Geología
Desde los
primeros tiempos de la aparición del ser humano sobre la Tierra,
éste ha convivido cotidianamente con la geología (por ejemplo,
el uso de las cavernas y utensilios de piedra). La necesidad de
conocer y comprender el medio natural en el que se encontraba
involucrado comenzó ya en la Prehistoria y la Antigüedad, ante
la necesidad de explotar los recursos minerales, principalmente
metales, y la importancia de la utilización de los recursos
hídricos para el desarrollo de las antiguas civilizaciones (como
los Khaanats de Persia). La geología, como ciencia, comenzó
entonces como mitos y leyendas atribuidos a las fuerzas
desatadas por la Naturaleza, visión generalizada en el
transcurso de la historia, que llegó a perdurar hasta la
actualidad a través de teorías catastrofistas. Éstas suponían a
la Tierra como una sucesión de violentos cataclismos.
El retroceso
científico generalizado en el medievo generó un estancamiento en
el desarrollo de la geología, que no fue impulsada nuevamente
hasta el Renacimiento. En esta época se produjo un importante
desarrollo de la minería, favorecido por los avances científicos
y tecnológicos, como la aparición de la primera clasificación
sistemática de minerales publicada por Agrícola, el
establecimiento de las bases de la Estratigrafía por Stenon y
las hipótesis magmáticas y teoría del Uniformismo de Hutton,
quien proponía que los fenómenos geológicos se habían producido
de forma constante a lo largo de la historia.
En la época
moderna y contemporánea, se aceleraron los niveles de
conocimiento para todas las ciencias en general, resultado de lo
cual se obtuvo un mejor aprovechamiento de los recursos
geológicos. La geología estructurada en sus diferentes ramas (petrología,
geología estructural, geología histórica, geoquímica,
geodinámica, etc.), tal y como se conoce hoy, surgió a mediados
del siglo XIX, cuando aparecieron teorías opuestas al
catastrofismo y Lyell enunció su teoría actualista. Esta teoría
sostenía que los fenómenos geológicos ocurrían de forma similar
a la actualidad. Actualismo y catastrofismo se convirtieron así
en pilares fundamentales de la Geología hasta la década de los
años setenta, cuando se definió la teoría actualmente aceptada
del neocatastrofísmo, la cual admite que los fenómenos
geológicos actuales habían sido similares en el pasado, pero a
ritmos que habían podido variar enormemente.
Hasta comienzos
del siglo XX se pensó que los continentes que existían sobre la
Tierra eran algo fijo e inamovible; fueron las llamadas teorías
fijistas. Pero con las teorías propuestas por Wegener en su obra
El origen de los continentes y océanos (en la que
proponía una deriva continental), se empezó a contemplar el
comportamiento dinámico de la Tierra. Comenzaba así el
desarrollo de las llamadas teorías movilistas, en una
interpretación más correcta de los fenómenos geológicos de
nuestro planeta.
Desde los
primeros tiempos de la aparición del ser humano sobre la Tierra,
éste ha "usado" la geología en su vida cotidiana. El uso de la
piedra como utensilio o arma data del período Paleolítico;
asimismo, el uso de metales y otros materiales (por ejemplo
arcillas y óxidos para fabricar pigmentos) también se dio ya en
esa época.
Ante la
imposibilidad de observar los fenómenos geológicos en una escala
de tiempo humana, la Tierra fue considerada como un lugar
inmutable. Únicamente algunos de estos fenómenos contemplados
por el ser humano (volcánicos, atmosféricos, telúricos, etc.)
fueron explicados por medio de teorías, mitos, creencias,
leyendas y supersticiones, que tradicionalmente fueron
considerados correctos. De esta forma, la historia de la Tierra
descrita en el primer capítulo del Génesis según la
tradición babilónica (siglo XXII a.C.) fue ampliamente aceptada,
y tuvo gran influencia durante siglos posteriores.
Siglos después,
por curiosidad, o quizá por insatisfacción con las concepciones
tradicionales mistico-religiosas sobre la naturaleza,
aparecieron las primeras descripciones e interpretaciones de
ciertos fenómenos naturales.
