En su condición de profesor
de Lengua y Literatura, el escritor de San Juan ejerció la docencia durante
un trienio en la Escuela Superior de Ponce (1948-1941), aunque pronto se
dejó arrastrar definitivamente por la firme vocación dramática que le
acompañaba desde su niñez. Así, desde su polifacética presencia en el mundo
de la escena (fue autor, director, especialista en luminotecnia y empresario
teatral), Francisco Arriví dejó un valioso legado dramático que, desde la
perspectiva actual, puede considerarse como el más importante del teatro
puertorriqueño del siglo XX.
Sus primeros pasos
profesionales en los dominios de Talía tuvieron lugar a finales de los años
treinta y comienzos de la década siguiente, cuando el joven profesor de
Lengua y Literatura fundó una agrupación teatral estudiantil que, bajo el
nombre de Tinglado Puertorriqueño, le permitió estrenar sus primeras piezas
dramáticas. Se trata de El diablo se humaniza (1940) y Club de
solteros (1941), dos obras breves, compuestas de un sólo acto, que
supusieron una exitosa irrupción de Francisco Arriví en el panorama de la
escena puertorriqueña.
Unos años antes de que
floreciera esta actividad teatral del joven dramaturgo de San Juan había
triunfado en la escena antillana la Sociedad Dramática de Teatro Popular "Areyto",
una voluntariosa agrupación que, bajo la enérgica batuta de su director de
representaciones, Leopoldo Santiago Lavandero, había desempeñado una
importante labor de difusión de la cultura puertorriqueña de su tiempo. Con
los ojos puestos en el ejemplo de "Areyto", Francisco Arriví emprendió una
ardua tarea de culturización popular que le llevó a estar presente en la
escena de su país durante toda la década de los años cuarenta, desarrollando
continuas labores de promoción y divulgación teatral. Así, después de haber
colaborado activamente en la denominada "Escuela del Aire" (una serie de
programas radiofónicos de carácter educativo promovidos por el Departamento
de Instrucción Pública), su libreto radiofónico titulado De la jungla al
rascacielos recibió un prestigioso galardón que venía a reconocer el
mejor programa de radio de Puerto Rico, al tiempo que le proclamaba como el
mejor director de programas del momento. Este premio le animó a asumir la
dirección de los dramas Hilarión (1943) y Nuestros días
(1944), de Manuel Méndez Ballester; además, por aquellas fechas escribió
varias series radiofónicas de gran éxito entre la audiencia, como las
tituladas Alma de leyenda, Hacienda Villarreal, Héroes de
la guerra y Páginas de nuestra historia.
A partir de 1945, Arriví
volvió a poner en marcha su antigua agrupación Tinglado Puertorriqueño,
desde la cual llevó a cabo la puesta en escena de su drama Alumbramiento
(1945), obra a la que siguió un nuevo estreno del dramaturgo de San Juan,
María Soledad (1947). Un año después, y gracias a una beca concedida por
la Fundación Rockefeller y la Universidad de Puerto RIco, se desplazó hasta
la universidad estadounidense de Columbia para ampliar sus estudios sobre el
medio radiofónico y el arte dramático. En el país norteamericano escribió
una nueva obra teatral, titulada Caso del muerto en vida.
Estos progresos en su
formación académica y profesional le permitieron, una vez de regreso en
Puerto Rico, asumir la dirección de programas de la emisora gubernamental
W.I.P.R., donde promocionó con singular interés los espacios dramáticos. Mas
no por ello permaneció alejado de las tablas, ya que, otra vez al frente del
nuevamente resucitado Tinglado Puertorriqueño, en 1951 puso en escena el
drama que trajera escrito de los Estados Unidos de América. Cada vez más
seguro y afianzado en su papel de renovador del teatro antillano, se
interesó entonces por la nueva estética del absurdo que, procedente de
Europa, comenzaba a penetrar en la isla; así, surgió una revisión de su obra
primeriza Club de solteros, montada en 1953 desde la perspectiva del
teatro del absurdo.
