Tras
aquella puerta sellada por la que Carter se había asomado
alumbrado únicamente por la luz tenue de una vela se hallaba
una habitación repleta de objetos, algunos ya conocidos y
otros muy distintos a los que se conocían hasta entonces del
arte egipcio. La mayoría de objetos estaban apilados unos
sobre otro, desordenadamente, lo que dificultaba la
observación de los mismos. Pero entre todos destacaban, por
su tamaño y belleza, tres grandes lechos funerarios de color
dorado adornados con elaboradas esculturas de animales
míticos y semimonstruosos y dos estatuas de color negro de
un mismo rey, enfrentadas la una a la otra, como si se
tratara de centinelas que hicieran la guardia frente a la
puerta, ataviadas con sandalias de oro, una maza, una vara y
la cobra sagrada sobre cada una de sus frentes.
Además de estas impresionantes estatuas y los lechos había
otros objetos igualmente bellos y valiosos, entremezclados
entre sí: cofres, jarrones, relicarios, ramos de flores y
hojas, camas, sillas, copas de alabastro con forma de loto,
carros con incrustaciones de oro y piedras preciosas, y
muchas otras maravillas. Tras todos estos objetos, otra
efigie de rey.
Carter y Lord Carnarbon se percataron de que aquella
habitación debía ser una especie de antecámara y que debía
haber otras cámaras tras la puerta guardada por los dos
centinelas negros. Tras la alegría inicial del
descubrimiento, la visión del desorden y la riqueza de esta
antecámara los dejó a los tres, incluida Evelyn Harbert, un
poco sorprendidos y confusos, y sus opiniones sobre lo
hallado diferían en muchos aspectos, así que decidieron
cerrar de nuevo la cámara y dejar la entrada con vigilancia
hasta decidir que método seguir para seguir avanzando en los
descubrimientos hechos hasta el momento.
Una de las primeras medidas que tomaron fue tender cables
eléctricos para tener una mejor iluminación, y de esa forma
pudieron tomar notas de los sellos grabados en la puerta
interior y deshacer el bloqueo. Cuando pudieron entrar a la
antecámara con la luz eléctrica vieron mucho mejor los
objetos que allí se hallaban, y también descubrieron un
agujero en la puerta que antes les había pasado
desapercibido, lo que les hizo volver de nuevo a la idea de
los saqueadores. Cuando vieron todos los objetos
desordenados de la sala se dieron cuenta de que no podían
mover nada hasta que no se hubiese dibujado un plano y haber
sacado fotografías de los mismos, algo que iba a llevar
mucho tiempo. Como arqueólogos e investigadores serios que
eran, y conscientes de la magnitud del descubrimiento que
habían hecho, eran conscientes de que uno de los trabajos
más complicados iba a ser el de realizar la clasificación de
los objetos encontrados, por ello el primer paso dado fue
posponer la apertura de la puerta interior sellada hasta que
la antecámara no estuviera vacía y sus objetos debidamente
clasificados y fotografiados.
Según los comentarios que Carter escribió en su libro sobre
el descubrimiento de la tumba, pese a que ya sabían que el
periodo al que pertenece la tumba es, en muchos aspectos, el
más interesante de la historia del arte egipcio y esperaban
encontrar objetos magníficos, no esperaban encontrarse ante
tanta vitalidad y animación en algunos de los objetos. Al ir
analizando poco a poco lo encontrado vieron que tanto los
objetos grandes como los más pequeños, o al menos la mayoría
de ellos, llevaban inscrito el nombre de Tut Ankh Amon.
También la puerta interior llevaba sus sellos.
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