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Identificación del objeto de negación
A pesar de que nos aferramos
constantemente al yo como si existiera de forma inherente, incluso cuando dormimos,
no es fácil identificar cómo este yo aparece en nuestra mente. Para identificarlo con
claridad, hemos de empezar dejando que se manifieste con fuerza al contemplar
aquellas situaciones en las cuales generamos con más intensidad de lo normal un
fuerte sentimiento del yo, como ocurre cuando nos sentimos avergonzados, turbados,
atemorizados o indignados. Recordamos o imaginamos estas situaciones y entonces, sin
necesidad de analizarlas o de juzgarlas, intentamos percibir con claridad la imagen
mental de este yo apareciendo de manera espontánea y natural. Hemos de tener
paciencia, pues es muy posible que necesitemos varias sesiones de meditación hasta
que logremos percibir con claridad esta imagen mental del yo. Llegará un momento en
el que nos daremos cuenta de que el yo parece ser algo concreto y real que existe por
su propia parte sin depender del cuerpo o de la mente. Este yo que aparece tan vívido
es el yo con existencia inherente al que queremos profundamente. Es el yo que
defendemos cuando nos critican y del cual nos enorgullecemos cuando nos alaban.
Una vez hemos imaginado cómo
surge el yo en estas circunstancias límite, hemos de intentar identificar cómo se
manifiesta de manera normal en situaciones menos extremas. Por ejemplo, podemos
observar el yo que ahora lee este libro e intentar ver cómo aparece en la mente. Al
final comprobaremos, que aunque no tengamos un sentimiento tan fuerte del yo, aún lo
percibimos como si existiera de forma inherente, por su propio lado y sin depender
del cuerpo ni de la mente.
Una vez tengamos la imagen
de este yo inherentemente existente hemos de concentrarnos en él por un cierto tiempo
para, a continuación, pasar a la segunda etapa de la meditación.
Refutación del objeto de negación
Si el yo existe de la manera
en que aparece, ha de existir de una de las cuatro formas siguientes: como el cuerpo,
como la mente, como el conjunto del cuerpo y de la mente o como algo separado del
cuerpo y de la mente. No existe ninguna otra posibilidad. Reflexionamos sobre estos
puntos con cuidado hasta que quedemos convencidos de que es así. Entonces pasamos a
examinar cada una de estas cuatro posibilidades:
1. Si el yo es el cuerpo, no
tendría sentido decir «mi cuerpo» porque el poseedor y lo poseído serían la misma
cosa.
Si el yo es el cuerpo, no
habría renacimiento porque el yo dejaría de existir cuando el cuerpo perece.
Si el yo y el cuerpo son la
misma cosa, debido a que podemos generar fe, soñar, resolver problemas matemáticos,
etc., se deduciría que nuestra carne, huesos y sangre deberían poder hacer lo mismo.
Ya que ninguna de estas
hipótesis es cierta, se deduce que el yo no es el cuerpo.
2. Si el yo es la mente, no
tendría sentido decir «mi mente» porque el poseedor y lo poseído serían la misma
cosa. Pero, por lo general, cuando pensamos en nuestra mente, decimos «mi mente», lo
cual indica con claridad que el yo no es la mente.
Si el yo fuera la mente,
dado que cada persona posee muchos tipos de mente, tales como las seis consciencias,
mentes conceptuales y mentes no–conceptuales, etc. se deduciría que cada persona
posee tantos yoes como mentes; y como esto es del todo absurdo, se deduce que el yo
no es la mente.
3. Puesto que el cuerpo no
es el yo ni la mente es el yo, el conjunto del cuerpo y de la mente tampoco puede ser
el yo. El conjunto del cuerpo y de la mente es un conglomerado de cosas que no son el
yo; ¿cómo, entonces, puede este conjunto ser el yo? Por ejemplo, en un rebaño de
ovejas no hay ningún animal que sea una vaca y, por consiguiente, el rebaño en sí no
puede ser una vaca. De la misma manera, del conjunto del cuerpo y de la mente,
ninguno de los dos factores que lo forman es el yo, por lo que el conjunto en sí
tampoco puede ser el yo.
Es posible que encuentres
este punto difícil de entender, pero si reflexionas sobre él con tiempo y calma, y lo
discutes con otros practicantes de más experiencia, se irá esclareciendo. También
puedes consultar libros autorizados sobre el tema como, por ejemplo, el Corazón de la
Sabiduría.
4. Si el yo no es ni el
cuerpo ni la mente ni el conjunto de estos dos, la única posibilidad que queda es que
sea algo separado del cuerpo y de la mente. Si esto fuera así, deberíamos ser capaces
de aprehender el yo sin percibir el cuerpo o la mente; pero si imaginamos que nuestro
cuerpo y mente desaparecen, no quedaría nada que pudiera denominarse el «yo». Por lo
tanto, se deduce que el yo no es algo que exista separado del cuerpo y de la mente.
Imaginamos que nuestro
cuerpo se disuelve de manera gradual en el aire. Luego nuestra mente se disuelve, los
pensamientos se desvanecen en el viento, nuestros sentimientos, deseos y consciencia
desaparecen en la nada. ¿Queda algo que sea el yo? Nada en absoluto. Podemos darnos
cuenta de que el yo no es algo separado del cuerpo y de la mente.