Aristóteles, filósofo del siglo IV a.C.,
observó fenómenos de sedimentación fluvial en zonas deltáicas.
Postuló que se habían producido emersiones en ciertos terrenos
continentales que anteriormente habían estado bajo el nivel del
mar. También propuso la existencia de un flujo térmico
subterráneo, cuyas fluctuaciones térmicas generaban temblores y
desplazamientos en el subsuelo, que se manifestaban como
terremotos y podían llegar al extremo de producir erupciones
volcánicas. Interesado en el campo de la hidrología, atribuyó el
origen de los ríos a la condensación que se producía en las
cavernas, tras la cual emergía a la superficie en manantiales.
Platón también
pensó que ríos y fuentes procedían de un océano subterráneo, el
"Tártaro", que por medio de una serie de conductos comunicaba
con el exterior. Que estas primeras observaciones situaran el
origen de los ríos y manantiales en el interior de la tierra y
no se preocuparan de su relación con las precipitaciones, pudo
deberse a que las observaciones de los pensadores se
desarrollaron en la península balcánica, donde abundaban las
cuevas y manantiales, consecuencia de su gran carstificación (erosión
del terreno calizo ejercida por la disolución del agua).
El afán de los
hombres por controlar los recursos hídricos brindados por la
naturaleza permitió un cierto desarrollo tecnológico en esta
época. Las técnicas en construcciones hidráulicas ya estaban
desarrolladas, como lo demuestran la existencia de una red de
canales subterráneos (Khanats) en Armenia y Persia, con cerca de
tres mil años de antigüedad. Incluso en el siglo I a.C. ya
existía un tratado sobre los métodos de prospección de aguas
subterráneas descrito por el arquitecto romano Vitruvius. En él,
se aconsejaba cómo y dónde buscar el lugar más idóneo para
perforar un pozo, atendiendo a las características reológicas y
topográficas del terreno.
Los
naturalistas griegos y romanos también estudiaron las corrientes
marinas de su entorno más inmediato, el mar Mediterráneo.
Consiguieron correlacionar sus variaciones con las distintas
fases lunares.
En el
siglo V a.C., Anaximandro de Mileto
observó fósiles de peces situados bajo el nivel marino y
concluyó que habían sido los ancestros de todos los seres vivos.
Pitágoras descubrió
que la Tierra, además del movimiento de rotación, tenía un
movimiento de traslación alrededor del Sol; sin embargo, esta
idea no logró prosperar en el mundo antiguo, tenazmente aferrado
a la idea de que la Tierra era el centro del Universo.
A
comienzos de la era cristiana, Estrabón,
geógrafo griego, llegó a la conclusión de que la existencia de
Conchas marinas en terrenos continentales era debida a
movimientos ascendentes del terreno. Plinio el Viejo,
en el siglo I d.C. falleció en el intento de describir la
erupción del Vesubio.
Estos
planteamientos se desarrollaron sin duda con una mínima cohesión,
pero fueron los precursores del planteamiento científico del
hombre frente a los fenómenos naturales.
Durante la Antigüedad también se desarrollaron técnicas de
explotación y prospección mineral centradas principalmente en la
obtención de metales. Fueron los fenicios quienes legaron a los
griegos una técnica en explotaciones mineras suficientemente
desarrollada como para alcanzar una profundidad importante.
Consistía básicamente en extraer el mineral, siguiendo el filón
en profundidad hasta agotarlo.
Durante la Edad
Media, especialmente en Europa, se produjo un retroceso general
en la evolución científica; muchos de los adelantos conseguidos
se perdieron y tuvieron que ser redescubiertos nuevamente en
épocas posteriores. Solamente a mediados y finales de la Edad
Media el progreso científico y técnico en el campo de la
geología empezó a relanzarse con la realización de los primeros
pozos artesianos en Francia (siglo XII) y la explotación de
minas de carbón en el Reino Unido y Centro-Europa (siglos XII y
XIII).
Aún en este
siglo existía la creencia generalizada sobre el origen místico
de las menas metalíferas. Eran atribuidas a la existencia de
emanaciones térmicas procedentes del centro de la Tierra, que
respondían únicamente a designios divinos.
