Hijo de Agustín Molina y Francisca González Bruna, Juan Ignacio
Molina, cronista jesuita, nació en junio de 1740 en la villa de San
Agustín de Talca, tierras de Huaraculén, cerca de Linares.
A la edad de quince años decide ingresar a la orden Jesuita. La
Compañía lo traslada al Noviciado San Francisco de Borja en Santiago
(hoy la Iglesia de San Vicente en la Alameda, entre las calles Lord
Cochrane y Dieciocho). Luego de dos años en los claustros de rigor, a
los 17 años viaja a Bucalemu para iniciar estudios de humanidades
clásicas.
A los 24 años lo destinan al colegio Jesuita en Talca, iniciándose en
el magisterio escolar. Su dedicación docente dura sólo un par de años,
porque la Compañía convencida de su talento, lo inicia en los estudios
de Teología.
El Abate quedó huérfano de padre a los siete años de edad y desde el
lugar de estudios los encuentros con la familia fueron cada vez más
distantes. Los brazos de la recién fundada misión jesuítica de la región
del Maule fueron los elegidos para entregarle la fortaleza y carga
valórica de quienes hollaban la senda trazada por San Ignacio de Loyola,
Francisco Javier de Jaso y de Azpilcueta y que persiste hasta el día de
hoy.
En 1757, Molina -quien ya se destacaba por sus dotes intelectuales a
pesar de sus diecisiete años de edad- fue nombrado catedrático y
bibliotecario de la casa grande de la Compañía de Jesús en Santiago. Su
educación había sido prolija para la época, ya que dominaba varios
idiomas.
En agosto de 1767, cuando aún era un "hermano estudiante" debió
partir al exilio, junto a los demás miembros de la orden, expulsados por
disposición de Carlos III.
A los veintisiete, Juan Ignacio junto a otros trescientos miembros de
la Compañía debe abandonar Chile. El viaje del exilio fue una odisea que
duró más de un año. A los pocos meses de llegado a España, los jesuitas
chilenos debieron acomodarse lejos de España porque las Iglesias y
conventos de la Compañía en la madre patria estaban repletos con los
exiliados de ultramar.
La delegación chilena decide viajar a Italia y se instala en Imola.
Allí estudia y enseña, aprueba el examen ad gradum, y el 15 de
agosto profesa, a los 33 años, solemnemente sus cuatro votos en la
Compañía de Jesús. Fue sacerdote de la Compañía sólo diez días porque el
25 de agosto ocurre la disolución canónica de la Compañía. Bajo el
edicto Dominus ac redemptor, Juan Ignacio es obligado a dejer de ser
jesuita, y en alguna etapa posterior pasó a ser llamado Abate.
Durante su estadía en Italia redactó su obra sobre Chile "Aggio sulla
storia naturale del Chili", que entre otras cosas trata detenidamente la
flora indígena y las plantas útiles más importantes (Molina 1782). Esta
obra fue por mucho tiempo la principal fuente de conocimiento sobre la
historia natural de Chile.
Traducida a varios idiomas, durante mucho tiempo fue la obra clásica
de donde los europeos obtenían conocimientos zoológicos y también
botánicos de Chile; en 1815, a los pocos años en la Academia de
Ciencias, lee su polémica obra: "Analogías de los tres Reinos". A los
ochenta años publica los dos tomos de sus "Memorie di Storia Naturale".
Su obra sobre Chile
El abate Juan Ignacio Molina es considerado el primer naturalista
chileno por su gran contribución al conocimiento inicial de parte
importante de la flora y fauna de nuestro país. Oriundo de los campos
vecinos a Talca, fue un naturalista distinguido en su época. Estaba muy
bien informado sobre los trabajos publicados en Europa sobre flora y
fauna de la América hispánica. Había leído los relatos de los viajeros
que visitaron Chile y tuvo oportunidad de consultar trabajos inéditos de
otros jesuitas como Ovalle, Rosales, Olivares y Vidaurre.
Molina ha sido el precursor de la sistemática de la Historia Natural
Chilena, tanto animal como vegetal. Este aspecto es de un efectivo valor
científico, ya que fue el primer naturalista nacido en Chile que enfocó
la taxonomía de acuerdo con los principios filosóficos de Carlos Linneo.
Para nuestro país su figura fue rescatada por Benjamín Vicuña
Mackenna en su viaje a Europa entre 1883 a 1885 ocasión en la que se
entrevista dos veces con Alejandro de Humboldt quien le manifesta
"vuestro país es bastante conocido en Europa, pues el distinguido Molina
arrojó muchas luces sobre él". En 1861 fue inaugurado su monumento, el
cual también ha tenido un histórico transitar.
