Eugenio
María de Hostos
LA
ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN PUERTO RICO
(Este
capítulo ha sido publicado en Atenea, Revista de la
Universidad de Puerto Rico, 3ª Época, Año XIV, Nº 1-2, en
Diciembre de 1994.)
En tanto que el mundo civilizado aplaude
la supuesta emancipación otorgada en 22 de marzo de 1873 por
la asamblea nacional de España a los 31 mil esclavos de la
isla de Puerto Rico, el gobierno republicano se ha burlado
inicuamente de esos esclavos. En tanto que la filantropía
universal se regocija de su triunfo, el triunfo que vitorea es
una mentira indigna.
Nuestra época transige i aun se honra con
los charlatanes que tienen sutileza o fuerza suficiente para
imponer como hechos consumados la violencia que hacen a los
principios, i no es extraño que esta crédula América latina
entone loores al gobierno de la república española por un acto
que sólo conoce por las interesadas relaciones del telégrafo.
Pero si no es extraño, es repugnante que la mentira reciba las
alabanzas que sólo merece la verdad y es doloroso que una
apariencia mendaz pase como la realidad más lisonjera a los
ojos de una generación.
La moralidad es, en las ideas como en
los actos, una forma de la virilidad nada más, i la simple
existencia de la repulsiva inmoralidad intelectual que domina
en Europa i en América demuestra hasta qué punto de decrepitud,
lógica allí, temprana aquí, hemos llegado.
Para reaccionar contra esa inmoralidad i
para protestar contra esa decadencia de la virilidad voy a
darme el trabajo de examinar en sus antecedentes i en sus
consecuencias la lei española de abolición de esclavitud en
Puerto Rico.
Con uno solo que me acompañe a condenar
esa mentira inicua me daré por satisfecho. En tiempos de
epidemia, la salud de uno solo nos alienta.
La isla de Puerto Rico, en una corta
extensión, tiene una población extraordinaria: más de 1.800
habitantes por legua cuadrada, cerca de 700.000 para toda la
superficie de la isla.
De esos 700.000 habitantes, cien mil se
consagran al trabajo muscular en el campo, en las ciudades, en
las playas, como estancieros, como jornaleros urbanos o
rurales, como intermediarios del comercio o de la industria.
Entre esos 100.000 trabajadores libres
hay, próximamente, un 25 por ciento, o 25.mil individuos, que
fueron esclavos y que merced a su propio trabajo se
emanciparon de la servidumbre.
La población restante (600.000 almas) está
compuesta, en su inmensa mayoría, de criollos o nativos de la
isla; de empleados, soldados i aventureros españoles, que
formarán una cifra de 90.000 extranjeros españoles; de 8 a
12.000 extranjeros americanos i europeos, i de 31.000 esclavos
africanos y criollos.
En el fondo de estas cifras hay dos hechos:
primero, el desarrollo de población; segundo, el desarrollo
del trabajo libre.
El primer hecho es portentoso; dado el
sistema colonial, en ninguna parte más coercitivo que en la
isla de Puerto Rico, habría sido absolutamente imposible ese
crecimiento espontáneo de la población si ésta no
hubiera sido eminentemente productora i si el país no hubiera
sido inagotablemente productivo .
El segundo hecho es increíble: dado el
olvido desdeñoso en que España ha tenido siempre a aquella
isla, ésta no hubiera llegado insensiblemente, como ha llegado,
a organizar libremente su trabajo si la necesidad no hubiese
sido superior a los obstáculos sociales, políticos i
económicos que la metrópoli le oponía. La necesidad superó
esos obstáculos, i si es increíble que los superara, no lo es
menos que la población, siguiendo el curso de la necesidad,
haia tenido aptitud i recursos suficientes para hacerlo,
oponiéndose al sistema omnipotente i aun contrariándolo i
minándolo.
En los dos hechos señalados hay dos
proporciones tan dignas de examen como ellos. La una, que hace
corresponder el aumento de trabajadores libres al aumento de
población; la otra, que patentiza la disminución de esclavos
en razón del aumento de trabajo libre, demuestran que la isla
hubiera por su propio esfuerzo, por el simple desarrollo
natural de su vida, concluido espontáneamente con la
esclavitud si el gobierno impuesto, que la hace necesaria,
hubiera seguido el ejemplo de la sociedad i favorecido el
desarrollo del trabajo libre.
