China
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geografico de China
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El
final de la era prehistórica y los comienzos en
China de lo que podría denominarse un principio de
civilización superior, ya plenamente histórica,
está vinculado a la tecnología del bronce o lo que
algunos autores han denominado la formación de la
?alta cultura china?, que se desarrollaría a lo
largo del III y II milenios a.C. Esta cultura
presenta unos rasgos definitorios, unas ciertas
características que suponen un salto cualitativo
respecto a las culturas plenamente neolíticas: una
economía agrícola sedentaria, asentamientos
urbanos, la aparición de la escritura, una
diferenciación social más o menos compleja, una
incipiente organización estatal o el uso doméstico
del caballo; rasgos que por otra parte son comunes
en la configuración de otras tempranas
civilizaciones. Teniendo en cuenta además las
particularidades geográficas de China, se ha
señalado con frecuencia la imperiosa necesidad de
regular los cursos fluviales para garantizar el
desarrollo de las tareas agrícolas como un factor
alrededor del cual nacería una primitiva forma de
organización del Estado, instrumento idóneo para
el reclutamiento y organización de la ingente mano
de obra necesaria para afrontar las obras
hidráulicas.
Las
pruebas arqueológicas del período contemplado (III
y II milenio), con un sensible enriquecimiento de
la cultura material en los estratos
correspondientes -abundancia de distintos tipos de
vasijas, cuchillos, y otros utensilios de bronce-
, atestiguan el desarrollo de una civilización
bastante avanzada en torno a la cuenca baja del
río Huang He,
o río Amarillo, en las actuales provincias de
Henan y Shandong, aunque más incierto es
establecer si en este desarrollo tuvo un mayor
peso la propia evolución de las culturas presentes
en dichas zonas y de migraciones interiores que
ponen en contacto a pueblos de otras regiones del
propio entorno chino, o si por el contrario el
factor determinante fue la influencia de los
pueblos indoeuropeos de Asia Central y
Suroccidental. Por otro lado, las leyendas chinas
elaboradas a posteriori que hacen referencia a sus
propios orígenes cabe considerarlas no tanto como
fuentes fidedignas de información histórica, del
mismo modo que lo es la Arqueología, sino como un
reflejo de la importancia que los chinos
confirieron a ciertos elementos fundamentales en
la formación de su civilización y que serán casi
una constante a lo largo de su historia: la
roturación de tierras, el control del curso de los
ríos, la actuación sabia y moral de sus monarcas.
Todo ello se percibe de forma clara en las
narraciones legendarias de los ?Tres Grandes
Soberanos? -Fuxi,
Shennong
y
Huang Di-
y los ?Cinco Emperadores Míticos?,
Chao Hao,
Ti Xin,
Ti-ku;
Yao
y
Shun,
a los que dichas fuentes otorgan el papel de
fundadores de la China Imperial.
En
este mismo contexto de configuración de una
civilización superior, pero a medio camino entre
la leyenda y la evidencia histórica, se encuentra
la dinastía Xia (Hsia), cuya cronología más
extendida lo sitúa entre los años 2205-1766 a.C.,
aunque no obstante cualquier periodización
estricta es discutible, ya que según otras fuentes
sitúan su desarrollo entre 2033 y 1562 a.C. Xia es
tradicionalmente considerado un período
protohistórico, de transición hacia el comienzo de
la auténtica era histórica; el hecho de conocer la
lista completa de los emperadores Xia -un total de
diecisiete, recopilados en el siglo 1 a.C.- induce
a pensar de esta manera, tendente a considerar
ésta la primera dinastía imperial de China. Sin
embargo, otros argumentos apuntan en dirección
contraria: así, las fuentes arqueológicas no son
concluyentes sobre la existencia de un Imperio Xia
como tal, sino que sólo testimonian la existencia
en Shanxi meridional de algunos restos de una
cultura neolítica tardía que incluso pudo ser
contemporánea de la
dinastía Shang.
Por otra parte, los datos que se conservan sobre
Xia están más vinculados a la tradición mitológica,
como prueba el mismo hecho de atribuir su
fundación al ?Gran Yü?, el emperador que según la
leyenda sucedió al último de los ?Cinco
Emperadores Míticos?, Shun; precisamente el rasgo
más llamativo de Yü lo identifica como el hacedor
del encauzamiento de los ríos de China, hecho que
hizo posible la agricultura, lo que nos remite a
la ?teoría hidráulica? anteriormente esbozada para
explicar el origen del Estado. En definitiva,
desde un punto de vista exclusivamente científico
resulta cuando menos bastante arriesgado situar la
dinastía Xia como el punto de arranque de las
dinastías históricas chinas, si bien hay que
considerar su presencia en las fuentes escritas
posteriores como un síntoma.
