Napoleón
vivió durante sus primeros años en un ambiente familiar de
carácter patriarcal en el que hermanos, abuelos, tíos,
primos, y una cohorte de sirvientes y criados le dieron un
claro sentido de la jerarquía y de la autoridad y le
habituaron a una cierta inclinación por los fastos. La
familia Bonaparte había tomado parte en los movimientos de
resistencia cuando la isla fue anexionada a Francia. Pero eso
no fue obstáculo para que el padre de Napoleón hiciese un
movimiento de aproximación a los nuevos dominadores después
de la derrota de los corsos en Ponte Nuovo (1769), lo que le
granjeó la confianza del gobernador francés. Como
representante de la nobleza de la isla ante el rey, pudo
conseguir que el joven Napoleón entrase en la Escuela Militar
de Brienne con una beca, y posteriormente que completase sus
estudios en la Escuela Militar del Campo de Marte, en París.
De sus años de internado sólo se sabe que se sentía extraño,
tan alejado de su casa y de los suyos, y que no sobresalió
especialmente por su nivel en los estudios. Sin embargo, algo
debió destacar ya entonces cuando su profesor de historia
escribió de él lo siguiente: "Irá lejos si las
circunstancias le favorecen". Cuando salió de la Escuela
Militar -en el puesto 42 de los 58 de su promoción- fue
destinado al regimiento de La Fère-Artillerie con el grado de
segundo teniente. A partir de entonces comenzó un peregrinaje
de ciudad en ciudad para cubrir diversos destinos -Valence,
Lyon, Douai, Auxonne- en los que llevó una vida monótona y
rutinaria en los respectivos cuarteles donde se limitaba a
repetir ejercicios militares. No obstante, parece ser que
estos años fueron decisivos para la formación de su
personalidad a causa, sobre todo, de la intensa dedicación a
la lectura en sus muchos ratos de ocio en las distintas
guarniciones. Desde las obras de Rousseau,
Mably, Voltaire, Mirabeau, Necker,
hasta los libros referentes a las tácticas militares y
especialmente a la artillería, todas esas lecturas
contribuyeron a enriquecer sus conocimientos, si bien un tanto
desordenadamente. Las notas al margen con las que
frecuentemente comentaba algunos de los pasajes de lo que
estaba leyendo, revelan una atención especial hacia los
sentimientos que inclinaban a los hombres a la búsqueda de la
felicidad, del amor, o de la crueldad, así como hacia las
instituciones o hacia las prerrogativas de la monarquía y de
la nobleza.
Para su biógrafo Calvet, Napoleón Bonaparte entró
en contacto, entre los dieciséis y los veinte años, con los
hombres del pasado y del presente, de los que le separaban las
dificultades de la vida, a través de la lectura. Después de
la muerte del padre de Napoleón, la familia Bonaparte atravesó
por graves dificultades económicas. Sus hermanos tuvieron que
afrontar numerosos problemas para salir adelante en sus
estudios, aunque al final, José pudo terminar su carrera de
abogado, Luisa pudo ingresar en la Escuela de Saint-Cyr,
Lucien en la Escuela Militar de Brienne y Luis en un colegio
francés. Las mayores dificultades se presentaron, no obstante,
por la actividad política de los Bonaparte a raíz del
estallido de la Revolución. El abogado José y el teniente
Napoleón se lanzaron a la lucha política en Córcega hasta
que el primero consiguió un escaño en el Consejo General de
la isla y el segundo fue elegido teniente coronel de la
Guardia Nacional. La participación de ambos en las luchas
revolucionarias y la denuncia que Lucien Bonaparte hizo en el
club de los Jacobinos de Toulon del héroe de la independencia
corsa, Paoli, obligaron a Napoleón y a toda su familia a huir
a Francia en junio de 1793, para evitar las represalias de los
paolistas. En Marsella, donde se refugiaron, Mme. Bonaparte
conoció a un comerciante, Clary, con el que compartió el
resto de su vida. La hija de éste, Desirée Clary, mantuvo
relaciones amorosas con Napoleón, aunque más tarde casaría
con Bernadotte,
llegando a ser reina de Suecia. Las circunstancias que
motivaron la salida de Córcega por parte de Napoleón,
cortaron definitivamente su relación con la isla y las
aspiraciones independentistas que había mostrado en algún
momento de su juventud. A su vuelta de Córcega, Napoleón
entró a servir como capitán en el 4.° regimiento de
artillería de Niza. En aquella época escribió un curioso opúsculo
titulado Le Souper de Beaucaire, en el que mediante el diálogo
entre un burgués de Nimes, un fabricante de Montpellier y un
negociante de Marsella, trataba de persuadir a los girondinos
de la importancia de la causa de la Montaña. Sin embargo, hasta entonces, Napoleón no había
participado de una manera directa en las campañas del ejercito
revolucionario contra su enemigo.
