Astronomía
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En el Universo, tal como lo conocemos hasta ahora,
existen miles de planetas, pero sólo en la Tierra hay constancia de que se
haya desarrollado vida inteligente, a pesar de la semejanza entre los
elementos que lo forman. La curiosidad humana ha desarrollado una ciencia
denominada Astronomía, que estudia los cuerpos celestes que el cielo nos
ofrece en un espectáculo sobrecogedor.
En un lugar del Universo...
En el Universo existe multitud
de cuerpos celestes que se sitúan y se mueven dentro de alguna de las
innumerables galaxias que lo constituyen. Algunas de estas galaxias tienen
formas irregulares, otras son elípticas y otras de forma espiral.
Las galaxias, formadas por
millones de estrellas, están separadas por distancias tan enormes que se ha
de recurrir a la medición en años luz, es decir, la distancia que la luz
recorrería en un año, sabiendo que su velocidad es de 300.000 kilómetros por
segundo. Estas distancias asombrosas son de cientos de miles de años luz.
En una de esas galaxias en forma
de espiral, a dos tercios del centro de uno de sus brazos, se encuentra una
estrella de tamaño medio, en torno a la cual giran, a distintas distancias,
nueve planetas de diferentes tamaños y características. En el tercer planeta
más próximo a esa estrella se han dado las condiciones para que se haya
desarrollado vida, seres vivos capaces de reproducirse y de crear un sistema
de vida inteligente: ese lugar es la Tierra.
Esa inteligencia provoca
curiosidad, la cual ha llevado al hombre, desde tiempos remotos, a
interesarse por cuanto le rodea en el propio planeta y fuera de él, en el
Universo. Deseamos conocer cómo funciona el Cosmos, es decir, el Universo en
su totalidad, sus orígenes, su evolución, su estructura, las leyes que lo
rigen. De todo ello se hablará en las páginas que siguen.
La materia del Universo
El Universo está compuesto por partículas elementales:
son los protones, neutrones, y electrones, que se reúnen para formar
estructuras concretas, los átomos. Éstos son conocidos como elementos
químicos que se combinan entre sí de muchas formas diferentes, constituyendo
las moléculas. Todas las sustancias conocidas, desde las más simples a las
más complejas, están formadas por moléculas.
¿Estamos solos?
Nuestro planeta es, hoy por hoy, el único que
conocemos en el que se ha desarrollado la vida, pero dadas las semejanzas y
la cantidad inmensa de estrellas y planetas que forman el Cosmos, el hombre
no deja de interrogarse e interesarse por las posibilidades de vida en otros
puntos del Universo, por otros mundos quizás habitados, aunque alejados del
Sistema Solar. En la Vía Láctea, por ejemplo hay más de un millón de
planetas semejantes a la Tierra.
Por diversas razones no hemos
dejado nunca de elevar nuestra mirada hacia el firmamento. Desde los
primeros pasos de la humanidad, los hombres han alzado su vista hacia la
bóveda celeste. Maravillados por su esplendor e intrigados por sus secretos,
llegó un tiempo en que pensaron que todo en la naturaleza era comprensible y
se pusieron a buscar explicaciones lógicas y a investigar las leyes internas
que la rigen.
En un proceso lento e
ininterrumpido se han ido encontrando las respuestas que explican el paso
del día a la noche, de la sucesión de las estaciones, del juego continuo de
la Luna cambiando de lugar y forma visible desde la Tierra, del enigma
cegador e imponente del Sol, del fenómeno extraordinario que se produce cada
noche cuando miles de puntos luminosos dibujan en el firmamento, en un
continuo y exacto movimiento escondido tras una sobrecogedora quietud, el
mejor y más imaginativo de los espectáculos.
Al compendio de todos los
estudios, análisis, verificaciones y certezas sobre el Universo le hemos
llamado Astronomía. Es la ciencia que estudia los cuerpos exteriores a la
atmósfera terrestre, sus posiciones relativas, sus movimientos, su
estructura y su evolución. Tiene por ello una especial relación con otras
ciencias como las matemáticas o la física, pero una diferencia metodológica
importante: no es una ciencia empírica, es decir, no se puede experimentar
en el laboratorio con una estrella o con un planeta. Así pues, es una
ciencia que se basa exclusivamente en la observación.
