-Debo presentar
una queja -dijo don Henry Clithering, mientras
sus ojos chispeantes contemplaban a los reunidos.
El coronel
Bantry, con las piernas estiradas, tenía el
entrecejo fruncido y los ojos fijos en la repisa
de la chimenea, como si fuera un soldado
culpable, mientras su esposa hojeaba recelosa un
catálogo de bulbos que acababa de llegarle en el
último correo. El doctor Lloyd observaba con
franca admiración a Jane Helier, y la joven y
hermosa actriz sus uñas rojas. Sólo aquella
anciana solterona, la señorita Marple, estaba
sentada muy erguida y sus ojos azules se
encontraron con los de don Henry con un guiño
interrogador:
-¿Una queja?
-Unas queja muy
seria. Nos hallamos reunidos seis personas, tres
representantes de cada sexo, y yo protesto en
nombre de los caballeros. Esta noche hemos
contado tres historias, una cada uno de nosotros.
Protesto porque las señoras no cumplen con su
parte.
-¡Oh! -exclamó
la señora Bantry indignada-. Estoy segura de que
hemos cumplido. Hemos escuchado con toda
atención, adoptando la actitud más femenina, la
de no querer exhibirnos ante las candilejas.
-Es una excusa
excelente -replicó don Henry-, pero no sirve. ¡Y
eso que tiene un buen precedente en Las mil y
una noches! De modo que adelante, Scherezade.
-¿Se refiere a
mí? -preguntó la señora Bantry-. ¡Pero si yo no
tengo nada que contar! Nunca me he visto rodeada
de sangre ni de misterios.
-No ha de
tratarse necesariamente de un crimen sangriento
-dijo don Henry-. Pero estoy seguro de que una
de nuestras tres damas tiene algún misterio
pequeñito. Vamos, señorita Marple, cuéntenos “La
extraña coincidencia de la asistenta”, o “El
misterio de la reunión de madres”. No me
decepcione usted en St. Mary Mead.
La señorita
Marple meneó la cabeza.
-Nada que
pudiera interesarle, don Henry. Tenemos nuestros
pequeños misterios, por supuesto: un kilo de
camarones que desapareció de la manera más
incomprensible, pero eso no puede interesarle
porque resultó ser muy trivial, aunque arrojara
mucha luz acerca de la naturaleza humana.
-Usted me ha
enseñado a creer en la naturaleza humana -replicó
don Henry en tono solemne.
-¿Y qué nos
cuenta usted, señorita Helier? -le preguntó el
coronel Bantry-. Debe de haber tenido algunas
experiencias interesantes.
-Sí, desde
luego -intervino el doctor Lloyd.
-¿Yo? -dijo
Jane-. ¿Es que... es que quieren que les cuente
algo que me haya ocurrido?
-A usted o a
alguno de sus amigos -rectificó decididamente
don Henry.
-¡Oh! -dijo
Jane con aire ausente-. No creo que nunca me
haya ocurrido nada. Me refiero a nada parecido.
He recibido muchas flores, por supuesto, y
extraños mensajes, pero eso es propio de los
hombres, ¿no les parece? No creo...
-y haciendo una pausa se
quedó absorta en sus recuerdos.
-Veo que
tendremos que resignarnos al relato del kilo de
camarones -dijo don Henry-. Vamos, señorita
Marple.
-Es usted tan
aficionado a las bromas, don Henry. Lo de los
camarones es una tontería. Pero ahora que lo
pienso, recuerdo un incidente... en realidad, no
se trata de un incidente sino de algo mucho más
serio, una tragedia. Y yo, en cierto modo, me vi
mezclada en ella. Y nunca me he arrepentido de
lo que hice. No, en absoluto. Pero no ocurrió en
St. Mary Mead.
-Eso me
decepciona -dijo don Henry-, pero procuraré
sobreponerme. Sabía que podíamos confiar en
usted.
Y adoptó la
posición del oyente, mientras la señorita Marple
enrojecía ligeramente.
-Espero que
sabré contarlo como es debido -se disculpó
preocupada-. Siempre tengo tendencia a divagar.
Me voy de una cosa a otra sin darme cuenta de
que lo hago. Y es tan difícil recordarlo todo
con el debido orden. Tienen que perdonarme si
les cuento mal la historia. Ocurrió hace tanto
tiempo. Como digo, no tiene relación alguna con
St. Mary Mead. A decir verdad, ocurrió en un
hidro...
-¿Se refiere a
uno de esos aviones que van por el mar? -preguntó
Jane con los ojos muy abiertos.
-No, querida -dijo
la señora Bantry, que le explicó que se trataba
de un balneario hidrotermal, y su esposo agregó
este comentario:
-¡Unos lugares
horribles, horribles! Hay que levantarse
temprano para beber un vaso de agua que sabe a
demonios. Hay montones de ancianas sentadas por
todas partes e intercambiando todo el día
malvadas habladurías. Cielos, cuando pienso...
