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CÓMO
DETECTAR
MENTIRAS
MANUAL PRÁCTICO
Basado en
las Investigaciones de Paul Ekman
INTRODUCCIÓN
Proyecto Salón Hogar
Continua>>>>>
APRENDE A DETECTAR
MENTIRAS
No necesitas ser un detective profesional
para saber si una persona está diciendo la verdad o está
incurriendo en una mentira. Lo único que necesitas es
saber cuáles son las señales que te esta enviando en sus
mensajes y sobre todo ser muy observador con las
acciones o inacciones o sea la forma de actuar de la
persona mentirosa.
La mentira es una herramienta que casi todas las
personas usan alguna vez en su vida, ya sea para
perjudicar a una persona y aunque suene extraño, para
beneficiar a otra(s) persona(s). Por eso, saber leer las
mentiras a tiempo y anticiparte a lo que pudiera ser un
daño que te puedan infligir es muy importante para
evitarte frustraciones y/o inconvenientes.
Si deseas contar con herramientas para desentrañar la
verdad en la gente de la que sospechas, sigue leyendo y
utiliza esta información para bien y no para mal.
GESTOS EMOTIVOS Y ACCIONES
CONTRADICTORIAS
En la cara están las señales en las que puedes detectar
fácilmente y atrapar al mentiroso(a). Algunas son:
• Una persona sincera
sonará "congruente". Ésto quiere decir que toda la
información que le este dando (sus palabras, sus
acciones, su lenguaje corporal, su sentido de
responsabilidad y todo encaja, o sea, no contiene
contradicciones.) La gente que miente es incoherente y
queda mal continuamente, lo que dicen y lo que hacen no
siempre va a la par.
• El manejo de los tiempos al demostrar las emociones,
también es poco común. Por ejemplo, alguien honesto
puede gritar que le gustó mucho el regalo (gesto de
sorpresa) y luego demostrar una sonrisa, mientras que un
mentiroso tiende a concentrar la sonrisa y el comentario
en el mismo tiempo.
• Las expresiones, los gestos y las acciones no
concuerdan. Si alguien te dice que te quiere y te da un
abrazo y en vez de hablar sobre ti y tu vida sobre ¿como
te va?, y lo que hace es que te pregunta inmediatamente
por otra persona, o cambia el tema es obvio que lo que
sale de su boca no es congruente con sus acciones.
• La expresión de emociones de todo tipo, desde
felicidad y sorpresa hasta tristeza y enojo, cubren todo
el rostro. Por ejemplo, alguien que sonríe naturalmente
implica todo su rostro, incluyendo movimientos en
mandíbulas, mejillas y ojos. En el mentiroso no hay
emoción en sus ojos ni su frente, solo en sus labios o
boca.
REACCIONES
La forma de actuar ante las acciones también es una
forma de averiguarlo. A continuación algunas señales:
Una persona que se sabe culpable de una mentira adopta
una postura defensiva. Mientras que una inocente va al
ataque o a reclamar al sentirse ofendida y cuestionar
sus sospechas. El mentiroso se limitará a defenderse y
ofrecer excusas, hasta hacer acusaciones contra quien lo
cuestiona, hasta valiéndose de artimañas poco éticas y/o
profesionales, tienden a tergiversar la realidad.
El mentiroso se siente incómodo y evita la conversación
y el encuentro de quien lo cuestiona, por lo tanto,
tiende a tener el menor contacto posible con la víctima
de su engaño. No contestará llamadas, no responderá
mensajes, tiene una excusa para todo, cambia de planes
continuamente, asi son los mentirosos. Es el tipo de persona que
te dice llamame mañana y al día siguiente no te responde
y ni si quiera te llama él mismo.
Un mentiroso si es cuestionado atacará y
subconcientemente se identificará a si mismo al decirle
(mentiroso, embaucador o charlatán) a quien le señala,
cuando esas palabras realmente se las dice a si mismo,
de forma inconciente (son una proyección de su persona).
El mentiroso es una
persona que cambia mucho de parecer y queda mal de
continuo con la gente con quien ha hecho compromisos.
Quedar mal es su principal característica.
Si eres una persona que
conoce todos los trucos del mentiroso y caes ante sus
engaños, entonces tu serás el responsable del mal que te
suceda. Si por el contrario los anticipas no deberias
sufrir ninguna consecuencia.
Si has decidido creer en
alguien o darle una oportunidad y luego te das cuenta
que te va a seguir engañando y haciendo daño, entonces tienes las
opciones de usar tus conocimientos para evitar ser
engañado.
Si conoces como detectar
un mentiroso puedes hacer una de (3) tres:
O se lo dices y lo
confrontas (personalmente no tiendo a hacer esto)
O dejas que las cosas
transcurran y se compliquen
O decides jugar con él y hacerle creer que se va a salir con la suya, entonces lo
tomas por sorpresa. (al menos, esta es mi preferida) de
modo que de esa forma el mentiroso y charlatán aprenda
una lección. No podemos desaprovechar ninguna ocasión
para llevarle el mensaje a la conciencia del mentiroso,
debemos hacerlo con sutilidad, sin ofender, educando a
la persona.
Para una persona que
conoce y sabe leer el lenguaje del los mentirosos, estos
son como los idiotas o delincuentes que dejan saber lo
que van a hacer con anticipación, de manera que cuando
actuan, ya los estaban esperando.
El mentiroso es como un
telégrafo que continuamente envia señales.
El propósito de este
trabajo es que conozcas esas señales y aprendas a identificarlos con tiempo.
Estudio y Análisis
¿Pueden las personas controlar todos los
mensajes que transmiten, incluso cuando están muy
perturbadas, o es que su conducta no verbal delatará lo
que esconden las palabras?