A
mediados de siglo el científico alemán Georgius Agricola
publicó De natura fosilium, la primera descripción
sistematizada de minerales y algunas hipótesis genéticas sobre
ellos. El término "fósil" empleado por Agrícola se refiere a
cualquier elemento extraído del subsuelo, razón por la cual su
publicación también presenta una clasificación de restos
orgánicos, así como amonites. Agrícola fue considerado como el
precursor de la mineralogía.
El
francés Bernard Palissy,
en su Discours admirable (1580), describió que el origen
de las corrientes fluviales y los manantiales era únicamente
debido a un fenómeno atmosférico, la lluvia. Según Palissy, la
precipitación en elevaciones montañosas se infiltraba por su
intensa fracturación, fluía bajo la superficie y emergía en
cotas inferiores como manantiales, que eran el origen de las
corrientes fluviales. Palassy, en sus exposiciones, descartó
cualquier otra hipótesis sobre el origen de las corrientes
fluviales que hasta entonces se habían manejado.
A finales de
este siglo se produjo la aparición del microscopio (Zacharias
1590). Este descubrimiento abrió las puertas al desarrollo de un
nuevo campo de investigación, la petrografía, que se dedicó al
estudio de la estructura, disposición y propiedades en minerales
y rocas.
En este
siglo comenzaron a aparecer los principios que guiarían,
posteriormente, el desarrollo de la paleontología y la geología
histórica. En 1667 Nicolaus Steno, teólogo
y físico danés, escribió sobre los procesos de sedimentación,
interpretación de la estratificación rocosa, el origen de las
rocas, la formación de fósiles y el crecimiento cristalino.
Enunció el "Principio de superposición de estratos", "principio
de la horizontalidad", y fue el primero en señalar que las caras
cristalinas de un mineral se desarrollan guardando siempre una
relación angular entre ellas característica de cada especie,
conocida en nuestros días como "Ley de la constante angular". En
1668 el físico inglés Robert Hooke,
basándose en los principios de Steno, explicó la existencia de
fósiles en las rocas sedimentarias mediante restos orgánicos,
que, depositados en los fondos marinos, habían sufrido una
elevación posterior, constituyendo las formaciones rocosas donde
se encontraban en la actualidad. Hooke propuso que estos
movimientos habían sido el producto de los esfuerzos generados
por terremotos.
En este
siglo comenzó a desarrollarse la hidrología de forma
experimental, aunque no se pudo hablar de hidrología moderna
hasta el siglo XVIII, donde se sentaron los principios
fundamentales de ésta. Pierre Perrault y
Edmé Mariotte, a
finales de siglo, midieron en la cuenca del Sena la
precipitación e infiltración (origen de fuentes y ríos), con lo
que establecieron la relación existente entre la precipitación y
el caudal que evacuaba el río en la cuenca.
El desarrollo
industrial generó una creciente necesidad por los recursos
energéticos como el carbón y los recursos minerales,
especialmente metálicos. Ello benefició el desarrollo de la
geología, que comenzó a estructurarse en esta época.
Las dos
teorías más destacadas de este siglo fueron las Neptunistas y
las Plutonistas. La hipótesis Neptunista de Abraham Gottolob
Werner suponía que la corteza de la Tierra estaba constituida
por una serie de capas sedimentarias depositadas en un enorme
océano primitivo. El origen de las rocas graníticas fue
atribuido a los depósitos que se generaron en las primeras
etapas de la historia. El aumento de presión por el continuo
soterramiento en las porsteriores etapas de sedimentación generó
todo tipo de rocas graníticas y cristalinas. En cuanto a los
fenómenos volcánicos, les quitó importancia al tratarlos como
fenómenos recientes que nada habían influido en la historia de
la Tierra.