-Vamos, Arthur
-dijo su esposa en tono amable-. Sabes que te
sentó admirablemente.
-Montones de
ancianas comentando escándalos -gruñó el coronel
Bantry.
-Me temo que
eso es cierto -dijo la señorita Marple-. Yo
misma...
-Mi querida
señorita Marple -exclamó el coronel horrorizado-.
No quise decir ni por un momento...
Con las
mejillas sonrosadas y un ademán de la mano, la
señorita Marple lo hizo callar.
-Pero si es
cierto, coronel Bantry. Sólo quería decirle esto.
Déjeme ordenar mis ideas. Sí, hablan de
escándalos, como usted dice, y casi todo el
tiempo. La gente es muy aficionada a eso.
Especialmente los jóvenes. Mi sobrino, que
escribe libros, y muy buenos según creo, ha
dicho cosas terribles sobre el hábito de difamar
a otras personas sin tener la menor clase de
pruebas, de lo malvado que es eso y demás. Pero
lo que yo digo es que ninguna persona joven se
para a pensar. En realidad, no examinan los
hechos. Y sin duda el problema es éste: ¡Cuántas
veces son ciertas las habladurías, como usted
las llama! ¡Y como les digo, yo creo que, si en
realidad examinaran los hechos, descubrirían que
son ciertas nueve veces de cada diez! Por eso la
gente se molesta tanto por ellas.
-Inspiradas
presunciones -dijo don Henry.
-¡No!, ¡nada de
eso! En realidad, se trata de una cuestión de
práctica y experiencia. Tengo entendido que, si
a un egiptólogo se le enseña uno de esos
escarabajos tan curiosos, con sólo mirarlo puede
decir si data de antes de Jesucristo o se trata
de una vulgar imitación. Y no puede dar una
regla definitiva de cómo lo consigue. Lo sabe.
Se ha pasado toda la vida manejando esas piezas.
"Y eso es lo
que estoy tratando de decir (muy mal, ya lo sé).
Esas mujeres a quienes mi sobrino califica de
“ociosas” disponen de mucho tiempo y su
principal interés por lo general es ocuparse de
la gente. Y por eso llegan a convertirse en
expertas. Ahora los jóvenes hablan con toda
libertad de cosas que ni siquiera se mencionaban
en mis días, pero, en cambio, tienen una
mentalidad absolutamente inocente. Creen en todo
y en cualquiera. Y si alguien intenta
prevenirlos, aunque sea con prudencia, le dicen
que tiene una mentalidad victoriana, y eso,
según ellos, es como estar en un pozo."
-¿Y qué tienen
de malo los pozos? -dijo don Henry.
-Exacto -respondió
la señorita Marple-, es lo más necesario en una
casa. Pero desde luego, no es nada romántico.
Ahora debo confesarles que yo también tengo mis
sentimientos como cualquiera, y en determinadas
ocasiones me han herido profundamente con
comentarios hechos sin pensar. Sé que a los
caballeros no les interesan las cuestiones
domésticas, pero debo mencionar a una doncella
que tuve, Ethel, una muchacha muy atractiva y
cumplidora. Ahora bien, en cuanto la vi, me di
cuenta de que era como Annie Webb y la hija de
la pobre señora Bruitt. Si se le presentara
ocasión, eso de lo mío y de lo tuyo no
significaría nada para ella. De modo que la
despedí a final de mes, dándole una carta de
recomendación en la que decía que era honrada y
sensata, pero por mi cuenta advertí a la señora
Edwards para que no la contratara, y mi sobrino
Raymond se puso furioso y dijo que nunca había
visto una maldad semejante, sí, maldad. Pues
bien, entró en casa de la señora Ashton, a quien
yo no tenía obligación de advertir, ¿y qué
ocurrió? Desaparecieron todos los encajes de su
ropa interior y dos broches de brillantes. La
muchacha se marchó en medio de la noche y nadie
ha vuelto tener noticias de ella.
La señorita
Marple hizo una pausa para tomar aliento y luego
continuó:
-Ustedes dirán
que esto no tiene nada que ver con lo que
ocurrió en el balneario de Keston Spa, pero lo
tiene en cierto modo. Explica que yo no tuviera
la menor duda, desde el momento en que vi juntos
a los Sanders, de que él pretendía deshacerse de
ella.
-¿Eh? -exclamó
don Henry, inclinándose hacia delante.
La señorita
Marple volvió su apacible rostro hacia él.
-Como le decía,
don Henry, no me cupo la menor duda. El señor
Sanders era un hombre corpulento, bien parecido,
de rostro coloradote, muy franco en su trato y
popular entre todos. Y nadie podía ser más
amable con su esposa. ¡Pero yo sabía que trataba
de deshacerse de ella!
-Mi querida
señorita Marple...