Mi finalidad al escribir estos estudios
no ha sido dirigirme sólo a quienes se ven envueltos en
mentiras mortales. He llegado al convencimiento de que
el exámen de las motivaciones y circunstancias que
llevan a la gente a mentir o a decir la verdad puede
contribuir a la comprensión de muchas relaciones
humanas. Pocas de éstas no entrañan algún engaño, o al
menos la posibilidad de un engaño. Los padres les
mienten a sus hijos con respecto a la vida sexual para
evitarles saber cosas que, en opinión de aquéllos, los
chicos no están preparados para saber; y sus hijos,
cuando llegan a la adolescencia, les ocultan sus
aventuras sexuales porque sus padres no las
comprenderían. Van y vienen mentiras entre amigos (ni
siquiera su mejor amigo le contaría a usted ciertas
cosas), entre profesores y alúmnos, entre médicos y
pacientes, entre marido y mujer, entre testigos y
jueces, entre abogados y clientes, entre vendedores y
compradores. Los padres generalmente son los últimos en
enterarse de la vida de sus hijos, hoy en día lo hace
por las redes sociales. Allí descubren sus aficiones y
gustos extravagantes que les tenían ocultos y hasta sus
preferencias sexuales.
Mentir es una característica tan central
de la vida que una mejor comprensión de ella resulta
pertinente para casi todos los asuntos humanos. A
algunos este aserto los hará estremecerse de
indignación, porque entienden que la mentira es siempre
algo censurable. No comparto esa opinión. Proclamar que
nadie debe mentir nunca en una relación sería caer en un
simplismo exagerado; tampoco recomiendo que se
desenmascaren todas las mentiras. La periodista Ann
Landers está en lo cierto cuando dice, en su columna de
consejos para los lectores, que la verdad puede
utilizarse como una cachiporra y causar con ella un
dolor cruel. También las mentiras pueden ser crueles,
pero no todas lo son. Algunas —muchas menos de lo que
sostienen los mentirosos— son altruistas. Hay relaciones
sociales y/o religiosas que se siguen disfrutando gracias a que
preservan determinados mitos (por ejemplo que Jesús
nació un 25 de diciembre y que Santa Claus existe). Sin embargo, ningún
mentiroso debería dar por sentado que su víctima quiere
ser engañada, y ningún descubridor de mentiras debería
arrogarse el derecho a poner al descubierto toda
mentira. Existen mentiras inofensivas y hasta humanitarias.
Desenmascarar siempre ciertas mentiras que no hacen
mayor daño, puede provocar
humillación al mentiroso quien tal vez lo haga en cierto
modo por agradar y/o hasta hacer amena una conversación.
El cuentista folclórico que miente por entretener, no se
debe confundir con el mentiroso egoísta que se va a
aprovechar y sacar
ventaja de ti y hacerte daño, son dos tipos diferentes.
En muchos casos, la víctima del engaño
pasa por alto los errores que comete el embustero, dando
la mejor interpretación posible a su comportamiento
ambiguo y entrando en connivencia con aquél para
mantener el engaño y eludir así las terribles
consecuencias que tendría para si mismo al sacarlo a la
luz. Por ejemplo, yo tiendo a creer en la gente y
a darle oportunidades, siempre les hago un cuento o les
pongo una moraleja para que piensen, pero son tan egoístas y necios que no se dan cuenta de la buena
intención. A veces estos mentirosos se gozan por
dentro creyendo que me han mentido y tomado por tonto y
yo simplemente del alguna forma y manera también me
burlo de ellos pero de una forma sana y educativa. Un
hombre engañado por su esposa o compañera que hace caso omiso
de los signos que delatan el engaño puede así, al
menos, posponer la humillación de quedar al descubierto
como un cornudo. Aun cuando reconozca la infidelidad de
su esposa, quizá coopere en ocultar su engaño para no
tener que reconocerlo ante ella o ante los demás. En la
medida en que no se hable del asunto, tal vez le quede
alguna esperanza, por remota que sea, de haberla juzgado
equivocadamente, de que ella no esté envuelta en ningún
amorío.
EL ALCANCE DE LA
DEFINICIÓN DE MENTIRA
Si
a
una persona que a uno le
cae mal
falta a la verdad, es fácil que la llamemos
mentirosa,
pero en cambio es muy difícil que empleemos
ese término por grave que haya sido su falta a la verdad,
si simpatizamos con ella,
si es nuestro jefe, es un o una pretendiente o tal vez estamos haciendo un negocio con esa
persona.
En esos casos
tratamos al mentiroso con sutileza.
Sin embargo, para mi definición de lo que
es mentir o engañar (utilizo estos términos en forma
indistinta), estas cuestiones carecen de
significatividad. Muchas
personas —por ejemplo, las que suministran información
falsa contra su voluntad— faltan a la verdad sin por
ello mentir. Una mujer que tiene la idea delirante de
que es María Magdalena no es una mentirosa, aunque lo
que sostiene es falso. Dar a un cliente un mal consejo
en materia de inversiones financieras no es mentir, a
menos que en el momento de hacerlo el consejero
financiero supiera que estaba faltando a la verdad. Si
la apariencia de alguien transmite una muy mala impresión
no está por ello mintiendo necesariamente, como no miente
el camaleón que apela al camuflaje para asemejarse
a una hoja, como no miente el individuo cuya ancha
frente sugiere un mayor nivel de inteligencia del que
realmente está dotado, como tampoco miente una persona
con grandes títulos que en la práctica es un mediocre.
Un mentiroso puede decidir que no va a
mentir. Desconcertar a la víctima es un hecho
deliberado; el mentiroso tiene el propósito de tenerla
mal informada. La mentira puede o no estar justificada
en opinión del que la dice o de la comunidad a la que
pertenece. El mentiroso puede ser una buena o una mala
persona, puede contar con la simpatía de todos o
resultar antipático y desagradable a todos. Pero, lo
importante es que la persona que miente está en
condiciones de elegir entre mentir y decir la verdad, y
conoce la diferencia, los mentirosos patológicos, que
saben que están faltando a la verdad pero no pueden
controlar su conducta, no cumplen con mis requisitos.
