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GESTOS/ ESTUDIO PSICOLÓGICO
El rostro no siempre es el espejo del alma
Desconfíe cuando le sonrían. Es una de las mejores máscaras para ocultar
sentimientos negativos. Aprenda a descifrar los gestos de la cara, si es
que quiere triunfar en sus relaciones... El mayor especialista mundial
sobre el lenguaje facial, Paul Ekman, y autor de “¿Qué dice ese gesto?”,
lo explica. Este psicólogo estadounidense ha hecho de sus
investigaciones toda una ciencia. Su método lo emplean el FBI, la CIA,
jueces, escuelas de actores y dibujantes de animación.
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SORPRESA. Es la
emoción más breve y puede fundirse con otras. Los
párpados superiores suben pero los inferiores no están
tensos. La mandíbula suele caer. |
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ASCO. Ligera
contracción del músculo que frunce la nariz y estrecha
los ojos. El gesto de la nariz arrugada es simultáneo al
de la elevación del labio superior. |
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PENA. Muy duradera.
Caen los párpados superiores y se angulan hacia arriba
las cejas. Además, el entrecejo se arruga y los labios
se estiran horizontalmente. |
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TERROR. Sucede a la
sorpresa. Párpados superiores elevados al máximo e
inferiores tensos. Las cejas levantadas se acercan. Los
labios se alargan hacia atrás. |
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IRA. La emoción más
peligrosa para los demás porque puede generar violencia.
Mirada fija, ojos feroces, cejas juntas y hacia abajo, y
tendencia a apretar los dientes. |
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PLACER. Contracción
del músculo cigomático (que va del pómulo al labio
superior), y del orbicular que rodea al ojo. Las
mejillas se elevan y surgen “patas de gallo”. |
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¿Qué desencadena una emoción? ¿Podemos
aprender a controlarlas? ¿Son iguales en todo el mundo o cambian en cada
cultura? ¿Qué gestos desvelan si estamos tristes, enfadados o mintiendo?
¿Podemos aprender a distinguir una sonrisa auténtica de una falsa? ¿Por
qué algunas personas no saben disimular sus emociones mientras otras se
delatan?
Estas son algunas de las incógnitas que han inspirado la vida de Paul
Ekman, profesor de psicología de la Universidad de California y experto
en comunicación no verbal, y que durante 40 años ha viajado alrededor
del mundo para investigar los gestos faciales de las emociones. Sus
conclusiones científicas le han convertido en uno de los cien psicólogos
más influyentes del siglo XX y entre los científicos es conocido como el
Darwin del siglo XXI. En su nuevo libro, ¿Qué dice ese gesto?, recién
publicado por RBA Libros, invita al lector a descubrir el mundo
emocional a través de sus experiencias y ejercicios que enseñan muchas
claves que se ocultan detrás de los gestos. “Las emociones desempeñan un
papel vital en nuestra vida, nos unen como personas, determinan nuestra
calidad de vida y están presentes en cualquier relación. Pueden
salvarnos o causar verdadero daño”, afirma el autor desde su espaciosa
casa en las colinas de Okland, California. “Si aprendemos a reconocer
las historias que originan las emociones y a identificar cuándo
intentamos ocultarlas, podemos mejorar nuestra comunicación, modificar
nuestras respuestas y minimizar el impacto emocional en los demás”,
añade.
Nacido en i934, su fascinación por la expresión facial surgió a través
de la fotografía. Armado con su cámara Argus C-3 cuando sólo era un niño,
retrataba a los vecinos de su barrio, en la periferia de Nueva Jersey.
“Quería comprender a la gente de una forma visual e intuitiva”, recuerda.
“Mi familia era muy visceral, había mucha ira. Mi madre sufría trastorno
bipolar y caía en frecuentes depresiones, y a mí me castigaban por decir
lo que sentía. En muchas ocasiones mi madre se enfadaba porque me
gustaba gesticular y me reprochaba que la cara se me iba a quedar
deformada para siempre por tal motivo. Se suicidió cuando yo tenía 14 años. No vivió lo suficiente para ver que la movilidad de mi rostro se
convertiría en una útil herramienta científica y que me ganaría la vida
explorando esos gestos”.
Entre sus grandes logros se encuentran las aportaciones que compiló en
su libro Cómo detectar mentiras (i985), que le consagró como un experto
en descifrar el engaño, hasta tal punto que sus técnicas comenzaron a
ser utilizadas por jueces, abogados, cuerpos de policía, agentes del FBI
e incluso la CIA. El volumen es una guía práctica para descubrir el
engaño en cualquier ámbito: relaciones de pareja, laborales e incluso en
asuntos de política.
