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Restos de un
manuscrito bíblico medieval. |
Martín Lutero
Martín Lutero con otros líderes de la
Reforma.
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La
divulgación de la Biblia
La
otra causa del movimiento de la Reforma fue la difusión de la
Biblia, que puso los Evangelios, fuente misma de la doctrina
cristiana, al alcance de todos. Entre 1457 y 1518 se habían
publicado más de cuatrocientas ediciones de este libro.
Era la palabra misma de Cristo enviada
a los cristianos. Pero esta palabra hablaba de la renuncia a los
bienes de este mundo, de la pobreza y la humildad; ella hacía
aparecer más escandaloso aún el orgullo y el lujo de los
príncipes eclesiásticos; ella debía hacer aún más vivo el deseo
de una reforma que, según el lenguaje de aquel tiempo, condujera
a la Iglesia a su simplicidad primitiva.
El conocimiento de los Evangelios tuvo
en algunos otra consecuencia, la más grave de todas. Para
comprenderla es preciso recordar que la organización de la
Iglesia católica y sus dogmas, es decir, el conjunto de las
creencias profesadas por sus fieles, reposan ante todo sobre los
Evangelios, y después sobre las tradiciones, las
interpretaciones y las decisiones de los papas y de los
concilios. Algunos en el siglo XVI pensaron que, puesto que se
tenía en los Evangelios la palabra del mismo Dios, era preciso
atenerse a ella: las tradiciones y las interpretaciones, solo
obras de los hombres, no tenían a sus ojos valor algunos. Por lo
menos, las interpretaciones de los papas y de los concilios no
tenían ya más valor que el que pudiera tener la interpretación
de un fiel cualquiera, y cada uno podía interpretar la Escritura
Santa según su conciencia. Esta fue la teoría de Martín
Lutero y después de Juan Calvino, y esta fue la
teoría que provocó la ruptura de la unidad cristiana.
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Los precursores de la Reforma
Tal
como el Renacimiento, la Reforma tuvo sus precursores. La gran
revolución del siglo XVI no fue un hecho nuevo y sin
precedentes; fue la conclusión o el término de una larga
historia.
Los escándalos del Gran Cisma en
el siglo XIV habían turbado profundamente a las almas piadosas.
Durante cincuenta años, desde 1378 a 1417, Europa se había
encontrado dividida y disputada entre dos papas, y en ciertos
momentos existieron hasta tres. Entonces aparecieron
reformadores como Juan Wyclif (1324-1384) en Inglaterra,
y Juan Hus (1369-1415) en Bohemia (actual República
Checa). Ambos querían lo que quisieron los reformadores del
siglo XVI, o sea, conducir la Iglesia a su simplicidad primitiva
y atenerse estrechamente a la palabra de Dios tal como estaba
escrita en los Evangelios. Pero los discípulos de Wyclif, los
“sacerdotes pobres” o lolardos, fueron exterminados, y
Juan Hus, muerto en una hoguera, no tuvo partidarios -los
husitas- más que en Bohemia. A Wyclif no se le ahorró una
afrenta póstuma: por orden del concilio de Constanza, treinta y
un años después de muerto sus restos fueron exhumados (sacados
de la tumba) y tirados a un arroyo, a la vez que eran entregados
a las llamas todos sus escritos.
En el seno de la misma Iglesia hubo, a
principios del siglo XV, un poderoso movimiento de reforma
dirigido por doctores de la Universidad de París, que era
entonces la mayor escuela de teología del mundo. La impotencia
en que se encontraba el papado les inspiró la idea de
subordinarlo a la autoridad de los Concilios, es decir, de
transformar la Iglesia, de monarquía absoluta, en una especie de
monarquía constitucional; los concilios debían forzar en seguida
a los papas a reformar los abusos. Esta es la doctrina que los
doctores parisienses ensayaron hacer triunfar en los concilios
ecuménicos; el concilio de Constanza (1414-1417) y el concilio
de Basilea (1431-1443); pero no consiguieron su objetivo. Los
papas consiguieron desembarazarse de los concilios, permanecer
dueños de la Iglesia y no hacer ninguna reforma. Pero esta larga
crisis había debilitado su autoridad, hecho vacilar la Iglesia y
la cristiandad, y por esta razón preparado el camino para la
revolución del siglo XVI. |
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El
Gran Cisma |
Se llama así a la disensión surgida en
la Iglesia católica entre 1378 y 1417, y durante la cual
hubo varios papas a la vez, residiendo unos en Roma y otros
en Aviñón (Francia). El concilio de Constanza (1415) y la
elección de Martín V (1417) pusieron fin a este cisma. Es
conocido también como Cisma de Occidente, para diferenciarlo
del Cisma de Oriente, consumado a mediados del siglo XI. |
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Lutero clava sus
históricas 95 tesis en la puerta de la iglesia de la Universidad
de Wittenberg. |
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Antiguo grabado
que muestra a Johann Tetzel, encargado de la venta de
indulgencias en Alemania. |
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Enrique VIII
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El Sacro
Imperio Romano y la dieta |
El
Sacro Imperio Romano fue un organismo político que
abrazó la mayor parte de Europa central desde el año 962
hasta 1806. Se le llamaba romano porque pretendía ser la
continuación de la Roma imperial: y sacro porque
originalmente pretendía una soberanía sobre toda la
cristiandad.
