Adolfo Hitler
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En pocas ocasiones la memoria colectiva de los pueblos muestra tamaño acuerdo
a la hora de juzgar el papel histórico de un personaje como en el caso de Adol f
Hitler. Sobre él se han escrito cientos de miles de páginas, y su figura se
asimila a la de un dictador asesino responsable de la muerte de millones de
personas y encarnación de los más bajos y deplorables instintos humanos.
Hitler llevó a su país, y a la práctica totalidad de la población mundial, a la guerra
más devastadora nunca conocida, practicando además una política de exterminio y
barbarie contra todos aquellos grupos o individuos que la abyecta ideología que
representaba tuviera por diferentes y, por ende, inferiores. Nació este
personaje en una ciudad fronteriza de la Austria bávara, hijo de un agente de
aduanas, Alois, que, en virtud de su ocupación, obligará a su familia a mudar
varias veces de residencia, siempre en pequeñas localidades rurales. Su padre
era hijo a su vez de la soltera María Anna Schikelgruber, tomando prestado el
apellido Hitler de un pariente por considerarlo más honroso. El hecho de que su
padre proviniera de una unión ilegítima entre su abuela y un desconocido
perturbó siempre los pensamientos de Hitler, ante la posibilidad de tener
ascendientes judíos. Durante su infancia, se educa en pequeñas escuelas de
pueblo, hasta que pasa a la escuela de Artes y Oficios de Linz. Su infancia
distó mucho de ser feliz, siendo objeto de frecuentes palizas por parte de su
padre, sólo en parte compensadas por el cariño que su madre, Klara Pölz, le
profesaba. Esta era la tercera esposa de Alois, y tenía veintitrés años menos
que él. La complicidad entre madre e hijo era a veces percibida por su padre
bajo el prisma de los celos.
Persona inteligente, superaba las asignaturas
escolares con facilidad, lo que le procuraba cierta tendencia al abandono y la
pereza. Quizás por la mala relación con su padre, o por los frecuentes cambios
de residencia y colegio, lo cierto es que el niño Hitler no lograba cuajar
amistades, teniendo como resultado que se encerrase en sí mismo y en sus sueños
como futuro pintor, su afición favorita. Los designios de su padre, por el
contrario, iban por otros derroteros, pues deseaba para su hijo una carrera de
funcionario. La controversia fue fuente de frecuentes disputas y discusiones, en
las que el joven Hitler no cedía un ápice, al punto que, a modo de rebeldía,
dejó de prestar atención a los estudios en la escuela católica de Linz y repitió
curso. En 1903 muere su padre, lo que le otorga cierta libertad de movimientos y
acción. Algo más tarde, una pulmonía le hace abandonar la escuela en principio
hasta su restablecimiento, pero será definitiva. Se dedica entonces a su afición
favorita, la pintura, durante dos años, con la ilusión de ser algún día un
pintor reconocido. Su intento de ingresar en la Academia de Bellas Artes de
Viena se ve abocado al fracaso, aunque, orgulloso y seguro de sus fuerzas, lo
intentó un año más tarde. Nuevamente cosechó el mismo resultado. Decepcionado y
triste por la muerte de su madre en 1907, se entregó a una vida abandonada y
perezosa, en la que sólo las audiciones de Wagner
parecían interesarle.
Requerido para cumplir el servicio militar, Hitler se
escondió en Viena durante tres años para así eludirlo. El motivo de su actuación
no era otro que su deseo de no formar parte de un ejército que consideraba débil
y propio de un país en decadencia, alejado de pasadas glorias. Por el contrario,
admiraba a la pujante Alemania y su carácter orgulloso, lo que le hizo
trasladarse a Munich en 1913. Desde allí envió una carta en la que se excusaba
de no hacer el servicio militar, alegando que no tenía medios para subsistir y
vivía en la pobreza. En realidad, disfrutaba de una pensión de orfandad, al
mismo tiempo que la venta de algunos dibujos le procuraban ingresos adicionales.
Sin embargo, aunque no fueron admitidas del todo sus excusas, el tribunal que
juzgaba su caso se avino a realizarle un examen médico para poder declararle no
apto para el servicio militar, lo que realmente sucedió. Un año más tarde,
sorprendentemente, solicita su ingreso como voluntario en el ejército ante el
advenimiento de la I Guerra
Mundial. En los combates, destaca por su afán de lucha y arrojo. Inscrito en
una unidad de choque, en apenas unas semanas sólo quedan vivos 600 de los 3.500
soldados que la formaban. Su habilidad en la lucha y su obediencia le hacen
respetado por compañeros y mandos, quienes en ocasione le encomiendan misiones
difíciles como el traslado de mensajes. En octubre de 1916 cae herido de cierta
gravedad por un disparo que le atraviesa una pierna, aunque pronto se restablece
y regresa al frente tras pasar el invierno convaleciente.
