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O b r a    d i s e ñ a d a   y   c r e a d a   p o r   H é c t o r  A.  G a r c í a

Biografías de escritores puertorriqueños

 

Por: Antonio Gil de La Madrid

 

EUGENIO MARÍA DE HOSTOS Ciudadano de América

Nació en el barrio Río Cañas, de Mayagüez, el 11 de enero de 1839. Fueron sus padres don Eugenio de Hostos y Rodríguez y doña Hilaria de Bonilla y Cintrón. Fue bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Candelaria, de dicha ciudad, el 12 de abril del mismo año.

De Hostos y Bonilla se destacó en toda Latinoamérica como filósofo, pedagogo, escritor, sociólogo, periodista y firme defensor de la independencia de Puerto Rico, y de los derechos de la mujer para educarse ("la razón no tiene sexo"). Fue defensor de las clases marginadas y minoritarias; decía: "el hombre no deja de ser hombre por ser de color claro u oscuro, porque pertenezca al grupo norteamericano o malayo; cualquiera que sea su color, el hombre tiene los mismos derechos naturales".

Inició sus estudios primarios en San Juan, prosiguiendo en la península española. En ella, obtuvo su bachillerato en la Universidad de Bilbao y comenzó la carrera de Derecho en la Universidad de Madrid, la que no concluyó.

Con sus escritos periodísticos luchó intensamente por la abolición de la esclavitud y por reformas autónomas para Cuba y Puerto Rico, que prometía el liberalismo español. Insatisfecho con la actitud de los liberales, se convirtió en un ferviente líder separatista uniéndose en Nueva York al grupo de cubanos revolucionarios que luchaban por la independencia de la hermana isla antillana. En la ciudad de los rascacielos, dirigió su periódico oficial "La Revolución".

A los 24 años, en 1863, escribió la novela de contenido político-social "La Peregrinación de Bayoán". En 1867, el ensayo "Romeo y Julieta"; en 1873 "Juicio crítico de Hamlet"; "Tratado de sociología", en 1883; "Lecciones de derecho constitucional", en 1887, y al año siguiente "Moral social". Su "Ensayo sobre la Historia de la lengua castellana y la Historia de la civilización antigua" (1894); "Geografía evolutiva" y "Cartas Públicas acerca de Cuba" (1896, artículos de prensa); y en 1899, "El caso de Puerto Rico". También publicó el opúsculo "Los frutos de la normal" (exposición de pedagogía práctico-científica escrita por encargo del Gobierno de la República Dominicana).

El 9 de julio de 1877 contrajo matrimonio en Caracas, Venezuela, con doña Belinda Otilia de Ayala, natural de la Habana, hija del Dr. Filipo Carlos de Ayala y de doña Guadalupe Quintana.

Escribió para sus hijos los cuentos: "El barco de papel", "La primera oración", "Mai-lla", "El primer acceso", "La recaída" y "La beata". La vasta obra de este autor fue recopilada por el Gobierno de Puerto Rico en una edición de sus "Obras completas", en el 1940.

La Junta Revolucionaria Cubana lo designó Delegado en Suramérica, por lo que en el año 1871 se embarcó en dicha misión. En Chile, se desempeñó como profesor en la Universidad Central, luchando allí en favor de la instrucción científica de la mujer. En ese país escribió su famoso "Juicio Crítico de Hamlet".

También sobresalió en Argentina y Chile por promover la construcción del ferrocarril andino. En reconocimiento a este hecho, la primera locomotora que cruzó los Andes llevó su nombre. En Perú, fue un ardiente defensor de los trabajadores chinos, brutalmente explotados. En Venezuela, contrajo matrimonio con la joven cubana Belinda de Ayala.

En 1874 regresó a Nueva York y dirigió "La América Ilustrada". Más tarde viajó a Santo Domingo y dirigió el periódico "Las Tres Antillas". En el año 1880 fundó la Escuela Normal de Santiago de los Caballeros. En 1888, el Presidente de Chile lo invitó para que implementara su filosofía educativa positivista dirigiendo el Liceo Miguel Ángel Amunátegui.

Con la Guerra Hispanoamericana, el Partido revolucionario Cubano, que encabezaba José Martí, el cual estaba integrado porcubanos y puertorriqueños, designó a Hostos como Delegado. Desde Mayagüez, Hostos intentó movilizar la opinión pública para evitar la incorporación de Puerto Rico a los Estados Unidos.

Promovió la necesidad de que los puertorriqueños determinaran su destino a través de un plebiscito entre los líderes del país tales como Henna, De Diego, Matienzo Cintrón, Zeno Gandía y Muñoz Rivera, entre otros.

