L a G r a n E n c i c l o p e d i a I l u s t r a d
a d e l P r o y e c t o S a l ó n H o g a r
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CAPITULO XXII
De
cuanto sucediera en el transcurso de nuestra visita a la prisión de Bagdad.
Cómo Beremiz resolvió el problema de la mitad de los años de vida de Sanadik.
El instante de tiempo. La libertad condicional. Beremiz explica los fundamentos
de una sentencia.
La
gran prisión de Bagdad parecía una fortaleza persa o china. Al entrar se atravesaba
un pequeño patio en cuyo centro se veía el famoso “Pozo de la esperanza”. Allí
era donde el condenado, al oír su sentencia, abandonaba para siemrpe todas sus
esperanzas de salvación.
Nadie
podría imaginar la vida de sufrimientos y miseria de quienes se hallaban en
el fondo de las mazmorras de la gloriosa ciudad árabe.
La
celda en la que se hallaba el infeliz Sanadik estaba situada en la parte más
profunda de la prisión. Llegamos al espantoso subterráneo guiados por el carcelero
y auxiliados por dos guías. Un esclavo nubio, verdaderamente gigantesco, llevaba
la gran antorcha cuya luz nos permitía ver todos los rincones de la prisión.
Después
de recorrer el estrecho corredor, que apenas permitía el paso de un hombre,
bajamos por una escalera húmeda y oscura. En el fondo del subterráneo se hallaba
el pequeño calabozo donde estaba encarcelado Sanadik. Ni el más tenue rayo de
luz llegaba a aquellas tinieblas. El aire pesado y fétido apenas se podía respirar
sin sentir náuseas. El suelo estaba cubierto de una capa de barro pútrido y
entre las cuatro paredes no había ningún camastro donde el condenado pudiera
tenderse.
A
la luz de la antorcha que llevaba el hercúleo negro vimos al desventurado Sanadik,
semidesnudo, con la barba espesa y enmarañada y los cabellos crecidos cayéndole
por los hombros, sentado en una losa, con las manos y los pies sujetos por grillos
de hierro.
Beremiz
lo observó en silencio con vivo interés. Era increíble que aquel desventurado
Sanadik hubiera podido resistir con vida durante cuatro años aquella situación
inhumana y dolorosa.
Las
paredes de la celda, cubiertas de manchas de humedad, estaban repletas de inscripciones
y figuras —extraños indicios de muchas generaciones de condenados—. Beremiz
examinó todo aquello, leyó y tradujo con minucioso cuidado, deteniéndose de
vez en cuando para hacer cálculos que parecían largos y laboriosos. ¿Cómo podría
el calculador, entre las maldiciones y las blasfemias, determinar los años de
vida de Sanadik?
Grande
fue la sensación de alivio que sentí al dejar la prisión sombría donde eran
torturados los míseros detenidos. Al llegar de vuelta al rico salón de las audiencias,
apareció el visir Maluf rodeado de cortesanos, secretarios y varios jeques y
ulemas de la corte. Esperaban todos la llegada de Beremiz, pues querían conocer
la fórmula que el calculador iría a emplear para resolver el problema de la
mitad de la prisión perpetua.
—Estamos
esperándote, ¡oh Calculador!, dijo el visir afablemente, y te ruego nos presentes
sin demora la solución del problema. Queremos cumplir con la mayor urgencia
las órdenes de nuestro gran Emir…
Al
oír esa orden, Beremiz se inclinó respetuoso, hizo el habitual saludo, y habló
así:
—El
contrabandista Sanadik, de Basora, preso hace cuatro años en la frontera, fue
condenado a prisión perpetua. Esa pena acaba de ser reducida a la mitad por
justa y sabia sentencia de nuestro glorioso Califa, Comendador de los Creyentes
y sombra de Allah en la Tierra…
Designemos
por x el periodo de la vida de Sanadik, periodo que va desde el momento
en que quedó preso y condenado hasta el término de sus días. Sanadik fue por
tanto condenado a x años de prisión, esto es, a prisión perpetua. Ahora, en
virtud de la regia sentencia, dicha pena se reducirá a la mitad. Si dividimos
el tiempo x en varios periodos, importa decir que a cada periodo de prisión
debe corresponder igual periodo de libertad.
—¡Perfectamente!,
exclamó el visir con aire inteligente. Comprendo muy bien tu razonamiento.
—Ahora
bien, como Sanadik ya estuvo preso durante cuatro años, resulta claro que deberá
quedar en libertad durante igual periodo, es decir durante cuatro años.