Pero lejos de hacerlo el gobierno español
debió espantarse de la suma de elementos contrarios que la
esclavitud, su institución favorita tenía en Puerto Rico, pues
hizo cuanto pudo por ahogar la libertad del trabajo i por
reanimar el tráfico de esclavos.
Para ahogar la libertad del trabajo lo
reglamentó tan severamente i con tanta dureza se encadenó el
trabajador libre a su patrón, que éste era un verdadero
árbitro de aquél. Se instituyó el sistema de libretas,
documentos por cuyo medio el prestador de trabajo se convertía
en siervo del patrón, que a merced de préstamos dolosos i de
créditos fraudulentos, ponía al trabajador en la alternativa
de seguir trabajando siempre para su explotador o de perder la
heredad, la cosecha, el hogar, el bien que su trabajo había
conquistado.
Para reanimar a los negreros i devolver su
antigua pujanza a la esclavitud, rodeó de traficantes de carne
humana a las autoridades de la isla, las distinguió con
honores repugnantes i consiguió que el número de esclavos, que
en el decenio de 44 a 54 había disminuido, aumentara hasta los
31.000 a que se eleva desde 1863, en que el tráfico negrero
murió por consunción en Puerto Rico.
II
Entre tanto, la propaganda democrática
llegaba en España a sus mejores días, i era de esperar, porque
era lógico, que se extendiera hasta reivindicar para el
miserable esclavo el derecho de vida i de libertad que le
negaban.
¿Se hizo lo que era lógico? Ni una sola vez
desplegaron sus labios para clamar contra la esclavitud
aquellos redentores del derecho que, ahuecando la voz i
adecuándola al sentimentalismo mujeril en que ha vivido i vive
la raza latina de ambos continentes, invocaban a Italia
dormida en artículos insensatos que sólo la sensiblería
desidiosa de los latinos de ambos mundos ha podido aplaudir i
celebrar.
Hablar en favor de los esclavos era
concitar un peligro en las Antillas, mientras que unirse a
Italia que resucitaba o a Polonia que quería resucitar era
atraerse la adhesión de todas las almas generosas.
Concitando un peligro en las Antillas, los
propagandistas de la democracia española se exponían a perder
su popularidad, i ninguno de aquellos grandes hombres ha sido
nunca tan grande que se haya puesto a la altura de la justicia.
Para esto se necesita una gran estatura moral e intelectual i
no basta para tenerla, encaramarse en los hombros de un pueblo
ignorante o adular las flaquezas de una raza enferma.
Claro está que en esta inconsecuencia de
los demócratas españoles hubo, como en toda inconsecuencia,
una torpeza i una prueba de ignorancia, pues hubieran podido
ser lógicos i abogar continua i calurosamente por la abolición
de la esclavitud, sin por eso enajenarse, antes haciéndola más
eficaz, la adhesión de todo el mundo; pero el hecho es el
hecho vergonzoso, i como el mundo de los españoles es España i
allí están los enemigos de la abolición, es natural, aunque
fuera bochornoso, que los demócratas callaran.
Lo único que hicieron (no estoy
absolutamente seguro) fue consignar en el tan perseguido
programa democrático de La Discusión unas palabras
ambiguas.
De cuando en cuando consentían que La
Democracia publicara algún artículo abolicionista, i el
autor de ese artículo era siempre un antillano.
III
Los puertorriqueños no eran demócratas
ni eran nada, porque les estaba vedado serlo todo. I, sin
embargo, ellos, en la cárcel de su isla, en la inquisición de
su gobierno colonial, habían establecido una asociación
secreta cuyo fin exclusivo era comprar esclavos recién nacidos
para darles libertad. Se descubrió la asociación i sus
miembros fueron perseguidos i algunos de ellos fueron
encarcelados, i más de uno tuvo que anticiparse
voluntariamente al destierro con que era amenazado. Los
demócratas españoles nunca sabían estas cosas: estaban
vaciando su humanitarismo en Italia, en Polonia o en la
boqui-abierta América latina, a quien hacían soñar en el gran
día en que las expediciones científicas o las expediciones
democráticas reanudaran los estrechos lazos que los crímenes
del tiempo i no de España habían desanudado, no roto.