La dieta (en alemán: Reichstag) del Sacro Imperio Romano
era una asamblea deliberativa o legislativa convocada
irregularmente. El emperador Carlos V la organizó en
tres cuerpos: electores, príncipes y representantes de
las ciudades imperiales. Teóricamente, el jefe del Sacro
Imperio Romano era elegido por los electores. En un
comienzo fueron siete, pero con el tiempo su número
subió hasta nueve.
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Martín Lutero
Lutero
nació en Sajonia (territorio del Sacro Imperio), en 1483, el
mayor de siete hermanos, hijos de un pobre leñador, anticlerical
pero supersticioso. Cuando empezó sus estudios, tuvo que cantar
y mendigar de puerta en puerta para poder vivir, como muchos
estudiantes de su tiempo. Después, una persona caritativa le dio
una pensión en la universidad de Erfurth (Turingia), donde
estudió latín, algo de griego y hebreo, filosofía y teología.
Tenía 22 años cuando, estando de paseo,
fue sorprendido por una tempestad, y un rayo mató a su lado a
uno de sus compañeros. Asustado, Lutero hizo voto de hacerse
fraile si escapaba. Poco después (17 de julio de 1505) entraba
en el convento de los agustinos en la misma ciudad de Erfurth.
Luego de recibir las órdenes sacerdotales, fue destinado al
monasterio de la ciudad de Wittenberg, en cuya universidad
asumió la cátedra de teología.
El negocio de las indulgencias
En 1511 Lutero fue enviado a Roma,
quedando profundamente trastornado por el lujo de la corte
pontifical y el relajamiento del clero italiano. Algunos años
después, no teniendo el papa León X dinero para continuar la
construcción de la basílica de San Pedro (en la que ya se habían
gastado cerca de 70 millones de dólares actuales), decidió
conseguirlo haciendo vender indulgencias por toda la
cristiandad. Se llama indulgencia (o perdón) a la facultad
dada a los fieles de redimirse (librarse), mediante una
limosna, de las penitencias en que habían incurrido por su
pecados. En este caso, se podían redimir dando dicha limosna
para la construcción de la basílica de San Pedro; el efecto de
las indulgencias podía aplicarse tanto a los vivos como a las
almas de los difuntos castigados por Dios en el purgatorio. La
predicación de las indulgencias en Alemania fue confiada a
Johann Tetzel, fraile dominico.
En 1517, Lutero se reveló contra el
abuso de las indulgencias y la manera de venderlas. El ataque
fue tanto más violento, cuanto que la congregación de los
dominicos era rival de los agustinos. Advertido el papa, no vio
en aquello más que una simple “querella de monjes”. Lutero no
renegaba de su sumisión al papa y hacía alarde de su voluntad de
obedecerle; pero, al mismo tiempo, redoblaba sus críticas contra
la organización de la Iglesia, y, yendo aún más lejos, atacaba
también a los dogmas. Proclamaba que el Evangelio debía ser la
única ley, que para salvarse bastaba con tener fe en Jesucristo,
y que las obras -es decir, los ayunos y mortificaciones- no
servían de nada; tampoco la mediación de la Iglesia. Por último,
no admitía más que tres sacramentos: el bautismo, la comunión y
la penitencia. Entonces el papa le excomulgó. El día que recibió
la bula (documento papal) de excomunión, Lutero reunió a
todos los estudiantes en la plaza de la iglesia de Wittenberg, y
delante de ellos arrojó la bula en una hoguera. La ruptura con
el papa fue desde entonces definitiva (20 de diciembre de 1520).