Es una ciencia tan antigua como
las civilizaciones, que avanza sin cesar en la medida en que los humanos son
capaces de disponer de más y mejores técnicas para explorar y conocer el
Cosmos. La Astronomía y la Cosmología como una parte de ella, seguirán dando
respuesta en los tiempos venideros a muchas de las incógnitas que el hombre
aún no ha podido desvelar.
Hacia una concepción del Universo
La Astronomía tiene una historia muy larga. Las
estrellas han fascinado siempre al hombre, que desde tiempos remotos las ha
estudiado para descubrir los misterios del Universo. Desde el antiguo Egipto
hasta hoy día los progresos en el conocimiento del cielo han sido continuos
y espectaculares. Hoy se abren nuevas e inusitadas posibilidades y
perspectivas a los astrónomos.
Los primeros pasos de la Astronomía
En el antiguo Egipto y en
Babilonia la Astronomía alcanzó un gran desarrollo, orientado a la
elaboración de calendarios y a la predicción de los ciclos en la agricultura.
En Grecia se formularon las
primeras teorías sobre el origen y el funcionamiento del Cosmos. En el siglo
VII a.C, Thales de Mileto plantea el firmamento como una bóveda de agua
sobre la que flota una tierra lenticular; en el siglo V a.C, Filolao formula
la idea de una tierra esférica, basándose en las observaciones del velamen
de un barco que desaparece gradualmente en el horizonte marino a medida que
se aleja. Aristarco de Samos, en el siglo III a. C, mide la distancia del
Sol y propone el modelo heliocéntrico, no aceptado por sus sucesores, frente
al modelo egocéntrico, que sitúa a la Tierra en el centro del Universo.
Eratóstenes, en el siglo II a.C, mide con gran exactitud el tamaño de la
Tierra, basándose en la observación – cuando el Sol está en su cenit el 21
de junio – de la sobra desviada que proyecta un palo clavado en el suelo de
Alejandría, al norte de Egipto, y la perpendicularidad (ausencia de sombra)
de los rayos de Sol en un pozo en Sy (la actual Assuán), 800 kilómetros más
al sur; deduce de ello que la Tierra tiene forma esférica y calcula una
circunferencia de 40.000 km y un radio de 6.366 km, lo que significa una
importante aproximación a las medidas reales.
Ptolomeo, en el siglo II d.C,
construye un modelo de movimiento que sitúa a la Tierra inmóvil en el centro
del Universo, alrededor de la cual giran en círculos concéntricos la Luna,
el Sol y los planetas, que, a su vez, recorren una pequeña circunferencia,
con la que se explica su movimiento anómalo. Las estrellas formaban la
esfera exterior.
Hacia el modelo heliocéntrico
Durante la Edad Media las únicas
innovaciones fueron la invención de nuevos instrumentos de observación,
desarrollados en su mayoría por la cultura árabe.
En los siglos XV-XVI, Nicolás
Copérnico retomó el modelo heliocéntrico del Cosmos, en el que los planetas
giran en órbitas circulares alrededor del Sol, excepto la Luna, que gira
alrededor de la Tierra. Más adelante, Johannes Kepler, en los siglos
XVI-XVII, describió el movimiento elíptico de los planetas alrededor del
Sol. Paralelamente, Galileo Galilei, a finales del siglo XVI, construyó un
telescopio con el que pudo observar el relieve de la Luna, las manchas
solares y los cuatro satélites de Júpiter, demostrando que los astros no
eran esferas de materia perfecta y que en el Cosmos podían haber varios
centros de movimiento. La realidad del modelo heliocéntrico acabó por
imponerse.
Las bases de la astronomía moderna
Isaac Newton formuló en 1687 la
ley de la gravedad y verificó matemáticamente la teoría de Kepler sobre las
órbitas elípticas, permitiendo calcular la órbita de cualquier planeta.
Newton abrió las puertas a la concepción moderna del Universo.
Simultáneamente, E. Halley descubrió el cometa que lleva su nombre, del que
dedujo que su órbita alrededor del Sol tenía una duración de 76 años.
En 1781, W. Herschel descubrió
Urano, séptimo planeta del Sol. A lo largo del siglo XIX se desarrollaron
nuevas técnicas de observación, permitiendo obtener importantes
descubrimientos. Pudo medirse, por vez primera, las distancias de algunas
estrellas y se observaron los primeros asteroides. El astrónomo Leverrier
dedujo la existencia del planeta Neptuno, estudiando las irregularidades de
la órbita de Urano.