-Sí, lo sé. Eso
es lo que diría mi sobrino, Raymond West, que no
tenía la menor prueba, pero yo recuerdo a Walter
Hones. Una noche que volvía paseando con su
esposa, ella se cayó al río y él cobró el dinero
del seguro. Y también recuerdo a un par de
personas que andan sueltas por ahí hasta la
fecha. Por cierto que una de ellas pertenece a
nuestra misma esfera social. Se marchó a Suiza
para hacer excursiones durante el verano con su
esposa. Yo le aconsejé que no fuera. La pobre ni
siquiera se enfadó conmigo, se limitó a reírse.
Le parecía tan gracioso que una viejecita como
yo le dijera semejantes cosas de su Harry.
"Bien, bien,
sufrió un accidente y ahora Harry está casado
con otra, pero, ¿qué podía hacer yo? Lo sabía,
pero no tenía la menor prueba."
-¡Oh, señorita
Marple! -exclamó la señora Bantry-. No querrá
decir que...
-Querida, estas
cosas son muy corrientes, ya lo creo que lo son.
Y los caballeros se sienten especialmente
tentados por ser mucho más fuertes. Es tan fácil
que parezca un accidente. Como les digo, en
cuanto vi a los Sanders, lo supe. Fue en un
tranvía. Estaba lleno y tuve que subir al piso
superior. Nos levantamos los tres para apearnos
y el señor Sanders perdió el equilibrio, se cayó
hacia su esposa y la hizo caer escaleras abajo.
Por fortuna, el cobrador era un hombre muy
fuerte y logró sujetarla.
-Pero pudo
tratarse muy bien de un accidente.
-Desde luego
que lo fue, nada pudo ser más accidental. Pero
el señor Sanders había pertenecido a la marina
mercante, según me dijo, y un hombre que es
capaz de conservar el equilibrio en uno de esos
barcos que se inclinan tanto, no lo pierde en la
imperial de un tranvía, cuando no lo perdió una
vieja como yo. ¡No me diga eso!
-Y fue entonces
cuando se convenció, ¿no es cierto, señorita
Marple? -manifestó don Henry.
La anciana
asintió.
-Estaba
bastante segura, pero otro incidente ocurrido al
cruzar la calle no mucho después me convenció
todavía más. Ahora le pregunto a usted, don
Henry, ¿qué podía hacer yo? Allí estaba una
mujercita casada y feliz que no tardaría en ser
asesinada.
-Mi querida
amiga, me deja usted sin respiración.
-Eso le pasa
porque, como la mayoría de la gente de hoy en
día, no se enfrenta usted a los hechos. Prefiere
pensar que ciertas cosas son imposibles. Pero
son así y yo lo sabía. ¡Pero una se ve atada de
pies y manos! Por ejemplo, no podía acudir a la
policía; advertir a la joven hubiera sido
inútil. Estaba enamorada de aquel hombre. De
modo que me dispuse a averiguar todo lo que
pudiera acerca de ellos. Hay un sinfín de
oportunidades mientras se hace labor alrededor
del fuego. La señora Sanders, Gladys era su
nombre de pila, estaba deseosa de hablar. Al
parecer no llevaban mucho tiempo casados. Su
esposo debía heredar algunas propiedades, pero
por el momento estaban bastante mal de dinero.
En resumen, vivían de la pequeña renta de ella.
Ya había oído la misma historia otras veces. Se
lamentaba de no poder tocar el capital. ¡Al
parecer, alguien había tenido un poco de sentido
común! Pero el dinero era suyo y podía dejárselo
a quien quisiera, según averigüé. Ella y su
esposo habían hecho testamento, poco después de
su matrimonio, uno a favor del otro. Muy
conmovedor. Claro que cuando a Jack le fueran
bien las cosas... Esa era la carga que debían
soportar y entretanto andaban bastante apurados.
Por aquel entonces tenían una habitación en el
piso más alto, entre las del servicio, y muy
peligrosa en caso de incendio, aunque tenían una
escalera de incendios precisamente delante de la
ventana. Me informé prudentemente de si tenían
balcón. Son tan peligrosos los balcones... un
empujoncito y...
"Le hice
prometer a ella que no se asomaría al balcón,
que había tenido un sueño. Esto la impresionó. A
veces se puede hacer algún favor aprovechándose
de la superstición. Era una joven rubia, de
facciones un tanto desdibujadas, que llevaba los
cabellos recogidos en un moño sobre la nuca. Y
muy crédula. Le contó a su marido lo que yo le
había dicho y observé que él me miraba con
curiosidad un par de veces. Él no era crédulo y
sabía que yo iba en aquel tranvía.
"Pero yo estaba
preocupada, muy preocupada, porque no veía cómo
podría engañarle. Podía impedir que ocurriese
algo en el balneario con sólo decir unas
palabras que le demostraran mis sospechas, pero
eso únicamente significaría aplazar su plan
hasta más tarde. No, empecé a creer que la única
política aconsejable era una más osada y, de un
modo u otro, tenderle una trampa. Si consiguiera
inducirle a atentar contra la vida de su esposa
por algún medio escogido por mí, entonces
quedaría desenmascarado y ella se vería obligada
a enfrentarse con la verdad por mucho que le
sorprendiera."
