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L
a G r a n E n c i c l o p e d i a I l u
s t r a d a d e l P r o y e c t o S a
l ó n H o g a r
Las
Olimpíadas
Sedes Olimpicas parte I
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La inestimable
herencia de Grecia
En
1896 se celebraron los primeros Juegos
Olímpicos, pero los primigenios, aquellos de
los que Pierre de Coubertain quiso
extrapolar la esencia del espíritu deportivo
se remontan a la Grecia arcaica.
Ya en el tercer milenio antes de Cristo, en
Creta, Thera (la actual Santorini) y Micenas
tuvieron lugar los primeros juegos atléticos,
con el salto del toro (taurokathapsia),
la lucha y el pugilato, como los más
exitosos. El primero consistía en efectuar
un salto mortal apoyándose en el momento
justo en los cuernos del toro (el animal que
simbolizaba el poder y la fertilidad en el
antiguo Mediterráneo).
El espítiru
deportivo y competitivo perduró con el paso
de los años hasta concretarse en una
actividad organizada con fecha y lugar
propios: los Juegos Olímpicos del
776 a.C. celebrados en la ciudad de
Olimpia para honrar a Zeus. Un mes antes de
la celebración de los juegos, siempre en
verano, los participantes se reunían para
realizar la selección e inscripción en las
competiciones. Los únicos requisitos para
tomar parte en ellos eran ser griego
y de condición libre. El evento
podía ser presenciado incluso por esclavos y
extranjeros, no así por mujeres, un hecho
paradójico para el lugar donde nació la
democracia.
Los juegos
duraban siete días, entre pruebas y actos de
celebración. El primer día se dedicaba a
actos protocolarios y en los cinco
siguientes se celebraban las pruebas
deportivas:
La carrera:
las pruebas de velocidad más importantes
eran la carrera sobre la longitud del
estadio de 192 metros y el
diaulo, dos veces la
longitud del estadio. El
hoplitódromos, relacionada con el
ámbito de la guerra, se trataba de una
carrera en la que los participantes
recorrían dos veces la distancia del estadio
portando el equipo militar de hoplita (casco,
grebas y escudo, todos ellos de un mismo
tamaño y peso).
Lucha:
Por un lado la
lucha libre, en la que el objetivo
era derribar tres veces al contrario,
haciéndole tocar los hombros con el suelo, y
por otro el pugilato o boxeo.
En este deporte no se hacía distinción de
pesos ni había limite de tiempo. Los atletas
se enrollaban cintas de cuero en las manos
fabricadas con piel de buey y competían
hasta el derribo o abandono del contrincante.
Cuando el combate se prolongaba sin un
ganador se recurría al klímax, que
consistía en que cada boxeador recibía por
turnos y sin poder moverse un golpe de su
rival hasta que uno de los dos caía. No
obstante la prueba favorita de los
espectadores era el pancracio,
la más dura sin duda. Todo estaba
permitido excepto los mordiscos y
los golpes en los genitales o los ojos. Los
atletas recurrían a las patadas, puñetazos,
y llaves como el estrangulamiento. A veces
el enfrentamiento se saldaba con la muerte
de uno de los contendientes o incluso de
ambos.
Hípica:
Las competiciones
hípicas se celebraban en el hipódromo,
situado al sur del estadio. Las carreras de
cuadrigas eran las más populares, en la que
los participantes daban seis vueltas al
hipódromo. El verdadero vencedor, y el que
por tanto se llevaba todos los honores, no
era el auriga sino el dueño de los caballos.
Pentatlón:
Era una de las disciplinas más exigentes y
duras, puesto que constaba de cinco pruebas:
disco, salto, jabalina, carrera y
lucha. En la prueba de salto, el
deportista se valía de unas pesas, conocidas
como halterio, para tomar impulso, mientras
que en el lanzamiento de jabalina, el
participante utilizaba una cinta estrecha de
cuero que le servía de propulsor,
alcanzándose marcas muy superiores a las
actuales.
El último día
se realizaba una procesión
que recorría el recinto sagrado del Altis,
en la que marchaban los Helanódicas (los
jueces de los juegos), los miembros de las
delegaciones oficiales portando
ofrendas, los atletas con sus
entrenadores y familiares, así como los
asistentes a los juegos. Tras los
sacrificios de bueyes ante el
templo de Zeus, se anunciaba el fin de las
competiciones y se proclamaba el nombre de
los vencedores, a los que se le imponía la
corona de olivo. Los
vencedores, no sólo gozaban de la gloria y
fama que le otorgaban sus conciudadanos en
forma de estatuas y demás monumentos, sino
que en muchas ocasiones se les aseguraba la
manutención de por vida a
costa del Estado.