En 1971 el nuevo telescopio del
Monte Wilson, permitió observar que las nebulosas eran galaxias exteriores a
la nuestra.
Cada vez más cerca de las estrellas
Con este último descubrimiento
se da un gran salto adelante en el conocimiento del Cosmos, formado por
miles de galaxias que se alejan unas de otras constituyendo un Universo no
estático sino en expansión. La escala del Universo aparece tan descomunal
que parece superar incluso la imaginación. Los astros y las galaxias más
próximas, que se encuentran a cientos de miles de años luz, están como a la
vuelta de la esquina. Por ello, siempre surge la pregunta ¿dónde está el
fin?
A lo largo del siglo XX, y
especialmente en las últimas décadas, la Astronomía y, dentro de ella, la
astrofísica, ha experimentado un avance sin precedentes, gracias a la
aparición de nuevas técnicas de observación, como pueden ser la
radioastronomía o los detectores electrónicos en la observación telescópica.
Mención aparte merece el gran
desarrollo experimentado por la astronomía espacial, que permite el estudio
in situ de los astros del sistema solar, mediante el envío de sondas
espaciales, y también, gracias a los satélites artificiales, el de las
radiaciones que desde nuestro planeta no pueden captarse debido a la acción
de la atmósfera terrestre. La continuidad en estos avances es previsible que
nos sitúe en el umbral de una nueva época para el conocimiento del Cosmos.
¿Qué
es el Universo?
Gracias al avance tecnológico, cada vez conocemos
mejor el Universo. Sin embargo, todavía quedan muchas cuestiones sin
respuesta, incógnitas que refieren a su origen y evolución.
Las distancias entre los cuerpos
que ocupan el espacio – planetas, estrellas, galaxias, cúmulos de galaxias,
etc. – aumentan sin cesar y alcanzan cifras difíciles de retener; sin
embargo, todas ellas están dentro de lo que conocemos como el Universo.
Debemos preguntarnos cuál es su
origen, dónde están sus límites, si es que no es infinito, cómo evoluciona y
cuál será su fin, en el supuesto de que lo tenga. Tales preguntas no tienen,
hoy por hoy, todavía, una respuesta definitiva, a pesar del enorme progreso
que la Astronomía ha experimentado en las últimas décadas.
Expansión del Universo
El Universo, aunque se han
localizado quasares a más de 10.000 millones de años luz, no se extiende
indefinidamente; es limitado, aunque todavía no se ha podido establecer
dónde está ese límite. Se cree que es un espacio de tres dimensiones curvado,
en el que las galaxias se alejan entre sí.
En 1929, el astrónomo Hubble
descubrió que las galaxias que estaban a una distancia mensurable se
alejaban continuamente, y comprobó que la velocidad con que lo hacían iba en
ascenso. Actualmente, los astrónomos han fijado un aumento de velocidad de
50 km/s por cada tres millones de años luz que se aleja la galaxia. Este
cálculo ha permitido deducir la velocidad y la distancia de las galaxias más
alejadas, y afirmar que el Universo se está expandiendo. Cada punto se aleja
de los demás, como se alejan los puntos dibujados sobre la superficie de un
globo a medida que se va hinchando.
La comprobación de este fenómeno
se hace a través del efecto Doppler. Este científico estableció que las
ondas de cualquier tipo se comprimen – su longitud de onda es más corta –
cuando la fuente que las provoca se acerca al receptor y, en cambio, se
separan – la longitud de onda se hace más larga – cuando la fuente se está
alejando. Al aplicar este principio al espectro que forman las ondas
luminosas de las galaxias, se comprobó que sus líneas oscuras se desplazaban
progresivamente hacia el rojo, alejándose del azul, lo cual es evidencia de
su mayor alejamiento continuo. La medida en que se produce ese
desplazamiento hacia el rojo permite calcular la velocidad de alejamiento de
la galaxia.
Origen y evolución
Retrocediendo en el tiempo,
parece que al ser menor el efecto de la expansión en el espacio todo tuvo
que ser más denso que ahora, e incluso estar concentrado en un momento
determinado en el que la expansión no hubiese comenzado. De hecho, los
cosmólogos, que estudian el origen y evolución del Universo, han establecido,
después de haber modificado la cifra al alza en varias ocasiones, que dicha
expansión se inició hace unos 15.000 millones de años, aunque es difícil de
precisar, porque no hay ninguna prueba de que el ritmo de expansión haya
sido constante.
