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L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

Las Olimpíadas

Sedes Olimpicas parte I

 

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La inestimable herencia de Grecia

fotoEn 1896 se celebraron los primeros Juegos Olímpicos, pero los primigenios, aquellos de los que Pierre de Coubertain quiso extrapolar la esencia del espíritu deportivo se remontan a la Grecia arcaica. Ya en el tercer milenio antes de Cristo, en Creta, Thera (la actual Santorini) y Micenas tuvieron lugar los primeros juegos atléticos, con el salto del toro (taurokathapsia), la lucha y el pugilato, como los más exitosos. El primero consistía en efectuar un salto mortal apoyándose en el momento justo en los cuernos del toro (el animal que simbolizaba el poder y la fertilidad en el antiguo Mediterráneo).

El espítiru deportivo y competitivo perduró con el paso de los años hasta concretarse en una actividad organizada con fecha y lugar propios: los Juegos Olímpicos del 776 a.C. celebrados en la ciudad de Olimpia para honrar a Zeus. Un mes antes de la celebración de los juegos, siempre en verano, los participantes se reunían para realizar la selección e inscripción en las competiciones. Los únicos requisitos para tomar parte en ellos eran ser griego y de condición libre. El evento podía ser presenciado incluso por esclavos y extranjeros, no así por mujeres, un hecho paradójico para el lugar donde nació la democracia.

Los juegos duraban siete días, entre pruebas y actos de celebración. El primer día se dedicaba a actos protocolarios y en los cinco siguientes se celebraban las pruebas deportivas:

La carrera: las pruebas de velocidad más importantes eran la carrera sobre la longitud del estadio de 192 metros y el diaulo, dos veces la longitud del estadio. El hoplitódromos, relacionada con el ámbito de la guerra, se trataba de una carrera en la que los participantes recorrían dos veces la distancia del estadio portando el equipo militar de hoplita (casco, grebas y escudo, todos ellos de un mismo tamaño y peso).

Lucha: Por un lado la lucha libre, en la que el objetivo era derribar tres veces al contrario, haciéndole tocar los hombros con el suelo, y por otro el pugilato o boxeo. En este deporte no se hacía distinción de pesos ni había limite de tiempo. Los atletas se enrollaban cintas de cuero en las manos fabricadas con piel de buey y competían hasta el derribo o abandono del contrincante. Cuando el combate se prolongaba sin un ganador se recurría al klímax, que consistía en que cada boxeador recibía por turnos y sin poder moverse un golpe de su rival hasta que uno de los dos caía. No obstante la prueba favorita de los espectadores era el pancracio, la más dura sin duda. Todo estaba permitido excepto los mordiscos y los golpes en los genitales o los ojos. Los atletas recurrían a las patadas, puñetazos, y llaves como el estrangulamiento. A veces el enfrentamiento se saldaba con la muerte de uno de los contendientes o incluso de ambos.

Hípica: Las competiciones hípicas se celebraban en el hipódromo, situado al sur del estadio. Las carreras de cuadrigas eran las más populares, en la que los participantes daban seis vueltas al hipódromo. El verdadero vencedor, y el que por tanto se llevaba todos los honores, no era el auriga sino el dueño de los caballos.

Pentatlón: Era una de las disciplinas más exigentes y duras, puesto que constaba de cinco pruebas: disco, salto, jabalina, carrera y lucha. En la prueba de salto, el deportista se valía de unas pesas, conocidas como halterio, para tomar impulso, mientras que en el lanzamiento de jabalina, el participante utilizaba una cinta estrecha de cuero que le servía de propulsor, alcanzándose marcas muy superiores a las actuales.

El último día se realizaba una procesión que recorría el recinto sagrado del Altis, en la que marchaban los Helanódicas (los jueces de los juegos), los miembros de las delegaciones oficiales portando ofrendas, los atletas con sus entrenadores y familiares, así como los asistentes a los juegos. Tras los sacrificios de bueyes ante el templo de Zeus, se anunciaba el fin de las competiciones y se proclamaba el nombre de los vencedores, a los que se le imponía la corona de olivo. Los vencedores, no sólo gozaban de la gloria y fama que le otorgaban sus conciudadanos en forma de estatuas y demás monumentos, sino que en muchas ocasiones se les aseguraba la manutención de por vida a costa del Estado.