-Me deja usted
sin habla -dijo el doctor Lloyd-. ¿Qué plan
podía usted seguir?
-Hubiera
encontrado alguno, no tema -replicó la señorita
Marple-. Pero aquel hombre era demasiado listo
para mí y no esperó. Pensó que yo podía
sospechar y, por ello, actuó antes de que
pudiera asegurarme. Sabía que yo recelaría de un
accidente, así que cometió el crimen.
Un murmullo
recorrió la habitación, y la señorita Marple
asintió con los labios apretados.
-Temo haberlo
expuesto con bastante brusquedad. Debo tratar de
explicarles exactamente lo ocurrido. Siempre he
experimentado un sentimiento de amargura al
recordarlo. Siempre me he sentido como si
hubiera debido evitarlo a toda costa, pero quién
conoce los designios del señor. De todas formas
hice lo que pude.
"Se respiraba
una atmósfera extraña, como si flotara una
amenaza en el aire oprimiéndonos a todos: el
presentimiento de una desgracia. Para empezar,
primero murió George, el jefe de porteros, que
llevaba años en el balneario y conocía a todo el
mundo. Cogió una neumonía complicada con
bronquitis y falleció en cuatro días. Fue muy
triste para todos. Y, además, cuatro días antes
de Navidad. Y luego una de las doncellas, una
chica muy simpática; se le infectó un dedo y
murió a las veinticuatro horas.
"Yo me
encontraba en el salón con la señorita Trollope
y la anciana señora Carpenter, y ésta se
mostraba terriblemente pesimista.
"-Fíjense bien
en lo que les digo -anunció-. Seguro que la cosa
no acaba aquí. ¿Conocen el refrán? No hay dos
sin tres. Siempre resulta cierto. Tendremos otra
muerte, no me cabe la menor duda. Y no habrá que
esperar mucho. No hay dos sin tres.
"Cuando dijo
estas últimas palabras, moviendo afirmativamente
la cabeza y haciendo tintinear sus agujas de
punto, yo alcé la vista un momento y mis ojos se
encontraron con el señor Sanders, que permanecía
de pie junto a la puerta. Por un momento le
pillé desprevenido y pude leer en su rostro con
la misma facilidad que en un libro abierto.
Creeré hasta el fin de mis días que las palabras
de la señora Carpenter le dieron la idea. Vi que
trabajaba su cerebro. Y penetró en la estancia
con su habitual sonrisa.
"-¿Puedo hacer
alguna compra de Navidad por ustedes, señoras?
-preguntó-. Voy a ir ahora a Keston.
"Permaneció en
nuestra compañía durante un par de minutos,
riéndose y charlando, y luego se marchó. Como
les digo, yo estaba preocupada y dije
inmediatamente:
"-¿Dónde está
la señora Sanders? ¿Alguien lo sabe?
"La señorita
Trollope dijo que había ido a jugar al bridge
con unos amigos suyos, los Mortimer, y me
tranquilicé momentáneamente, pero seguía
preocupada, pues no sabía qué hacer. Media hora
más tarde, subí a mi habitación y por el camino
me encontré al doctor Coler, mi médico, y como
quería consultarle acerca de mi reuma, lo llevé
a mi habitación. Fue entonces cuando me habló
(confidencialmente, según dijo) de la muerte de
la pobre Mary, la doncella. El gerente no quería
que se supiera y por ello me aconsejó que no se
lo dijera a nadie. Desde luego yo no le dije que
no hablábamos de otra cosa desde hacía una hora,
cuando la pobre joven exhaló su último suspiro.
Esas noticias corren en seguida y un hombre de
su experiencia debía saberlo bastante bien. Pero
el doctor Coler fue siempre un individuo
confiado que creía lo que quería creer, y eso
fue lo que me alarmó un minuto más tarde, al
decirme que Sanders le había pedido que echara
un vistazo a su esposa, pues últimamente no
hacía bien las digestiones, etc.
"Y aquel mismo
día Gladys Sanders me había dicho que había
hecho maravillosamente la digestión y que estaba
muy contenta.
"¿Comprenden?
Todas mis sospechas volvieron a mí
centuplicadas. Estaba preparando el camino...
¿para qué? El doctor Coler se marchó antes de
que yo me hubiera decidido a hablarle, aunque,
de haberlo hecho, no hubiera sabido qué decir.
Cuando salí de la habitación, Sanders en persona
bajaba del piso de arriba. Iba vestido para
salir y me preguntó si quería algo de la ciudad.
¡Hice un esfuerzo terrible para contestarle
amablemente! Y luego fui al vestíbulo para pedir
un té. Recuerdo que eran más de las cinco y
media.
"Ahora quisiera
explicarles claramente lo que ocurrió a
continuación. A las siete menos cuarto seguía
aún en el vestíbulo cuando vi entrar a el señor
Sanders acompañado de dos caballeros. Los tres
venían muy 'alegres'. El señor Sanders, dejando
a sus amigos, vino hacia donde yo me encontraba
sentada con la señorita Trollope para pedirnos
consejo acerca del regalo de Navidad que pensaba
hacerle a su esposa. Se trataba de un bolso de
noche muy elegante.
