A dos calles de la casa de Andy,
vivía un perro grande y colorado. Cada vez que Andy
paseaba, el perro salía corriendo hacia el y se
echaban juntos a rodar en el césped, hasta que la
señora Winn gritaba —¡Deja
en paz a mi perro!
Andy
pensaba que la señora Winn era antipática pero, su
mama decía que era una mujer solitaria.
A Andy
le gustaba ir a ver los animales a la tienda de
mascotas de la señorita Alberti. —¿Qué es eso? --Le
pregunto una vez a la señora Alberti, al ver algo
que le parecía un lagarto de unos dos pies de largo.
—Una
iguana—contesto—. ¿Quieres alzarla?
La
iguana se le deslizo por el brazo y el hombro, y fue
a encaramársele alrededor del cuello.—Mama,¡mira!—exclamo.
Su mama
dio un alarido cuando vio la iguana verde y rugosa
alrededor del cuello de Andy.
—¿Puedo
llevarla a casa? —suplico—. Haré todos los mandados
que me pidas.
¡Por
favor!
La
señorita Alberti le suplico a Andy como armara la
jaula, y la iguana fue a vivir al patio de la casa.
Andy la llamo “Liz” y le daba de comer lechuga y
coliflor. A el le gustaba pasearse en bicicleta con
la iguana al cuello por todo el vecindario.
Un día
sin querer, Andy dejo la jaula abierta y Liz se
escapo. La busco por todos lados. Puso un cartel en
la tienda de la señora Alberti.
¡Esperaba
que no le hubiera ocurrido nada!
Poco
después recibió una llamada. Era la señora Winn.
—¿Tu eres el niño de la iguana?—le pregunto.
—Ya no—dijo
Andy con tristeza—. Se me ha perdido.
—¡Que va! — dijo la mujer—.
¡Esta
en mi cerezo!
Andy corrio
a casa de la señora Winn. Al llegar, la encontró
parada al pie del árbol. Liz estaba enroscada
alrededor de su cuello, mientras el perro les
ladraba a los dos.
—Pensé
que podía asustarse con el perro y salir
espantada—dijo la señora Winn—. Así que decidí traer
la escalera y bajarla. Luego para sorpresa de Andy,
la señora Winn le sonrió.
—Es Liz
mi mascota. Y yo soy Andy—le contesto.
—Mucho
gusto, Andy —dijo la señora Winn. Y agrego,
acariciando a Liz—, mucho gusto, Liz.