Los
testimonios históricos son más fidedignos en
cuanto a la cultura Shang (o también llamada Shang-Yin),
en los comienzos del II milenio a.C. Al parecer,
esta cultura revistió los rasgos de un primitivo
Imperio, y en función de ello cabe considerarla
como la primera dinastía imperial china de la
historia. Aunque la dinastía como tal no se fundó
hasta el siglo XVI a.C., las primeras
manifestaciones materiales de la configuración de
esta cultura se sitúan incluso en fechas muy
anteriores (finales del III milenio). De éste y
otros indicios cabe deducir que su influencia
cultural debió ser mucho más fuerte que la
política. Los primeros asentamientos Shang están
muy estrechamente vinculados a las culturas
neolíticas de la cuenca baja del río Huang He, y
sus primeros orígenes se remontan hacia el año
2.400 a.C. A pesar del marcado carácter feudal y
guerrero de las clases superiores, la sociedad
Shang era esencialmente campesina.
Los
emperadores, o wang, se hallaban en la
cúspide de la organización estatal del Imperio
Shang, aunque existen dudas sobre si su poder
emanaba más de la condición de señor feudal o de
sus funciones como máxima autoridad religiosa. Se
conoce la existencia de veintinueve emperadores
Shang, desde el fundador dinástico, Tang el
Victorioso o el Perfecto, hasta Ti-xin
(Ti-hsin), el último al que las fuentes se
refieren con el título de wang; su reinado, y por
tanto la dinastía, debió finalizar hacia el año
1045 a.C.
La
religión es quizá el aspecto más llamativo del
Imperio Shang por la importancia que sus moradores
le concedieron. Sus creencias estaban
estrechamente asociadas al mundo ultraterrenal y a
un concepto ritualista en el que los sacrificios,
tanto humanos como animales, y las ofrendas
materiales, desempeñaban un papel fundamental. La
relevancia del aspecto religioso en el Imperio
Shang también se reflejaba a través del papel
desempeñado en la sociedad por los chamanes o
wu, quienes mediante la realización de
ceremonias rituales mágico-religiosas intercedían
ante los dioses para obtener su favor en
cuestiones fundamentales como la lluvia, de la que
dependía la obtención de una buena cosecha.
Muchos rasgos que definieron esta cultura del
segundo milenio no desaparecieron tras la caída
dinástica, entre los que destacan la agricultura
como base económica, un esbozo de Estado
burocrático, la importancia del ceremonial y los
ritos, la estratificación social o el culto
religioso a los antepasados.
Todos
los aspectos relativos a la sociedad Shang se
encuentran desarrollados en
Dinastía Shang.
Los
orígenes de esta dinastía son confusos, y en todo
caso presentan la misma distorsión entre la
cronología tradicional proporcionada por las
fuentes literarias y la datación basada en las
fuentes arqueológicas que afectaba a la dinastía
Shang. Según la primera de ellas, los emperadores
Zhou reinaron en China entre el año 1122 a.C.
?1028 a.C. según otras fuentes- y el año 255 a.C.,
lo que implica una interpretación de la historia
acorde a la versión tradicional, en la que el
primero de sus soberanos sustituyó en el trono al
último de los emperadores Shang; la leyenda se
encarga de detallar como este monarca, malvado e
inepto, fue muerto a manos de
Wu Wang
el Belicoso, fundador dinástico de los
Zhou, quien también falleció en combate antes de
poder consolidar el nuevo Imperio. Del mismo modo
que no es posible ratificar mediante evidencias
arqueológicas la validez de las fechas citadas con
anterioridad, tampoco resulta fidedigna la versión
literaria sobre el ascenso de los Zhou, ya que
está comprobado que este pueblo fue contemporáneo
de los Shang al menos durante un tiempo y de hecho
parece que era uno de sus reinos tributarios. En
cualquier caso, y cuando quiera que se produjera
el cambio dinástico, en algún momento entre los
siglos XII y XI a.C., éste no debió tener un
carácter de ruptura, sino más bien de continuidad
en el largo proceso de configuración de la
civilización china, como prueba el hecho que
conservasen muchos de los rasgos de la dinastía
anterior.