"-Comprenderán,
señoras -nos dijo-, que yo soy simplemente un
rudo lobo de mar. ¿Qué entiendo yo de estas
cosas? Me han dejado tres para que escoja y
deseo contar con una opinión experta.
"Por supuesto,
nosotras le dijimos que le ayudaríamos
encantadas, y nos pidió que le acompañáramos a
su habitación, ya que si los bajaba temía que su
esposa pudiera llegar en cualquier momento. De
modo que subimos con él. Nunca olvidaré lo que
ocurrió luego, aún tiemblo al pensarlo.
"El señor
Sanders abrió la puerta de su dormitorio y
encendió la luz. No sé cuál de nosotras la vio
primero.
"La señora
Sanders estaba tendida en el suelo, boca abajo,
muerta.
"Yo fui la
primera en llegar junto a ella. Me arrodillé y
le cogí la mano para tomarle el pulso, pero era
inútil, su brazo estaba frío y rígido. Junto a
su cabeza había un calcetín lleno de arena, el
arma con la que la habían golpeado. La señorita
Trollope, una criatura estúpida, gemía en la
puerta con las manos en la cabeza. Sanders
gritó: “Mi esposa, mi esposa”, y corrió hacia
ella. Yo le impedí tocarla. Comprendan, en aquel
momento estaba segura de que había sido él, y
tal vez quisiera quitar u ocultar alguna cosa.
"-No hay que
tocar nada -le dije-. Domínese, señor Sanders.
Señorita Trollope, haga el favor de ir a buscar
al gerente.
"Yo permanecí
arrodillada junto al cadáver. No quería que
Sanders se quedara a solas con él. Y no obstante
tuve que admitir que, si el hombre estaba
fingiendo, lo hacía maravillosamente. Daba la
impresión de estar completamente fuera de sí.
"El gerente no
tardó en reunirse con nosotros y, tras
inspeccionar rápidamente la habitación, nos hizo
salir a todos y cerró la puerta con una llave
que se guardó. Luego fue a telefonear a la
policía. Tardaron un siglo en aparecer. Luego
supimos que la línea estaba estropeada y que
había tenido que enviar a un mozo al puesto de
policía, y el balneario está fuera de la ciudad,
junto a los páramos. La señora Carpenter estaba
muy satisfecha de que su profecía “No hay dos
sin tres” se hubiera cumplido tan rápidamente.
Oí decir que Sanders paseaba por los alrededores
con las manos en la cabeza, gimiendo y
demostrando un gran pesar.
"Finalmente
llegó la policía y subieron a la habitación con
el gerente y el señor Sanders. Más tarde
enviaron a buscarme. El inspector escribía
sentado ante una mesa. Era un hombre inteligente
y me gustó.
"-¿Señorita
Marple? -preguntó.
"-Sí.
"-Tengo
entendido que estaba usted presente cuando fue
encontrado el cadáver de la difunta.
"Respondí que
sí y pasé a contarle lo ocurrido. Creo que para
el buen hombre fue un alivio encontrar a alguien
que respondiera a sus preguntas con coherencia,
después de haber tenido que tratar con Sanders y
Emily Trollope, que estaba completamente
desmoronada, es natural, la pobrecilla. Recuerdo
que mi querida madre me enseñó que una señora ha
de saberse dominar siempre en público, por mucho
que se descomponga en privado.
"-Un principio
admirable -dijo don Henry con admiración.
"-Cuando hube
terminado, el inspector me dijo:
"-Gracias,
señora. Ahora lamento tener que pedirle que
vuelva a mirar el cadáver. ¿Era ésa exactamente
su posición cuando usted entró en la habitación?
¿No ha sido movido?
"Le expliqué
que había impedido que lo hiciera el señor
Sanders y el inspector asintió con aire de
aprobación.
"-El caballero
parece muy afectado -observó.
"-Sí, lo parece
-repliqué.
"No pensaba
haber puesto ningún énfasis especial en el “lo
parece”, pero el inspector me miró con interés.
"-¿De modo que
el cadáver se encuentra exactamente igual a como
estaba cuando lo encontraron? -me dijo.
"-Sí, con la
excepción del sombrero -repliqué.
"El inspector
me miró sorprendido.
"-¿Qué quiere
usted decir? ¿El sombrero?
"Le expliqué
que la pobre Gladys lo llevaba puesto, mientras
que ahora estaba junto a ella. Yo supuse que
había sido cosa de la policía, pero, sin
embargo, el inspector lo negó rotundamente.
Hasta el momento nada había sido movido o
tocado, y permaneció unos instantes contemplando
la figura de la difunta con expresión
preocupada. Gladys iba vestida como si se
dispusiera a salir: llevaba un abrigo de lana
rojo oscuro con cuello de piel, y el sombrero,
un modelo barato de fieltro rojo, estaba caído
junto a su cabeza.
