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Como ya se ha
explicado, el modo más significativo de utilizar nuestra preciosa existencia humana
no consiste en dedicarla al logro de la propia liberación del sufrimiento sino en
alcanzar la gran iluminación o Budeidad a fin de ayudar a todos los seres sintientes.
Para ello hemos de confiar en las enseñanzas mahayanas de Buda. Primero hemos de
generar la preciosa motivación de bodhichita, y después emprender el modo de vida del
Bodhisatva con la práctica de las seis perfecciones hasta convertirnos, una vez que
hayamos completado este adiestramiento, en un ser iluminado, en un Buda.
La Bodhichita es una mente
primaria, motivada por la gran compasión, que desea alcanzar la iluminación total
para el beneficio de todos los seres sintientes. Esta mente tan especial no surge de
manera espontánea sino que hemos de cultivarla por medio de la meditación durante
mucho tiempo. Finalmente, por medio de familiarizarnos con ella, la generaremos de
forma natural, día y noche, sin esfuerzo. En ese momento nos habremos convertido en
un Bodhisatva, en un ser que avanza rumbo a la iluminación.
Si nos adiestramos en la
bodhichita y seguimos el modo de vida del Bodhisatva, llegará un momento en que
nuestra mente se liberará de las perturbaciones mentales y de sus impresiones. A las
perturbaciones mentales o engaños se los denomina «obstrucciones a la liberación»
porque nos mantienen atrapados en el samsara, y a las impresiones de los engaños se
las llama «obstrucciones a la omnisciencia» porque impiden que logremos una
percepción directa y simultánea de todos los fenómenos. Cuando la mente se libera por
completo de las dos obstrucciones, la naturaleza última de la mente se convierte en
la iluminación total, llamada también gran liberación o gran nirvana, y nosotros nos
convertimos en un Buda.
La raíz de la
bodhichita es la gran compasión, una misericordia imparcial que desea proteger del
sufrimiento a todos los seres sin excepción. No es posible generar esta gran mente
compasiva sin antes sentir amor afectivo por todos los seres. Este amor es una mente
que se siente cerca de los demás y los estima. Si amamos a los demás, cuando
comprendamos que están sufriendo sentiremos compasión por ellos de manera natural.
Por lo tanto, para convertirnos en un Bodhisatva, primero hemos de experimentar este
amor afectivo por todos los seres sintientes y luego generar las mentes de gran
compasión y bodhichita.
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Buda enseñó que
para cultivar este amor afectivo por todos los seres hemos de aprender a reconocerlos
como nuestras madres y contemplar lo bondadosos que son con nosotros. Con este fin
realizamos la siguiente contemplación: Puesto que es imposible encontrar el principio
de nuestro continuo mental, podemos deducir que en el pasado hemos renacido
incontables veces y, en consecuencia, que hemos tenido innumerables madres. ¿Dónde
están ahora todas ellas? Nuestras madres son los seres sintientes.
Es incorrecto pensar que
nuestras madres de vidas pasadas han dejado de serlo porque ha transcurrido mucho
tiempo desde que se preocuparon de nosotros. Si nuestra madre muriera hoy, ¿dejaría
acaso de ser nuestra madre? Todavía la consideraríamos como tal y rezaríamos por su
felicidad. Lo mismo ocurre con todas las madres que tuvimos en el pasado –murieron
pero siguen siendo nuestras madres–. El que no nos reconozcamos sólo se debe a que
hemos cambiado nuestra apariencia externa.
En nuestra vida diaria nos
encontramos con diferentes seres sintientes: humanos y no-humanos. A algunos los
consideramos como amigos, a otros como enemigos y a la mayoría como extraños. Este
tipo de discriminación es producto de nuestras mentes erróneas y no es verificado por
una mente válida. Como resultado de las diferentes relaciones kármicas que mantuvimos
en el pasado, algunos seres nos parecen agradables y atractivos, otros desagradables
y otros ni lo uno ni lo otro. Tenemos la tendencia a aceptar estas impresiones sin
vacilar, como si fueran realmente ciertas. Pensamos que las personas que nos agradan
son de por sí agradables, y que las que nos desagradan son intrínsecamente
desagradables. Esta manera de pensar es incorrecta. Si las personas que nos parecen
atractivas lo fueran por sí mismas, cualquiera que las viera las consideraría también
de tal modo; lo mismo sucedería con las que consideramos desagradables; pero esto no
es así. En vez de asentir a este tipo de mentes erróneas, es mucho más beneficioso
considerar que todos los seres sintientes son nuestras madres. Al encontrarnos con
alguien hemos de pensar: «Esta persona es mi madre. De esta manera generaremos un
sentimiento ecuánime de afecto por todos los seres.
Si pensamos que todos los
seres sintientes son nuestras madres, nos resultará más fácil generar sentimientos
sinceros de amor y de compasión hacia ellos, nuestras relaciones diarias serán más
estables y constructivas, y de manera natural evitaremos cometer acciones
perjudiciales, como matar o hacer daño a los demás. Puesto que reconocer que todos
los seres son nuestras madres aporta enormes beneficios, deberíamos adoptar esta
manera de pensar sin vacilaciones.
