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Razas y Etnias
Raza amarilla |
Raza negra |
Raza australoide |
Raza blanca |
EL ROSTRO HUMANO
Desde que el naturalista sueco
Linné estableciese en el siglo XVIII la primera clasificación
razonada de las razas humanas (Homo Americanus, Homo
Europaeus, Homo Asiaticus y Homo Afer),
han sido muy numerosas, variadas y a menudo polémicas las
propuestas de clasificación antropológica de las razas.
La mayoría de los antropólogos
físicos de los siglos XVIII y XIX estaban convencidos de que las
diferencias raciales eran tan antiguas como la especie, de que
había razas puras, y de que éstas habían variado escasamente en
el transcurso del tiempo. Pero nunca han alcanzado ningún
acuerdo para establecer una clasificación precisa, rigurosa y
fiable de los tipos raciales. Es éste un empeño imposible, ya
que la mezcla de poblaciones constituye un fenómeno que se ha
dado y se sigue dando desde la antigüedad hasta hoy en día, con
la consiguiente imposibilidad para fijar taxonomías biológicas
cerradas. Para entender la dificultad de este empeño, baste
decir que en Brasil se usan a nivel coloquial hasta 500 términos
para designar diversos tipos "raciales" de población. El
antropólogo Conrad Phillip Kottak averiguó que en un pueblo
brasileño de 750 personas llamado Arembepe, se utilizaban al
menos 40 términos diferentes para designar diversos tipos
raciales.
A pesar de ello, se halla muy
arraigada en las creencias populares y en los dominios
extracientíficos de gran parte del mundo una clasificación
básica y elemental de las razas que ha mantenido más o menos su
vigencia desde el siglo XVIII hasta hoy. Distingue entre raza:
- Blanca, leucoderma, caucasoide
o europea.
- Negra, melanoderma, negroide o
africana.
- Amarilla, xantoderma,
mongoloide o asiática.
Un ejemplo de clasificación más
elaborada y precisa es la que estableció J. Deniker, en la
segunda edición (1926) de su obra Les races et les peuples de
la Terre (Las razas y los pueblos de la tierra), que
sirvió de base a muchas más clasificaciones. Rango clásico
adquirió también la clasificación de H. V. Vaillois (1963 y
1966), quien estableció cuatro grupos raciales primarios (australoide,
leucodermo, melanodermo y xantodermo), y veintisiete razas
secundarias. He aquí su detalle:
Grupo australoide.
- Raza australiana.
- Raza vedda.
Grupo leucodermo.
- Raza nórdica.
-Raza esteeuropea.
-Raza alpina.
-Raza dinárica.
-Raza mediterránea.
-Raza anatolia.
-Raza turania.
-Raza blanca suroriental.
-Raza indoafgana.
- Raza ainú.
Grupo melanodermo.
-Raza melanoafricana.
-Raza etíope.
-Raza negrilla.
-Raza khoisánida.
-Raza melanoindia.
-Raza melanesia.
-Raza negrito.
Grupo xantodermo.
-Raza norsiberiana.
-Raza normongólica.
-Raza centromongólica.
-Raza sudmongólica.
-Raza indonesia.
-Raza polinesia.
-Raza esquimal.
-Raza amerindia.
El concepto y las
clasificaciones tradicionales de las razas se han basado siempre
en la descripción de los fenotipos, es decir, de los rasgos
evidentes del organismo (apariencia visible, rasgos anatómicos y
rasgos fisiológicos). Consideración de fenotipos tienen tanto
los rasgos visibles (el color de la piel y de los ojos, o la
forma del cabello) como también ciertas características no
visibles a primera vista, como es el tipo de sangre.
Las clasificaciones
tradicionales de las razas basadas en los fenotipos,
especialmente de los más visibles y superficiales, se han
demostrado inadecuadas desde el punto de vista biológico, aunque
son operativas como clasificaciones socioculturales utilizadas
en medios o por personas sin especialización científica. Se
basan en las siguientes características:
El color o pigmentación de la
piel está en relación directa con la presencia y distribución en
la epidermis (capa más superficial de la piel) de un pigmento
denominado melanina, así como con el color
de la sangre y la densidad de su vascularización.