James Hutton físico y
geólogo inglés, publicó en 1788 una de sus obras más
significtivas: Teoría de la tierra. En ella se sientan
las bases de los Plutonistas, que suponían a las rocas un origen
ígneo. Hutton atribuyó que el dinamismo de la Tierra era debido
al calor interno existente en ella. Las rocas estaban
constituidas por los restos de otras más antiguas que se
destruyeron tras exponerse a los fenómenos atmosféricos. Sus
detritos, después de ser transportados por los ríos y
depositados en los fondos oceánicos, se consolidan como rocas
por acción del calor interno, la misma fuerza que posteriormente
generó su levantamiento y fracturación. Hutton reconoció que los
granitos y basaltos eran rocas intrusivas, no generadas por
sedimentos primitivos como sostuvieron los Neptunistas. Aparte
de la naturaleza de estas rocas, la existencia de otras
estructuras intrusivas (como los diques) hicieron evidente la
existencia del calor interno y los esfuerzos que éste generaba.
En 1788
Hutton introdujo el término Uniformismo, según el cual
las leyes y procesos naturales han permanecido uniformes a lo
largo del tiempo geológico. Pequeñas variaciones repetidas de
los mismos procesos geológicos (fluctuaciones en el nivel del
mar, en la sedimentación, etc.) eran capaces de explicar todos
los fenómenos ocurridos a lo largo de la historia. Al igual que
Hutton, Playfair, en
su Teoría de la Tierra de Hutton (1802), y Charles Lyell,
en Principios de Geología (1830-1833), fueron seguidores
de dicha teoría. Pero la idea de que todos los procesos
geológicos se habían desarrollado con la misma energía y ritmo a
lo largo de la historia fue rápidamente criticada por una serie
de naturalistas dirigidos por el francés Georges Couvier,
argumentando que las discontinuidades del registro
estratigráfico habían sido consecuencia de sucesos violentos
como erupciones volcánicas y terremotos. A Los seguidores de
estas teorías se les denominó
Catastrofistas.
En esta
época se tenía la creencia de que las nubes estaban formadas por
pequeñas partículas de agua que flotaban en el aire; algunos
observadores advirtieron que era posible al calentar el agua.
Pero no se pudo cuantificar hasta 1792, cuando Halley
midió la evapotranspiración (suma de la evaporación y
transpiración vegetal), concluyendo que la evaporación en ríos,
lagos y océanos era suficiente para alimentar el caudal de los
ríos.
En 1755, el matemático Johann Heinrich Lambert;LAMBERT, JOHANN
HEINRICH describió en qué condiciones
podrían generarse las corrientes convectivas en la atmósfera,
pero no fue hasta finales de este siglo cuando se comprendió que
las variaciones barométricas estaban relacionadas con los
fenómenos y circulación atmosférica. En 1783, el científico
suizo Horace Bénédict de Saussure,
estudiando la variación de la humedad en el aire debida a los
cambios de presión, dictaminó que las variaciones en la
temperatura de la atmósfera generaban paralelamente cambios en
su presión, y precisamente este cambio de presión en las masas
de aire era el responsable de su movimiento.
En la época
moderna y contemporánea (siglos XIX y XX) se aceleraron los
niveles de conocimiento para todas las ciencias en general, y se
obtuvo un mejor aprovechamiento industrial de los recursos
geológicos. La geología como ciencia definida y estructurada
nació a mediados de siglo, cuando surgieron corrientes de
pensamiento opuestas al Catastrofismo. Fue el geólogo Charles
Lyell quien propuso una nueva teoría en contra del Catastrofismo
en su obra Principios de Geología. Según Lyell, los
fenómenos geológicos habían ocurrido de la misma forma que en la
actualidad y con el mismo grado de energía. A esta teoría se la
denominó Actualismo. El planteamiento de la teoría, que
defendía un desarrollo de la historia suave, basándose en leyes
físicas y químicas conocidas en la época, se impuso plenamente
sobre la visión historicista promulgada por el Catastrofismo.