Entretanto, su andadura
profesional al frente de los medios de comunicación seguía una trayectoria
ascendente: en 1951 se convirtió en el autor del primer programa televisivo
transmitido en Puerto Rico (Ayer y hoy, emitido por circuito privado
en el Caribe Hilton), y dos años después fue nombrado máximo responsable de
la emisora radiofónica pública de su nación (W.I.P.R.). Posteriormente,
volvió al género del guión televisivo con El Niño Dios y Luis
Muñoz Rivera.
En 1955 ultimó la escritura
de una de sus mejores obras teatrales, Bolero y plena, una suite de
dos obras en un acto que fue estrenada por el grupo Teatro Universitario al
año siguiente. En esta pieza puede apreciarse, mejor que en cualquier otra,
la pretensión de crear un teatro universalista con unos personajes sin
fronteras, preocupación que anima -en general- toda la producción dramática
de Francisco Arriví. A Bolera y plena le siguió el estreno,
verificado en el Primer Festival de Teatro Puertorriqueño, de Vejigantes
(1958), y un año después fue llevada a las tablas, por parte del Teatro
Experimental del Ateneo, la pieza titulada Sirena, que, junto a las
dos recién citadas, venía a constituir la trilogía denominada por el propio
autor Máscara puertorriqueña. Estos últimos trabajos convirtieron a
Francisco Arriví en un dramaturgo de proyección internacional, como lo
prueba el hecho de que la pieza titulada Medusa en la Bahía -una de
las dos que conforman Bolero y plena- fuera incluida en una
importante muestra antológica publicada bajo el epígrafe de Teatro breve
hispanoamericano. A este reconocimiento fuera de las fronteras
puertorriqueñas contribuyó también, unos años después, la inclusión de
Vejigantes -que había recibido el premio del Instituto de Literatura en
1959- en la obra Teatro Latinoamericano (1964), del norteamericano
Frank Dauster.
Entre sus dedicaciones al
teatro de su país fuera del ámbito personal de la creación, resulta obligado
recordar el papel determinante que Arriví desempeñó, dentro del Instituto de
Cultura Puertorriqueña, en el denominado Proyecto para el Fomento del las
Artes Teatrales en Puerto Rico (1956), del que salió, al cabo de dos años,
el ya mencionado Primer Festival de Teatro Puertorriqueño (1958). Además, en
1959 fue nombrado director del Programa de Teatro del Instituto de Cultura
Puertorriqueña, y en 1961 organizó y dirigió el Primer Seminario de
Dramaturgia (donde hizo pública una documentada ponencia sobre la "Evolución
del autor dramático puertorriqueño a partir de 1938"). Además de haber
dirigido numerosos festivales de teatro, en 1964 tuvo la satisfacción de ver
cómo el ya prestigioso Festival de Teatro Puertorriqueño, en su séptima
edición, escenificaba Cóctel de don Nadie, otra versión de su antigua
obra Club de solteros. El resto de su producción teatral se completa
con las obras tituladas Auto de Fe (de 1964, premiada por la Sociedad
de Autores), Cántico para un recuerdo (de 1964, galardonada en el
Festival de Navidad del Ateneo) y Absurdos contra la muerte (de
1965).
En su condición de poeta,
Francisco Arriví dio a la imprenta un primer poemario, Isla y Nada
(1958), que recibió una espléndida acogida por parte de la crítica y fue
galardonado en 1959 con el premio del Círculo Cultural Yaucano.
Posteriormente, publicó un nuevo libro de versos, Frontera (1960),
que recibió el primer premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña y,
de nuevo, el máximo galardón del Círculo Cultural Yaucano. A estos volúmenes
poéticos añadió después otros de idéntico género, como los titulados
Ciclo de lo ausente (1962), Escultor de la sombra (1965) y En
tenue geografía.
Como ensayista, el
escritor de San Juan dejó impresos varios escritos que, en general, abordan
ese mundo del teatro que dio sentido a la mayor parte de su vida. Entre sus
títulos más destacados en este género, conviene citar Entrada por las
raíces, Conciencia puertorriqueña del teatro contemporáneo y
Areyto Mayor