Una teoría, hoy desechada, es la
del estado estacionario, que supone que el Universo ha existido y existirá
siempre. Según ésta, el Universo estaría en estado de continua creación, de
manera que cuando las estrellas y galaxias antiguas se mueren, serían
reemplazadas por otras nuevas creadas a partir de la materia que surge de la
nada. Esta teoría ha sido totalmente descartada.
Según la teoría del big-bang,
todo debió suceder no a partir de un punto, sino de una masa sometida a una
enorme explosión ocurrida en el tiempo cero que inició el espacio-tiempo.
Todo se formó a partir de un átomo primigenio. En el tiempo cero toda la
materia y energía del Universo se hallaban comprimidas en una masa
gigantesca con un diámetro de sólo unos cuantos años luz. Esta masa
inestable estalló en una fantástica explosión, tan enorme que sus fragmentos
llegaron a transformarse en galaxias en todas direcciones, en un alejamiento
que no se ha detenido y que se produce con distintas velocidades según el
lugar que ocupaban en la masa originaria, que algunos astrónomos llaman el «huevo
cósmico»
Otra teoría plantea la
posibilidad de un universo cíclico u oscilante, es decir, de un universo en
el que a la actual fase de expansión le seguiría una fase de contracción, en
la que las galaxias se acercarían entre sí hasta unirse de nuevo, llegando a
colapsarse y provocar después una gran explosión. Si esta teoría fuera
correcta debería producirse una explosión cada 100.000 millones de años. La
cuestión clave para que se produjera esta oscilación que hiciera que el
Universo pasase por fases de expansión y contracción sería que hubiese en él
bastante material, es decir, una densidad global suficientemente alta, como
para conseguir, por su efecto gravitatorio, que se detuviese la expansión y
se iniciase la contracción. La densidad crítica se sitúa en unos tres átomos
de hidrógeno por cada metro cúbico, de manera que si está por debajo, la
expansión no se detiene.
Las investigaciones futuras
serán las que darán respuestas a las incógnitas que todavía se plantean
sobre el origen del Universo.
Composición
Debemos preguntarnos, a
continuación, de qué estaba compuesta la materia a partir de la cual comenzó
el Universo. En la actualidad, el Universo parece estar compuesto de
hidrógeno en un 90%, de helio en 9% y átomos más complejos en el 1% restante.
Con el paso progresivo del
tiempo los átomos muy simples, como el hidrógeno, se fusionan, dando otros
de mayor peso atómico, que a su vez también se fusionan y producen átomos
más complejos dentro del núcleo de las estrellas; pero si miramos hacia
atrás, la proporción de hidrógeno aumenta y la del helio disminuye, por lo
que en el tiempo cero el Universo debió estar compuesto casi al 100% de
hidrógeno comprimido hasta el límite: materia y energía eran más compactas.
El átomo de hidrógeno tiene dos
partículas, un protón, de carga eléctrica positiva (+), y un electrón, de
carga eléctrica negativa (-) Al sobrepasar cierta presión crítica sobre la
mas de hidrógeno, electrones y protones se fusionan formando neutrones, sin
carga eléctrica. El neutronio tendría una densidad de 1.000 billones de g/cm3,
resultando mucho más denso que las estrellas enanas blancas, las más densas
que se conocen.
En el momento del big-bang, esa
masa primigenia compuesta por neutronio, se desintegraría con mucha
virulencia en neutrones individuales, que rápidamente se descompusieron en
protones y electrones, de manera que a los protones así formados puede
considerárseles como núcleos de átomos de hidrógeno.
Algunos de estos protones, a
medida que se fueron formando, chocarían de vez en cuando con los neutrones
que aún quedaran libres, constituyendo progresivamente núcleos de una mayor
complejidad, hasta formar el total de todos los elementos. Esto explicaría
por qué actualmente decrece el número de átomos en el Universo, a medida que
aumenta su complejidad.
Dadas las altísimas temperaturas,
de hasta 4.000 millones de grados Kelvin (0 K son igual a 273 °C) que
siguieron a la explosión, las reacciones nucleares se produjeron en pocos
segundos. A partir de ahí, a medida que disminuía la temperatura, los
diversos núcleos atraerían electrones y formarían átomos, que se
aglomerarían en enormes volúmenes de gas que se irían alejando a gran
velocidad, condensándose paulatinamente en estrellas y galaxias.