Su primera experiencia en este sentido sería
en el asedio de Tolón en el que demostraría por primera vez
sus dotes militares y se daría a conocer en los medios
castrenses. El puerto de Tolón había sido tomado por la
flota inglesa y Napoleón, que ya había sido nombrado
comandante, propuso la toma del fuerte de L`Eguillette y en
una audaz maniobra consiguió poner bajo el tiro de su
artillería a los navíos británicos y a los españoles, que
tuvieron que abandonar aquellas aguas. Aquella acción,
culminada el 17 de diciembre de 1793, le valió el
nombramiento de general de brigada y le llevó al ejército
que operaba en la frontera de Italia. El golpe de Termidor dio lugar a una depuración de los elementos más
exaltados, a la que no escapó el joven militar corso a causa
de la colaboración que había mantenido con los montañeses más
radicales. Aunque en realidad Napoleón no se sentía ideológicamente
ligado a ningún grupo político en particular, fue acusado de
haber participado en una intriga en Génova y encarcelado en
Antibes. Aunque fue puesto en libertad a las pocas semanas,
siguió levantando las sospechas de los girondinos que veían
en él a un peligroso militar terrorista. Barras fue quien le
sacó del ostracismo y le encomendó el mando del ejército
del Interior para mantener el orden frente a la creciente
actividad de los realistas (Vendimiario
de 1795). La operación que dirigió el 5 de octubre contra
los insurrectos que se habían hecho fuertes en la iglesia de
Saint-Roch, en las proximidades de las Tullerías, le valió
el reconocimiento del gobierno. A partir de ese momento, su
ascenso no conocería nuevas interrupciones. En París,
frecuentó los círculos de la alta sociedad y en casa del
Director Barras conoció a la joven Josefina de Beauharnais, viuda del general vizconde de Beauharnais,
que había sido diputado de la nobleza en los Estados
Generales y presidente de la Constituyente antes de ser
guillotinado en 1794. Napoleón quedó pronto seducido por la
atractiva vizcondesa, aunque como muy bien señala Georges Lefèbvre,
el general debió ver también en ella la influencia que podía
adquirir con su relación. El 9 de marzo de 1796 contrajo con
ella matrimonio civil y dos días más tarde salía para
unirse al ejército de Italia como comandante en jefe. Las
campañas de Italia dieron fama a Napoleón en Francia y en
toda Europa cuando aún no había cumplido los treinta años.
Su mayor mérito consistió en reorganizar y disciplinar a un
ejército mal dotado, dándole la coherencia y la rapidez de
acción necesarias para llevar siempre la iniciativa y saber cómo
y cuándo tenía que actuar en el campo de batalla. El
calificativo que tan frecuentemente se le ha aplicado de genio
de la guerra no constituye ninguna exageración si se tiene en
cuenta la facilidad con la que venció a sus enemigos en
catorce batallas consecutivas. Sus victorias en Lodi, Arcola y
Rivoli han quedado como ejemplos en los textos que enseñan el
arte de la guerra, por la inteligente concepción en el
despliegue de las tropas y por la audacia en la ejecución de
los movimientos. En efecto, Napoleón revolucionó la forma de
hacer la guerra y modernizó la organización del ejército.