La definición de escalas
cromáticas de la piel ha sido siempre una cuestión muy
problemática y controvertida. A nivel popular, existe la
creencia de que el color de la piel divide los grupos raciales
en blancos o leucodermos, amarillos o xantodermos, y negros o
melanodermos. Pero los antropólogos físicos han establecido
clasificaciones mucho más complejas, si bien ninguna ha
alcanzado aceptación general. Una de las escalas que se
consideran clásicas es la propuesta por Von Luschan, que está
basada en una graduación de 36 matices.
La realidad es que resulta
prácticamente imposible establecer una clasificación precisa y
científica de las razas a partir del color de la piel. En primer
lugar, porque, como ha señalado Marvin Harris, "la mayoría de
los seres humanos no son ni muy claros ni muy oscuros, sino de
piel morena. La piel extremadamente clara de los europeos del
norte y sus descendientes, y la muy negra piel de los
centroafricanos y sus descendientes, son adaptaciones especiales.
Los ancestros de piel morena pueden haber sido comunes para los
negros y los blancos contemporáneos hace 15.000 ó 20.000 años".
Además, el efecto del sol y del
aire, las diferencias climáticas, las condiciones de iluminación,
la edad, diversas enfermedades y patologías, etc. pueden
provocar cambios y variaciones apreciables en el color de la
piel. Con la exposición al sol, la piel de las personas rubias
suele enrojecer y cubrirse de manchas llamadas efélides; la piel
de las personas morenas suele, por contra, oscurecerse; y la de
las personas negras apenas varía.
Además, algunas partes del
cuerpo son más coloreadas que otras, e incluso pueden influir en
la pigmentación las diferencias entre sexos, ya que la mujer
suele ser de color más claro que el hombre. Pese a que las
mediciones de pigmentación suelen hacerse sobre zonas del cuerpo
sujetas a influencias externas menores, como la cara interna de
los brazos, el pecho o la espalda, y a que suele tenerse en
cuenta también un índice de variación de género, lo cierto es
que la ciencia actual considera inoperante el sistema
clasificatorio de las razas basado en el color de la piel.
Es una acumulación de pigmento
que muchas personas suelen tener en el vértice del pliegue
interglúteo, en la espalda o en la cara posterior de los
miembros. Aunque suele aparecer en la piel de muchos niños de
diversos grupos humanos, para desaparecer por lo general antes
de la pubertad, diversas escuelas de antropólogos físicos lo
consideraron un criterio relevante para la clasificación
biológica de las razas, ya que suele estar presente en más del
80% de los individuos de raza amarilla o xantoderma, en un
40-80% de los individuos de raza negra o melanoderma, en un
25-50% de los individuos de raza blanca o leucoderma del norte
de África, y en sólo un 1-2% de los individuos de raza blanca de
Europa y Norteamérica.
Numerosos antropólogos físicos
han intentado también aplicar escalas cromáticas del cabello a
la categorización y clasificación de las razas humanas. Una de
las escalas más conocidas y elaboradas fue la de Fischer-Saller,
que determinó que había cuatro categorías principales (rubios,
castaños, morenos y negros) y veinticuatro tintes distintos del
color del cabello.
Sin embargo, resulta obvio que
una clasificación de este tipo está sometida a tantas
variaciones y excepciones que no puede tener ningún rango
científico. Es evidente que el color del pelo cambia con la edad.
Por ejemplo, el pelo de las personas rubias suele oscurecerse a
medida que crecen. Otros tipos de cabello se despigmentan. La
canicie es frecuente y precoz en los pueblos blancos o
leucodermos, más tardía e infrecuente entre los melanodermos y
xantodermos, y excepcional entre los indios de América. El color
del cabello puede cambiar también por la influencia de factores
climáticos, de tiempos de exposición al sol, de enfermedades,
etc., sin contar con los medios de tratamiento o de coloración
artificial que practican muchas sociedades de todo el mundo, y
que suele cambiar también (y no sólo a nivel superficial) su
calidad y morfología.
Aunque puede afirmarse que, por
lo general, los pueblos xantodermos y melanodermos tienen el
pelo negro (salvo algunas poblaciones australianas en las que
hay niños rubios), entre los pueblos leucodermos la variabilidad
es extraordinaria, y puede oscilar entre matices muy distintos,
desde el rubio claro al negro. Si bien el rubio es más típico de
las poblaciones del norte y del oriente de Europa, así como de
Norteamérica, suele haber una cantidad significativa de personas
rubias en cualquier población leudoderma. El color castaño
aparece en todas partes, y el moreno también, aunque sea más
característico de los mediterráneos y dináricos. Por su parte,
el pelo rojo no ha sido considerado nunca como un carácter
racial, sino como una anomalía individual de frecuencia muy
débil (de 1-5% como media en las poblaciones leucodermas).