Sin embargo, de esta teoría
sobre la composición de la materia en el momento del tiempo cero aún quedan
puntos sin resolver, como es el estancamiento, al llegar al helio 4, que
sufre el proceso de formación de los elementos que tienen átomos cada vez
más complejos. La alternativa propuesta en la teoría formulada por Hoyle
salva este obstáculo: el material originario estaría formado sólo por
hidrógeno, mientras que los demás elementos se formarían en el interior de
las estrellas, pasando a la materia interestelar por medio de las
supernovas.
Antes del big-bang
A partir de la idea de una
explosión en el tiempo cero como forma que da origen al Universo, surge la
incógnita de qué había antes, de dónde vino la materia cósmica que
explosionó.
Si la materia cósmica existía
desde siempre, era lógicamente muy estable, y si lo era, cabe preguntarse de
qué forma podía permanecer estable y por qué estalló en el tiempo cero.
Lo más fácil es concebir el
Universo como un gas extremadamente disperso y muy rarificado, como el
espacio vacío que hoy hay entre las galaxias, que se iría agrupando
lentamente y contrayéndose. Al contraerse provocaría calentamiento y altas
temperaturas, que acabarían por actuar, frenando la contracción que se
estaría produciendo por efecto de la gravedad, pero sin conseguir evitar que
la materia, por inercia, siguiera contrayéndose y superara el punto de
equilibrio entre el efecto térmico que frena la contracción y la fuerza
gravitatoria que la acelera. De esa manera la contracción de la materia
sigue hasta tener un volumen mínimo que es la materia cósmica que existiría
en el momento del big-bang o tiempo cero.
El espacio y la gravedad
Desde la teoría de los cuatro elementos hasta la
teoría de la gravedad, el hombre quiso saber por qué los planetas se
mantenían en órbita y por qué no caían. Investigó también el movimiento de
caída de los cuerpos, la velocidad y las características de la luz y los
problemas del espacio y el tiempo en el Universo.
Cuando observamos la bóveda celeste y vemos multitud
de cuerpos moviéndose en el espacio, nos preguntamos qué los sostiene.
Los
elementos naturales de la antigüedad
Los clásicos creían que la
Tierra era el centro del Universo y que en éste cada cuerpo ocupaba su lugar
natural; por encima de la Tierra sólo había aire y más arriba las esferas
que transportaban los astros. Toda la materia del Universo estaba compuesta
por cuatro elementos: tierra, fuego, agua y aire. Cada sustancia se
diferenciaba únicamente en la proporción que tenía de cada uno de ellos. El
lugar natural del elemento tierra era el centro de la Tierra y, por tanto,
del Universo, por lo cual todas las sustancias que lo contenían buscaban su
lugar natural y eran así atraídas hacia la Tierra.
Algunos siglos más tarde, la
aceptación de la teoría heliocéntrica puso en duda esta concepción: ¿por qué
la Tierra había de ser el punto de atracción si no se hallaba en el centro
del Universo?
El movimiento de los cuerpos
Los científicos del Renacimiento
investigaron los movimientos de los cuerpos. Galileo preparó el camino que
conduciría más adelante al descubrimiento de la ley de la gravitación
universal, que explica por qué caen los cuerpos. Dos cuerpos de la misma
materia pero de distinto peso, dejados libres a una cierta altura, llegan al
suelo al mismo tiempo. No es fácil realizar este experimento, puesto que
debe hacerse en un lugar donde se posible crear el vacío. En estas
condiciones puede observarse que ambos caen a la misma velocidad, al margen
de su peso, y que ésta, además, no es constante, sino que sufre una
aceleración de 9,75 metros por segundo (como valor estándar) Galileo también
estudió el origen del movimiento, rechazando la idea aristotélica de los
movimientos natural y violento. Según Aristóteles, el movimiento de un
cuerpo que cae hacia el centro de la Tierra o el de un astro que gira
alrededor de su órbita es natural; sin embargo, el de un cuerpo que se
desplaza horizontalmente sobre el suelo y que ha sido producido por alguien
o algo es un movimiento violento. Este último se mantiene mientras dura el
impulso que lo ha provocado, añadieron los hombres de la Edad Media. Galileo
llegó a la conclusión de que cualquier velocidad conseguida se mantiene
invariable mientras no se anulen las causa externas de aceleración o
desaceleración.