Tampoco aquellos individuos que ni siquiera saben que
están mintiendo, de los que a menudo se dice que son
víctimas del autoengaño. Un mentiroso puede llegar a
creer en su propia mentira con el correr del tiempo; en
tal caso, dejaría de ser un mentiroso, y sería mucho más
difícil detectar sus faltas a la verdad, por razones que
explicaré más adelante. Un episodio de la vida de Benito
Mussolini muestra que la
creencia en la propia mentira no siempre es beneficiosa
para su autor:
“...en 1938, la composición de las
divisiones del ejército (italiano) se había modificado
de modo tal que cada una de ellas abarcaba dos
regimientos en lugar de tres. Esto le resultaba
interesante a Mussolini,
porque le permitía decir que el fascismo contaba con
sesenta divisiones, en lugar de algo más de la mitad;
pero el cambio provocó una enorme desorganización justo
cuando la guerra estaba por iniciarse; y a raíz de
haberse olvidado de él, varios años después
Mussolini cometió un trágico
error al calcular el poderío de sus fuerzas. Parece que
muy pocos, excepto él mismo, fueron engañados”.
Para definir una mentira no sólo hay que
tener en cuenta al mentiroso sino también a su
destinatario, hay mentira cuando el destinatario de ella
no ha pedido ser engañado, y cuando él que la dice no le
ha dado ninguna notificación previa de su intención de
mentir. Sería extravagante llamar mentirosos a los
actores teatrales; sus espectadores han aceptado ser
engañados por un tiempo; por eso están ahí. Los actores
no adoptan —como lo hace un estafador— una personalidad
falsa sin alertar a los demás de que se trata de una
pose asumida sólo por un tiempo. Ningún cliente de un
asesor financiero seguiría a sabiendas sus consejos si
éste le dijese que la información que va a
proporcionarle es muy convincente, pero falsa.
En mi definición de una mentira o engaño,
entonces, hay una persona que tiene el propósito
deliberado de engañar a otra, sin notificarla
previamente de dicho propósito ni haber sido requerida
explícitamente a ponerlo en práctica por el
destinatario. Existen dos formas fundamentales de
mentir: ocultar y falsear. El mentiroso que
oculta, retiene cierta información sin decir en realidad
nada que falte a la verdad. El que falsea da un paso
adicional: no sólo retiene información verdadera, sino
que presenta información falsa como si fuera cierta.
OCULTAMIENTO Y
FALSEAMIENTO
A menudo, para concretar el engaño es
preciso combinar el ocultamiento con el falseamiento,
pero a veces el mentiroso se las arregla con el
ocultamiento simplemente.
No todo el mundo considera que un
ocultamiento es una mentira; hay quienes reservan este
nombre sólo para el acto más notorio del falseamiento.
Si un médico no le dice a su paciente que la enfermedad
que padece es terminal, si el marido no le cuenta a la
esposa que la hora del almuerzo la pasó en un motel con
la amiga más íntima de ella, si el detective no le
confiesa al sospechoso que un micrófono oculto está
registrando la conversación que éste mantiene con su
abogado, en todos estos casos no se transmite
información falsa, pese a lo cual cada uno de estos
ejemplos se ajusta a mi definición de mentira. Los
destinatarios no han pedido ser engañados y los
ocultadores han obrado de forma deliberada, sin dar
ninguna notificación previa de su intento de engañar.
Han retenido la información a sabiendas e
intencionadamente, no por casualidad. Hay excepciones:
casos en que el ocultamiento no es mentira, porque hubo
una notificación previa o se logró el consentimiento del
destinatario para que lo engañasen. Si marido y mujer
concuerdan en practicar un “matrimonio abierto” en que
cada uno le ocultará sus amorfos al otro a menos que sea
interrogado directamente, no sería una mentira que el
primero callase su encuentro con la amiga de su esposa
en el motel. Si el paciente le pide al médico que no le
diga nada en caso de que las noticias sean malas, no
será una mentira del médico que se guarde esa
información. Distinto es el caso de la conversación
entre un abogado y su cliente, ya que la ley dispone
que, por sospechoso que éste sea para la justicia, tiene
derecho a esa conversación privada; por lo tanto,
ocultar la trasgresión de ese derecho siempre será
mentir.
Cuando un mentiroso está en condiciones
de escoger el modo de mentir, por lo general preferirá
ocultar y no falsear. Esto tiene muchas ventajas. En
primer lugar, suele ser más fácil: no hay nada que
fraguar ni posibilidades de ser atrapado antes de haber
terminado con el asunto. Yo recuerdo que antes de los
celulares estaban los beepers y mi compañera me envió un
mensaje preguntándome que con quien yo estaba. Yo de
inmediato le respondí que con mi prima. Generalmente el
mentiroso busca una afiliación familiar si lo ven con
otra persona y la mas común es, el primo, o la prima, o
en casa de un tío o una tía.(tengan eso bien presente).
Se dice que Abraham
Lincoln declaró en una
oportunidad que no tenía suficiente memoria como para
ser mentiroso. Si un médico le da a su paciente una explicación
falsa sobre la enfermedad que padece para ocultarle que
lo llevará a la tumba, tendrá que acordarse de esa
explicación para no ser incongruente cuando se le vuelva
a preguntar algo, unos días después.
Por ejemplo, yo dejo
que pasen los días y vuelvo y pregunto nuevamente mas o
menos así: ¿Con quien era que tu estabas el domingo
pasado? Lo mas probable es que no lo recuerde. Lo mas
conveniente es saber el nombre del primo.