Entre
1815 y 1819, Willians Smith ingeniero,
trabajó en el desarrollo de explotaciones carboníferas en
Inglaterra y realizó una cartografía geológica del país. Los
desmontes, túneles y prospecciones del terreno que se realizaron
entonces permitieron a Smith reconocer distintas unidades
estratigráficas a lo largo del país, que contenían los mismos
tipos de fósiles. Por ello, Smith fue considerado como el padre
de la Correlación Estratigráfica. De esta manera comenzó a
desarrollarse la Cronología geológica, aunque fueron los
estudios realizados por Cuvier
(1811), que describían ciertas especies fósiles, los que
impulsaron el desarrollo de esta ciencia y permitieron a los
geólogos datar los estratos con exactitud. El desarrollo de esta
técnica y el empleo del Principio de Superposición de Estratos
en distintos afloramientos europeos hicieron posible que a
mediados de siglo se lograra construir una secuencia
estratigráfica cronológicamente ordenada, agrupando todo el
registro en periodos (Separados por discontinuidades el mismo),
y éstos, a su vez, en tres eras distintas: Paleozóica, Mesozóica
y Cenozóica.
A finales del siglo XVIII, ante la imposibilidad de explicar la
existencia de una serie de bloques graníticos dispuestos de
forma errática en las montañas del Jura, se interpretó por
Saussure ,naturalista y físico ginebrino, como los restos
depositados por corrientes fluviales originadas en un diluvio.
En el siglo posterior se propuso una teoría correcta para
explicar este caso, que se hizo extensible a otras partes del
planeta. De esta manera, en 1837, el paleontólogo suizo Louis
Agassiz expuso que la
Tierra había sufrido un episodio de enfriamiento global en una
etapa geológicamente reciente. Según Agassiz, el enfriamiento
generó la extensión de un glaciar que llegó a cubrir todo el
continente Euroasiático, desde el Polo Norte hasta la cordillera
del Cáucaso. La existencia de estrías en el sustrato rocoso y la
disposición de los bloques erráticos anteriormente citados
fueron explicados por la acción erosiva y transportadora
intrínseca de los glaciares. A mediados de siglo, Agassiz
publicó sus Estudios sobre Glaciares, y posteriores
observaciones en Norteamérica le permitieron ampliar la acción
de la etapa glacial a escala global, lo que denominó Era
Glacial.
Con el
desarrollo del microscopio de polarización para el estudio de
rocas mediante el empleo de láminas delgadas (porciones de rocas
cortadas con un grosor aproximado de 30 micras), se permitió la
identificación de los minerales por sus propiedades ópticas,
como indicó Clifton Sorby en 1849. También a mediados de siglo,
el geólogo James Dwight Dana
en System of Mineralogy, realizó una clasificación
mineral basándose en su composición química, que fue utilizada
con posterioridad como referencia en la sistemática mineral.
En 1859,
el filósofo y naturalista inglés Charles Darwin,
en su obra El Origen de las Especies, expuso su teoría
sobre la evolución de las especies. Darwin se basó en la
doctrina uniformista para explicar la disposición del registro
fósil. De esta manera, pequeños cambios progresivos en el tiempo
habían sido capaces de crear variaciones muy significativas en
los organismos, lo que les permitió una mejor adaptación al
medio, generó nuevos organismos e hizo desaparecer a otros del
registro fósil. La creencia de una intervención divina en la
extinción y generación de nuevas especies fue ampliamente
discutida entre los opositores y los partidarios de Darwin.
También destacó por su acierto en teoría geológica sobre el
origen de los atolones coralinos en el sur del Pacífico.
Atendiendo a la evolución del paisaje, se desarrollaron
múltiples teorías, pero no fue hasta finales de siglo cuando
Willian Morris Davis
desarrolló una teoría con peso suficiente. Davis explicó de
forma cíclica la evolución de las montañas hasta llegar a formar
amplias llanuras, que denominó penillanura. El tránsito
de zonas elevadas a penillanuras lo justificó por medio de la
acción fluvial. Según Davis, la tendencia del río a conseguir un
perfil de equilibrio (estado de menor energía) rebajaba
el paisaje, de tal forma que se podían distinguir tres etapas en
el proceso: etapa juvenil, madura y senil.