Los
Zhou tuvieron su asentamiento original en el valle
del Wei (actual provincia de Shanxi), al Oeste del
territorio de los Shang, donde establecieron una
estructura estatal de tipo feudal. Las fuentes
literarias citan a
Wen Wang,
antecesor del ya mencionado Wu, como el primero de
sus monarcas que emprendió la expansión hacia las
tierras ocupadas por el Imperio Shang. Este
proceso expansivo debió durar varias generaciones
hasta culminar con la conquista de la fértil
región de la cuenca baja del río Huang He, lo que
al margen de los relatos legendarios, constituyó
seguramente el hecho determinante a partir del
cual se puede afirmar que el Estado Zhou obtuvo la
hegemonía sobre el resto de reinos vecinos. Sin
embargo, no puede hablarse aún de un Imperio chino
unificado, ya que los Zhou no sólo no consiguieron
imponer su autoridad sobre otros pueblos ?bárbaros?
asentados sobre suelo chino, con los que sólo
establecieron lazos de vasallaje, sino que pronto
su propio Estado se vio fragmentado en varios
reinos, repartidos entre miembros del linaje real
y de la nobleza tribal, de modo que apenas tiene
sentido hablar de una unidad política con un
Gobierno centralizado: parece evidente que detrás
de este fenómeno estaba la propia naturaleza
feudal de la sociedad Zhou, sin duda su rasgo más
definitorio.
El
sistema de dominación feudal introducido por los
Zhou alcanzó su máximo apogeo durante los primeros
siglos del I milenio a.C. , aproximadamente entre
los años 1000 y 700 a.C.; a partir de esta fecha y
hasta la unificación
Qin,
ya en el siglo III a.C., la descentralización
derivó en una fragmentación política en donde la
existencia de la monarquía Zhou como poder
unitario de China era poco más que nominal.
Aunque ciertamente las relaciones de tipo feudal,
tanto entre Estados como en el seno de la sociedad
(estas últimas denominadas feng-chien), no
era algo nuevo, en la época temprana Zhou se
definieron de una forma más perfecta. En lo que
atañe a la sociedad, la unidad básica de este
sistema era el clan familiar, institución que
tenía en el parentesco el factor que presidía sus
relaciones con el resto de instituciones sociales
y en el ancestro común el referente
político-religioso que afirmaba su posición dentro
de dicho ordenamiento social. Pero el clan
constituía para el individuo de clase noble no
sólo el elemento que le identificaba ante el resto
de la sociedad y por el cual gozaba de un cierto
estatus más o menos elevado, sino la base material
de su dominio, ya que sólo a través de esta
pertenencia se podía acceder a la titularidad de
un feudo o kuo ?estado? (´estado´), de cuya
fisonomía -ciudad amurallada, hinterland agrícola
relativamente pequeño, red de ciudades ?satélites?-
algunos autores han señalado su similitud con las
posteriores polis griegas o con el feudo europeo
de la Alta Edad Media. Mediante el ritual de la
investidura, tanto el antiguo jefe tribal
religioso, el ministro cortesano o el noble
guerrero se convirtieron así en señores
permanentes de un territorio dentro del cual
podían disponer de personas y bienes sin,
prácticamente, interferencias exteriores. Por otra
parte, los mecanismos de transmisión de la
herencia permitieron garantizar la perpetuación de
los privilegios adquiridos al principio de la era
dinástica a lo largo de sucesivas generaciones, lo
que a largo plazo sentó las bases del poder social
y político de la nobleza en China.
Transplantado al terreno político, el sistema de
kuo implicaba que el poder del rey estaba limitado
a su propio carácter de señor feudal, fórmula que
si bien le situaba un escalón por encima del resto
de señores, en teoría vasallos suyos, en la
práctica le hacía dependiente de estos últimos. La
preeminencia del monarca sólo se reflejaba de
forma más nítida en la faceta religiosa, donde el
privilegio de llevar a cabo los rituales más
importantes correspondía al trono. Por otra parte,
las obligaciones fundamentales de los feudatarios
se circunscribían casi exclusivamente al terreno
militar, donde dada la debilidad del poder
central, tanto la defensa fronteriza frente a las
tribus ?bárbaras? como la integración del grueso
del ejército estaba en manos de los grandes
señores, quienes eran los auténticos árbitros del
estado Zhou. Bajo estas premisas, la tendencia que
apuntaba hacia la mengua del poder del monarca se
acentuó progresivamente, y así, a finales del
siglo IX a.C., alcanzó un primer punto álgido de
crisis después que los nobles de la Corte
reemplazaran al monarca legítimo, entronizando en
su lugar a un candidato más propicio a sus
intereses.
