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O b r a    d i s e ñ a d a   y   c r e a d a   p o r   H é c t o r  A.  G a r c í a

Biografías de escritores puertorriqueños

 

 

Literatura de Puerto Rico I

Introducción        VER Los Escritores de Puerto Rico

Mensaje Hablar de Literatura en Puerto Rico es hablar, en definitiva, de muchas manifestaciones culturales que, en algunos casos, exceden de lo que estrictamente se entiende por literatura: de la mitología arahuco taína, del areyto, de las crónicas de los hombres que llegaron desde el otro lado del Atlántico y que trajeron consigo un nuevo modo de concebir el mundo, de la literatura que se produjo en el territorio que hoy conocemos como Puerto Rico cuando éste era una colonia de la Corona española, de la literatura de transmisión oral muy presente en la edad moderna, y de los distintos períodos en los que se divide la producción literaria paralela a la española, hasta desembocar en la literatura de Puerto Rico como entidad.

Sin embargo, a la hora de estudiar la producción literaria en el ámbito hispanoamericano, al investigador de la literatura se le plantea un dilema difícil de resolver, un dilema sobre todo de referencia, es decir, de lo que se entiende por literatura en sí misma, qué es lo que se puede incluir dentro de ella, debido a la diversidad de manifestaciones artísticas y culturales que han tenido cabida en el ámbito geográfico que en este caso está delimitado por la circunscripción insular. Así, se debe incluir (o no) la tradición simbólica anterior a la llegada de Colón, o las crónicas de los navegantes que llegaban a estas tierras, o incluso la tradición oral que no fue plasmada en textos escritos. Pero esto es tan sólo el punto de partida, puesto que es necesario diferenciar también qué es lo que estrictamente se debería entender como literatura puertorriqueña y qué lo que debería incluirse en la literatura española de los colonos que se asentaron en estas tierras. Y, por supuesto, dirimir qué puede considerarse como literatura puertorriqueña propiamente dicha antes del nacimiento de Puerto Rico como estado.

Con estas premisas, el presente artículo hará un somero repaso por toda manifestación literaria, ya esté escrita o no, que haya nacido del ingenio de cualquiera persona que, por diversos motivos, se encontrara en la isla o se sintiera perteneciente a ella, al margen de que fuera arahuaca, española o puertorriqueña.

Mito y realidad literaria en el Boriquén indígena

Aproximadamente 350 años antes de la llegada de Colón a Las Indias, la antigua Boriquén prehispánica, como fue también el caso de la vecina Española o el oriente de Cuba, había sido invadida por la última oleada de pobladores de origen arahuaco continental de los territorios sudamericanos de las Guayanas y la Amazonia. El establecimiento de esta cultura taína (pues así fue llamada) neolítica fue enriquecida con algunos influjos materiales más avanzados, procedentes probablemente de indígenas del Yucatán y de América Central.

Hasta la fecha no se conoce ninguna manifestación escrita del folklore taíno, si bien el hecho de la existencia de petroglifos (cuya explicación aún no tiene un argumento convincente) da fe de la existencia de, al menos, una tradición oral que desgraciadamente se ha perdido.

Gracias al religioso jerónimo catalán fray Ramón Pané, quien viviera en la Española de 1494 a 1499, nos ha llegado un completo compendio del caudal de ritos y creencias de los aborígenes de aquella época que de por sí constituye un acervo literario de los arahuacos insulares. Por él conocemos el pensamiento cosmogónico y teogónico de estos indígenas y su concepción mítico-religiosa del mundo que les rodeaba. Así, sus mitos hacían referencia al origen del cosmos, de la humanidad y la vida después de la muerte, así como otros mitos propios de la mitología arahuaca.

Por otro lado, gracias al propio Pané y a otros cronistas se sabe de la existencia del areyto, un canto de índole épica que se bailaba al sonoro ritmo de los tambores hechos de madera hueca que los indígenas denominaban mayohavau. Estos cantos, del mismo modo que ocurre en tantas culturas a lo largo y ancho del globo, cantaban las hazañas de los héroes de otros tiempos, de los caciques de antaño, sus genealogías y las batallas en las que participaron; y como ocurre también en casi todo el mundo, no han llegado hasta nuestros días.

La literatura del descubrimiento y la conquista

El antiguo Boriquén de los taínos pasó a llamarse San Juan Bautista, toda vez que la isla fue "descubierta" por la expedición colombina y más tarde explorada e inicialmente colonizada por Juan Ponce de León. Como ocurrió en casi todo el territorio centro y sudamericano, el ocaso de la cultura aborigen corrió tan rápido como los ejércitos de los conquistadores, por lo que ésta dio paso a la cultura de los nuevos habitantes de la isla que venían del otro lado del Atlántico. Es por ello que desde los albores del siglo XVI hasta el establecimiento de la colonia se debe hablar de la literatura del descubrimiento y posterior colonización.

Capítulo importante de la literatura de esta época es la figura del cronista de Indias, y entre ellos sería injusto no mencionar las impresiones que la isla produjo en el propio Cristóbal Colón durante su segundo viaje al nuevo continente. Estas impresiones nos han llegado indirectamente, ya que se ha perdido el diario de a bordo del almirante genovés. Así, cabe destacar las crónicas del humanista italiano Pedro Mártir de Anglería (1457-1526), al célebre fray Bartolomé de las Casas (1470-1566) y al propio hijo de Colón, Hernando (1488-1539), en cuya Vida del almirante don Cristóbal Colón (que no llegó a editar) se encuentra íntegra la ?Relación acerca de las antigüedades de los indios?. De los citados es Bartolomé quien hiciera los informes más detallados de la isla, en su labor de coleccionar documentos y de registrar testimonios sobre el descubrimiento, conquista y colonización de la que sería América.

Diego Álvarez Chanca, doctor sevillano que participó en la segunda expedición colombina, con la curiosidad natural del hombre de ciencias, también escribió sobre la isla, especialmente sobre su naturaleza (de la que resalta su exuberancia y verdor).

En cuanto a los historiadores, debe destacarse a Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) quien, en su Historia general y natural de las Indias, da una relación extensa y detallada del estado en el que se encontraba la isla.