Nuevamente en 1918,
también en octubre, resulta herido, esta vez tras inhalar gases tóxicos. En su
cartilla militar figura la inscripción "gaseado". Pierde temporalmente la visión
y es ingresado en el Hospital de Passewalk, donde sufre varias operaciones y
fuertes dolores. Durante su convalecencia, puede apreciar que está asistiendo a
un mundo en profunda transformación. La revolución
ha triunfado en Rusia, instalando allí una doctrina política que personalmente
detesta. El viejo y decadente Imperio Austro-húngaro ha desaparecido como consecuencia
de la derrota en la Gran guerra, mientras que su admirada y orgullosa Alemania
ha sufrido una
humillante derrota. Su análisis de la situación alemana le hace pensar que
la derrota se debe a una conjunción de factores, entre los cuales el más
destacable es la propia división interna, fruto del régimen de partidos, y la
pérdida de los valores tradicionales que encumbraron a Prusia tan solo hacía
algunas décadas. Además, el bolchevismo y los "no arios" amenazaban con
extenderse por Alemania y el resto de Europa, subvirtiendo el orden "natural" y
despreciando todo lo que Hitler valoraba. Por si fuera poco, el final de la
guerra le dejaba en una situación de desamparo: en el ejército, en combate, era
valorado y se sentía identificado con sus compañeros, con sus mandos y con una
causa; fuera de él, se convertía en alguien sin rumbo, anodino. Sin saber qué
hacer, se queda en el cuartel de Munich esperando alguna misión, algo que hacer.
Finalmente le llega su oportunidad, al serle ofrecido un trabajo como espía y
propagandista del ejército. Su misión consistirá en introducirse en los círculos
políticos y detectar cualquier posible brote de sublevación. Tras sorprender a
los dirigentes del DAP, el Partido Obrero Alemán, el 19 de octubre comienza su
carrera política. Pronto destaca en reuniones y asambleas, diciendo lo que su
público quiere oír: la culpa de la postración alemana es de los extranjeros; los
comunistas invadirán el país; los partidos políticos desunen y restan fuerza a
la nación... El clima social de la posguerra en Alemania roza la paranoia.
No se entiende que su poderoso ejército haya podido perder la guerra. Se ven a sí
mismo como incomprendidos, incluso envidiados por su "carácter superior". Las
reparaciones de guerra impuestas en Versalles
son, además, un lastre para la economía de la nación: el marco se
devalúa hasta perder casi todo su valor; colas de hambrientos deambulan por
las calles; la miseria puede palparse. En estas condiciones, un pequeño partido
como el DAP, ultraderechista, antijudío y radical, encuentra un caldo de cultivo
propicio para su expansión. Y con él, un personaje como Hitler, capaz de
encender a las masas con un discurso tan fácil como deseado. Pronto comienza a
captar la atención de grupos diferentes, desencantados con la República
y temerosos del comunismo: ultracatólicos, militares, nostálgicos. Se reúnen en
secreto, con el objetivo común de devolver a Alemania su puesto como gran
potencia europea. Hitler se mueve como pez en el agua, pues los acontecimientos
parecen predisponer la situación a su favor. Las reparaciones de guerra ahogan
la economía alemana, cuyo gobierno no puede hacer frente a los pagos. En
consecuencia, Francia -la odiada Francia-, invade las cuencas del Rhur y el
Sarre, para garantizar el pago de la deuda. Inflación, paro y hambre alcanzan
niveles impactantes. Por si fuera poco, la situación política es cualquier cosa
menos estable. La débil república, presidida por un socialista, se ve amenazada
por una revolución de signo izquierdista, la espartaquista, que a duras penas es
controlada. El comunismo avanza entre los alemanes, que ven en él una tabla de
salvación. Hitler despliega entonces una actividad frenética, escribiendo
discursos y folletos, dando mítines, organizando grupos. Le protegen militares y
rusos huidos de la Revolución, a pesar de lo cual sigue careciendo de medios
económicos, dependiendo tan sólo de su paga de militar. En 1920 intenta por
primera vez tomar el poder. Prepara un golpe de estado junto con von Kapp, que
termina fracaso por la indecisión de los generales en principio comprometidos.
Condenado a cinco años de prisión en la fortaleza de Landsberg, dedica su tiempo
a dictar a Rudolf Hess la primera parte de su libro Mein Kampf (Mi lucha), en la
que plasma sus ideas y deseos. Obra autobiográfica, el resentimiento y el
antisemitismo atraviesan sus páginas desde la primera hasta la última,
exponiendo en ellas además su ideal de una Alemania uniforme, fuerte y temida.
También en 1920 forma la NSDAP (Partido Obrero Nacional-Sindicalista), cuya
importancia para Alemania será fundamental a partir de entonces. En diciembre de
1924 recobra la libertad. Escocido por el fracaso anterior, adopta por la vía
democrática como herramienta de acceso al poder. El antisemitismo se convierte
en una de las principales consignas del partido, siendo muy bien recibida por la
opinión pública en general. Por toda Alemania se pueden oír sus discursos o leer
sus folletos, desplegando una actividad propagandística incansable. La crisis de
1929, que Alemania sufre especialmente, incrementa el número de seguidores
de Hitler. Las empobrecidas clases medias, temerosas del influjo comunista,
abrazan el nazismo como una tabla de salvación.
