Carlos Manuel Rodríguez nació en Caguas, Puerto Rico,
el 22 de noviembre de 1918, hijo de Manuel Baudilio Rodríguez y Herminia
Santiago, ambos de familias numerosas, sencillas y de gran arraigo
cristiano. Fue bautizado en la Iglesia Dulce Nombre de Jesús en
Caguas el 4 de mayo de 1919. Fue el segundo de cinco
hermanos: dos
hermanas se casaron, otra es religiosa Carmelita de Vedruna y su único
hermano es sacerdote benedictino y Primer Abad puertorriqueño.
Cuando "Charlie" tenía seis años, un voraz
incendio consumió la modesta tienda del papá y la vivienda de su
familia. Como
resultado, perdieron todo y se vieron precisados a mudarse a casa de los
abuelos maternos. Aquí, Carlos Manuel vino en estrecho contacto con
su abuela Alejandrina Esterás, una "santa mujer" al decir de
quienes la conocieron. Manuel Baudilio, el padre, sufrió con
resignación, sin perder su fe esta perdida y tras una larga enfermedad,
murió en 1940. Doña Herminia, al no estar en su casa propia se
impuso a sí y a sus hijos un celoso respeto y hasta cohibición, de quien
está en casa ajena. Esto influyó en el carácter reservado y
tímido de sus hijos. Pero Herminia tenía la virtud de la serena
alegría iluminada por la fe dada su familiaridad con el Señor
en la Eucaristía diaria. Es así como las primeras lecciones en la
fe católica y las vivencias de esa fe las recibe y experimenta Carlos
desde muy temprano en el seno de su propia familia. A los seis años
comenzó su vida escolar en el Colegio Católico de Caguas, en donde
permaneció hasta octavo grado.
Allí conoció a las Hermanas de Notre Dame y cultivó
una especial amistad con ellas durante toda su vida. Bajo la tutela
de éstas y de los Padres Redentoristas, desarrolla su primera educación
formal, humanística y religiosa; recibe a Cristo por vez primera en la
Sagrada Eucaristía que marcaría un amor para siempre; se hace monaguillo
y posiblemente siente el llamado inicial a una vida de entrega total a
Cristo. Como monaguillo, empieza a degustar las riquezas de la fe a
través de la sagrada liturgia de la Iglesia.
Se gradúa de octavo grado en 1932, siendo el primer
honor de su clase y obteniendo la medalla de religión. Pasa entonces
a cursar estudios en la escuela superior pública Gautier Benítez en
Caguas. Durante el segundo semestre de ese curso escolar empieza a
notar los primeros síntomas de una enfermedad que sugería un trastorno
gastrointestinal: colitis ulcerosa. Este habría de causarle
muchísimos inconvenientes por el resto de su vida, y se iría agravando
paulatinamente. Ello jamás llegó a doblegar su espíritu de entrega
a Cristo y a Su Iglesia.
Más tarde, renueva su contacto con las Hermanas de
Notre Dame y los Padres Redentoristas, esta vez en la Academia Perpetuo
Socorro en el sector Miramar de San Juan, donde cursa su tercer año de
Escuela Superior (1934-35), pero su salud le impide continuar. Vuelve
a Caguas, trabaja por algún tiempo y por fin termina ambos cursos, el
comercial y el científico, en su cuarto año en la Gautier Benítez en
1939.
Se desempeña como oficinista hasta 1946, cuando decide
iniciar estudios hacia un bachillerato en la Universidad de Puerto Rico
(UPR)
en Río Piedras, y logra completar un año. En 1947, a pesar de haber
aprobado con excelentes calificaciones todas las materias y pese a su amor
por los estudios, una vez más su salud le impide estudiar
formalmente: esta
vez, de manera definitiva. Sin embargo los estudios jamás terminaron
para "Charlie", como ya empezaban a llamarlo sus amigos en la
UPR. Él era un lector voraz. Todo le interesaba: las artes,
las ciencias, filosofía, religión, música... De hecho, tomó
clases de piano tan sólo un año, pero su interés le llevó a continuar
por sí solo, hasta tocar no sólo el piano, sino además, el órgano de
la Iglesia... ¡La música sacra que tanto aprendió a amar!
Otro de sus grandes amores era la Naturaleza. Desde
niño acostumbraba pasar las vacaciones de verano en el campo. Solía
ir con hermanos y primos de pasadía, al río o a la playa. Ya de
adulto organizaba junto a sus hermanos, caminatas de un día al campo;
ligero de equipaje, frugal el alimento, pero abundante el deseo de
comulgar con la creación entera.