Al igual que ha sucedido con
respecto a la pigmentación de la piel y del pelo, diversos
antropólogos físicos, como Martin y Schulz, han establecido
escalas de medición del color de los ojos. Tal escala distingue
cuatro categorías de coloración: la azul, la gris, la verde o
marrón clara, y la marrón oscura o parda.
El color de los ojos depende de
la cantidad de melanina que tiñe la capa conjuntiva del iris. Si
el pigmento es escaso, el color del ojo será azul, y si abunda
más, la escala podrá ir desde el gris y el verde hasta el marrón
y el pardo oscuros.
Pero obviamente, tampoco el
color de los ojos puede tomarse como un criterio preciso y
científico para establecer categorías raciales. En primer lugar,
porque los ojos suelen oscurecerse entre la infancia y la
pubertad, y aclararse entre la madurez y la vejez; porque las
mujeres suelen tenerlos más oscuros que los hombres de una misma
población; porque también puede haber enfermedades o patologías
individuales que influyan en la coloración. Y porque, en una
misma población, puede haber muchas gradaciones de color. Así,
los pueblos melanodermos o negros y xantodermos o amarillos los
tienen casi siempre oscuros; pero entre los pueblos leucodermos
o blancos caben muchas variaciones: desde los ojos azules y
grises comunes entre las poblaciones del norte y del oriente de
Europa (y en Norteamérica), hasta los ojos oscuros predominantes
entre los mediterráneos y dináricos, sin que en ningún lugar
pueda hablarse de colores de ojos exclusivos. Aunque en la
mayoría de las personas suele haber concordancia entre el color
de ojos y de pelo, hay una relativa frecuencia de discordancias,
más frecuentes en el caso de ojos claros y pelo oscuro que en el
caso de ojos oscuros y pelo claro.
La forma, cantidad y
distribución de la pilosidad humana (mucho menos abundante y
densa que la de la mayoría de los mamíferos) son factores
también tan variables que es imposible establecer correlaciones
precisas entre ellas y los distintos tipos raciales.
Se ha observado que muchos
individuos pertenecientes a pueblos blancos o leucodermos de
tonalidad morena tienen una pilosidad abundante, y que los de
tonalidad rubia la tienen más escasa, mientras que entre los
negros o melanodermos la pilosidad es todavía más escasa, y que
los amarillos o xantodermos, y, especialmente, los indígenas
amerindios, son casi lampiños, tanto en lo que respecta al
rostro como al cuerpo.
Por otro lado, la forma del
cabello, aunque tampoco puede afirmarse que se corresponda con
clasificaciones raciales precisas, ha sido utilizada para este
propósito por muchos antropólogos raciales. Una categorización
relativamente extendida es la que distingue la forma del pelo de
los grupos
- Lisótrico: formado por los
individuos que tienen el pelo rectilíneo de sección redondeada.
Corresponden, en general, a los pueblos xantodermos o amarillos,
y a algunos leucodermos o blancos.
- Cimótrico: formado por los
individuos que tienen el pelo ondulado de sección circular.
Corresponden a una mayoría de pueblos leucodermos o blancos.
-Ulótrico: formado por los
individuos que tienen el pelo en espiral de sección ovalada.
Corresponden, en general, a los pueblos melanodermos o negros,
incluidos los australianos, melano-indios, etíopes y melanesios.
También la estatura es uno de
los rasgos físicos que numerosos antropólogos físicos han
considerado que tienen valor clasificatorio de las razas humanas.
Uno de ellos, H. V. Vallois,
estableció en 1948 que la estatura media del ser humano varón
era de 165 cms, y que la media de estatura de una mujer de la
misma población era por lo general de unos 10 cms menos que el
hombre. Con este punto de referencia, definió tres categorías
principales, medidas en los individuos masculinos:
- Personas y razas camaesomes o
bajas: son aquellas en que los varones miden entre 125 y 159 cms.
- Personas y razas mesosomes o
medianas: son aquellas en que los varones miden entre 160 y 169
cms.
- Personas y razas hipsisomes o
altas: son aquellas en que los varones miden más de 170 cms.
Igual que ha sucedido con el
resto de las categorías físicas y morfológicas que ya hemos
considerando, la estatura ha sido descartada por los científicos
actuales como factor de clasificación precisa y científica de
tipos raciales.