En Washington Distrito de Colombia, el presidente McKinley y una Comisión del Congreso quedaron impresionados ante el vasto conocimiento de Hostos en el campo del Derecho Internacional. Mas, el Congreso sólo concedió poderes muy limitados y coloniales a la Isla con la Ley Foraker, inaceptables por Hostos.

Ante ello, regresó triste, otra vez, a su segunda patria: la República Dominicana, donde fue nombrado Director General de Enseñanza; y desempeñó, a la vez, la Dirección de la Escuela Normal de Santo Domingo.

En dicha ciudad primada, falleció de una fiebre infecciosa el 11 de agosto de 1903, a los 64 años. Sus restos descansan en el Panteón de los Héroes Nacionales en Santo Domingo.

Nuestro distinguido compatriota puertorriqueño es considerado uno de los más grandes genios de Latinoamérica del siglo 19. Por su extraordinaria gesta, muchos de estos países lo reclaman como su hijo. La Octava Conferencia Internacional Americana de 1938, lo honró con el título de "Ciudadano de América", con el cual lo había bautizado Antonio S. Pedreira en su biografía "Hostos, Ciudadano de América".

El pensamiento hostosiano fue incluido recientemente en el el libro
"Fifty Mayor Thinkers on Education: From Confucius to Dewey", de la editorial inglesa Routledge. En dicha obra, el mayagüezano Hostos figura junto a otros ilustres pensadores como Platón, Sócrates, San Agustín, John Wesley, Kant, Nietzche, Dewey, Steiner, Russeau, Gandhi y Ortega y Gasset.


¡Honremos con orgullo a este hijo ejemplar de Borinquen!
 

Eugenio María de Hostos
LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN PUERTO RICO 

(Este capítulo ha sido publicado en Atenea, Revista de la Universidad de Puerto Rico, 3ª Época, Año XIV, Nº 1-2, en Diciembre de 1994.)

     En tanto que el mundo civilizado aplaude la supuesta emancipación otorgada en 22 de marzo de 1873 por la asamblea nacional de España a los 31 mil esclavos de la isla de Puerto Rico, el gobierno republicano se ha burlado inicuamente de esos esclavos. En tanto que la filantropía universal se regocija de su triunfo, el triunfo que vitorea es una mentira indigna.

     Nuestra época transige i aun se honra con los charlatanes que tienen sutileza o fuerza suficiente para imponer como hechos consumados la violencia que hacen a los principios, i no es extraño que esta crédula América latina entone loores al gobierno de la república española por un acto que sólo conoce por las interesadas relaciones del telégrafo. Pero si no es extraño, es repugnante que la mentira reciba las alabanzas que sólo merece la verdad y es doloroso que una apariencia mendaz pase como la realidad más lisonjera a los ojos de una generación.

          La moralidad es, en las ideas como en los actos, una forma de la virilidad nada más, i la simple existencia de la repulsiva inmoralidad intelectual que domina en Europa i en América demuestra hasta qué punto de decrepitud, lógica allí, temprana aquí, hemos llegado.

     Para reaccionar contra esa inmoralidad i para protestar contra esa decadencia de la virilidad voy a darme el trabajo de examinar en sus antecedentes i en sus consecuencias la lei española de abolición de esclavitud en Puerto Rico.

     Con uno solo que me acompañe a condenar esa mentira inicua me daré por satisfecho. En tiempos de epidemia, la salud de uno solo nos alienta.

     La isla de Puerto Rico, en una corta extensión, tiene una población extraordinaria: más de 1.800 habitantes por legua cuadrada, cerca de 700.000 para toda la superficie de la isla.

     De esos 700.000 habitantes, cien mil se consagran al trabajo muscular en el campo, en las ciudades, en las playas, como estancieros, como jornaleros urbanos o rurales, como intermediarios del comercio o de la industria.

     Entre esos 100.000 trabajadores libres hay, próximamente, un 25 por ciento, o 25.mil individuos, que fueron esclavos y que merced a su propio trabajo se emanciparon de la servidumbre.

     La población restante (600.000 almas) está compuesta, en su inmensa mayoría, de criollos o nativos de la isla; de empleados, soldados i aventureros españoles, que formarán una cifra de 90.000 extranjeros españoles; de 8 a 12.000 extranjeros americanos i europeos, i de 31.000 esclavos africanos y criollos.

     En el fondo de estas cifras hay dos hechos: primero, el desarrollo de población; segundo, el desarrollo del trabajo libre.

     El primer hecho es portentoso; dado el sistema colonial, en ninguna parte más  coercitivo que en la isla de Puerto Rico, habría sido absolutamente imposible ese crecimiento espontáneo de la población si ésta no hubiera sido eminentemente productora i si el país no hubiera sido inagotablemente productivo .