Durante el Antiguo Regimen se había desarrollado un ejército articulado
que se desplazaba en fila y que era incapaz de abarcar un
terreno extenso y por consiguiente de obligar al enemigo a
aceptar batalla o de maniobrar si la operación era defensiva.
Con la Revolución, aumentaron los efectivos del ejército y
comenzó la guerra de masas. Los generales se vieron obligados
a partir sus contingentes en divisiones para hacerlos más
manejables. Durante el Directorio se creó una unidad llamada
cuerpo de ejército, formado por una cantidad que oscilaba
entre los 14.000 y los 40.000 soldados, que a su vez estaba
integrada por varias divisiones. Napoleón, en la campaña de
Marengo diseñó un cuerpo de ejército, compuesto por dos o
tres divisiones, con una caballería escasa y constituida en
su mayoría por cuerpos independientes, y una reserva de
artillería bajo el mando directo del jefe supremo. Pero fue
en la maniobra de este ejército donde Napoleón mostró su
verdadero genio militar. Desplegaba a sus soldados de tal
manera que el enemigo no pudiera desenvolverse fácilmente,
pero al mismo tiempo los ponía tan cerca unos de otros, que
resultaba fácil reagruparlos en el momento de la batalla. Por
otra parte, orientaba a los distintos cuerpos hacia un punto
situado detrás del frente enemigo, de forma que al avanzar
hacia él envolvían al ejército que tenía delante. De todas
formas, la estrategia napoleónica no era excesivamente rígida,
pues aunque tenía sus principios, dejaba un porcentaje alto a
la imaginación y a la improvisación de acuerdo con las
circunstancias concretas y el escenario donde había de
desarrollarse la acción. La sorpresa era una de las bazas que
le gustaba jugar y para ello tenía que desplegar sus
movimientos en secreto. En el campo de batalla prefería
desgastar al enemigo mediante el ataque a sus flancos o a su
retaguardia y con el menor desgaste posible por su parte. Con
la artillería contribuía a rebajarla moral del enemigo, y
cuando creía que estaba á punto de caer era cuando lanzaba
sus tropas frescas para que terminasen con él. La destreza de
Napoleón en el arte de la guerra no fue suficiente, sin
embargo, para triunfar en todos los frentes a los que le llevó
su deseo expansionista. Había una limitación importante, y
ésta venía determinada por los recursos económicos
disponibles para sostener las campañas. Mientras que el
teatro de operaciones se desarrolló en Italia, donde las
distancias eran cortas y el abastecimiento no planteaba
grandes problemas, pues además la fertilidad del suelo permitía
al ejército rehacerse sin graves dificultades, Napoleón pudo
acrecentar su prestigio. Los problemas comenzaron cuando las
distancias se hicieron mayores en Alemania, en Polonia y,
sobre todo, en Rusia. Las marchas se convirtieron en algo
agotador y el abastecimiento se hizo cada vez más inviable.
La necesidad de distribuir a las tropas por esos inmensos
territorios, dispersó al ejército que, además, se vio
castigado duramente por la rigurosidad del clima. "La
estrategia napoleónica -afirma Lefèbvre- no consiguió
armonizarse perfectamente con las condiciones geográficas que
su origen, totalmente mediterráneo, no le permitían prever".
Napoleón se convirtió pronto en un mito de la Historia. La
bibliografía existente sobre el personaje y la época es
desbordante. Ya en 1933, el historiador Jacques Bainville
escribía que una bibliografía napoleónica algo completa debía
constar al menos de 10.000 volúmenes, y que lo esencial no se
reunía en menos de 500. Hoy sabemos que hay más de 70.000
libros dedicados a la figura de Napoleón. A pesar de ello,
Georges Lefèbvre, quizá su mejor biógrafo, ha sabido
resumir perfectamente en pocas líneas su personalidad y a sus
palabras nos remitimos: "Pequeño y bajo, bastante
musculoso, rojizo y todavía seco a los treinta años, el
cuerpo endurecido y siempre listo. La sensibilidad y la
resistencia de los nervios son admirables, los reflejos de una
prontitud asombrosa, la capacidad de trabajo ilimitada; el sueño
viene cuando se le ordena. Y ahora al reverso: el frío húmedo
provoca la opresión, la tos, la disuria; la contrariedad
despierta gran cólera; el exceso de trabajo, a pesar de los
baños calientes y prolongados, de una extrema sobriedad, de
un uso moderado pero constante de café y de tabaco, engendra
a veces breves desfallecimientos que llegan, incluso, al
llanto.