Sin embargo, los documentos más antiguos e importantes redactados en Puerto Rico (1460-1521) serían los de su conquistador y primer gobernador, Juan Ponce de León, quien, entre 1509 y 1521, registró en sus escritos sus gestiones de exploración, conquista y colonización de la isla. Por otro lado, y dentro de la poesía épica, Juan de Castellanos (1522-1607), en sus Elegías de varones ilustres de Indias, dedica la elegía VI al propio Ponce de León, así como otros hechos relativos a la isla.

La literatura de los siglos coloniales

Entre los siglos XVI y XVIII, los territorios conquistados se fueron consolidando como colonia, lo que trajo consigo una producción literaria que no buscaba, en un principio, el aspecto creativo o estético, sino que más bien se centraba en narrar, de una manera más o menos objetiva, la laboriosa creación de dicha colonia. Así, durante este período proliferaron toda una serie de cartas, relaciones y memorias que los sucesores de Ponce de León, diversos oficiales reales y algunos vecinos, escribieron para narrar, bien oficialmente o bien a título personal, los acontecimientos que se iban desarrollando en la colonia.

La memoria de Melgarejo (1582), escrita en colaboración y a solicitud del gobernador Juan López de Melgarejo entre el bachiller Antonio de Santa Clara y el nieto del conquistador de la isla, el presbítero Juan Ponce de León Troche (ca. 1525-1590), a la sazón primer historiador puertorriqueño, ofrece una descripción material de la colonia y de la sociedad de ésta, y constituye una fuente fundamental para el conocimiento de la historia insular durante los tres primeros cuartos de siglo de existencia de la colonia. A ésta hay necesariamente que sumar otras tres relaciones que se escribieron durante el siglo XVII, a saber: la de Diego de Larrasa en 1625, titulada Relación de la entrada y cerco del enemigo Boudyono Henrico en la ciudad del Puerto Rico de las Indias, que narra el ataque que sufriera la capital de la colonia en aquel año; la carta que fray Damián López de Haro (1581-1648) envió a Juan Díaz de la Calle, oficial de la Secretaría de la Nueva España en el Consejo de Indias, en la que narra las experiencias e impresiones que a éste le produce su residencia en la isla; y, por último, la Descripción de la isla y ciudad de Puerto Rico de Diego de Torres Vargas (1615-?), secretario criollo del obispo López de Haro.

El Siglo de Oro español también dejó cierta impronta en los autores de la colonia, toda vez que el obispo Bernardo de Balbuena (1568-1627), que llegó a la isla en 1623, escribió parte de su producción literaria durante su estancia en la colonia; además, a la muerte de éste, la obra Teatro popular... del madrileño Francisco Dávila y Lugo fue también escrita durante la estancia del autor en San Juan de Puerto Rico.

En cuanto a la poesía, quizá el primer poeta puertorriqueño conocido sea Francisco de Ayerra Santa María (1630-1708), formado en la vecina Nueva España adonde se trasladó muy joven desde su ciudad natal de San Juan. Escritor que se incluye dentro de la corriente literaria de Luis de Góngora, propia del México de aquella época, componía sus poemas tanto en latín como en castellano; sus sonetos, escritos en esta última lengua, son muy celebrados.

A Carlos de Sigüenza y Góngora, a menudo autor barroco, se debe el libro Infortunios que Alonso Ramírez, natural de la ciudad de San Juan de Puerto Rico, padeció..., narrados con un estilo llano propio del personaje, un carpintero que describe las hazañas de su viaje alrededor del mundo.

Por último, cabe destacar la obra, vastamente documentada, Historia geográfica, civil y política de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, publicada en 1788, cuyo autor, fray Íñigo Abbad y Lasierra (1745-1813), secretario y confesor del obispo fray Manuel Jiménez Pérez, hombre de amplia formación intelectual, residió once años en la isla durante los cuales escribió la citada obra.

Al margen de esta literatura, más o menos oficial, debe destacarse una tradición folklórica literaria que poco a poco vino desarrollándose en la isla y cuyas raíces hay que encontrarlas en la propia tradición peninsular de los colonos llegados de España, así como en las circunstancias materiales y espirituales de los criollos insulares y las aportaciones étnicas y culturales de los esclavos provenientes de África. De esta forma, hay que destacar los romances y romancillos, las coplas, décimas y decimillas, cantos y rimas infantiles, así como la poesía ritual de ceremonias, fiestas y actos populares, los refranes, adivinanzas y cuentos, que se transmitieron de boca en boca en la isla durante todo el período colonial.

Durante el siglo XVIII también escribieron Alejandro O´Reilly (1725-1794) su Relación circunstanciada del actual estado [...] de la isla de San Juan de Puerto Rico, y Fernando Miyares González (1749-1818) las Noticias particulares de la isla y plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico.

El siglo XIX en Puerto Rico

Preludios

La invasión napoleónica de 1808 y la posterior constitución de las Cortes de Cádiz supusieron un cambio de mentalidad en la metrópoli hispana en relación con sus colonias del otro lado del Atlántico. El liberalismo político que comenzó a instaurarse en España caló pronto en la América hispana, y Puerto Rico no iba a ser una excepción. La población insular comenzó a desarrollar una conciencia colectiva que pronto se tradujo en un embrionario sentido unitario, el cual desembocó en una necesidad de demostrar las características singulares del sentir criollo y un acercamiento a posturas que demandaban de la metrópoli no sólo una autonomía en mayor o menor medida efectiva, sino algo mucho más cercano a lo que en las fronteras vecinas se fue poco a poco transformando en independencia a medida que el siglo llegaba a su fin.