     El segundo hecho es increíble: dado el olvido desdeñoso en que España ha tenido siempre a aquella isla, ésta no hubiera llegado insensiblemente, como ha llegado, a organizar libremente su trabajo si la necesidad no hubiese sido superior a los obstáculos sociales, políticos i económicos que la metrópoli le oponía.  La necesidad superó esos obstáculos, i si es increíble que los superara, no lo es menos que la población, siguiendo el curso de la necesidad, haia tenido aptitud i recursos suficientes para hacerlo, oponiéndose al sistema omnipotente i aun contrariándolo i minándolo.

     En los dos hechos señalados hay dos proporciones tan dignas de examen como ellos. La una, que hace corresponder el aumento de trabajadores libres al aumento de población; la otra, que patentiza la disminución de esclavos en razón del aumento de trabajo libre, demuestran que la isla hubiera por su propio esfuerzo, por el simple desarrollo natural de su vida, concluido espontáneamente con la esclavitud si el gobierno impuesto, que la hace necesaria, hubiera seguido el ejemplo de la sociedad i favorecido el desarrollo del trabajo libre.

     Pero lejos de hacerlo el gobierno español debió  espantarse  de  la suma de elementos contrarios que la esclavitud, su institución favorita tenía en Puerto Rico, pues hizo cuanto pudo por ahogar la libertad del trabajo i por reanimar el tráfico de esclavos.

     Para ahogar la libertad del trabajo lo reglamentó tan severamente i con tanta dureza se encadenó el trabajador libre a su patrón, que éste era un verdadero árbitro de aquél. Se instituyó el sistema de libretas, documentos por cuyo medio el prestador de trabajo se convertía en siervo del patrón, que a merced de préstamos dolosos i de créditos fraudulentos, ponía al trabajador en la alternativa de seguir trabajando siempre para su explotador o de perder la heredad, la cosecha, el hogar, el bien que su trabajo había conquistado.

     Para reanimar a los negreros i devolver su antigua pujanza a la esclavitud, rodeó de traficantes de carne humana a las autoridades de la isla, las distinguió con honores repugnantes i consiguió que el número de esclavos, que en el decenio de 44 a 54 había disminuido, aumentara hasta los 31.000 a que se eleva desde 1863, en que el tráfico negrero murió por consunción en Puerto Rico.

II

     Entre tanto, la propaganda democrática llegaba en España a sus mejores días, i era de esperar, porque era lógico, que se extendiera hasta reivindicar para el miserable esclavo el derecho de vida i de libertad que le negaban.

    ¿Se hizo lo que era lógico? Ni una sola vez desplegaron sus labios para clamar contra la esclavitud aquellos redentores del derecho que, ahuecando la voz i adecuándola al sentimentalismo mujeril en que ha vivido i vive la raza latina de ambos continentes, invocaban a Italia dormida en artículos insensatos que sólo la sensiblería desidiosa de los latinos de ambos mundos ha podido aplaudir i celebrar.

     Hablar en favor de los esclavos era concitar un peligro en las Antillas, mientras que unirse a Italia que resucitaba o a Polonia que quería resucitar era atraerse la adhesión de todas las almas generosas.

     Concitando un peligro en las Antillas, los propagandistas de la democracia española se exponían a perder su popularidad, i ninguno de aquellos grandes hombres ha sido nunca tan grande que se haya puesto a la altura de la justicia. Para esto se necesita una gran estatura moral e intelectual i no basta para tenerla, encaramarse en los hombros de un pueblo ignorante o adular las flaquezas de una raza enferma.  

     Claro está que en esta inconsecuencia de los demócratas españoles hubo, como en toda inconsecuencia, una torpeza i una prueba de ignorancia, pues hubieran podido ser lógicos i abogar continua i calurosamente por la abolición de la esclavitud, sin por eso enajenarse, antes haciéndola más eficaz, la adhesión de todo el mundo; pero el hecho es el hecho vergonzoso, i como el mundo de los españoles es España i allí están los enemigos de la abolición, es natural, aunque fuera bochornoso, que los demócratas callaran.

     Lo único que hicieron (no estoy absolutamente seguro) fue consignar en el tan perseguido programa democrático de La Discusión unas palabras ambiguas.

     De cuando en cuando consentían que La Democracia publicara algún artículo abolicionista, i el autor de ese artículo era siempre un antillano.

III

     Los  puertorriqueños  no  eran  demócratas ni eran nada, porque les estaba vedado serlo todo. I, sin embargo, ellos, en la cárcel de su isla, en la inquisición de su gobierno colonial, habían establecido una asociación secreta cuyo fin exclusivo era comprar esclavos recién nacidos para darles libertad. Se descubrió la asociación i sus miembros fueron perseguidos i algunos de ellos fueron encarcelados, i más de uno tuvo que anticiparse voluntariamente al destierro con que era amenazado. Los demócratas españoles nunca sabían estas cosas: estaban vaciando su humanitarismo en Italia, en Polonia o en la boqui-abierta América latina, a quien hacían soñar en el gran día en que las expediciones científicas o las expediciones democráticas reanudaran los estrechos lazos que los crímenes del tiempo i no de España habían desanudado, no roto.