Atenas 1896

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El sueño de un millonario griego se hace realidad

El sueño del barón Pierre de Coubertain de recuperar los Juegos Olímpicos de la Grecia clásica se hizo realidad en 1896. Dos años antes en la Conferencia de París donde se sentaron las bases del Movimiento Olímpico, Coubertain propuso 1900 como principio de los Juegos y París como sede, para aprovechar la Exposición Universal, que se celebraría en la capital francesa con motivo de la llegada del siglo XX. El plazo de espera era demasiado largo. En un primer momento, Coubertain descartó la posibilidad de restaurar los Juegos en Grecia, debido a la crisis económica que atravesaba el país helénico y al rechazo mostrado por su jefe de Gobierno, Tricoupus, que consideraba excesivos los gastos de organización. Pero finalmente, la exaltación patriótica alentada desde la oposición política, el apoyo recibido por la familia real griega y sobre todo la aportación económica del financiero griego George Aeroff, que donó un millón de dracmas, hicieron posible que el 6 de abril de 1896 los Juegos de la era moderna arrancaran en Atenas. Fue un día de fiesta para todos los griegos. Desde primeras horas de la mañana, comparsas y grupos musicales animaron las calles de la capital helena. A las doce del mediodía se abrieron las puertas del estadio, y tres horas más tarde el rey Jorge I proclamó abiertos “los primeros Juegos Internacionales de Atenas, que celebran la primera Olimpiada de la era moderna”.

Entre todas las instalaciones que acogieron los Juegos, una destacó por encima de las demás: el estadio olímpico. El Gobierno griego se dio cuenta de la importancia de contar con un recinto que acogiera las principales pruebas atléticas, y fuera el referente de la cita olímpica. Por ello, decidió restaurar el antiguo estadio, que Licurgo edificó 350 años a.C. Los griegos no repararon en gastos y decidieron construir el recinto de mármol. El estadio Panathenaico renació de entre sus ruinas y acogió a más de setenta mil espectadores, que presenciaron la ceremonia de inauguración, al margen de los 150,000 que la contemplaron desde los montes cercanos.

Paris 1900

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Falta de organización y de medallas

Con motivo de la Exposición Universal de París, se eligió a la ciudad francesa para acoger los segundos Juegos Olímpicos de la modernidad. Las pruebas compartieron espacio y tiempo con la Exposición. De este modo la segunda edición, rebautizada con el nombre de Concursos Internacionales de Ejercicios Físicos y Deportes, se prolongó durante cerca de seis meses. Las pruebas se desarrollaron en el mismo recinto que la Exposición, llegándose en muchas ocasiones a confundir las competiciones de los Juegos con actividades propias del programa de dicha exposición. Además, las pruebas deportivas se vieron acompañadas de otras que nada tenían que ver con el espíritu olímpico como carreras de sacos, saltos de la rana o ruptura de olla.


Por si esto fuera poco, capítulo aparte merecieron los trofeos entregados a los vencedores. Si en Atenas tan sólo se entregaron medallas de plata y bronce, pero no de oro por su condición lucrativa, en París no se llegó ni a eso y se suprimió cualquier tipo de medalla. Entre los premios concedidos se encontraron un bastón con puño niquelado, una reproducción de la Torre Eiffel, una boquilla de plata con estuche de peluche, unos pares de guantes, unas zapatillas o un bastón de bambú. Muchos de los vencedores tomaron la decisión de no aceptar este tipo de recompensa a su esfuerzo, ya que lo consideraban una falta de respeto.

La desorganización presidió unos Juegos, que llegaron hasta París debido al empeño del barón de Coubertain para que se celebraran en su país natal, algo que había tenido muy presente desde el mismo momento en que se sentaron las bases del movimiento olímpico, y se pensó en restaurar las tradicionales pruebas deportivas de la Grecia clásica.
Los franceses no respondieron a las expectativas que puso en ellos el barón, y no se vieron seducidos por la celebración olímpica, que eclipsada por la Exposición Universal. Como muestra el siguiente dato: el día que más público se dio cita para presenciar las pruebas se reunieron 3,000 personas.
 