Pero si los demócratas no querían
comprometerse a saber que había en Puerto Rico unos cuantos
demócratas oscuros que por abolir prácticamente la esclavitud
eran perseguidos, la isla desventurada lo sabía, i de ella
salieron el primer propagandista, el primer escritor i los
primeros representantes insulares que abogaron, demostraron i
pidieron la abolición de la esclavitud.
Un joven que ha tenido la suerte de no
vender nunca por aplausos los servicios que ha tratado de
prestar a la justicia, a la verdad i a la libertad era en 1866
redactor del diario liberal La Nación i director de la
Revista, que, con el mismo título, publicaba
especialmente para estimular a las Antillas. Le importaba
bastante poco la política española, entonces más brutal i más
estúpida que nunca, i codiciaba ocasiones en que servir a su
país, demostrando con claridad i sin violencia la inutilidad
de contar para nada con España i la necesidad de resolver la
cuestión de esclavitud.
Estaba solo en el palenque cuando se
presentó en Madrid otro puertorriqueño, el señor Julio
Vizcarrondo, perseguido en la isla por abolicionista, i
anhelante de vengarse diciendo a gritos en España lo que no le
habían dejado decir secretamente en Puerto Rico.
Vizcarrondo tenía todas las cualidades del
propagandista i no carecía de ninguno de los defectos que
parecen anexos al apostolado político. Quería a toda costa
brillar i vengarse, i el brillo i la venganza eran una misma
cosa si conseguía atraerse a los liberales de España i formar
una sociedad abolicionista.
Se encontró con los libre-cambistas
sociedad de economistas jóvenes que por no haberse plegado a
los apóstoles de la democracia vivían en el hambre de
influencia política i social.
La idea de una sociedad abolicionista
vista por el prisma de las ambiciones personales, era una idea
encantadora, i la aceptaron con calor. No había que hacerle
sacrificio alguno i pensaban deberle la popularidad que
buscaban.
Nunca pensamiento generoso sirvió más a
ideas menguadas. Pero como nunca tampoco fueron tantos los
ávidos de estruendo i de renombre que se propusieron explotar
un alto fin, nunca tampoco se constituyó más fácilmente una
asociación propagandista en España
A los pocos días de asociados todos
aquellos concupiscentes de influencia, la sociedad
abolicionista era un hecho, i celebraba en un teatro su
primera reunión, hábilmente reforzada a ruego de los
abolicionistas por muchas señoras i señoritas de la corte.
Los demócratas no habían creído
inconsecuente el silencio que hasta entonces habían guardado
en la cuestión más trascendente i más ligada con los
principios democráticos; pero hubieran creído criminal el
perder la ocasión de conquistar aplausos, i el sonoro Castelar
llenó de sonoridades el teatro.
Al día siguiente no hubiera sido demócrata
el que no se hubiera sentido capaz de pedir la abolición de la
esclavitud... en las tablas de un proscenio o en las columnas
de un periódico.
Ah! es cosa de avergonzarse de ser hombres
cuando se ven las infamias de los hombres!
No era el redactor de La Nación de
los capaces de ser cómplice de esas indignas profanaciones de
una idea, i en un articulo veraz, que le debió la honrosa
enemistad de aquellos explotadores del principio abolicionista,
escribió severamente estas palabras, que más tarde habían de
ser utilizadas por un utilizador de cuantas ideas están
triunfando: "La esclavitud, como todas las monstruosidades
sociales, es una enfermedad que no se cura con música de
palabras. Ni música, ni anodinos. Abolición inmediata, ése es
el medio i es el fin."
Un año después, i cuando se presentaron en
Madrid los comisionados de las Antillas, los de Puerto Rico no
vacilaron en pedir a la junta de información, en la cual
deliberaban, "la abolición inmediata, con o sin indemnización".