Tras
un corto período de resurgimiento del poder real
bajo el reinado de Xuan Wang (827-782), el poder
de la nobleza feudataria llegó al máximo de su
expresión en el año 771 a.C., cuando el rey Yu
Wang fue asesinado en el transcurso de una
revuelta palaciega que aprovechó la amenaza de
invasión por parte de uno de los pueblos bárbaros
para menoscabar definitivamente la posición del
soberano Zhou. Aunque la sucesión recayó en uno de
sus hijos (Ping Wang), a partir de esta fecha
apenas cabe hablar ya de monarquía feudal, sino
más bien de Estados feudales plenamente
independientes. Por esta misma razón, dicha fecha
-año 771 a.C.- es la elegida por la historiografía
tradicional para subdividir la era Zhou en dos
períodos, el segundo de los cuales corresponde al
denominado período de las ?Primaveras y Otoños? (Chun-chiu
o Chungqiu).
La época de "Las Primaveras y
Otoños" (siglos VIII-V a.C.)
La
crisis del año 771 no sólo supuso la práctica
desaparición del régimen monárquico Zhou (sobre el
papel, un linaje real ?Zhou oriental? pervivió
hasta el siglo III a.C. en sus posesiones
alrededor de Loyang), sino el inicio de una larga
época en que ningún Estado logró unificar toda
China bajo su dominio. El vacío de poder que
siguió a la desaparición de los Zhou occidentales
fue ocupado por varios Estados (Zheng, Chu, Qi,
Qin, entre otros), en continuas luchas entre sí
por ostentar la hegemonía sobre el territorio que
por entonces constituía el centro neurálgico de la
civilización china, en torno al eje formado por el
curso bajo del río Huang He. Sin embargo, la
extraordinaria inestabilidad de todos ellos motivó
cambios continuos en el mapa político, de modo que
hubo momentos en esta etapa en que la disgregación
le valió el apelativo de ?Época de los Diez Mil
Estados?.
Por
otra parte, el sistema feudal chino, que venía
configurándose desde la época Shang, alcanzó
durante estos siglos (VIII-V a.C.) el momento
culminante de su desarrollo, cuando llegó quizás a
la máxima expresión a lo largo de su historia. El
proceso de diferenciación en el seno de la clase
nobiliaria fue una de sus manifestaciones más
nítidas: los clanes (shih) afianzados en
sus feudos fueron adquiriendo progresivamente los
rasgos de una alta nobleza, tendente a marcar
diferencias respecto a una nobleza inferior
carente de feudo propio. No obstante, también
dentro de ella se estableció una estricta división,
si bien más protocolaria que efectiva, en la que
el duque o kung estaba situado en la
cúspide, seguido de los príncipes (hou), ?marqueses?
(po) y ?condes? (tzu). Un estrato
aún más inferior estaba representado por los
tai-fu, quienes jugaban un papel fundamental
en los ejércitos como conductores de carro, ya que
la milicia era, al menos hasta el siglo V a.C.,
una actividad reservada de forma exclusiva a la
clase noble. Dentro de esta rígida estructura, el
pueblo, en su gran mayoría integrante de un
campesinado sometido a un estatus de servidumbre,
constituía un universo aparte, cuyas costumbres y
ritmos de vida poco tenían que ver con las clases
superiores. No obstante, su situación experimentó
un cambio fundamental al final de esta época como
consecuencia no sólo de la disolución de las
instituciones feudales en el campo, lo que
posibilitó la compra y venta de parcelas, sino de
un mayor dinamismo económico y del aumento de la
productividad de la tierra, factor que a su vez
tuvo que ver con la introducción del hierro en la
fabricación de los aperos de labranza. Este
proceso culminó hacia el siglo III a.C., cuando ya
es posible hablar de la aparición de una amplia
capa social de pequeños labradores, libres y
dueños de la tierra.
El
reino de Qi, surgido en la región costera de
Shandong, fue el primero que alcanzó una cierta
preponderancia hacia el siglo VII a.C., gracias a
la acción de su ministro Huan-kung (685-643 a.C.).
