Luis Palés Matos

El Baquiné

 

El Baquiné (con el niño muerto sobre la mesa) se celebraba en un ambiente festivo musical de coros y estribillos con una guaracha al estilo de los aguinaldos navideños si era en la montaña y con tambores y un estilo africanizado si era en las costas. Arriba un Baquine de campo adentro.

 

Proyecto Salón Hogar

{"El Baquiné" es un texto narrativo que dialoga con el poema "Falsa canción de baquiné" y donde Palés vierte el recuerdo de su niñez de principios de los 1900's, cuando estuvo en un velorio de un recién nacido, en las costas Guayama.


EXTRACTO


--Concluido el rosario comienzan las canciones de baquiné. Son canciones con aire y cadencia de villancicos navideños. En ellas se ponderan las virtudes del niño, los desvelos de la madre por curarlo, y se exorcisan a los espíritus malignos que embrujaron su cuerpo.

Zape, zape, zape,
espíritu malo;
vuélvete a la sombra
de donde has llegado.

--El Gran Ciempiés, en modulado tono de barítono y con gestos y visajes de exorcista, dice la estrofa completa y la multitud le corea cantando los dos versos finales. A las voces agudas de las mujeres, opónese, en armonioso contrapunto, el acento grave y viril de los hombres.

Su madre le daba
teses de curía,
a ver si su hijo
no se le moría.

Traigan la pareja
de caballos blancos,
para conducirlo
hasta el camposanto.

Echen en la fosa
para que no jieda,
jazmines y nardos,
lirios y azucenas.

--Los cantores vuelven invariablemente sobre las estrofas en tan prolija reiteración que el acto va adquiriendo una fatigante monotonía.
--Pero el Gran Ciempiés es un maestro consumado de su arte. A un brusco ademán de su diestra al coro para en seco cual luz que apaga un conmutador. Ritmo y tema cambian de inmediato. Del difunto se pasa al amor y a los sucesos del ordinario acontecer.

En la cabeza le pusieron
un adornito singular,
y su mujer que lo veía
a todo el mundo le decía:
-Póngale más, póngale más-

Carrillo, carrillo,
carrillo del mar.
¿Dónde te metiste
cuando el temporal?

Si quieres un hombre,
a que beba dale
agua de melao
como lo que tú sabes.
Y si no lo quieres,
para que se vaya
túmbale el melao
y déjale el agua.

--La sesión se prolonga a lo largo de la noche, con breves intermedios en los que se reparten golosinas y corre liberalmente el ron de caña para los hombres y el anisado dulce para las mujeres. Organízanse juegos sociales con la participación de toda la concurrencia: la prenda, el castigo, la gallina ciega….
--De vez en cuando, una pareja enardecida por las reiteradas libaciones, abandona furtivamente la habitación y desaparece por el cañaveral.
--Ya de madrugada, a un gesto del Gran Ciempiés, las negras y los negros más ancianos forman grupo aparte.
--Ahora viene el canto en cangá -oigo decir a mi lado-. Sólo los viejos lo conocen.
--Y en el silencio la noche tropical, que es ahora como una selva inmensa, rompe, con la voz del Gran Ciempiés dominándolo todo, el canto terrible, primitivo y magnífico.

Adombe, gangá mondé,
¡Adombe!

--Estoy estupefacto. Es la misma canción infantil con que Lupe nos dormía. Y allí está ella cantándola otra vez. Andrés y yo no podemos reprimir la emoción que nos trae como una ráfaga de nuestra niñez y desde la puerta, ante el asombro de todos, rompemos a cantar también. Lupe nos oye, se vuelve y nos sonríe con su blanca y ancha sonrisa de leche de coco.
--El baquiné está tocando a su fin. Multiplícase el éxodo de las parejas hacia el cañaveral.
--Y cuando a la trémula luz del alba todos abandonan el niño muerto, junto a él sólo permanece una figura inclinada, verdadera imagen de la humildad y la tristeza, llorando con un dolor frío, silencioso y sin lágrimas.
--Es la madre.