También es posible que se prefiera el
ocultamiento al falseamiento porque parece menos
censurable. Es pasivo, no activo. Los mentirosos suelen
sentirse menos culpables cuando ocultan que cuando
falsean, aunque en ambos casos sus víctimas resulten
igualmente perjudicadas. El mentiroso puede
tranquilizarse a sí mismo con la idea de que la víctima
conoce la verdad, pero no quiere afrontarla. Una
mentirosa podría decirse: “Mi esposo debe estar enterado
de que yo ando con alguien, porque nunca me pregunta
dónde he pasado la tarde. Mi discreción es un rasgo de
bondad hacia él; por cierto que no le estoy mintiendo
sobre lo que hago, sólo he preferido no humillarlo, no
obligarlo a reconocer mis amorfos y el tipo de mujer que
realmente soy”.
Por otra parte, las mentiras por
ocultamiento son mucho más fáciles de disimular una vez
descubiertas. El mentiroso no se expone tanto y tiene
muchas excusas a su alcance: su ignorancia del asunto, o
su intención de revelarlo más adelante, o la memoria que
le está fallando, etc. El testigo que declara bajo
juramento que lo que dice fue tal como lo dice “hasta
donde puede recordarlo”, deja abierta la puerta para
escapar por si más tarde tiene que enfrentarse con algo
que ha ocultado. El mentiroso que alega no recordar lo
que de hecho recuerda pero retiene deliberadamente, está
a mitad de camino entre el ocultamiento y el
falseamiento. Esto suele suceder cuando ya no basta no
decir nada: alguien hace una pregunta, se lo reta a
tablar. Su falseamiento consiste en no recordar, con lo
cual evita tener que recordar una historia falsa; lo
único que precisa recordar es su afirmación falsa de que
la memoria le falla. Y si más tarde sale a luz la
verdad, siempre podrá decir que él no mintió, que sólo
fue un problema de memoria.
Un episodio del escándalo de
Watergate que llevó a
la renuncia del presidente Richard Nixon
ilustra esta estrategia de fallo de la memoria. Al
aumentar las pruebas sobre la implicación de los
asistentes presidenciales H.R.
Haldeman y John
Ehrlichman en la
intromisión ilegal y encubrimiento, éstos se vieron
obligados a dimitir. Mientras aumentaba la presión sobre
Nixon, Alexander Haig
ocupó el puesto de Haldeman.
“Hacía menos de un mes que
Haig estaba de vuelta en la
Casa Blanca —leemos en una crónica periodística— cuando,
el 4 de junio de 1973, él y Nixon discutieron de qué
manera hacer frente a las serias acusaciones de John
W. Dean, ex consejero de la Casa Blanca. Según una
cinta magnetofónica de esa conversación, que se dio a
conocer a la opinión pública durante la investigación,
Haig le recomendó a Nixon
esquivar toda pregunta sobre esos alegatos diciendo ‘que
usted simplemente no puede recordarlo’.
Un fallo de la memoria sólo resulta
creíble en limitadas circunstancias. Si al médico se le
pregunta si los análisis dieron resultado negativo, no
puede contestar que no lo recuerda, ni tampoco el
detective puede decir que no recuerda si se coloca ron
los micrófonos en la habitación del sospechoso. Un
olvido así sólo puede aducirse para cuestiones sin
importancia o para algo que sucedió tiempo atrás. Ni
siquiera el paso del tiempo es excusa suficiente para no
recordar hechos extraordinarios que supuestamente todo
el mundo recordará siempre, sea cual fuere el tiempo que
transcurrió desde que sucedieron.
Pero cuando la víctima lo pone en
situación de responder, el mentiroso pierde esa
posibilidad de elegir entre el ocultamiento y el
falseamiento. Si la esposa le pregunta al marido por qué
no estaba en la oficina durante el almuerzo, él tendrá
que falsear los hechos si pretende mantener su amorío en
secreto. Podría decirse que aun una pregunta tan común
como la que se formula durante la cena, “¿Cómo te fue
hoy, querido?”, es un requerimiento de información,
aunque es posible sortearlo: el marido aludirá a otros
asuntos que ocultan el uso que dio de ese tiempo, a
menos que una indagatoria directa lo fuerce a elegir
entre inventar o decir la verdad.
Hay mentiras que de entrada obligan al
falseamiento, y para las cuales el ocultamiento a secas
no bastará. La paciente Isabel no sólo debía ocultar su
angustia y sus planes de suicidarse, sino también
simular sentirse mejor y querer pasar el fin de semana
con su familia. Si alguien pretende obtener un empleo
mintiendo sobre su experiencia previa, con el
ocultamiento solo no le alcanzará: deberá ocultar su
falta de experiencia, sí, pero además tendrá que
fabricarse una historia laboral. Para escapar de una
fiesta aburrida sin ofender al anfitrión no sólo es
preciso ocultar la preferencia propia por ver la
televisión en casa, sino inventar una excusa aceptable
—una entrevista de negocios a primera hora de la mañana,
problemas con la chica que se queda a cuidar a los
niños, o algo semejante—.
Hablando de cuido de niños, recuerdo esta historia:
Julian tenía una novia llamada María con fama de
aventurera y loca en amorios. Ella le dijo a Julian que
iria a casa de sus padres en Cabo Rojo el fin de semana
con sus nenes porque sus padres los querian ver. Llegado
el lunes Julian va a casa de María a compartir con su
pretendida compañera, pero esta se esta bañando y él le pregunta a los niños que como les fue en casa de sus
abuelos. A lo que ellos respondiero: -Abuelos, no, mami
nos dejo en el cuido nosotros creiamos que ella andaba
contigo.- A veces las mentiras se descubren por la boca
de otros.
A mi
por lo menos se me hace fácil descubrir mentiras, si
alguien me dice sin yo preguntarle ¿donde esta? y me
dice estoy en casa de mi prima, generalmente le pregunto
que si es de parte de padre o madre y cómo se llama. Si
no le preguntara, seria por no querer avergonzar a la
persona. Entre otras cosas yo identifico ruidos, si hay
niños o no, si ladra un perro y cosas así. Ya luego en
su momento, averiguaré si la pieza del rompecabeza cae
en su lugar.
