L a G r a n E n c i c l o p e d i a
I l u s t r a d a d e l P r o y e c t
o S a l ó n H o g a r
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CAPITULO XXI

Comienzo
a recopilar textos sobre Medicina. Grandes progresos de la invisible alumna.
Beremiz es llamado a resolver un complicado problema. El rey Mazim y las prisiones
de Korassan. Sanadik, el contrabandista. Un verso, un problema y una leyenda.
La justicia del rey Mazim.
Nuestra
vida en la bella ciudad de los califas se volvía cada día más agitada y trabajosa.
El visir Maluf me encargó que copiara dos libros del filósofo Rhazes. Son libros
que encierran grandes conocimientos de Medicina. Leía en sus páginas indicaciones
de gran valor sobre el tratamiento del sarampión, la curación de las enfermedades
de la infancia, de los riñones y de otros mil males que afligen a los hombres.
Prendido en este trabajo quedé imposibilitado de asistir a las clases de Beremiz
en casa del jeque Iezid.
Por
las informaciones que oí de mi amigo, la “alumna invisible” había hecho extraordinarios
progresos en las últimas semanas. Ya conocía cuatro operaciones con los números,
los tres primeros libros de Euclides, y calculaba las fracciones con numerador
1, 2 o 3.
Cierto
día, al caer la tarde, íbamos a iniciar nuestra modesta cena, que consistía
solo en media docena de pasteles de carnero con cebolla, miel, harina y aceitunas,
cuando oímos en la calle gran tropel de caballos y, en seguida, gritos, voces
de mano y juramentos de soldados turcos.
Me
levanté un poco asustado. ¿Qué ocurría? Tuve la impresión de que la hostería
había sido rodeada por la tropa y que iba a realizarse otra violencia por cuenta
del irritado jefe de la policía.
La
algazara inesperada no perturbó a Beremiz. Enteramente ajeno a los sucesos de
la calle, continuó como se hallaba, trazando con un pedazo de carbón figuras
geométricas sobre una gran plancha de madera. ¡Qué extraordinario era aquel
hombre! Los más graves peligros, las amenazas de los poderosos, no conseguían
apartarlo de sus estudios matemáticos. Si Asrail, el Ángel de la Muerte,
hubiera surgido de repente trayendo en sus manos la sentencia de lo irremediable,
él hubiese continuado impasible trazando curvas, ángulos y estudiando las propiedades
de las figuras, de las relaciones y de los números.
En
el pequeño aposento en que nos hallábamos irrumpió el viejo Salim, acompañado
por dos siervos negros y un camellero. Estaban todos asustados como si algo
muy grave hubiera ocurrido.
—¡Por
Allah! Grité impaciente. ¡No perturben los cálculos de Beremiz! ¿Qué barullo
es ese? ¿Acaso hay una revuelta en Bagdad? ¿Se ha hundido la mezquita de Soliman?
—Señor,
tartamudeó el viejo Salim con voz trémula y asustada. La escolta… Una escolta
de soldados turcos acaba de llegar…
—¡Por
el santo nombre de Mahoma! ¿Qué escolta es esa, oh Salim?
—Es
la escolta del poderoso gran visir Ibrahim Maluf el Barad —¡A quien Allah
cubra de beneficios!—. Los soldados traen orden de llevarse inmediatamente
al calculador Beremiz Samir .
—¿Por
qué tanto ruido, perros?, grité exaltado. ¡Eso no tiene importancia alguna!
Naturalmente, el Visir, nuestro grande amigo y protector quiere resolver con
urgencia un problema de Matemáticas y precisa del auxilio de nuestro sabio amigo.
Mis
previsiones resultaron ciertas como los más perfectos cálculos de Beremiz.
Momentos
después, llevados por los oficiales de la escolta, llegamos al palacio del visir
Maluf.
Encontramos
al poderoso ministro en el rico salón de las audiencias, acompañado por tres
auxiliares de su confianza. Llevaba en la mano una hoja llena de números y cálculos.
¿Cuál
nuevo problema sería aquel que había venido a perturbar tan profundamente el
espíritu del digno auxiliar del Califa?
—El
caso es grave, ¡oh calculador!, comenzó el visir dirigiéndose a Beremiz. Me
encuentro de momento preocupado por uno de los más complicados problemas que
haya tenido en mi vida. Quiero informarte minuciosamente de los antecedentes
del caso, pues solo con tu auxilio podremos tal vez descubrir la solución.
Y
el visir narró el siguiente caso:
—Anteayer,
pocas horas después de salir nuestro glorioso Califa hacia Basora para una permanencia
de tres semanas, hubo un pavoroso incendio en la prisión. Los detenidos, encerrados
en sus celdas, sufrieron durante mucho tiempo un tremendo suplicio, torturados
por indecibles angustias. Nuestro generoso soberano decidió entonces que fuera
reducida a la mitad la pena de todos los condenados. Al principio no dimos importancia
alguna al caso, pues parecía muy sencillo ordenar que se cumpliera con todo
rigor la sentencia del rey. sin embargo, al día siguiente, cuando la caravana
del Príncipe de los Creyentes se hallaba lejos ya, comprobamos que tal sentencia
de última hora envolvía un problema extremadamente delicado, sin cuya solución
no podría ser ejecutada perfectamente.
Entre
los detenidos —prosiguió el ministro— beneficiados por la ley se halla un contrabandista
de Basora, llamado Sanadik, preso desde hace cuatro años y condenado a cadena
perpetua. La pena de este hombre debe ser reducida a la mitad. Pero, como fue
condenado a toda la vida de prisión, ahora en virtud de la ley, tendrá que serle
perdonada la mitad de la pena, es decir la mitad del tiempo que le queda por
vivir. Pero, no sabemos cuánto vivirá. ¿Cómo dividir por dos un periodo que
ignoramos? ¿Cómo calcular la mitad —x— de su tiempo de vida?