Con su prodigiosa y reconocida inteligencia escribió desde su
escritorio la más completa y fascinante Historia Natural y Civil de
Chile de su época. Dio a conocer nuestro país en todos sus detalles
basado esencialmente en sus recuerdos y fundamentado por sus lecturas y
recopilaciones de obras de otros naturalistas de su tiempo. Llegó a ser
uno de los sabios más prestigiados de la enseñanza superior italiana.
Molina participó con devoción absoluta en la vida universitaria. Enseña,
investiga, escribe, participa activamente en la Academia de Ciencias de
Bolonia.
Muere de avanzada edad, el 12 de septiembre de 1829, cuando su tierra
ya no era parte del Reino de Chile, sino una floreciente República.
Su influencia
Humboldt conoció el trabajo de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594)
y la historia del pueblo araucano y de los conquistadores españoles.
Sobre la naturaleza de Chile, fueron importante fuente de información
los escritos de su contemporáneo, el abate Ignacio Molina, quien a la
vez cita ampliamente a Humboldt. Molina fue "el primer científico
naturalista chileno", el que había sido expatriado y vivía en Bolonia,
adonde Humboldt le visitó.
La vida del abate Juan Ignacio Molina transcurrió entre la nostalgia
y el fervor religioso, marcada por un sino de errabundez que le acompañó
hasta después de su muerte y desde su infancia. Desde Huaraculén donde
nace -en la ribera del Loncomilla- temprano en la niñez es enviado a la
muy noble ciudad de San Agustín de Talca, que le acoge en una poco
acostumbrada migración para un niño de las postrimerías de nuestra época
colonial. Es la búsqueda de conocimiento y educación la que predomina en
el sentimiento materno.
Estando en la colegio de Talca inicia la sistematización de sus
estudios botánicos y zoológicos. Desde allí hasta alcanzar a la Historia
Natural de Chile aparecida en 1810, memoria sobre las analogías menos
observadas de los tres reinos de la naturaleza o su Compendio de la
historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile que le
permitieron el reconocimiento del propio Napoleón Bonaparte, quien lo
nombró miembro del Instituto de Italia, institución paralela al
Instituto de Francia. Ocupó, además, sillón en propiedad en las mejores
Academias de Bolonia recibiendo el honor póstumo de ocupar sus restos un
lugar en el panteón de los Hombres Ilustres de Bolonia. Ello sucedía
cuando en Chile se iniciaban los afanes para construir una nación
independiente y aún no se estructuraba una primera universidad nacional.
Quizás es más valioso recordar la edición de sus memorias de la
Academia en 1821 con el título de "Memoria di Storia Naturale lette in
Bogna, nelle adunanze dell' Instituto, dall Abate Gion" -Ignazio Molina,
amaciano, miembro del Instituto Pontificio. El trabajo del primer tomo
fue sospechoso de herejía siendo acusado de modo formal ante el
Arzobispo.
Hay que considerar que tres años antes habían aparecido los trabajos
de Lamarck "Filosofía Zoológica" que fueron los fundamentos doctrinarios
para el desarrollo posterior del "Origen de las especies" de Darwin. El
Abate, en el seno de una universidad, nutrida por la vertiente de la
Ilustración, dudándose incluso de que hubiese conocido el libro de
Lamarck, pero sí había recogido el pensamiento del naturalista suizo
Carlos Bonnet que vivió en Ginebra entre 1720 y 1793, había avanzado la
tesis de que Dios había creado solamente el germen de la vida y que éste
había evolucionado hasta llegar a formar las diferentes especies.
Lo interesante del pensamiento del Abate fue el haber postulado que
la vida fue una evolución desde la materia tenida como inerte, es decir
un continuo desde el mundo estrictamente mineral hasta el reino animal
alcanzando por ello al hombre.
En una tesis revolucionaria, considerando el estructurado pensamiento
clerical de la época y de su entorno más inmediato, indujo al arzobispo
de Bolonia a solicitar una aclaración formal a esta aparente herejía del
pensamiento de un hombre de fe como era efectivamente el Abate. Esta
tesis visionaria intuye la existencia de un mundo biológicamente activo
que se encuentra en una etapa previa a lo que el conocimiento de la
microbiología de la época lo permitía. La existencia de secuencias de
vida determinada por elementos derivados del mundo mineral -frontera de
la vida como hoy la concebimos- era una tesis que ningún biólogo se
había atrevido a anticipar.