El autor de esa gloriosa proposición,
Ruiz Belvis, moría desconocido i desamparado en Valparaíso
pocos días antes de que los demócratas españoles, triunfando
con la revolución de 1868, volvieran a gozar de su pletórica
popularidad, i pocos días antes de que los economistas, que
habían debido a la propaganda abolicionista su reconciliación
con el partido militante de la libertad, ocuparan las
ministerios que han ocupado.
IV
Pero hay algo más digno de una pluma
justiciera que el condenar las arterias de los burladores de
ideas i sentimientos generosos, i es el hacer justicia a los
que obedecen sin estruendo, sin egoísmo i sin falacia a
móviles humanos.
La isla de Puerto Rico merece esa justicia.
No había en 1867 un solo puertorriqueño que no fuese
abolicionista, i si hubo muchos habitantes de la isla que
condenaran a Ruiz, a Acosta i a Quiñones por haber pedido la
abolición inmediata de la esclavitud, no fueron nativos de la
isla: eran españoles.
Para éstos, como para todos los gobiernos
de España, la emancipación de la esclavitud significaba
emancipación de las Antillas, i la independencia de éstas
significaba la ruina de todos los privilegios de que viven.
Motivos totalmente contrarios como son los
a que obedecen los puertorriqueños, para quienes la
abolición de la esclavitud significa la realización de su
mejor deseo la independencia de la isla, es fácil suponer que,
precisamente por ser partidarios de la esclavitud los
españoles residentes en la isla, habían de ser enemigos de
ella los criollos.
Pero tenía bases más firmes i motivos más
desinteresados el espíritu abolicionista de la isla.
A medida que crecía la población, las
necesidades del trabajo aumentaban, i no bastando para
satisfacerlas la clase formada por los mestizos i por los
libertos, i estando exclusivamente consagrados al trabajo
rural las negradas de esclavos, muchas familias de las
ciudades comerciales de la isla, que tenían uno o muy pocos
esclavos para su servicio, concibieron la idea de poner sus
siervos a jornal en las faenas del tráfico urbano.
Poco a poco, cuantas familias poseían a su
servicio los esclavos necesarios para él, viendo en el jornal
diario o semanal de sus siervos un medio de aumentar su
bienestar doméstico, imitaron a los poseedores de esclavos que
habían tomado la iniciativa. De aquí se produjo
insensiblemente un hecho que fue lentamente labrando en el
ánimo de todos los criollos. Aquellos siervos que no habían
hasta entonces servido para otro fin que el de bestia de carga
en las haciendas o el de autómatas en los oficios del hogar,
servían para redimir de la indigencia a una familia o para
contribuir al bienestar de ella. Habían sido un capital inerte;
se convertían en un capital activo. Como eran la inteligencia
i la diligencia del esclavo las que daban precio i estimación
a su trabajo, los amos empezaron a ver que era un ser
inteligente i diligente el que hasta entonces habían tenido
por acémila. Como las condiciones mismas del jornal ganado
obligaban al siervo a permanecer horas enteras de cada día en
la semi-libertad del tráfico, los amos vieron que era capaz
de libertad el ser infortunado a quien se tenía en eterno
pupilaje. Como el esclavo no abusaba de su semi-libertad para
sustraer su persona, o su salario, los amos vieron que había
una personalidad responsable en él i que esa responsabilidad
daba siempre por fruto un hombre honrado.
De aquí la constitución espontánea de un
estado social para el esclavo, que si no era libertad completa,
no era tampoco esclavitud completa. De aquí la elevación del
siervo en su propio concepto i en el de todos. De aquí el
cambio de relaciones entre la población libre i la esclavizada.
De aquí la rápida desaparición de las preocupaciones de razas.
De aquí la modificación de las costumbres. El esclavo
doméstico había dejado de ser uno de los muebles de la casa
para ser uno de los miembros de la familia.
