Obviamente,
las sorpresas no habían acabado aún. Una vez trasladado todo
el material clasificado quedaba la incertidumbre de lo que
se iba a encontrar tras la puerta sellada. Unas veinte
personas, entre altos cargos del gobierno, profesores y
estudiosos, acudieron a presenciar la apertura de la cámara
que comunicaba con el sepulcro. Carter estaba visiblemente
emocionado ante esta última etapa de la investigación.
Cuando abrieran esa puerta penetrarían en una estancia que
había permanecido cerrada durante tres mil años.
Para abrirla primero abrieron un pequeño boquete en el que
Carter y dos personas más siguieron trabajando por un largo
rato, ya que las piedras que rodeaban la puerta eran muy
grandes y de tamaños irregulares, y la amenaza de que alguna
de ellas cayera y dañara algo al otro lado les impedía
trabajar más rápido. Cuando hubieron sacado unas cuantas de
estas grandes piedras descubrieron la auténtica cámara
funeraria del faraón, que llenaba casi por completo un
inmenso sepulcro dorado que cubría y protegía el sarcófago.
La estructura era enorme, cinco metros por tres y casi otros
tres de altura, y estaba bañada enteramente en oro, con
paneles laterales que contenían incrustaciones de cerámica
brillantes con símbolos mágicos. Las paredes de la sala
estaban decoradas con pinturas muy llamativas y ejecutadas
con algo de prisa, como si el funeral hubiera pillado a los
pintores por sorpresa.
Cuando abrieron los pasadores del sepulcro y retiraron sus
puertas vieron que en interior había otro sepulcro de
puertas muy parecidas, cerradas también con pasadores, pero
con los sellos intactos. Al contemplar los sellos,
decidieron volver a cerrar las puertas para evitar dañar
innecesariamente el sepulcro y seguir investigando el resto
de la cámara. Descubrieron una puerta pequeña, abierta y sin
sellos, que daba a una estancia de reducidas dimensiones,
donde estaban concentrados los mayores tesoros de toda la
tumba. Carter quedó totalmente asombrado de la belleza y
magnificencia de los objetos que se presentaban ante sus
ojos. Lo primero que les despertó admiración fue un gran
arca dorada en forma de sepulcro, cuya cornisa soportaba a
las cobras sagradas. Alrededor del arca las estatuas de las
cuatro diosas tutelares de los muertos, guardando el cofre
canope, uno de los elementos más importantes en el ritual de
la momificación. Otras estatuas y objetos se repartían por
la estancia, como la figura del dios chacal Anubis, o del
propio faraón Tut Ankh Amon.
Durante la etapa en la que el equipo de investigación se
encargaban de estudiar la cámara mortuoria ocurrieron dos
hechos de trascendental importancia. El primero, los
disturbios contra europeos en todo Egipto, particularmente
en El Cairo, que en aquella época se hallaba bajo influencia
inglesa. El segundo, la muerte de Lord Carnavorn el 6 de
abril de 1923, pocos meses después del descubrimiento de la
tumba y antes de la temporada invernal en la que se abrieron
los sepulcros del faraón. La muerte de este mecenas y
entusiasta de la arqueología egipcia se produjo tras el
envenenamiento provocado por una picadura de mosquito, que
afectó a su ya de por sí delicada salud y que contribuyó la
difusión de la leyenda sobre una posible maldición sobre
quienes habían participado en la apertura de la tumba.
Los disturbios se calmaron, y cuando se reanudaron los
trabajos, la temporada invernal de 1923, se siguieron
abriendo los sepulcros empezando por el intermedio, que dio
paso al último de ellos. Éste era, probablemente, el más
bello ataúd que hayan contemplado jamás ojos humanos,
fabricado en oro macizo de 3 mm de espesor y que contaba con
una representación de Tut Ankh Amon con el báculo y el mayal
sobre el pecho, igual que en el segundo sepulcro. Solo este
ataúd pesaba más de 100 kilos.
Fue el 28 de octubre cuando se levantó, por fin, la tapa del
ataúd que les mostraría el rostro momificado del joven
faraón. La momia estaba rodeada de algunos objetos de gran
valor, la mayoría joyas personales: brazaletes, pectorales,
collares, gargantillas, pulseras… Cuando se hubieron
extraído los objetos del ataúd se procedió a un primer
estudio de la momia, realizado por los profesores Elliot
Smith, Douglas E. Derry y Salh Bey Hamdi, que constataron
que al ser una tumba no profanada y en la que los ungüentos
habían actuado durante 3000 años, los tejidos se habían
deteriorado más que en anteriores descubrimientos. Se han
escrito muchas teorías acerca de las causas de la muerte del
faraón, sobre todo por su juventud y a partir de que un
análisis mediante escáner descubriera una fractura de
cráneo, lo que ocasionó numerosas especulaciones sobre un
asesinato presuntamente provocado por un fuerte golpe. Aún
hoy las teorías siguen siendo varias, y mientras en algunos
lados se lee que Tut Ankh Amon podía padecer de un tumor que
provocara las lesiones, en otros lugares se duda de elo y se
cree que esa fractura pudo ocasionarse durante el proceso de
momificación o, incluso, en el curso de la investigación de
la momia por los colaboradores del propio Howard Carter. Sea
como sea, lo cierto es que la vida y la muerte del faraón
más famoso de Egipto, pese a su juventud y corto reinado,
sigue siendo un absoluto misterio. Las 2099 piezas
encontradas en la tumba del Valle de los Reyes, y que se
encuentran desde entonces en el Museo de El Cairo, son lo
único que pueden hablarnos de él. Tal vez el tiempo y los
avances tecnológicos puedan decirnos más cosas, pero lo que
es cierto es que el misterio y las leyendas que rodean la
historia de este rey no desaparecerán fácilmente.
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