Tras haber examinado las
cuatro posibilidades no hemos conseguido encontrar el yo. Antes decidimos que no hay
una quinta posibilidad, por tanto, concluimos que ese yo de existencia inherente, que
aparece normalmente tan vívido, no existe. Allí donde antes encontrábamos el yo de
existencia inherente, ahora, encontramos su ausencia. Esta ausencia es su vacuidad,
la falta de existencia inherente del yo.
Realizamos esta
contemplación hasta que en nuestra mente aparezca la imagen mental de la ausencia del
yo de existencia inherente. Esta imagen es nuestro objeto de meditación. Hemos de
familiarizarnos con él y, para ello, nos concentramos en él sin distracciones.
Debido a que desde tiempo
sin principio nos hemos aferrado a este yo inherentemente existente y lo hemos
querido y protegido más que a ninguna otra cosa, la experiencia de no poder
encontrarlo en meditación puede resultarnos desconcertante. Algunas personas sienten
miedo creyendo que dejan de existir del todo. Otras se sienten más felices al ver que
la fuente de sus problemas se desvanece. Ambas reacciones son buenas señales de que
nuestra meditación va por buen camino. Al cabo de un cierto tiempo, estas reacciones
iniciales irán disminuyendo y nuestra meditación será más estable. Entonces seremos
capaces de meditar en la vacuidad con calma y control. Debemos dejar que la mente se
absorba en el espacio infinito de la vacuidad por tanto tiempo como podamos. Es
importante recordar que el objeto de concentración es la vacuidad, la ausencia de un
yo inherentemente existente, y no un mero vacío. De vez en cuando hemos de vigilar
cómo va nuestra meditación. Si nuestra mente vaga tras otro objeto o si hemos perdido
el significado de la vacuidad y nos estamos concentrando en una mera nada, hemos de
volver a repetir las contemplaciones a fin de percibir la vacuidad con claridad.
Podemos pensar: «Si el yo de
existencia inherente no existe, entonces, ¿quién está realizando esta meditación?
¿Quién se va, al terminar esta sesión de meditación, a hablar con otras personas, y a
contestar cuando pronuncien mi nombre?». A pesar de que no hay nada en el cuerpo o en
la mente, o fuera de éstos, que sea el yo, no quiere decir que el yo no exista de
ninguna manera. Aunque el yo no existe de ninguna de las cuatro maneras mencionadas,
aún existe a nivel convencional. El yo es meramente una designación imputada por la
mente conceptual sobre el conjunto del cuerpo y de la mente. Mientras estemos
satisfechos con la simple designación de «yo», no hay problema. Podemos pensar: «Yo
existo», «me voy a dar un paseo», etc. El problema surge cuando buscamos un yo
distinto de la mera imputación conceptual «yo». La mente de autoaferramiento se
aferra a un yo de existencia última, independiente de la imputación conceptual, como
si hubiera un 'verdadero yo' detrás de tal designación. Si tal yo existiera, nos
sería posible encontrarlo, pero hemos comprobado tras este análisis que no podemos
hallarlo. La conclusión de nuestra búsqueda es que no podemos encontrar tal yo. Esta
imposibilidad de encontrar el yo es su vacuidad, la naturaleza última del yo. Por
otra parte, el yo que existe como una mera imputación es la naturaleza convencional
del yo.
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Identificación del objeto de negación
El modo de meditar sobre la
vacuidad del cuerpo es similar al del yo. Primero hemos de identificar el objeto de
negación.
Normalmente, cuando pensamos
«mi cuerpo», lo que aparece en nuestra mente es un cuerpo que existe por su propio
lado con entidad propia e independiente de sus partes. Tal cuerpo es el objeto de
negación y no existe. Los términos «cuerpo verdaderamente existente», «cuerpo con
existencia inherente» y «cuerpo que existe por su propio lado» son sinónimos.
Refutación del objeto de negación
Si el cuerpo existe como lo
percibimos, ha de existir de una de las dos maneras siguientes: siendo uno con sus
partes o siendo algo distinto de sus partes; no hay una tercera posibilidad.
Si el cuerpo es uno con sus
partes, ¿es el cuerpo una de las partes individuales o es el conjunto de ellas? Si es
una de las partes, entonces, ¿cuál de ellas es? ¿Es acaso las manos, la cabeza, la
piel, el esqueleto, la carne o los órganos internos? Si analizamos cada posibilidad,
¿es la cabeza el cuerpo?, ¿es la carne el cuerpo?, etc., descubriremos con facilidad
que ninguna de las partes del cuerpo es el cuerpo.
Si ninguna de las partes del
cuerpo constituye el cuerpo, ¿es el cuerpo el conjunto de sus partes? El conjunto de
las partes del cuerpo no puede ser el cuerpo. ¿Por qué? Porque todas las partes del
cuerpo son no-cuerpos y, por lo tanto, ¿cómo es posible que un conjunto de no–cuerpos
sea un cuerpo? Las manos, los pies, etc., son partes del cuerpo pero no el cuerpo en
sí. A pesar de que todas estas partes estén unidas entre sí, aún no son más que
partes del cuerpo, y no pueden transformarse por arte de magia en el poseedor de
tales partes –el cuerpo–.