Más o menos legalmente, ese esclavo
engendraba, contrataba, poseía. Cuando su propiedad no bastaba
para emancipar a su familia, bastaba para libertar a uno o
algunos de sus hijos, i como cada familia veía en los hijos de
sus esclavos unos componentes de la suya, i como el esclavo
jornalero conciliaba fielmente su obligación de trabajar para
su amo con la creciente necesidad de poseer para constituir
una familia independiente, se establecía una relación de
identidad entre el trabajo esclavo que él realizaba para su
amo i el trabajo libre que para si mismo realizaba, i a medida
que percibía esa relación, trabajaba más i mejor, se
moralizaba más, i más merecía la casi paternal o fraternal
consideración con que era tratado.
Aquí tomaba sus raíces otro hecho. El negro
africano o criollo es esencialmente bueno en su naturaleza. Yo
no conozco ser más agradecido que un negro ni más digno de los
servicios que recibe. Adhesión más incondicional que la de un
negro agradecido no la he estudiado ni admirado en ningún ser.
Abnegación como la suya sólo en él la he notado i acatado.
Reconocimiento de superioridad en el respeto cariñoso,
humildad manifiesta en el fácil perdón de la injusticia,
ninguna religión la ha impuesto artificialmente en el espíritu
del hombre con tan firmes caracteres como la naturaleza, i su
propia desventura la señala en el alma racional del negro
esclavo. Las virtudes espontáneas de esa raza llenaban de
tanta admiración mi espíritu, siempre enemigo de la iniquidad,
siempre rebelde contra el mal que, siendo niño, me decía con
honda convicción: "Esta raza es superior en virtudes a la
nuestra; estos esclavos valen infinitamente más que sus amos."
Tal vez éstos iban pensando
involuntariamente como yo, pues al par que la semi-libertad
iba probando las cualidades de la raza esclavizada iba
mejorando en cada hogar el trato que los esclavos recibían. El
esclavo, que para ser adicto servidor no había necesitado los
motivos que empezaba a tener para serlo, desarrolló entonces
todas las buenas cualidades de su raza, i no será una sola la
familia puertorriqueña que, empobrecida o arruinada, haya
debido a sus esclavos, a veces a uno solo, la parte menos
amarga del pan de cada día.
A estos motivos inmediatos de cambio en la
opinión individual i colectiva; a esta insensible propaganda
abolicionista hecha por los méritos mismos de la raza
esclavizada, se unieron la guerra social de los Estados Unidos,
la creciente necesidad de libertad experimentada por todos los
criollos i la cada vez más pujante influencia de las ideas
modernas, que, predicadas i practicadas por todos los jóvenes
que volvían educados de América o de Europa, adquirieron tanta
más fuerza en el espíritu público del país cuanto más tenaces
eran los obstáculos que les oponían los dominadores.
Así, cuando el director de la revista
La Nación, demostrando que por sí misma, en treinta años
se disolvería la institución doméstica en Puerto Rico, llegaba
a la necesidad de abolirla inmediatamente; cuando el
puertorriqueño Vizcarrondo creaba en Madrid la sociedad
abolicionista; cuando los comisionados puertorriqueños Ruiz,
Acosta i Quiñones, proponían la abolición inmediata de la
esclavitud, con o sin indemnización, la isla entera, excepto
los españoles de la isla, era quien se declaraba dispuesta a
aceptar la inmediata emancipación de los esclavos.
V
¿Por qué no se oyó el voto de la isla?
Entre otras causas, porque los demócratas
i los liberales que en 1868 triunfaron con la revolución de
septiembre eran, en la práctica, enemigos de la abolición que
teóricamente, i en reuniones públicas habían sostenido.
I ¿por qué eran en la práctica enemigos de
la abolición que en principio defendían? Por lo mismo que en
la práctica se muestran enemigos de la independencia: por
cobardía política, porque no hay uno solo de los políticos españoles
que tenga el carácter, la alteza de carácter necesaria para
oponer enérgica resolución a la ignorancia popular i actos
categóricos a los explotadores españoles que en las Antillas
viven de la esclavitud social, política, económica, moral e
intelectual.