San Luis 1904

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Tres atletas y seis medallas

Tres norteamericanos compartieron el honor de lograr el mayor número de medallas. En gimnasia, Heida logró cinco oros (potro con arcos, barra fija, salto largo, combinado y sexatlón por equipos), y una plata (paralelas); Eyser consiguió 3 oros (sexatlón equipos, paralelas y subir cuerda de 25 pies), dos platas (salto largo y potro con arcos) y un bronce (barra fija). En ciclismo, Dowling se hizo con 2 oros (2 y 25 millas); 3 platas (cuarto, tercio y una milla) y un bronce (media milla).

Un espectáculo bochornoso

Tras las dos primeras ediciones, Pierre de Coubertain tuvo la intención de que Estados Unidos acogiera unos Juegos Olímpicos. El movimiento olímpico debía de ampliar sus fronteras y explorar nuevos continentes. Los resultados deportivos de los norteamericanos en Atenas y París eran suficiente aval para trasladar el espíritu olímpico hasta una localidad estadounidense. Dos ciudades presentaron su candidatura: Chicago y Saint Louis.


El Comité Olímpico Internacional se decantó por la primera debido a su jugosa oferta económica, que aseguraba unos ingresos cercanos a los 200,000 dólares. Sin embargo, Sant Louis no se dio por vencida, y con la excusa de que se conmemoraba el centenario de la cesión, por parte de Francia, de los territorios de Louisiana a los Estados Unidos, preparó una exposición universal y pidió organizar los Juegos. Pero el COI siguió mostrando sus preferencias por Chicago, debido a que estaba muy reciente el fracaso de París, donde coincidió la cita olímpica con la Exposición Universal. Saint Louis utilizó sus medios de presión y amenazó con montar unas pruebas paralelas.

Por problemas de organización, Chicago pidió retrasar los Juegos hasta 1905 Al ir en contra de lo establecido por la Carta Olímpica y al contar Saint Louis con el apoyo del presidente norteamericano Theodore Roosevelt, finalmente fue ésta la sede de los Juegos. Dentro de las instalaciones olímpicas y como complemento a los Juegos, se organizaron una serie de jornadas paralelas al desarrollo de las pruebas y que recibieron el nombre de Días Antropológicos. Se trajeron a la ciudad estadounidense personas de distintas etnias exóticas, como pigmeos, indios cocopas o sioux, moros e igoratas de Filipinas, sirios... para exhibirles en pleno ejercicio de actividades deportivas propias de su país, o practicando deportes olímpicos. Éste fue sin duda uno de los hechos más lamentables en toda la historia de los Juegos, llegando a ser calificado por el propio barón de Coubertain como “un espectáculo bochornoso”.

Londres 1908

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"Lo importante es participar"

En la cena de clausura de los Juegos, tras las dos semanas donde se concentraron las principales pruebas, Pierre de Coubertain pronunció una frase, que ha pasado a formar parte de la historia, no sólo del Olimpismo, sino del deporte en general. “Lo importante no es ganar sino participar”, fueron las palabras pronunciadas por el barón. Éste se las había escuchado al arzobispo de Pensilvania, en el acto religioso que ofició en la catedral de San Pablo, con motivo de la celebración de los Juegos.

Instalaciones propias y ceremonia de apertura

Al igual que ocurrió con los Juegos de Saint Louis, Londres no había sido en un principio la sede elegida para acoger la edición de 1908. Tal honor recayó en Roma. La presión ejercida en contra por otras ciudades transalpinas, como Milan y Turín, resentidas por la preferencia del COI hacia la capital italiana, y las graves pérdidas económicas y materiales que supuso la erupción del Vesubio en 1906, acabaron por llevar los Juegos Olímpicos hasta Londres. Como ocurrió con anterioridad, en la ciudad londinense también coincidieron dichos Juegos con una exposición, en este caso la Franco-Británica.