Una vez que estamos
convencido de que todos los seres son nuestras madres, a fin de generar amor afectivo
hacia ellos, reflexionamos y recordamos lo bondadosos que han sido con nosotros.
Cuando fuimos concebidos, si
nuestra madre no hubiera querido mantenernos en su seno, podría haber cometido un
aborto, y si lo hubiera hecho, ahora no dispondríamos de esta vida humana. Gracias a
que tuvo un buen corazón nos mantuvo en su seno y ahora disfrutamos de esta
existencia humana con todas sus ventajas. Cuando éramos un bebé nos cuidó con
extremada atención. De no haberlo hecho, lo más probable es que hubiésemos sufrido
algún accidente y ahora estaríamos lisiados, ciegos o mentalmente discapacitados. Por
fortuna, nuestra madre nunca nos descuidó. Veló por nosotros día y noche con gran
amor y cariño considerándonos más importantes que ella misma. ¡Cuántas veces al día
nos tuvo que salvar de todo tipo de peligros! Por la noche interrumpimos su sueño y
durante el día sacrificó sus pequeños placeres por nosotros. Tuvo que abandonar su
trabajo, y cuando sus amigos salían a divertirse, ella se quedaba en casa para
cuidarnos. Gastó todos sus ahorros para proporcionarnos los mejores alimentos y
ropas. Nos enseñó a comer, a andar y a hablar. Pensando en nuestro futuro hizo todo
lo posible para que recibiéramos una buena educación. Gracias a su extremada bondad
podemos aprender cualquier cosa que nos propongamos. Debido principalmente a la
benevolencia de nuestra madre, ahora tenemos la oportunidad de practicar el Dharma y
alcanzar la iluminación.
Puesto que no hay nadie que
no haya sido nuestra madre en alguna de nuestras vidas pasadas, y dado que cuando
fuimos su hijo nos trató con el mismo amor y cuidado que nuestra madre actual,
podemos afirmar que todos los seres han sido muy bondadosos con nosotros.
La bondad de todos los seres
no se limita al período de tiempo en que fueron nuestra madre. Todas y cada una de
nuestras necesidades diarias nos son provistas gracias a la amabilidad de otros.
Vinimos desnudos al mundo, pero desde el primer día se nos dio un hogar, se nos
alimentó y vistió, y se nos proporcionó todo lo que necesitábamos –gracias a la
amabilidad de los demás–. Todo lo que disfrutamos es el resultado de la generosidad
de que hemos sido objeto por parte de muchas personas ya sea en el pasado o en el
presente.
Ahora, podemos hacer uso de
muchas cosas con el mínimo esfuerzo. Si consideramos las facilidades públicas, como
carreteras, automóviles, aviones, barcos, restaurantes, hoteles, bibliotecas,
hospitales, tiendas, dinero y demás, es obvio que muchas personas han trabajado duro
para que todo esto sea una realidad. Aunque nosotros no aportemos muy poco o nada
para que el abastecimiento de estas comodidades sea posible, éstas están disponibles
para nuestro propio uso, lo cual es una muestra continua de la benevolencia de los
demás.
Tanto nuestra educación
secular como nuestro adiestramiento espiritual no hubieran sido posibles sin la ayuda
y amabilidad de otros seres. Todas las realizaciones de Dharma, desde las primeras
experiencias hasta los logros de la liberación y la iluminación, las alcanzaremos
también gracias a la gran bondad de los demás.
Cuando reconozcamos que
todos los seres son nuestras madres y reflexionemos en su bondad, experimentaremos un
amor afectivo ecuánime por todos ellos. En cierta ocasión una mujer pidió al gran
Maestro tibetano Gueshe Potoua que le explicase qué era el amor afectivo y él repuso:
«¿Qué sientes cuando ves a tu propio hijo? Te sientes muy feliz de verle y te parece
lo más hermoso del mundo. Si consideramos a todos los seres del mismo modo,
sintiéndonos cerca de ellos y queriéndolos, habremos desarrollado el amor afectivo».
Nuestra propia madre quizá
no sea muy bella ni vista con elegancia, pero debido a que tenemos una relación
especial con ella, a nosotros nos parece la más hermosa. La queremos y si vemos que
está sufriendo, de manera espontánea sentimos una profunda compasión por ella. Si
generamos este enternecido corazón en relación a todos los demás seres, habremos
generado lo que se llama amor afectivo. Con este amor por todos los seres es
imposible que sintamos celos o nos enfademos con ellos. Si mejoramos nuestro
reconocimiento de la bondad de los demás, desarrollaremos de modo natural este
corazón cálido y afectuoso y, como consecuencia, sentiremos una gran estima por
ellos. A pesar de que los demás posean faltas sabremos valorar sus cualidades, del
mismo modo que una madre ve siempre el lado bueno en sus hijos, sin importar lo que
hagan.
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