Con la excusa de presentar un frente común ante el
peligro de invasión por parte de los pueblos
bárbaros del Norte, Huan logró convencer a otros
Estados chinos para la formación de una especie de
federación o liga defensiva de la que él mismo fue
nombrado jefe supremo. Aunque la alianza no
sobrevivió a su muerte, sentó un precedente, el
del Estado hegemónico (pa), que en las
siguientes décadas fue imitado por otros
caudillos. Así, tras este período se sucedieron
las hegemonías de Song (hasta el año 637), Qin,
entre los años 636 y 620, y Ch`u, desde 613 hasta
591. Entre los personajes destacados por la
historiografía china posterior, cabe señalar la
figura del duque Wen de Qin, quien logró
asegurarse la supremacía mediante una hábil
política de alianzas e incluso obtuvo la sanción
oficial del propio soberano Zhou como señor
absoluto de todos sus dominios.
Ya en
el siglo VI, se llegó a una situación de extremo
equilibrio en el que ninguno de los Estados
existentes en esta época poseía la suficiente
fuerza para imponer su liderazgo al resto. Las
luchas y pugnas por ostentar la condición de pa,
institucionalizado por Wen de Qin, eran
permanentes, lo que sólo podía conducir a un
debilitamiento de los Estados centrales frente a
enemigos más poderosos. En efecto, esta coyuntura
fue aprovechada por varios reinos periféricos,
situados al Norte y al Sur, para entrar por
primera vez en la escena histórica de China; este
fue el caso de Wu, surgido en la cuenca baja del
Yangtzé,
que logró dominar mediante las armas gran parte
del centro y Norte de China en las primeras
décadas del siglo V a.C.; no obstante, Wu fue
desplazado a su vez por un nuevo reino, Yueh, que
desde su original emplazamiento en Zhejiang logró
expandirse hacia las regiones ya mencionadas.
Mientras, desde el Norte varias tribus seminómadas
habían ido penetrando en territorio chino, un
largo proceso cuyo resultado fue la destrucción de
todas la unidades políticas creadas tras la caída
de los Zhou y su reemplazo por pequeños reinos
semi-independientes de escaso peso político en
relación con los grandes estados feudales del
centro-sur. La constante irrupción de nuevos
pueblos desde el Norte y el Sur, la mayoría
considerados ?bárbaros? según la perspectiva del
elemento chino autóctono, impulsó asimismo una
profunda transformación que tenía que ver más con
la suma de nuevas etnias y culturas que con un
cambio de la estructura social y política, ya que
esta última permaneció esencialmente invariable
respecto a la concepción feudal que había
adquirido en las épocas Shang y Zhou.
A mediados del siglo V los Estados que pugnaban
por la hegemonía alcanzaron un punto crítico en
su desarrollo histórico. Las continuas luchas
habían llevado al deterioro de las estructuras
feudales, y en consecuencia al relajamiento de
los vínculos de vasallaje. Este fenómeno afectó
primero a los reinos más pequeños, que
desprotegidos al extinguirse los lazos de
dependencia con la casa dinástica Zhou, fueron
siendo paulatinamente absorbidos por sus vecinos
más poderosos, pero también operó un cambio
fundamental en el seno de los grandes Estados:
al ampliar la extensión de sus dominios, se hizo
necesaria la articulación de nuevos instrumentos
que mantuvieran bajo control los territorios
recién conquistados, para lo cual muchos
soberanos comenzaron a preferir nombrar
gobernadores/funcionarios cuyas prerrogativas se
encontraban mucho más limitadas que en el caso
de los nobles a quienes se les concedía un feudo.
Además, un nuevo pensamiento político surgido de
las filosofías de
Mencio
y
Xun Zi
abrió paso a una concepción moderna del poder
que rápidamente hicieron suya algunos de los
gobernantes. Esta concepción estaba basada en la
idea del Estado unitario y centralizado, y en
una cierta noción de ?Imperio universal?,
expresada en el concepto de tien-hsia, ´todos
los dominios bajo el cielo´.
Esta nueva etapa histórica, conocida como
Chan-kuo, estuvo no obstante igualmente
caracterizada por la desunión política y los
continuos enfrentamientos armados, aunque con la
diferencia que ya no estaba en juego sólo la
hegemonía sobre el resto de reinos, sino la idea
de unificar todo el ?espacio chino? bajo un
único poder. Se trató por tanto de una época de
transformaciones tanto de la estructura interna
de los Estados, que comenzaron a esbozar un
principio de centralización de tipo burocrática
en sustitución de las estructuras feudales, como
de las pautas que guiaban las relaciones entre
ellos. Sin embargo, también hay que señalar el
carácter confuso de este período, con cambios
constantes en el mapa político, la influencia de
múltiples factores sociales e ideológicos, a
veces contradictorios, o la pervivencia de
viejos patrones feudales entre los gobernantes,
por lo cual cabe cierta cautela a la hora de
hablar de una tendencia claramente definida
hacia la configuración de un Estado unitario y
burocrático.