Ejemplo abrumador de esta afirmación es
toda la historia política i parlamentaria de la "Cuestión de
Cuba" en España. Demostración repugnante de esa verdad es la
conducta miedosa de todos los gobiernos, desde Serrano i Prim
hasta Zorrilla i Figueras, observada con los voluntarios de
Cuba. Comprobación odiosa es la indigna inconsecuencia de la
llamada república española, que sólo ha tenido adulaciones
para los errores públicos al aclamar a diestro i siniestro "integridad
nacional"; que sólo ha tenido miedo al promulgar una lei de
abolición que es una hipocresía i una mentira procaz.
Véase esa lei de abolición:
"Artículo 1.º Queda abolida para siempre
la esclavitud en Puerto Rico.
Art. 2.º Los libertos quedan obligados a
celebrar contratos con sus actuales poseedores, con otras
personas o con el estado por un tiempo que no bajará de tres
años.
En estos contratos intervendrán, con el
carácter de curadores de los libertos, tres funcionarios
especiales nombrados por el gobierno superior con el nombre de
protectores de los libertos.
Art. 3.º Los poseedores de esclavos serán
indemnizados de su valor en el término de seis meses después
de publicada esta lei en la Gaceta de
Madrid.
Los poseedores con quienes no quisieran
celebrar contratos sus antiguos esclavos obtendrán un
beneficio del 25 por ciento sobre la indemnización que hubiera
de corresponderles en otro caso.
Art. 4.º La indemnización se fija en la
cantidad de 35 millones de pesetas, que se hará en efectivo
mediante un empréstito que realizará el gobierno sobre la
exclusiva garantía de las rentas de la isla de Puerto Rico,
comprendiendo en los presupuestos de la misma la cantidad de
3.500.000 pesetas anuales para interés i amortización de dicho
empréstito.
Art. 5.º La distribución se hará por una
junta, compuesta del gobernador civil de la isla, presidente;
del jefe económico, del fiscal de la audiencia, de tres
diputados provinciales elegidos por la diputación; del síndico
del ayuntamiento de la capital; de dos propietarios, elegidos
por los cincuenta poseedores del mayor número de esclavos, i
otros dos, elegidos por los 50 poseedores del menor número.
Los acuerdos de esta comisión serán
tomados por mayoría de votos.
Art. 6.º Si el gobiemo no colocase el
empréstito entregará los títulos a los actuales poseedores de
esclavos.
Art. 7.º Los libertos entrarán en el pleno
goce de los derechos políticos a los cinco años de publicada
la lei en la Gaceta de Madrid.
Art. 8.º El gobierno dictará las
disposiciones necesarias para la ejecución de esta lei i
atenderá a las necesidades de beneficencia i de trabajo que la
misma hiciera precisas."
VI
El Gabinete de Washington, cuya conducta
en Cuba sería odiosa sino fuera tan repulsiva la de todas las
naciones americanas, excepto Colombia i Venezuela; el gabinete
de Washington ha podido ordenar a su embajador en Madrid que
alabe en una conferencia oficial, i pública, i solemne, la lei
de abolición. Son intereses de Grant que un ciego ve, pero la
razón humana que es mucho más lúcida que el actual burlador de
la opinión norte-americana condenará siempre todos i cada uno
de los artículos de la lei inicua.
Condenará el primero, porque es una
mentira procaz.
Condenará el segundo, porque es la prueba
de la mentira del primero.
Condenará el tercero, porque su segundo
inciso, además de una desigualdad injusta, es preparación de
un régimen de fuerza para la libertad del trabajo.
Condenará el cuarto, porque es una ruindad.
Condenará en masa los cuatro artículos
restantes, porque están basados en los cuatro artículos
anteriores.
Son muy matemáticos los dispuestos a
aplaudir lo que han aplaudido los fuertes, i preguntarán por
qué condena la razón los artículos de la lei de abolición.
Aquí el por qué:
Porque la abolición de la esclavitud es el
hecho por el cual quedan los esclavos en inmediata libertad,
en inmediata disposición de su persona, en inmediata posesión
i disposición de su trabajo, i el artículo 2.º de esa lei de
abolición obliga a los mal llamados libertos a celebrar
contratos con sus actuales poseedores, con otras personas o
con el Estado por un tiempo que no bajará de tres años.