Para el desarrollo de este sentir la prensa tuvo un papel definitivo, no sólo para la transmisión de las ideas políticas, sino también para la divulgación de una producción literaria que se acercaba a los movimientos artísticos que mayor relevancia tuvieron en la época, como son el Romanticismo por un lado y el Realismo y Naturalismo por otro. La aparición, en 1806, del primer periódico isleño, La gaceta de Puerto Rico, dio pie a la aparición de otras publicaciones que asimismo divulgaron informaciones de carácter político, administrativo y comercial, entre ellas el Diario Económico de Puerto Rico (1814-1815), El Cigarrón (1814), El Investigador (1820-1822), Diario Liberal y de Variedades de Puerto Rico (1821-1822), Piedra de Toque (1822) y El Eco (1822-1823). Hasta 1839 dichas publicaciones dieron acogida también a las tendencias estéticas que se desarrollaron en la anterior centuria, esencialmente el Neoclasicismo, junto con una actitud prerromántica y un incipiente criollismo-costumbrismo que pronto se desarrollaría en el territorio insular.

Dentro de la prosa debe destacarse el que es considerado el primer periodista de Puerto Rico, José de Andino y Amezquita (1751-1835), cuyos discursos de teoría política están imbuidos de un reformismo ilustrado. Asimismo, Francisco Vassallo y Forés (1789-1849), valenciano afincado en la isla, propugnaba en sus escritos la necesidad de instaurar una serie de libertades que amparasen el nacimiento y desarrollo de las artes y las letras autóctonas puertorriqueñas.

La poesía, por otro lado, se hallaba en un estado latente a la espera del desarrollo que poco después alcanzaría con el Romanticismo. La mayoría de la producción, de autores anónimos o poco conocidos, se basaba en el "canto a las heroicas hazañas de los defensores del suelo patrio", así como otros temas recurrentes como puedan ser el amor, la vida retirada, la reflexión filosófica o simplemente el elogio por el nacimiento o la defunción de algún miembro de la clase gobernante. Quizá haya que destacar La ninfa de Puerto Rico, oda de María Bibiana Benítez (1783-1873), la primer poetisa puertorriqueña en el tiempo.

Con todo, tanto la aportación de los propios autores puertorriqueños como la de otros escritores, la mayoría de ellos españoles, que se encontraban de paso por la isla, contribuyeron a crear un clima propicio para la expansión de las letras. Entre los autores anteriores a esta expansión es necesario mencionar a Juan Rodríguez Calderón (1778- ca. 1839), el canario Graciliano Afonso (1775-1861), y Jacinto de Salas y Quiroga dentro de la poesía; los prosistas Ramón Power (1775-1813), Gabriel de Ayesa y Pedro Tomás de Córdova (1785-1869); y los autores de teatro Celedonio Luis Nebot (1778-?), Santiago Candamo, José Simón Romero (1815-?) y el propio Tomás de Córdova.

El Romanticismo

La fecha de nacimiento del período romántico en Puerto Rico ha creado no pocas controversias. El ambiente coercitivo que las autoridades coloniales españolas impusieron en todos los territorios del otro lado del Atlántico, temerosas de que el progresivo independentismo de los territorios hispanoamericanos fuera irreversible, fue también notable en Puerto Rico, donde, tras la aparición del Boletín Mercantil en 1839, se instauró un movimiento literario que se encontraba muy próximo a los movimientos románticos que desde la vieja Europa, especialmente Alemania, Inglaterra y la propia España, se habían ido fraguando durante toda el final del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, de los que pronto tomó su estética. Así, el Romanticismo perduró desde este mismo año de 1839 hasta la primera década del siglo XX, aunque este hecho no baste para afirmar que la aparición del Boletín marque el nacimiento del período romántico puertorriqueño.

Primera época romántica

Las colecciones literarias

El Boletín Mercantil acogió en su seno a una serie de autores jóvenes que comenzaron a manifestar una intención costumbrista en su producción. El artículo festivo-satírico de Vassallo Forés titulado Los románticos, aunque en un tono jocoso, apunta ya la forma en que es entendido en la isla el movimiento romántico; destacan, además, las veinte cartas que con el título El aguinaldo del Buen Viejo publicara éste en el Boletín. No obstante, y en un primer momento, las manifestaciones literarias, especialmente las poéticas, aún apuntan hacia el Neoclasicismo, como es el caso de las obras publicadas por María Bibiana Benítez y José Simón Romero, aunque algunas apuntan ya alientos sentimentales de claro corte romántico, como los poemas de los españoles José Rodríguez Calderón (1778-?), Jacinto Salas Quiroga (1813-1849) y Eduardo González Pedroso (1822-1867); y en otros casos el uso de gran variedad métrica propia de esta época, como en los poemas de Ignacio Guasp Cervera (¿-1874), Carlos Cabrera, Juan Manuel Echevarría y Fernando Roig.

Pero quizá la aparición del Aguinaldo Puertorriqueño en 1843 marcó un antes y un después, hasta tal extremo que muchos autores lo consideran como el punto de inflexión a partir del cual comienza verdaderamente el Romanticismo en Puerto Rico. Es esta una obra colectiva en la que se incluye una colección de pequeños textos, en prosa y verso, realizados por una sociedad de amigos cuyos integrantes eran los siguientes: los españoles Ignacio Guasp Cervera, Eduardo González Pedroso (1822-1867) con el seudónimo de Mario Kohlmann, Fernando Roig y Manuel Alcayde; el venezolano Juan Manuel Echevarría (¿-1866); y los puertorriqueños Martín J. Travieso (1820-?) Francisco Pastrana, Carlos Cabrera, Mateo Cavailhon, Alejandrina Benítez (1819-1879) y Benicia Aguayo. En la mayoría de los textos se empleó un Romanticismo de imitación que, en palabras de Mateo Paoli, constituye una antología que ?es más bien una pequeña biblia de sentimientos y actitudes típicamente románticas?.