Con el
comienzo de los estudios gravimétricos, se detectaron, de forma
generalizada, anomalías al realizar las mediciones en cadenas
montañosas como los Andes y el Himalaya. Estos datos eran
indicadores de una deficiencia en la masa que anteriormente se
había calculado, y fue atribuida a la inestabilidad de los
terrenos continentales tras la desaparición de la sobrecarga
perteneciente al recubrimiento de hielo generado en la última
glaciación. Las masas continentales experimentaban un movimiento
ascendente en la vertical hasta alcanzar su equilibrio. El
estadounidense Clarence Edwar Dutton,
en 1899, definió estos movimientos en la vertical como
isostáticos.
En 1859,
el geólogo americano James Hall
publicó su estudio sobre los Apalaches, en el que destacaba que
las rocas plegadas del paleozóico presentaban un espesor
superior al de los depósitos coetáneos de zonas colindantes. Al
demostrarse que este hecho ocurría de forma generalizada en el
resto de las cadenas montañosas, Hall concluyó que, previa a la
orogenia, se establecía una cuenca de sedimentación con una
fuerte subsidencia. A este tipo de cuenca sedimentária la
denominó Geosinclinal. Hall no llegó a explicar
satisfactoriamente el cambio necesario para pasar de un
geosinclinal a un orógeno, sólo se interpretó con posterioridad
mediante la Tectónica de Placas al asimilarlo como el
cambio de un borde continental asísmico (o pasivo) en otro
sísmico (o destructivo).
La
mayoría de los términos empleados refiriéndose a las masas
nubosas, como cirros, cúmulos, estratocúmulos, etc., fueron ya
descritos a principios de siglo por el meteorólogo Luke Howard.
Más tarde, el físico John Dalton, en su
trabajo Observaciones y ensayos meteorológicos, afirmó
que la condensación del vapor de agua sólo exigía un cambio de
estado y no implicaba ninguna transformación química.
Posteriormente, el físico alemán Rudolf Clausius,
en su Teoría cinética de los gases, explicó el
fenómeno de la evaporación, cuando indicó que ésta dependía
tanto de la superficie que presentaba el fluido, como de la
temperatura a la que se encontraba.
Los estudios realizados en 1856 por el ingeniero francés Darcy
permitieron conocer el movimiento del agua en el subsuelo. La
denominada Ley de Darcy concluyó que la velocidad del agua
subterránea era proporcional al gradiente hidráulico (diferencia
de altura entre dos puntos dentro del nivel freático partido por
la distancia en la horizontal que los separa) y a la
permeabilidad del terreno. Posteriormente, el también francés
Dupuit siguió ampliando los trabajos de Darcy en el desarrollo
de unas ecuaciones que permitieron conocer la recarga de los
acuíferos.
Los
conocimientos sobre sedimentación marina en esta época eran
escasos. Al conseguir muestras del fondo marino, se descubrieron
depósitos originados por los restos de microorganismos, tales
como radiolaritas, diatomitas y foraminíferos. Los estudios en
ciencias del mar no empezaron a desarrollarse, aproximadamente,
hasta 1870, cuando necesitaron conocer los fondos oceánicos para
instalar un cable telegráfico que cruzase todo el océano
Atlántico. El interés por el conocimiento del fondo marino y los
organismos existentes en él abrió un nuevo campo de
investigación, la Oceanografía.
La aparición de
la teoría de la tectónica de placas y el enorme ritmo al que
avanzó en todo este siglo la tecnología han marcado el
desarrollo de la Geología.
A finales
del siglo XVIII, el francés Henri Becquerel
descubrió que los átomos de radio eran inestables y se
descomponían generando otras partículas y energía en forma de
ondas y calor. A la suma de todos estos efectos la denominó
radiactividad. En 1905, el americano Bertram Boltwood comprobó
que estos fenómenos se repetían en el uranio y el elemento
resultado de la desintegración fue un isótopo de plomo. Dos años
después, Ernest Rutheford, conocido por su modelo atómico,
vislumbró la posibilidad de datar ciertos minerales por medio de
sus isótopos radiactivos y Boltwood realizó una serie de medidas
calculando la proporción entre los elementos radiactivos, o
primarios, y sus productos en la desintegración, o elementos
radiogénicos, que dio como resultado unas edades entre 400 y
2200 millones de años. La primera estimación de Boltwood fue
aproximadamente un 20% superior a la real, pero marcaron la
pauta de la cronología absoluta mediante el empleo de los
isótopos radiactivos. El desarrollo de los espectrómetros de
masas inventados en la década de los años veinte permitió
separar los distintos isótopos de un mismo elemento y controlar
sus variaciones. El conocimiento de la abundancia en isótopos
primarios y radiogénicos contenidos en una roca y su constante
de desintegración (característica de cada elemento) permitieron
que a partir de la década de los cuarenta se empleara esta
técnica en la geocronología.