El
proceso de transformación ya señalado que afectó
a la estructura feudal llevó aparejado otros
cambios igualmente destacados, entre ellos la
aparición de un aparato administrativo de ámbito
local. En este sentido, el estado Qin fue el
primero en introducir la figura del prefecto,
quien rendía cuentas directamente ante el
monarca. En la Corte, el cargo de canciller
comenzó también a adquirir mayor protagonismo,
con la función de un primer ministro que actúa
no ya a favor de unos intereses particularistas,
sino al servicio del ?príncipe?, y por extensión,
del Estado. La necesidad de controlar de forma
más estrecha los asuntos de Gobierno requirió
además la existencia de un cuerpo de
supervisores, antecedente de lo que
posteriormente será la Censoría, y aunque
todavía es pronto para constatar el surgimiento
de una clase funcionarial, en este período
muchos miembros de la nobleza, desposeídos de
sus feudos, pasaron a servir al monarca ya fuera
en calidad de administradores civiles, jefes
militares o consejeros cortesanos, en lo que
cabe calificar como el origen de los futuros
oficiales confucianos. En esta misma dirección,
hay que citar la evolución experimentada por el
término shih, que en la época plenamente
feudal designaba a la alta nobleza y hacia el
siglo III pasó a ser sinónimo de ?intelectual? o
?letrado?.
En
el terreno militar, las transformaciones fueron
incluso de mayor calado: las huestes de carácter
feudal, formadas por la nobleza en sus carros de
combate y un pequeño contingente de esclavos a
pie, fueron progresivamente sustituidas por
ejércitos más numerosos en los que la infantería,
integrada por el pueblo, pasó a constituir el
grueso de las fuerzas; esta evolución en la
forma de hacer la guerra no sólo era el reflejo
del cambio político-social, sino de la
ampliación del contexto geográfico donde se
desarrollaban las batallas -grandes extensiones,
profundos valles fluviales y regiones montañosas-
, necesidad que en el caso de los Estados
septentrionales condujo a la creación de cuerpos
de caballería para enfrentarse con éxito a los
expertos jinetes de las tribus bárbaras del
Norte. A todo ello hay que añadir un notable
perfeccionamiento del armamento, fruto sobre
todo de la sustitución del bronce por el hierro
o de algunas invenciones como la ballesta, el
progreso de las tácticas -en esta época se
construyeron los primeros tramos de la
Gran Muralla-
y la aparición de los primeros tratados teóricos.
El
comienzo de la época de los Estados Combatientes
tuvo como primer hito relevante la desaparición
del Estado de Qin, cuyo territorio, en la zona
central de China, se repartieron tres nuevos
reinos: Han, Zhao y Wei. Entre éstos y las
antiguas posesiones de los Zhou se estableció un
status quo consistente en que ninguno de
ellos poseía la fuerza suficiente para imponerse
a los otros; este fenómeno neutralizó posibles
iniciativas expansionistas desde el centro, lo
que tuvo una repercusión fundamental en el
transcurso posterior de los acontecimientos:
pasó la iniciativa de la conquista a los reinos
periféricos. Entre estos últimos, el Estado Ch`u,
que derrotó a Yueh hacia el año 330 a.C.,
ocupaba una gran extensión de territorios al Sur,
en torno al valle medio del río Yangtzé, y
aunque gozaba de un grado desarrollo menor que
los reinos del Norte, manifestaba una vigorosa
vocación expansiva bajo una estructura de
Gobierno plenamente centralizada; el estado Qi
(o Chi), que había logrado sobrevivir a
la época de las ?Primaveras y Otoños?, era en
cambio el más desarrollado gracias a su activo
comercio de la sal, pero militarmente débil. En
la región septentrional de Manchuria, Yan
constituía el poder hegemónico, pero absorbido
en las guerras contra las tribus nómadas que
amenazaban constantemente la frontera Norte,
apenas tuvo influencia en la dinámica de los
Estados en lucha. Por último, el Estado Qin (no
confundir con el Qin de la época anterior),
surgido en el valle del río Wei tras la
desaparición de la dinastía Zhou occidental, fue
acrecentando su tamaño en el Oeste de China a
costa de las tribus bárbaras, para luego
expansionarse hacia el Sur tras la conquista de
los débiles reinos de Shu y Pa, en la actual
provincia de Sichuan.