Atenas 1896
El sueño de un
millonario griego se hace realidad
El sueño del
barón Pierre de Coubertain de recuperar los
Juegos Olímpicos de la Grecia clásica se
hizo realidad en 1896. Dos años antes en la
Conferencia de París donde se sentaron las
bases del Movimiento Olímpico, Coubertain
propuso 1900 como principio de los Juegos y
París como sede, para aprovechar la
Exposición Universal, que se celebraría en
la capital francesa con motivo de la llegada
del siglo XX. El plazo de espera era
demasiado largo. En un primer momento,
Coubertain descartó la posibilidad de
restaurar los Juegos en Grecia, debido a la
crisis económica que atravesaba el país
helénico y al rechazo mostrado por su jefe
de Gobierno, Tricoupus, que consideraba
excesivos los gastos de organización. Pero
finalmente, la exaltación patriótica
alentada desde la oposición política, el
apoyo recibido por la familia real griega y
sobre todo la aportación económica del
financiero griego George Aeroff, que donó un
millón de dracmas, hicieron posible que el 6
de abril de 1896 los Juegos de la era
moderna arrancaran en Atenas. Fue un día de
fiesta para todos los griegos. Desde
primeras horas de la mañana, comparsas y
grupos musicales animaron las calles de la
capital helena. A las doce del mediodía se
abrieron las puertas del estadio, y tres
horas más tarde el rey Jorge I proclamó
abiertos “los primeros Juegos
Internacionales de Atenas, que celebran la
primera Olimpiada de la era moderna”.
Entre todas
las instalaciones que acogieron los Juegos,
una destacó por encima de las demás: el
estadio olímpico. El Gobierno griego se dio
cuenta de la importancia de contar con un
recinto que acogiera las principales pruebas
atléticas, y fuera el referente de la cita
olímpica. Por ello, decidió restaurar el
antiguo estadio, que Licurgo edificó 350
años a.C. Los griegos no repararon en gastos
y decidieron construir el recinto de mármol.
El estadio Panathenaico renació de entre sus
ruinas y acogió a más de setenta mil
espectadores, que presenciaron la ceremonia
de inauguración, al margen de los 150,000
que la contemplaron desde los montes
cercanos.
Paris 1900
Falta de
organización y de medallas
Con motivo de
la Exposición Universal de París, se eligió
a la ciudad francesa para acoger los
segundos Juegos Olímpicos de la modernidad.
Las pruebas compartieron espacio y tiempo
con la Exposición. De este modo la segunda
edición, rebautizada con el nombre de
Concursos Internacionales de Ejercicios
Físicos y Deportes, se prolongó durante
cerca de seis meses. Las pruebas se
desarrollaron en el mismo recinto que la
Exposición, llegándose en muchas ocasiones a
confundir las competiciones de los Juegos
con actividades propias del programa de
dicha exposición. Además, las pruebas
deportivas se vieron acompañadas de otras
que nada tenían que ver con el espíritu
olímpico como carreras de sacos, saltos de
la rana o ruptura de olla.
Por si esto fuera poco, capítulo aparte
merecieron los trofeos entregados a los
vencedores. Si en Atenas tan sólo se
entregaron medallas de plata y bronce, pero
no de oro por su condición lucrativa, en
París no se llegó ni a eso y se suprimió
cualquier tipo de medalla. Entre los premios
concedidos se encontraron un bastón con puño
niquelado, una reproducción de la Torre
Eiffel, una boquilla de plata con estuche de
peluche, unos pares de guantes, unas
zapatillas o un bastón de bambú. Muchos de
los vencedores tomaron la decisión de no
aceptar este tipo de recompensa a su
esfuerzo, ya que lo consideraban una falta
de respeto.
La desorganización presidió unos Juegos, que
llegaron hasta París debido al empeño del
barón de Coubertain para que se celebraran
en su país natal, algo que había tenido muy
presente desde el mismo momento en que se
sentaron las bases del movimiento olímpico,
y se pensó en restaurar las tradicionales
pruebas deportivas de la Grecia clásica.