También se apela al falseamiento, por más
que la mentira no lo requiera en forma directa, cuando
el mentiroso quiere encubrir las pruebas de lo que
oculta. Este uso del falseamiento para enmascarar lo
ocultado es particularmente necesario cuando lo que se
deben ocultar son emociones. Es fácil ocultar una
emoción que ya no se siente, mucho más difícil ocultar
una emoción actual, en especial si es intensa. El terror
es menos ocultable que la preocupación, la furia menos
que el disgusto. Cuanto más fuerte sea una emoción, más
probable es que se filtre alguna señal pese a los
denodados esfuerzos del mentiroso por ocultarla. Simular
una emoción distinta, una que no se siente en realidad,
puede ayudar a disimular la real. La invención de una
emoción falsa puede encubrir la autodelación de otra que
se ha ocultado.
MENTIRA Y EMOCIONES
Ponerse una máscara es la mejor manera de
ocultar una e emoción, Si uno se cubre el rostro o parte
de él con la mano o lo aparta de la persona que habla
dándose media vuelta, habitualmente eso dejará
traslucir que está mintiendo.
La mejor máscara es una emoción falsa,
que desconcierta y actúa como camuflaje.
Es terriblemente arduo mantenerse frío o dejar las
manos quietas cuando se siente una emoción intensa: no
hay ninguna apariencia más difícil de lograr que la
frialdad, neutralidad o falta de emotividad cuando por
dentro ocurre lo contrario, mucho más fácil es adoptar
una pose, detener o contrarrestar con un conjunto de
acciones contrarias a aquellas que expresan los
verdaderos sentimientos.
El juego de póker es otra de las
situaciones en las que uno puede recurrir al
enmascaramiento para ocultar una emoción. Si un jugador
se entusiasma con la perspectiva de llevarse todo el
dinero porque ha recibido unas cartas soberbias, deberá
disimular su entusiasmo si no quiere que los demás se
retiren del juego en esa vuelta. Ponerse una máscara con
señales de otra clase de sentimiento sería peligroso: si
pretende parecer decepcionado o irritado por las cartas
que le vinieron, los demás pensarán que no tiene un buen
juego y que se irá al mazo, en vez de continuar la
partida. Por lo tanto, tendrá que lucir su rostro más
neutral, el propio de un jugador de póker. En caso de
que le hayan venido cartas malas y quiera disimular su
desengaño o fastidio con un “bluff”, o sea, una
fuerte apuesta engañosa tendente a asustar a los otros,
podría usar una máscara: fraguando entusiasmo o alegría
quizá logre esconder su desilusión y dar la impresión de
que tiene buenas cartas, pero es probable que los demás
jugadores caigan en la trampa y lo consideren un novato:
se supone que un jugador experto ha dominado el arte de no
revelar ninguna emoción sobre lo que tiene en la mano.
Dicho sea de paso, las falsedades que
sobrevienen en una partida de póker –los ocultamientos
o los bluffs— no se ajustan a mi definición de lo
que es una mentira: nadie espera que un jugador de póker vaya a revelar las cartas que ha recibido y el
juego en sí constituye una notificación previa de que
los jugadores tratarán de despistarse unos a otros.
En su estilo sobre los jugadores de
póker, David Hayano describe otra de las
estratagemas utilizadas por los jugadores profesionales:
“charlan animádamente a lo largo de toda la partida para
poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...)
Dicen verdades como si fueran mentiras, y mentiras como
si fueran verdades. Junto con esta verborrea, usan
gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos
jugadores se decía que ‘se movía más que una bailarina
de cabaret en la danza del vientre’ “.
(“Poker Lies and Tells”, Human Behavior,
marzo 1979.)
Para ocultar una emoción cualquiera,
puede inventarse cualquier otra emoción falsa. La más
habitualmente utilizada la sonrisa.
Actúa como lo contrario de todas las emociones
creativas: temor, ira, desazón, disgusto, etc. Suele
elegírsela porque para concretar muchos engaños el
mensaje que se necesita es alguna variante de que uno
está contento. El empleado desilusionado porque su jefe
ha promocionado a otro en lugar de él le sonreirá al
jefe, no sea que éste piense que se siente herido o
enojado. La amiga cruel adoptará la pose de
bienintencionada descargando sus acerbas críticas con
una sonrisa de sincera preocupación.
Otra razón por la cual se recurre tan a
menudo a la sonrisa como máscara es que ella forma parte
de los saludos convencionales y suelen requerirla la
mayoría de los intercambios sociales corteses. Aunque
una persona se sienta muy mal, por lo común no debe
demostrarlo para nada ni admitirlo en un intercambio de
saludos; más bien se supone que disimulará su malestar y
lucirá la más amable sonrisa al contestar: “Estoy muy
bien, gracias, ¿y usted?”. Sus auténticos sentimientos
probablemente pasarán inadvertidos, no porque la sonrisa
sea una máscara tan excelente, sino porque en esa clase
de intercambios corteses a la gente rara vez le importa
lo que siente el otro. Todo lo que pretende es que finja
ser amable y sentirse a gusto. Es rarísimo que alguien
se ponga a escrutar minuciosamente lo que hay detrás de
esas sonrisas: en el contexto de los saludos amables,
todo el mundo está habituado a pasar por alto las
mentiras. Podría aducirse que no corresponde llamar
mentiras a estos actos, ya que entre las normas
implícitas de tales intercambios sociales está la
notificación previa de que nadie transmitirá sus
verdaderos sentimientos.