El cerebro de Napoleón, es uno de los más perfectos que han
existido: la atención siempre despierta, remueve
infatigablemente los hechos y las ideas; la memoria los
registra y los clasifica; la imaginación juega libremente y,
por una tensión permanente y secreta, inventa sin fatigarse,
los asuntos políticos y estratégicos que se manifiestan en
iluminaciones repentinas, comparables a las del matemático y
del poeta, con preferencia durante la noche, en un repentino
despertar, lo que él mismo llama la llamada moral, la
presencia del espíritu de después de media noche. Este ardor
espiritual ilumina, por medio de los ojos fulgurantes el
rostro aún sulfurado, a su recuerdo del Corso de los cabellos
lisos... El se hacía justicia: yo soy incluso un buen hombre;
y es verdad; se mostró generoso e incluso amable para
aquellos que trataba de cerca... Organización física y
cerebral que ocultan ese irresistible impulso hacia la acción
y la dominación que se llama su ambición. Él lo ha visto
claro en sí mismo: Se dice que soy ambicioso, se equivocan;
no lo soy, o al menos mi ambición está tan íntimamente
unida a mi ser que no puede separársele". Sin duda su
popularidad fue un factor decisivo en su decisión de abordar
el 18 de Brumario del año VIII de la Revolución
(9 de noviembre de 1799), instaurando una dictadura moderada
en la que, legalmente, el poder le era concedido por el pueblo
a un triunvirato formado Sieyes,
Ducos y él mismo. Más tarde se proclamó primer consul,
cargo que le facultaba para desempeñar el poder durante diez
años. En esta etapa, su organización administrativa legó
profundos cambios, creando estructuras de gobierno que aun
permanecen en la actualidad, como el Consejo de Estado, las
prefecturas o la reforma judicial. Además, consiguió acabar
con las guerras civiles que asolaban Francia y emprendió un
programa económico que permitió enjugar el déficit del país.
En política exterior, consiguió vencer a Austria en la
batalla de Marengo (1800), logrando un año más tarde la
firma de una ventajosa paz (Lunéville). Ese mismo año de
1801 normalizó las relaciones con el Papado, muy resentidas y
deterioradas tras los cambios en materia religiosa introducidos por la Revolución.
Gracias a esto, logró hacerse coronar emperador el 2 de
diciembre de 1804 por el papa PioVII en la misma catedral de Nôtre-Dame, ciñéndose él
mismo, en un gesto cargado de unas nada despreciables
connotaciones simbólicas, la corona imperial. Napoleón y
Francia se veían a sí mismas, con este acto, en la cumbre máxima
del poder.
La expansión imperial francesa, mientras tanto, mantenía
abiertos varios frentes. Las ansias hegemónicas y su agresiva
política belicista provocó la reacción de los demás
estados, formándose una coalición de potencias -Gran Bretaña,
Austria y Rusia-, para frenar a las tropas francesas. Si bien
por mar las cosas no fueron bien para Napoleón, dado el
aplastante poderío naval británico (derrotas en Abukir y
Trafalgar), por tierra su dominio táctico y la preparación
de sus generales y soldados le hizo obtener brillantes
victorias (Ulm, Austerlitz, Jena, Auestardt, Friedland, etc.).