Hacia el año 300 a.C., las guerras entre los
distintos Estados no habían resuelto nada, salvo
la desaparición de los Estados más débiles desde
el punto de vista militar. Así, se entró una
nueva fase marcada por un fenómeno nuevo, el de
la polarización en torno a los dos poderes más
fuertes: Qin y Ch`u. Este último, consciente de
la pujanza de su enemigo, estableció una amplia
alianza con los frágiles reinos del centro que
sin embargo sólo pudo contener el irresistible
avance Qin durante poco más de medio siglo: en
consecuencia, tras casi un milenio de desunión
política, un único Estado se hallaba en
condiciones de llevar a cabo la idea del
tien-hsia, empresa que culminó en el año 221 a.C
con la fundación del
Imperio Qin
que y supuso el comienzo oficial de la era
imperial china.
Surgimiento de la filosofía
política clásica (siglos VI-III a.C.)
Como
ya se ha apuntado, las transformaciones políticas
y sociales del período Chan-kuo fueron acompañadas
por la aparición de varios pensamientos
filosóficos que pasaron a configurar una sustrato
ideológico original del que hasta entonces había
carecido la civilización china, si se exceptúa lo
aportado por la religión tradicional del culto a
los antepasados y a los dioses de la naturaleza.
Al margen de las evidentes diferencias entre la
vida de cada uno de ellos y el distinto sentido de
sus respectivas doctrinas, Confucio (551-479 a.C.),
Mozi (ca. 468 a.C-ca. 376 a.C.), Mencio (371-289
a.C.), y Xun Zi (298-230 a.C.) tuvieron en común
vivir durante una misma época caracterizada por
los continuos cambios, la inestabilidad política,
las habituales luchas entre Estados, el
desprestigio de la clase dominante, y la
decadencia de las antiguas instituciones feudales.
Ello motivó que todos abordaran la cuestión
filosófica considerada fundamental: explicar cuál
es el ordenamiento ideal de la Sociedad y el
Estado.
La
doctrina difundida por
Confucio
(véase
confucianismo)
fue la primera en intentar establecer unas pautas
al respecto y sin lugar a dudas la que ejerció una
influencia mas duradera, ya que sin ella no se
entiende gran parte de la historia del Imperio
chino durante los dos siguientes milenios. En
síntesis, Confucio estableció un sistema en el que
la conducta moral constituye la base sobre la que
se fundamentan las relaciones humanas, y por
extensión, el único criterio que debe presidir las
relaciones sociales y políticas. En consecuencia,
el gobernante debe aspirar a ser virtuoso, actuar
guiado por el buen juicio y la equidad a la hora
de tomar decisiones; en definitiva, alcanzar la
perfección personal desde un punto de vista ético
porque ello redundará en la perfección de su
Estado, ?perfección? entendida, por otra parte,
como una total armonía entre todas las clases
sociales que lo integran. Este pensamiento tenía
evidentes tintes conservadores, ya que de hecho
Confucio hizo de la estricta observancia de las
costumbres y el ritual la principal manifestación
de perfección moral, pero también portaba un
indudable componente revolucionario que atacaba de
lleno la concepción feudal de la sociedad en
cuanto hacía hincapié, entre otros, en la
importancia del mérito como factor de prestigio
social, por encima de la extracción social.
Trasladado al terreno político, la doctrina
confuciana también concedía un valor supremo a la
instrucción educativa para el ejercicio del poder,
lo que implicaba señalar el papel vital en la
administración del Estado del shih o ?intelectual?,
y entendía como una de las obligaciones
ineludibles del monarca el otorgar bienestar a su
pueblo -de una manera parecida a como lo hace un
padre con sus familia- .
Los
pensadores siguientes a Confucio se vieron
influidos, en mayor o menor medida, por las ideas
del gran maestro. Ese fue el caso de
Mozi
quien partiendo desde postulados confucianos
elaboró una doctrina teóricamente más radical, en
la que los preceptos morales se amplían a la idea
del ?amor universal?. En la práctica, la doctrina
de Mozi debía plasmarse en la igualdad entre todos
los ?hombres virtuosos?, la desaparición de las
clases sociales y la convivencia pacífica de los
Estados; ahora bien, tales metas sólo podían
conseguirse mediante un poder central fuerte y la
imposición de una severa disciplina, razón por la
cual este pensador está considerado el precursor
del sistema político autoritario chino.