     Pero si los demócratas no querían comprometerse a saber que había en Puerto Rico unos cuantos demócratas oscuros que por abolir prácticamente la esclavitud eran perseguidos, la isla desventurada lo sabía, i de ella salieron el primer propagandista, el primer escritor i los primeros representantes insulares que abogaron, demostraron i pidieron la abolición de la esclavitud.

     Un joven que ha tenido la suerte de no vender nunca por aplausos los servicios que ha tratado de prestar a la justicia, a la verdad i a la libertad era en 1866 redactor del diario liberal La Nación i director de la Revista, que, con el mismo título, publicaba especialmente para estimular a las Antillas. Le importaba bastante poco la política española, entonces más brutal i más estúpida que nunca, i codiciaba ocasiones en que servir a su país, demostrando con claridad i sin violencia la inutilidad de contar para nada con España i la necesidad de resolver la cuestión de esclavitud.

     Estaba solo en el palenque cuando se presentó en Madrid otro puertorriqueño, el señor Julio Vizcarrondo, perseguido en la isla por abolicionista, i anhelante de vengarse diciendo a gritos en España lo que no le habían dejado decir secretamente en Puerto Rico.

     Vizcarrondo tenía todas las cualidades del propagandista i no carecía de ninguno de los defectos que parecen anexos al apostolado político. Quería a toda costa brillar i vengarse, i el brillo i la venganza eran una misma cosa si conseguía atraerse a los liberales de España i formar una sociedad abolicionista.                                             

     Se encontró con los libre-cambistas sociedad de economistas jóvenes que por no haberse plegado a los apóstoles de la democracia vivían en el hambre de influencia política i social.

     La idea de una sociedad abolicionista vista por el prisma de las ambiciones personales, era una idea encantadora, i la aceptaron con calor. No había que hacerle sacrificio alguno i pensaban deberle la popularidad que buscaban.

     Nunca pensamiento generoso sirvió más a ideas menguadas. Pero como nunca tampoco fueron tantos los ávidos de estruendo i de renombre que se propusieron explotar un alto fin, nunca tampoco se constituyó más fácilmente una asociación propagandista en España

     A los pocos días de asociados todos aquellos concupiscentes de influencia, la sociedad abolicionista era un hecho, i celebraba en un teatro su primera reunión, hábilmente reforzada a ruego de los abolicionistas por muchas señoras i señoritas de la corte.

     Los demócratas no habían creído inconsecuente el silencio que hasta entonces habían guardado en la cuestión más trascendente i más ligada con los principios democráticos; pero hubieran creído criminal el perder la ocasión de conquistar aplausos, i el sonoro Castelar llenó de sonoridades el teatro.

     Al día siguiente no hubiera sido demócrata el que no se hubiera sentido capaz de pedir la abolición de la esclavitud... en las tablas de un proscenio o en las columnas de un periódico.

     Ah! es cosa de avergonzarse de ser hombres cuando se ven las infamias de los hombres!

     No era el redactor de La Nación de los capaces de ser cómplice de esas indignas profanaciones de una idea, i en un articulo veraz, que le debió la honrosa enemistad de aquellos explotadores del principio abolicionista, escribió severamente estas palabras, que más tarde habían de ser utilizadas por un utilizador de cuantas ideas están triunfando: "La esclavitud, como todas las monstruosidades sociales, es una enfermedad que no se cura con música de palabras.  Ni música, ni anodinos. Abolición inmediata, ése es el medio i es el fin."

     Un año después, i cuando se presentaron en Madrid los comisionados de las Antillas, los de Puerto Rico no vacilaron en pedir a la junta de información,  en la cual deliberaban, "la abolición inmediata, con o sin indemnización".

     El autor de esa gloriosa proposición, Ruiz Belvis, moría desconocido i desamparado en Valparaíso pocos días antes de que los demócratas españoles, triunfando con la revolución de 1868, volvieran a gozar de su pletórica popularidad, i pocos días antes de que los economistas, que habían debido a la propaganda abolicionista su reconciliación con el partido militante de la libertad, ocuparan las ministerios que han ocupado.

IV

     Pero hay algo más digno de una pluma justiciera que el condenar las arterias de los burladores de ideas i sentimientos generosos, i es el hacer justicia a los que obedecen sin estruendo, sin egoísmo i sin falacia a móviles humanos.