Los franceses no respondieron a las
expectativas que puso en ellos el barón, y
no se vieron seducidos por la celebración
olímpica, que eclipsada por la Exposición
Universal. Como muestra el siguiente dato:
el día que más público se dio cita para
presenciar las pruebas se reunieron 3,000
personas.
San Luis 1904
Tres atletas y seis
medallas
Tres
norteamericanos compartieron el honor de
lograr el mayor número de medallas. En
gimnasia, Heida logró cinco oros (potro
con arcos, barra fija, salto largo,
combinado y sexatlón por equipos), y una
plata (paralelas); Eyser consiguió 3
oros (sexatlón equipos, paralelas y
subir cuerda de 25 pies), dos platas (salto
largo y potro con arcos) y un bronce (barra
fija). En ciclismo, Dowling se hizo con
2 oros (2 y 25 millas); 3 platas (cuarto,
tercio y una milla) y un bronce (media
milla).
Un espectáculo
bochornoso
Tras las dos
primeras ediciones, Pierre de Coubertain
tuvo la intención de que Estados Unidos
acogiera unos Juegos Olímpicos. El
movimiento olímpico debía de ampliar sus
fronteras y explorar nuevos continentes. Los
resultados deportivos de los norteamericanos
en Atenas y París eran suficiente aval para
trasladar el espíritu olímpico hasta una
localidad estadounidense. Dos ciudades
presentaron su candidatura: Chicago y Saint
Louis.
El Comité Olímpico Internacional se decantó
por la primera debido a su jugosa oferta
económica, que aseguraba unos ingresos
cercanos a los 200,000 dólares. Sin embargo,
Sant Louis no se dio por vencida, y con la
excusa de que se conmemoraba el centenario
de la cesión, por parte de Francia, de los
territorios de Louisiana a los Estados
Unidos, preparó una exposición universal y
pidió organizar los Juegos. Pero el COI
siguió mostrando sus preferencias por
Chicago, debido a que estaba muy reciente el
fracaso de París, donde coincidió la cita
olímpica con la Exposición Universal. Saint
Louis utilizó sus medios de presión y
amenazó con montar unas pruebas paralelas.
Por problemas
de organización, Chicago pidió retrasar los
Juegos hasta 1905 Al ir en contra de lo
establecido por la Carta Olímpica y al
contar Saint Louis con el apoyo del
presidente norteamericano Theodore
Roosevelt, finalmente fue ésta la sede de
los Juegos. Dentro de las instalaciones
olímpicas y como complemento a los Juegos,
se organizaron una serie de jornadas
paralelas al desarrollo de las pruebas y que
recibieron el nombre de Días Antropológicos.
Se trajeron a la ciudad estadounidense
personas de distintas etnias exóticas, como
pigmeos, indios cocopas o sioux, moros e
igoratas de Filipinas, sirios... para
exhibirles en pleno ejercicio de actividades
deportivas propias de su país, o practicando
deportes olímpicos. Éste fue sin duda uno de
los hechos más lamentables en toda la
historia de los Juegos, llegando a ser
calificado por el propio barón de Coubertain
como “un espectáculo bochornoso”.
Londres 1908
"Lo importante es
participar"
En la cena
de clausura de los Juegos, tras las dos
semanas donde se concentraron las
principales pruebas, Pierre de
Coubertain pronunció una frase, que ha
pasado a formar parte de la historia, no
sólo del Olimpismo, sino del deporte en
general. “Lo importante no es ganar sino
participar”, fueron las palabras
pronunciadas por el barón. Éste se las
había escuchado al arzobispo de
Pensilvania, en el acto religioso que
ofició en la catedral de San Pablo, con
motivo de la celebración de los Juegos.
Instalaciones
propias y ceremonia de apertura
Al igual que
ocurrió con los Juegos de Saint Louis,
Londres no había sido en un principio la
sede elegida para acoger la edición de 1908.
Tal honor recayó en Roma. La presión
ejercida en contra por otras ciudades
transalpinas, como Milan y Turín, resentidas
por la preferencia del COI hacia la capital
italiana, y las graves pérdidas económicas y
materiales que supuso la erupción del
Vesubio en 1906, acabaron por llevar los
Juegos Olímpicos hasta Londres. Como ocurrió
con anterioridad, en la ciudad londinense
también coincidieron dichos Juegos con una
exposición, en este caso la Franco-Británica.