La aparición del Aguinaldo supuso, además, un auténtico despertar literario en la isla que pronto fue secundado por otras publicaciones aparecidas en fechas próximas e incluso en lugares remotos. Así, el Álbum puertorriqueño publicado en 1843 sería, en este caso, una colección de ensayos que un grupo de estudiantes puertorriqueños de la Universidad de Barcelona realizaron sobre todo dedicados a sus padres y amigos. La nómina es la que sigue: Manuel A. Alonso (1822-1889), Pablo Sáez (1827-1879), Juan Bautista Vidarte (1826-?) y su hermano Santiago Vidarte (1827-1848), y Francisco Vassallo Cabrera, todos ellos entre los 17 y los 22 años de edad. Otras publicaciones que incluyeron pequeñas obras literarias fueron Fiestas reales de Puerto Rico de 1844; el Aguinaldo puertorriqueño de 1846, donde escribieron varios de los poetas que habían participado en el primero, así como otros escritores noveles entre los que destaca José Julián de Acosta (1825-1897); y el Cancionero de Boriquén, de 1846, también una recopilación de textos de los estudiantes puertorriqueños de la Universidad de Barcelona, los mismos que en la primera ocasión, salvo Ramón E. de Carpegna

Las figuras del primer Romanticismo

La primera reseña que debe hacerse en este apartado es, sin duda, la figura de Manuel A. Alonso, ya que, tras haber estudiado medicina en España, volvió a Puerto Rico y comparó la convulsa situación política de la metrópoli española con la situación de la colonia insular, lo que le hizo tomar una postura que abogaba por una serie de reformas políticas y administrativas para Puerto Rico, además de realizar algunos trabajos literarios. Fue director de El Agente, periódico de carácter liberal reformista. Sus mayores logros literarios los alcanzó dentro de la literatura costumbrista y criollista, tanto en prosa como en verso, y quizá su obra más conocida dentro de ésta sea El jíbaro (1883), nombre que a veces utilizó como seudónimo. Ha pasado a la historia de las letras puertorriqueñas como el mejor ensayista de su generación y el iniciador del criollismo literario en la isla. Incluso algunos críticos (como A. S. Pedreira) comparan, salvando las barreras de espacio y tiempo, a El jíbaro con el Poema de mío Cid o Martín Fierro, al menos en lo que estas obras supusieron para la literatura de sus respectivos países.

No obstante, la figura más importante de este período es sin duda Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882), quien también se formó en Madrid y participó en la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, grupo de jóvenes investigadores que recopilaron gran cantidad de textos históricos que reunieron en la Biblioteca histórica de Puerto Rico en 1854, al regresar a la isla, y que constituyen un valioso testimonio de la historia de ésta entre los siglos XV y XVIII. Como en el caso de Manuel A. Alonso, también el título de su obra más famosa, El bardo de Guamaní, coincide con el seudónimo que solía utilizar en sus escritos. Escritor fecundo, cultivó tanto la prosa como el verso, e incluso publicó algunas obras de teatro antes de su repentina muerte por un ataque cerebral; en su haber se hallan poemas líricos, épicos y dramáticos, novelas, leyendas, cuentos, ensayos, artículos periodísticos, biografías, memorias y obras teatrales, como ya se ha mencionado. La temática de su obra, especialmente en el drama, hubo de enfrentarse con la censura, lo que le obligó a distanciarla de su tiempo y de su propio país, y la basó fundamentalmente en el honor y en el desamor. En cuanto a la prosa, puede ser considerado el más destacado narrador de su época; en sus obras, al igual que ocurre con su teatro, también desvía los temas hacia otras épocas y lugares, situándolas en España, Venecia, Inglaterra y Alemania, en la Edad Media sobre todo, al modo de Rivas, Espronceda, Zorrilla o Bécquer. Su prosa no es fácil de clasificar; en muchos casos, lo que puede encasillarse como leyenda es realmente una novela, a pesar de lo breve de su extensión. Su ensayo, por otro lado, tiene un carácter autobiográfico, especialmente apreciable en Mis memorias o Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo, publicada póstumamente en 1928, auténtica crónica del Puerto Rico de aquellos tiempos, rica en detalles y descripciones. Su obra periodística debe buscarse en la revista La azucena, que él mismo dirigió, donde publicó artículos de costumbres, conferencias, crítica literaria y una serie de cartas. No obstante, el punto culminante de su ensayística se encuentra en las Conferencias sobre estética y literatura que dictara desde el Ateneo Puertorriqueño y que más tarde publicó en un libro con el mismo título. Autor, en suma, prolífico, la prisa con la que trabajó le hizo cometer en ocasiones determinados errores de técnica y lenguaje que, no obstante, no empañan una trayectoria que lo inesperado de su muerte frenó en seco y que apuntaba a convertirle en un literato con un puesto importante en las letras universales, como apunta Menéndez y Pelayo.

Eugenio María de Hostos (1839-1903), cuya preparación intelectual tuvo también lugar en España (en Bilbao y Madrid concretamente), hombre de pensamiento y de letras, ocupa asimismo un lugar destacado en la literatura de esta época. Su ideario político y social se deja ya entrever en su temprana novela, La peregrinación de Bayoán (1863), cercano a los republicanos españoles que criticaban las fallas de la monarquía borbónica; esta novela puede considerarse la primera en la historia de las letras puertorriqueñas, tanto por su extensión como por su arquitectura narrativa. Pérez Galdós lo retrató en el episodio nacional titulado Prim, a quien describe como ?talentudo y brioso antillano?. Viajó mucho; desde Francia se trasladó a Estados Unidos, y desde allá a gran parte del territorio hispanoamericano, viajes que en su mayoría se recogen en su obra Mi viaje al Sur, donde se declara defensor de la causa cubana. Profesó varias cátedras universitarias y redactó diversos libros de texto, entre los cuales destacan las Lecciones de Derecho Constitucional (1887) y el Tratado de moral (1888). El cambio de soberanía en Puerto Rico tras la guerra hispano-norteamericana de 1898 le trajo de nuevo a la isla para reclamar la definitiva independencia puertorriqueña; el fracaso en este empeño y el clima político de la colonia le hicieron exiliarse a la vecina República Dominicana. Sus escritos abarcan muchas facetas del saber, desde la política pasando por la pedagogía, sociología, filosofía, moral, derecho, economía, historia, crítica literaria, biografía y la mayoría de las formas literarias, entre ellas el tratado, el ensayo, el artículo periodístico, el diario, la epístola, la novela, e incluso el cuento, el teatro y el verso. Su obra más importante, Diario, fue escrita durante un prolongado período (37 años), desde sus tiempos de estudiante en Madrid hasta poco antes de su muerte, y es, sin duda, un importantísimo testimonio de un hombre que, desde su posición de pensador y escritor, supo ver como nadie los avatares de Puerto Rico en una época difícil para el futuro estado, si se tiene además en cuenta que no fue una obra concebida para ser leída por alguien ajeno, sino una obra en la que Hostos plasmaba sus pensamientos libre y personalmente. En sus ensayos, por otro lado, se manifiesta de una manera clara la influencia del pensamiento del filósofo Krause y del racionalismo de Comte. En definitiva, una obra que le sitúa entre los autores más destacados de las letras de todo el continente americano de la época, no sólo por su volumen, sino también por su calidad.