Efectivamente, la medición de la
estatura de un individuo es extraordinariamente problemática, ya
que está demostrado que el cuerpo humano aumenta su longitud
durante el estado de reposo, y pierde ese aumento durante el día.
Las personas sometidas a regímenes muy duros de trabajo físico,
pueden perder durante el día (y recuperar durante el reposo)
hasta 4 cms de estatura. La edad es, obviamente, otro factor de
variación muy importante de la estatura, tanto durante la época
de crecimiento como de madurez y ancianidad. Es normal que, a
partir de los 50-60 años, un individuo pueda llegar a perder
hasta 10 cms de estatura.
La alimentación es otro factor
muy influyente en la estatura de los individuos y de las
poblaciones. El hecho de que la alimentación esté en relación
estrecha con otros parámetros, como la clase social, el tipo de
actividad laboral, el medio social, etc. explica por qué los
miembros de las clases altas suelen ser más altos que los de las
clases humildes, los intelectuales más que los obreros, y los
habitantes de la ciudad más que los del campo.
También las tasas de endogamia
y de exogamia matrimonial, las
mezclas de poblaciones, o la práctica de deportes, son factores
que pueden incidir sobre la estatura media de una población. Por
otro lado, numerosos antropólogos físicos han defendido (aunque
sin aportar pruebas concluyentes) que el medio geográfico y
climático también influyen en la estatura humana, y que los
climas fríos, y los medios montañosos e insulares, resultan
contrarios al crecimiento.
Por si fuera poco, los
científicos aseguran que la estatura media tiende a aumentar
significativamente en todo el mundo. Estadísticas relativas a
Suiza indican, por ejemplo, que su estatura media aumentó en 8,6
cms entre 1884 y 1957, que la de los franceses lo hizo en 4,6
cms entre 1880 y 1960, y que la de los españoles creció en 2,4
cms entre 1860 y 1955. Pero estas tasas de crecimiento medio
presentan muchas veces tasas irregulares entre las regiones de
un mismo país.
En general, puede afirmarse que
la correlación de razas y de pueblos camaesomes, mesosomes e
hipsisomes no puede ser avalada por datos científicamente
sólidos. Se sabe que, en Europa, los pueblos nórdicos y
dináricos suelen tener estaturas más elevadas que los
mediterráneos, pero a las abundantísimas excepciones
individuales a esta regla puede añadirse que pueblos nórdicos
como el lapón figuran entre los de estatura más baja de Europa.
En Asia, las estaturas medias de
la mayoría de las poblaciones suelen ser medianas, aunque en el
área norte de China y en la zona indo-afgana son muchas veces
elevadas, mientras que en pueblos del océano Ártico, de Siberia,
de Indochina y del golfo de Bengala, suelen ser bajas. Aunque
los indígenas norteamericanos suelen ser (sobre todo los del sur)
de estatura baja, hay algunos, como los de Patagonia, célebres
por su elevada estatura. En Oceanía están los polinesios y
australianos, de estatura alta, mientras que los melanesios y
micronesios son medianos, y los indonesios bajos. Incluso en
algunas poblaciones de Filipinas y de Nueva Guinea se han
encontrado poblaciones de estatura notablemente baja. Por otro
lado, en África existen poblaciones de piel negra de estatura
muy elevada (en Senegal, Chad, Kenia), y otras de estatura muy
baja, como son los pigmeos de la selva ecuatorial.
El peso.
Es otra característica
físico-morfológica inoperante a efectos de clasificación
científica de las razas humanas. Efectivamente, el peso de un
individuo puede sufrir tantas variaciones, dependiendo de su
alimentación, salud, régimen laboral, estatus social,
actividades deportivas, enfermedades, etc. que no puede
considerarse un índice racial efectivo.
A pesar de eso, algunos
antropólogos físicos han establecido fórmulas, como el índice
ponderal de Livi o el índice de corpulencia de Rohrer, de las
que se concluye que los individuos leucodermos o blancos son
proporcionalmente más pesados y corpulentos que los melanodermos
o negros, y que las mujeres son menos pesadas y corpulentas que
los hombres, aunque lo son más si se efectúan mediciones
proporcionales a su estatura.
También con respecto a estos
factores han querido los antropólogos físicos establecer
categorías raciales típicas. Para ello, han formulado escalas
que se miden a partir de:
- la altura del busto o talla
sentado.
