En un baile de perros - El hombre de papel - A cara o cruz - Lluvia del porvenir - La negra flor - 37 grados - Annabel Lee - Luna de agosto - La mala hora - El canto del gallo
Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar
habitó una señorita cuyo nombre era Annabel Lee
y crecía aquella flor sin pensar en nada más
que en amar y ser amada, ser amada por mí.
Éramos sólo dos niños mas tan grande nuestro amor
que los ángeles del cielo nos cogieron envidia
pues no eran tan felices, ni siquiera la mitad
como todo el mundo sabe, en aquel reino junto al mar.
Por eso un viento partió de una oscura nube aquella noche
para helar el corazón de la hermosa Annabel Lee
y luego vino a llevársela su noble parentela
para encerrarla en un sepulcro en aquel reino junto al mar.
No luce la luna sin traérmela en sueños
ni brilla una estrella sin que vea sus ojos
y así paso la noche acostado con ella
mi querida hermosa, mi vida, mi esposa.
Nuestro amor era más fuerte que el amor de los mayores
que saben más, como dicen de las cosas de la vida
y ni los ángeles del cielo, ni los demonios del mar
separarán jamás mi alma del alma de Annabel Lee.
No luce la luna sin traérmela en sueños
ni brilla una estrella sin que vea sus ojos
y así paso la noche acostado con ella
mi querida, hermosa, mi vida, mi esposa.
En aquel sepulcro junto al mar
en su tumba junto al mar ruidoso.
Hace muchos, muchos años en un reino junto al mar
habitó una señorita cuyo nombre era Annabel Lee
y crecía aquella flor sin pensar en nada más
que en amar y ser amada, ser amada por mí.
Letra: Santiago Auserón (adaptación de Edgar
Allan Poe)
Música: Luis Auserón, Santiago Auserón, Enrique Sierra
El jaleo de los días de feria
ya se oía a un kilómetro del pueblo
y un extraño acento en el hablar
de los que halló por el camino.
Un coro de muchachas y una vieja
levantándose las faldas al bailar
y un jovencito de broma peligrosa
haciendo gala del orgullo local.
De los que dan dinero por la noche
para que nunca termine su canción
para que sude el músico ambulante
su condición de vagabundo.
Es ya la hora del aperitivo
y todavía no funciona el tiovivo
el músico buscó la acera en sombra
y la ventana donde olía a flor.
Tenga esta rosa blanca, señorita
a cambio de su negro pensamiento
¿por qué motivo temblaron sus labios?
¿vio en sus ojos el fondo de un volcán?.
Y mientras tanto corría la sangre
en la plaza, como un vino común
y las plumas de los gallos
por el aire volaban aún.
Quítese usted de en medio, forastero
que ya no quedan señoritas en el bar
ya cantó como el gallo de pasión
pero esta es mi canción
y el baile va a empezar.
El músico ambulante se agarró del vaso
y sintió que flotaba en la luz artificial
apuró el trago de madrugada
un borracho imitaba el canto del gallo.
Se deslizó por una callejuela
antes de que empezase a clarear
y al pasar por la ventana enrejada
suavecito empezó a silbar.
Pero nadie conocía la tonada
que era inventada para la ocasión
y se fue por el camino a contemplar
los desvelos de las últimas sombras.
Y caminando iba pensando que ganar
siempre es tentar a la otra cara de la suerte
y que por eso te hacen daño los huesos
cuando golpeas fuerte.
Y así se fue chasqueando los dientes
en memoria de algún actor
cuyo nombre se ha perdido
y que hacía de bandido
y sintió la alegría del olvido
y al andar descubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla.
Letra: Santiago Auserón
Música: Luis Auserón, Santiago Auserón, Enrique Sierra