La poesía en el primer período romántico tiene como principal exponente a José Gautier Benítez (1851-1880). Tras seguir la carrera militar en la metrópoli hispana, abandonó ésta para realizar tareas administrativas en Puerto Rico, lo que le permitió dedicarse a su vocación literaria hasta que pudo entregarse por completo a ella. Comenzó colaborando en el periódico El Progreso de la capital, donde publicó sus ?cuadros sociales? y dejó entrever su afinidad de ideas con las del propio periódico, de claro signo liberal reformista, firmados con el seudónimo de Gustavo y realizados con un tono satírico. Fundó, junto a Manuel de Elzaburu, la revista literaria La revista puertorriqueña, la cual se hacía eco de las gestiones culturales del Ateneo Puertorriqueño y donde publicó varios poemas con el seudónimo de Estenio Colina. En sus poemas plasma el sufrimiento que una tisis le producía y que socavaba su organismo poco a poco, lo que le hacía presentir la cercanía de la muerte. Sus poemas, cuya temática fundamental era la patria y la mujer, son un ejercicio de subjetivismo impregnado de sentimiento y con una delicada musicalidad, llenos a partes iguales de ternura, nostalgia, tristeza, dulzura, desencanto y dolor, además de una descripción exaltada del paisaje puertorriqueño, bañado todo por un angustioso sentimiento de frustración por la fugacidad de la vida. Su figura se ha comparado en importancia a la de Bécquer en España o Musset en Francia, y la fecha de su fallecimiento se ha tomado como la del fin de la primera etapa romántica en Puerto Rico.

Otros escritores del primer período romántico

Hasta el comienzo de lo que ha venido a llamarse el segundo período romántico en Puerto Rico existe una nómina de autores que, sin tener la relevancia de los citados en el apartado anterior, sí conviene citarlos como miembros integrantes de una generación que cambió el sentimiento literario en el territorio insular.

Una primera clasificación debe incluir a los poetas que no sólo no siguieron los postulados estéticos del Romanticismo, sino que basaron su producción en el período anterior, es decir, en el Neoclasicismo dieciochesco. Desde Narciso de Foxá y Lecanda (1822-1883) y Jenaro de Aranzamendi (1829-1886), ambos puertorriqueños sólo de cuna y algo más lejanos en el tiempo, José Gualberto Padilla es quizá la figura señera de este movimiento de poetas con una lírica de corte satírico, además de otros temas de carácter apologético, elegíaco o descriptivo. A éste hay que añadir los nombres de Manuel Corchado y Juarbe (1840-1884), José María Monge (1840-1891), y Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), valiente poetisa a quien alabó Menéndez y Pelayo comparándola con el propio Fray Luis de León. Por otro lado, un grupo de jóvenes poetas tomaron como fuente de inspiración el depurado Romanticismo de Gustavo Adolfo Bécquer; entre ellos cabe destacar a Francisco Álvarez (1847-1881) y Francisco Gonzalo Marín (1863-1897). También es digna de reseñar la poesía de intención crítica, festiva y satírica que se realizó en la isla con posterioridad al primer período romántico; los poetas más destacados dentro de ella fueron José Gualberto Padilla (1829-1896) y los anteriormente citados José María Monge y José Gautier Benítez, todos enfrentados con el despotismo del gobierno colonial con una actitud de militante rebeldía.

El teatro tuvo menos repercusión en este período. Al margen de la figura de Alejandro Tapia y Rivera, tan sólo cabe destacar los nombres de Carmen Hernández de Araujo (1832-1877) con Los deudos rivales, y la ya citada María Bibiana Benítez con La cruz del Morro (1862). Dentro del teatro de carácter satírico se halla la obra cómica de José Romero Mellado llamada Metamorfosis, y en el teatro de carácter costumbrista cabe mencionar a Ramón C. F. Caballero (1820-?). Por otro lado, el teatro lírico, género que también cultivó Tapia, tuvo un desarrollo acorde con el auge que la zarzuela tuvo en España (especialmente en Madrid) en aquellos momentos; los nombres más representativos de este teatro musical son Jenaro de Aranzamendi (1829-1886) y José Coll y Britapaja (1840-1904).

La narrativa se halla representada por Ramón Emeterio Betances (1827-1898), Manuel María Corchado (1840-1884) y Francisco Mariano Quiñones (1830-1908), todos herederos, en mayor o menor medida, del Aguinaldo puertorriqueño. Por otro lado, el ensayo, siempre sin perder de vista a Alonso, Tapia y Hostos, tuvo otros representantes que fueron José Julián de Acosta (1825-1891), los ya citados Francisco Mariano Quiñones y José María Monge, además de Manuel de Elzaburu (1851-1892).

Segunda época romántica

Un hecho que ha de tenerse en cuenta dentro de este nuevo período de la literatura de Puerto Rico es el momento que vivían las letras europeas, especialmente en Francia, país del que muchos puertorriqueños regresaron tras diversas circunstancias. Se extendió, a raíz de ello, un gusto por lo francés en la isla que influyó de manera decisiva en varios aspectos de la vida social de la todavía colonia y de la cultura literaria en particular (con especial relevancia dentro de ésta de las traducciones de poetas galos, que fueron muy numerosas). Las obras de otros autores de países vecinos, como pueda ser el caso de los mejicanos Salvador Díaz Mirón y Manuel Gutiérrez Nájera, el cubano Julián del Casal y, sobre todo, el nicaragüense Rubén Darío, fueron también una importante fuente de inspiración. De este último, la Revista Puertorriqueña había ya publicado su cuento El pájaro azul en 1891. Dentro de esta tendencia de influencia gala no debe olvidarse la enorme influencia que, al igual que pasó en la metrópoli hispana, tuvieron Víctor Hugo (en mayor medida) y Verlaine, quienes fueron ensalzados e incluso copiados hasta la saciedad.

