CAPITULO XII
En
el que Beremiz revela gran interés por el juego de la comba. La curva del Morazán
y las arañas. Pitágoras y el círculo. Nuestro encuentro con Harim Namir. El
problema de los sesenta melones. Cómo el vequil perdió la apuesta. La voz del
muezin ciego llama a los creyentes a la oración del mogreb.
Cuando
salimos del hermoso palacio del poeta Iezid era casi la hora de ars. Al pasar junto al morabito Ramih oímos un suave gorjeo de pájaros
entre las ramas de una vieja higuera.
—Mira.
Seguro que son algunos de los liberados hoy, le dije a Beremiz. Es un placer
oír convertida en canto esta alegría de la libertad reconquistada.
Beremiz
sin embargo, no parecía interesarse en aquel momento de la puesta del sol por
los cantos de los pájaros de la enramada. Su atención estaba absorbida por un
grupo de niños que jugaban en una calle próxima. Dos de los pequeños sostenían
por los extremos un pedazo de cuerda fina que tendría cuatro o cinco codos.
Los otros se esforzaban en saltar por encima de ella, mientras los primeros
la colocaban unas veces más baja, otras más alta, según la agilidad del que
saltaba.
—¡Mira
la cuerda, bagdalí!, dijo el Calculador cogiéndome del brazo. Mira la curva
perfecta. ¿No te parece digna de estudio?
—¿A
qué te refieres? ¿A la cuerda acaso?, exclamé. No veo nada de extraordinario
en esa ingenua diversión de niños que aprovechan las últimas luces del día para
su recreo…
—Pues
bien, amigo mío, convéncete de que tus ojos son ciegos para las mayores bellezas
y maravillas de la naturaleza. Cuando los niños alzan la cuerda, sosteniéndola
por los extremos y dejándola caer libremente por la acción de su propio peso,
la cuerda forma una curva que tiene su interés, pues surge como resultado de
la acción de fuerzas naturales. Ya otras veces observé esa curva, que el sabio
Nö—Elim llamaba marazán, en las telas
y en la joroba de algunos dromedarios. ¿Tendrá esta curva alguna analogía con
las derivadas de la parábola? En el futuro, si Allah lo quiere, los geómetras descubrirán medios de trazar esta curva
punto por punto y estudiarán con rigor todas sus propiedades…
Hay,
sin embargo, prosiguió, muchas otras curvas más importantes. En primer lugar
el círculo. Pitágoras, filósofo y geómetra griego, consideraba el círculo como
la curva más perfecta, vinculando así el círculo a la perfección. Y el círculo,
siendo la curva más perfecta entre todas, es la de trazado más sencillo.
Beremiz
en este momento, interrumpiendo la disertación apenas iniciada sobre las curvas,
me indicó un muchacho que se hallaba a escasa distancia y gritó:
—¡Harim
Namir!
El
joven se volvió rápidamente y se dirigió, alegre, a nuestro encuentro. Me di
cuenta entonces de que se trataba de uno de los tres hermanos que habíamos encontrado
discutiendo en el desierto por la herencia de 35 camellos; división complicada,
llena de tercios y nonos, que Beremiz resolvió por medio de un curioso artificio
al que ya tuve ocasión de aludir.
—¡Mac
Allah!, exclamó Harim dirigiéndose a Beremiz. El destino nos manda al gran
calculador. Mi hermano Hamed no acaba de poner en claro una cuenta de 60 melones
que nadie sabe resolver.
Y
Harim nos llevó hacia una casita donde se hallaba su hermano Hamed Namir con
varios mercaderes.
Hamed
se mostró muy satisfecho al ver a Beremiz, y, volviéndose a los mercaderes,
les dijo:
—Este
hombre que acaba de llegar es un gran matemático. Gracias a su valioso auxilio
conseguimos solución para un problema que nos parecía imposible: dividir 35
camellos entre tres personas. Estoy seguro de que él podrá explicar en pocos
minutos la diferencia que encontramos en la venta de los 60 melones.
Beremiz
fue informado minuciosamente del caso. Uno de los mercaderes explicó:
—Los
dos hermanos, Harim y Hamed, me encargaron que vendiera en el mercado dos partidas
de melones. Harim me entregó 30 melones que debían ser vendidos al precio de
3 por 1 dinar; Hamed me entregó también 30 melones para los que estipuló un
precio más caro: 2 melones por 1 dinar. Lógicamente, una vez efectuada la venta
Harim tendría que recibir 10 dinares, y su hermano 15. El total de la venta
sería pues 25 dinares.