- el diámetro biacromial o ancho
de hombros.
- el diámetro bicrestal o ancho
de caderas.
Se ha formulado, además, un
índice córmico o esquelético, que compara la altura del busto
con la estatura, y que establece tres categorías de individuos y
de poblaciones:
- Braquicormios: personas
caracterizadas por tener un tronco corto y una parte inferior
del cuerpo larga.
- Metriocormios: personas
caracterizadas por tener un tronco y una parte inferior del
cuerpo medianos.
- Macrocormios: personas
caracterizadas por tener un tronco largo y una parte inferior
del cuerpo corta.
Se ha establecido también un
índice llamado acromio-ilíaco, que relaciona el ancho de los
hombros y el de las caderas. Este índice suele ser bajo en el
caso de los individuos melanodermos o negros, alto en el de los
individuos xantodermos o amarillos, y muy variable en el de los
leucodermos o blancos.
Otro índice de medición de la
estatura humana es el llamado braquial, que permite relacionar
el largo del antebrazo con el del brazo
Con respecto a las dimensiones
de las manos y de los pies, son factores escasamente variables
de unas poblaciones a otras, y también dentro de cada población.
La longitud de la mano suele equivaler al 9-12,5% de la estatura,
y la del pie al 13,5-16%.
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La
forma de la cabeza.
La forma de la cabeza y la
capacidad del cráneo han sido considerados, desde los inicios de
la antropología físico-biológica en el siglo XIX, como factores
determinantes a la hora de clasificar las razas humanas. La
cefaloscopia (o estudio descriptivo de la cabeza), y la
cefalometría (o estudio métrico de la cabeza) son disciplinas
que, efectivamente, nacieron y adquirieron un extraordinario
desarrollo gracias a los trabajos de científicos del siglo XIX,
como Paul Broca. Sin embargo, aunque la forma y capacidad de la
cabeza y del cráneo sean factores más estables que todos los
anteriores, se hallan sometidos a tantas gradaciones y
excepciones, incluso dentro de una misma población, que los
científicos actuales usan estos datos con mucha precaución, y
aplican su estudio sobre todo en el terreno de la
paleoantropología, ya que las diferencias entre la forma y
capacidad craneales de los hombres prehistóricos con respecto a
los actuales son más pronunciadas y significativas que si se
comparan entre sí poblaciones modernas.
Aunque desde los tiempos de
Daubenton (1764) y de Camper (1770) se estaban desarrollando las
técnicas cefalométricas, fue el médico sueco Gustav Retzius
(1842-1919) quien formuló en 1842 un índice de medición cefálica
que fue considerado como una referencia durante décadas. Tal
índice definía la relación que existe entre el ancho máximo de
la cabeza o diámetro transverso, y el largo máximo o diámetro
anteroposterior. Al multiplicar el diámetro transverso por cien
y dividir el producto por el diámetro anteroposterior, se
obtenía un índice cefálico que fluctuaba desde un mínimo de
67-68 hasta un máximo de 97-98. De acuerdo con los resultados,
los antropólogos físicos del siglo XIX establecieron varias
categorías craneales que consideraron pertinentes para la
clasificación de las razas:
- la dolicocefalia: forma larga
o estrecha de la cabeza, cuyo índice cefálico es menor de 75,9.
- la mesocefalia: forma y
dimensión mediana de la cabeza, cuyo índice cefálico fluctúa
entre 76 y 80,9.
- la braquicefalia: forma corta
o ancha de la cabeza, cuyo índice cefálico es superior a 81.
Los antropólogos que
desarrollaron estas técnicas y conceptualizaciones, defendieron
que los pueblos melanodermos o negros son típicamente
dolicocéfalos, que los leucodermos o blancos son mesocéfalos, y
que los xantodermos o amarillos son braquicéfalos. Con
posterioridad se ha descubierto, sin embargo, una frecuencia muy
elevada de variaciones y de excepciones, y se ha llegado a
saber, por ejemplo, que también hay pueblos melanodermos
africanos y asiáticos que son mesocéfalos y hasta braquicéfalos,
etc. Los científicos actuales saben, además, que la forma de la
cabeza puede cambiar con la edad, y según el sexo. Efectivamente,
los recién nacidos tienen la cabeza más redonda que los adultos,
y las mujeres tienen índices más elevados de braquicefalia que
los hombres. A comienzos del siglo XX, el antropólogo
norteamericano Franz Boas (1858-1942)
demostró que la forma del cráneo de los niños europeos emigrados
a Norteamérica experimentaba cambios apreciables, a pesar de que
en la mayoría de los casos su padre y su madre eran también
europeos. Ello se debía, según descubrió, a los cambios en la
alimentación, que podían llegar a influir y a manifestarse en el
transcurso de muy poco tiempo y de una o dos generaciones.