    La isla de Puerto Rico merece esa justicia.  No había en 1867 un solo puertorriqueño que no fuese abolicionista, i si hubo muchos habitantes de la isla que condenaran a Ruiz, a Acosta i a Quiñones por haber pedido la abolición inmediata de la esclavitud, no fueron nativos de la isla: eran españoles.

     Para éstos, como para todos los gobiernos de España, la emancipación de la esclavitud significaba emancipación de las Antillas, i la independencia de éstas significaba la  ruina de todos los privilegios de que viven.

     Motivos totalmente contrarios como son los a que   obedecen los puertorriqueños, para quienes la abolición de la esclavitud significa la realización de su mejor deseo la independencia de la isla, es fácil suponer que, precisamente por ser partidarios de la esclavitud los españoles residentes en la isla, habían de ser enemigos de ella los criollos.

     Pero tenía bases más firmes i motivos más desinteresados el espíritu abolicionista de la isla.

     A medida que crecía la población, las necesidades del trabajo aumentaban, i no bastando para satisfacerlas la clase formada por los mestizos i por los libertos, i estando exclusivamente consagrados al trabajo rural las negradas de esclavos, muchas familias de las ciudades comerciales de la isla, que tenían uno o muy pocos esclavos para su servicio, concibieron la idea de poner sus siervos a jornal en las faenas del tráfico urbano.

     Poco a poco, cuantas familias poseían a su servicio los esclavos necesarios para él, viendo en el jornal diario o semanal de sus siervos un medio de aumentar su bienestar doméstico, imitaron a los poseedores de esclavos que habían tomado la iniciativa. De aquí se produjo insensiblemente un hecho que fue lentamente labrando en el ánimo de todos los criollos. Aquellos siervos que no habían hasta entonces servido para otro fin que el de bestia de carga en las haciendas o el de autómatas en los oficios del hogar, servían para redimir de la indigencia a una familia o para contribuir al bienestar de ella. Habían sido un capital inerte; se convertían en un capital activo. Como eran la inteligencia i la diligencia del esclavo las que daban precio i estimación a su trabajo, los amos empezaron a ver que era un ser inteligente i diligente el que hasta entonces habían tenido por acémila. Como las condiciones mismas del jornal ganado obligaban al siervo a permanecer horas enteras de cada día en la semi-libertad  del tráfico, los amos vieron que era capaz de libertad el ser infortunado a quien se tenía en eterno pupilaje. Como el esclavo no abusaba de su semi-libertad para sustraer su persona, o su salario, los amos vieron que había una personalidad responsable en él i que esa responsabilidad daba siempre por fruto un hombre honrado.

     De aquí la constitución espontánea de un estado social para el esclavo, que si no era libertad completa, no era tampoco esclavitud completa. De aquí la elevación del siervo en su propio concepto i en el de todos. De aquí el cambio de relaciones entre la población libre i la esclavizada. De aquí la rápida desaparición de las preocupaciones de razas. De aquí la modificación de las costumbres. El esclavo doméstico había dejado de ser uno de los muebles de la casa para ser uno de los miembros de la familia.

     Más o menos legalmente, ese esclavo engendraba, contrataba, poseía. Cuando su propiedad no bastaba para emancipar a su familia, bastaba para libertar a uno o algunos de sus hijos, i como cada familia veía en los hijos de sus esclavos unos componentes de la suya, i como el esclavo jornalero conciliaba fielmente su obligación de trabajar para su amo con la creciente necesidad de poseer para constituir una familia independiente, se establecía una relación de identidad entre el trabajo esclavo que él realizaba para su amo i el trabajo libre que para si mismo realizaba, i a medida que percibía esa relación, trabajaba más i mejor, se moralizaba más, i más merecía la casi paternal o fraternal consideración con que era tratado.

    Aquí tomaba sus raíces otro hecho. El negro africano o criollo es esencialmente bueno en su naturaleza. Yo no conozco ser más agradecido que un negro ni más digno de los servicios que recibe. Adhesión más incondicional que la de un negro agradecido no la he estudiado ni admirado en ningún ser. Abnegación como la suya sólo en él la he notado i acatado. Reconocimiento de superioridad en el respeto cariñoso, humildad manifiesta en el fácil perdón de la injusticia, ninguna religión la ha impuesto artificialmente en el espíritu del hombre con tan firmes caracteres como la naturaleza, i su propia desventura la señala en el alma racional del negro esclavo. Las virtudes espontáneas de esa raza llenaban de tanta admiración mi espíritu, siempre enemigo de la iniquidad, siempre rebelde contra el mal que, siendo niño, me decía  con honda convicción: "Esta raza es superior en virtudes a la nuestra; estos esclavos valen infinitamente más que sus amos."