Sin
embargo, al llegar a la feria, apareció una duda ante mi espíritu.
Si
empezaba la venta por los melones más caros, pensé, iba a perder la clientela.
Si empezaba la venta por los más baratos, luego iba a verme en dificultades
para vender los otros treinta. Lo mejor, única solución para el caso, era vender
las dos partidas al mismo tiempo.
Llegado
a esta conclusión, reuní los sesenta melones y empecé a venderlos en lotes de
5 por 2 dinares. El negocio se justificaba mediante un raciocinio muy simple.
Si tenía que vender 3 por 1 y luego 2 por 1, sería más sencillo vender 5 por
2 dinares.
Vendidos
los 60 melones en 12 lotes de cinco cada uno, recibí 24 dinares.
¿Cómo
pagar a los dos hermanos si el primero tenía que recibir 10 y el segundo 15
dinares?
Había
una diferencia de 1 dinar. No se cómo explicarme esta diferencia, pues como
dije, el negocio fue efectuado con el mayor cuidado. ¿No es lo mismo vender
3 por 1 dinar y luego 2 por otro dinar que vender 5 por 2 dinares?
—El
caso no tendría importancia alguna intervino Hamed Namir, si no fuera la intervención
absurda del vequil que vigila en la
feria. Ese vequil, oído el caso, no
supo explicar la diferencia en la cuenta y apostó cinco dinares a que esa diferencia
procedía de la falta de un melón que había sido robado durante la venta.
—Está
equivocado el vequil, dijo Beremiz,
y tendrá que pagar los dinares de la apuesta. La diferencia a que llegó el vendedor
resulta de lo siguiente:
La
partida de Harim se componía de 10 lotes de 3 melones cada uno. Cada lote debe
ser vendido por 1 dinar. El total de la venta serían 10 dinares.
La
partida de Hamed se componía de 15 lotes de dos melones cada uno, que, vendidos
a 1 dinar cada lote, daban un total de 15 dinares.
Fíjense
en que el número de lotes de una partida no es igual al número de lotes de la
otra.
Para
vender los melones en lotes de cinco solo los 10 primeros lotes podrían ser
vendidos a razón de 5 por dos dinares; una vez vendidos esos 10 lotes, quedan
aún 10 melones que pertenecen exclusivamente a la partida de Hamed y que, siendo
de más elevado precio, tendrían que ser vendidos a razón de 2 por 1 dinar.
La
diferencia de 1 dinar resultó pues de la venta de los 10 últimos melones. En
consecuencia: no hubo robo. De la desigualdad del precio entre las partes resultó
un perjuicio de 1 dinar, que quedó reflejado en el resultado final.
Exposición gráfica de la resolución del Problema de los Sesenta Melones.
“A” representa los treinta melones entregados por Harim y que, según lo ordenado,
debían ser vendidos a razón de tres por un dinar. “B” representa los otros treinta
melones entregados por Hamed, y cuyo precio fue fijado a razón de dos por un
dinar. Podemos comprobar que solo diez lotes de cinco melones cada uno —tres
de “A” y dos de “B”— podían ser vendidos a razón de dos dinares cada uno. Los
dos últimos lotes comprenderán solo melones del grupo B y por consiguiente de
mayor precio.
En
ese momento tuvimos que interrumpir la reunión. La voz del muezín, cuyo eco vibraba en el espacio, llamaba a los fieles a la
oración de la tarde.
—¡Hai al el—salah! ¡Hai al el—salah!
Cada
uno de nosotros procuró sin pérdida de tiempo hacer el guci ritual, según determina el Libro
Santo.
El
sol se hallaba ya en la línea del horizonte. Había llegado la hora del mogreb.
Desde
la tercera almena de la mezquita de Omar, el muezín
ciego, con voz pausada y ronca, llamaba a los creyentes a oración:
—¡Allah es grande y Mahoma, el Profeta es el verdadero enviado de Dios!
¡Venid a la oración, musulmanes! ¡Venid a la oración! ¡Recordad que todo es
polvo, excepto Allah!.
Los
mercaderes, precedidos por Beremiz extendieron sus alfombras policromas, se
quitaron las sandalias, se volvieron en dirección a la Ciudad
Santa, y exclamaron:
—¡Allah, Clemente y Misericordioso! ¡Alabado sea el Omnipotente Creador
de los mundos visibles e invisibles! ¡Condúcenos por el camino recto, por el
camino de aquellos que son por Ti amparados y bendecidos!
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