Numerosos antropólogos físicos
han pretendido también formular correlaciones entre las
proporciones y la forma de la cara y los tipos raciales
principales. En diversas poblaciones humanas se han documentado,
efectivamente, presencias abundantes de determinados tipos de
caras (ovaladas, redondeadas, cuadrangulares, pentagonales,
trapezoidales) que han sido objeto de estudio por parte no sólo
de la antropología física, sino también de la fisiognomía, que
ha intentado formular rasgos morfopsicológicos y de carácter
típico a partir de estas características.
Los antropólogos han llegado a
establecer y a utilizar un índice facial morfológico que expresa
la altura de la cara en comparación con su ancho mediante una
fórmula que multiplica la altura por cien y divide el resultado
por la anchura. De ello resultarían tres categorías de pueblos:
- Euriprosopos: caracterizados
por el rostro ancho y bajo, con un índice facial morfológico
inferior a 83´9. Según parece, hay un predominio de índices
faciales euriprosopos entre los pueblos xantodermos o amarillos.
- Mesoprosopos: caracterizados
por el rostro mediano, con un índice facial morfológico que
fluctúa entre 84 y 87´9. Según parece, hay un predominio de
índices faciales mesoprosopos entre los pueblos melanodermos o
negros de África y de Oceanía.
- Leptoprosopos: caracterizados
por el rostro estrecho y alto, con un índice facial morfológico
superior a 88. Según parece, hay un predominio de índices
faciales leptoprosopos entre los pueblos leucodermos o blancos.
Por otro lado, también se ha
atendido mucho, en los estudios sobre las razas humanas, a la
prominencia relativa de las diversas partes del rostro (frente,
zona media y barbilla). Según la relación entre ellas, los
antropólogos físicos han establecido un criterio de
clasificación racial que atiende al
- Ortognatismo: característica
de los rostros humanos cuyas tres regiones faciales tienen un
perfil vertical. Es típico sobre todo de los pueblos leucodermos
o blancos.
- Prognatismo: característica de
los rostros humanos cuya región inferior o maxilar es prominente
y está proyectada hacia adelante. Es típico sobre todo de los
pueblos melanodermos o negros africanos, y, en menor medida, de
los xantodermos o amarillos, a quienes afecta sobre todo en la
región subnasal.
También la forma de los pómulos
puede ser relevante en los estudios de morfología racial: los
xantodemos o amarillos, por ejemplo, se caracterizan, por su
prominencia. Pero, en general, puede decirse que todos estos
rasgos están sujetos a tantas gradaciones, variaciones y
excepciones, que tampoco son aceptados por los científicos
modernos como criterios precisos y válidos para establecer
clasificaciones de tipo racial.
Los antropólogos físicos han
establecido, además, un índice que expresa la relación entre el
ancho máximo de la nariz multiplicado por cien y dividido por su
altura. De ello resultarían tres categorías que ellos consideran
relevantes a efectos de categorización de las razas humanas:
- Leptorrinia: característica de
las narices estrechas y altas, que se quedan por debajo del
índice de 69´9. Es típica de los pueblos blancos nórdicos y
mediterráneos.
- Mesorrinia: característica de
las narices medianas, fluctuantes entre los índices nasales de
70 y 84´9. Es típica de los pueblos blancos alpinos, así como de
los xantodermos o amarillos.
- Platirrinia: característica de
las narices anchas o bajas, que superan el índice de 85. Es
típica de numerosos pueblos melanodermos o negros. Cuando es tan
pronunciada que supera el índice de 100, recibe el nombre de
hiperplatirrinia.
La forma de los ojos y de los
párpados constituye un fenotipo o rasgo morfológico evidente que
ha sido considerado por los antropólogos físicos como relevante
en las clasificaciones raciales.
Es cierto, desde luego, que es
un rasgo muy distintivo sobre todo de algunos pueblos
xantodermos o amarillos, en los que se han documentado tres
tipos de rasgos que no siempre se presentan juntos: la
oblicuidad y estrechamiento de la hendidura palpebral, la
existencia de un pliegue palpebral añadido sobre el párpado
superior, y la presencia de un pliegue mongólico que oculta la
glándula lagrimal.