Por primera vez, los Juegos contaron con su propio estadio para albergar la mayoría de las pruebas, edificado con motivo de la cita olímpica. En París, las instalaciones del Racing no pasaron de ser el terreno de un club, y en Saint Louis, fueron las de la Universidad de Washington. En tan sólo nueve meses, del 31 de julio de 1907 al 1 de mayo de 1908, se construyó el estadio de Shepherd’s Bush -actual White City- con capacidad para 80,000 espectadores.

El recinto contó con una pista de cemento para la competición de ciclismo, otra de ceniza volcánica para atletismo y una piscina de 100 m. de longitud. En el centro del estadio quedó un amplio terreno de hierba para la práctica de rugby, fútbol, hockey, saltos, lanzamientos, lucha, gimnasia y tiro con arco.

Los Juegos Olímpicos de Londres fueron los primeros que contaron con una ceremonia de inauguración, a la que acudieron 15,000 espectadores. En el estadio olímpico, desfilaron todas las delegaciones tras sus banderas, provocando algún que otro conflicto. Los finlandeses se negaron a desfilar tras la enseña rusa, que le tenía como protectorado. Además, el abanderado estadounidense se negó a inclinar la bandera de su país al paso por el palco de autoridades, ya que según una ley norteamericana “la bandera no debe inclinarse ni ante un rey”. Era el inicio de una rivalidad entre británicos y estadounidenses que estuvo muy presente durante todos los Juegos.
 

Estocolmo 1912

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Dominio finlandés en fondo

El finlandés Hannes Kolehmainen se hizo con cuatro medallas y se consagró como el gran especialista en las pruebas de fondo en las que logró tres oros: en 5,000 y 10,000 metros lisos, y 8,000 campo a través; y una plata por equipos también en 8,000. El sueco Calberg se hizo con una medalla más, de plata, para un total de cinco en las pruebas de tiro. En categoría femenina, la británica Edith Hannam con dos oros en tenis, fue la mujer que mayor número de medallas consiguió en Estocolmo

El rey Gustavo, estandarte de los Juegos

La elección de Estocolmo fue votada por unanimidad en el décimo congreso del COI celebrado en Berlín en junio de 1909, tras retirar la capital germana su candidatura por no poder contar con su estadio en el plazo señalado. Las principales dificultades con las que contaron los organizadores vinieron motivadas por el ambiente prebélico existente en toda Europa, ya que el estallido de la I Guerra Mundial parecía inminente, y por el consiguiente temor de las cancillerías de todo el mundo a poner en viaje hacia Europa a sus delegaciones deportivas. El nacimiento de los Comités Olímpicos nacionales, entre los que se encontraba el español, fomentó la rivalidad internacional y complicó la toma de decisiones dentro del movimiento olímpico.


La organización sueca puso en en marcha toda una campaña, propagandística, a base de folletos, programas y carteles que anunciaron tanto la celebración de los Juegos como las excelencias de la ciudad anfitriona. Además por primera vez, se publicó un cartel anunciador de la cita olímpica, del que se imprimieron un total de 88,000 ejemplares.
A la par de las competiciones estrictamente deportivas, se organizó un concurso de arte destinado a premiar a los artistas que mejor reflejaran en sus obras -tanto en pintura, arquitectura, música, literatura como en escultura- los diversos aspectos relacionados con la práctica del deporte.


Uno de los ‘culpables’ de que Estocolmo logrará ser sede olímpica fue el Rey Gustavo V de Suecia, que se volcó con los Juegos, antes y durante la celebración de los mismos. Su presencia era habitual en casi todas las competiciones y especialmente en las que se celebraron en el estadio olímpico, que fue diseñado por Torben Grut. Éste confirió al recinto una forma que se asemejó a un castillo medieval. Costó 308,000 doláres y contó con una capacidad para 32,000 espectadores. Tan sólo tuvo un ‘pequeño’ fallo que estuvo a punto de empañar tal monumento deportivo. La cuerda de la pista fue de 380 metros y medio, por lo que se tuvieron que cambiar las marcas de salida.