Este principio, recogido por
Newton, quedó formulado para cualquier tipo de movimiento: todo cuerpo se
mantiene en estado de movimiento uniforme en línea recta o de inmovilidad, a
menos que sea obligado a cambiar de estado por las fuerzas que se le
apliquen. Esta ley del movimiento es la que gobierna el Universo.
Las leyes de Kepler
Posteriormente, Kepler demostró que las órbitas
planetarias no eran circulares sino elípticas y formuló las siguientes leyes:
|
Los planetas se mueven
describiendo elipses, en uno de cuyos focos está el Sol.
|
|
Las áreas barridas por
los radiovectores que unen el Sol con un planeta, en tiempos iguales,
son iguales, de lo que se deduce que a mayor proximidad de la órbita
mayor velocidad. |
|
El cuadrado del período
de revolución (T) de un planeta es proporcional al cubo del semieje
mayor (D) de su órbita: |
De las leyes de Kepler se deduce
que los planetas más próximos al Sol se mueven a mayor velocidad que los más
lejanos. También resuelven el curioso problema del movimiento aparente; en
efecto, los planetas a veces parecen detenerse, e incluso iniciar un
movimiento retrógrado en su desplazamiento este-oeste. Se trata de un simple
efecto de perspectiva, debido a las posiciones relativas de la Tierra y los
planetas contra el fondo fijo de las estrellas.
Las formulaciones de Kepler
explicaban esa teórica fuerza que mantenía las rotaciones excéntricas en
orden; sin embargo, todavía quedaba por saber de qué manera se ejercía esta
fuerza.
La fuerza de gravitación universal
Fue Newton (1642-1727) quien
descubrió el valor de esta fuerza, a la que llamó fuerza de gravitación
universal, dado que operaba en todo el Universo. Comenzó con la observación
del movimiento que realiza un cuerpo libre después de haberlo hecho girar
sobre un punto fijo. Es fácil comprobar que sale disparado hacia el
exterior.
Se creía ya que la gravedad era
una fuerza «inversamente cuadrática», es decir, que entre dos cuerpos que se
trasladan a una distancia doble de la que tenían anteriormente, su fuerza de
atracción disminuye cuatro veces, o sea, su cuadrado; y así sucesivamente,
puesto que, separados el triple disminuye nueve veces.
Newton, con el uso del cálculo
infinitesimal, creado por él, como nueva rama de las matemáticas, pudo
demostrar que esta teoría era correcta.
En definitiva, demostró que
todos los cuerpos celestes se atraen con una fuerza que es inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia que los separa y que Newton lo
expresó mediante la conocida ecuación en la que F es la fuerza gravitatoria;
G la constante de gravitación; M y m las masas, y d la distancia entre las
masas.
La velocidad de la luz
En Astronomía, la velocidad de
la luz es un dato crucial, pero la dificultad estriba en que se traslada con
tanta rapidez que es muy difícil medirla. Cuando, por fin, se precisó este
dato se plantearon numerosos problemas astronómicos, que sólo se lograron
resolver con la futura formulación de la teoría de la relatividad.
Todos hemos experimentado
situaciones en las que hemos podido comprobar que la luz se desplaza mucho
más rápidamente que el sonido; en una tempestad, por ejemplo, vemos el
relámpago segundos antes de que nos llegue el ruido del trueno.
Antes de que fuera calculada con
exactitud, el astrónomo Römer, en el siglo XVIII, siguió un procedimiento
astronómico para descifrarla, observando los intervalos crecientes y
decrecientes que se producían entre los eclipses del satélite Io y el
planeta Júpiter, explicables sólo por la combinación de las posiciones de
conjunción y oposición con la Tierra. A pesar de que partió de unos datos
deficientes, en cuanto se refiere a las distancias, obtuvo un resultado de
230.000 km/s, un cálculo bastante próximo a los 299.792 reales, obtenidos
con posterioridad a partir de procedimientos y datos precisos.
La teoría ondulatoria
En el siglo XIX se difundió
también la teoría ondulatoria de la luz. Se demostraba mediante un
experimento muy sencillo, que consiste en encender una bombilla dentro de
una caja a la que se le han realizado dos agujeros en uno de sus lados;
sobre una superficie blanca dispuesta junto a los agujeros, podrán
observarse, con el resto de las luces apagadas, dos manchas de luz que
tienen unos círculos más oscuros en la zona donde se mezclan las dos manchas.