Carlos Manuel trabajó como oficinista en Caguas,
Gurabo y en la Estación Experimental Agrícola, adscrita a la UPR de Río
Piedras, donde además traducía documentos. Empleaba casi todo
su modesto salario en promover el conocimiento y el amor a Cristo,
especialmente a través de la Sagrada Liturgia. Por eso, se afanaba
en traducir artículos que leía sobre la materia y que él editaba para
nutrir dos publicaciones a manera de folletos mimeografiados, Liturgia y
Cultura Cristiana, tarea a la que dedicaba incontables horas de
trabajo.
Cada vez más convencido de que la liturgia es la vida
de la Iglesia (a través de la oración, la Proclamación de la Palabra,
la Eucaristía y los misterios de Cristo o sacramentos), organiza en
Caguas un "Círculo de Liturgia" junto al P. McWilliams y luego,
en 1948, funda junto al P. McGlone el coro parroquial Te Deum
Laudamus.
En Río Piedras, donde sus hermanos Pepe y Haydée eran
ya profesores de la UPR, Carlos realiza su ardiente deseo de dar a conocer
a Cristo entre profesores y estudiantes de ese centro docente. Al
ampliarse el grupo de sus "discípulos" se mueve con ellos al
Centro Universitario Católico, organiza otro Círculo de Liturgia (más
tarde llamado Círculo de Cultura Cristiana). Continúa con sus
publicaciones y organiza y da forma a sus célebres "Días de Vida
Cristiana" junto con los universitarios a quienes desea que entiendan
y gocen los tiempos litúrgicos. Participa en paneles sobre diversos
temas, siendo él el portaestandarte de la vida litúrgica y el sentido
pascual de la vida y la muerte en Cristo. Organizó grupos de discusión
en varios pueblos y participó en la Cofradía de la Doctrina
Cristiana. Otras
organizaciones católicas en las cuales participó fueron la Sociedad del
Santo Nombre y los Caballeros de Colón. Impartió catequesis a
jóvenes de escuela superior, aportando él todo el material que
mimeografiaba sin descanso para suplir las limitaciones económicas de sus
jóvenes alumnos. Defendió y promovió con fervor extraordinario
entre obispos, clero y seglares, la renovación litúrgica de la Iglesia a
través de la participación activa de los fieles, el uso del vernáculo
y, muy especialmente de la observancia de la Vigilia Pascual, felizmente
restaurada por SS Pío XII, para regocijo de "Charlie". Todo
ello, antes del Concilio Vaticano II, de ahí que se le llame apóstol
pre-conciliar de lo que vino a ser
Sacrosanctum concillium
.
Muchos testimonian su desarrollo vital de la fe gracias
a la formación que le impartió Carlos Manuel unido a su modelo de
entrega y servicio. Varios otros agradecen a su ardiente celo por
Cristo el haber despertado en ellos su vocación religiosa. Quienes
lo buscaban para aclarar sus dudas o conseguir el fortalecimiento de su
fe,
no quedaban defraudados. Acercarse a Carlos Manuel era como allegarse
a una luz que va iluminando cada vez más la perspectiva y el sentido de
la vida a medida que se le conocía mejor. La alegría cierta de la
Pascua traslucía siempre en su mirada y en su sonrisa y una notable
fortaleza espiritual trascendía su frágil figura. La firme
convicción de su fe vencía su natural timidez y hablaba con la seguridad
de Pedro en Pentecostés. A pesar de su salud quebrantada por tantos
años, ninguna queja nubló la alegría con que enfrentaba la vida y nos
recordaba que el cristiano ha de ser alegre porque vive la alegría y la
esperanza que Cristo nos regaló con Su Pascua: VIVIMOS PARA ESA
NOCHE.
Sus fuerzas físicas decaían, pero jamás su espíritu
se doblegó. Vivía cada momento superando calladamente su dolor con
el gozo profundo de quien se sabía resucitado. Minada finalmente su
salud por la enfermedad que se diagnosticó como un cáncer terminal del
recto, tras una larga operación en marzo de 1963, padeció "la noche
oscura de la fe" pensándose abandonado de Dios. Antes de morir,
re-encontró con emoción la Palabra que estuvo perdida, la que le
había dado sentido a su vida. Su paso a la vida eterna fue el 13 de
julio de 1963. Tenía 44 años. "El 13 es buen día"
– había dicho antes, sin que tuviésemos noción de lo que ello
significaba. Ahora sabemos.
El Proceso de Carlos fue meteórico: Iniciado en
1992, su positio sobre virtudes heroicas llevó a que se le declarase
Venerable el 7 de julio de 1997. El milagro, para su beatificación
(curación
de un linfoma maligno no-Hodgkins en 1981) fue aprobado por SS Juan Pablo
II el 20 de diciembre de 1999: ¡En tiempo récord (tan solo ocho
años) y por actores laicos!