Cuando
desbloquearon la entrada a la siguiente cámara, en una de
las paredes hallaron un agujero pequeño por el que se veía
una puerta también sellada y un nuevo agujero, seguramente
hecho por algún ladrón, que no había sido tapado. Tras esta
puerta había otra sala, aún más pequeña que la primera, pero
más atestada de objetos, y a la que llamarían "anexo".
Cuando pudieron acceder al anexo confirmaron que los
saqueadores habían pasado por allí, ya que estaba todo mucho
más desordenado que en la cámara anterior, y los objetos, la
mayoría más pequeños que los encontrados anteriormente, era
nde una calidad artesanal exquisita: cajas pintadas, una
silla de marfil, oro, madera y piel curtida, jarrones de
alabastro, cerámica, un tablero de juego de colores…
Fue el descubrimiento de esta segunda sala lo que les hizo
reflexionar sobre la importancia del hallazgo, ya que hasta
entonces no se había encontrado nunca tanto material junto,
ni de tanto valor. No existía precedente alguno a aquel
descubrimiento, lo que les hizo ser mucho más conscientes de
la responsabilidad que tenían a la hora de analizar,
clasificar y estudiar todo lo que fueran encontrando fruto
de su investigación. Los tres sabían que antes de trasladar
todos aquellos objetos a un almacén o museo debían hacer un
exhaustivo trabajo de documentación que incluía conseguir
conservantes, material de embalaje para que los objetos no
sufrieran daños con el traslado, instalar un laboratorio en
un lugar seguro donde poder tratar, catalogar y embalar
todos los artículos, realizar un plano lo más fiel posible y
a escala de la colocación de los objetos y realizar un
estudio fotográfico completo mientras aún no se hubieran
movido las piezas y luego de cada pieza individualmente,
para facilitar su clasificación. Todo esto sin olvidar el
incalculable valor de las piezas encontradas, que exigía una
medidas de seguridad extraordinarias contra los intentos de
robo.
Para realizar todos estos trabajo, el trío de investigadores
tuvo la fortuna de contar con unos excelentes colaboradores:
de las fotografías se encargó Harry Burton; de los planos,
los dibujantes Hall y Hauser; el señor Lucas, experto en
química que trabajaba para el gobierno egipcio, fue el
encargado de los análisis, y también contaron con la ayuda
de A.C. Mace, el conservador del Museo de Arte Metropolitano
de Nueva York, que fue quien les facilitó al resto de los
miembros.
La noticia del descubrimiento se difundió a la velocidad de
la luz, no solo entre los círculos de investigación y
arqueólogos, también entre la gente común, y corrían rumores
acerca de aviones que habían salido de Egipto repletos de
objetos asombrosos y de incalculable valor. Para atajar las
habladurías, que estaban llegando incluso a las estancias
oficiales, el equipo de exploración de la tumba de Tut Ankh
Amon decidieron invitar a los responsables de los
departamentos implicados en el descubrimiento a visitar la
tumba y comprobaran por ellos mismos los hallazgos y que no
faltaba nada de lo allí encontrado. No solo eso, también
enviaron un informe completo y autorizado sobre el
descubrimiento a la revista "Times". Así, el 29 de noviembre
se inauguró oficialmente la tumba ante la presencia de
algunas altas personalidades y funcionarios del gobierno
egipcio, y al día siguiente fue el propio ministerio de
Obras Públicas y Antigüedades quien realizó una inspección
oficial de la parte de la tumba abierta, acompañados de un
corresponsal enviado por "Times".
Tras las inspecciones oficiales Carter viajó a El Cairo a
recopilar el material necesario para la clasificación.
Durante quince días no se realizaron más trabajos en la
tumba, hasta que a mediados de diciembre, concretamente el
día 16, ésta se volvió a abrir para instalar una reja de
seguridad en la entrada. Pocos días después se concedió
autorización a la prensa para visitar la tumba, visitas que
fueron acompañadas de algunas personalidades que no pudieron
estar presentes en la inauguración oficial.
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