Estos rasgos están presentes
sobre todo entre los pueblos mongólicos del norte, como los
tunguses, buriatos y samoyedos, y va disminuyendo gradualmente
en los pueblos chinos, aún más entre los japoneses e indonesios,
hasta casi desaparecer entre los polinesios. Se aprecia también
entre la mayoría de los esquimales, y, ocasionalmente, en los
pueblos amerindios.
Los antropólogos han calculado
también un índice bucal que expresa la relación métrica entre la
altura de los labios y el ancho de la boca.
Este índice suele ser bajo entre
los pueblos leucodermos o blancos, algo más elevado entre los
xantodermos o amarillos y entre los melanoindios o negros
asiáticos, y mucho más elevado entre los melanodermos africanos,
australianos y melanesios, que se caracterizan por la gran
anchura de sus labios. Cuando los labios se hacen tan
prominentes que se curvan hacia arriba y hacia abajo, reciben el
nombre de "labios evertidos".
Es una característica
morfológica que algunos antropólogos físicos han considerado
pertinente a efectos de clasificación racial, ya que las orejas
suelen ser de talla mediana entre los pueblos leucodermos o
blancos, alargada entre los xantodermos o amarillos, y corta
entre los melanodermos o negros.
Reciben este nombre los trazos
curvilíneos que se hallan marcados en la piel de la cara interna
de los dedos y de la palma de las manos de los seres humanos.
Dado que algunas de las
características principales de los dermatoglifos se transmiten
de forma muy estable por herencia, su relevancia como criterio
clasificatorio de las razas humanas fue defendida ya en 1888 por
F. Galton. Posteriormente, antropólogos como M. C. Chamla, en
1963, han establecido escalas de presencia y correlación de
diversos rasgos de los dermatoglifos con los distintos tipos
raciales humanos.
Entre los rasgos típicos de los
dermatoglifos están los llamados arcos (dibujos angulares de los
dedos índice y medio), presillas (dibujos redondeados
concéntricos de los dedos índice, tercero y cuarto) y
torbellinos (dibujos en espiral irregular de los dedos pulgar y
cuarto).
Diversos estudios han llegado a
la conclusión de que los arcos están presentes en proporción de
4-7% entre los pueblos blancos, de 4-7% entre los pueblos negros,
y de 0-3% entre los pueblos amarillos. Las presillas están
presentes en proporción de 61-70% entre los pueblos blancos, de
61-70% entre los pueblos negros, y de 41-60% entre los pueblos
amarillos. Y, finalmente, los torbellinos están presentes en
proporción de 31-40% entre los pueblos blancos, de 21-30% entre
los pueblos negros, y de 41-50% entre los pueblos amarillos.
Los fenotipos de grupo sanguíneo
de los seres humanos son denominados A, B, AB y O. De todos
ellos, el más difundido en todos los continentes y poblaciones
es el O, muy mayoritario (70-80%) en determinadas áreas de
Europa como Escocia, en África central, Siberia y Australia. El
fenotipo A se encuentra en una proporción del 10-20% en África,
India y el norte de China, y del 20-29% en Escocia, Japón y gran
parte de la Australia aborigen. El fenotipo B tiene una
frecuencia del 10-30% en Asia y del 15-20% en el este de Europa
y en África occidental, pero sólo del 0-5% entre los amerindios
y los aborígenes australianos.
El análisis del factor Rh, un
antígeno sanguíneo humano que puede encontrarse de forma
positiva y negativa, indica también que los genes Rh negativos
son frecuentes en Europa, pero raros en África y en Asia
occidental, y casi inexistentes en Asia oriental y entre los
amerindios y aborígenes australianos.
La imprecisión y variabilidad de
todos estos datos son indicativos de que tampoco la distribución
de grupos sanguíneos puede tomarse como criterio clasificatorio
de las razas humanas. Todas las medidas y escalas que pueden
obtenerse a través de datos de este tipo y de su relación con
diversos tipos de resistencia a enfermedades, de distribución y
operatividad de enzimas, etc., ponen de relieve fenómenos de
desigualdad, variabilidad y polimorfismo interracial que no
pueden ser explicados desde el concepto tradicional de la raza.