"El inspector
se quedó nuevamente en silencio con el entrecejo
fruncido. Luego se le ocurrió una idea.
"-¿Recuerda
usted por casualidad si la difunta llevaba
pendientes o si solía llevarlos?
"Por suerte
tengo la costumbre de ser muy observadora.
Recordaba haber visto brillar una perla bajo el
ala del sombrero, aunque entonces no le presté
atención especial, pero pude contestar
afirmativamente a la primera pregunta.
"-Entonces
concuerda. El contenido del joyero de esta
señora ha sido robado, aunque no había en él
gran cosa de valor según tengo entendido, y le
quitaron los anillos de los dedos. El asesino
debió olvidar los pendientes y regresó por ellos
después de descubierto el crimen. ¡Qué sangre
fría! O tal vez... -miró a su alrededor y
continuó despacio-... es posible que haya estado
escondido en esta habitación todo el tiempo.
"Pero yo me
negué a aceptar la idea. Le expliqué que yo
misma había mirado debajo de la cama y que el
gerente abrió las puertas del armario, y no
existía ningún otro lugar donde pudiera
esconderse un hombre. Es cierto que la parte
central del armario estaba cerrada con llave,
pero era sólo un espacio lleno de estantes y
nadie pudo haberse escondido allí.
"El inspector
asintió mientras yo le iba explicando todo
aquello.
"-Tiene usted
razón, señora -me dijo-. En ese caso, como ya le
he dicho antes, debió regresar. ¡Un asesino de
tremenda sangre fría!
"-¡Pero el
gerente cerró la puerta y se guardó la llave!
"-Eso no
significa nada. Queda el balcón y la escalera de
incendios, por ahí entró el asesino. Es bastante
probable que ustedes lo sorprendieran, se
deslizara por la ventana y luego, al marcharse
ustedes, regresara para continuar su trabajo.
"-¿Está usted
seguro -le pregunté- de que era un ladrón?
"Me contestó
secamente:
"-Bueno, eso
parece, ¿no?
"Pero algo en
su tono me tranquilizó. Comprendí que no le
convencía el papel de viudo inconsolable que
intentaba representar el señor Sanders.
"Admito con
toda franqueza que me encontraba bajo lo que
nuestros vecinos los franceses llaman ideé
fixe. Sabía que aquel hombre, Sanders,
intentaba matar a su esposa. Y no cabía desde mi
punto de vista la extraña y fantástica
posibilidad de una coincidencia. Estaba segura
de que mi presentimiento acerca del señor
Sanders era absolutamente justificado. Aquel
hombre era un malvado. Y a pesar de que todos
sus fingimientos hipócritas no habían conseguido
engañarme, recuerdo haber pensado que fingía su
sorpresa y aflicción maravillosamente bien.
Parecían tan espontáneas, ya saben lo que quiero
decir. Debo admitir que, después de mi
conversación con el inspector, empecé a sentirme
invadida por la duda. Porque si Sanders había
sido el autor de aquel horrible crimen, yo no
podía imaginar razón alguna por la que debiera
haber vuelto por la escalera de incendios a
llevarse los pendientes de su esposa. No hubiera
sido lógico, y Sanders era un hombre muy
sensato, por eso lo consideré siempre tan
peligroso."
La señorita
Marple contempló unos instantes a su audiencia.
-¿Ven tal vez
adonde quiero ir a parar? En este caso creo que
estaba tan segura que eso me cegó y el resultado
me causó profunda sorpresa ya que se probó, sin
la menor duda posible, que el señor Sanders no
pudo cometer el crimen.
La señora
Bantry exclamó un “oh” de sorpresa y la señorita
Marple se volvió hacia ella.
-Ya sé,
querida, que no era eso lo que usted esperaba
cuando empecé mi historia. Yo tampoco lo
esperaba. Pero los hechos son los hechos y, si
se demuestra que uno se ha equivocado, hay que
ser humilde y volver a empezar de nuevo. Yo
sabía que el señor Sanders era un asesino en
potencia y nunca ocurrió nada que destruyera
esta opinión.
"Y ahora
supongo que le gustará saber lo que ocurrió en
realidad. La señora Sanders, como ya saben, pasó
la tarde jugando al bridge con unos amigos, los
Mortimer, a los que dejó a eso de las seis y
cuarto. De la casa de sus amigos al balneario
había un cuarto de hora paseando y algo menos a
buen paso. Debió regresar a las seis y media.
Nadie la vio entrar, de modo que debió hacerlo
por la puerta lateral y subir directamente a su
habitación. Allí se cambió (el traje chaqueta
que llevaba para jugar al bridge estaba colgado
en el armario) y se disponía a salir otra vez
cuando la golpearon. Es muy posible que no
llegara a enterarse de quién la golpeó. Tengo
entendido que un calcetín relleno de arena es un
arma eficiente. Eso hace pensar que su agresor
debía estar escondido en la habitación,
posiblemente en uno de los armarios, el que no
abrió.