     Tal vez éstos iban pensando involuntariamente como yo, pues al par que la semi-libertad iba probando las cualidades de la raza esclavizada iba mejorando en cada hogar el trato que los esclavos recibían. El esclavo, que para ser adicto servidor no había necesitado los motivos que empezaba a tener para serlo, desarrolló entonces todas las buenas cualidades de su raza, i no será una sola la familia puertorriqueña que, empobrecida o arruinada, haya debido a sus esclavos, a veces a uno solo, la parte menos amarga del pan de cada día.

     A estos motivos inmediatos de cambio en la opinión individual i colectiva; a esta insensible propaganda abolicionista hecha por los méritos mismos de la raza esclavizada, se unieron la guerra social de los Estados Unidos, la creciente necesidad de libertad experimentada por todos los criollos i la cada vez más pujante influencia de las ideas modernas, que, predicadas i practicadas por todos los jóvenes que volvían educados de América o de Europa, adquirieron tanta más fuerza en el espíritu público del país cuanto más tenaces eran los obstáculos que les oponían los dominadores.

     Así, cuando el director de la revista La Nación, demostrando que por sí misma, en treinta años se disolvería la institución doméstica en Puerto Rico, llegaba a la necesidad de abolirla inmediatamente; cuando el puertorriqueño Vizcarrondo creaba en Madrid la sociedad abolicionista; cuando los comisionados puertorriqueños Ruiz, Acosta i Quiñones, proponían la abolición inmediata de la esclavitud, con o sin indemnización, la isla entera, excepto los españoles de la isla, era quien se declaraba dispuesta a aceptar la inmediata emancipación de los esclavos.

V

     ¿Por qué no se oyó el voto de la isla?

     Entre otras causas, porque los demócratas i los liberales que en 1868 triunfaron con la revolución de septiembre eran, en la práctica, enemigos de la abolición que teóricamente, i en reuniones públicas habían sostenido.

     I ¿por qué eran en la práctica enemigos de la abolición que en principio defendían? Por lo mismo que en la práctica se muestran enemigos de la independencia: por cobardía política, porque no hay uno solo de los políticos  españoles que tenga el carácter, la alteza de carácter necesaria para oponer enérgica resolución a la ignorancia popular i actos categóricos a los explotadores españoles  que en las Antillas viven de la esclavitud social, política, económica, moral e intelectual.

     Ejemplo abrumador de esta afirmación es toda la historia política i parlamentaria de la "Cuestión de Cuba" en España. Demostración repugnante de esa verdad es la conducta miedosa de todos los gobiernos, desde Serrano i Prim hasta Zorrilla i Figueras, observada con los voluntarios de Cuba. Comprobación odiosa es la indigna  inconsecuencia de la llamada república española, que sólo ha tenido adulaciones para los errores públicos al aclamar a diestro i siniestro "integridad nacional"; que sólo ha tenido miedo al promulgar una lei de abolición que es una hipocresía i una mentira procaz. 

     Véase esa lei de abolición:

     "Artículo 1.º Queda abolida para siempre la esclavitud en Puerto Rico.

     Art. 2.º Los libertos quedan obligados a celebrar contratos con sus actuales poseedores, con otras personas o con el estado por un tiempo que no bajará de tres años.

     En estos contratos intervendrán, con el carácter de curadores de los libertos, tres funcionarios especiales nombrados por el gobierno superior con el nombre de protectores de los libertos.

     Art. 3.º Los poseedores de esclavos serán indemnizados de su valor en el término de seis meses después de publicada esta lei en la Gaceta de Madrid.

     Los poseedores con quienes no quisieran celebrar contratos sus antiguos esclavos obtendrán un beneficio del 25 por ciento sobre la indemnización que hubiera de corresponderles en otro caso.

     Art. 4.º La indemnización se fija en la cantidad de 35 millones de pesetas, que se hará en efectivo mediante un empréstito que realizará el gobierno sobre la exclusiva garantía de las rentas de la isla de Puerto Rico, comprendiendo en los presupuestos de la misma la cantidad de 3.500.000 pesetas anuales para interés i amortización de dicho empréstito.

     Art. 5.º La distribución se hará por una junta, compuesta del gobernador civil de la isla, presidente; del jefe económico, del fiscal de la audiencia, de tres diputados provinciales elegidos por la diputación; del síndico del ayuntamiento de la capital; de dos propietarios, elegidos por los cincuenta poseedores del mayor número de esclavos, i otros dos, elegidos por los 50 poseedores del menor número.

     Los acuerdos de esta comisión serán tomados por mayoría de votos.         

     Art. 6.º Si el gobiemo no colocase el empréstito entregará los títulos a los actuales poseedores de esclavos.

     Art. 7.º Los libertos entrarán en el pleno goce de los derechos políticos a los cinco años de publicada la lei en la Gaceta de Madrid.