Si las partes del cuerpo no
son el cuerpo, la única posibilidad que queda es que sea algo separado de sus partes;
pero si todas las partes del cuerpo desaparecieran, no quedaría nada que pudiera
llamarse el cuerpo. Hemos de imaginar que todas las partes de nuestro cuerpo se
transforman en luz y desaparecen. Primero desaparece la piel, luego la carne, la
sangre y los órganos internos y, finalmente, el esqueleto se transforma en luz y
también desaparece. ¿Queda algo que sea el cuerpo? Nada; por lo tanto, no existe tal
cuerpo separado de sus partes.
Hemos agotado todas las
posibilidades de encontrar tal cuerpo. Las partes del cuerpo no son el cuerpo y éste
no es algo separado de sus partes. No podemos hallar el cuerpo. Allí donde
percibíamos un cuerpo de existencia inherente, ahora percibimos su ausencia. Esta
ausencia es su vacuidad, la falta de un cuerpo de existencia inherente.
Una vez hemos reconocido que
esta ausencia es la carencia de un cuerpo con existencia inherente, meditamos sobre
ella de manera convergente. Una vez más, examinamos nuestra meditación con vigilancia
mental para asegurarnos de que estamos meditando en la vacuidad del cuerpo y no en
una nada sin sentido. Si perdemos el significado de la vacuidad, hemos de repetir las
contemplaciones previas para recuperarlo.
Como en el caso del yo, el
hecho de que el cuerpo no pueda hallarse tras una investigación no implica que el
cuerpo no exista en modo alguno. El cuerpo existe, pero sólo como una imputación
convencional. Según la norma convencional, podemos imputar «cuerpo» al conjunto de
miembros, tronco y cabeza; pero si intentamos señalar el cuerpo esperando encontrar
un fenómeno substancialmente existente, al que nos referimos con la palabra «cuerpo»,
no lo encontraremos. Esta imposibilidad de encontrar el cuerpo es su vacuidad, la
naturaleza última del cuerpo; mientras que el cuerpo que existe como mera imputación
es la naturaleza convencional del cuerpo.
A pesar de que es incorrecto
afirmar que el cuerpo es idéntico al conjunto de la cabeza, el tronco y los miembros,
no es erróneo decir que el cuerpo ha sido imputado sobre este conjunto. Aunque las
partes del cuerpo sean una pluralidad, el cuerpo es una unidad singular. «El cuerpo»
es simplemente una imputación realizada por la mente que lo designa. No existe por la
parte del objeto. No es incorrecto imputar un fenómeno singular a un grupo de varias
cosas. Por ejemplo, podemos asignar la palabra singular «bosque» a un conjunto de
varios árboles, o «rebaño» a un grupo de ovejas.
Todos los fenómenos existen
por convenio; nada existe de manera inherente. Esto es aplicable a la mente, a los
Budas e, incluso, a la vacuidad misma. Todo es meramente imputado por la mente. Todos
los fenómenos tienen partes porque los fenómenos físicos tienen partes físicas y los
fenómenos inmateriales poseen atributos que pueden distinguirse a nivel conceptual.
Utilizando el mismo tipo de razonamiento que el expuesto arriba nos daremos cuenta de
que ningún fenómeno es uno con sus partes, ni con el conjunto de ellas, ni separado
de las mismas. De este modo podremos comprender la vacuidad de todos los fenómenos.
Es de particular importancia
que meditemos sobre la vacuidad de los objetos que nos provocan fuertes emociones
perturbadoras, como el odio y el apego. Con un análisis correcto nos daremos cuenta
de que el objeto que deseamos o el que rechazamos no existe por su propio lado –su
belleza o fealdad e incluso su propia existencia son imputadas por la mente–.
Pensando de este modo descubriremos que no hay razón alguna para generar odio o apego.
Debido a nuestros hábitos
mentales negativos, producidos por nuestra familiaridad desde tiempo sin principio
con la ignorancia del aferramiento propio, todo lo que aparece en nuestra mente
parece ser que existiera por su propia parte. Esta apariencia es del todo errónea. De
hecho, los fenómenos son totalmente vacíos de existencia propia. Los fenómenos
existen sólo después de haber sido imputados por la mente. Familiarizándonos con esta
verdad podemos erradicar el autoaferramiento, la raíz de todas las perturbaciones
mentales y de todas las faltas.
Durante el día, cuando no
estamos meditando, debemos esforzarnos por reconocer que todo lo que aparece en
nuestra mente carece de existencia verdadera. En sueños, las cosas aparecen con
nitidez, como si fueran reales, pero al despertar, de inmediato somos conscientes de
que los objetos percibidos en el sueño no eran más que apariencias mentales, que no
existían por su propio lado. Hemos de considerar todos los fenómenos del mismo modo.
A pesar de que aparecen con viveza en nuestra mente, carecen de existencia inherente.
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