"Ahora pasemos
a relatar los movimientos del señor Sanders.
Salió, como ya he dicho, a eso de las cinco y
media o un poco después. Realizó algunas compras
en un par de tiendas y, cerca de las seis, entró
en el Gran Hotel Spa, donde se reunió con dos
amigos, los mismos que más tarde lo acompañaron
al balneario. Estuvieron jugando al billar y
deduzco que también bebieron bastante whisky.
Esos dos hombres (se llamaban Hitchcock y
Spender) estuvieron con él desde las seis en
adelante. Vinieron caminando con él hasta el
balneario y sólo se separó de ellos para venir a
hablar conmigo y la señorita Trollope, y eso,
como les dije, fue cerca de las siete menos
cuarto, hora en que su esposa ya debía de estar
muerta.
"Debo decirles
que yo misma hablé con esos dos amigos y no me
gustaron. No eran ni simpáticos ni caballeros,
pero tuve la certeza de que decían absolutamente
la verdad al declarar que Sanders había pasado
todo el tiempo en su compañía.
"Luego se
averiguó otra cosa. Al parecer, durante la
partida de bridge, llamaron por teléfono a la
señora Sanders. Un tal señor Littleworth deseaba
hablar con ella. Pareció excitada y satisfecha
por algo. Casualmente, cometió un par de errores
importantes y se marchó antes de lo que
esperaban.
"Le preguntaron
al señor Sanders si sabía si aquel señor
Littleworth era una de las amistades de su
esposa, mas declaró que nunca había oído aquel
nombre. Y a mí me pareció, por la actitud de su
esposa, que ella tampoco debía saber gran cosa
de aquel Littleworth. Sin embargo, volvió del
teléfono sonriente y ruborizada, lo cual hace
suponer que quienquiera que fuese no dio su
verdadero nombre, y eso en sí parece sospechoso,
¿no creen?
"De todas
formas, el problema quedaba planteado así: O
bien era cierta la historia del ladrón, cosa
improbable, o bien la teoría de que la señora
Sanders se estaba preparando para ir a reunirse
con alguien. ¿Ese alguien entró en su habitación
por la escalera de incendios? ¿Hubo una pelea?
¿O la atacó a traición?"
La señorita
Marple se detuvo.
-¿Y bien?
-preguntó don Henry-. ¿Cuál es la solución?
-Me estaba
preguntando si la habría adivinado alguno de
ustedes.
-Nunca he sido
buena adivina -contestó la señora Bantry-. Me
parece una lástima que Sanders tuviera una
coartada tan maravillosa. Pero si a usted le
satisfizo, tenía que ser cierta.
Jane Helier
hizo una pregunta moviendo su hermosa cabecita.
-¿Por qué
estaba cerrada una puerta del armario?
-Qué
inteligente es usted, querida -dijo la señorita
Marple con el rostro resplandeciente-. Eso es lo
que yo me pregunté, aunque la explicación era
bien sencilla. En su interior había un par de
zapatillas bordadas y unos pañuelos de bolsillo
que la pobrecilla bordaba para su esposo como
regalo de Navidad. Por eso estaba cerrado y la
llave fue encontrada en su bolso.
-¡Oh! -dijo
Jane Helier-. Entonces, al fin y al cabo, no
tiene interés.
-¡Oh, claro que
sí! -replicó la señorita Marple-. Es
precisamente la única cosa interesante, lo que
hizo fracasar los planes del asesino.
Todos miraron a
la anciana.
-Yo no lo
comprendí hasta al cabo de dos días -dijo la
señorita Marple-. Le estuve dando vueltas y más
vueltas, y de pronto lo vi todo claro. Fui a ver
al inspector para pedirle que probara una cosa y
lo hizo. Le pedí que le pusiera el sombrero a la
pobre difunta, y no pudo, por supuesto. No le
cabía. ¿Comprenden?, no era suyo.
La señora
Bantry se sobresaltó.
-Pero, ¿no lo
tenía puesto al principio?
-En su cabeza
no.
La señorita
Marple se detuvo un momento para dejar que sus
palabras hicieran efecto, y luego continuó:
-Dimos por
hecho que aquel cadáver era el de la pobre
Gladys, pero no le miramos la cara. Recuerden
que estaba boca abajo y el sombrero le tapaba
completamente la cabeza.
-Pero, ¿fue
asesinada?
-Sí, más tarde.
En el momento en que nosotros avisábamos a la
policía, Gladys Sanders estaba viva.
-¿Quiere decir
que otra persona fingió ser la muerta? Pero sin
duda cuando usted la tocó...
-Era un cadáver
lo que yo toqué, desde luego -replicó la
señorita Marple en tono grave.
-Pero válgame
el cielo -dijo el coronel Bantry-, no es posible
deshacerse de un cadáver con tanta facilidad.
¿Qué hicieron después con el primero?