El
nacimiento de la petrología experimental también se produjo a
comienzos de siglo cuando Karl Ernst van Hoff
explicó la secuencia de minerales salinos existente en el
Pérmico, mediante el desarrollo de una serie de ecuaciones
químicas que representaban la precipitación marina de ciertos
minerales evaporíticos. Posteriormente, Norman L. Bowen,
en su Evolución de las rocas Igneas, definió la magnitud
del equilibrio de las fases cristalinas de los silicatos. De
esta forma se conoció el estado de equilibrio en la
cristalización mineral a distintos rangos de presión y
temperatura. La petrología experimental permitió así controlar
los límites de estabilidad de las fases minerales metamórficas,
variando su composición, así como su situación en los posibles
ambientes geológicos (variando la profundidad y temperatura).
El estudio y
cuantificación de las propiedades físicas y químicas de los
minerales en el laboratorio fue un paso imprescindible en la
comprensión de los procesos geológicos.
El
desarrollo de la cristalografía no fue realmente importante
hasta la primera década de este siglo mediante el empleo de los
rayos X. En el siglo XIX, la cristalografía se limitaba a
definir las características externas minerales, como el color,
la dureza y las relaciones angulares de sus respectivas caras
cristalinas. En 1912, Max von Laure
descubrió que los rayos X al incidir sobre la superficie de un
mineral, que se refractaban siempre formando unos ángulos
concretos. Laure realizó así el primer difractograma de rayos X,
técnica empleada actualmente para el reconocimiento mineral.
La sismología como ciencia ya fue institucionalizada a finales
del siglo XIX. El geólogo John Milne empleó el primer sismógrafo
para el estudio de los seísmos, y desde entonces la sismología
ha desarrollado estudios de la estructura de la Tierra, desde la
corteza terrestre hasta su núcleo. A principios de siglo en
1909, el geofísico Andrija Mohorovicic,
por medio de la sismología, descubrió la discontinuidad que
separa corteza y manto. Esta discontinuidad, en honor a su
descubridor, fue llamada discontinuidad de Mohorovicic (también
conocida como Moho). Con la continua proliferación de los
sismógrafos a lo largo del siglo, se llegó a estudiar el Moho de
forma global, que situó a una profundidad media de 35 Km,
definió el ángulo de subducción conocido como Plano de Benioff y
se trazaron mapas sísmicos de la Tierra. El desarrollo de las
técnicas de reflexión sísmica permitió, a mediados de siglo, la
utilización de métodos artificiales (cargas explosivas
controladas) a los sismólogos, para el estudio de zonas poco
susceptibles de presentar actividad sísmica.
El estudio
oceanográfico se desarrolló prácticamente en esta época. El
descubrimiento del sonar multiplicó las observaciones
batimétricas. Se realizó una cartografía de todo el fondo
oceánico, mediante la cual se conoció la existencia de
elevaciones submarinas de gran extensión (dorsales), amplias
zonas sin accidentes (llanuras abisales), zonas de gran
profundidad (fosas), que un 20% de los continentes estaba
sumergido (plataforma continental), así como la existencia de
montes submarinos de cima plana (Guyots). De manera paralela al
conocimiento del fondo oceánico, se investigaron sus recursos
minerales. El petróleo y el gas natural fueron los recursos más
explotados, pero estudios sobre sedimentación marina
descubrieron depósitos de nódulos compuestos por óxidos de
manganeso y en menor grado de cobre, níquel, molibdeno y cobalto.