Obligados a celebrar contratos con sus mismos poseedores,
siguen siendo esclavos de ellos. Obligados a celebrar
contratos con otras personas, siguen siendo enajenables,
puesto que no pueden disponer de la libertad civil. Obligados
a servir al Estado, se hacen esclavos del Estado. Los
curadores instituídos por el inciso 2º de ese artículo
demuestran la esclavitud de esos libertos. ¿Qué son a los ojos
de la lei? ¿Personas civiles? pues tienen personalidad
jurídica i no necesitan curadores. ¿Son presuntos niños,
menores, incapaces? pues son esclavos durante la presunta
infancia, minoría, incapacidad.
Por qué condena la razón el artículo 1.º
de esa lei no hay necesidad de decirlo después de haber
analizado el artículo 2.º ¿Cómo ha de quedar abolida para
siempre en Puerto Rico la esclavitud que se impone, por lo
menos, tres años a los siervos a quienes se liberta? ¿En qué
mundo de iniquidad i de mentira respiramos, que pase por
justicia la injusticia, i se tome como verdad la burla de ella?
Cuando el inciso 2º del artículo 3.º
preceptúa que "los poseedores con quienes no quieran celebrar
contratos los antiguos esclavos obtendrán un beneficio del 25
por ciento sobre la indemnización que hubiera de
corresponderles en otro caso", la razón humana debe, tiene que
condenarlo, porque ese inciso altera todas las condiciones de
igualdad, premia la perversidad, favorece voluntariamente el
fraude i crea para días próximos una anarquía violenta en el
trabajo de la isla.
Altera las condiciones de igualdad porque
aumenta el tipo de la indemnización para una clase de
privilegiados, que serán cuantos, no teniendo intereses
permanentes en la isla i creyendo que sin esclavos perecerá
(sic), se pondrán voluntariamente en el caso del inciso para
aumentar la indemnización. Como los españoles son los que
menos intereses permanentes tienen, ellos son los favorecidos.
Pero este inciso hace más: premia la
perversidad. Entre los propietarios de esclavos hay unos que
los tratan soportablemente, otros que se ensañan brutalmente
en ellos. Los primeros pueden contar con el contrato que el
artículo 2.º de la lei impone; los segundos, si la lei es
eficaz, verán desaparecer de sus haciendas, de sus estancias,
de su servicio, a los libertos. ¿En qué derecho i en qué moral
pueden fundarse el privilegio i el premio que se les otorga al
concederles un beneficio del 25 por ciento como compensación
de una pérdida que ellos mismos, por la brutalidad i la
inhumanidad de su conducta provocaron?
Pero hay más i peor en el inciso comentado.
Forzados a prestar su trabajo a sus antiguos poseedores, a
otras personas que quieran contratarlos o al estado, los
hipócritamente denominados libertos continuarán siendo
francamente esclavos, i las condiciones del trabajo empeorarán,
porque en vez de organizarse la libre competencia de trabajo,
la lei de la demanda i de la oferta, la proporción entre el
trabajo i el salario, se habrá organizado la anarquía
económica, dentro de la cual podrán los actuales tenedores de
esclavos imponer condiciones al trabajo, en vez de recibirlas
i sufrirlas.
I se llama lei de abolición lo que, en vez
de acatar la justicia, la igualdad i la libertad del trabajo,
consagra una injusticia, sanciona la desigualdad, legaliza la
esclavitud!
El articulo cuarto de la lei no se condena,
se desprecia. Es una ruindad, porque, según él, España
libertadora de esclavos, da la supuesta libertad con el dinero
de la isla que ha arruinado. Es una nueva victoria de la
desigualdad, porque hace que el dinero de todos los
puertorriqueños, que es trabajo de todos los puertorriqueños,
pague a los explotadores del trabajo esclavo la indemnización
que ellos debieran pagar al explotado o que debieran recibir
de España, que es quien ha autorizado sistemáticamente la
explotación.
VII
El sentido común se fatiga i la dignidad
se mancha examinando los absurdos i las indignidades de esa
lei. Preciso es que el sentido común de la humanidad i la
dignidad de los hombres estén muy enfermos para que esa lei,
en vez del anatema que merece, haya recibido los elogios con
que ha llegado hasta nosotros.