-Lo devolvió
-dijo la señorita Marple-. Fue una idea malvada,
pero muy inteligente, y se la dieron las
palabras que nos oyó decir en el salón. ¿Por qué
no utilizar el cadáver de la pobre Mary, la
doncella? Recuerden que la habitación de los
Sanders estaba entre las de los criados. Y la de
Mary estaba dos puertas más allá, y los de la
funeraria no irían a recoger el cadáver hasta
después de que anocheciera. Él contaba con ello.
Se llevó el cadáver por el balcón (a las cinco
era ya de noche) y lo vistió con un traje de su
esposa y su abrigo encarnado. ¡Y entonces
encontró cerrada con llave la puerta del armario
donde su esposa guardaba los sombreros! Sólo
podía hacer una cosa: coger uno de los sombreros
de la doncella. Nadie habría de notarlo. Dejó el
calcetín relleno de arena junto a ella y fue en
busca de sus amigos para establecer su coartada.
"Telefoneó a su
esposa dando el nombre de el señor Littleworth.
Ignoro lo que le diría, ella era tan crédula,
pero consiguió que abandonara su partida de
bridge y regresara antes para encontrarse con él
a las siete, junto a la escalera de incendios
del balneario. Probablemente diciéndole que le
reservaba una sorpresa.
"Regresó al
balneario con sus amigos y se las arregló de
modo que la señorita Trollope y yo
descubriéramos el crimen con él. Incluso hizo
ademán de querer dar la vuelta al cadáver ¡y yo
lo detuve! Luego se avisó a la policía y él
salió a lamentarse por los alrededores.
"Nadie le pidió
que presentara una coartada después del crimen.
Se reúne con su esposa, la hace subir por la
escalera de incendios y entrar en su dormitorio.
Tal vez le ha contado ya alguna historia para
explicar la presencia del cadáver. Ella se
inclina junto a él y Sanders la golpea con el
calcetín relleno de arena. ¡Oh, Dios mío!
¡Todavía me estremezco! Y la chaqueta la cuelga
en el armario y la viste con las ropas del otro
cadáver.
"Pero el
sombrero no le entra. La cabeza de Mary es
pequeña y, en cambio, Gladys Sanders, como ya he
dicho, llevaba un gran moño en la nuca. Por ello
se ve obligado a dejarlo junto a ella con la
esperanza de que nadie lo note. Luego vuelve a
llevar el cuerpo de la pobre Mary a su
habitación, donde la coloca de nuevo
decorosamente."
-Parece
increíble -dijo el doctor Lloyd-. Los riesgos
que llegó a correr. La policía podía haber
llegado demasiado pronto.
-Recuerde que
la línea telefónica estaba averiada -replicó la
señorita Marple-. Eso fue parte de su obra. No
podía arriesgarse a que la policía se presentara
demasiado pronto y, cuando llegaron, estuvieron
un buen rato en el despacho del gerente antes de
subir al dormitorio. Ésa era la parte más
peligrosa de su plan: que alguien notara la
diferencia entre un cuerpo que llevaba dos horas
muerto y otro que sólo llevaba media hora. Pero
confiaba en que las personas que habían
descubierto el crimen no fueran expertas en la
materia.
El doctor Lloyd
asintió.
-Se supuso que
el crimen había sido cometido a las siete menos
cuarto poco más o menos. Y en realidad lo fue a
las siete o pocos minutos después. Cuando el
forense examinó el cadáver, debían ser cuanto
menos las siete y media, y no podía precisarlo.
-Yo era la
única que podía haberse dado cuenta -dijo la
señorita Marple-. Cogí la mano de la muchacha y
estaba fría como el hielo. ¡Poco después el
inspector dijo que el crimen debía haberse
cometido poco antes de nuestra llegada y yo no
me di cuenta!
-Creo que se
dio usted cuenta de muchas cosas, señorita
Marple -replicó don Henry-. Ese caso ocurrió
antes de que yo ocupara mi cargo. Ni siquiera
recuerdo haberlo oído. ¿Qué ocurrió?
-Sanders fue
ahorcado -explicó la señorita Marple-. Nunca me
arrepentiré de haber ayudado a hacer justicia.
No tengo esos escrúpulos humanitarios que
rechazan la pena capital.
Su rostro se
dulcificó.
-Pero me he
reprochado a menudo amargamente no haber sabido
salvar la vida de aquella pobre joven. ¿Pero
quién hubiera escuchado a una pobre vieja? Vaya,
vaya, ¿quién sabe? Tal vez fuera mejor para ella
morir cuando era feliz que vivir luego
desgraciada y desilusionada en un mundo que de
pronto le hubiera parecido horrible. Ella amaba
a aquel canalla y confiaba en él. Nunca llegó a
descubrirlo.
-Bueno,
entonces -dijo Jane Helier- todo terminó bien.
Muy bien, quiero decir... -Se detuvo.
La señorita
Marple miró a la hermosa y célebre Jane Helier y
dijo asintiendo hacia ella amablemente:
-Comprendo,
querida, comprendo. |