Sería
demasiado largo enumerar aquí los objetos que se encontraron
en esa primera cámara y su anexo, así como su descripción,
pero sí es interesante comentar algunos de ellos por su
sorprendente calidad y belleza. A Carter le impresionaron
algunos pequeños objetos encontrados en la antecámara, como
una copa de alabastro semitransparente y un cofre de madera
pintado que él consideró uno de los mayores artísticos de la
tumba. La delicadeza de los dibujos y pinturas de ese cofre
le recordó a Carter las miniaturas persas, aunque los
motivos y el tratamiento del color fueran genuinamente
egipcios. Otros artículos llamaban la atención por su
sorprendente modernidad (la modernidad de la época), como
una silla de junco de singular diseño.
Sin embargo, todos los objetos estaban tan amontonados que
fue muy complicado moverlos uno a uno sin hacer caer a los
demás. Y mientras algunas piezas podían sacarse y ser
tratadas en un laboratorio, muchas otras, por el deterioro
que acusaban, fue necesario tratarlas allí mismo, pues otra
cosa habría significado su destrucción. De los 700 objetos
catalogados, uno por uno necesitaron un tratamiento
diferenciado, lo cual alargó muchísimo un trabajo que ya se
intuía lento, cansado, laborioso y en el que había que
acumular grandes dosis de paciencia.
La conservación y clasificación de los objetos eran una
prioridad para un profesional de la arqueología como era
Carter, quien reprochaba a anteriores arqueólogos o simples
exploradores y coleccionistas de antigüedades que en sus
descubrimientos no hubieran sido más meticulosos y hubieran
trasladado piezas de sitio sin catalogarlas ni
documentarlas, con lo cual se había acumulado una enorme
cantidad de material en los museos con los que era difícil
trabajar al desconocerse los más elementales datos sobre su
procedencia. Carter conocía el alcance del descubrimiento y
aceptó la gran responsabilidad que significaba hacerse cargo
de un material tan valioso para la investigación posterior.
Con ese afán de tratar todo lo hallado con meticulosidad, el
equipo se encargó de que el trabajo que debía realizarse se
llevara a cabo de manera profesional, lo que comportó no
pocas dificultades añadidas. Por ejemplo, para realizar las
fotografías, que requerían de una iluminación especial y
exposiciones lentas, a veces hacía falta sacar algunas
pruebas, así que se decidió montar un laboratorio de
fotografía en la tumba vacía de Ekhnatón, la encontrada por
Davis, muy cerca de la de Tut Ankh Amon. Otro problema que
había que solventar era el almacenaje. Si todos los objetos
encontrados debían salir de las cámaras para su tratamiento
y catalogación, ¿dónde iban a ponerse mientras se esperaba
un traslado definitivo? No serviría cualquier lugar, puesto
que el material con el que se iba a trabajar era
extremadamente delicado y valioso, además de abundante lo
que significaba que debía encontrarse un lugar seguro,
amplio y con condiciones de conservación apropiadas, a ser
posible lejos de miradas indiscretas de espectadores no
deseados. Un problema añadido era la dificultad de reponer
los materiales de conservación agotados, puesto que debían
pedirlos siempre a un lugar lejano, ya fuera a El Cairo o,
en ocasiones, a Inglaterra, lo que ocasionaba algunas
demoras en el trabajo.
El problema del lugar se solucionó con la autorización del
gobierno egipcio a ocupar la tumba de Seti II, un sepulcro
tal vez demasiado estrecho pero cuya parte inferior podía
usarse como almacén y la superior para trabajar. Durante
todo el resto del mes se dedicaron a trabajar a contrarreloj
para poder realizar el traslado de los objetos cuanto antes.
Se hicieron las fotos y los planos de las cámaras y anexo,
se realizaron anotaciones preliminares y se restauraron
objetos que necesitaban atención primaria antes de ser
trasladados.
Cuando todo este trabajo estuvo hecho comenzaron trasladando
los objetos en el orden en que los encontraban, de norte a
sur, dejando para el final los carros y las camas. Todo este
proceso duró un total de siete semanas, casi dos meses, en
los que pudieron constatar que los saqueadores que habían
entrado en la tumba lo hicieron al cabo de pocos años del
entierro del faraón, y que habían entrado al menos dos
veces. También hallaron evidencias de que alguien había
llegado después que los ladrones y había reorganizado las
cosas, de un modo, eso sí, un tanto chapucero.
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