Ekman afirma que las emociones juegan un papel crucial en la detección
del engaño. Se puede pillar una mentira a partir de la v0z, los
movimientos corporales y las palabras. Se puede mentir por falseamiento
u ocultamiento. “Ponernos una máscara es la mejor forma de ocultar una
emoción, y la mejor máscara es una emoción falsa que desconcierte y que
actúe como camuflaje”, asegura. Para él, la sonrisa es la “careta” más
utilizada porque forma parte de los saludos convencionales, está “bien
vista” y suele emplearse en la mayoría de los intercambios sociales. Sus
movimientos son sencillos y pueden reproducirse voluntariamente, lo que
no ocurre con otras expresiones faciales más complejas de “reproducir”.
Sin embargo, se puede saber cuándo una sonrisa es falsa porque no estará
acompañada de la acción de los músculos orbiculares de los párpados, ni
se alzarán las mejillas, ni descenderán las cejas, ni aparecerán las
típicas “patas de gallo”, surcos característicos de una sonrisa
auténtica.
Así, una emoción falsa se detecta por asimetría facial, por la falta de
suavidad en la manera en que la expresión aparece y desaparece del
rostro, y por las microexpresiones, movimientos faciales muy rápidos que
se distinguen porque abarcan todo el semblante y sólo permanecen en la
cara unas dos décimas de segundo, pudiendo pasar desapercibidos
fácilmente. “Las mentiras que llevan consigo una emoción son las más
fáciles de detectar, porque es precisamente la lucha interna entre lo
que se siente realmente y la emoción falsa, lo que traiciona al
mentiroso”, afirma el reputado psicólogo.
Gestos y culturas. Cuando Ekman comenzó sus estudios, el ámbito
emocional estaba plagado de clichés. “A mediados de los años 50 se
pensaba que la expresión facial transmitía información estereotipada,
como en el estudio de la caligrafía. Se valoraba mucho más razonar y
aprender, y ni siquiera había una herramienta científica que pudiera
utilizarse para estudiar las expresiones faciales y las emociones”. En
los primeros años de su vida profesional, estudió los gestos de las
manos, hasta que en i965 dio un giro a su carrera. Durante cinco años,
Ekman viajó alrededor del mundo para comprobar científicamente si los
gestos y las expresiones difieren con la cultura, siguiendo las teorías
de antropólogos tan destacados como Margaret Mead. Según esta línea de
pensamiento, los seres humanos aprendemos los gestos y las expresiones a
través del contacto social, y éstos varían en función de la cultura.
Pero el investigador recordó que Charles Darwin había dicho exactamente
lo contrario: las expresiones humanas eran innatas y por tanto
universales en todas las especies. Pese a tan categórica afirmación, no
existían pruebas para corroborarlo.
Con sólo 30 años de edad y utilizando la fotografía como soporte, se
dispuso a descifrar este enigma. Para ello, enseñó fotografías a
personas de cinco países diferentes, –Chile, Argentina, Brasil, Japón y
Estados Unidos–, para que identificasen la emoción de la imagen. Las
interpretaciones coincidieron. En Japón y Estados Unidos, Ekman evaluó
el comportamiento facial en un laboratorio y descubrió que, en solitario,
tanto japoneses como estadounidenses, al ver vídeos con escenas
quirúrgicas y accidentes, movían los mismos músculos de la cara. Sin
embargo, cuando un científico estaba presente durante el experimento,
los japoneses tendían a enmascarar más las emociones de desagrado con
una sonrisa. Intrigado por estos resultados, decidió cotejarlos en una
cultura aislada de la civilización y convivió dos años con el pueblo
fore en Papúa Nueva Guinea.
Ekman pensaba que si Margaret Mead estaba en lo cierto –las personas
aprendían las expresiones de la cultura, del ambiente–, y Darwin se
equivocaba, entonces en una civilización virgen como la de los fore,
podría encontrar expresiones emocionales que nunca hubiera visto antes.
No fue así. “Ni siquiera sabían lo que era una cámara de fotos. Al
principio, fui su fuente de entretenimiento. Les fascinaba ver por
primera vez una linterna o que encendiera una cerilla”. De este modo,
descubrió que los fore no poseían un lenguaje escrito con el que
identificar una lista de palabras que designasen una emoción. Así que
les pidió que contasen historias sobre diferentes estados de ánimo a
cambio de una pastilla de jabón o un paquete de cigarrillos. Mientras
Ekman filmaba y fotografiaba sus rostros, se dio cuenta de que las
historias que contaban coincidían con la emoción de sus semblantes. “Al
volver a Estados Unidos enseñé el material grabado sin editar a mis
alumnos y tampoco ellos tuvieron dificultad en interpretar correctamente
las emociones de los neoguineanos”.
