la sustancialidad de una realidad cualquiera se
afirma por el simple hecho de que le es negada a esa realidad: su negación
sólo puede ser verbal. Por tanto, la inmensa multitud de los adversarios
de la sustancia (de Heráclito a Bergson o Bachelard) no pueden rechazar la
idea trascendental de sustancia precisada aquí, sino la noción de
"substrato" más o menos inmóvil o estático, que es enteramente distinta.
Sustancia y accidentes: Si la mutabilidad temporal constituye el
meollo de la sustancia corporal, no es tan sólo para señalar su aparición
y su desaparición (generación-corrupción) mediante la renovación de la
forma sustancia; la mutabilidad afecta a la sustancia en la permanencia
misma de su ser temporal, en la realización progresiva de su forma propia
en el curso del tiempo. Pues los cambios que sufre un ser en el curso del
tiempo, lejos de aniquilar ese ser y su unidad, manifiestan su dinamismo,
sus reacciones frente al medio cósmico ambiente, etc.
El concebir sustancia y accidente como dos realidades diferentes, como
dos seres distintos, uno de los cuales estaba oculto y era invisible, y el
otro era sensible y cambiante, es una verdadera falsificación de la
doctrina aristotélica y tomista, y ello es una de las principales causas
del rechazo de la idea de sustancia. La sustancia y su accidente no pueden
consistir entonces en realidades existenciales distintas; no son dos cosas
individualmente aislables; los accidentes constituyen con la sustancia una
única realidad, aunque sean distintos como modalidades del ser; los
accidentes son entes que no tienen ninguna suficiencia o independencia,
sólo pueden existir inherentes al ente de la sustancia.
El accidente no es ente sino por participación del de la sustancia; no
es ser sino secundariamente y no de modo primario y simpliciter como la
sustancia; es ens entis, ente de un ser que en él se manifiesta. Los
accidentes particularizan la sustancia; ponen de relieve su aspecto
individualizado; permiten una medida y un conocimiento precisos del ser
corporal. En suma: si la medida de la variación accidental es cuestión de
ciencia, no se puede olvidar que la realidad a que concierne la medida
linda con la sustancia, y por tanto interesa al metafísico.
Sustancia y fenómeno físico: Algunos filósofos se han visto
tentados a reconocer la oposición fenómeno-noumeno (la cosa en sí) en la
oposición de fenómenos a sustancia: los primeros serían los accidentes, y
la segunda las manifestaciones de lo verdadero real. Semejante dicotomía y
oposición (frecuente en algunos autores que se creen tradicionales) no
tiene nada que ver con la doctrina tomista de la sustancia, y ha
contribuido al descrédito moderno que ha caído sobre la idea misma de
sustancia, como idea inútil (pues, concebida así, efectivamente es
inútil).
El fenómeno físico no es la manifestación de una realidad otra, oculta
en alguna parte; no es otro que esa misma realidad en tanto en cuanto
actúa y se manifiesta. El fenómeno no es, pues, solamente lo que es
accesible a los sentidos (o a los instrumentos), sino también, a través de
ellos, es objeto de la mirada intelectual capaz de leer en él la
sustancia. Es toda la realidad entregándose en bloque a los dos niveles
del conocimiento: inmediata y directamente al conocimiento por los
sentidos (sensibile per se), y mediatamente al conocimiento por la
inteligencia, el cual puede discernir y pensar aparte la sustancia que
está presente confusamente en el fenómeno (la sustancia es entonces
sensible per accidens).