La primera idea
sobre el origen de las corrientes oceánicas fue expuesta por el
meteorólogo Vilhem Bjerknes, quien las atribuyó al efecto de los
vientos y la rotación terrestre (efecto de Coriolis) sobre la
masa oceánica. Más tarde también se identificaron como sus
mecanismos, los cambios en la densidad del agua, generados por
la evaporación, las precipitaciones y las variaciones en la
temperatura. Todos estos datos han sido controlados por el
hombre a escala global aproximadamente desde 1970, que con el
posicionamiento de satélites en órbitas alrededor de la Tierra
permitió conocer la distribución de las corrientes marinas.
El primero en
plantearse cuantitativamente el problema de la predicción
atmosférica fue Efforts. Desarrolló una formulación matemática
muy complicada. En 1922, el matemático Lewis Fry Richardson
simplificó las fórmulas de Efforts, y veinte años más tarde John
von Neumann realizó un ingenio electrónico que procesaba todas
sus posibles variables. Los estudios meteorológicos realizados
en los años treinta mediante el uso de globos sonda y
radiosondas, permitió conocer la estratificación,
características y funcionamiento de la atmósfera. En esta misma
época comenzó el uso del avión en la observación meteorológica,
hasta que a mediados de siglo se desarrollaron los satélites
meteorológicos. En 1964 fue lanzado el primer satélite
circumpolar por la agencia americana NASA.
El hombre no
sólo se ha preocupado por comprender o predecir el tiempo,
también ha intentado controlarlo. El primer experimento llevado
a cabo con éxito se realizó en 1940 con la utilización de ioduro
de plata, que, introducido en las nubes mediante aeroplanos,
favorecía la condensación y la precipitación.
En la
actualidad, la industrialización que generó el espectacular
desarrollo científico de la era moderna también afectó el clima
gravemente. Las grandes cantidades de dióxido de carbono
expulsas a la atmósfera por el hombre, influyeron en un aumento
generalizado de la temperatura a escala global.
Hasta
comienzos del siglo XX se pensaba que los continentes que había
sobre la Tierra eran algo fijo e inamovible; eran las llamadas
teorías fijistas. Pero con el cambio de siglo, Alfred
Wegener, meteorólogo
alemán, publicó su obra El origen de los continentes y
océanos, en la que proponía una deriva de los continentes.
Esto se le ocurrió al observar la perfecta coincidencia entre
los contornos de Sudamérica y África, y con él comenzó el
desarrollo de las llamadas teorías movilistas, que
más adelante sirvieron para demostrar la teoría de la
Tectónica de Placas.
La Tectónica
de Placas no pudo ser confirmada hasta los años 60, donde
supuso una verdadera revolución. El principal respaldo hacia
esta teoría llegó con la aparición de otra nueva, la teoría de
extensión del fondo oceánico, la cual se realizó al
conseguir datar las rocas del fondo oceánico y conocer con
detalle su morfología por medio del sonar.
Según la Tectónica de Placas, existen unas extensiones de
corteza de mayor o menor tamaño que se desplazan sobre la parte
más externa del manto, la astenosfera. Estas extensiones o
placas están en contacto unas con otras y, dependiendo de su
interacción, existen bordes constructivos (dorsales), bordes
destructivos (zonas de subducción) y pasivos (contactando placa
continental y oceánica). Las placas son creadas en las dorsales
oceánicas, en las que existe un flujo continuado de magmas
basálticos que dan lugar a nueva corteza oceánica. Las placas se
destruyen en las llamadas zonas de subducción, en las que la
corteza de una placa oceánica se introduce en el manto bajo la
corteza de otra placa continental. La corteza continental se
cree que no puede subducir en ningún momento debido a su
composición. Al tratarse de un quimismo más ácido que la
oceánica presenta una menor densidad que ésta.
Hoy en día aún
quedan muchas dudas por resolver acerca de la Tectónica de
Placas, ya que sólo conocemos sus mecanismos básicos. Hay
grandes dudas sobre su historia y los detalles de sus mecanismos
de funcionamiento.