Cuatro poemas de amor

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

Veinte poemas de amor y una canción desesperada

Pablo Neruda, 1923

Qué más da el sol que se pone o el sol que se levanta,
La luna que nace o la luna que muere.

Mucho tiempo, toda mi vida, esperé verte surgir entre las nieblas monótonas,
Luz inextinguible, prodigio rubio como la llama;
Ahora que te he visto sufro, porque igual que aquéllos
No has sido para mí menos brillante,
Menos efímero o menos inaccesible que el sol y la luna alternados.

Mas yo sé lo que digo si a ellos te comparo,
Porque aun siendo brillante, efímero, inaccesible,
Tu recuerdo, como el de ambos astros,
Basta para iluminar, tú ausente, toda esta niebla que me envuelve.

Los placeres prohibidos

Luís Cernuda, 1931

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
Lámparas y la línea de Durero,
Las nueve cifras y el cambiante cero,
Debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
Sutil midió la suerte de la almena
Que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
De la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
Y mi ventura, inagotable y pura.

Historia de la noche

Jorge Luís Borges, 1977.

Por eso tú,
quieta así, contemplándote,
casi escrutándote, queriendo en la noche mirar muy despacio el color de tus ojos.
Cogiendo tu cara con mis dos manos mientras tendida aquí yaces,
a mi lado, despierta, despertada, muda, mirándome.

Hundirme en tus ojos. Has dormido. Mirarte, contemplarte sin adoración, con seca mirada. Como no puedo mirarte.
Porque no puedo mirarte sin amor.
Lo sé. Sin amor no te he visto.
¿Cómo será tú sin amor?
A veces lo pienso. Mirarte sin amor. Verte como serás tú del otro lado.
Del otro lado de mis ojos. Allí donde pasas,
donde pasarías con otra luz, con otro pie,
con otro ruido de pasos. Con otro viento que movería tus vestidos.
Y llegarías. Sonrisa... Llegarías. Mirarte,
y verte como eres. Como no sé que eres.
Como no eres... Porque eres aquí la que duerme.
La que despierto, la que te tengo.
La que en voz baja dice: "Hace frío." La que cuando te beso murmura
casi cristalinamente, y con su olor me enloquece.
La que huele a vida,
a presente, a tiempo dulce,
a tiempo oloroso.
La que señalo si extiendo mi brazo, la que recojo y acerco.
La que siento como tibieza estable,
mientras yo me siento como precipitación que huye,
que pasa, que se destruye y se quema.
La que permanece como una hoja de rosa que no se hace pálida.
La que me da vida sin pasar, presente,
presente inmóvil como amor, en mi dicha,
en este despertar y dormirse, en este amanecer,
en este apagar la luz y decir... Y callarse,
y quedarse dormido del lado del continuo olor que es la vida.

Historia del corazón

Vicente Aleixandre, 1954.