Poesía

Dentro de los que se vienen a denominar, dentro de este período, poetas románticos parnasianos, es decir, aquellos cuya inspiración se halla dentro de los cánones del Romanticismo francés, se encuentra una serie de autores noveles que comenzaron su labor poética a raíz de la muerte del poeta Gautier Benítez. Por otro lado, y dentro de este parnasianismo, debe incluirse a otro poeta mayor en edad, José de Jesús Domínguez, cuya obra, Las huríes blancas (1886), supuso un verdadero impulso a las letras isleñas. Luis Muñoz Rivera (1859-1916), por su parte, es un autor que realizó una lírica de gran rebeldía y con una gran claridad ideológica, además de la pulcritud formal que se le supone a todos estos creadores; sus temas son los relacionados con la preocupación por la situación política y social de la isla. José A. Negrón Sanjurjo (1864-1927) hizo algunas versiones de poemas de Hugo y Musset y publicó tres poemarios titulados Mensajeras (1899), Versos postales (1899) y Poesías (1905). Además de estos cabe mencionar a José Agustín Aponte (1860-1912), José Mercado (1863-1911) y Félix Matos Bernier (1869-1937).

La labor de los poetas hispanos Campoamor y Núñez de Arce tuvo también un eco importante en el ámbito isleño. En su estela se encuentran José A. Daubón (1840-1922) y Salvador Brau (1842-1912), cuyos temas poéticos van desde el canto a la vida retirada y la belleza efímera hasta el patriotismo y la religiosidad.

Dos poetas, Luis Muñoz Rivera (1859-1916) y José A. Negrón Sanjurjo (1864-1927), quienes escribieran en el periódico La democracia, fundado por el primero, utilizaron la ironía y el desprecio para, con su poesía satírica, atacar a sus oponentes políticos desde las columnas de dicha publicación. Junto a ellos, Luis Rodríguez Cabrero (1860-1915) escribió periódicamente la columna ?A diestra y siniestra? en el mismo periódico y otros poemas satíricos que le ocasionaron no pocas denuncias, multas y algún que otro duelo. José Mercado (1863-1911), más conocido por el sobrenombre de Momo, fundó La araña en 1902 y, junto a su amigo Rodríguez Cabrero, El perro amarillo, publicaciones donde dio muestras de su ingenio con versos epigramáticos.

Teatro

Tras el fallecimiento de Tapia y Rivera, el testigo tan sólo fue recogido por Salvador Brau (1842-1912), a pesar de que cultivó todo tipo de géneros literarios. Su teatro está íntegramente realizado en verso, siguiendo las pautas que se desarrollaban en el Romanticismo español. Sus temas son los recurrentes en esta época: el honor, la ambición, la intriga, la aventura, aunque aderezados en muchas ocasiones por un toque humorístico.

El resto de la producción teatral no alcanzó el mérito de este autor. Tan sólo el teatro costumbrista tuvo alguna repercusión, y dentro de él debe destacarse las figuras de Ramón C. F. Caballero (1820-?), anterior en el tiempo, y Ramón Méndez Quiñones (1874-1889), autor criado en Madrid; sus obras, de breve extensión y con un enfoque eminentemente humorístico, tienen como referente un lenguaje campesino salpicado de refranes y repleto de decires propios de la isla. El teatro lírico, ya con tendencia decadente, tiene como representantes a José Pérez Losada (1879-1937), español de cuna, y Luis Díaz-Caneja.

Narrativa

Hasta la aparición de la novela realista se continuó cultivando la novela romántica. No obstante, este período no tuvo figuras como las de Hostos o Tapia. Destaca Manuel Zeno Gandía (1861-1935), dedicado a otros géneros literarios aunque también publicó novelas. El cuento está representado por Mariano Abril (1861-1935) y Eugenio Astol (1872-1948). Por otro lado, Manuel Fernández Juncos (1846-1928) publicó diversos relatos (cuadros de costumbres, tradiciones, leyendas y cuentos) también en esta época.

La disciplina que sí caló con cierta fuerza fue la narración de fondo histórico y legendario, a partir del influjo de las obras del peruano Ricardo Palma en todo el territorio hispanoamericano. Además de las obras del propio Brau o de Fernández Juncos, conviene destacar a Cayetano Coll y Toste (1850-1930), con sus Tradiciones y leyendas puertorriqueñas (1925), una serie de relatos breves recogidos en tres tomos que ofrecen una acertada visión de la vida en Puerto Rico en varias épocas de su historia.

Los artículos de costumbres son especialmente destacables en Manuel Fernández Juncos (1846-1928), sobre todo en sus libros Tipos y caracteres (1882) y Costumbres y tradiciones (1883), donde retrata los diversos tipos humanos que existían en la isla, desde el adivino, el billetero, el alcalde, pasando por el maestro de escuela y muchos más. También debe recordarse al ya mencionado José A. Daubón.

Ensayo

Al igual que ocurre en el primer período romántico, el ensayo tuvo también gran aceptación en el segundo. La figura más importante quizá sea la del ya mencionado Manuel Fernández Juncos, quien publicó artículos en diversas publicaciones de la época, especialmente destacados aquellos dedicados al estudio y crítica literarios.

El sevillano Carlos Peñaranda (1848-1908) también realizó en Puerto Rico gran parte de su labor ensayística durante su estancia en la isla desde 1878 a 1888, parte de la cual la dedicó a dar a conocer la producción literaria puertorriqueña en el extranjero, además de otros aspectos de la realidad social y económica del Puerto Rico de la época. Por su parte, Antonio Cortón (1854-1913) fue un periodista y crítico literario de gran prestigio, tanto en la isla como en España, país donde residió durante mucho tiempo y donde publicó con asiduidad sus artículos, tanto en Madrid como en la ciudad condal. Félix Matos Bernier, antes citado, también dedicó parte de su obra al ensayo y al artículo periodístico, con una honda preocupación por la realidad política, social y económica de la isla, propia de un espíritu rebelde y de un ideario de librepensador con una actitud precursora del espíritu contemporáneo.

