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Es muy diferente. Es ella, la venida del mar.
Y ella también se acaba de la misma manera. También ella. Está bien. Son olas de este mar.
Querida mía, quizás tú seas verdaderamente la mejor -la verdadera. Pero ya no tengo tiempo de decírtelo, de hacértelo saber -y además, si todavía pudiese, queda la prueba, la prueba, el malogro.
Veo hoy claramente que desde los 28 hasta hoy siempre he vivido bajo esta sombra -alguien la llamaría un complejo. Diga sin embargo que es algo mucho más sencillo.
También tú eres la primavera, una elegante, increíblemente dulce y flexible primavera, suave, fresca, esquiva -corrompida y buena-, "una flor del dulcísimo valle del Po", diría quien yo sé.
Y sin embargo tú eres sólo un pretexto. La culpa, después de mía, es sólo de la "inquieta acongojada que sonríe ella sola".
¿Por qué morir? Nunca he estado tan vivo como ahora, nunca tan adolescente.
Nada se suma al resto, al pasado. Volvemos a empezar siempre.
Un clavo saca a otro clavo. Pero cuatro clavos hacen una cruz.
Mi papel público lo he hecho hasta donde he podido. He trabajado, he regalado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.
Los suicidios son homicidios tímidos. Masoquismo en vez de sadismo.
El placer de afeitarme después de dos meses de cárcel -de afeitarme yo, delante de un espejo, en una habitación del hotel, y fuera estaba el mar.
Es la primera vez que hago balance de un año todavía no terminado.
En mi oficio soy rey.
En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas de entonces!
Nunca he estado más desesperado y perdido que entonces. ¿Qué he conseguido? Nada. He ignorado durante unos años mis taras, he vivido como si no existiesen. He sido estoico. ¿Era heroísmo? No, no me ha costado nada. Y luego, al primer asalto de la "inquieta acongojada", he vuelto a caer en las arenas movedizas. Desde marzo me debato en ellas. No importan los nombres. ¿Son algo más que nombres al azar, nombres casuales -si no aquellos, otros? Queda que ahora sé cuál es mi más alto triunfo -y a este triunfo le falta la carne, le falta la sangre, le falta la vida.
No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora.
Éste es el balance del año no acabado, que no acabaré.
¿Te asombra que los demás pasen a tu lado y no sepan, cuando tú pasas al lado de tantos y no sabes, no te interesa, cuál es su pena, su cáncer secreto?
Siempre sucede lo más secretamente temido.
Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?
Basta un poco de valor.
Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea de suicidio.
Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.
Todo esto da asco.
No palabras. Un gesto. No escribiré más.