Después
de meditar unos minutos, respondió Beremiz de manera cautelosa y prudente:
—Ese
problema me parece extremadamente delicado porque encierra una cuestión de pura
Matemática y de interpretación de la ley al mismo tiempo. Es un caso que interesa
tanto a la justicia de los hombres como a la verdad de los números. No puedo
discutirlo con los poderosos recursos del Algebra y del Análisis, hasta visitar
en la celda al condenado Sanadik. Es posible que la x de la vida de Sanadik
esté calculada por el Destino en la pared de la celda del propio condenado.
—Me
parece extraordinariamente extraño eso que dices, observó el visir. No me cabe
en la cabeza la relación que pueda haber entre las maldiciones con que locos
y condenados cubren los muros de las prisiones y la resolución algebraica de
tan delicado problema.
—¡Señor!,
exclamó Beremiz. Se hallan muchas veces en los muros de las prisiones frases
interesantes, fórmulas, versos e inscripciones que nos aclaran el espíritu y
nos orientan hacia sentimientos de bondad y clemencia. Consta que, cierta vez,
el rey Mazim, señor de la rica provincia de Korassan, fue informado de que un
presidiario había escrito palabras mágicas en los muros de su celda. El rey
Mazim llamó a un diligente escriba y le ordenó que copiara todas las letras,
figuras, versos o números que encontrara en las sombrías paredes de la prisión.
Muchas semanas pasó el escriba para cumplir íntegramente la extraña orden del
rey. Al fin, después de pacientes esfuerzos, le llevó al soberano decenas de
hojas llenas de símbolos, palabras ininteligibles, figuras disparatadas, blasfemias
de locos y números inexpresivos. ¿Cómo traducir o descifrar aquellas páginas
repletas de cosas incomprensibles? Uno de los sabios del país, consultado por
el monarca, dijo: “¡Oh rey! Esas hojas contienen maldiciones, plagas, herejías,
palabras cabalísticas, leyendas y hasta un problema de Matemática con cálculos
y figuras”.
—Respondió
el rey: “Las maldiciones, plagas y herejías, no interesan a mi curiosidad. Las
palabras cabalísticas me dejan indiferente. No creo en el poder oculto de las
letras ni en las fuerzas misteriosas de los símbolos humanos. Me interesa, sin
embargo, conocer el verso, lo que dice la leyenda, pues son productos nobilísimos
de los que el hombre puede hallar consuelo en su aflicción, enseñanzas para
el que no sabe o advertencias para el poderoso”.
Ante
la petición del monarca, dijo el ulema:
—La
desesperación del condenado es poco propicia a la inspiración.
Replicó
el monarca:
—Aún
así quiero conocer lo escrito.
Entonces
el ulema sacó al azar una de las copias del escriba y leyó:
—Estos
son los versos escritos por uno de los condenados:
La
felicidad es difícil porque somos muy difíciles en materia de felicidad.
No
hables de felicidad a alguien menos feliz que tú.
Cuando
no se tiene lo que uno ama, hay que amar lo que se tiene.
El
rey permaneció unos instantes en silencio como ocupado en profundos pensamientos
y el ulema, para distraer la atención real, continuó diciendo:
—He
aquí el problema escrito con carbón en la celda de un condenado:
Colocar
diez soldados en cinco filas de modo que cada fila tenga cuatro soldados.
Este
problema, aparentemente imposible tiene una solución muy sencilla indicada en
la figura, en la que aparecen cinco filas de cuatro soldados cada una.
A
continuación, el ulema, atendiendo a la petición del rey, leyó la siguiente
inscripción:
—“Se
cuenta que el joven Tzu—Chang se dirigió un día al gran Confucio y le preguntó:”
“—¿Cuántas
veces, ¡oh ilustre filósofo!, debe un juez reflexionar antes de dar sentencia?
—“Respondió
Confucio:”
—“Una
vez hoy; diez mañana”.
“Se
asombró el príncipe Tzu—Chang al oír las palabras del sabio. El concepto era
oscuro y enigmático.”
“Una
vez será suficiente —replicó con paciencia el Maestro— cuando el juez, tras
el examen de la causa, se decida por el perdón. Diez veces, sin embargo, deberá
pensar el magistrado siempre que se sienta inclinado a dar sentencia condenatoria
.
“Y
concluyó con su sabiduría incomparable:
“Se
equivoca por cierto gravemente aquel que vacila al perdonar; se equivoca mucho
más aún a los ojos de Dios aquel que condena sin vacilar.”
Se
admiró el rey Mazim al enterare de que había en las húmedas pareces de las celdas
de la cárcel tales joyas escritas por los míseros prisioneros, tantas cosas
llenas de belleza y de curiosidad. Naturalmente, entre los que veían pasar sus
días amargados en el fondo de las celdas, había también gente inteligente y
cultivada. Decidió pues el rey que fuesen revisados todos los procesos y descubrió
que muchas de las sentencias pronunciadas encubrían casos patentes de injusticia
clamorosa. Y así, en consecuencia, y visto lo que el escriba había descubierto,
los prisioneros inocentes fueron puestos inmediatamente en libertad y se repararon
muchos errores judiciales.
—Todo
eso puede ser muy interesante, repuso el visir Maluf, pero es posible que en
las prisiones de Bagdad no se encuentren figuras geométricas ni leyendas morales
ni versos. Quiero ver sin embargo el resultado a que quieres llegar. Permitiré
pues tu visita a la prisión.

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