Otro de los motivos por los cuales la
sonrisa goza de tanta popularidad como máscara es que
constituye la expresión facial de las emociones que con
mayor facilidad puede producirse a voluntad. Mucho antes
de cumplir un año, el niño ya sabe sonreír en forma
deliberada; es una de sus más tempranas manifestaciones
tendentes a complacer a los demás. A lo largo de toda la
vida social, las sonrisas presentan falsamente
sentimientos que no se sienten pero que es útil o
necesario mostrar. Pueden cometerse errores en la forma
de evidenciar estas sonrisas falsas, prodigándolas
demasiado o demasiado poco. También puede haber notorios
errores de oportunidad, dejándolas caer mucho antes de
la palabra o frase a la que deben acompañar, o mucho
después. Pero en sí mismos los movimientos que llevan a
producir una sonrisa son sencillos, lo que no sucede con
la expresión de todas las demás emociones.
A la mayoría de la gente, las emociones
que más les cuesta fraguar son las negativas. Mi
investigación revela que la mayor parte de los sujetos
no son capaces de mover de forma voluntaria los músculos
específicos necesarios para simular con realismo una
falsa congoja o un falso temor. El enojo y la repulsión
no vivenciados pueden desplegarse con algo más de
facilidad, aunque se cometen frecuentes equivocaciones.
Si la mentira exige falsear una emoción negativa en
lugar de una sonrisa, el mentiroso puede verse en
aprietos. Hay excepciones: Hitler era,
evidentemente, un actor superlativo, dotado de una gran
capacidad para inventar convincentemente emociones
falsas. En una entrevista con el embajador inglés se
mostró terriblemente enfurecido, gritó que así no se
podía seguir hablando y se fue dando un portazo; un
oficial alemán presente en ese momento contó más
adelante la escena de este modo: “Apenas había cerrado
estrepitosamente la puerta que lo separaba del
embajador, lanzó una carcajada, se dio una fuerte
palmada en el muslo y exclamó: ‘¡Chamberlain
no sobrevivirá a esta conversación! Su gabinete caerá
esta misma noche’“
OTRAS FORMAS DE MENTIRA
Además del ocultamiento y el
falseamiento, existen muchas otras maneras de mentir. Ya
sugerí una al referirme a lo que podría hacer Ruth,
el personaje de Updike, para mantener engañado a
su marido a pesar del pánico. En vez de ocultar este
último, cosa difícil, podría reconocerlo pero mentir en
lo tocante al motivo que lo había provocado.
Otra técnica parecida consiste en decir
la verdad de una manera retorcida, de tal modo que la
víctima no la crea. O sea,
decir la verdad... falsamente. O también recurriendo, a
propósito, a la exageración.
Un truco semejante al de decir falsamente
una verdad es ocultarla a medias. Se dice la verdad,
pero sólo de manera parcial. Una exposición
insuficiente, o una que deja fuera el elemento decisivo,
permite al mentiroso
preservar el engaño sin decir de hecho nada que falte a
la verdad.
Otra técnica que permite al mentiroso
evitar decir algo que falte a la verdad es la evasiva
por inferencia incorrecta. El columnista de un
periódico describió humorísticamente cómo es posible
apelar a ella para resolver el conocido intríngulis de
tener que emitir una opinión ante la obra de un amiga
cuando esa obra a uno no le gusta. Supongamos que es el
día de la inauguración de su exposición de cuadros. Uno
piensa que los cuadros de su amiga son un espanto, pero
hete aquí que antes de poder escabullirte hacia la puerta
de salida, nuestro amiga viene a estrecharnos la mano y
sin demora nos pregunta qué opinamos:
“‘Oh, María’ —le contestaremos
(suponiendo que nuestra artista se llame María), y
mirándola fija a los ojos como si estuviéramos
embargados por la emoción, añadiremos: —‘¡María, María,
María!"te la comistes"
No hay que soltarle la mano en todo este tiempo ni dejar
de mirarla fijamente. Hay un 99 por ciento de probabilidades
de que María finalmente se libere de nuestro apretón de
mano, farfulle una frase modesta y siga adelante...
Claro que hay variantes. Por ejemplo, adoptar el tono
altanero de un crítico de arte y la tercera persona
gramatical invisible, y dividiendo en dos etapas la
declaración, decir: ‘María. María. ¿Qué podría uno
decir’?’ O bajando el tono de voz, más equívocamente: ‘María... No encuentro palabras’. O con un poquito más
de ironía: ‘María: todo el mundo, todo el mundo,
habla de ti’ “.
La virtud de esta estratagema, como la de
la verdad a medias o la de decir la verdad falsamente,
consiste en que el mentiroso no se ve forzado a faltar
en modo alguno a la verdad. Sin embargo, considero que
éstas son mentiras de todas maneras, porque hay un
propósito deliberado de despistar al destinatario sin
darle ninguna notificación previa.
Algún aspecto del comportamiento del
mentiroso puede traicionar estas mentiras. Existen dos
clases de indicios del engaño: un error puede revelar la
verdad, o bien puede sugerir que lo dicho o lo hecho no
es cierto sin por ello revelar qué es lo cierto. Cuando
por error un mentiroso revela la verdad, yo lo llamo
autodelación; y llamo pista sobre el embuste a las
características de su conducta que nos sugieren que está
mintiendo pero no nos dicen cuál es la verdad. Si el
médico de una paciente que miente nota que ella se
retuerce las manos al mismo tiempo que le dice que se
siente muy bien, tendrá una pista sobre su embuste, una
razón para sospechar que ella le miente; pero no sabrá
cómo se siente realmente —podría estar rabiosa por la
mala atención que se le brinda en el hospital, o
disgustada consigo misma, o temerosa por su futuro—,
salvo que ella cometa una autodelación. Una expresión de
su rostro, su tono de voz, un desliz verbal o ciertos
ademanes podrían traslucir sus auténticos sentimientos.