[Lupe es la nana negra que introduce al joven Palés en los reinos mágicos de la negritud caribeña que luego emergen en los versos del Tuntún de pasa y grifería]

Lupe

Con nosotros está Lupe, el comodín de la familia. Es una cocinera gorda y negra que entró a servir al abuelo cuando apenas contaba doce años y se quedó para siempre -fiel satélite-, girando en la órbita de los Pedralves. Como no hay dinero para pagarla. Lupe no trabaja regularmente con nosotros. Pero en momentos de apuro, mi madre manda por ella y ella acude, presurosa y diligente, sin protestas, sin condiciones, impelida por el simple espíritu de servicio inherente a su raza y por el afecto maternal que nos tiene.
--Lupe lo hace todo. Lo mismo monta el burro y se va los sábados al mercado del pueblo para la provisión de la semana, que huronea, con certero instinto de mangosta, entre los eneales, en busca de huevos de gallinas o de guineas alzadas para aumentar nuestra flaca despensa, mientras zumba incansablemente la máquina de coser de mi madre y mi padre garrapatea en sus libros y papeles.


A veces trae una nidada completa.
-Eso debe tener su dueño -advierte mi padre.
-Pues anda por él y devuélvelos -replícale mi madre, más escrupulosa con nuestra alimentación que con la propiedad ajena-. Aquí priva la ley libre del campo.


-Ignoro a qué ley te refieres -concluye él sonriendo.
Permanece entonces callado y al almuerzo, si hay tortilla en la mesa, se embaula gustosamente su ración y no vuelve a hablar del asunto. Comprende, tal vez, que nuestra edad necesita alimentos más nutritivos que el funche, el arroz y el bacalao que constituyen la regla común. Y, sin complicarse demasiado, salvadas las apariencias, transije con los pequeños hurtos de Lupe.
Porque, a la verdad, nosotros, aunque saludables, estamos vueltos dos críos larguiruchos de martinete, todo ojos, zancas y pescuezo.
A veces, cuando menos lo esperamos, Lupe lía un poco de ropa limpia en su gran pañuelo de Madrás y desaparece de la casa por varios días, so pretexto de visitar unos parientes en Santa Isabel. Atraviesa el páramo a lomo del burro. Cuando llega al camino real, toma el lío, cruza la alambrada, azota la bestia para que retorne y sigue el resto del viaje, unas cuatro o cinco millas de sol y polvo, a pie firme, musitando durante la jornada un sonsonete monótono, sin palabras, de vaga y humildosa cadencia. Al regreso, viene cargada de baratijas: collares de camándulas para Chela, trozos de caña de azúcar, tortas de casabe, hojas de oraciones, y marrayos de coco y moscabada, prietos, pringosos y dulces, que nosotros hallamos sabrosísimos.
Llega rumiando su sonsonete, cubierta de polvo y sudor, y sin decir palabra abre su gran pañuelo que es para nosotros un mundo de sorpresas y nos va entregando las suculentas golosinas.


Cuando la noche la sorprende durante el retorno, y ello es harto frecuente, atraviesa sin miedo toda la llanura, sombría y tétrica, salvando instintivamente los peligrosos aguazales, y aparece de improviso, como una fantasma, entre nosotros. Si la casa está cerrada, la pobre negra no osa llamar y se queda a la intemperie, soportando el frío húmedo de la madrugada, hecha un ovillo en un rincón de la escalera. ¡Cuántas veces, al despertarnos por la mañana después de una noche de lluvia tendida, hemos encontrado a Lupe tiritando, con el pañolón de Madrás chorreándole anilina sobre los ojos, amontonada, silenciosa, como un fardo voluminoso de ropa sucia y mojada!
-¿Pero por qué no ha llamado? -La reprocha mi padre al abrir la puerta y toparse con este espectáculo.
-¡Bah! No es naita, mi niño… -Y se mete en la cocina a secarse al calor de la leña, que en el amanecer pálido y friolento, despide unas llamas de un rojo vivo, acogedor y reconfortante.

1 Nombre dado en parte de la costa meridional de Puerto Rico al maestro que dirige las canciones de baquiné y que asume, en dicha ceremonia, un papel casi sacerdotal. Es posible que término Gran Ciempiés o Gran Sempié, como dicen realmente los negros, constituya una deformación de la expresión francesa "Gran Saint Pierre"(Gran San Pedro) o "Grand Saint Père" (Gran Padre Santo). En tal caso, sería de sumo interés para el folklore negro antillano, buscarle a las ceremonias del baquiné en Puerto Rico cierta relación con el vuduismo haitiano o con el culte des morts de las antillas francesas.

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