En las elecciones de marzo de
1932 Hitler resulta derrotado por Hindenburg,
pero sus trece millones de votos le facultan para ser nombrado canciller muy
poco tiempo después. El demócratacristiano von Papen
se apresta a colaborar con Hitler, pensando que podrá encauzar y moderar sus
acciones. Craso error. Las primeras decisiones del nuevo canciller demuestran su
voluntad de no someterse a pactos. Tras decretar la realización de un plebiscito
en el Sarre sobre la ocupación francesa, consigue expulsar a los franceses.
Incumple los acuerdos de Versalles, en especial impulsando la militarización de
Alemania, al mismo tiempo que lanza el "Anchluss", la unión con Austria. La
subida al poder de un personaje así asusta a los aliados europeos, incapaces de
articular medidas que vayan más allá de la "política de apaciguamiento". Es
entonces cuando la Sociedad de Naciones revela su ineficacia. Tras llegar al
poder, Hitler y sus colaboradores (Himmler, Goebbel, Goering)
se encargaron de crear un aparato
policial capaz de someter absolutamente a la población y evitar cualquier
tipo de disidencia. La Gestapo velará por la "seguridad" del Estado, al mismo
tiempo que por la "pureza" de la raza aria. En 1938, su agresiva política
exterior le llevará a añadir parte a Alemania parte de Checoslovaquia, cuya
integridad estaba garantizada por el Tratado de Versalles.
Nuevamente las
naciones europeas capitulan ante el formidable despliegue de fuerza alemán. El
siguiente paso será Polonia, también protegida por la Sociedad de Naciones y,
especialmente, Francia e Inglaterra. La maniobra de Hitler es inteligente: se acerca a la
URSS mediante la firma de un pacto de no agresión, permitiendo que los
tanques alemanes traspasen con una rapidez extraordinaria la frontera
polaca el 1 de septiembre de 1939. Inglaterra y Francia declaran abiertas
las hostilidades: la II Guerra
Mundial ha comenzado. Inmediatamente, la Wehrmacht invade Dinamarca y
Noruega, tan solo meses después, a las que seguirán Bélgica y Holanda en 1940.
El golpe mayor está todavía por venir: el 5 de junio las tropas alemanas entran
en Francia, derrotándola en tan solo diecisiete días. Tan solo resiste Gran
Bretaña, acosada por la aviación de Göering, quien busca desesperadamente la
ayuda de unos Estados Unidos ensimismados en su política de neutralidad. Por el
contrario, Italia y Japón se suman a Alemania y forman el Eje. El ataque japonés
sobre Pearl Harbour fuerza, ahora sí, la entrada definitiva y sin ambages de
Estados Unidos en la guerra. El gran error de Hitler fue, teniendo abierto el
frente occidental, abrir otro en
el Este. El ataque sobre
la URSS, a pesar de emplear una ingente cantidad de recursos humanos y
materiales, se estanca por la tenaz resistencia rusa y finalmente acaba por
fracasar estrepitosamente. Hay encima demasiados frentes abiertos, demasiadas
fronteras: los Balcanes, África, el Atlántico. A partir de 1943 los
acontecimientos empiezan a cambiar de rumbo.
El apoyo norteamericano se antoja
fundamental para la causa aliada, mientras que los soviéticos inician desde el
Este un tremendo contraataque. Además, los aliados, en especial la Italia de Mussolini,
más parece ser un lastre que una ayuda, pues no tardará en caer. El desembarco
en Normandía, en 1944, supone el inicio del fin de la aventura Alemana. Las
defensas de
Rommel, el otrora triunfador en África, nada puede hacer por detener el
avance aliado, que parece pugnar con los rusos en su avance hacia Berlín. La
situación comienza a ser dramática, al punto que una sublevación por poco acaba
con la vida del Fuhrer al hacer estallar una bomba bajo su sillón durante una
reunión del Estado Mayor en Berchtesgaden. Hitler ha perdido el control. Se
esfuerza en imponer órdenes de resistencia bajo pena de ejecución sumaria,
mientras que recluta para su ejército incluso a menores de edad. Encerrado en su
bunker, desconfía de sus más íntimos colabores, si acaso sólo en Goebbels y Martín
Bormann, testigo éste de su acelerada boda con Eva Braun. La carrera por
Berlín prefigura un mundo
diferente al término de la guerra. Comunistas y capitalistas se afanan por
llegar los primeros, siendo aquellos los primeros en llegar. Hitler no verá este
hecho, pues se suicidará unto con Goebbels y Eva Braun el 7 de mayo. Atrás
quedan cinco años de guerras y millones de
muertos causados por la megalomanía de un dictador, el ensimismamiento de un
pueblo y la pasividad del resto de naciones.
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