Debe destacarse asimismo el ensayo de contenido biográfico, disciplina que también siguió Fernández Juncos y que tiene como nombre importante a Sotero Figueroa (1855-?), autor de Ensayo biográfico de los que más han contribuido al progreso de Puerto Rico, una colección de treinta estudios sobre puertorriqueños ilustres; del mismo modo, también Eduardo Neumann Gandía (1852-1913) publicó su Benefactores y hombres notables de Puerto Rico; ambas obras están escritas con celo histórico e intenciones literarias. También dentro de este género se encuentran Pedro de Angelis (1862-1920), María Luisa de Angelis (1891-1953), hija del anterior, Sebastián Dalmáu Canet (1884-1937) y el anteriormente nombrado Cayetano Coll y Toste.

Por otro lado, el final de la centuria fue testigo del nacimiento de lo que Gutiérrez del Arroyo denominó ?escuela científica crítico-erudita?, en la que una serie de jóvenes investigadores dieron un decidido impulso a la historiografía en la isla gracias a la recopilación de crónicas, descripciones, memorias, cartas, relaciones y otros textos clarificadores de la historia de Puerto Rico. Entre ellos figura José Julián de Acosta (1825-1891), quien publicó la Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico de fray Íñigo Abad y Lasierra, en cuyas notas se entrevé a un historiador metódico y observador. Acompañaron a éste en su labor científica los ya mencionados Salvador Brau y Cayetano Coll y Toste. Asimismo, la bibliografía literaria experimenta también un gran impulso gracias a los trabajos de Manuel María Sama (1850-1913), José Géigel y Zenón (1841-1892) y Abelardo Morales Ferrer (1864-1894).

La poesía de José de Diego

La figura de José de Diego (1867-1918) supone un caso excepcional en las letras puertorriqueñas por la síntesis que en su obra aplica de los modelos líricos del Romanticismo y el Modernismo. Autor a caballo entre los dos grandes movimientos literarios de la época, no puede clasificarse en ninguno de los dos, a pesar de que el espacio temporal que ocupó se encuentra más cercano al primero. Como tantos otros autores y personajes de su época, su juventud la pasó en Europa, donde estudió y se empapó de todos los movimientos culturales y literarios que estaba experimentando el viejo continente. Su producción incluye desde versos amorosos, de contenido político (que le hicieron pasar alguna temporada en la cárcel) y festivos, muchos de los cuales fueron publicados en periódicos de la capital española. Intimó en esta ciudad con los poetas que participaron en La Semana Cómica y Madrid Cómico, para dedicarse poco después a la política activa, tras lo cual se desplazó a Puerto Rico para participar en el recién logrado gobierno autónomo de la isla en 1897, donde defendió en hispanismo y la obligatoriedad de enseñar español en las escuelas. Sus poemarios Pomarrosas (1904), Jovillos (1916), Cantos de Rebeldía (1916) y Cantos de pitirre (1950) recibieron grandes elogios en su época. En ellos se hallan desde el arrebato emotivo de Espronceda, la luminosidad de Hugo o el sentimiento de Bécquer, junto con temas y estilos más próximos al Parnasianismo, el Simbolismo, el Modernismo, aunque tamizados por un acento muy personal que, en definitiva, le aleja de todos ellos. El regocijo, la rebeldía política y religiosa contrarrestada por la espiritualidad, el subjetivismo melancólico y el dolor y la angustia metafísica tienen cabida en su obra, con lo que aporta una amplitud de temas que le acercan al siglo que entraba y que supuso, como se verá más adelante, el nacimiento de nuevas formas de expresión y de entender la literatura.

Realismo y Naturalismo

El último tercio del siglo XIX supuso para Puerto Rico un período de crisis que se extendía a la mayoría de los aspectos de la vida cotidiana de la isla, desde el político y el económico hasta el social y el educativo. La centralización de los poderes en unos gobernadores y capitanes generales que eran vistos por muchos como auténticos virreyes, así como la falta de libertades constitucionales, contribuyeron a crear un estado de malestar que se extendía a todos los rincones de la isla. En este convulso ambiente, el ya manido Romanticismo convivía con el nuevo modo de entender la literatura en el viejo continente, donde las grandes figuras del Realismo traían a la isla nombres tan ilustres como el francés Balzac, el inglés Dickens, los rusos Tolstoi y Gogol, y los españoles Alarcón, Pereda, Valera y Pérez Galdós, sin olvidar la novela a la manera del roman expérimental de Émile Zola.

La prosa

Dentro de la narrativa realista, el primer escritor que publicó una novela de estas características, Inocencia (1884), fue Francisco del Valle Atiles (1852-1928), y en ella refleja su aguda observación de la realidad y de las costumbres de la isla, a la vez que es el comienzo de una prolífica producción. Salvador Brau también publicó algunos relatos cortos, como El fantasma del puente (1870) y Un tesoro escondido (1885), considerados prosa narrativa, si bien con La pecadora (1890), publicada antes en varios números de la Revista Puertorriqueña, se adentra en este género y pone de relieve los problemas sociales que acuciaban al país. Federico Degetáu y González (1862-1914), escritor de exposición clara y directa, sin ornamentación superflua, es el autor de varios títulos, dentro de la ambientación realista-costumbrista, en los que retrató las desigualdades sociales, en general, y los derechos de la infancia en particular, entre los que destacan El fondo del aljibe (1886), el relato corto La injuria (1893), y Juventud (1895). El antes mencionado Abelardo Morales Ferrer, bajo la influencia de los hermanos Goncourt, a quienes conoció en su estancia en Francia, realizó una serie de relatos, publicados en algunos periódicos isleños, de gran colorismo y cuyo realismo se desarrolla mediante una prosa calificada de escultórica, pulcra y brillante; buen ejemplo de ello es su obra Aníbal. Por su parte, Matías González García (1866-1938) enmarca su costumbrismo dentro de los ambientes rurales, con los conflictos que perjudicaban a los pequeños terratenientes de la isla; su novela Cosas (1893) está considerada como la primera novela claramente naturalista de Puerto Rico, texto al que acompañaron Ernesto (1895), Carmela (1903), Gestación (1905) y otros títulos de corte realista. Por último, el cuentista Pablo Morales Cabrera (1866-1933), en sus libros Cuentos populares (1914) y Cuentos criollos (1925), contiene desde cuentos y leyendas de origen popular en los que plasma, con un lenguaje local, repleto de provincianismos y modismos regionales, con gran habilidad descriptiva y toques de humor, el universo rural que entronca con las corrientes del relato tradicional que suelen terminar la narración con una lección ética.