Este fenómeno se llama
interferencia y sólo puede explicarse en términos de movimiento ondulatorio,
lo cual significa que las ondas luminosas que salen por cada uno de los
agujeros unas veces coinciden y otras están en discordancia, anulándose.
Entre las muchas conclusiones
que se extrajeron de esta demostración, hubo una que afirmaba que las ondas
tenían que trasladarse a través de alguna materia; como ya era conocido que
en el espacio interestelar no había aire, se creyó que existía una sustancia
indetectable que transportaba la luz, a la que se llamó éter.
La teoría de la relatividad
Einstein, siguiendo los estudios
de otros físicos, llegó a la conclusión de que la masa de un cuerpo en
movimiento tenía que aumentar con la velocidad, que su longitud tenía que
disminuir en el sentido del movimiento, y que el tiempo tenía que dilatarse,
transcurriendo más lentamente. El físico y matemático alemán pudo confirmar
estas formulaciones, que demostraban el papel fundamental de la velocidad de
la luz, obteniendo unos resultados que alteraban los de la física
tradicional. Fue el inicio de la teoría de la relatividad.
El punto de partida era que en
el Universo no hay ningún punto fijo, sino que todos están en movimiento; no
hay, pues, ninguna medida ni velocidad absoluta, sino que todas dependen del
observador que se está moviendo. Este planteamiento afectaba a las teorías
del movimiento formuladas por Newton ya que éste se basó en magnitudes
básicas que se pueden medir y permanecen fijas y absolutas, como la masa, la
longitud y el tiempo.
Ahora se demostraba que eso no
era así. Si no hay puntos fijos, no hay reposo absoluto y la forma en que
quedan afectados los movimientos depende del punto de referencia.
Estos resultados que suponen la
alteración de la masa, la longitud y el tiempo. Pueden parecer absurdos,
porque no se manifiestan en los objetos con los que estamos en contacto
cotidianamente, ya que en ellos estos valores son muy pequeños; pero sí que
se manifiestan con la aceleración de partículas atómicas a velocidades como
la de la luz.
Antes de la teoría de la
relatividad el tiempo era considerado como una magnitud absoluta, que
transcurría igual para todos los objetos, pero a partir de Einstein este
concepto se modificó. Éste consideró que a las tres dimensiones del espacio
geométrico debía añadirse la del tiempo y hablar desde ese momento del
espacio-tiempo.
El espacio-tiempo
Einstein consideró que el
espacio-tiempo era curvado y que esta curvatura aumentaba donde había mas,
objetos. Esta curvatura es la que hace que los objetos en movimiento sigan
caminos determinados: un planeta o un rayo de luz se desvían al pasar cerca
de un cuerpo o masa, a causa de la curvatura del espacio que éste provoca.
El rayo de luz emitido por las estrellas más próximas al Sol es desviado por
éste, distorsionando la posición aparente de aquéllas.
Si las masas de los cuerpos y
sus distancias relativas dependen de la velocidad, no hay manera de
determinar si un cuerpo actúa bajo la influencia de la gravitación o si se
está acelerando.
Según la teoría de la
relatividad, la masa y la energía son intercambiables. Einstein lo expresó
con la conocida ecuación E=mc2, que nos indica que se genera
mucha energía por cada pequeña cantidad de masa (m) que desaparece, porque
hay que multiplicarlo por el cuadrado del valor de la velocidad de la luz
(c)
Esta obtención masiva de energía
se produce en las explosiones atómicas, en las centrales nucleares y, sobre
todo, en las estrellas del Universo.
El
cielo que vemos
La Tierra es como un inmenso observatorio desde el
cual podemos contemplar el cielo estrellado durante las horas nocturnas. La
bóveda celeste se desplaza con un movimiento retrógrado, en el que los
astros vuelven a ocupar; cada 24 horas, el mismo lugar respecto al
observador.
La bóveda celeste
Cuando el Sol desaparece por el horizonte y cae la
noche, se comienzan a divisar las primeras estrellas en la región espacial
opuesta a la del crepúsculo solar. Nos invade la sensación de estar rodeados
por una inmensa cúpula, en la que cada astro es un punto diminuto. Todos los
astros parecen estar a la misma distancia, pero esto es sólo una impresión,
que se debe a que percibimos el cielo en dos dimensiones, no captamos la
tercera la profundidad.