Por primera vez, los Juegos contaron con su
propio estadio para albergar la mayoría de
las pruebas, edificado con motivo de la cita
olímpica. En París, las instalaciones del
Racing no pasaron de ser el terreno de un
club, y en Saint Louis, fueron las de la
Universidad de Washington. En tan sólo nueve
meses, del 31 de julio de 1907 al 1 de mayo
de 1908, se construyó el estadio de
Shepherd’s Bush -actual White City- con
capacidad para 80,000 espectadores.
El recinto contó con una pista de cemento
para la competición de ciclismo, otra de
ceniza volcánica para atletismo y una
piscina de 100 m. de longitud. En el centro
del estadio quedó un amplio terreno de
hierba para la práctica de rugby, fútbol,
hockey, saltos, lanzamientos, lucha,
gimnasia y tiro con arco.
Los Juegos Olímpicos de Londres fueron los
primeros que contaron con una ceremonia de
inauguración, a la que acudieron 15,000
espectadores. En el estadio olímpico,
desfilaron todas las delegaciones tras sus
banderas, provocando algún que otro
conflicto. Los finlandeses se negaron a
desfilar tras la enseña rusa, que le tenía
como protectorado. Además, el abanderado
estadounidense se negó a inclinar la bandera
de su país al paso por el palco de
autoridades, ya que según una ley
norteamericana “la bandera no debe
inclinarse ni ante un rey”. Era el inicio de
una rivalidad entre británicos y
estadounidenses que estuvo muy presente
durante todos los Juegos.
Estocolmo 1912
Dominio finlandés
en fondo
El
finlandés Hannes Kolehmainen se hizo con
cuatro medallas y se consagró como el
gran especialista en las pruebas de
fondo en las que logró tres oros: en
5,000 y 10,000 metros lisos, y 8,000
campo a través; y una plata por equipos
también en 8,000. El sueco Calberg se
hizo con una medalla más, de plata, para
un total de cinco en las pruebas de tiro.
En categoría femenina, la británica
Edith Hannam con dos oros en tenis, fue
la mujer que mayor número de medallas
consiguió en Estocolmo
El rey
Gustavo, estandarte de los Juegos
La elección de
Estocolmo fue votada por unanimidad en el
décimo congreso del COI celebrado en Berlín
en junio de 1909, tras retirar la capital
germana su candidatura por no poder contar
con su estadio en el plazo señalado. Las
principales dificultades con las que
contaron los organizadores vinieron
motivadas por el ambiente prebélico
existente en toda Europa, ya que el
estallido de la I Guerra Mundial parecía
inminente, y por el consiguiente temor de
las cancillerías de todo el mundo a poner en
viaje hacia Europa a sus delegaciones
deportivas. El nacimiento de los Comités
Olímpicos nacionales, entre los que se
encontraba el español, fomentó la rivalidad
internacional y complicó la toma de
decisiones dentro del movimiento olímpico.
La organización sueca puso en en marcha toda
una campaña, propagandística, a base de
folletos, programas y carteles que
anunciaron tanto la celebración de los
Juegos como las excelencias de la ciudad
anfitriona. Además por primera vez, se
publicó un cartel anunciador de la cita
olímpica, del que se imprimieron un total de
88,000 ejemplares.
A la par de las competiciones estrictamente
deportivas, se organizó un concurso de arte
destinado a premiar a los artistas que mejor
reflejaran en sus obras -tanto en pintura,
arquitectura, música, literatura como en
escultura- los diversos aspectos
relacionados con la práctica del deporte.
Uno de los ‘culpables’ de que Estocolmo
logrará ser sede olímpica fue el Rey Gustavo
V de Suecia, que se volcó con los Juegos,
antes y durante la celebración de los mismos.
Su presencia era habitual en casi todas las
competiciones y especialmente en las que se
celebraron en el estadio olímpico, que fue
diseñado por Torben Grut. Éste confirió al
recinto una forma que se asemejó a un
castillo medieval. Costó 308,000 doláres y
contó con una capacidad para 32,000
espectadores. Tan sólo tuvo un ‘pequeño’
fallo que estuvo a punto de empañar tal
monumento deportivo. La cuerda de la pista
fue de 380 metros y medio, por lo que se
tuvieron que cambiar las marcas de salida.