Por su parte, la narrativa naturalista, como se ha indicado anteriormente, arranca con Cosas de Matías González García. Este mismo autor, respondiendo al periodista Mariano Abril, quien en el artículo La Democracia defendía con fervor la novela romántica, publicó El escándalo (1894), libro en el que realiza una sátira naturalista de la ?influencia dañosa? del Romanticismo. No obstante, el cultivador más importante de la novela naturalista es Manuel Zeno Gandía (1855-1930) con sus Crónicas de un mundo enfermo, colección de relatos que reflejan la miseria de las clase más bajas de la sociedad isleña, tanto en el mundo rural como en el ámbito urbano; a pesar de ello, no pone en boca de sus personajes un habla propia de estos ambientes, sino que les hace utilizar un lenguaje cuya corrección quizá aleje al lector de la intención del autor, es decir, acercarle la realidad social de estas clases (aunque fue un autor reconocido en toda Hispanoamérica). Algo más adelante en el tiempo, otros dos autores siguieron la estela de Zeno Gandía: José Elías Levis (1871-1942) y Ramón Juliá Marín (1878-1917). El primero de ellos dejó cuatro novelas, Estercolero (1900), Mancha de lodo (1903), Planta maldita (1906) y Vida nueva (1911), en las que plantea, mediante una observación cruda de la realidad, la necesidad perentoria de un cambio social que remita la miseria de las clases bajas de la sociedad puertorriqueña. En cuanto a Ramón Juliá Marín, en sus novelas Tierra adentro (1911) y La gleba (1912), realiza un ejercicio de afirmación patriótica e identificación cultural hispánica apuntando a ?los males que pesan sobre toda una sociedad? e identificándolos con la miseria que padecen los obreros agrícolas explotados en las zonas rurales, todo ello con un sencillez y un convencionalismo en el léxico que le acercan a los procedimientos propios del lenguaje periodístico. Por último, el escritor Rafael Martínez Álvarez (1882-1959) puede considerarse el postrer cultivador de este tipo de narración, sobre todo por la cruda perspectiva y el realismo pesimista con el que impregna a sus novelas, entre ellas Don Cati (1923), El loco del Condado (1925) y La ciudad chismosa y calumniante (1926), todas ellas desarrolladas en un escenario urbano.

El ensayo, lejos del subjetivismo romántico, aplica los mismos sentimientos de cercanía a la realidad que la prosa. Salvador Brau, al igual que en sus novelas, se acerca a la problemática social del pueblo puertorriqueño con su memoria Las clases jornaleras de Puerto Rico (1882) y otros trabajos donde realiza un estudio exhaustivo del proletariado de la isla, además de mostrarse en otras obras partidario de la desaparición de supersticiones y creencias lesivas que, amparadas en la tradición, degeneran, según su criterio, las costumbres amparándose en una equívoca religiosidad. Asimismo, el prosista Valle Atiles también se hace eco de la problemática de las clases sociales más desaventajadas, sobre todo en el ámbito rural, tanto en el aspecto material como en el espiritual. Por su parte, Federico Degetáu y González, a pesar de considerarse un narrador realista imbuido de las ideas renovadoras krausistas, realizó también ensayos donde se preocupaba por prestar un servicio a la sociedad al hacer patentes los problemas de desarrollo en la isla, del mismo modo que Manuel Martínez Rosselló (1862-1931) se preocupó por los problemas de salud pública. Por último, Luis Bonafoux (1855-1918), que ha dejado una densa e intensa obra de prosista periodístico recogida en una ingente cantidad de libros, se ha calificado a sí mismo como discípulo de Zola; utilizó una crítica descarnada en sus escritos, donde atacó tanto a la sociedad como a sus costumbres, a la clase política e incluso a la Iglesia con una prosa ágil y concisa, sencilla y espontánea.

El teatro

El teatro se decanta por el Realismo salvo en el caso de algún dramaturgo naturalista aislado, como es el caso de Rafael Martínez Álvarez. Sus temas tienen un enfoque de marcada crítica social, tanto en la lucha de clases, con el surgimiento de los movimientos obreros organizados (uniones y sindicatos), como en el enfrentamiento del propio individuo con la sociedad.

El autor más conocido es José Limón de Arce (1877-1940) con su obra Redención, estrenada en 1904, auténtico teatro de propaganda de la unión obrera. En cuanto al enfrentamiento del individuo con la sociedad, dos autores fueron los que cultivaron de una manera más clara este problema, los ya mencionados José Pérez Losada (1879-1937) y Rafael Martínez Álvarez (1882-1959). Pérez Losada, además de libretos para zarzuelas, escribió dramas y comedias realistas siguiendo el ejemplo de Benavente, con sutil ironía y actitud crítica y satírica frente a la sociedad burguesa, tanto en piezas de teatro menor, La Rabia (1912), como en las comedias La crisis del amor (1912) y Los primeros fríos (1915). Por su parte, Martínez Álvarez, a pesar de adentrarse también en el teatro naturalista, escribió piezas teatrales cercanas al realismo burgués y urbano de Benavente o al costumbrismo regional de los Álvarez Quintero; entre sus obras destacan La convulsiva (1917), Don Cati y Doña Doro (1925), basada en su novela Don Cati, La madreselva enflorecía (1926) y Tabaré (1919). La labor de estos autores tuvo su continuación, bien entrado el siglo XX, en jóvenes autores como pueda ser el caso de Juan B. Huyke (1880-1961), con un teatro con fines pedagógicos.

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