La decisión de aislar a su principal y más peligroso enemigo,
Gran Bretaña, mediante un bloqueo continental, le hizo dirigir sus miras hacia
España
y Portugal. Rápidamente consiguió Napoleón imponer a su
hermano José en el trono español, aprovechando la debilidad
de los borbones CarlosI V y Fernando VII y realizando una hábil política de intrigas entre
ambos. Sin embargo, a partir de 1808 se sucedieron los
levantamientos populares, al mismo tiempo que una táctica
militar desacostumbrada -la guerra de guerrillas-, ponía en
serios apuros a las tropas francesas en suelo español hasta
el punto que el mismo Napoleón hubo de trasladarse para
dirigir las operaciones. Un año más tarde, al no tener hijos
de su matrimonio con Josefina, estéril desde los treinta y
cinco años, se hizo efectiva la separación y declarada nula
la unión. Deseoso de tener un heredero, rápidamente concertó
su segundo matrimonio, esta vez con una princesa austriaca,
María Teresa, hija del emperador FranciscoI. La unión se hizo posible como acuerdo establecido en
la paz de Viena, firmada tras la derrota austriaca en la
batalla de Wagram. El 20 de febrero de 1811 nacía por fin su
anhelado heredero, Francisco Carlos José Bonaparte, destinado
a suceder a su padre al frente de un imperio que comprende la
mitad de Europa y que incluye, además de Francia, las
anexionadas Bélgica, Holanda y la margen izquierda del Rhin.
Además, Napoleón gobierna en la Confederación Helvética,
la del Rhin y el Reino de Italia, sin olvidar los estados que
controla mediante la imposición de algún familiar o
colaborador, como el Reino de Nápoles, gobernado por el
mariscal Murat,
o España, por su hermano José. El gigante ruso marcará el
principio del fin Napoleonico.
En 1812 emprende su conquista haciendo
cruzar territorio polaco un ejército de más de 500.000
hombres, obligando a los ejércitos del zar Alejandro I a replegarse y practicar una política de tierra quemada
que, a la postre, fue uno de los factores decisivos de la
derrota francesa. Las victorias menores de Napoleón en
Smolensko y Borodino le permitieron entrar en Moscú, que debió
rápidamente abandonar por la falta de provisiones y
avituallamiento. La retirada fue cruel y penosa para los ejércitos
franceses, acosados por el enemigo, el extremo invierno ruso y
el desánimo. Sólo 18.000 soldados consiguieron llegar a
Polonia y, lo que fue peor aun para el Emperador francés,
quedó abierto el camino para su derrota definitiva. Las
victorias de la coalición antifrancesa comienzan desde
entonces a ser habituales, comenzando por España, de donde
son desalojados, y continuando por la misma invasión de
Francia, que culmina con la entrada en París de los aliados
el 31 de marzo de 1814 y la abdicación del mismo Napoleón 6
días más tarde. Tras la derrota militar, el otrora mayor
soberano europeo quedó confinado en la isla de Elba, si bien
su destierro fue momentáneo. Su popularidad aun no había
decaído en Francia y era muchos los que anhelaban su vuelta.
Así, sin mayores dificultades, consigue recuperar el poder en
febrero de 1815. Inaugura un período denominado los cien dias en que, aclamado por las multitudes, prepara de
nuevo a sus tropas para la conquista. Sin embargo, esta vez el
fracaso será definitivo, cosechando en la batalla de Waterloo una calamitosa derrota. Tras entregarse a los
británicos, huyendo de la persecución a que era sometido por
parte de los prusianos, fue de nuevo confinado a una isla,
esta vez Santa Elena. Así, tras escribir sus memorias, el 5
de mayo de 1821 falleció de causas que aun despiertan
controversia entre los especialistas. Tradicionalmente
atribuida su muerte a una úlcera que le provocó un cáncer
de estómago, análisis toxicológicos de sus cabellos parecen
demostrar que sufrió un envenenamiento por arsénico
continuado, probablemente ordenado por la coalición antimonárquica,
que temía una nueva intentona por recuperar el poder. Cierta
o no la teoría, con Napoleón murió uno de los grandes
personajes de la Historia y uno de los mayores genios en el ámbito
de la estrategia militar.