Amberes 1920
"Los Juegos de
la Paz"
El estallido
de la I Guerra Mundial motivó un paréntesis
en la celebración de los Juegos. El
conflicto bélico impidió la celebración de
la edición correspondiente a 1916. Tras
firmarse la paz, en la primavera de 1919, se
convocó el congreso olímpico en Lausana (Suiza),
donde se debía decidir la futura sede
olímpica.
Amberes fue designada por unanimidad para
albergar los llamados “Juegos de la Paz”. La
ciudad belga trabajó intensamente, pero las
circunstancias históricas se notaron a la
hora de afrontar la remodelación de las
instalaciones deportivas. Como ya sucedió en
la primera edición de Atenas, se tuvo que
recurrir a aportaciones económicas
personales para poder financiar el coste de
los Juegos.
Los organizadores se esforzaron por
concentrar las pruebas en zonas próximas,
con la intención de reducir los problemas de
desplazamiento tanto de deportistas como de
aficionados. El estadio olímpico contó con
una pista de ceniza de 400 metros y dos
tribunas para acoger a los espectadores. A
este recinto se unieron el ‘Palais de la
Glace’, el polígono de tiro de Basschaert y
Country Club de Hoogboom para las pruebas
hípicas. La aceptable calidad de estos
recintos contrastó con la situación del
resto de la ciudad. Edificios en ruinas,
alambradas, trincheras, y restos de
artillería eran el paisaje habitual de
Amberes, que hizo imposible olvidar el
desastre de la I Guerra Mundial.
Nace la
bandera olímpica
La bandera
olímpica de los cinco aros hizo su aparición
por primera vez en los Juegos de Amberes.
Fue creada por Coubertain, que tomó como
modelo los aros del altar del antiguo templo
griego de Delfos. Dichos aros, de colores
distintos y entrelazados, quisieron reflejar
la unión de los cinco continentes en pos del
Olimpismo. El azul por Europa, el rojo por
América, el negro por África, el amarillo
por Asia y el verde por Australia, fueron
las tonalidades elegidas. Además, se
introdujo también dentro de los actos de la
ceremonia de apertura el juramento de los
atletas, siendo el belga Victor Boin (esgrima)
el primero en llevarlo a cabo.
Paris 1924
Nace el
precedente de la villa olímpica
Desde el
desastre organizativo de 1900, Coubertain
tenía una espina clavada en lo que se
refería a su ciudad natal. Por ello, y
tomando como excusa su despedida de la
presidencia del COI, volvió a decantarse por
París como sede de unos Juegos Olímpicos. La
ciudad francesa fue elegida esta vez entre
una extensa lista de candidatos constituida
por 14 ciudades.
Sin embargo, el deseo parisino del barón
volvió a encontrarse con toda una serie de
dificultades, producto del enfrentamiento
existente entre el alcalde de París y el
Gobierno central, lo que provocó el retraso
en la construcción de las instalaciones.
Ante tal situación, Coubertain jugó fuerte y
amenazó con llevarse los Juegos a la ciudad
norteamericana de Los Angeles. Esta amenaza
surtió efecto y la oposición cesó,
concediéndose vía libre para la construcción
del recinto olímpico. París, finalmente,
conseguía volver a ser sede de unos Juegos
Olímpicos.
Se puso en pie el estadio de Colombes, con
20.000 asientos y otras 40,000 localidades
de pie, rechazando el ya existente de
Pershing (construido en 1919 por los aliados).
También se construyó la piscina de Tourelles,
capaz de acoger a 10,000 espectadores, y se
aprovecharon otros recintos tradicionales.
Los Juegos se inauguraron el 5 de julio en
Colombes bajo una salva de cañonazos, unida
a la suelta de palomas. La ceremonia fue
presidida por el jefe del Estado francés,
Gaston Doumerge. El juramento olímpico
corrió a cargo del veterano saltador Geo
André, que en 1908 se tuvo que conformar con
la medalla plata en altura al quedar
enganchados sus amplios pantalones en el
listón.
París fue también la sede que contó con el
primer precedente de algo parecido a una
villa olímpica. Un conjunto de barracones de
madera, situados en uno de los lugares menos
agraciados de la ciudad, fue la residencia
común de los atletas durante el tiempo que
duró la competición.
Amsterdam 1928
La llama
olímpica prende en Amsterdam
Amsterdam
había presentado su candidatura para
organizar los Juegos en 1912, 1920 y 1924.