Amberes 1920

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"Los Juegos de la Paz"

El estallido de la I Guerra Mundial motivó un paréntesis en la celebración de los Juegos. El conflicto bélico impidió la celebración de la edición correspondiente a 1916. Tras firmarse la paz, en la primavera de 1919, se convocó el congreso olímpico en Lausana (Suiza), donde se debía decidir la futura sede olímpica.


Amberes fue designada por unanimidad para albergar los llamados “Juegos de la Paz”. La ciudad belga trabajó intensamente, pero las circunstancias históricas se notaron a la hora de afrontar la remodelación de las instalaciones deportivas. Como ya sucedió en la primera edición de Atenas, se tuvo que recurrir a aportaciones económicas personales para poder financiar el coste de los Juegos.

Los organizadores se esforzaron por concentrar las pruebas en zonas próximas, con la intención de reducir los problemas de desplazamiento tanto de deportistas como de aficionados. El estadio olímpico contó con una pista de ceniza de 400 metros y dos tribunas para acoger a los espectadores. A este recinto se unieron el ‘Palais de la Glace’, el polígono de tiro de Basschaert y Country Club de Hoogboom para las pruebas hípicas. La aceptable calidad de estos recintos contrastó con la situación del resto de la ciudad. Edificios en ruinas, alambradas, trincheras, y restos de artillería eran el paisaje habitual de Amberes, que hizo imposible olvidar el desastre de la I Guerra Mundial.


Nace la bandera olímpica

La bandera olímpica de los cinco aros hizo su aparición por primera vez en los Juegos de Amberes.

Fue creada por Coubertain, que tomó como modelo los aros del altar del antiguo templo griego de Delfos. Dichos aros, de colores distintos y entrelazados, quisieron reflejar la unión de los cinco continentes en pos del Olimpismo. El azul por Europa, el rojo por América, el negro por África, el amarillo por Asia y el verde por Australia, fueron las tonalidades elegidas. Además, se introdujo también dentro de los actos de la ceremonia de apertura el juramento de los atletas, siendo el belga Victor Boin (esgrima) el primero en llevarlo a cabo.

Paris 1924

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Nace el precedente de la villa olímpica

Desde el desastre organizativo de 1900, Coubertain tenía una espina clavada en lo que se refería a su ciudad natal. Por ello, y tomando como excusa su despedida de la presidencia del COI, volvió a decantarse por París como sede de unos Juegos Olímpicos. La ciudad francesa fue elegida esta vez entre una extensa lista de candidatos constituida por 14 ciudades.


Sin embargo, el deseo parisino del barón volvió a encontrarse con toda una serie de dificultades, producto del enfrentamiento existente entre el alcalde de París y el Gobierno central, lo que provocó el retraso en la construcción de las instalaciones. Ante tal situación, Coubertain jugó fuerte y amenazó con llevarse los Juegos a la ciudad norteamericana de Los Angeles. Esta amenaza surtió efecto y la oposición cesó, concediéndose vía libre para la construcción del recinto olímpico. París, finalmente, conseguía volver a ser sede de unos Juegos Olímpicos.


Se puso en pie el estadio de Colombes, con 20.000 asientos y otras 40,000 localidades de pie, rechazando el ya existente de Pershing (construido en 1919 por los aliados). También se construyó la piscina de Tourelles, capaz de acoger a 10,000 espectadores, y se aprovecharon otros recintos tradicionales.


Los Juegos se inauguraron el 5 de julio en Colombes bajo una salva de cañonazos, unida a la suelta de palomas. La ceremonia fue presidida por el jefe del Estado francés, Gaston Doumerge. El juramento olímpico corrió a cargo del veterano saltador Geo André, que en 1908 se tuvo que conformar con la medalla plata en altura al quedar enganchados sus amplios pantalones en el listón.


París fue también la sede que contó con el primer precedente de algo parecido a una villa olímpica. Un conjunto de barracones de madera, situados en uno de los lugares menos agraciados de la ciudad, fue la residencia común de los atletas durante el tiempo que duró la competición.