Condenación de Lutero
El conflicto entre Lutero y el papado
se desencadenó poco después de que Carlos I de España fuera
elegido Emperador del Sacro Imperio (1519), asumiendo con el
nombre de Carlos V. La querella le inquietaba: primero,
porque era católico ferviente; segundo, porque toda Alemania
estaba interesada en ella; y tercero, porque antes de su
elección había prometido a los electores que no permitiría que
se condenara a ningún alemán sin ser sometido a un juicio
imparcial. Existía, entonces, el riesgo de que resultara una
causa de división en un Estado ya muy dividido, y de que
arruinara la autoridad imperial. De aquí que, “para lavarse las
manos” -según ciertos historiadores-, citara a Lutero a
comparecer ante la reunión de los representantes del Imperio, la
dieta, convocada en la ciudad de Worms (oeste de
Alemania). Lutero acudió, protegido contra todo arresto por un
salvoconducto de Carlos V. Se le pidió que se retractase (que
renegase de sus ideas), pero se negó con firmeza, “porque,
dijo, no es bueno para el cristiano hablar contra su conciencia”.
Entonces, la dieta lo condenó (mayo de 1521). Luego de esta
sentencia, Lutero podía ser arrestado y conducido a la hoguera
en cuanto expirara su salvoconducto. De aquí que, al dejar Worms,
algunos caballeros enviados por el elector Federico de Sajonia
-uno de sus protectores-, lo rescataran y trasladaran en secreto
al castillo de Wartburgo (Turingia). Allí permaneció oculto como
un año, tiempo durante el cual tradujo la Biblia al alemán. Esta
versión tuvo una gran popularidad, porque, a diferencia de las
traducciones anteriores, estaba escrita en alemán común, por lo
que era clara e inteligible para todos; fue el primer modelo del
alemán moderno.
Las secularizaciones
Desde que Lutero entró en conflicto con
el papa, no cesó de buscar aliados. Había publicado una Carta
abierta a la nobleza cristiana de la nación alemana en la
que indicaba que, para conducir a la Iglesia a su pureza
primitiva, era preciso quitarle sus riquezas, apoderarse de los
bienes eclesiásticos y secularizarlos, es decir, aplicarlos a
los usos laicos. Así esperaba obtener -y obtuvo- el apoyo de un
gran número de príncipes.
Pero este llamado también fue oído por
las clases necesitadas. En 1522 los nobles más pobres -los
caballeros- se arrojaron sobre las tierras del arzobispo de
Tréveris, siendo derrotados por la alta nobleza. La agitación
ganó enseguida a los campesinos (guerra de los
campesinos,1525-1526); pero recibió la enfurecida
condenación de Lutero, “porque -decía- los súbditos no
deben jamás sublevarse, aunque los superiores sean malos e
injustos”. El saldo de esta guerra social fue la muerte de
unos 130 mil campesinos, cuya derrota prolongó su condición de
siervos durante casi tres siglos.
Los grandes señores hicieron con entera
libertad lo que se había impedido por la fuerza a los caballeros
y a los campesinos. Los electores de Sajonia, de Brandenburgo y
del Palatinado secularizaron los bienes de la Iglesia enclavados
en sus dominios Pero la más célebre de las secularizaciones la
llevó a efecto Alberto de Brandenburgo, gran maestre de los
Caballeros Teutónicos u Orden Germana, fuera de Alemania: se
apoderó de los bienes de la Orden, de la que era el jefe electo,
y los transformó en un ducado hereditario, el ducado de Prusia,
primer núcleo del reino del mismo nombre.
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Los jóvenes reyes |
A comienzos del siglo XVI,
Francia, Inglaterra y España eran monarquías rivales,
las mayores de Europa, ricas y centralizadas, y las
únicas capaces de poner en pie ejércitos poderosos.
En 1516 estos tres grandes reinos estaban bajo el
gobierno absoluto de tres muchachos: Enrique VIII, rey
de Inglaterra, de 25 años; Francisco I, rey de Francia,
de 21 años, y Carlos V, rey de España, 16 años. Las
rivalidades de estos tres jóvenes fueron las que
decidieron el destino de Europa.
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Emperador Carlos V. |
Enrique VIII, rey de Inglaterra. |
Francisco I, rey
de Francia, se rinde en Pavía a Carlos V.
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