En el 20, decidió abandonar la pugna.
Finalmente en 1928, la ciudad holandesa vio
cumplido su sueño de organizar unos Juegos,
aunque este anhelo no fue compartido por la
familia real y la Iglesia, que veían en la
competición una reminiscencia del paganismo.
La construcción de las instalaciones
deportivas se llevó a cabo en unos terrenos
pantanosos de las afueras de Amsterdam, que
ocupan una extensión de 168 acres. En ellos,
se ubicaron el estadio olímpico, la piscina,
varios pabellones y una serie de terrenos
destinados a los entrenamientos previos de
los deportistas.
El estadio, uno de los mejores de la época
en Europa, tuvo capacidad para 40.000
espectadores y una zona de parking para
automóviles y sobre todo bicicletas, medio
de transporte utilizado por la mayoría de
los holandeses. Dicho recinto contó con una
pista de ceniza de 400 metros de cuerda para
el atletismo. Por lo que se refiere al
velódromo, éste tenía un perímetro de 500
metros.
Los barcos, lugar de alojamiento de
deportistas Debido al alto coste se
desistió en la idea de construir una villa
olímpica y se acomodó a los atletas en
hoteles, residencias y casas particulares.
Algunos países convirtieron los barcos
utilizados para la travesía hasta la ciudad
holandesa en su lugar de residencia e
incluso de entrenamiento. Este fue el caso
de EE. UU., que desplazó el ‘S.S. Presidente
Roosevelt’, en el que también se alojó el
único representante cubano, José Barriento.
Otros países que siguieron el ejemplo
norteamericano fueron Finlandia, Dinamarca,
Alemania e Italia. En el estadio, por
primera vez ardió la llama olímpica , aunque
el fuego no fue traído desde Grecia, algo
que no sucedería hasta Berlín.
Los Angeles
1932
Unos Juegos de
cine
La edición de
1932 fue la más innovadora de la joven
historia de los Juegos, a pesar de que en un
principio eran muchos los factores que
apuntaron a un probable fracaso de la cita
olímpica. En 1932, todavía estaba muy
reciente el crack del 29, y la crisis
económica hacía peligrar la participación de
numerosos países. La ciudad de Los Angeles
fue la sede elegida para unos Juegos, que
cosecharon un gran éxito económico, con
superávit, aunque no fue igual en cuanto a
la participación.
El Estadio Memorial Colisseum, con 70.000
plazas, fue ampliado a 105,000 para albergar
las pruebas. En Pasadena, el Rose Bowl de
fútbol americano acogió las pruebas de
cilcismo, convirtiéndose en el velódromo de
mayor capacidad del mundo con 85,000
espectadores, como ocurrió con el estadio
olímpico.
Aunque con anterioridad, los atletas
compartieron lugar de residencia, no se
puede hablar de Villa Olímpica, tal y como
la conocemos hasta esta edición. Este
complejo se alzó a 20 kilómetros del centro
del ciudad y estuvo formado por 50
apartamentos. Además contó con cocinas
comunes, hospital, bibliotecas, correos y
telégrafos. A las participantes femeninas se
les prohibió la entrada y tuvieron que
alojarse en el Chapman Park Hotel.
El toque popular de estos Juegos lo pusieron
los agentes de seguridad, que patrullaron
por los recintos deportivos ataviados como
en el viejo Oeste.
Los Juegos se convirtieron en el escaparate
perfecto para que la industria
cinematográfica estadounidense se proyectara
a todo el mundo. La ceremonia inaugural fue
diseñada por el director Cecil B. Mille
(‘Los diez mandamientos’) con una imagen muy
similiar a la que tiene actualmente. Durante
unos días, actores, directores y productores
aplazaron sus compromisos para vivir ‘in
situ’ la cita olímpica. Fue habitual ver a
las estrellas del celuloide mezcladas entre
los deportistas. Gary Cooper, Douglas
Fairbanks, Charles Chaplin o Joan Crawford
eran asiduos a la villa olímpica, donde se
fotografiaron con los atletas, en muchos
casos simulando sus gestas deportivas.
Berlin 1936
Excepcional
despliegue de medios
Los Juegos de
1936 fueron los útlimos celebrados antes del
prolongado paréntesis que el movimiento
olímpico sufrió como consecuencia del
estallido de la Segunda Guerra Mundial. A
pesar de todo, esta edición ya vino marcada
por condicionantes bélicos antes de que
diera comienzo.