Amsterdam 1928

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La llama olímpica prende en Amsterdam

Amsterdam había presentado su candidatura para organizar los Juegos en 1912, 1920 y 1924. En el 20, decidió abandonar la pugna. Finalmente en 1928, la ciudad holandesa vio cumplido su sueño de organizar unos Juegos, aunque este anhelo no fue compartido por la familia real y la Iglesia, que veían en la competición una reminiscencia del paganismo.


La construcción de las instalaciones deportivas se llevó a cabo en unos terrenos pantanosos de las afueras de Amsterdam, que ocupan una extensión de 168 acres. En ellos, se ubicaron el estadio olímpico, la piscina, varios pabellones y una serie de terrenos destinados a los entrenamientos previos de los deportistas.


El estadio, uno de los mejores de la época en Europa, tuvo capacidad para 40.000 espectadores y una zona de parking para automóviles y sobre todo bicicletas, medio de transporte utilizado por la mayoría de los holandeses. Dicho recinto contó con una pista de ceniza de 400 metros de cuerda para el atletismo. Por lo que se refiere al velódromo, éste tenía un perímetro de 500 metros.

Los barcos, lugar de alojamiento de deportistas
Debido al alto coste se desistió en la idea de construir una villa olímpica y se acomodó a los atletas en hoteles, residencias y casas particulares. Algunos países convirtieron los barcos utilizados para la travesía hasta la ciudad holandesa en su lugar de residencia e incluso de entrenamiento. Este fue el caso de EE. UU., que desplazó el ‘S.S. Presidente Roosevelt’, en el que también se alojó el único representante cubano, José Barriento. Otros países que siguieron el ejemplo norteamericano fueron Finlandia, Dinamarca, Alemania e Italia. En el estadio, por primera vez ardió la llama olímpica , aunque el fuego no fue traído desde Grecia, algo que no sucedería hasta Berlín.

Los Angeles 1932

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Unos Juegos de cine

La edición de 1932 fue la más innovadora de la joven historia de los Juegos, a pesar de que en un principio eran muchos los factores que apuntaron a un probable fracaso de la cita olímpica. En 1932, todavía estaba muy reciente el crack del 29, y la crisis económica hacía peligrar la participación de numerosos países. La ciudad de Los Angeles fue la sede elegida para unos Juegos, que cosecharon un gran éxito económico, con superávit, aunque no fue igual en cuanto a la participación.


El Estadio Memorial Colisseum, con 70.000 plazas, fue ampliado a 105,000 para albergar las pruebas. En Pasadena, el Rose Bowl de fútbol americano acogió las pruebas de cilcismo, convirtiéndose en el velódromo de mayor capacidad del mundo con 85,000 espectadores, como ocurrió con el estadio olímpico.


Aunque con anterioridad, los atletas compartieron lugar de residencia, no se puede hablar de Villa Olímpica, tal y como la conocemos hasta esta edición. Este complejo se alzó a 20 kilómetros del centro del ciudad y estuvo formado por 50 apartamentos. Además contó con cocinas comunes, hospital, bibliotecas, correos y telégrafos. A las participantes femeninas se les prohibió la entrada y tuvieron que alojarse en el Chapman Park Hotel.
El toque popular de estos Juegos lo pusieron los agentes de seguridad, que patrullaron por los recintos deportivos ataviados como en el viejo Oeste.

Los Juegos se convirtieron en el escaparate perfecto para que la industria cinematográfica estadounidense se proyectara a todo el mundo. La ceremonia inaugural fue diseñada por el director Cecil B. Mille (‘Los diez mandamientos’) con una imagen muy similiar a la que tiene actualmente. Durante unos días, actores, directores y productores aplazaron sus compromisos para vivir ‘in situ’ la cita olímpica. Fue habitual ver a las estrellas del celuloide mezcladas entre los deportistas. Gary Cooper, Douglas Fairbanks, Charles Chaplin o Joan Crawford eran asiduos a la villa olímpica, donde se fotografiaron con los atletas, en muchos casos simulando sus gestas deportivas.

Berlin 1936

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Excepcional despliegue de medios

Los Juegos de 1936 fueron los útlimos celebrados antes del prolongado paréntesis que el movimiento olímpico sufrió como consecuencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de todo, esta edición ya vino marcada por condicionantes bélicos antes de que diera comienzo.


