Revolución
Francesa
Capitulo
II
La
Toma de la Bastilla
No
obstante su explícito respeto al rey, muchos cuadernos planteaban el
deseo de que se formulase una Constitución para el país.
La primera sesión de los Estados Generales se realizó el 5 de mayo de
1789, en Versalles. El rey había elegido este lugar sin considerar que
el lujo de la corte podía irritar los ánimos de los representantes del
tercer estado. En la reunión inaugural, el monarca tomó la palabra
señalando a los presentes que su ocupación esencial sería hacer las
reformas financieras. En el fondo, su discurso dejó claro que él no
quería oír nada acerca de la Constitución. Desde ese momento se pudo
advertir que el pueblo y el monarca no serían compañeros de equipo. Otro
punto que provocó desacuerdo se refería a la forma en que se celebrarían
las sesiones.(En la imagen: la Toma de la Bastilla, fortaleza utilizada
como prisión, fue el hecho que inauguró el periodo de violencia de la
Revolución Francesa)
El monarca y la nobleza deseaban que cada orden se reuniese por
separado. El tercer estado, en cambio, quería que todos formasen una
asamblea única, en la que se adoptaran las resoluciones con voto
individual.
La Asamblea Nacional
Cuando el rey se retiró de la reunión inaugural, fue despedido con
aplausos que no reflejaban aprobación sino más bien simple cortesía.
Al término de la reunión, el tercer estado se congregó por su cuenta,
resolviendo no aceptar las deliberaciones de cada orden por separado.
Más tarde, el tercer estado invitó a la nobleza y al clero a sumarse a
esta iniciativa. Algunos miembros del clero acogieron este llamado, y el
17 de junio, el tercer estado, acompañado de unos 15 sacerdotes, se
autodeclaró Asamblea Nacional.
La nobleza y los obispos, en su mayoría, solicitaron al rey que
impusiera su autoridad para impedirles salirse con la suya. Como primera
medida, se clausuró la sala en que el grupo realizaba sus reuniones.
Pero eso no resultó ser un obstáculo serio, ya que la Asamblea
simplemente se cambió de local y sesionó en un lugar utilizado para
juego de pelota. Allí, el 20 de junio, estos delegados jugaron no
separarse "hasta que la Constitución del reino fuera establecida sobre
firmes fundamentos". Tres días más tarde se presentó el rey, ordenando
que volviesen a sesionar por grupos separados y les negó el derecho a
legislar. El monarca dio por terminada la sesión, pero los partidarios
de la Asamblea no se movieron del lugar. El conde de Mirabeau, que pese
a su título mobiliario era representante del tercer estado, señaló que
sólo abandonarían el lugar por la fuerza de las bayonetas. El rey no se
atrevió a usar la violencia y, a regañadientes, los dejó quedarse.
A medida que pasaban los días, más y más miembros del clero e incluso de
la nobleza abandonaban sus posturas iniciales para sumarse a la Asamblea
Nacional, que más tarde tomó el título de Asamblea Constituyente.
Siguiendo el viejo lema de "si no puedes ir en contra únete a ellos", el
rey terminó por ordenar a todos los representantes tomar parte en la
Asamblea.
El pueblo en armas
A pesar de haber dado su autorización, el rey, naturalmente, no estaba
de acuerdo con la situación que se estaba viviendo. Tampoco lo estaban
algunos nobles. El ambiente era tan tenso que se emplazaron tropas
armadas en las afueras de París y de Versalles. La gota que colmó el
vaso fue la destitución de Necke. El pueblo entero manifestó su
descontento y se proclamó a favor de la Asamblea Constituyente. Esto no
quedó en meras declaraciones. La multitud se sublevó y saqueó varias
tiendas de armas.
Uno de los primeros objetivos de las enfurecida turba en París fue la
Bastilla, una fortaleza que servía de prisión y que simbolizaba para
muchos la arbitrariedad del régimen. Cientos de hombres armados se
dirigieron a ese lugar, el 14 de julio de 1789, exigiendo su rendición.
En un comienzo se intentó negociar, pero luego los amotinados fueron
atacados. Se inició de esa forma una batalla sangrienta que terminó con
la caída de la fortaleza. El gobernador de la Bastilla, De Launey, murió
degollado y su cabeza fue llevada por las calles sobre la punta de una
lanza.
El mismo día en que estos hechos ensangrentaban París, el rey había
salido de cacería. El día 15 le comunicaron la noticia. Sin llegar a
comprender la magnitud real de lo sucedido, el soberano preguntó: "¿Se
trata de una revuelta?". La respuesta fue lapidaria: "No majestad, es
una revolución".