En 1931, el Comité Olímpico pensó en
Barcelona como sede olímpica. El convulso
panorama político, que desembocaría en la
Guerra Civil, hizo que finalmente Berlín
fuera la ciudad elegida. Cuando se produjo
tal elección, Alemania todavía no estaba
bajo dominio nazi, por lo que poco se podían
imaginar dentro del COI, que los Juegos
servirían de foro y altavoz a los deseos
imperialistas de Adolf Hitler, que subió al
poder tres años antes de la cita olímpica.
Alemania no escatimó gastos ni esfuerzos y
organizó uno de los mejores Juegos de la
historia. Sobre el estadio de Grünewald,
destinado a albergar los de 1916, se
construyó otro recinto capaz de reunir a
110,000 espectadores. A su alrededor se
situó el complejo de Reichssportfield, en el
que se integraron un estadio olímpico y dos
piscinas.
Igualmente se edificó otro complejo para las
pruebas de gimnasia, polo y hockey. El
despliegue de medios se completó con la
construcción de una villa olímpica con 116
edificios de dos pisos, habilitadas para
acoger cerca de 4,000 atletas.
El fuego
olímpico llegó desde Atenas
Desde
Amsterdam, el estadio olímpico contó con un
pebetero que se mantenía encendido durante
los Juegos. Fue en Berlín, cuando por
primera vez el fuego se trajo desde las
ruinas de la ciudad sagrada de Olimpia. Carl
Diem, secretario general del comité berlinés,
quiso recuperar la tradición existente en la
antigua Grecia, por la que el vencedor de la
carrera en el estadio tenía la oportunidad
de llevar el fuego sagrado al altar de Zeus.
El 21 de julio doce jóvenes griegas
encendieron la llama con los rayos del sol.
Tras pasar por las manos de tres mil
voluntarios, y ciudades como Atenas, Sofía,
Belgrado, Viena y Praga, Schilgen (campeón
1,500) depositó el fuego en el estadio.
Londres 1948
La guerra
marcó los JJ.OO.
Después de la
interrupción por la II Guerra Mundial, los
Juegos volvieron a disputarse. Al igual que
ocurrió con Amberes (1920), fue otra ciudad
empobrecida y dañada por la contienda bélica
la encargada de retomar la aventura olímpica:
Londres, que repetía tras su primera
experiencia en 1908.
La penuria económica marcó el devenir de la
competición. Los medios fueron escasos y los
atletas carecieron de la preparación
suficiente, ya que muchos de ellos fueron
desmovilizados por sus ejércitos pocas
fechas antes.
La organización habilitó el estadio de
Wembley, con capacidad para 100,000
espectadores, construyéndose apresuradamente
una pista de atletismo en su interior.
Además, se alquiló a una empresa privada el
Empire Pool, para las pruebas de natación.
El río Támesis sirvió para acoger las
competiciones de remo y el piragüismo.
Las dificultades de financiación provocaron
que no se construyera una villa olímpica.
Los atletas fueron ubicados en los
barracones de UxBridge y Ritchmond Park, que
durante la guerra habían ocupado los
miembros de la Royal Air Force, mientras que
las deportistas femeninas residieron en el
Victoria College.
La ayuda de Estados Unidos, fundamental
La escasez de
alimentos existente en Europa fue otro de
los problemas a los que se tuvo que
enfrentar la organización de los Juegos.
Finalmente pudo solucionarse, debido al
envío diario de comida desde Estados Unidos.
El movimiento olímpico no quiso que pasara
más tiempo, y a pesar de los numerosos
problemas a los que tendría que hacer frente
por la reciente guerra, se fijó el año 1948
como fecha para reanudar los Juegos. El
estadio de Wembley albergó a 85,000
espectadores, que presenciaron la ceremonia
inaugural. Como había ocurrido en Berlín, el
fuego olímpico llegó desde Atenas, aunque
esta vez hizo un viaje en barco desde Grecia
a Italia. El británico John Mark entró en el
estadio bajo los acordes del ‘Aleluya’ de
Haendel, encendió el pebetero y se iniciaron
los decimocuartos Juegos de la era moderna.
Por segunda vez, el olimpismo logró
sobreponerse a los desastres de una guerra.
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