Sanos de razón i de conciencia como
estamos, no queremos continuar comentando ese innoble producto
de la mala fé i la cobardía política.
Lo que debemos hacer es lo que vamos a
hacer: a demostrar que los hombres del gobierno republicano de
España no han tenido el valor de sus convicciones, si eran
abolicionistas, o no eran abolicionistas si es producto de sus
convicciones esa lei.
La marcha del proyecto de abolición ha
sido ésta:
Habiendo los gobiernos de Estados Unidos e
Inglaterra insinuado al gobierno de Amadeo, en notas que ha
hecho famosas su violencia, la necesidad de abolir la
esclavitud, i habiendo el príncipe italiano exigido a su
primer ministro Ruiz Zorrilla, que llevara a las cámaras un
proyecto de lei más radical que el antes presentado por Moret
(abolicionista furioso cuando era economista, abolicionista
parcial cuando ocupó el ministerio de ultramar), Ruiz Zorrilla,
por medio de Mosquera, ministro de ultramar, propuso al
congreso la abolición gradual en pocos meses.
Los negreros de Cuba, ya asustados desde
el primer proyecto de Moret, tenían en Madrid una delegación
formidable por el soborno a que apelaban i a que han sido tan
dóciles los empleados españoles. Secundados por algunos
miembros de la grandeza española constituyeron en Madrid una
Liga que por un momento asumió el carácter de un partido
politico, i, sobornando empleados subalternos, diputados i
periódicos, hicieron guerra secreta i guerra abierta al
proyecto de lei.
Los políticos se asustaron; pero como
Amadeo insistía i las exigencies de los gabinetes inglés i
americano eran cada vez más apremiantes, se resolvieron a
jugar el todo por el todo.
Los republicanos, que habían callado en
tanto que el proyecto no pasó de tal, se espantaron de dejar a
los radicales del gobierno monárquico la gloria de una reforma
tan trascendental, i el señor Castelar presentó una
proposición en que se pedía pura i simplemente la abolición
inmediata de la esclavitud.
Pronunció un discurso de los suyos, en que
hablando de todo, menos de la lei en discusión, i en que
tomando i ampliando i aplicando a su capricho la teoría de los
mediadores nacionales, inventada por Quinet para demostrar la
necesidad de que Alsacia i Lorena fueran francesas, sacó
partido para su fácil gloria. Dos días después, Amadeo se
decretó la estimación de la Historia, renunciando a su corona
de plomo.
El partido republicano, ya victorioso,
empezó por aplazar la lei de abolición; pero urgido de nuevo
por influencias exteriores, repuso en debate el proyecto
atormentado. La que había sido necesario para los radicales
cuando eran poder les pareció fuera de él un gran peligro i
llovieron mociones radicales en contra de la abolición
inmediata.
Era cuestión de vida o muerte para el
gobierno republicano i se esforzó por reducir a lei aquel
proyecto. Los conservadores, viéndose perdidos sin remedio,
apelaron al último de sus recursos: se declararon tan
abolicionistas como los republicanos, i halagando por medio
del ex ministro Salaverría la vanidad del ministro de estado,
le impusieron la enmienda contenida sustancialmente en el
artículo segundo.
Los republicanos respiraron. Los negros de
Puerto Rico no eran libres, pero ellos quedaban libres del
pesado problema. Entonaron el hosanna de todos los salvados de
un peligro, se declararon libertadores, llamaron a España la
nación magnánima, grandes patriotas a todos los partidos i se
lavaron las manos.-Siempre se lavan las manos los que tienen
sucia la conciencia.
Los habladores que han defraudado las
esperanza de los esclavos i han engañado procazmente al mundo,
presentándole como lei de abolición inmediata la lei en cuya
virtud seguirán tres años más esclavizados los siervos de
Puerto Rico, ¿son abolicionistas, han cumplido con su deber,
han acatado los principios que intentan hacer triunfar?
Si hay alguien que responda
afirmativamente, le deseo el pudor que le hace falta.