     Art. 8.º El gobierno dictará las disposiciones necesarias para la ejecución de esta lei i atenderá a las necesidades de beneficencia i de trabajo que la misma hiciera precisas."                                              

VI

     El Gabinete de Washington, cuya conducta en Cuba sería odiosa sino fuera tan repulsiva la de todas las naciones americanas, excepto Colombia i Venezuela; el gabinete de  Washington ha podido ordenar a su embajador en Madrid que alabe en una conferencia oficial, i pública, i solemne, la lei de abolición. Son intereses de Grant que un ciego ve, pero la razón humana que es mucho más lúcida que el actual burlador de la opinión norte-americana condenará siempre todos i cada uno de los artículos de la lei inicua.

     Condenará el primero, porque es una mentira procaz.

     Condenará el segundo, porque es la prueba de la mentira del primero.

     Condenará el tercero, porque su segundo inciso, además de una desigualdad injusta, es preparación de un régimen de fuerza para la libertad del trabajo.

     Condenará el cuarto, porque es una ruindad.

     Condenará en masa los cuatro artículos restantes, porque están basados en los cuatro artículos anteriores.

     Son muy matemáticos los dispuestos a aplaudir lo que han aplaudido los fuertes, i preguntarán por qué condena la razón los artículos de la lei de abolición.

     Aquí el por qué:

     Porque la abolición de la esclavitud es el hecho por el cual quedan los esclavos en inmediata libertad, en inmediata disposición de su persona, en inmediata posesión i disposición de su trabajo, i el artículo 2.º de esa lei de abolición obliga a los mal llamados libertos a celebrar contratos con sus actuales poseedores, con otras personas o con el Estado por un tiempo que no bajará de tres años. Obligados a celebrar contratos con sus mismos poseedores, siguen siendo esclavos de ellos. Obligados a celebrar contratos con otras personas, siguen siendo enajenables, puesto que no pueden disponer de la libertad civil. Obligados a servir al Estado, se hacen esclavos del Estado. Los curadores instituídos por el inciso 2º de ese artículo demuestran la esclavitud de esos libertos. ¿Qué son a los ojos de la lei? ¿Personas civiles? pues tienen personalidad jurídica i no necesitan curadores. ¿Son presuntos niños, menores, incapaces? pues son esclavos durante la presunta infancia, minoría, incapacidad.

     Por qué condena la razón el artículo 1.º de esa lei no hay necesidad de decirlo después de haber analizado el artículo 2.º ¿Cómo ha de quedar abolida para siempre en Puerto Rico la esclavitud que se impone, por lo menos, tres años a los siervos a quienes se liberta? ¿En qué mundo de iniquidad i de mentira respiramos, que pase por justicia la injusticia, i se tome como verdad la burla de ella?

     Cuando el inciso 2º del artículo 3.º preceptúa que "los poseedores con quienes no quieran celebrar contratos los antiguos esclavos obtendrán un beneficio del 25 por ciento sobre la indemnización que hubiera de corresponderles en otro caso", la razón humana debe, tiene que condenarlo, porque ese inciso altera todas las condiciones de igualdad, premia la perversidad, favorece voluntariamente el fraude i crea para días próximos una anarquía violenta en el trabajo de la isla.

     Altera las condiciones de igualdad porque aumenta el tipo de la indemnización para una clase de privilegiados, que serán cuantos, no teniendo intereses permanentes en la isla i creyendo que sin esclavos perecerá (sic), se pondrán voluntariamente en el caso del inciso para aumentar la indemnización. Como los españoles son los que menos intereses permanentes tienen, ellos son los favorecidos.

     Pero este inciso hace más: premia la perversidad. Entre los propietarios de esclavos hay unos que los tratan soportablemente, otros que se ensañan brutalmente en ellos.  Los primeros pueden contar con el contrato que el artículo 2.º de la lei impone; los segundos, si la lei es eficaz, verán desaparecer de sus haciendas, de sus estancias, de su servicio, a los libertos. ¿En qué derecho i en qué moral pueden fundarse el privilegio i el premio que se les otorga al concederles un beneficio del 25 por ciento como compensación de una pérdida que ellos mismos, por la brutalidad i la inhumanidad de su conducta provocaron?

     Pero hay más i peor en el inciso comentado. Forzados a prestar su trabajo a sus antiguos poseedores, a otras personas que quieran contratarlos o al estado, los hipócritamente denominados libertos continuarán siendo francamente esclavos, i las condiciones del trabajo empeorarán, porque en vez de organizarse la libre competencia de trabajo, la lei de la demanda i de la oferta, la proporción entre el trabajo i el salario, se habrá organizado la anarquía económica, dentro de la cual podrán los actuales tenedores de esclavos imponer condiciones al trabajo, en vez de recibirlas i sufrirlas.