Una pista sobre el embuste responde al
interrogante de si el sujeto está o no mintiendo, pero
no revela lo que él oculta: sólo una autodelación puede
hacerlo. Con frecuencia, eso no importa. La pista sobre
el embuste es suficiente cuando la cuestión es saber si
la persona miente, más que saber qué es lo que oculta.
En tal caso no se precisa ninguna autodelación. La
información sustraída puede imaginarse, o no viene al
caso. Si un gerente percibe, gracias a una pista de este
tipo, que el candidato que se presentó para el cargo le
está mintiendo, con eso le basta, y no necesita ninguna
autodelación del candidato para tomar la decisión de no
emplear en su empresa a un mentiroso.
Hay ocasiones en que la autodelación sólo
proporciona una parte de la información que la víctima
necesita conocer: transmite más que la pista sobre el
embuste, pero no todo lo que se ha ocultado. Recordemos
el episodio ya mencionado de Marry Me, de Updike.
Ruth se vio presa del pánico porque no sabía cuánto
había escuchado su esposo de la conversación telefónica
que ella había mantenido con su amante. Cuando Jerry se
dirigió a ella, tal vez Ruth hiciera algo que dejase
traslucir su pánico (un temblor en los labios, una fugaz
estrechez de las cejas). En ese contexto, un indicio
tal sería suficiente para saber que estaba mintiendo,
pues... ¿por qué otro motivo podría preocuparle que su
esposo le hiciera esa pregunta? Ahora bien, dicha pista
nada le diría a Jerry en cuanto a la mentira en sí, ni
con quién estaba hablando ella. Jerry obtuvo parte de
esa información porque la voz de Ruth la autodelató. Al
explicarle por qué motivo no creía en lo que ella le
había dicho sobre con quien hablaba por teléfono, Jerry le
dice:
“—Fue por tu tono de voz.
“—¿En serio?
¿Y cómo era?— ella quiso lanzar una risita nerviosa.
“—-Era un tono distinto al de costumbre
—dijo—» Era la voz de una mujer con carácter»
“—Eso es lo que soy: una mujer.
“—Pero conmigo tu usas un tono de voz de
una nena de 14 años—continuó él”.
La voz que había usado Ruth no era la que
usaría con una empleada de la escuela dominical, sino
más bien con un amante. Ella trasunta que el engaño de
Ruth probablemente esté referido a un asunto amoroso,
aunque todavía no le dice a su marido cómo es toda la
historia. Jerry no sabe aún si el idilio acaba de
comenzar o está avanzado; tampoco sabe quién es el
amante de su mujer. No obstante, sabe más de lo que
habría podido averiguar con una pista sobre su embuste,
que a lo sumo le habría informado que ella mentía.
Hasta
que un día Jerry y su mujer están en su vehículo en
camino al supermercado y de pronto un vehículo se
estaciona a su lado esperando el cambio de luz. De
pronto el conductor de ese vehículo hace un gesto de
saludo disimulado a Ruth que es captado por Jerry, sin
embargo, Ruth se mantuvo tieza como si no hubiera visto
nada. Esa fue la pista que necesitaba el marido para
sospechar quien podía ser el amante de ella. En una
situación normal de una amistad, el saludo habria sido
franco y abierto.
EL TEMOR A SER
ATRAPADO
En sus formas más moderadas, este temor,
en vez de desbaratar las cosas, puede ayudar al
mentiroso a no incurrir en equivocaciones al mantenerlo
alerta. Si el temor es mayor, puede producir signos
conductuales que el descubridor de mentiras avezado
notará enseguida, y si es mucho mayor, el temor del
mentiroso a ser atrapado da origen exactamente a lo que
él teme. Si un mentiroso fuera capaz de calibrar cuál
será su recelo a ser detectado en caso de
embarcarse en un embuste, estaría en mejores condiciones
para resolver si vale la pena correr el riesgo. Y aunque
ya haya decidido correrlo, saber estimar qué grado de
recelo a ser detectado podría llegar a sentir lo ayudará
a programar medidas contrarrestantes a fin de reducir u
ocultar su temor. Esta información puede serle útil,
asi mismo, al descubridor de mentiras: si prevé que un
sospechoso tiene mucho temor de ser atrapado, estará muy
atento a cualquier evidencia de ese temor.
Un padre que se ha mostrado suspicaz y
desconfiado con su hijo y no le ha creído cuando le dijo
la verdad, despertará temor en un chico inocente. Esto
plantea un problema decisivo en la detección del engaño:
es casi imposible diferenciar el temor a que no le
crean del niño inocente, del recelo a ser detectado
que siente el niño culpable: las señales de uno y otro
serán las mismas.
Estos problemas no se presentan
exclusivamente en el descubrimiento del engaño entre
padre e hijo: siempre es difícil distinguir el temor del
inocente a que no le crean, del recelo del culpable a
ser detectado. Y la dificultad se agranda cuando el
descubridor de la mentira tiene fama de suspicaz, de no
haber aceptado sin más la verdad anteriormente. A éste
le será cada vez más problemático distinguir aquel temor
de este recelo. La práctica del engaño, así como el
éxito reiterado en instrumentarlo, reducirá siempre el
recelo a ser detectado. El marido que engaña a su esposa
con la decimocuarta amante no se preocupará mucho porque
lo atrape: ya tiene práctica suficiente, sabe lo que
puede prever que sucederá y lo que tiene que encubrir; y
lo que es más importante, sabe que puede salir airoso.
La confianza en uno mismo aminora el recelo de ser
descubierto. Por otra parte, un mentiroso que se propasa
en su autoconfianza puede cometer errores por descuido;
es probable que cierto recelo de ser detectado sea útil
para todos los mentirosos.
El detector eléctrico de mentiras,
o polígrafo, opera basándose en los mismos
principios que la persona que quiere detectar mentiras a
través de señales conductuales que las traicionen, y
está sujeto a los mismos problemas. El polígrafo no
detecta mentiras sino sólo señales emocionales. Sus
cables le son aplicados al sospechoso a fin de medir los
cambios en su respiración, sudor y presión arterial.