Por tanto, lo que el espíritu alcanza de modo primario y fundamental,
en toda experiencia vulgar o científica, es la realidad global,
existencial y concreta, es decir, ante todo ens simpliciter, la sustancia
a través de sus manifestaciones accidentales. Entonces se comprende que el
concepto de sustancia presente un carácter inalienable incluso al nivel
del fenómeno estudiado por la ciencia. Ciertamente, desde una perspectiva
científica, se podrá juzgar que esta doctrina no presenta ningún interés,
pues no aporta ninguna ayuda-solución de los problemas de la ciencia. Y
efectivamente no puede aportarla, pues se sitúa en un plano diferente; y
sobre todo es esencial comprender que la introducción de la idea de
sustancia en el dominio físico no constituye una novedad; con ello la
filosofía no hace más que explicitar una realidad necesariamente implicada
en toda afirmación científica y todo conocimiento de la naturaleza; todo
acontecimiento o fenómeno supone la existencia de una realidad existente
en sí y no en otra, es decir, la sustancia.
En tal perspectiva, es fácil ver que la noción de sustancia, aplicada
al mundo físico, no tiene absolutamente nada de contradictorio con el
espíritu y la enseñanza de la ciencia; lo que ésta rechaza en nuestros
días con el nombre de sustancia, como cuerpo extraño a su desarrollo, es
la falsa noción nacida de Demócrito y vulgarizada por Descartes e
introducida después en toda la ciencia clásica; también la filosofía de
Aristóteles y de santo Tomás repudia esta noción. Y entonces, lo esencial
es no quedarse en un estadio de negación purificadora, sino devolver a la
idea de sustancia su verdadero contenido, expresión de la realidad
elemental y fundamental que es la base de toda experiencia y de toda
comprensión del mundo.
Sustancia y temporalidad: Dando una definición muy general de
sustancia, correspondiente a su naturaleza trascendental, aplicable a
todas las sustancias, tanto espirituales como corporales, vivientes o no;
es importante partir de esa noción fundamental, pues es esencialmente
analógica y está llamada a ser "contraída" a los diversos niveles de los
seres. Por lo que debe verse cómo se realiza, se determina y se precisa
esa idea analógica de sustancia en el mundo físico. ¿Cuál es la modalidad
de su realización propia de este mundo? No ocultamos que el problema
presenta numerosas dificultades; aunque aquí sólo podremos tratar
brevemente, resumiendo la enseñanza tradicional (pero haciendo notar que
ésta, en muchas ocasiones, ha sido más o menos edulcorada en este punto,
por miedo a brindar argumentos al evolucionismo materialista).
Importa subrayar aquí la actualidad de este problema. En efecto, una de
las componentes del espíritu moderno es ciertamente la introducción del
factor tiempo en la comprensión de la naturaleza; es decir, que la
movilidad de la naturaleza, su historicidad, su temporalidad, son nociones
familiares a un espíritu moderno. En particular el existencialismo (y
sobre todo en Heidegger) ha hecho de ello el rasgo constitutivo y esencial
del mundo. El materialismo dialéctico marxista, aunque en otra forma
(hegeliana), ha situado la evolución dialéctica del mundo en el centro
mismo de la idea que él se hace de éste. Ahora bien, tal movimiento de
idea, ¿no parece contradecir la enseñanza propuesta acerca de sustancia?.
Digamos en seguida que a primera vista lo parecería si se hiciese de la
sustancia una idea "inmovilista", como por ejemplo la de Descartes. Por
eso, cosa extraña, es innegable que los excesos del pensamiento moderno en
materia de movilidad y de evolucionismo generalizados (y muy a menudo
materialistas y monistas) han desencadenado una reacción opuesta, también
excesiva, por parte de los representantes del espiritualismo tradicional,
quienes entonces se hallan de acuerdo con el mecanicismo nacido de
Descartes, para repudiar una evolución monopolizada por el materialismo;
lo triste es que ese acuerdo se hizo generalmente sobre la base,
indefendible, de una noción de sustancia (substrato permanente e inmóvil)
heredada más de Demócrito que de Aristóteles.
Ahora bien, ¿cuál era, a tal respecto, la posición de Aristóteles y de
toda la escuela tomista?. En otros términos: ¿cómo se manifiesta la noción
de sustancia en el mundo físico? ¿Cómo se contrae en la naturaleza la idea
trascendental de sustancia (independencia en la existencia)?.