Tras este viaje, la teoría de Darwin salía fortalecida. Las expresiones
de alegría, tristeza, ira, sorpresa, asco, miedo y desprecio son
universales, independientemente de la sociedad o la cultura a la que se
pertenezca. “Todo lo demás, los gestos con las manos, incluso si
reprimimos la emoción o la expresamos abiertamente, lo aprendemos de
nuestro entorno y varía en función de la persona”, afirma el científico.
En i978, Ekman publicó un sistema de códigos faciales denominado El
sistema de codificación de la actividad facial, que permitía medir por
primera vez, y con rigor científico, todos los movimientos musculares de
la cara. Con este método descubrió que el rostro puede generar más de
i0.000 expresiones y que es posible identificar signos para detectar una
mentira. “Mientras que nuestros pensamientos son totalmente privados, la
mayoría de nuestras emociones se detectan por una señal distintiva que
ayuda a los demás a comprender cómo nos sentimos”, detalla el científico.
Una aportación que abrirá un sinfín de aplicaciones prácticas a sus
investigaciones. “En los últimos 20 años he colaborado con expertos para
llegar a conocer lo que ocurre en el cuerpo y en el cerebro cuando
expresamos una emoción facial. De la misma manera que hay diferentes
rasgos para mostrar ira, miedo, asco o tristeza, existen diferentes
perfiles en los cambios fisiológicos que se producen en los órganos del
cuerpo”.
James J. Newberry, agente de los Servicios de Inteligencia Militar de
Estados Unidos, está considerado una de las personas que mejor detecta
mentiras en el mundo. Desde i988 dirige el Institute of Analytical
Interviewing, una organización que entrena a agentes en el campo de la
interrogación y la detección de mentiras, empleando los métodos de Ekman.
“Todo lo que él ha investigado científicamente tiene una aplicación en
la vida real. Con sus aportaciones hemos aprendido a entender mejor lo
que vemos”, afirma Newberry. El método de entrevista analítica que Ekman
enseña consiste, ante todo, en establecer buena comunicación con el
entrevistado. “Como no existe la ‘respuesta de Pinocho’ que delate la
mentira, en nuestros cursos los agentes aprenden que su trabajo consiste
en conseguir que la persona interrogada se sienta cómoda y en entender
cómo piensa”, explica Newberry. “Una vez que se establece una
comunicación normal con el entrevistado y se conocen sus reacciones, les
enseñamos a detectar desviaciones o hot spots, que son las emociones que
no coinciden con las palabras”, y aclara que “una persona inocente puede
tener la misma reacción que una persona culpable de un delito. El error
más común consiste en malinterpretar una emoción como si fuera un engaño
y juzgar así de forma errónea al inocente”.
Richard Schechner, director artístico de la compañía de teatro East
Coast Artists y Perfomance Group, encuentra aplicaciones a las
investigaciones de Ekman en el mundo de la interpretación. Desde su
puesto como profesor en la Universidad de Nueva York, afirma: “Como dijo
el poeta, dramaturgo y actor francés Antonin Artaud, el actor es el
atleta de las emociones y actuar no es más que ser capaz de decir la
verdad y de contar mentiras creíbles”. Schechner entrena a sus actores
con las técnicas del psicólogo estadounidense. Con ellas, los actores
aprenden el vocabulario emocional del rostro y cambian de una emoción a
otra de forma instantánea.
Para Ekman, el sistema visual es el que está más conectado a nuestras
emociones. Al presenciar una buena obra de teatro o una película de
calidad, nos adentramos en el mundo emocional de los personajes y lo
vivimos como si nos pasara a nosotros. “Por eso buscamos el drama,
porque nos permite ejercitar las emociones y aprender desde un lugar
seguro, sin que tengamos que sufrirlo en la realidad”.
Sus pesquisas también han encontrado utilidad en los últimos avances
tecnológicos de la industria cinematográfica de Hollywood, y es asesor
en la producción de películas de animación de los estudios Pixar e
Industrial Light & Magic, creadores de Toy Story, Monsters o Buscando a
Nemo. “Con los animadores comparto nuevos descubrimientos en el campo de
la expresión facial, les enseño cómo funciona la cara para que puedan
utilizarlo de una manera efectiva en los personajes que crean”, afirma.
En su último proyecto, Cultivating emotional balance in challenging
times (Cultivando el equilibrio emocional en tiempos difíciles), Ekman
colabora con el Dalai Lama y el Departamento de Medicina de la
Universidad de California en un ambicioso estudio que pretende reducir
las emociones destructivas de la vida cotidiana. “Estamos diseñando un
programa que mezcla formas seculares de meditación budista con técnicas
occidentales. Esperamos probar que la meditación puede mejorar la vida
emocional”, concluye el científico.
“¿Qué dice ese gesto?” (RBA Libros), de Paul Ekman
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