Pero en sí mismos el sudor o la presión arterial no son
signos de engaño: las palmas de las manos se humedecen y
el corazón late con mayor rapidez cuando el individuo
experimenta una emoción cualquiera.
Por eso, antes de efectuar esta prueba,
la mayoría de los expertos que utilizan el polígrafo
tratan de convencer al sujeto de que el aparato nunca
falla, y le administran lo que se conoce como una
“prueba de estimulación”. La técnica más frecuente
consiste en demostrarle al sospechoso que la máquina
podrá adivinar qué naipe ha extraído del mazo. Se le
hace extraer un naipe y después volver a ponerlo en el
mazo; luego se le pide que conteste negativamente cada
vez que el examinador le inquiere por un naipe en
particular. Algunos expertos que emplean este aparato no
cometen errores gracias a que desconfían de él, y
utilizan un mazo de naipes marcados. Justifican la
trampa basándose en dos argumentos: si el sospechoso es
inocente, importa que él crea que la máquina es
perfecta, pues de lo contrario tendría temor de que no
le creyesen; si es culpable, importa que tenga recelo de
ser atrapado, pues de lo contrario el aparato no
operaría en verdad. La mayoría de los que utilizan el
polígrafo no incurren en esta trampa contra sus sujetos,
y confían en que el polígrafo sabrá decirles con
exactitud cuál fue el naipe extraído.
Ocurre lo mismo que en "Pleito de
Honor": el sospechoso tiene que estar persuadido de
la habilidad del otro para descubrir su mentira. Los
signos de que tiene temor serían ambiguos si no pudiesen
disponerse las cosas de modo que únicamente el mentiroso
tenga miedo, no el veraz. Los exámenes con polígrafos no
sólo fracasan porque algunos inocentes temen ser
falsamente acusados o porque por algún otro motivo los
perturba el hecho de ser sometidos a un examen, sino
también porque algunos delincuentes no creen en la
máquina mágica: saben que pueden burlarla, y por eso
mismo se vuelve más probable que sean capaces de
lograrlo.
Hasta ahora hemos visto de qué manera la
fama del descubridor de mentiras puede influir en el
recelo a ser detectado del mentiroso y en el temor a que
no le crean del inocente. Otro factor que gravita en el
recelo a ser detectado es la personalidad del mentiroso.
Hay individuos a los que les cuesta mucho mentir, en
tanto que otros lo hacen con pasmosa soltura. Se sabe
mucho más de los que mienten con facilidad que de los
que no pueden hacerlo. Algo pude descubrir sobre estos
últimos en mi investigación sobre el ocultamiento de las
emociones negativas.
Hay individuos que son especialmente
recelosos de ser atrapados mintiendo; están convencidos
de que todos los que los están mirando se darán cuenta
de que miente, lo que se convierte en una profecía que
termina por cumplirse
Hasta ahora he descrito dos factores
determinantes del recelo a se detectado: la personalidad
del mentiroso y, antes que esto, la fama y carácter del
descubridor de la mentira. No menos importante es lo
que está en juego al mentir. La regla es muy simple:
cuanto más sea lo que está en juego, mayor será el
recelo a ser detectado. Pero la aplicación de esta regla
puede ser complicada, porque no siempre es sencillo
averiguar qué es lo que está en juego.
El recelo a ser detectado será mayor si
lo que está en juego es evitar un castigo, y no
meramente ganar una recompensa.
Un engaño puede acarrear dos clases de
castigo: el castigo que aguarda en caso de que la
mentira falle y el que puede recibir el propio acto de
mentir. Si están en juego ambos, será mayor el recelo a
ser detectado. A veces el castigo en caso de que a uno
lo descubran engañando es mucho peor que el castigo que
deseaba evitar con su engaño. En ‘Pleito de honor’,
el padre le comunicó a su hijo que ésa era la situación.
Si el descubridor de mentiras puede hacerle saber con
claridad al sospechoso, antes de interrogarlo, que su
castigo por mentir será peor que el que se le imponga
por su delito, tiene más probabilidades de disuadirlo de
que mienta.
Pero aunque el transgresor sepa que el
daño que sufrirá si se descubre su mentira será mayor
que el que recibirá si admite su falta, mentir puede
resultarle muy tentador, ya que confesar la verdad le
provocará perjuicios inmediatos y seguros, en tanto que
la mentira contiene en sí la posibilidad de evitar todo
perjuicio. La perspectiva de eludir un castigo inmediato
puede ser tan atrayente que el impulso que lo lleva a
eso hace que el mentiroso subestime la probabilidad de
ser atrapado, y el precio que ha de pagar en caso de
serlo. El reconocimiento de que la confesión habría sido
una mejor estrategia llega demasiado tarde, cuando el
engaño se ha mantenido ya por tanto tiempo y con tantas
argucias, que ni siquiera la confesión logra reducir el
castigo.
Para sintetizar, el recelo a ser
detectado es mayor cuando:
•
el destinatario tiene fama de
no ser fácilmente engañable;
•
el destinatario se muestra
suspicaz desde el comienzo;
•
el mentiroso carece de mucha
práctica en el arte de mentir, y no ha tenido demasiados
éxitos en esta materia;
•
el mentiroso es
particularmente vulnerable al temor a ser atrapado;
•
lo que está en juego es
mucho;
• hay en
juego tanto una recompensa como un castigo; o bien, en
el caso de que haya una sola de estas cosas en juego, es
el castigo;
•
el castigo en caso de ser
atrapado mintiendo es grande, o bien el castigo por lo
que se intenta ocultar con la mentira es tan grande que
no hay incentivo alguno para confesarla;
•
el
destinatario de la mentira no se beneficia en absoluto
con ella.
Continua>>>>> |
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