     I se llama lei de abolición lo que, en vez de acatar la justicia, la igualdad i la libertad del trabajo, consagra una injusticia, sanciona la desigualdad, legaliza la esclavitud!

     El articulo cuarto de la lei no se condena, se desprecia. Es una ruindad, porque, según él, España libertadora de esclavos, da la supuesta libertad con el dinero de la isla que ha arruinado. Es una nueva victoria de la desigualdad, porque hace que el dinero de todos los puertorriqueños, que es trabajo de todos los puertorriqueños, pague a los explotadores del trabajo esclavo la indemnización que ellos debieran pagar al explotado o que debieran recibir de España, que es quien ha autorizado sistemáticamente la explotación.

VII

     El sentido común se fatiga i la dignidad se mancha examinando los absurdos i las indignidades de esa lei. Preciso es que el sentido común de la humanidad i la dignidad de los hombres estén muy enfermos para que esa lei, en vez del anatema que merece, haya recibido los elogios con que ha llegado hasta nosotros.

     Sanos de razón i de conciencia como estamos, no queremos continuar comentando ese innoble producto de la mala fé i la cobardía política.

     Lo que debemos hacer es lo que vamos a hacer: a demostrar que los hombres del gobierno republicano de España no han tenido el valor de sus convicciones, si eran abolicionistas, o no eran abolicionistas si es producto de sus convicciones esa lei.

     La marcha del proyecto de abolición ha sido ésta:

     Habiendo los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra insinuado al gobierno de Amadeo, en notas que ha hecho famosas su violencia, la necesidad de abolir la esclavitud, i habiendo el príncipe italiano exigido a su primer ministro Ruiz Zorrilla, que llevara a las cámaras un proyecto de lei más radical que el antes presentado por Moret (abolicionista furioso cuando era economista, abolicionista parcial cuando ocupó el ministerio de ultramar), Ruiz Zorrilla, por medio de Mosquera, ministro de ultramar, propuso al congreso la abolición gradual en pocos meses.

     Los negreros de Cuba, ya asustados desde el primer proyecto de Moret, tenían en Madrid una delegación formidable por el soborno a que apelaban i a que han sido tan dóciles los empleados españoles. Secundados por algunos miembros de la grandeza española  constituyeron en Madrid una Liga que por un momento asumió el carácter de un partido politico, i, sobornando empleados subalternos, diputados i periódicos, hicieron guerra secreta i guerra abierta al proyecto de lei.

     Los políticos se asustaron; pero como Amadeo insistía i las exigencies de los gabinetes inglés i americano eran cada vez más apremiantes, se resolvieron a jugar el todo por el todo.

     Los republicanos, que habían callado en tanto que el proyecto no pasó de tal, se espantaron de dejar a los radicales del gobierno monárquico la gloria de una reforma tan trascendental, i el señor Castelar presentó una proposición en que se pedía pura i simplemente la abolición inmediata de la esclavitud.

     Pronunció un discurso de los suyos, en que hablando de todo, menos de la lei en discusión, i en que tomando i ampliando i aplicando a su capricho la teoría de los mediadores nacionales, inventada por Quinet para demostrar la necesidad de que Alsacia i Lorena fueran francesas, sacó partido para su fácil gloria. Dos días después, Amadeo se decretó la estimación de la Historia, renunciando a su corona de plomo.

     El partido republicano, ya victorioso, empezó por aplazar la lei de abolición; pero urgido de nuevo por influencias exteriores, repuso en debate el proyecto atormentado.  La que había sido necesario para los radicales cuando eran poder les pareció fuera de él un gran peligro i llovieron mociones radicales en contra de la abolición inmediata.

     Era cuestión de vida o muerte para el gobierno republicano i se esforzó por reducir a lei aquel proyecto. Los conservadores, viéndose perdidos sin remedio, apelaron al último de sus recursos: se declararon tan abolicionistas como los republicanos, i halagando por medio del ex ministro Salaverría la vanidad del ministro de estado, le impusieron la enmienda contenida sustancialmente en el artículo segundo.

     Los republicanos respiraron. Los negros de Puerto Rico no eran libres, pero ellos quedaban libres del pesado problema. Entonaron el hosanna de todos los salvados de un peligro, se declararon libertadores, llamaron a España la nación magnánima, grandes patriotas a todos los partidos i se lavaron las manos.-Siempre se lavan las manos los que tienen sucia la conciencia.

     Los habladores que han defraudado las esperanza de los esclavos i han engañado procazmente al mundo, presentándole como lei de abolición inmediata la lei en cuya virtud seguirán tres años más esclavizados los siervos de Puerto Rico, ¿son abolicionistas, han cumplido con su deber, han acatado los principios que intentan hacer triunfar? 

     Si hay alguien que responda afirmativamente, le deseo el pudor que le hace falta.

 

L  a  G r a n  E n c ic l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r