Fin de privilegios
La Toma
de la Bastilla hizo que todo París se convirtiera en un campo de
batalla. En las calles y plazas se levantaron barricadas. La Fayette fue
proclamado comandante de la Guardia Nacional, y Jean Sylvain Bailly, un
astrónomo, alcalde de la ciudad.
La
Asamblea Nacional seguía angustiada por las tropas que la rodeaban, pero
el rey las hizo retirar. El 17 de julio, Luis XVI llegó a París y aceptó
de manos de Baily, la escarapela tricolor (azul y rojo, colores de la
ciudad, y blanco como color de los Borbones), símbolo de la revolución.
Abolición de privilegios
En la Asamblea
Nacional donde llegaron noticias terribles de provincias, para
tranquilizar los espíritus pareció indispensable abolir el sistema
feudal que, de hecho, ya estaba aniquilado. El 4 de agosto la Asamblea
abolió los privilegios de la nobleza. La lista de acuerdos comprendía:
la eliminación de servidumbre, de los derechos de caza, de palomar y de
conejera, la admisión de los ciudadanos a todos los cargos civiles y
militares, la gratuidad de la justicia y la prohibición de comerciar con
los cargos.
Los
acuerdos tomados interrumpieron los debates de un tema que interesaba
principalmente a La Fayette. Era la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano,(en la imagen) que había de constituir la
introducción teórica a la Constitución Futura, y cuyas ideas
principales, tomó éste de la Constitución de algunos de los estados
norteamericanos recién independizados.
París retiene al rey
Adoptado
los derechos del hombre el 27 de agosto, la Asamblea, llamada ahora
Constituyente, pasó a redactar la Constitución. Pero su discusión no
impedía que, de tiempo en tiempo, fuese reclamada por las duras
necesidades de la realidad y hubiese de ocuparse de la amenazadora banca
rota. El paro de industrias y del comercio aumentó el número de
hambrientos y vagabundos. La elevación del precio de los granos, a
consecuencia de malas cosechas y peores sistemas de distribución, obligó
a comprar trigos a precios muy altos .
En las
masas de la capital, el miedo al hambre colectiva uniese con la idea de
que se debía traer al rey a París, para hacerle saber los deseos del
pueblo. Pero, sobre todo, la capital sintió gran indignación cuando supo
que el rey y la reina se había presentado en un banquete en el cual la
bandera tricolor había sido insultada. Jean Paul Marat, médico enfermo,
desilusionado y fanático, llamó a los pobres al combate. Por la mañana
del 5 de octubre de 1789, grandes masas humanas de ambos sexos se
dirigieron a Versalles para llevar al rey a París. El pueblo rodeó el
palacio, donde nadie se atrevía a resolverse por la huída. El rey
despidió con buenas palabras a la comisión de mujeres que pedía pan
blanco. Eso sí, no recibieron una respuesta tan comprensiva de la reina
María Antonieta, quien al saber el hambre de pan que había, contestó:
"Que coman tortas, pues".
El rey regresa a París
En esta
misma oportunidad, el rey aprobó los derechos del hombre. Pero delante
del palacio había disturbios y peleas con los guardias. La situación se
hacía cada vez más peligrosa. Finalmente, a la caída de la tarde, se
presentó La Fayette con 20 mil hombres de la Guardia Nacional, y pidió
al rey, entre otras cosas, que tomase el palacio de las Tullerías, en
París, por residencia habitual y que mandase que el servicio de éste
fuese desempeñado por las Guardias Nacionales. Puso centinelas en las
puertas del palacio y a medianoche se fue a acostar. Al amanecer del 6
de octubre, una masa de plebe penetró en el palacio por una puerta que
no estaba guardada, y mató a varios centinelas de la Guardia Real. La
reina, medio desnuda, y cuya cabeza pedía la multitud, huyó a las
habitaciones del rey.
Ambos
fueron salvados por La Fayette, a quien sacaron apresuradamente de su
sueño. Desde el balcón, el rey prometió trasladarse a París. Por la
tarde emprendió el triste camino hacia la capital con su familia y
acompañado de una salvaje multitud a cuya vanguardia iban las cabezas
cortadas de los infieles guardias asesinados. Así, Luis XVI pasó a ser
prisionero de París.
Entretanto, la Asamblea Constituyente seguía redactando la nueva
Constitución. Sus trabajos fueron interrumpidos con la celebración del
primer aniversario de la Toma de Bastilla. De toda Francia acudieron
comisiones a la fiesta. El inmoral, cojo, joven, alegre y flexible
obispo Carlos Mauricio de Talleyrand bendijo las banderas de la Guardia
Nacional, y La Fayette, nombrado comandante supremo de esta arma para
todo el reino, se adelantó el primero al altar de la patria, para jurar
fidelidad a la nación, a la ley y al monarca.
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