Acerca de la relación entre grupo sanguíneo, respuestas
biológicas a diversas enfermedades, y razas humanas, ha señalado
Marvin Harris que, aunque a veces pueden documentarse
distribuciones parcialmente coincidentes, "la explicación del
polimorfismo de tipo sanguíneo tal vez deba buscarse más en la
historia de las exposiciones transitorias de diferentes
poblaciones a diferentes enfermedades que en la estirpe racial".
No se ha probado nunca,
efectivamente, una relación sólida ni evidente entre población y
alelos y fenotipos sanguíneos.
Algunos antropólogos y
psicólogos, desde Linné hasta la actualidad, han defendido que
cada raza tiene un cociente intelectual típico, y que los
individuos de algunas de ellas tienen capacidades y aptitudes
más desarrolladas que las de otras. En el siglo XVIII, destacó
como estudioso de esta cuestión el holandés Petrus Camper
(1722-1784), quien intentó probar una correlación entre el
cociente intelectual y la mayor o menor abertura del ángulo
facial.
Muchas de estas teorías han
querido ser justificadas por medios pretendidamente científicos
durante el siglo XX. Particularmente, en Norteamérica se han
realizado abundantes tests de inteligencia que arrojaban como
resultado habitual la inferioridad intelectual de las personas
de raza negra. En ocasiones, tales tests desarrollaban escalas
de medición muy complejas y elaboradas, como es la de Stanford-Binet.
A veces también se han utilizado los resultados de estos tests
como armas o argumentos ideológicos de regímenes políticos de
signo racista, como el nazi alemán o el sistema de apartheid
sudafricano.
La ciencia actual ha demostrado,
sin embargo, que tales tests partían de presupuestos sesgados y
parciales, y que evaluaban incorrectamente los factores
genéticos del intelecto, al no tener suficientemente en cuenta
los factores socioculturales, ni las condiciones de formación y
de educación que inevitablemente influyen en el desarrollo
intelectual de cada individuo. La comprobación de la
manipulación de datos por parte de célebres psicólogos de esta
corriente, como el británico Cyril Burt, contribuyó enormemente
al desprestigio de estas teorías.
Hoy en día, no cabe la menor
duda de que las diferencias intelectuales entre poblaciones no
se deben a razones biológicas, sino culturales, y psicólogos
como Jerry Hirsch han llegado a afirmar, en 1981, que intentar
relacionar diferencias raciales y diferencias intelectuales es "imposible
y por lo tanto inútil".
La genética de poblaciones
desarrollada en la segunda mitad del siglo XX por científicos
como Luigi Luca Cavalli-Sforza ha demostrado una de las
intuiciones que expresó Darwin en On the Origins of Species
(Sobre el origen de la especies) (1859): que los árboles
genealógicos dibujados sobre mapas genéticos de pueblos y sobre
familias de lenguas son en buena medida coincidentes.
Según Cavalli-Sforza, "el
análisis exhaustivo de datos genéticos recogidos en los últimos
50 años y de otros nuevos obtenidos con técnicas de desarrollo
reciente nos ha permitido cartografiar la distribución mundial
de cientos de genes. A partir de ese mapa hemos deducido los
linajes de las poblaciones de todo el mundo. Nuestro árbol
concuerda con otro, más pequeño, basado en datos genéticos de
índole muy diferente. Además, nuestra reconstrucción guarda
sorprendentes paralelismos con una reciente clasificación de las
lenguas. Genes, pueblos y lenguas se han diversificado, pues, a
la par, a lo largo de una serie de movimientos migratorios que,
según todos los indicios, comenzaron en África y se propagaron,
a través de Asia, por Europa, el Nuevo Mundo y el Pacífico".
La explicación de este hecho es
perfectamente lógica: "la respuesta está en la historia: los
genes no controlan el lenguaje, sino que son las circunstancias
del nacimiento las que determinan la lengua con la que uno se
las va a ver. Las diferencias lingüísticas podrían levantar o
reforzar barreras genéticas entre las poblaciones, pero no es
probable que sean el motor de la correlación. La evolución
humana está plagada de fragmentaciones de las poblaciones en
grupos, algunos de los cuales se asientan en otras partes. Cada
fragmento desarrolla patrones lingüísticos y genéticos que
llevan la huella de un punto de ramificación común. Por tanto,
alguna correlación es inevitable".
Evolución humana.
Cuerpo humano.
Genética humana en Genética.
Población.
Grupo sanguíneo.
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