Los astros se mueven
Al observar el cielo de noche
tenemos la impresión de que todo en él permanece inmóvil, pero se trata de
otra falsa ilusión, fácilmente comprobable. Si fijamos nuestra atención en
un astro sencillo de observar y tomamos un punto de referencia fijo, como un
poste o un árbol, pasados unos minutos veremos que ha habido un
desplazamiento. Si miramos en dirección oeste, nos parecerá que los untos
luminosos descienden y que algunos llegan a desparecer tras el horizonte; si,
en cambio, miramos hacia el este, nos parecerá que ascienden y que nuevos
astros surgen del horizonte.
En una observación continuada,
sin contemplamos los astros orientados al sur, tendremos la sensación de que
éstos se desplazan en dirección oeste. En realidad, todos los astros que
podemos ver describen cada uno un círculo más o menos grande alrededor de un
punto denominado polo celeste, que coincide con la posición actual de la
estrella Polar. Todos los astros inician su recorrido, es decir, «salen»,
por el este (levante) y lo terminan, es decir, se «ponen», por el oeste (poniente)
Nuestra posición, en una latitud
media en el hemisferio norte, explica el por qué muchos astros tienen una
trayectoria aparente inclinada. Si realizásemos la observación desde el Polo
Norte, veríamos que describen un círculo alrededor de la estrella Polar,
paralelamente al horizonte, sin «ponerse» nunca
Este movimiento de los astros en
el sentido de las agujas de un reloj es conocido como movimiento retrógrado.
Se debe a la circunvalación que la Tierra realiza sobre sí misma cada 24
horas en dirección oeste-este, sin perjuicio de que aquellos tengan
movimiento propio.
Esto no significa que la
estrella Polar permanezca absolutamente inmóvil, sino que gira haciendo un
pequeño círculo alrededor de un punto ficticio, que es la prolongación del
eje que pasa por el Polo Norte de la esfera terrestre.
Arriba y abajo en el Universo
En la observación del Universo
no sirven las nociones espaciales de arriba y abajo, derecha e izquierda. En
cualquier posición de su movimiento de rotación que se halle la Tierra, «abajo»
es siempre la dirección hacia el centro de la Tierra y «arriba» es el
espacio exterior.
El espacio exterior es todo lo
que existe fuera de nosotros, de la Tierra. Este espacio está formado por un
conjunto de galaxias, cada una de ellas formada a su vez por miles de
estrellas. Con la ayuda de instrumentos e instalaciones que el hombre ha ido
confeccionando – telescopios, observatorios, etc. – podemos observarlas.
Además, la representación de la bóveda celeste en globos, planisferios,
etc., muestra las posiciones relativas de los astros en el cielo.
La observación nocturna permite
la contemplación de algunos de los planetas del sistema Solar al que
pertenece la Tierra, así como numerosos astros que son en realidad soles
exteriores a nuestro sistema Solar. Con la ayuda de potentes telescopios se
pueden captar estrellas y galaxias exteriores, pero no se ha llegado a
captar todavía el límite del horizonte perceptible del Universo, el cual
parece retroceder a medida que aumenta la potencia de los instrumentos.
Preparándonos para la observación
Para iniciar una observación no hacen falta grandes
instrumentos, basta salir por la noche y seguir algunas pautas.
La elección de un buen lugar de observación
El lugar elegido debe ser lo más oscuro posible,
alejado de puntos de luz y con el horizonte despejado, de manera que permita
ver gran parte de la bóveda celeste. Es mejor elegir noches sin Luna o bien,
si ésta es el objeto de nuestra observación, esperar más allá de la
medianoche, porque produce deslumbramiento.
Adaptación a la oscuridad
No podemos realizar la observación si venimos
directamente de un lugar muy iluminado, ya que la pupila está contraída.
Dejaremos transcurrir unos minutos, quince como mínimo, para que nuestros
ojos se adapten a la oscuridad y podamos detectar el mayor número de
elementos. Es aconsejable recubrir la linterna con un filtro rojo, ya que
este color facilita la adaptación.
¿Qué material necesitamos?
Es conveniente planificar qué observación concreta
vamos a realizar y prever qué material necesitaremos: lápiz, papel,
prismáticos, cartas, telescopio y también un reloj si se desea observar
fenómenos como eclipses, ocultaciones, etc.
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