La sustancia corporal se realiza en la movilidad temporal. Aquí se
trata, esencialmente, de las sustancias corporales de los seres vivientes
o no; por tanto, esta tesis no concierne fundamentalmente a la sustancia
espiritual que es el alma humana; ahora bien, como ésta es fuente de la
unidad humana, unidad de persona, el ser humano, en su carácter específico
de ser espiritual, escapa a esa movilidad. Sin embargo, ésta le afecta
indirectamente, pero sin acarrear mutación radical, en cuanto ser
corporal, inserto dentro de un marco geográfico, de un medio físico. No
deja de ser cierto, también, que la temporalidad marca profundamente al
hombre (está expresada por su progreso en el curso de la historia, por el
avance de las civilizaciones, etc.), pero de un modo esencialmente
diferente que para los seres puramente materiales.
Precisado esto, la respuesta de la doctrina tomista a nuestro problema
es clara: la propiedad más fundamental del ser corporal es su movilidad,
su capacidad de cambio; tal es, incluso, su definición más clásica: ens
movile, ser cambiante. Fue este hecho el que dirigió toda la problemática
de Aristóteles; y los descubrimientos modernos acerca de su amplitud no
han hecho más que prolongar esta intuición básica, y por tanto no tienen
nada que deba chocar a un espíritu que pretenda ser respetuoso de la
tradición; pues, de hecho, la verdadera tradición no está en el
inmovilismo, que es un reflejo del mecanicismo cartesiano, sino más bien
en la apertura de espíritu a la idea de cambio en la naturaleza. Y no se
invoque el hecho de que la materia prima de Aristóteles instaura una
permanencia oculta en los cambios; eso sería olvidar que la materia prima
no es un ser, no es una realidad aislable y determinada, sino solamente
principio de ser. E incluso al contrario: su radical potencialidad la hace
receptiva de los cambios más profundos y más variados que la ciencia puede
descubrir; no es una materia en el sentido actual del término (= materia
segunda ya determinada), sino una potencialidad siempre susceptible de
cambiar de forma. Y la noción de sustancia, lejos de oponerse a esa
mutabilidad, es receptiva de ella, tanto como la materia prima, que es
principio de la misma (pues la sustancia es el ser resultante de una
actuación de la materia prima).
Tal movilidad se llama temporal, pues todo ser corporal, que está
sometido a los cambios, no realiza su "ser", su estructura inteligible,
sino en el seno mismo de esos cambios, que aportan algo positivo (la
perfección del ser). El ser corporal se realiza así en la sucesión
temporal y en las mutaciones que le afectan; no le corresponde, como al
ser espiritual, poseerse a sí mismo totalmente y en acto fuera de un
proceso temporal (de lo contrario, estaría en la eternidad). Tiene, pues,
una unidad temporal. Eso no quiere decir que el ser temporal se reduzca a
esas mutaciones y esos procesos (tal es la idea de Heráclito), sino que se
realiza en su plenitud a través de ellos; es decir, que esos cambios
suponen un elemento formal e inteligible, una estructura, de la que ellos
son realización progresiva, por etapas positivas. En resumen, la doctrina
tomista es receptiva, a más no poder, de la idea moderna de temporalidad,
siempre que ésta se sitúe en el contexto hilemórfico de la sustancia. Pues
según J. P. Sartre "la temporalidad es, evidentemente, una estructura
organizada y esos tres pretendidos "elementos" del tiempo: pasado,
presente y futuro no deben encararse como una colección de 'data' cuya
suma haya de efectuarse, por ejemplo, como una serie infinita de "ahoras",
de los cuales unos no son aún y otros no son ya, sino como momentos
estructurales de una existencia concreta" (El Ser y la Nada, 1970)
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