Introducción al Ajedrez

 

 
   Peon          Torre       Caballo       Alfil         Reina     y      Rey  

Proyecto Salón Hogar
También llamado como el juego ciencia, es un juego entre dos adversarios que disputan sobre un tablero una contienda de cálculo y habilidad, para lo cual emplean piezas de distinto color, y cuyo objetivo último y esencial es la caída del rey, figura de honor, considerada como máximo baluarte.

Se tiene a este juego por simulacro de guerra, con sus operaciones de ataque y de defensa, que admite planes tácticos y estratégicos. En la guerra, sin embargo muchos soldados caen para no levatarse más, mientras que en el ajedrez solo son capturados y siempre existirá para algunos –bajo ciertas condiciones- la posibilidad de ser rescatados y reincorporados a la lucha en pleno uso de su eficacia. Pero por una curiosa excepción, el rey la presa más codiciada, nunca es capturado, en el verdadero sentido de la palabra, ya que el enemigo –con una especie de hidalgo ultimátum- le previene cada vez que está amenazado. Si a pesar de este aviso el rey nada puede hacer para salvarse, opta por rendirse y cae, perdiéndolo todo menos el honor.

 Por eso es tan elocuente la anécdota de Luis el Gordo, un rey de Francia que, a punto de ser capturado por un arquero ingles, le partió la cabeza con la espada, gritandole: "!Aprende del ajedrez, donde nunca se apresa al rey!". La forma como las piezas del ajedrez proceden con el rey enemigo, al vencerlo sin ponerle la mano encima, recuerda en cierto modo la conducta de las abejas cuando una reina de otro enjambre se cuela como intrusa en la colmena. Por una especie de atávico respeto a la reina persona, nunca la atacan con sus aguijones, sino que se agrupan en torno a ella formando cada vez más, hasta que la intrusa muere angustiada de inmovilidad. Asi, en el ajedrez, la caída del rey es siempre el drama de quien no tiene hacia donde volver los ojos; está entre la espada y la pared; no puede dejar de pisar sobre brasas, porque caerá en el acto en llamas, y queda condenado a una trágica inmovilidad, cuya única salida es la rendición.

Juego del intelecto, le basta para desarrollarse la muy pequeña superficie de un tablero; pero las proyecciones que alcanza en la dimensión mental son tan enormes, que sólo podría concretarse en la cifra astronómica de los escritos que viene mereciendo, desde antiguos tiempos, en casi todas las lenguas del mundo. La previsión que exigen las jugadas, el grado de concentración que suponen, las posibles evasivas o amenazas del adversario, el sometimiento del impulso al cálculo frío, la intuición del punto vulnerable, la astucia para urdir estratagemas y tender celadas, el pecho, en fin, de que nada en él quede librado al azar, sino que todo sea fruto de reflexión y habilidad, le contiene una elevadísima jerarquía intelectual. De ahí que entre los grandes ajedrecistas se encuentren siempre militares, matemáticos, políticos y filósofos que lo practican como medio de mantener, siempre activo el cerebro, aun durante los ocios.

De entre todos los deportes que hoy se practican –pues cabe incluir al noble juego entre ellos que celebran torneos, campeonatos, ect– el ajedrez es el único deporte del espíritu. ¿Como explicar, si no, que un jugador sea capaz de sostener hasta 15 o más partidas simultáneas sin mirar el tablero, y a veces con los ojos verdados?. ¿Y cómo podría de otro modo -aprovechando el teléfono, la radio o la televisión- jugar por encima de los mares con adversarios situados en las más distantes latitudes del globo?. ¿Podría hacer lo mismo los deportes de cuerpo circunscritos a un ring, una piscina, una cancha de fútbol, o una pista?. El ajedrez nos da, pues, un nuevo ejemplo de la libertad expansiva del espíritu, frente a las limitaciones del cuerpo.

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