En 1931, el Comité Olímpico pensó en Barcelona como sede olímpica. El convulso panorama político, que desembocaría en la Guerra Civil, hizo que finalmente Berlín fuera la ciudad elegida. Cuando se produjo tal elección, Alemania todavía no estaba bajo dominio nazi, por lo que poco se podían imaginar dentro del COI, que los Juegos servirían de foro y altavoz a los deseos imperialistas de Adolf Hitler, que subió al poder tres años antes de la cita olímpica.

Alemania no escatimó gastos ni esfuerzos y organizó uno de los mejores Juegos de la historia. Sobre el estadio de Grünewald, destinado a albergar los de 1916, se construyó otro recinto capaz de reunir a 110,000 espectadores. A su alrededor se situó el complejo de Reichssportfield, en el que se integraron un estadio olímpico y dos piscinas.
Igualmente se edificó otro complejo para las pruebas de gimnasia, polo y hockey. El despliegue de medios se completó con la construcción de una villa olímpica con 116 edificios de dos pisos, habilitadas para acoger cerca de 4,000 atletas.

El fuego olímpico llegó desde Atenas

Desde Amsterdam, el estadio olímpico contó con un pebetero que se mantenía encendido durante los Juegos. Fue en Berlín, cuando por primera vez el fuego se trajo desde las ruinas de la ciudad sagrada de Olimpia. Carl Diem, secretario general del comité berlinés, quiso recuperar la tradición existente en la antigua Grecia, por la que el vencedor de la carrera en el estadio tenía la oportunidad de llevar el fuego sagrado al altar de Zeus. El 21 de julio doce jóvenes griegas encendieron la llama con los rayos del sol. Tras pasar por las manos de tres mil voluntarios, y ciudades como Atenas, Sofía, Belgrado, Viena y Praga, Schilgen (campeón 1,500) depositó el fuego en el estadio.

Londres 1948

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La guerra marcó los JJ.OO.

Después de la interrupción por la II Guerra Mundial, los Juegos volvieron a disputarse. Al igual que ocurrió con Amberes (1920), fue otra ciudad empobrecida y dañada por la contienda bélica la encargada de retomar la aventura olímpica: Londres, que repetía tras su primera experiencia en 1908.


La penuria económica marcó el devenir de la competición. Los medios fueron escasos y los atletas carecieron de la preparación suficiente, ya que muchos de ellos fueron desmovilizados por sus ejércitos pocas fechas antes.


La organización habilitó el estadio de Wembley, con capacidad para 100,000 espectadores, construyéndose apresuradamente una pista de atletismo en su interior. Además, se alquiló a una empresa privada el Empire Pool, para las pruebas de natación. El río Támesis sirvió para acoger las competiciones de remo y el piragüismo.


Las dificultades de financiación provocaron que no se construyera una villa olímpica. Los atletas fueron ubicados en los barracones de UxBridge y Ritchmond Park, que durante la guerra habían ocupado los miembros de la Royal Air Force, mientras que las deportistas femeninas residieron en el Victoria College.


La ayuda de Estados Unidos, fundamental

La escasez de alimentos existente en Europa fue otro de los problemas a los que se tuvo que enfrentar la organización de los Juegos. Finalmente pudo solucionarse, debido al envío diario de comida desde Estados Unidos.

El movimiento olímpico no quiso que pasara más tiempo, y a pesar de los numerosos problemas a los que tendría que hacer frente por la reciente guerra, se fijó el año 1948 como fecha para reanudar los Juegos. El estadio de Wembley albergó a 85,000 espectadores, que presenciaron la ceremonia inaugural. Como había ocurrido en Berlín, el fuego olímpico llegó desde Atenas, aunque esta vez hizo un viaje en barco desde Grecia a Italia. El británico John Mark entró en el estadio bajo los acordes del ‘Aleluya’ de Haendel, encendió el pebetero y se iniciaron los decimocuartos Juegos de la era moderna. Por segunda vez, el olimpismo logró sobreponerse a los desastres de una guerra.

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