En
efecto, imaginemos que un mago genial pudiera prever el número exacto de años
de la vida de Sanadik, y nos dijera: “Este hombre tenía solo por delante 8 años
de vida cuando fue detenido”. Pues bien, en ese caso tendríamos que x es igual
a 8, es decir Sanadik habría sido condenado a 8 años de prisión y esta pena
quedaría ahora reducida a 4. pero como Sanadik ya está preso desde hace cuatro
años, el hecho es que ya ha cumplido toda la pena y debe ser considerado libre.
Si el contrabandista, por determinaciones del Destino, tuviera que vivir más
de 8 años, su vida —x mayor que 8— podrá ser descompuesta en tres periodos:
uno de 4 años de prisión —ya transcurrido—, otro de 4 años de libertad, y un
tercero que deberá ser dividido en dos partes, prisión y libertad. Fácil es
concluir que para cualquier valor de x —desconocido—, el detenido tendrá
que ser puesto inmediatamente en libertad, quedando libre durante 4 años, pues
tiene absoluto derecho a ese periodo de libertad, conforme demostré, de acuerdo
con la ley.
Finalizado
ese plazo, o mejor, terminado ese periodo, deberá volver a la prisión y quedar
recluido durante un tiempo igual a la mitad del resto de su vida.
Sería
fácil tal vez encerrarlo un año y devolverle la libertad al año siguiente. Quedaría,
gracias a esa resolución, un año preso y otro libre, y de ese modo pasaría la
mitad de su vida en libertad conforme manda la sentencia del rey.
Tal
solución, sin embargo, solo sería cierta si el condenado viniera a morir el
último día de uno de sus periodos de libertad.
Imaginemos
que Sanadik, después de pasar un año en la cárcel, fuera puesto en libertad
y muriera por ejemplo en el cuarto mes de libertad. De esta parte de su vida
—un año y cuatro meses— habría pasado “un año preso” y “cuatro meses libre”.
Esto no sería correcto, habría un error de cálculo. Su pena no habría sido reducida
a la mitad.
Mas
simple sería detener a Sanadik durante un mes y concederle la libertad al mes
siguiente. Tal solución podrá, dentro de un periodo menor, conducir a error
análogo. Y esto acontecería —con perjuicio para el condenado— si él, después
de pasar un mes en la prisión, no tuviera luego un mes completo de libertad.
Podrá
parecer, diréis, que la solución del caso consistirá al fin en detener a Sanadik
un día y soltarlo al otro, concediéndole igual periodo de libertad, y proceder
así hasta el fin de la vida del condenado.
Tal
solución no corresponderá, con todo, a la verdad matemática, pues Sanadik —como
fácil es comprender— podrá ser perjudicado en muchas horas de libertad. Basta
para eso que muera horas después de un día de prisión.
Tener
detenido al condenado durante una hora y soltarlo luego, y así sucesivamente
hasta la última hora de la vida del condenado, sería la solución acertada si
Sanadik muriera en el último minuto de una hora de libertad. De lo contrario
su pena no habría sido reducida a la mitad que es lo que dispone el indulto.
La
solución matemáticamente cierta, consistirá pues en lo siguiente:
Detener
a Sanadik durante un instante de tiempo y soltarlo al instante siguiente. Es
preciso, sin embargo, que el tiempo de prisión —el instante— sea infinitamente
pequeño, esto es indivisible. Lo mismo ha de hacerse con el periodo de libertad
que siga.
En
realidad, tal solución es imposible. ¿Cómo detener a un hombre durante un instante
indivisible y soltarlo en el instante siguiente? Hay pues que apartar esta idea
y considerarla como imposible. Solo veo, ¡oh Visir!, una manera de resolver
el problema: que Sanadik sea puesto en libertad condicional bajo vigilancia
de la ley. Esa es la única manera de tener detenido y libre a un hombre al mismo
tiempo.
El
gran visir determinó que fuera atendida la sugestión del calculador y el infeliz
Sanadik recibió aquel mismo día la “libertad condicional”, fórmula que los jurisconsultos
árabes adoptaron en adelante con gran frecuencia en sus sabias sentencias.
Al
día siguiente le pregunté qué datos o elementos de cálculo había conseguido
recoger en las paredes de la prisión durante la célebre visita, y qué motivos
le habían llevado a dar tan original solución al problema del condenado. Y me
respondió:
—Sólo
quien ya estuvo, aunque solo fuera por un momento, entre los muros tenebrosos
de una mazmorra, sabe resolver esos problemas en que los números son partes
terribles de la desgracia humana.

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