Los
llamados ?confucianos tardíos?,
Mencio
y
Xun Zi,
ahondaron en la problemática política. Para el
primero de ellos, el hombre tendía por naturaleza
hacia la virtud cualquiera que fuera su estatus
social, lo que le llevó a otorgar al pueblo un
valor superior al que Confucio le había concedido,
de forma que si un gobernante mostrara ineptitud o
no despreocupación por el bienestar de sus
súbditos, Mencio encuentra justificado el concepto
de ko-ming (´revocación del mandato
celestial´), es decir, el destronamiento del
monarca. En contraposición, la doctrina de Xun Zi
(Hsun Kuang) estaba determinada por una
concepción negativa de la naturaleza humana: sólo
mediante un estricto y largo proceso de
aprendizaje un hombre puede alcanzar la condición
de virtuoso, pero en la medida que ese camino no
puede ser recorrido por todos, sólo las ?clases
virtuosas? pueden estar capacitadas para regir una
sociedad tendente al caos y la maldad. Esta
segunda reinterpretación del confucianismo fue la
que finalmente ejerció mayor influencia, enlazando
con el origen de la escuela legalista.
Muy
diferentes rasgos de la escuela confuciana tuvo la
filosofía del
taoísmo,
fundada por
Laozi
(o Lao-tsé) en el siglo VI a.C. Al contrario que
la corriente confuciana, que es netamente
humanista, el pensamiento filosófico taoísta
intenta explicar el ordenamiento de la sociedad a
través del fenómeno místico y natural. La
perfección moral, la virtud, no procede del
esfuerzo del hombre, sino del grado de armonía que
haya alcanzado con el Tao (´camino´), el
movimiento infinito de todos los elementos de la
naturaleza bajo un orden cosmológico perfecto,
orden del que dependen todas las cosas. En
consecuencia, el taoísta adopta una posición
pasiva, cuando no negativa, ante asuntos ?materiales?
como la administración del Estado, las relaciones
sociales, la actividad económica o el conocimiento
científico; según su visión, estas son cuestiones
secundarias, ?artificiales?, e inferiores en rango
al orden natural de las cosas. Dar por tanto un
valor mayor del que tiene a lo artificial no hace
sino obstaculizar el camino hacia el Tao, ?cegando?
al gobernante sobre el verdadero Gobierno
virtuoso. El taoísmo tendrá una gran influencia en
la cultura china, especialmente en la literatura,
pero salvo cortos períodos de auge, nunca pudo
competir en el terreno político con los
pensamientos derivados del confucianismo.
El
mismo sentido espiritual y cosmológico caracterizó
la filosofía del Yin y el Yang (véase
Yi Jing),
que situaba en el origen de todas las cosas los
cinco elementos de la naturaleza: madera, tierra,
fuego, agua, metal; sin embargo, este último
pensamiento ni siquiera llegó a formular una
doctrina política como tal, permaneciendo en el
campo de la filosofía natural.
Por
último, cabe hacer referencia al surgimiento de la
escuela legista
(o legalista), quizá la que mayor influencia
ejerció en la configuración de los rasgos del
Estado burocrático en esta época. El concepto
central de este pensamiento es el fa-chia
(?escuela de leyes?). La ley escrita debe
prevalecer sobre cualquier otra consideración a la
hora de organizar el Estado y la sociedad; todas
las clases sociales, incluido el monarca, deben
estar sujetas al ordenamiento jurídico, y ni
siquiera la tradición, el ritual, las costumbres
religiosas o incluso la moral, debían condicionar
su aplicación, más aún cuando los legalistas
consideraban algunos de estos elementos dañinos.
En realidad, lo que subyacía detrás de este
pensamiento era la necesidad de fortalecer el
Estado, para lo cual se ponía en manos del monarca
un instrumento -la ley- que afianzaba su posición
por encima del resto de fuerzas sociales, una
tendencia que se vio facilitada al hacerse
realidad el declive del feudalismo. El primer y
principal representante del legismo fue
Shang Yang
(muerto hacia 338 a.C.),
quien pudo llevar a la práctica estas ideas en el
Estado Qin (Ch`in). Posteriormente, Han-fei-tzu (muerto
hacia 233 a.C.), llevó a cabo la elaboración más
completa de la doctrina, que habría de inspirar no
sólo al primer gobernante Qin, sino que siguió
plenamente vigente durante la época del Imperio
Han.
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Educativa Héctor A. García |